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2 El surgimiento de la filosofía de la ciencia

1. Los antecedentes

La reflexión acerca del conocimiento es tan antigua como la filosofía. Sin embargo mucho ha cambiado en los últimos dos mil quinientos años: la relación e incumbencia disciplinar entre filosofía y ciencia; el concepto mismo de ciencia; y además el desarrollo de la ciencia ha agregado en los últimos ciento cincuenta o doscientos años una serie de problemáticas nuevas. Por otro lado, y aunque hunde sus raíces en una larga tradición, la filosofía de la ciencia tal como se la entiende hoy es un producto del siglo XX.

La autonomía y profesionalización de la ciencia es, en verdad, un fenómeno muy reciente, de modo tal que a través de la historia, muchos autores contribuyeron tanto a la filosofía como a otras ramas del saber en general. Tal es el caso de Aristóteles (384-322 a.C.), J. Kepler (1571-1630), R. Descartes (1596-1650) o G. Leibniz (1646-1716) entre muchos otros. Otras veces los filósofos han elaborado concepciones del mundo compatibles con las teorías científicas dominantes en ese momento, como en el caso de I. Kant (1724-1804) y la Mecánica Newtoniana. El mismo Kant incursionó en ámbitos estrictamente científicos.

En ocasiones han sido los filósofos quienes han señalado caminos teóricos o conceptuales que luego se han convertido en objeto de estudio de la ciencia. Tal es el caso de los extensos desarrollos en el área de la teoría del conocimiento de los siglos XVII y XVIII retomados luego en la psicología contemporánea.

Incluso los mismos científicos han reflexionado frecuentemente sobre su actividad y sobre las implicaciones filosóficas de sus teorías, y así ocurre por ejemplo con G. Galilei (1564-1642), I. Newton (1642-1727) o Ch. Darwin (1809-1882).

Por último, y este es el caso más corriente, los filósofos han elaborado teorías acerca del conocimiento humano o han desarrollado métodos que han sido seguidos, más o menos estrictamente, por algunos científicos. Basta recordar la relación entre Platón (427-347 a.C.) y Eudoxo (c.408-c.335 a.C.), Aristóteles y Euclides (s. IV-III a.C.) o F. Bacon (1561-1626) y la ciencia moderna.

Evidentemente, un rastreo exhaustivo de las relaciones, implicancias e influencias entre filosofía y ciencia resultaría una tarea casi interminable. En este capítulo luego de pasar revista sumariamente a la reflexión sobre la ciencia en la antigüedad, la edad media y los años posteriores a la Revolución Científica, se caracterizará la filosofía de la ciencia hegemónica en el siglo XX, corriente sobre la cual se realizan gran parte de los debates posteriores acerca del status y características de la ciencia.

Uno de los grandes temas de la filosofía es el problema del conocimiento. Es por ello que la reflexión acerca de los diversos modos de saber, su fundamentación, alcances e inclusive la posibilidad misma de su concreción, formaron parte de la reflexión filosófica ya desde los primeros filósofos milesios. Estas reflexiones, obviamente sin el refinamiento y desarrollo de las actuales ni una preocupación por la demarcación estricta entre saberes, abarcaban en un todo sin solución de continuidad a todo el saber en su conjunto.

Los nombres de Platón y Aristóteles están asociados a tradiciones de gran influencia en el pensamiento occidental. De hecho los aportes e ideas de ambos aparecieron plasmados en la estructura y el carácter de la geometría euclideana, a la sazón y por ello mismo considerada durante más de dos mil años como el ejemplo más acabado de una ciencia perfecta y terminada[1]. La misma parecía cumplir con los requisitos exigidos por el ‘conocimiento absoluto’ de Platón, esto es: un conocimiento que fuera válido para todo tiempo y lugar, que se desenvolviera en el mundo de las Ideas, es decir que sea independiente de la percepción sensible, pero que al mismo tiempo pudiera servir como la explicación más adecuada y racional para ese mundo cotidiano.

También resultaron fundamentales los aportes de Aristóteles, tanto en cuanto a aspectos que podrían considerarse metodológicos como así también en cuanto a las explicaciones positivas acerca del mundo. Respecto a la primera cuestión sentó las bases de la investigación científica como una progresión que va desde las observaciones hasta los principios generales para volver de nuevo a las observaciones. Las generalizaciones sobre las formas se extraen de la experiencia sensible por medio de la inducción y, una vez logradas estas generalizaciones, se pueden usar como premisas para la deducción de los enunciados observacionales iniciales. A esto hay que agregar su sistematización de la lógica, herramienta que aunque en el último siglo se ha revelado insuficiente para la ciencia moderna, es indiscutible como una contribución al desarrollo de uno de los instrumentos más potentes con los que cuenta el análisis de los fundamentos de la ciencia, además de la idea de verdad como correspondencia[2]

que, con algunas variantes y matices aun siguen siendo objeto de debates epistemológicos. Acerca del segundo aspecto la reintroducción del pensamiento aristotélico en Europa alrededor del siglo XIII, ha consagrado su física y su astronomía hasta la Revolución Científica del siglo XVII y su concepción finalista ha perdurado en las ciencias biológicas hasta mediados del siglo XIX en que Darwin propone su teoría de la evolución. La tradición en ciencia política apoyada en la autoridad de Aristóteles también se ha mantenido hasta el siglo XVII (cf. Bobbio, 1985). Durante la Edad Media surgen una serie de autores que reflexionaron e hicieron aportes que pueden ser considerados propios de la filosofía de la ciencia. Según Losee:

“Aristóteles había insistido en que los principios explicativos debían inducirse de las observaciones. Una importante contribución de los estudiosos medievales fue desarrollar nuevas técnicas inductivas para el descubrimiento de principios explicativos” (Losee, 1985:42).

Duns Escoto (1266-1308), por ejemplo, propuso el método del acuerdo, técnica que sirve para analizar un número de casos en los que ocurre un determinado efecto. El procedimiento consiste en enumerar las distintas circunstancias que están presentes cada vez que acontece el efecto, y en buscar una que esté presente en todos los casos. Guillermo de Occam (circa 1298-1349) aportó el método de la diferencia, que consiste en comparar dos casos: un caso en que el efecto esté presente con otro en que el efecto no está presente. Si se puede mostrar que existe una circunstancia que está presente cuando el efecto está presente y ausente cuando el efecto está ausente, entonces el investigador está autorizado a concluir que la circunstancia puede ser la causa del efecto. También se ha reconocido su principio de parsimonia (también conocido como la ‘navaja de Occam’) como criterio de formación de conceptos y de construcción de teorías, sosteniendo que han de eliminarse los conceptos superfluos y que entre dos teorías que den cuenta de un mismo tipo de fenómenos debía preferirse la más simple.

R. Grosseteste (circa 1175-1253) y R. Bacon (1214-1294) trabajaron sobre cuestiones metodológicas, reforzando el patrón aristotélico inductivo-deductivo de la investigación científica con algunos matices, como la introducción de una tercera etapa en la investigación científica, a saber: la de someter los principios inductivos a contrastación con la experiencia. Grosseteste introdujo el método de la falsación afirmando que si una hipótesis implica ciertas consecuencias, y si se puede demostrar que estas consecuencias son falsas, entonces la propia hipótesis debe ser falsa. De algún modo Grosseteste anticipó la utilización del llamado modus tollens como método para la falsación de las hipótesis.

En el siglo XVII se produce un cambio profundo y generalizado de la cultura occidental que abarca la política, la economía, las relaciones sociales, y cuya expresión en el ámbito del conocimiento fue la Revolución Científica. Ésta constituyó un hito fundamental no sólo por la irrupción de nuevas teorías fundamentales, sino también y quizá principalmente por las modificaciones en la concepción del conocimiento, de la imagen metafísica del mundo y la reflexión sobre el método científico. Es la época del derrumbe de la tradi­ción aristotélico – bíblica como fuente del conoci­miento y su contracara, la conformación y consolidación de la ciencia moderna. A grandes rasgos puede decirse que ya no sería más la Biblia ni la tradición la fuente de conocimiento de la naturale­za. Hay acuerdo en muchos autores al sostener que la ciencia, tal como se la concibe hoy día, deriva fundamentalmente de este largo y complejo proceso denominado “Revolución Científica”.

Los episodios más reconocidos correspondientes a la física y la astronomía fueron iniciados por N. Copérnico (1473-1543) y continuados, entre otros por Galilei, Kepler y Newton. Esta revolución desalojó al hombre del centro del uni­verso y lo condenó a girar eternamente en una insig­nifican­te piedra casi esférica. En esos momentos de grandes cam­bios e inseguridades obtiene su partida de nacimiento la filoso­fía moderna, algunos autores dicen que con R. Descar­tes otros agregan a Th. Hobbes (1588-1679). Lo cierto es que la filosofía moderna en­cuentra una de sus preocupaciones primordiales en la revi­sión de las fuentes mismas del conocimiento humano. Fuentes que habían conducido a la humanidad a permanecer convencida durante casi dos mil años, en cuestiones tan fundamentales como la ubicación del planeta en el universo o la constitución de los seres vivos, de teorías que pasaron de ser sólidos edificios teóricos a constituir un montón de escombros. Consecuen­temente, para evitar nuevos graves errores, la preocu­pa­ción por el ‘méto­do’, es decir el cami­no que debe seguir la indagación de la naturaleza adquiere gran relevancia. Importantes pensadores y científicos como Bacon, Galilei, Comenio (1592-1670), Spinoza (1632-1677) y Descartes entre otros, tratan acerca del problema del método.

La revi­sión de las fuentes de nuestro conoci­miento genera, dentro de la filosofía, dos grandes líneas de respuestas: la raciona­lista inaugu­rada por R. Descartes y la empirista iniciada por Th. Hobbes. Estas dos grandes líneas de pensamiento caracte­riza­rán todo el pensamiento moderno. La línea racionalista encontrará que la única fuente de conocimiento confiable será la razón, como consecuencia de una desconfianza radical en el conocimiento empírico. La vía que desembocará en lo que se llamó positivismo y neopositivismo se apoyará en la vertiente empi­rista que, comen­zada con Th. Hobbes, tiene sus perso­najes más ilus­tres en J. Locke (1632-1704) y D. Hume (1711-1776).

Cabe consignar que Hobbes constituye también una figura central en la filosofía política, ya que desarrolla su modelo contractualista (inaugurando lo que hoy se conoce como iusnaturalismo moderno) según el cual los hombres son considerados iguales por naturaleza, en oposición al modelo aristotélico donde todos, tanto el esclavo como el ciudadano, tenían su “lugar natural” en la sociedad. El movimiento que culminó con el acceso de la burguesía al poder político, primero en Inglaterra (con la revolución de 1688) y luego en Francia (con la Revolución Francesa en 1789) estaba en marcha. Así, la vida espiritual europea comienza a mediados del s. XVII un proceso que culminará a fines del s. XVIII y que estará caracterizado por el intenso y rápido desarrollo de las ciencias naturales y la formación y consolidación de los estados nacionales sobre las ruinas del Estado feudal de derecho divino y la aparición en el escenario de la historia de la nueva clase burguesa, que surge frente a las antiguas clases privilegiadas.

En esta época de derrumbe y reconstrucción de saberes, F. Bacon intenta, en su obra más conocida (Novum Organon) arremeter contra las “fuentes del error” que él llama idola o falsa imagen: los idola tribus, los idola specus, los idola fori y, por último los idola theatri.

Quizá uno de los más importantes filósofos, en esta apretada historia, sea D. Hume. Su filosofía empirista desemboca en el escepticismo, como corolario de la aceptación de que no es posible ningún conocimiento necesario de la naturaleza. Sus incisivos abordajes de los problemas de la inducción y de la causalidad siguen siendo objeto de tratamiento en la filosofía de la ciencia, (aunque actualmente más el segundo que el primero). La tradición del positivismo lógico, que luego se tratará, se considera en líneas generales heredera da la filosofía de Hume.

Otra de las figuras capitales de la filosofía moderna fue Immanuel Kant, cuyos aportes exceden ampliamente el campo de la filosofía de la ciencia. Frente al escepticismo de Hume, Kant mantiene que, si bien el conocimiento de la naturaleza se inicia con la experiencia sensible, ésta es tan sólo una masa informe que debe ser organizada por las formas puras de la sensibilidad (espacio y tiempo) y por las categorías del entendimiento. La defensa del comienzo empirista y el reconocimiento de conocimiento necesarios toma en Kant la forma de tres preguntas que involucran cuestiones centrales en los debates posteriores de la tradición analítica en filosofía y la Concepción Heredada de las teorías:

¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática?»,

¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la física?», y

¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica?».

Finalmente es de destacar la influencia de John Stuart Mill (1806-1873), economista, historiador y filósofo, conocido por su defensa del inductivismo frente a una visión hipotético-deductiva de la ciencia. Diferenció cuatro tipos de métodos inductivos, a saber: método del acuerdo, de la diferencia, de las variaciones concomitantes y de los residuos. Se ocupó también de la causalidad, y sobre todo del problema de la causalidad múltiple, como la que se da cuando hay involucrada más de una causa en la producción de un efecto y distinguiendo diferentes tipos de causalidad.

2. El panorama intelectual de los siglos XIX y XX

Como se ha visto en la apretada síntesis de la sección anterior, si bien el ámbito de reflexión que hoy podría incluirse en la ‘filosofía de la ciencia’ se puede rastrear hasta la antigüedad, es posible considerar que la epistemología se inicia con pensadores de la segunda mitad del siglo XIX y se consolida institucionalmente en el siglo XX con el Círculo de Viena y algunos adherentes y seguidores. Su concreción fue resultado de procesos de diverso origen, significación y alcance tanto en la ciencia como en la filosofía. Ellos dieron lugar a una relación inédita entre filosofía y ciencia en el presente siglo, relación que presupone por un lado el proceso irreversible de la consolidación autónoma de la ciencia divorciada definitivamente de la ‘filosofía de la naturaleza’ y por otro la constitución de una nueva disciplina filosófica, la ‘filosofía de la ciencia’, que llevará a cabo una tarea también inédita en el análisis, ya no solamente del conocimiento en un sentido general, sino de ese tipo particular de conocimiento que es el conocimiento científico. Se señalarán a continuación, brevemente, los rasgos más sobresalientes que contribuyeron a la concreción de este complejo proceso.

 

2.1. La profesionalización de la ciencia

 

Aunque las grandes sociedades científicas (fundamentalmente la Royal Society inglesa, la Academie des Sciences francesa) existían desde el siglo XVII, constituían más bien clubes, no demasiado numerosos, de gentlemen interesados en la experimentación y de profesionales entrenados. La misma instrucción científica en las universidades se centraba casi exclusivamente en las matemáticas y en las disciplinas científicas ya desarrolladas, todas de fuerte estructura matemática (mecánica, astronomía, etc.). No incluía, sin embargo, entrenamiento en la investigación experimental, ni se enseñaban las disciplinas que estaban aun en proceso de constitución y que sólo disponían de muchos resultados experimentales y de teorías cualitativas y empíricas (así la física, la química, etc.). Pero, la creciente confianza en la ciencia impulsada por la Ilustración y la Revolución Francesa, condujeron a la institucionalización y profesionalización estricta de los científicos. A partir de la creación de la Politécnica de París, en 1794, se abre un periodo en que se crean nuevas universidades, o se reforman las existentes, para introducir en ellas las nuevas disciplinas y el entrenamiento en la investigación de laboratorio. El resultado es la unión de la enseñanza y el diseño de la investigación, la constitución de una comunidad científica estable, profesionalizada y claramente definida, el aumento de la comunicación entre los practicantes de la ciencia.

Lo más importante es que se hace efectivo el principio de la investigación socialmente organizada, frente a las iniciativas individuales y privadas predominantes hasta ese momento. Una consecuencia interesante de este proceso será el desarrollo e interconexión entre las distintas disciplinas.

 

2.2. El desarrollo de nuevas disciplinas y ramas de la ciencia

 

La culminación de la Revolución Científica llevada a cabo por Newton con la nueva física y la generalización de las leyes de la mecánica tanto a los fenómenos terrestres como a los celestes marcó a fuego el desarrollo posterior de la ciencia en el sentido de lograr integrar los nuevos fenómenos que se fueron detectando dentro del modelo newtoniano de partículas y fuerzas en interacción. Se vuelve hegemónica una concepción mecanicista-materialista según la cual, la ciencia proporcionaba un conocimiento inmediato de la realidad, sus observaciones eran fiables y podía dar cuenta de cualquier fenómeno merced a la combinación legalifome y causal de partículas y fuerzas materiales. En un clima de optimismo creciente se suponía que todos los aspectos de la materia y, si se quiere, de la realidad podían ser explicados desde esos supuestos. La primera mitad del s. XIX supone la integración en esa concepción de numerosos aspectos que hasta ese momento se habían considerado propiedades no sistematizadas de la materia y, por tanto, particulares de los cuerpos y objeto de explicación de la filosofía natural. El desarrollo es especialmente espectacular en física, donde la combinación entre la experimentación precisa y la teoría matemática abstracta permiten una profundidad de conocimiento y una potencia de aplicación sin precedentes. (Cf. entre otros Bernal, 1959; Randall, 1975; Cohen, 1989).

Campos y dominios nuevos pasan a ser controlados por la ciencia, conectándose y explicándose los numerosos datos y fenómenos que la filosofía experimental de la naturaleza había ido recopilando y clasificando pacientemente a lo largo del s. XVIII. Así, la electricidad y el magnetismo se unificaron, primero experimentalmente y luego teóricamente; poco después se observaron sus conexiones con la luz. Al mismo tiempo la óptica ondulatoria reformulada por Young y Fresnel es reconocida y se unifican los conceptos de calor y trabajo, dando origen a la termodinámica.

También la química alcanza un desarrollo inusitado. Esta disponía ya de fundamentos teóricos desde comienzos de siglo (la conservación de la masa y la nomenclatura química de Lavoisier, junto con la teoría atómica de Dalton) y se desarrollaba, simultáneamente, clasificando sustancias y resolviendo problemas teóricos (síntesis química, peso atómico, etc.).

La aplicación de la teoría a la experimentación facilitaría el desarrollo de la química orgánica y, junto con la observación controlada, la tabla periódica de los elementos que permite predecir las propiedades de elementos que posteriormente se irían descubriendo.

También la biología se desprende definitivamente de los preceptos aristotélicos, fundamentalmente (aunque no exclusivamente) merced a la biología evolucionista darwiniana (cf. Jacob, 1970). Algo similar ocurre con las ciencias de la tierra a partir de Hutton y Lyell (cf. Gould, 1992).

El siglo XIX marca el surgimiento, ya con una impronta netamente moderna de las ciencias sociales. Es decir, aquellos aspectos del ser humano que exceden lo biológico, comienzan a ser objeto de estudio científico, extendiéndose el alcance de la ciencia a dominios hasta entonces exclusivos de la filosofía cuando no de la religión.

El divorcio entre ciencia y filosofía se fue profundizando a la par de los crecientes contactos entre disciplinas concretas. De algún modo la irrupción de las geometrías no euclidianas viene a terminar con la idea de que podía alcanzarse un conocimiento verdadero del mundo sin necesidad de recurrir a la experiencia, es decir a través de conocimientos sintéticos a priori. Más allá de esta proclama antikantiana, se pone de manifiesto la insuficiencia de la evidencia de axiomas y postulados como criterio de verdad, al tiempo que comienza a crecer la idea que sirve de fundamento a los sistemas axiomáticos modernos.

Poco a poco va cimentándose la creencia en que la única forma de adquirir conocimiento es la experimentación combinada con la matematización, cuando sea posible, y el descubrimiento de leyes. Al mismo tiempo el modelo de ciencia por antonomasia resulta la física newtoniana y sus derivaciones. La misma se convierte en el núcleo en torno al cual se aglutinan las otras ciencias, tanto como proveedora del ‘método científico’ como por ser considerada modelo de cientificidad. Se consolida el optimismo en cuanto a que la investigación continuada acabará llevando inevitablemente a la unidad de la ciencia.

 

2.3. La ruptura de los límites de la experiencia ordinaria y del sentido común

 

El proceso de desarrollo de las ciencias –fundamentalmente las naturales- comienza, de una manera ya irreversible, a dejar de ocuparse de los fenómenos de la experiencia ordinaria para dar cuenta de las entidades y leyes que ella misma postula para explicar la realidad, utilizando de manera creciente e insoslayable términos referidos a entidades inobservables: “(…) en suma, [los científicos] buscaron validar el objetivo de comprender el mundo visible postulando un mundo invisible cuyo comportamiento era la causa de lo observable” (Laudan, 1983:55). Además, la disponibilidad de instrumental cada vez más poderoso y preciso amplía desmesuradamente la experiencia disponible, también contradiciendo muchas veces la experiencia ordinaria y, por otro lado favoreciendo la reconstrucción ideal y simplificada de algunos fenómenos en los laboratorios. La coherencia entre los nuevos desarrollos teóricos con los de otros campos científicos prevalece por sobre la correspondencia con el sentido común y la experiencia ordinaria. Este distanciamiento llega a su punto álgido con la crisis del paradigma newtoniano y el desarrollo posterior de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica.

Esta crisis que se produce en las últimas décadas del siglo XIX afecta los aspectos considerados hasta ese entonces más fiables del conocimiento científico: por un lado la concepción mecanicista-materialista como marco conceptual básico, pero también a la física clásica y a la matemática. Por ello mismo el carácter de esta crisis, precisamente afecta no solamente a una teoría o conjunto de teorías, sino también a la estructura global de la ciencia, de sus conexiones internas, de la fiabilidad y eficacia de la experimentación y de la utilización de los modelos matemáticos. De modo tal que es el propio desarrollo de la ciencia, según sus propias pautas autónomas, la que lleva a la crisis de la visión mecanicista del mundo, que constituyera su origen filosófico general, en tanto concepción general del mundo.

Los problemas concretos que llevaron a esta situación se pueden resumir, básicamente, en tres puntos (cf. Sánchez Navarro, 1992). En primer lugar, el concepto de ‘éter’ y su interpretación mecánica comenzó a chocar con la creciente evidencia empírica en contrario. Segundo, los problemas respecto de la segunda ley de la Termodinámica, que sostiene la irreversibilidad de los procesos térmicos. Puesto que el calor se entendía mecánicamente como el movimiento de las partículas de un cuerpo, la cuestión era construir un modelo mecánico de la ley. Para Lord Kelvin, la ley afirmaba la disipación de la energía y no daba ningún modelo mecánico para los procesos térmicos. Clausius, sin embargo, intentaba construir modelos mecánicos para las leyes de la Termodinámica basándose en movimientos moleculares. Así recurre al concepto de entropía que denotaba el carácter direccional de los procesos físicos. El problema se presentaba en la teoría cinética que concebía los gases como partículas en movimiento. Para dar cuenta de las propiedades de la materia y de la estructura molecular se requería una teoría estadística del movimiento molecular. Y eso, a su vez, llevaba, o bien a la violación de la ley de la entropía (pues habría moléculas individuales frías que transferirían calor a otras calientes), o bien a la interpretación estadística de la segunda ley de la Termodinámica, lo que afectaba al determinismo fuerte exigido por la concepción mecanicista. Y tercero, el proceso que llevó a la formulación de la mecánica cuántica y a la teoría de la relatividad.

Estos tres complejos procesos dieron como resultado la crisis de la concepción mecanicista-materialista y, poco después, de toda la física clásica. Y más allá de constituir un problema de sustitución de teorías, un punto fundamental respecto de estos tres problemas básicos es que dieron lugar a una serie de interrogantes y discusiones de naturaleza filosófica: ¿cuál es el status ontológico de las entidades postuladas por la ciencia?; ¿cuál es la relación entre la realidad física y las teorías?, ¿cómo se determina la verdad o la aceptabilidad de éstas?; ¿cuál es el status de los modelos teóricos?; ¿deben ser modelos mecánicos o pueden ser simplemente matemáticos?; ¿qué papel ha de asignarse a los modelos estadísticos?; ¿y a los analógicos? etc.

Los conceptos y teorías envueltos en la crisis de la física clásica están tan lejanos del conocimiento ordinario que no es posible construir una nueva filosofía de la naturaleza que los encaje en él. Lo que es más importante, la crisis se produce porque las restricciones impuestas a la ciencia por el sentido común bajo la forma del mecanicismo-materialista estaban siendo violadas. La articulación de la ciencia con el conocimiento natural y la experiencia ordinaria es, a partir de ahora, una tarea de la propia ciencia que los relativizará y modificará tras un proceso más o menos largo. Lo que se comienza a pedir de la filosofía no es que proporcione un conocimiento por sí o una síntesis abarcadora de los conocimientos proporcionados por la ciencia, sino que ayude a clarificar problemas concretos.

Las primeras respuestas ante los problemas y la crisis planteada provienen de los científicos, pero constituyen el origen de la filosofía de la ciencia dado que se trata de verdaderos problemas que la ciencia no podrá resolver a través de sus prácticas habituales y que generan cuestiones fundamentales, propias de la filosofía.

Puesto que los problemas se plantean en un momento de crisis, todas las respuestas van a tener un componente falibilista que, desde entonces, será una característica distintiva de la ciencia: el conocimiento científico no es, ni puede llegar a ser un conocimiento absoluto. Así, para Hertz las afirmaciones de la física se refieren a sectores limitados de la naturaleza y su validez se limita a ellos. Lo que la física, y por extensión la ciencia, pretende es construir imágenes de los fenómenos, imágenes que son invención humana, y no construir un cuadro exhaustivo de la naturaleza que penetre en la esencia de las cosas. Sus imágenes son decidibles por la satisfacción de ciertas condiciones intrínsecas, como la coherencia y la concordancia con los hechos experimentales conocidos, no por la correspondencia con las esencias de las cosas. Por su parte, para Planck la ciencia debe dar una imagen ordenada y coherente del mundo. Desarrollándose progresivamente va adecuándose cada vez más, en un proceso sin fin, a la estructura del mundo real, pero sólo llega a ella por aproximación. En este caso, la dificultad está en que hay un desacuerdo entre el mundo real y el de los fenómenos de la experiencia ordinaria. En consecuencia, la creencia en la realidad perdurable de la naturaleza es imprescindible para el desarrollo teórico de la ciencia, pero, al mismo tiempo, la realidad que aparece como punto de referencia final es incognoscible. Sólo queda un conocimiento aproximativo y sin final, a menos que se muestre de hecho que no se puede seguir perfeccionando la ciencia (una posición semejante es la de Meyerson con su distinción entre leyes descriptivas y predictivas de los fenómenos y leyes causales explicativas que determinan la identidad de lo que persiste a través de los cambios de la naturaleza).

Tanto Hertz como Planck están guiados por sus propias investigaciones. El primero por su trabajo experimental sobre las ondas electromagnéticas que favorecía la teoría del campo electromagnético; el segundo por la justificación de los ‘quanta’, aun más increíbles que la ‘teoría del campo’.

Pero esa misma separación entre las teorías científicas, los fenómenos y la realidad ‘teórica’ llevaba a otros autores a rechazar el realismo, incluso el más moderado, en favor de posiciones empiristas o convencionalistas. Avenarius y Mach defendían un empirismo sensitivista según el cual todas las ideas son rastreables hasta sensaciones. Los conceptos teóricos son, entonces, ficciones mentales que ayudan instrumentalmente a la sistematización y organización de las observaciones y las impresiones sensoriales, pero sólo estas tienen existencia real. Los conceptos teóricos se justifican por razones de simplicidad, economía, sencillez, etc. Así, sólo tienen validez cognitiva las afirmaciones del conocimiento empírico que pueden basarse en impresiones sensoriales. Podría pensarse que este empirismo llevaría al rechazo de los nuevos conceptos que violaban el sentido común, como el ‘campo electromagnético’, etc., pero su función era la contraria: si no hay entidades teóricas y la única función de los conceptos teóricos es ayudar a la sistematización de la experiencia, tanto da el éter como el campo electromagnético. Puesto que el primero no cumple ninguna función y sólo sirve de obstáculo, mientras el segundo sistematiza y tiene consecuencias observables, la elección es evidente. Sobre esta misma base, Mach (Kolakowski, 1988) llegaba a discutir la relevancia de nociones tan arraigadas en el sentido común y en el mecanicismo como el espacio y el tiempo absolutos. Sobre estos supuestos, Ostwald llegó a construir una teoría físico-química basada en el concepto de energía y sin hacer ninguna mención a átomos o moléculas (pese a que Ostwald, en otros aspectos, no era un empirista, sino un energetista). Ciertamente, el interés básico de Mach y Avenarius era la disputa con los neokantianos y lo que buscaban era eliminar las ‘formas’ transcendentes y las entidades extrañas que estos introducían en física (Kolakowski, 1988; Suppe, 1974), pero, una vez embarcados en esa tarea, tenían que rechazar también las numerosas entidades introducidas para satisfacer las exigencias de la explicación mecánica (en especial los átomos inobservables).

Por su parte, Duhem y Poincaré (Kolakowski, 1988) mantenían posiciones convencionalistas que intentaban evitar las dudas sobre el status ontológico de las entidades teóricas y, al mismo tiempo, reflejaban los elementos arbitrarios y los componentes formalistas (simplicidad, sencillez, coherencia, etc.) que intervenían en la construcción de teorías. Las leyes, en última instancia, eran convenciones que se mantenían por decisiones metodológicas. El único requisito era que se salvaran los fenómenos, pero, puesto que las teorías se aplican en bloque, basta con introducir en ellas los reajustes necesarios para que lo consigan. Así las razones para mantener una teoría no son empíricas, sino metodológicas, y su rechazo es, igualmente, resultado de una convención.

Más interesante aun es la polémica sobre los modelos y la explicación mecánica. El problema central es si las teorías deben construir modelos físicos o matemáticos. Puesto que, en cualquier caso, se asume el mecanicismo como visión del mundo, lo que está en discusión es cuál es la relación de estos modelos con la realidad: si meramente reflejan su estructura o si, además, deben incorporar compromisos con la existencia de ciertas entidades y si han de entenderse como homomórficos, aproximados o isomórficos con los sistemas reales. Pero, también se incluye el problema de la relación entre ciencia, visualización y sentido común cuando se discute la naturaleza de los modelos estadísticos y la exigencia de construir modelos analógicos para salvar la explicación mecánica. Incluso entra en juego la cuestión de cual es la teoría en torno a la que debe articularse el resto de la física. Durante varios años Lord Kelvin, Clausius, Maxwell y Boltzmann llevaron adelante esta disputa.

 

2.4. Desarrollo de la biología y las ciencias sociales

 

Finalmente otros dos factores fundamentales están representados por el desarrollo de la biología y, sobre todo, el nacimiento de las ciencias sociales, que permiten al conocimiento científico irrumpir en un campo hasta entonces exclusivo de la filosofía (y, en ciertos aspectos, de la religión): el estudio del ser humano.

F. Jacob, haciendo una lectura ‘interna’ de la historia de la ciencia biológica, señala que el proceso se resuelve en los siguientes pasos:

“Desde el siglo XVI vemos así aparecer en cuatro ocasiones una nueva organización (de lo viviente), una estructura de orden cada vez superior: primero, a principios del siglo XVII, la combinación de las superficies visibles, (…); después, a finales del siglo XVIII la ‘organización’, la estructura de orden dos que engloba órganos y funciones y termina por resolverse en células; le sigue, a comienzos del siglo XX los cromosomas y los genes; finalmente, a mediados de este siglo la molécula de ácido nucleico (…)”.(Jacob, 1970)

Pero también, haciendo una lectura algo más abarcativa, la biología del siglo XIX ha dado lugar a la que es, quizás, la más grande revolución cultural de Occidente a partir de la teoría darwiniana de la evolución:

“Los religiosos esperaban encontrar en el mundo animado la justificación de la divina providencia que se había perdido en las esferas celestes. En cambio, los racionalistas esperaban poder expulsar a los espíritus del universo, demostrando el funcionamiento mecánico de la materia en los fenómenos de la vida y derrumbando así todos los ingenuos mitos bíblicos acerca de la creación”. (Bernal, 1959)

Merced a una conjunción de aportes, pero fundamentalmente debido a la revolución darwiniana, la “segunda herida narcisista” de la humanidad al decir de Freud, finalmente se termina de expulsar del ámbito de lo natural los residuos aristotélico-bíblicos de un mundo teleológico. La diversidad de especies y sus cambios comienzan a tener su explicación a través de mecanismos naturales.

Finalmente, el siglo XIX es el de la consolidación de las ciencias sociales modernas; las cuales luego del impulso inicial de la ‘física social’ de A. Comte, fueron poco a poco generando sus propios campos cada vez más específicos y delimitados. La impronta de la física newtoniana como modelo de investigación, metodológico y de cientificidad, marcará a fuego durante muchas décadas las principales líneas de desarrollo de las incipientes ciencias sociales.

De hecho, la biología evolucionista darwiniana ha influido fuertemente en las ciencias sociales dando lugar a un sinnúmero de explicaciones naturalistas (evolucionistas) en los ámbitos propios de la antropología, sociología, psicología (Gould, 1986, Harris, 1978; Timasheff, 1955)

Como consecuencia de la combinación de estos cuatro factores, la ciencia moderna adquiere características inéditas, a la par que se apropia de campos reservados hasta ese momento a la filosofía, cuando no a la religión, y culmina presentándose como la única forma genuina de conocimiento.

 

2.5. El ambiente filosófico

 

Paralelamente al proceso sumariamente descripto de expansión-generación de nuevos problemas en el ámbito científico, a finales del siglo XIX y comienzos del XX se producían otras dos circunstancias que afectaron a la filosofía y llevaron al establecimiento de nuevas relaciones con la ciencia. El desarrollo de la lógica matemática y lo que dio en llamarse el “giro lingüístico”.

De acuerdo a lo adelantado anteriormente, la ciencia volvía a plantear problemas filosóficos, aunque ahora de naturaleza distinta a los tradicionales. Crecía la idea de que hacía falta algún instrumento que permitiera afrontarlos con precisión y un mínimo de efectividad, dado que ni la lógica tradicional, (cf. R. Gómez, 1980) ni los métodos clásicos de la filosofía, desarrollados para la reflexión sobre el conocimiento ordinario y el sentido común, servían para afrontar los complejos problemas planteados por la ciencia. Este instrumento se estaba desarrollando como consecuencia de la crisis de fundamentos de la matemática paralela a la crisis de la física clásica: se trata de la lógica formal o lógica matemática.

Los fundamentos iniciales los pone Boole, que propone un álgebra ‘simbólica’, que puede interpretarse como clases o como enunciados y que recalca la importancia del uso del formalismo. Pero el empuje principal vendría de los intentos de fundamentar la aritmética y definir con precisión el concepto de número. El paso fundamental lo da Frege, cuyo interés básico era dar una definición lógica del número y, a partir de ahí, logra una estructura lógica a la teoría de los números, reduciendo la aritmética a lógica. Aunque no consiguió lo que pretendía, su trabajo fijó las características centrales de la lógica matemática: su naturaleza formal y su estructura deductiva.

A partir del mismo intento de fundamentación de la aritmética Peano construye un sistema axiomático (mediante el método genético) que permite deducir las propiedades de los números. Estudia las propiedades de los sistemas axiomáticos de tal modo que llega a fijar dos características básicas de los mismos: la consistencia (de un sistema deductivo no pueden deducirse un enunciado y su negación) y la independencia de los axiomas (que ninguno de ellos sea deducible como teorema a partir de los otros). Hillbert llevo a cabo estudios semejantes en la metamatemática, como el estudio de los sistemas deductivos. Su primera aplicación fue la axiomatización formal de la geometría euclideana y que, pasado el tiempo, constituiría el modelo de reconstrucción lógica de una teoría científica. La constitución definitiva de la lógica matemática tiene lugar con la publicación a principios de siglo de los Principia Mathematica de Russell y Whitehead, que constituyen su primera exposición axiomatizada, completa y sistemática. Pero, además, la nueva lógica había mostrado su potencia en el análisis de fundamentos y de la consistencia, al resolver varias paradojas que se plantearon en teoría de conjuntos y en su propio seno. Se disponía así de un instrumento preciso, potente y, al mismo tiempo, de gran tradición filosófica para llevar a cabo el análisis de la ciencia.

En los primeros años de este siglo, entonces, se conforma un clima adecuado para que la filosofía cambie de rumbo. La ciencia no sólo se ha separado de la filosofía en el sentido tradicional, sino que se ha estructurado y ha ampliado su campo de estudio a todos los aspectos de la realidad. Se la reconoce como la forma más desarrollada y genuina de conocimiento. Pero también ha mostrado que puede tener problemas sobre los cuales llevar a cabo una reflexión filosófica.

El abandono de la física clásica y la construcción de la Teoría de la Relatividad y la Mecánica Cuántica son una prueba clara de la capacidad de autocorreción de la ciencia. Y también son una prueba de que un análisis y reflexión continuos sobre su método, estructura y criterios de validación podrían ayudar a evitar crisis tan profundas como la padecida a finales del s. XIX. Es más, esos análisis ponen de manifiesto la estructura interna de las teorías, los procesos de su aplicación al mundo y de su contrastación, la conexión entre las afirmaciones teóricas más abstractas y la experiencia. Todo ello es tarea adecuada para un análisis filosófico de la ciencia. Se dispone, además, de la lógica para llevar a cabo esa tarea de reflexión. Nada impedía entonces, la construcción de una Filosofía de la Ciencia precisa, empírica y que recurriera a la lógica como método de investigación de modo semejante a lo que hace la física con la matemática; una Filosofía de la Ciencia que pudiera parecerse a la ciencia, cuya prioridad reconoce, y que no se parece en casi nada a la antigua Filosofía de la Naturaleza. La filosofía de la ciencia se consolidará con esa impronta que signará su desarrollo durante al menos cincuenta años.

Una buena parte de la reflexión filosófica adquiere un carácter peculiar en tanto deja de presentarse como una forma genuina de conocimiento para convertirse en una reflexión de segundo nivel sobre las formas concretas del conocimiento humano, utilizando como método propio el análisis lógico de los lenguajes en que esas formas de conocimiento se formulan. De tal modo, la Filosofía de la Ciencia intenta constituirse en una reflexión sobre la naturaleza y características del conocimiento científico, aunque de ningún modo será una tarea descriptiva. Esta filosofía de la ciencia tendrá un carácter eminentemente prescriptivo al tiempo que fundacionalista: busca establecer las condiciones necesarias y suficientes para que un conjunto de afirmaciones pueda ser considerado ‘ciencia’. La filosofía de la ciencia busca ocupar el lugar del guardián de la pureza de la ciencia y ser el árbitro último capaz de distinguir el conocimiento genuino del que no lo es.

En buena parte de la filosofía europea se produce lo que dio en llamarse el ‘giro lingüístico’, que, basándose en el supuesto de que el conocimiento era un reflejo fiel y neutral de lo conocido, preconizaba el estudio del lenguaje en que se describe la realidad y se formula el conocimiento como la forma más objetiva e intersubjetiva de conocimiento. Complementariamente, comienza a crecer con fuerza la idea que será piedra angular de toda la tradición que, generalmente simplificando indebida y exageradamente las cosas (cf. Suppe, 1974; Acero, 1985) se denomina filosofía analítica: los problemas filosóficos son problemas lingüísticos; problemas cuya solución exige enmendar, volver a esculpir nuestro lenguaje o cuando menos, hacernos una idea más cabal de sus mecanismos y de su uso. La filosofía se convierte en (o se reduce a) el análisis del lenguaje (Frege, 1879). Tanto la filosofía del lenguaje como la filosofía de ese lenguaje particular que es la ciencia se derivan de este ‘estilo’ de pensamiento (Acero Fernández, 1987, Passmore, 1957).

La actividad dilucidatoria de los enunciados, característica fundamental de todo el movimiento analítico, comienza con las tareas de fundamentación lógica de la matemática, emprendidas por Russell y Whitehead con la publicación sobre todo de Principia mathematica (1910-1913), obra que, siguiendo los estudios iniciales de G. Frege, funda el lenguaje riguroso de la lógica que permite evitar las ambigüedades y confusiones del uso del lenguaje ordinario; a esta obra se añade la de Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1921), dedicada también a la estructura lógica del lenguaje y centrada en la cuestión de lo que “se puede decir”; Russell y Wittgenstein comparten una misma perspectiva lingüística de la realidad, la del atomismo lógico, según la cual mundo y lenguaje muestran una misma estructura común o “figura lógica”; por ser el lenguaje el espejo del mundo, en él se refleja su naturaleza. De ahí surge la idea fundamental de que la realidad sólo se comprende a través del lenguaje, porque éste es el reflejo de la realidad (teoría especular del lenguaje, que sustituye a la teoría especular de la idea del s. XVII)y que el conocimiento no consiste más que en el análisis del lenguaje. En un primer momento, el análisis del lenguaje se confía a la Lógica sistematizada en los Principia mathematica, esto es, a un lenguaje formal de lógica de enunciados y de predicados, con el que Russell reduce los enunciados compuestos a enunciados simples a fin de descubrir en ellos los elementos simples que se corresponden con los hechos simples del mundo o con los hechos atómicos (Wittgenstein); también el Tractatus sigue por la senda de descubrir la estructura lógica del lenguaje. A esta fase inicial de la filosofía del análisis, sigue una segunda fase de decisivo influjo del Tractatus sobre el Círculo de Viena de donde surge el neopositivismo. Éste añade al movimiento analítico una clara postura antimetafísica, al establecer la venficabilidad como criterio de significado, considerando que todo enunciado metafísico carece de sentido, una vez sometido al análisis lógico (tal como sostiene Carnap en La superación de la metafísica mediante el análisis lógico del lenguaje, 1931).

W.V.O. Quine ha atribuido a esta fase el procedimiento, que él denomina “ascenso semántico”, mediante el cual en vez de hablar de cosas y objetos, hablamos del lenguaje con que hablamos de las cosas para evitar las engorrosas cuestiones que se refieren a la existencia de las cosas. Es también el periodo más significativo de la filosofía analítica. Sigue una tercera fase que corresponde a la vuelta de Wittgenstein a Cambridge, en 1929, y al cambio de su filosofía, que se conoce como “segundo Wittgenstein”, expuesta sobre todo en Investigaciones filosóficas (publicadas póstumamente en 1952) y que se centra, no en el análisis lógico del lenguaje, sino en los usos cotidianos del llamado lenguaje ordinario. Son también los años de las críticas de Gödel al formalismo Lógico. Esta filosofía analítica, llamada del lenguaje ordinario, tiene en cuenta la pragmática del lenguaje y contempla el lenguaje, no en su aspecto de reflejo especular de la realidad, sin en una perspectiva más amplia como una actividad y hasta una forma de vida; el análisis del lenguaje no busca su reinterpretación según una sintaxis lógica rigurosa -un cálculo lógico- sino su esclarecimiento a través del reconocimiento de las características naturales del lenguaje vivo, que integra múltiples juegos y funciones del lenguaje, y la pluralidad de usos y contextos lingüísticos.


  1. Suele señalarse la aparición de las geometrías no euclideanas, en el siglo XIX, como el episodio que destruyó esta confianza.
  2. Esta idea se expresa básicamente en la fórmula «afirmar de lo que es que es y de lo que no es que no es, es la verdad, y afirmar de lo que no es que es y de lo que es que no es es, la falsedad»


8 comentarios

  1. Ivana 16/02/2017 11:34 am

    Muy buen texto… lo estamos usando en la facultad.

  2. Luis Mejias 10/10/2017 1:11 am

    Excelente

  3. Liz Medrano 10/10/2017 1:14 am

    Muy bueno

  4. Francisco Gómez 07/11/2017 5:22 am

    Muy bueno el artículo. Lástima que no se pueda acceder a éste a través de formas diferentes a la paga.

  5. librolab 26/12/2017 9:56 pm

    Estimado Francisco: el artículo puede leerse completo, de manera gratuita, desde la web. Si necesita descargar el libro, puede comprarlo desde aquí:
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    Saludos!

  6. gilbert 23/08/2019 2:40 pm

    Genial el artículo. Me ayudará muchísimo

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