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Recapitulación

Aceleración, universidad y Estado

Esteban Amador[1]

En temáticas y abordajes como los que conforman este volumen siempre se está al borde de quedar desactualizado. O ya directamente condenado antes de empezar. En verdad, esto ocurre con cualquier reflexión sobre la tecnología, pero fundamentalmente con la inteligencia artificial (IA). Y esto no solo por la velocidad con la que se producen efectos y se requieren por eso nuevas consideraciones, sino porque en esta forma del desarrollo tecnológico la innovación es la regla de construcción y de evaluación de cualquier evento y/o proceso. De hecho una de las grandes dificultades que existen para producir regulaciones o incluso criterios consensuados para evaluar la IA y sus efectos es que, a diferencia de lo que ocurre con otras tecnologías (pensemos por ejemplo en el desarrollo en la industria farmacológica), del prototipo se pasa al uso y la comercialización masiva sin mediaciones. Y por lo tanto, se pasa a la revisión y estimulación de nuevos prototipos y extensiones de lo novedoso, también sin mediación. Es decir, prima la lógica de la aceleración.

En las distintas miradas que componen este volumen se repite dicha sensación, y en ese sentido ya es una conclusión de este foro, que es interesante resaltar en estas consideraciones finales: estamos corriendo detrás de un fenómeno que ya ganó la realidad por la velocidad de su despliegue. Es decir, la IA nos marca los tiempos: “el futuro ya llegó”. Pues bien, una de las cosas más interesantes para resaltar de esta valiosa experiencia propuesta y sostenida por la H. Cámara de Diputados y diseñada en conjunto con la Universidad Pedagógica Nacional es el encuentro entre esa lógica de la aceleración (y su correlato existencial, la ansiedad) y dos instituciones ligadas esencialmente a los tiempos largos: el Estado y la universidad.

¿Por qué la universidad está asociada a los tiempos largos? Es cierto que es una institución de origen medieval y por algo será que duró tanto, pero también es cierto que el encuentro entre la institución universitaria y la ciencia moderna produjo una nueva institucionalidad. Si es verdad, como dice el historiador Paolo Rossi, que la ciencia moderna hay que entenderla en el encuentro entre los filósofos y las máquinas, más en el taller y la experimentación que en el libro y la contemplación, entonces la universidad como sede de la producción científica también tendría que acompañar los tiempos de la tecnología. Es decir, se encuentra como institución interpelada por la tensión de la aplicación hacia la cual ya está mirando desde el comienzo la producción científica. La universidad, como la ciencia, sin técnica no es moderna. Pero es justamente en la universidad donde se genera otro ritmo de trabajo en el que la respuesta a las demandas de aplicación se demora para producir, en ese tiempo generado, la investigación. Sin ese tiempo no hay investigación en sentido estricto (aunque haya experimentación), y sin producción de conocimiento de base, tampoco tiene sentido hablar de aplicación. Es decir, como aprendemos de los científicos que escriben en este volumen, la IA solo es posible por tiempos demorados de la acumulación científica.

Es también en la universidad donde se produce, con el tiempo que le corresponde, la disciplina, que es el recorte desde el cual surge el conocimiento de base. Entonces, cuando decimos acumulación científica, decimos en primera instancia acumulación científica disciplinar. Por último, solo en la universidad se puede producir el encuentro entre distintas tradiciones disciplinares en torno de un fenómeno, encuentro que se hace especialmente necesario en el caso que nos ocupa. Llamar al diálogo a la universidad, como hizo en esta experiencia la H. Cámara de Diputados implica, entonces, marcar en la convocatoria un ritmo específico ligado a la producción de conocimiento y al aporte de las distintas disciplinas a una problemática.

Por su parte, el Estado está ligado a los tiempos largos, en primer lugar, porque la conservación y salud de la comunidad política no pueden sino pensarse en el largo plazo. Y más aún, el Estado en su carácter legislativo, que es de lo que aquí se trata, no puede sino llegar desde el futuro hasta la decisión que se debe tomar hoy. ¿Cómo podría legislar un Parlamento desactualizado o sin mirar al futuro? De todas las fuerzas del Estado, habría que decir que la legislativa es la más prospectiva y por eso no es casualidad que la virtud del legislador siempre haya estado asociada a la prudencia (providentia). Parlamento y futuro, las palabras que dan nombre a la serie en la que se inserta este volumen, están entrelazados por la propia naturaleza de la institución legislativa. Y como el futuro viene hacia nosotros con la aceleración que le imprime la tecnología (y la IA es quizás la más potente locomotora), un Parlamento que no piensa la tecnología y su impacto en el Estado solo puede encontrarse desorientado.

A su vez, un Parlamento que se deja marcar los tiempos por la velocidad de una lógica tecnológico-operativa, muy distinta de la lógica jurídico-política, y se pone a la cabeza de la aceleración, no puede sino perder la mirada prospectiva y, para decirlo de alguna manera, trastabilla con la función prudencial que le asigna la comunidad política. Pues no produce el tiempo para generar el criterio. Y es precisamente el criterio aquello sobre lo que hablan repetidamente las distintas perspectivas que componen este libro y lo que la comunidad le pide al legislador que produzca de forma política y no tecnológica.

El encuentro entre los tiempos distintos de la tecnología y la política es interesante por esto: si las instituciones políticas no piensan la tecnología pierden su horizonte porque no pueden “volver del futuro” y, a la vez, si se dejan conducir por la tecnología también pierden su horizonte porque no tienen tiempo para producir el criterio para juzgar cuál es el futuro que se elige.

Por lo tanto, una primera conclusión que se puede extraer de lo recorrido en los distintos capítulos de este libro, a modo de recapitulación, es que uno de los grandes desafíos que la IA les depara a la política y sus instituciones en nuestro país es producir espacios donde elaborar los encuentros y las traducciones necesarias para que colaboren entre sí las dinámicas tecnológicas y políticas. Espacios como los que dieron lugar a este libro, generados desde la política, crean la oportunidad para “hacerse el tiempo” y es en esa creación política que se puede explorar la potencia enorme que estas tecnologías pueden ofrecer a la vida humana en comunidad.


  1. Docente investigador del Departamento de Humanidades y Arte de la Universidad Pedagógica Nacional (UNIPE).


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