De modo análogo a la investigación sobre la rama automotriz presentada en los tres capítulos precedentes, estructuraremos el estudio del sector petrolero en base a dos ejes metodológicos: el énfasis en el desarrollo de la industria global para la investigación del proceso nacional y la exploración de los modos concretos en que el desenvolvimiento de las empresas multinacionales y las políticas estatales mediaron en aquél desarrollo unitario entre contenido mundial y forma nacional de la acumulación de capital. Consecuentemente, la exposición se estructurará de modo similar: el presente capítulo estudiará el desarrollo de la industria petrolera mundial y de los capitales multinacionales de la rama hasta fines de la década de 1950, antes de concentrarnos, en los capítulos 5 y 6, en la industria petrolera argentina.
Particularidad de la industria petrolera
No caben dudas de que la industria automotriz, que estudiamos en la primera parte de esta tesis, es una rama industrial normal, en el sentido de que las determinaciones del modo de producción capitalista se manifiestan directamente de manera simple. La industria petrolera, en cambio, es muchas veces presentada como ejemplo de lo contrario, esto es, como una rama donde no rige la normalidad de la determinación económica. Así, en la historia de esta industria suele enfatizarse la influencia de las relaciones políticas entre las empresas y los estados, y entre éstos entre sí. En Argentina, la cuestión petrolera ha estado muchas veces en el eje de las discusiones políticas, quizá de un modo desproporcionado con la importancia económica real de la rama en el desarrollo de la acumulación de capital en el país. No es nuestro propósito avanzar en una explicación de esta forma especial que presenta el desarrollo de la acumulación de capital en la rama petrolera, pero esta observación nos permite introducir la discusión sobre las particularidades de la rama desde el punto de vista económico. Como ya señalamos en la introducción, es en buena medida la existencia de características específicas en la industria petrolera —la mayoría de ellas compartidas, no obstante, por el sector primario en general— la que justifica su selección como caso de estudio de esta tesis, junto al caso automotriz como representante clásico de producción industrial.
Vale abundar aquí que en esta tesis nos concentramos en la producción petrolera propiamente dicha, esto es, la que consiste en producir, por medio de la extracción minera, el petróleo crudo como valor de uso. Este valor de uso es insumo de una multiplicidad de procesos industriales que lo transforman en otros valores de uso, muchos de los cuales entran a su vez en nuevos procesos productivos. Además, muchos capitales individuales petroleros integran en su ciclo la producción de estos “derivados” del petróleo, en particular los combustibles. Con todo, la única porción del proceso productivo que es una actividad primaria es la extractiva. Ésta es la primera justificación del recorte de nuestro estudio en esta etapa, usualmente llamada “aguas arriba” o upstream. Otra razón que motiva el recorte se deriva del objeto de estudio esta tesis. En efecto, en nuestro período de estudio, la expansión del capital extranjero en Argentina se concentró en el upstream, esto es, en la exploración y extracción de crudo. En cambio, en refinación y comercialización —el downstream— los capitales extranjeros venían operando desde las primeras décadas del siglo XX. En lo sucesivo, cuando utilicemos los términos “industria petrolera”, “capital petrolero”, etc., nos estaremos refiriendo a las actividades de exploración y extracción.
Comencemos entonces por señalar en qué sentido la producción petrolera es una producción industrial como cualquier otra. Capital industrial es, siguiendo a Marx, cualquier capital que en el desarrollo de su ciclo de valorización adopta sucesivamente las formas funcionales de capital dinero, capital productivo y capital mercantil:
Las dos formas que adopta el valor de capital dentro de sus fases de circulación son las de capital dinerario y capital mercantil, su forma correspondiente a la fase de producción es la de capital productivo. El capital que en el transcurso de su ciclo global adopta y vuelve a abandonar estas formas, y que en cada una de ellas cumple la función que corresponde a dicha forma, es el capital industrial, industrial aquí en el sentido de que abarca todo ramo de la producción explotado en forma capitalista[2].
De acuerdo a esta determinación, el capital industrial se diferencia del comercial y del capital que devenga interés porque una fase de su ciclo se desarrolla en la esfera de la producción, mientras que los otros dos tipos de capital se limitan a la esfera de la circulación[3]. Como capital industrial, entonces, la valorización normal del capital petrolero tiene por condición el asumir la forma de capital productivo para producir valores de uso. Pero, como es el caso de todo capital industrial, resulta condición para su valorización normal, es decir, a la tasa general de ganancia, que el trabajo que pone en acción se efectúe con la productividad normal de la rama.
Es en este punto donde aparece la particularidad de la producción petrolera, que en su forma general es compartida con todas las producciones primarias. En estas ramas no existe una productividad normal determinada simplemente por el desarrollo técnico, como ocurre con la generalidad de las ramas industriales. En la industria minera, así como en la agraria, la productividad del trabajo está subordinada a condicionamientos naturales diferenciales no controlables por el capital. Es decir, se trata de diferencias entre las tierras sobre las que se desarrolla el proceso de trabajo que determinan diferentes productividades del trabajo, sin que sea posible eliminarlas por medio de una inversión rentable. Este hecho tiene una serie de consecuencias relevantes para nuestro estudio.
En primer lugar, en el caso de la producción petrolera el condicionamiento natural tiene una determinación absoluta en cuanto al lugar donde puede desarrollarse la producción, pues es obvio que sólo puede extraerse petróleo en las zonas geográficas que disponen del recurso. Una segunda consecuencia, más significativa, es que la capacidad de aumentar la productividad del trabajo no depende simplemente de la inversión del capital y del desarrollo técnico sino también de la localización de la producción en las regiones de condicionamientos naturales relativamente más favorables. En conjunto, estos dos aspectos implican que la internacionalización del capital tiene determinaciones diferentes a las de una rama industrial simple. En la producción industrial simple, como es el caso de la rama automotriz que estudiamos anteriormente, la producción arranca y se desarrolla “naturalmente” en los países en los que la producción industrial en general más se ha desarrollado y que, por tanto, disponen de fuerza de trabajo lo suficientemente calificada y cuentan con los mayores mercados internos. La internacionalización de los procesos de producción hacia otras regiones que no presentan la forma nacional clásica de la acumulación[4] se desarrolla, como hemos visto, como consecuencia directa de los cambios técnicos del proceso de trabajo. En cambio, como veremos, la internacionalización de los capitales petroleros está mediada, adicionalmente, por el condicionamiento natural diferencial al desarrollo de la productividad del trabajo.
Antes de adentrarnos en la historia de este proceso resulta útil señalar dos aspectos relacionados con los condicionamientos naturales sobre la productividad del trabajo en la rama. En primer lugar, ellos limitan específicamente el desarrollo técnico al imponer la dispersión espacial de la industria. La existencia de reservas de petróleo en diversas regiones del planeta supone por sí misma una relativa desconcentración de la inversión de capital, en tanto que la demanda mundial excede largamente la producción efectiva de cualquier región en particular[5]. A esto se suman las condiciones técnicas de la extracción del petróleo, en cuanto la necesidad usual de extraer el petróleo de cada yacimiento por medio de múltiples pozos impone aún más la dispersión técnica de la producción[6]. Todo ello constituye una limitación al aumento de la escala de la extracción petrolera que no se presenta en la industria en general. Como veremos luego, no obstante, el desarrollo tecnológico también influyó en el sentido contrario, esto es, incentivando la concentración relativa del capital, en particular a partir de mediados de la década treinta. Como resultado, la estructura de la industria petrolera se caracterizó, por un lado, por la existencia de literalmente miles de pequeñas empresas, pero, por otro, también por una cantidad relativamente grande de capitales de gran tamaño[7].
El segundo aspecto a tener en cuenta es el efecto de estas determinaciones materiales específicas sobre las formas de valorización de los capitales invertidos en la rama. Porque sucede que estos capitales tienen diversos costos de producción de acuerdo a la diferente productividad del trabajo que ponen en movimiento, en razón de las condiciones naturales variables de los yacimientos. Y, puesto que la necesidad social de petróleo lleva el precio comercial hasta el punto en el cual el capital invertido en la peor tierra obtiene una ganancia media, los capitales invertidos en las mejores obtienen una ganancia extraordinaria permanente. En su determinación más simple, la consecuente competencia entre los capitalistas por producir en las mejores tierras resulta en la apropiación de la ganancia extraordinaria por los dueños de las tierras petroleras bajo la forma de un canon de arrendamiento, o renta de la tierra. Esta es la determinación de la renta diferencial de la tierra, en este caso, petrolera[8].
Sin embargo, en la producción petrolera esta determinación simple de la transformación de ganancia extraordinaria en renta apropiada por los terratenientes no se realizó siempre de manera inmediata. En primer lugar, a diferencia de la rama agraria donde la propiedad privada sobre la tierra se encuentra generalizada, en la rama petrolera el caso predominante son formas variables de propiedad estatal del subsuelo, diferenciada de la propiedad superficial, con la excepción no menor de los EUA[9]. No obstante, la propiedad estatal del subsuelo no significa que la renta petrolera desaparezca, pues las condiciones naturales diferenciales que le dan origen no dependen de las formas de propiedad; lo que puede modificarse son las formas y los sujetos de su apropiación. Este aspecto de la producción petrolera, el ligado a la apropiación de la renta petrolera y su influencia en las condiciones de valorización de los capitales, será otro punto a tener en cuenta en nuestro desarrollo subsiguiente.
Una segunda particularidad de la rama petrolera (y, en general, de la minería) respecto de las producciones agrarias se relaciona con la mayor capacidad del propietario del recurso natural para imponer un precio que vaya incluso más allá del determinado por la productividad del trabajo de la peor tierra. Se trata de la capacidad de limitar el uso de su recurso natural de modo de reducir la producción y, por tanto, de forzar un aumento de precios. Esta mayor capacidad del terrateniente petrolero respecto del agrario se funda, en última instancia, en el carácter no reproducible de la condición natural monopolizada que le permite retirar individualmente su tierra sin que ello redunde en una pérdida irreparable de la base material de su renta, como le sucedería al terrateniente agrario si en un determinado año no permitiera al capital operar en su tierra. En este sentido, las reservas petroleras son asimilables a “una bolsa de riqueza social de una cierta magnitud, cuya realización [los terratenientes] pueden hacer fluir en el tiempo hasta dejarla vacía”[10]. Sobre la base de esta determinación, los terratenientes petroleros mostraron, durante diferentes períodos de la historia, una cierta capacidad de restringir la producción con el objeto de ampliar la magnitud de la renta total. Este aumento de la renta, aunque originada en el ejercicio de simple monopolio, luego se convierte en una renta diferencial, en la medida en que el mayor precio comercial impuesto permite la inversión de capital en tierras que de otro modo no podrían ponerse en producción. En otras palabras, los terratenientes petroleros tienen una mayor capacidad, respecto de sus contrapartes agrarios, de determinar cuál es la tierra marginal. Esta determinación juega también un papel importante en la historia de la producción capitalista de petróleo.
La suma de estas determinaciones materiales y sociales de la producción petrolera implican que, para el capital individual, el aumento de la productividad del trabajo para obtener mayores ganancias toma también la forma —al lado del desarrollo técnico— de la expansión geográfica sobre las regiones con las mejores condiciones naturales. Y esto es así aunque, a largo plazo, las ganancias extraordinarias así obtenibles tiendan a escapárseles a manos del terrateniente de aquellos recursos, sea éste una persona o un Estado nacional. La historia de la industria petrolera muestra, sin embargo, que los capitales petroleros han logrado capturar parte de la renta petrolera durante períodos históricos más o menos prolongados, aunque progresivamente esta apropiación parece haber ido disminuyendo proporcionalmente. Y, aunque en definitiva terminen perdiendo toda la renta, o la mayor parte de ella, las regiones con las mejores condiciones naturales les permiten aumentar su producción y valorizar su capital a la tasa normal de ganancia, mientras que las inversiones en las regiones con peores condiciones naturales pueden verse constantemente amenazadas de convertirse, de inversiones marginales, en “extra marginales”.
Esta búsqueda de ganancias extraordinarias ha sido el motivo impulsor de la expansión internacional de los capitales petroleros de los países clásicos. Pero, para el conjunto del capital social, lo que está en juego con la incorporación de las mejores tierras —y el consecuente desplazamiento de las peores— es el incremento de la productividad del trabajo en la rama para producir plusvalía relativa. En efecto, el abaratamiento del petróleo, en tanto éste entra indirectamente en el consumo de los obreros, reduce el valor de la fuerza de trabajo que explota el capital[11]. En este sentido, la expansión capitalista del siglo XX sobre los territorios petroleros cuyas condiciones naturales resultan particularmente favorables para la productividad del trabajo extractivo comparte en esencia la misma determinación que el desarrollo de la acumulación en los países productores de mercancías agrarias durante el siglo XIX.
Sin embargo, también del mismo modo que en el caso de los países exportadores de mercancías agrarias, el aumento de la producción de plusvalía relativa que deriva de la incorporación de las mejores tierras petroleras encierra, al mismo tiempo, una tendencia contrapuesta[12]. La renta de la tierra siempre constituye una deducción de la plusvalía que produce el capital, pero cuando las mejores tierras se encuentran en países diferentes a los que concentran el grueso de la producción industrial, el proceso de acumulación del capital de los países clásicos asume una forma contradictoria en su vinculación con los países petroleros. El abaratamiento de la fuerza de trabajo de los primeros países gracias al aumento de la productividad promedio del trabajo extractor de petróleo crudo se presenta, desde el punto de vista de los procesos nacionales de acumulación de los países clásicos, no sólo como un aumento de la capacidad de producir plusvalía por el capital que se valoriza a su interior, sino también como un drenaje de plusvalor que va a parar a los países petroleros, portado en precios comerciales que se ubican muy por encima de los costos de producción de dichos países. Es decir, una parte de la plusvalía producida dentro del ciclo del capital industrial de los países clásicos, donde se concentraba por excelencia la producción industrial en general, debe ser cedida a los terratenientes de los países petroleros bajo la forma de renta de la tierra. Una vez más de modo semejante al caso de los países especializados en la producción agraria, el capital de los países clásicos participa del proceso de acumulación de los países petroleros con el objeto de recuperar parte de la plusvalía perdida originalmente. Como veremos en el próximo apartado, ambas caras de la determinación de la incorporación de las regiones petroleras forman parte de las determinaciones de la internacionalización de los capitales individuales de la rama.
El surgimiento de los capitales individuales de la rama
El origen histórico de la industria petrolera moderna tuvo lugar en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos, país que se caracterizaba crecientemente por la producción de mercancías industriales en general. Es decir, la industria petrolera se desarrolló en un comienzo en tierras ubicadas dentro un ámbito nacional que presentaba la forma nacional clásica de la acumulación de capital. Aunque luego quedaría claro que los yacimientos petroleros de Pennsylvania —los primeros en ser explotados— no eran los que reunían las mejores condiciones naturales, ellos estaban ubicados en la región noreste de Estados Unidos, donde se concentraba el proceso de acumulación del capital industrial en ese país y, por tanto, donde existía un importante mercado de consumo.
La introducción en 1859 de la primera máquina de perforación, impulsada a vapor, permitió la producción de crudo en volumen suficiente para hacer viable la producción de querosén en gran escala para la iluminación de las ciudades, que fue la principal fuente de demanda para la industria hasta el cambio de siglo[13]. Ya en esta primera etapa de la producción petrolera se manifestaba la importancia de las condiciones naturales en el desarrollo de la industria. A diferencia de la mayoría de las producciones industriales de Estados Unidos, orientadas aún hacia el mercado interno, la petrolera se desarrolló tempranamente sobre la base de la exportación hacia Europa: hacia mediados de la década de 1880, casi el 70% del querosén refinado tenía ese destino[14]. La acumulación del capital petrolero norteamericano, entonces, estaba potenciada por las condiciones naturales ya no diferenciales sino absolutas respecto de los países europeos, que constituían el principal mercado del momento pero carecían de reservas petroleras explotables comercialmente.
Es en esta primera etapa de la producción petrolera, que va desde la primera perforación en Pennsylvania hasta la primera guerra mundial, cuando se forman la mayoría de los capitales individuales que caracterizaron a la acumulación de capital en la rama petrolera a nivel mundial durante buena parte del siglo XX. En este proceso de formación de la estructura global de la industria existe una diferencia importante entre los capitales estadounidenses y los de Europa Occidental, relacionada con la ya mencionada inexistencia de reservas petroleras en esta última región.
En Estados Unidos, los primeros años de la producción petrolera se caracterizaron por la existencia de gran cantidad de empresas, tanto en la extracción como en la refinación. Pero ya en 1870 Standard Oil comenzó un proceso de centralización acelerado basado en su actividad original, la refinación, etapa en la cual las economías de escala eran mucho mayores que en la extracción. Así, el primer paso de Standard Oil fue el aumento de la escala de refinación mediante fusiones y, sobre la base de esta ventaja productiva, logró primero abaratar sus costos de transporte y comercialización y luego directamente absorber dentro de la empresa estas actividades[15]. La extracción de petróleo se mantuvo en manos de una gran cantidad de capitales menores, llamados “independientes”. A principios de la década de 1880, Standard Oil controlaba el 90% de las refinerías, la mayoría de los tanques para el transporte ferroviario y tenía la mayor flota marítima de transporte[16].
En las últimas dos décadas del siglo XIX, la aparición de nuevas áreas de producción petrolera en el mundo daría origen a los capitales petroleros europeos. Royal Dutch Shell surgió de la fusión de dos capitales individuales distintos. Uno de ellos, Shell Transport and Trading Company, se desarrolló sobre la base de la innovación técnica en el transporte de crudo, especialmente el marítimo. Se convirtió así en la principal transportadora y comercializadora del petróleo ruso de la región del Cáucaso, cuya extracción era realizada por varios capitales individuales, en su mayoría de países de Europa Occidental (los más importantes de ellos eran Branobel y Rothschild). Por otro lado, Royal Dutch Company había descubierto reservas petroleras en la colonia holandesa en Indonesia, y se asoció rápidamente con Shell para su transporte y comercialización en Europa. La fusión entre ambas empresas se concretó en la primera década del siglo XX[17].
Así, las dos primeras multinacionales petroleras, Standard Oil y Royal Dutch Shell (en adelante, Shell) muestran, entonces, diferentes procesos de internacionalización. La primera surgió de la concentración y centralización del capital en la etapa de refinación, en el interior de su propio espacio nacional. Así, su inversión en capital productivo se concentra en su país de origen, mientras que las inversiones en el extranjero tienen su eje en la comercialización de los productos elaborados internamente. En este sentido, su expansión internacional siguió, a grandes rasgos, la forma clásica asociada usualmente con las empresas norteamericanas[18]. Shell, en cambio, surgió desde el comienzo como una empresa cuyo proceso productivo (incluyendo extracción y refinación) estaba dividido en diferentes países que, además, eran distintos a la nacionalidad de la empresa. En este caso la unidad del ciclo del capital individual era inmediatamente global, pues ninguna etapa del proceso productivo estaba delimitada dentro de un único espacio nacional. Ambas empresas, por otro lado, se centraban en las etapas de downstream, de modo que, pese a tener también actividades de exploración y extracción, operaban en buena medida con petróleo producido por capitales independientes de ellas.
En los 15 años que van desde 1900 hasta la primera guerra mundial surgieron varios nuevos capitales individuales que se sumarían a estas dos primeras multinacionales petroleras. En EUA, el predominio de la Standard Oil, basado en el control sobre los capitales independientes que producían en Pennsylvania, se vio erosionado por la aparición de nuevas regiones (Texas y California, entre ellas). Surgieron allí nuevas empresas independientes de Standard Oil, centradas en las etapas de exploración y extracción de petróleo, pero que pronto comenzaron a integrarse verticalmente hacia la refinación: Texaco, Gulf Oil y Union Oil (luego Unocal) eran las más importantes. Además de esta competencia externa, en 1911 la Corte Suprema estadounidense obligó a dividir a la Standard Oil en más de 30 empresas independientes. De ellas, varias tenían el tamaño suficiente como para seguir formando parte de las empresas más grandes del sector: Standard Oil of New Jersey (SONJ, luego Exxon), Standard Oil of New York (Socony, luego Mobil), Standard Oil of California (Socal, luego Chevron) y Standard Oil of Indiana (luego Amoco)[19]. Aunque las descendientes de la Standard Oil estaban predominantemente basadas en la refinación mientras que las restantes habían surgido como extractoras, hacia 1920 las principales empresas estadounidenses tenían inversiones en todas las etapas, aunque ninguna de ellas buscó un balance completo entre las diferentes actividades[20].
Contemporáneamente a estos procesos de descentralización de la industria petrolera norteamericana se produjo el despegue de la producción automotriz, gracias a la introducción de las técnicas de producción en serie. En 1910, consecuentemente, las gasolinas sobrepasaron al kerosene como principal derivado del petróleo. El petróleo comenzó a ser usado también como combustible naval e industrial, como lubricante y como materia prima de otras industrias. De hecho, el incremento de la demanda de productos petroleros fue la otra pata sobre la que se desarrolló la proliferación de capitales individuales estadounidenses que acabamos de mencionar. En Europa, la creciente importancia del petróleo llevó a los estados europeos, y en particular al inglés, a buscar formas de acceder a reservas petroleras, de modo de garantizar el abasto continuado de la demanda interna. Así, el Estado inglés aportó capital en la Anglo Persian Oil Company (la actual British Petroleum), una empresa privada que había logrado una concesión que cubría la mayor parte del territorio de Persia (actualmente Irán), pero cuyo capital operativo se había agotado y estaba al borde de la quiebra[21]. Como resultado, la empresa se convirtió en una empresa mixta, en la cual el Estado británico controlaba el 51% de las acciones, con representación en la junta directiva de la empresa y poder de veto en las decisiones. No obstante, la empresa continuó operando de manera formalmente independiente y sus estatutos le exigían operar como si fuera una empresa privada cualquiera[22].
Hacia 1914, entonces, se habían conformado las principales empresas que protagonizaron el desarrollo de la industria petrolera global durante el siguiente medio siglo. En la inmediata primera posguerra, además de las dos empresas europeas (British Petroleum y Shell), la única estadounidense con un alcance multinacional semejante era Exxon, que había heredado las inversiones internacionales de la antigua Standard Oil. Durante la década del veinte se sumarían otras cuatro empresas norteamericanas: Chevron, Mobil, Gulf y Texaco. Estas empresas, junto con las tres anteriores, conformarían el grupo usualmente denominado “siete hermanas” que dominarían la escena internacional durante las siguientes décadas. Otros capitales estadounidenses importantes en cuanto a su tamaño, como Amoco y Unocal, se concentraron en la producción doméstica (aunque el primero de ellos incursiona brevemente en Venezuela durante los años veinte), razón por la cual no se las incluye en grupo mencionado.
En definitiva, hacia los años veinte se había conformado la estructura de la industria petrolera mundial, en torno a relativamente pocos capitales individuales, en contraste con la situación vigente dentro de Estados Unidos, país en el que se había originado la industria y que producía, para entonces, más del 60% de la producción mundial. En el próximo apartado nos concentraremos en la evolución de dicha estructura de capitales individuales en las siguientes décadas.
La estructura global de la industria petrolera: capitales privados y estados nacionales
Al carecer de reservas petroleras en sus países de origen, las empresas europeas fueron las primeras en la búsqueda de concesiones en regiones exteriores a los países clásicos de la acumulación de capital. Así, antes de la primera guerra mundial, Shell había sumado a la producción en Indonesia —que databa de fines del siglo XIX—, actividades en Rusia y, por su parte, British Petroleum (Anglo Persian por entonces[23]) había obtenido las primeras concesiones en Medio Oriente. Pero en la década de 1920 la expansión internacional de los capitales petroleros tomó nuevo impulso con la participación activa de las empresas norteamericanas, en el marco de una situación en la que se combinaba la percepción acerca de un probable y cercano agotamiento de las reservas de EUA[24], la creciente demanda mundial de derivados[25] y la pérdida de la región del Cáucaso por las nacionalizaciones soviéticas[26]. Como veremos, el proceso de acceso a tierras petroleras para la exploración en diversas regiones del mundo por los capitales petroleros norteamericanos y europeos se realizó por medio de la acción política directa de los estados nacionales en la negociación de las concesiones (aunque, ciertamente, bajo diversas modalidades e intensidad). Los focos de la expansión en esta época fueron América Latina y, algo posteriormente, Medio Oriente.
En América Latina la expansión había comenzado ya en la preguerra en México, por la cercanía con la producción del estado de Texas. Sin embargo, no fueron empresas norteamericanas sino una empresa británica (que sería adquirida en 1919 por Shell) la que descubrió el primer yacimiento importante, cuya explotación convirtió a México en el tercer productor mundial para 1914 y en el segundo para 1921. El destino mayoritario de la producción era el mercado de EUA, llegando a representar hacia el fin de la primera guerra mundial el 14% de éste. Sin embargo, luego de este primer boom, la industria petrolera mexicana entró en un estancamiento, en parte por el enfrentamiento entre el Estado nacional y las empresas extranjeras, y en parte por el descubrimiento en Venezuela de yacimientos con una productividad del trabajo sustancialmente más alta[27].
Durante la década del veinte, entonces, se desarrolló la producción venezolana con el traslado de operaciones e inversiones de las empresas que hasta entonces operaban en México. En adición al elevado rendimiento de los pozos, en Venezuela las empresas encuentraron un régimen político que les garantizaba condiciones más favorables aún que las concesiones predominantes en medio oriente[28]. Varias empresas norteamericanas —entre ellas Exxon, Gulf, Texaco, Amoco y Mobil— se sumaron a Shell, que ya producía en este país desde la década anterior. La producción creció hasta que Venezuela se consolidó en los años treinta como el tercer productor mundial y como principal exportador. Los principales capitales dentro de este país, para entonces, eran Exxon y Shell, cuya producción sumada era más del 90% de la total[29].
Mientras tanto, la exploración petrolera también se desarrolló dentro de los EUA. En este país, los capitales más grandes, que continuaban centrados en la refinación, transporte y comercialización, aumentaron su “integración hacia atrás”, esto es, aumentaron las inversiones en la exploración y extracción de crudo por medio del arriendo de tierras. Esto tuvo el doble resultado de un aumento de la centralización de la etapa de upstream (aunque en términos relativos al downstream continuaba fragmentada)[30] y del descubrimiento de nuevos yacimientos. Ambos procesos, combinados con la expansión internacional de los capitales petroleros recién vista y con la recuperación de la producción soviética, dieron como resultado una expansión acelerada de la producción global, llegando a una situación de sobreproducción de crudo hacia el final de la década de 1920. En esas condiciones, las empresas petroleras abandonaron o redujeron las actividades en las regiones del mundo con menor potencial en cuanto a magnitud de reservas y productividad del trabajo (como sucedió, por ejemplo, en muchas partes de América del Sur[31]). En contrapartida, pasaron a concentrar sus inversiones, por un lado, en EUA, donde ya tenían una estructura desarrollada y tenían ventajas de ubicación respecto del mercado de consumo y, por otro, en las regiones que mostraban una productividad del trabajo relativamente elevada (principalmente Venezuela y, todavía incipientemente, Medio Oriente). Estas tendencias contrapuestas —expansión en búsqueda de nuevas áreas durante la inmediata posguerra y contracción geográfica posterior a las áreas más ricas y/o mejor localizadas— se reflejaron en la evolución del precio del crudo, mucho más alto a principios de la década de 1920 que en los años treinta.
La sobreproducción de crudo no fue simplemente el resultado de los nuevos descubrimientos y de la entrada en producción de regiones que permitían una mayor productividad del trabajo. Durante las primeras tres décadas del siglo XX los desarrollos de la geología dieron por resultado varios adelantos técnicos en la exploración y en la extracción. El análisis superficial, sub–superficial (estratigráfico) y sísmico de los territorios permitió aumentar la productividad del trabajo de exploración[32]. Paralelamente, los primeros métodos de extracción secundaria hicieron lo propio con el trabajo empleado en esta etapa. Otro aporte de la geología fue la evidencia en favor de la explotación unificada de los yacimientos. Estos métodos se combinaron con el desarrollo del craqueo térmico en refinación, que aumentaba la eficiencia en la utilización del crudo, contribuyendo también al aumento de la productividad del trabajo global de la industria petrolera[33]. A la vez, el desarrollo técnico requería del aumento de la escala. La aplicación rentable de las nuevas técnicas de exploración y extracción, especialmente a escala mundial, ya no podían ser llevadas adelante por pequeños capitales. La tendencia a la integración de todas las etapas empujaba, en el mismo sentido, hacia el aumento de la concentración del capital, que se realizó por medio de la centralización (esto es, mediante fusiones y adquisiciones)[34]. La viabilidad de los pequeños capitales en la etapa extractiva se vio limitada a los EUA, donde la extensa infraestructura les permitió reproducirse en asociación con capitales más concentrados, de los cuales dependían para la venta del crudo y para la provisión de servicios de perforación.
Para el comienzo de la gran depresión, entonces, las principales regiones petroleras mundiales eran EUA, la URSS y Venezuela. En 1929, por ejemplo, EUA producía el 68% del petróleo mundial, mientras que América Latina producía el 16%, de los cuales un 65% correspondía a Venezuela y un 20% a México. La URSS, aún en crisis, producía 6% del total mundial y el resto de Asia, incluyendo Medio Oriente e Indonesia, producía otro 6%. Como expresión de la crisis de superproducción de la acumulación de capital global, el crecimiento de la demanda petrolera se desaceleró marcadamente respecto a los niveles anteriores. Sin embargo, la expansión previa había dado por resultado la incorporación de regiones que permitían una productividad del trabajo mayor en términos relativos. Especialmente en Medio Oriente comenzaría, durante los años treinta, un proceso relativamente lento aún de ampliación de la producción, que se aceleraría definitivamente en la posguerra. Pero la aparición de regiones de elevada productividad no conllevaría un traslado absoluto ni rápido de la inversión de capital y de la producción hacia esas regiones. La relocalización global de la producción se realizaría de manera paulatina, con la mediación de una serie de formas institucionales.
El estancamiento de la demanda por la crisis de superproducción y el aumento potencial de la oferta por el descubrimiento de zonas más productivas fue la base material de estas formas institucionales. En los países de Medio Oriente, la explotación petrolera se llevaría a cabo por medio de una estructura basada en la operación conjunta de las concesiones mediante joint-ventures entre las mayores multinacionales petroleras. Con la excepción de Irán[35], las principales concesiones de esta región (Irak, Arabia Saudita y Kuwait) eran explotadas por asociaciones variables entre las “siete hermanas”. Esta situación se repetía en concesiones menores de Medio Oriente (Barhein, Qatar), en Indonesia y, en menor medida, en Venezuela[36]. Esta estructura de explotación conjunta implicaba la necesidad de acordar entre las multinacionales petroleras planes de inversión y producción. En efecto, los primeros acuerdos se celebraron explícitamente en 1928, cuando se formó a la vez el primer consorcio entre las grandes petroleras, la Irak Petroleum Company, y se establecieron cuotas de mercado entre las empresas y, al menos implícitamente, cuotas de producción[37]. Con la adición del sistema de precios mundiales acordado por las empresas (el Gulf–Plus System, estructurado en torno a los precios del Golfo de México[38]), esto significó por un lado el aseguramiento de la rentabilidad de los pozos norteamericanos, considerados los menos productivos a nivel mundial y, por otro lado, el reconocimiento de las rentas diferenciales que surgen de la mayor productividad del trabajo en las regiones con mejores condiciones naturales.
Naturalmente, las empresas petroleras estaban no solo obligadas materialmente a coordinar entre sí por las diversas asociaciones cruzadas en las que estaban involucradas, sino también interesadas en hacerlo para sostener los precios, ante la tendencia persistente a la caída por la crisis de superproducción y, fundamentalmente, por el aumento de la productividad del trabajo resultante de la incorporación de nuevas regiones. Ahora bien, en este punto cabe analizar el grado en que las empresas petroleras multinacionales lograron influir en los precios. Sobre esta cuestión, los principales historiadores de la industria coinciden en que, aunque no puede afirmarse que las majors conformaran un cártel con capacidad de regular completamente la industria, los acuerdos institucionales entre las empresas tuvieron cierta influencia sobre los niveles de producción y, por este medio, sobre los precios[39].
La capacidad de las grandes multinacionales para establecer sistemas de restricción de la producción tenía como requisito, al menos en parte, la monopolización del acceso a tierras lograda a través de las concesiones[40], en especial las de Medio Oriente, cuyas reservas eran las mayores del mundo[41]. Sin este monopolio, la afluencia de otros capitales petroleros hubiera frustrado los intentos de mantener el nivel de los precios. Esto significa que, al menos parcialmente, estos capitales petroleros estaban cumpliendo el papel de terratenientes, pues, precisamente, la capacidad de restringir el acceso a las tierras es una de las características que distinguen a este tipo de sujeto social en la sociedad capitalista. Cabe resaltar, al respecto, que durante los años treinta y cuarenta no eran conocidas prácticamente regiones petroleras de importancia (explotables comercialmente con la tecnología de la época) que no estuvieran ya concesionadas a estas siete empresas. Por supuesto, la propiedad de la tierra residía en última instancia en los estados nacionales que habían otorgado las concesiones; pero en la medida en que, por un lado, éstas involucraban periodos muy largos y, por otro, abarcaban en muchos casos casi la totalidad de los territorios de los respectivos países, los capitales petroleros tenían a fines prácticos un alto grado de control sobre el acceso a las reservas petroleras descubiertas hasta entonces. En muchos casos, además, el Estado nacional en cuestión se hallaba en una relación colonial o de dominio político directo con el Estado del país de origen de los capitales petroleros en cuestión[42].
El control de la producción y el consiguiente sostenimiento de precios pese a la creciente incorporación de tierras más productivas implicaba que las multinacionales petroleras se apropiaban de al menos un parte de la renta diferencial correspondiente a la diferencia de costos entre la producción de Medio Oriente y Venezuela, por un lado, y la de EUA, por otro[43]. En efecto, a pesar de la diferencia en las condiciones naturales de los yacimientos, la tasa de regalía era similar en todas las regiones, oscilando entre un sexto y un octavo de la producción[44]. Esto implica que, en las regiones de mejores condiciones naturales —entre ellas, ciertamente, las ubicadas en Medio Oriente— las empresas multinacionales participaban de la apropiación de renta de la tierra. Pero esto significaba, a la vez, que dichas empresas debían cumplir, además de su papel de capitalista, un papel como terrateniente: de allí su interés y, sobre todo, su poder, para influir sobre el precio sobre la base de la restricción de la producción. La personificación de la propiedad de la tierra es una forma necesaria de la regulación capitalista de la producción social, pero los depositarios concretos de dicho papel social pueden variar. En los países que luego formarían la OPEP, dicha personificación pasó de ser principalmente asumida por el capital petrolero multinacional a la situación opuesta, luego de las nacionalizaciones de los años setenta, cuando el rol de capitalista fue asumido por los terratenientes, esto es, por los respectivos estados nacionales.
Con todo, en el período que nos ocupa, el control de la producción global debió tomar forma concreta, además, en la acción del Estado nacional estadounidense, por medio de dos políticas específicas. Por un lado, a partir de 1932 comenzó a establecer protecciones arancelarias a la importación de crudo, de modo de forzar el abastecimiento de EUA con producción interna[45]. De este modo, el mercado para el petróleo de Venezuela y Medio Oriente se reducía y, por tanto, también se reducía la escala que podía alcanzar la producción en estas regiones. Por otro lado, se formaron instituciones estaduales e inter-estaduales de control directo y centralizado de la producción, que operaban por medio de la asignación de cuotas que afectaban progresivamente a los pozos más productivos, tendiendo a permitir la producción plena sólo en los marginales. El control estatal era la única forma de regulación posible, debido a la elevada fragmentación de la propiedad de la tierra y del capital petrolero al interior de los EUA, que tornaba imposible la asociación efectiva de estos sujetos sociales para la personificación de la propiedad de la tierra[46]. Ambas políticas estatales tendían a sostener en producción a las regiones e inversiones marginales y, de ese modo, contrarrestaban también la tendencia a la caída del precio del crudo.
Sin embargo, estas formas de control de la producción no impidieron completamente el desenvolvimiento de las tendencias al aumento de la productividad y la caída de precios. Así, aunque durante la década de 1930 los precios petroleros se recuperaron respecto de su punto más bajo, no se llegó al promedio de precios de la década anterior; en cambio, otras materias primas superaron aquellos promedios[47]. La tendencia descendente de precios se mantendría hasta 1970; en este año, los precios nominales eran sustancialmente menores a los de 1920 (mientras que en términos reales eran mucho menores aún). En segundo lugar, los acuerdos no frenaron la tendencia a la relocalización relativa de la producción hacia las zonas más productivas, lo cual a su vez explica la tendencia a la caída de precios. En efecto, en la década de 1930 comenzó a decrecer lentamente la participación de la producción de EUA en el total mundial. Desde un pico del 74% en 1928, pasó a un promedio apenas por encima del 60% en la década de 1930 y, como veremos inmediatamente, esta participación siguió cayendo en la posguerra.
La internacionalización de los capitales independientes norteamericanos en la posguerra
La acelerada expansión de la acumulación mundial de capital en la posguerra fue acompañada por un crecimiento, también acelerado, de la industria petrolera. El consumo mundial de petróleo se multiplicó por seis en el cuarto de siglo que siguió al lanzamiento del plan Marshall en 1948, gracias a la expansión de todos los tipos de medios de transporte, la utilización del petróleo como fuente de energía industrial y el desarrollo de la petroquímica. Todo esto fue contemporáneo con el reemplazo definitivo del carbón por el petróleo como principal fuente de energía a nivel mundial[48]. Del lado de la producción, los descubrimientos de 1938-1940 en la península arábiga pusieron en evidencia, a empresas y gobiernos, la magnitud de las reservas de Medio Oriente y el bajísimo costo relativo de su extracción. Cabe resaltar que, hasta entonces, Arabia no era considerada una región con potencial petrolero[49]. Al finalizar la guerra comenzó el verdadero desarrollo de estas regiones: entre 1950 y 1973 la producción de los países del golfo pérsico se multiplicó por 12, al tiempo que el costo de extracción en esa región se redujo a la mitad. La magnitud de la diferencia de productividad del trabajo entre regiones puede apreciarse si se considera que, para 1970, el costo promedio del golfo pérsico era de once centavos de dólar por barril, contra un dólar en Venezuela y 1,30 en Texas[50]. De hecho, la gran expansión del consumo fue posible, en buena medida, gracias a la posibilidad de expandir la producción con un descenso de precios en términos reales.
La estructura institucional de la industria petrolera global, formada en el período de entreguerras, continuó siendo en la posguerra una forma adecuada para el desarrollo de la acumulación de capital en la rama. Como vimos en el apartado anterior, esta estructura tenía dos elementos centrales: por un lado, la coordinación de la producción por parte de un grupo de capitales privados multinacionales, basado en el control prácticamente exclusivo del acceso a las tierras petroleras de Medio Oriente y, en menor medida, de Indonesia y Venezuela; y, por otro lado, en las políticas del Estado norteamericano dirigidas a sostener la producción de las tierras e inversiones marginales de EUA por medio de la planificación de la producción y las barreras a la importación. La “cooperación” entre las empresas se fue perfeccionando con las concesiones organizadas en las tierras descubiertas en el golfo pérsico durante la guerra. Además de las joint ventures en la producción, los capitales petroleros se asociaron en acuerdos especiales de compraventa de crudo, por medio de los cuales se resolvía la desproporción entre capacidad extractora y refinadora de los capitales individuales y los potenciales conflictos entre los diferentes capitales petroleros sobre los ritmos de extracción. Los precios a los cuales se realizaban estas transferencias estaban fijados de modo tal que la renta petrolera fuera repartida en partes iguales entre los capitales individuales involucrados[51]. El control estatal de la producción hacia el interior de EUA se mantuvo, mientras que los impuestos a la importación en ese país fueron complementados con un programa de limitación voluntaria de la importación en 1954, que en 1959 se transformó en un sistema de cupos obligatorios[52].
Dentro de esta continuidad de la estructura global de la industria, se desarrollaron no obstante algunas trasformaciones relevantes. En primer lugar, se modificaron las formas de pago de renta petrolera y, con ello, las proporciones de apropiación entre los capitales individuales y los estados nacionales. En efecto, primero en Venezuela y luego en los otros países petroleros se fue pasando del sistema basado en la regalía de un octavo de la producción a un sistema de reparto de ganancias en partes iguales, conocido como “fifty–fifty”[53]. Este cambio fue, en primer lugar, un cambio formal, pues se pasaba de una regalía fija por cantidad de producto a una participación porcentual de la ganancia. Pero, además, el cambio formal involucró una mayor participación de los estados petroleros en la apropiación de la renta[54]. Este cambio en la proporción de la distribución de la renta fue de la mano de su aumento en términos absolutos, debido al importante aumento de la producción en estos países. Así, el aumento de la proporción de la renta petrolera que escapaba de las manos de los capitales petroleros bien pudo haber sido acompañado por un mantenimiento de su tasa de ganancia concreta o incluso por su aumento. Pero esta no era la única razón por la cual los capitales petroleros aceptaron la nueva distribución; debe considerarse también que los estados de sus países de origen estuvieron dispuestos a reducir los impuestos en proporción al aumento de la renta que las empresas debían pagar a los estados petroleros[55]. En esta medida, el “fifty–fifty”, más que una redistribución de la renta entre las empresas y los estados petroleros, fue una cesión de derechos de apropiación de renta entre los estados de origen de los capitales petroleros a los estados donde éstos operaban, quedando su ganancia relativamente inalterada.
El segundo cambio del período fue la expansión lenta pero firme de los capitales independientes estadounidenses en la exploración y extracción internacional de petróleo. Este tipo de capitales son usualmente definidos en oposición a las llamadas “siete hermanas” en base a tres criterios: su tamaño, el grado de integración, y el alcance de sus actividades internacionales. Las llamadas empresas independientes son, entonces, más chicos, tienden a concentrarse en mayor medida en la exploración y extracción y tienen un menor grado de internacionalización[56]. Debe tenerse, en cuenta que, en todos los aspectos, la diferenciación es en términos relativos. Algunas de las empresas consideradas como independientes se contaban entre las empresas más grandes de los EUA, y tenían importantes inversiones en refinación. Estos capitales, junto con algunas empresas estatales europeas obtuvieron nuevas concesiones en Venezuela, en África y en la plataforma submarina del golfo pérsico. Se trataba de tierras que escapaban, por distintas razones, del control de las siete hermanas: en Venezuela porque estas empresas nunca habían monopolizado completamente el territorio, en el golfo pérsico por tratarse de exploraciones offshore que escapaban a las concesiones originales y en África porque las regiones petroleras habían sido descubiertas recientemente.
Concentrándonos en los capitales independientes norteamericanos, encontramos que la expansión comenzó en Venezuela, donde fueron otorgadas nuevas concesiones a partir de 1956. Allí, la producción de estas empresas —principalmente Sun, Sinclair y Phillips— se desarrolló hasta representar en 1961 el 10% de la extracción total (15% en 1966), aunque los cupos de importación impuestos en 1959 en EUA, donde estas empresas tenían sus redes de comercialización, limitaron el alcance de su expansión. En Libia, las empresas independientes, también aquí mayoritariamente norteamericanas, fueron un importante actor del rápido desarrollo de la producción petrolera del país a partir de los descubrimientos de 1959. En 1965, los independientes producían la mitad del petróleo libio, siendo el consorcio de Continental, Marathon y Amerada el más importante entre ellos; otros capitales independientes norteamericanos que operaban en el país eran Amoco y Phillips. Por su parte, la producción offshore del golfo pérsico se realizó, en esta etapa, a través de contratos de asociación de la ENI italiana y Amoco con el gobierno iraní, firmados en 1957 y 1958. En esos años los gobiernos de Kuwait y Arabia Saudita también firmaron acuerdos con empresas independientes para la explotación offshore en el Golfo[57].
Los contratos petroleros firmados en Argentina se inscribían en este contexto: además de la obvia contemporaneidad con el proceso recién descripto, fueron protagonizados por los mismos capitales. Por esta razón nos detendremos, para cerrar este capítulo, en la consideración de las determinaciones de la expansión global de los capitales independientes estadounidenses.
La primera —y, quizás, más evidente— razón de propagación de los capitales norteamericanos independientes ya la hemos mencionado: las ganancias extraordinarias que obtenían las siete hermanas en las tierras de mayor productividad del trabajo comenzó finalmente a atraer la competencia de otros capitales petroleros. Esto requería, no obstante, que surgieran nuevas regiones petroleras además de las ya monopolizadas por las siete hermanas. En buena medida, esto fue resultado del desarrollo técnico, en particular de la perforación offshore, pero también de las técnicas de exploración que llevaron a descubrimientos en Libia, por ejemplo, luego de medio siglo de exploración infructuosa[58].
Pero tan importante como lo anterior era la situación de la industria petrolera dentro de los EUA. Hasta el fin de los años cuarenta, cuando la producción estadounidense era el 50% de la producción mundial, los capitales petroleros concentrados en la extracción doméstica de dicho país se habían desarrollado exitosamente. Amoco, la más grande de las independientes, tenía para 1955 (antes de su expansión internacional) niveles de ventas en el mercado interno similares a las de Gulf y Mobil y mayores a las de Chevron, Texaco y la filial estadounidense de Shell. Además de Amoco, otras petroleras independientes de gran tamaño eran Sinclair, Cities Service, Phillips, Sunoco, Conoco, Tidewater, Pure Oil y Unocal[59]. A partir de 1950, sin embargo, la producción interna estadounidense comenzaría a estancarse, como puede observarse en el Gráfico 4.1[60].
Gráfico 4.1 – Producción de petróleo crudo, Estados Unidos (millones de barriles anuales y relación con producción mundial)
Fuente: elaboración propia con datos de Energy Information Administration, United States, Annual Energy Review, 1995; Petróleos Mexicanos, “Anuario estadístico”.
La causa central de esta situación era que el petróleo estadounidense estaba siendo reemplazado por crudo de menor costo de producción, no sólo de los mercados globales sino también del interno. Desde 1949 Estados Unidos se convirtió en un importador neto de petróleo y derivados y, para 1960, las importaciones habían alcanzado ya el 16,5% del consumo interno[61]. La mayor productividad del trabajo de otras regiones imponía la relocalización de la producción petrolera global y, consecuentemente, disminuyó la inversión de capital dentro de Estados Unidos. Como puede observarse en el Gráfico 4.2, las actividades ligadas a la exploración y el desarrollo de yacimientos se redujeron notablemente a partir de 1955.
Gráfico 4.2 – Indicadores de la actividad de exploración y desarrollo (1949=100)
Fuente: elaboración propia en base a Energy Information Administration, United States, Annual Energy Review, 1995. Nota: cuadrillas de exploración = “crews engaged in seismic exploration”; equipos perforadores = “rotary rigs”; pozos perforados = “total wells drilled”
Además, las restricciones estatales a la producción local continuaban. Cabe resaltar, al respecto, que el sistema de cuotas se aplicaba únicamente sobre los yacimientos más productivos, que eran los pertenecientes a los capitales petroleros más grandes, incluyendo a los independientes mencionados anteriormente[62]. Estos últimos eran, por tanto, los más afectados por la situación de la industria doméstica. Los pequeños capitales se reproducían al amparo de las limitaciones a la importación y la libre producción en los pozos marginales, mientras que las grandes multinacionales redirigían sus inversiones a sus yacimientos en el extranjero[63]. Los capitales independientes, en cambio, debían adecuarse a las cuotas de producción internas y carecían hasta entonces de yacimientos fuera de los EUA. La producción petrolera global estaba en pleno proceso de relocalización y, para los capitales independientes, se trataba de participar activamente de dicho proceso como condición para su supervivencia como tales[64].
Síntesis
En este capítulo hemos estudiado las características particulares de la industria petrolera, así como la historia de su expansión global y de los capitales individuales que operaron en ella. Las principales conclusiones pueden sintetizarse del siguiente modo. En primer lugar, hemos señalado el papel de las condiciones naturales diferenciales de las diversas regiones petroleras como determinante central del proceso de internacionalización de la industria global y de los capitales individuales. La internacionalización de la producción se desarrolló tempranamente mediante la expansión de unos pocos capitales multinacionales de gran tamaño —las empresas denominadas “siete hermanas”—, los únicos que producían hasta 1950 en todas las regiones petroleras del planeta (excluyendo la Unión Soviética). Luego hemos remarcado que, debido a la relativa fragmentación de la etapa extractiva de la industria estadounidense —derivada, en buena medida, también de las condiciones naturales— y al particular peso de ésta en la producción global, en la primera mitad del siglo XX surgieron otros capitales petroleros que, a pesar de tener un tamaño menor al de las grandes multinacionales, se contaban entre los capitales más concentrados de los Estados Unidos (estas empresas eran las llamadas, usualmente, “independientes”).
La relocalización de la producción global hacia regiones donde las condiciones naturales determinaban un trabajo extractivo más productivo llevó a las empresas estadounidenses independientes a iniciar un proceso expansivo hacia mediados de la década de 1950. Para ellas, la internacionalización de su producción resultaba una forma necesaria de su desarrollo normal como capitales petroleros. La mayoría de estos capitales ingresarían a la industria petrolera argentina mediante la firma de los contratos petroleros de 1958-61. Sin embargo, la historia del capital extranjero en la industria petrolera argentina había comenzado varias décadas antes. En el próximo capítulo, por tanto, analizaremos el desarrollo del capital extranjero en la rama hasta fines de la década de 1950.
- Luego de la publicación de esta tesis, parte de este capítulo fue reelaborado y publicado en Fitzsimons, “La especificidad de la renta de la tierra”.↵
- Marx, El capital II, 59.↵
- Sobre estos tipos de capital, véase Marx, El capital III secciones 4 y 5.↵
- Recuérdese que utilizamos el término “forma nacional clásica” para referirnos a los recortes nacionales de la acumulación de capital que desarrollan la generalidad de las producciones industriales.↵
- Debe notarse, sin embargo, que además de cuestiones técnicas, también actúa en la limitación de la producción de cada región el ejercicio del monopolio sobre la tierra, como veremos luego.↵
- Iñigo Carrera, La renta de la tierra, 66 ; Mommer, La cuestión petrolera, 37. ↵
- Esta doble tendencia se expresó con particular claridad dentro de Estados Unidos: en 1955, por ejemplo, 16 empresas petroleras se contaban dentro de las 100 empresas de mayores ventas de dicho país (según la lista de la revista Fortune), pero, aun así, las 20 empresas más grandes de la rama sólo controlaban el 55% de la producción petrolera; cf. Mommer, Petróleo global y Estado nacional, 59..↵
- Esta exposición corresponde a la renta diferencial de tipo I. Como ya mencionamos anteriormente, existe también la renta diferencial de tipo II, muy similar en su determinación esencial. Véase, en la introducción de la tesis, la nota número 32.↵
- Aunque se trata de una excepción parcial, en tanto en ese país existían, al lado de las privadas, tierras petroleras públicas. Más aún con el desarrollo de la producción offshore desde mediados del siglo pasado.↵
- Iñigo Carrera, La renta de la tierra, 50.↵
- Por supuesto, esto no tiene necesariamente que expresarse concretamente en una caída del precio real a lo largo de la historia, aunque, de hecho, ello es lo que sucede durante buena parte del siglo XX. También puede suceder que el aumento de la demanda por petróleo acompañe la incorporación de mejores tierras, determinando la permanencia en producción de las tierras marginales o incluso, imponiendo la incorporación de tierras aún peores. De todos modos, en cada momento, la existencia en producción de las tierras con condiciones naturales que permiten una elevada productividad del trabajo reduce el precio del petróleo respecto del que regiría sin dicha producción. ↵
- Aquí estamos repitiendo, en esencia, lo ya argumentado en la introducción de la tesis (apartado 2), aunque ahora referido específicamente al caso de la producción petrolera.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 4-5.↵
- Chandler y Hikino, Scale and Scope, 92.↵
- Ibid., 92-93.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 9. La Standard Oil fue un caso pionero de centralización acelerada del capital en Estados Unidos, a tal punto que este proceso debió adoptar una forma legal innovadora. En efecto, por entonces no era legalmente posible en EUA que una empresa de un estado controle mediante acciones a otra de otro estado, pues no existía la figura de la sociedad a nivel federal. Para eludir esta limitación legal a la centralización, la Standard adoptó la forma del Trust, por medio de la cual la empresa se conformaba como un conjunto de empresas estaduales cuyos accionistas mayoritarios transferían sus acciones en fideicomiso (‘trust’) a una organización central depositaria de esas acciones, en las que se representaba proporcionalmente los valores de las participaciones de cada empresa mediante la emisión de certificados del Trust. Así, Rockefeller controlaba la suficiente cantidad de acciones como para controlar la corporación (Ibid.). La forma del Trust permitió a la Standard unificar y organizar centralizadamente las actividades de extracción, refinación, transporte y comercialización que realizaban las diversas firmas estaduales que la conformaban; cf. Chandler y Hikino, Scale and Scope, 94.↵
- Chandler y Hikino, Scale and Scope, 95-97; Maugeri, The Age of Oil, 11-14.↵
- Véase Wilkins, “Multinational Enterprise to 1930”, 52, quien denomina a esta forma “modelo americano” de empresa multinacional.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 18.↵
- Chandler y Hikino, Scale and Scope, 98.↵
- Yergin, The Prize, 140.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 24.↵
- Las empresas petroleras han cambiado, en casi todos los casos y a veces en varias ocasiones, sus nombres originales. Hemos decidido utilizar los nombres modernos de los capitales individuales en cuestión, o los últimos que tuvieron como empresas independientes, aún a riesgo de caer en expresiones algo anacrónicas.↵
- Wilkins, “Multinational Oil Companies in South America in the 1920s”, 415.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 25-26.↵
- Además de la pérdida del capital para los empresas que operaban en la región (entre las que se encontraba Shell), las estatizaciones afectaron la oferta global de petróleo por la caída en la producción rusa que, hacia 1920, era de sólo un tercio de la de preguerra. Recién a finales de la década la producción de la URSS se recuperaría con la conformación de una empresa estatal. Cf. Gillette, “American Capital in the Contest”, 478; Dachevsky, “Tierra y capital”, 47. ↵
- Maugeri, The Age of Oil, 30; Dachevsky, “Tierra y capital”, 45-46; Brown, “Why Foreign Oil Companies”, 381.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 32.↵
- Ibid.↵
- Chandler y Hikino, Scale and Scope, 98.↵
- Wilkins, “Multinational Oil Companies in South America in the 1920s”, 415, 441, 445. Ver también p. 443, donde la autora sintetiza la situación del siguiente modo: “By the late 1920s, with overproduction worldwide, foreign companies that faced adverse conditions in these South American nations tended to turn attention to Venezuela, where political conditions remained desirable and oil was abundant”.↵
- McKie, “Market Structure and Uncertainty in Oil and Gas Exploration”, 544.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 41-44.↵
- Ibid., 45.↵
- En este país la concesión era operada en un 100% por British Petroleum hasta 1954, cuando se formó un consorcio entre las siete hermanas más la Compagnie Française des Pétroles. Cf. Parra, Oil Politics, 25-30.↵
- Además, las compañías asociadas en la Irak (Shell, BP, Exxon, Mobil y CFP) estaban contractualmente impedidas de desarrollar concesiones en Medio Oriente por cuenta propia↵
- Philip, Oil and Politics in Latin America, 44; Parra, Oil Politics, 10-12.↵
- Parra, Oil Politics, 57-59.↵
- Ibid., 55; Wilkins, “The Oil Companies in Perspective”, 160-161; Yergin, The Prize, 260-268, 402-403; Maugeri, The Age of Oil, 46-47.↵
- Bina, Oil: A Time Machine, 75.↵
- Otra determinación del dominio internacional de estas pocas empresas, probablemente, resida en la propia crisis, que hacía inviable la expansión de nuevos capitales e, incluso, las posibilidades de explotación ligadas al desarrollo técnico de la época. En la posguerra, como veremos, la expansión económica traería un aumento de la competencia ↵
- Es el caso de Irak, por ejemplo, cuyo Estado nacional surgió en el marco del control británico del territorio luego del desmembramiento del imperio turco con la primera guerra mundial. Durante este proceso de formación del Estado nacional bajo administración británica (hasta 1932) se estableció la concesión para la Irak Petroleum Company; cf. Maugeri, The Age of Oil, 26-28; Parra, Oil Politics, 12-14. Kuwait y Qatar, por su parte, eran protectorados británicos. También la concesión pionera de British Petroleum en Irán, de 1901, había sido otorgada cuando el país estaba dividido en dos zonas de influencia, una británica y la otra holandesa. Únicamente Arabia Saudita era un reino independiete al momento del otorgamiento de la concesión. Cf. Mommer, La cuestión petrolera, 140. En estas condiciones, la capacidad política de los estados nacionales de los países petroleros para excluir efectivamente de las tierras petroleras a las multinacionales petroleras era al menos dudosa. Por supuesto, esta situación cambiaría ulteriormente con el desarrollo histórico de los procesos de acumulación de capital en la región, acompañado por el crecimiento del nacionalismo en un proceso que culminó, como es sabido, con la expropiación de las empresas petroleras durante las décadas de 1960 y 1970. ↵
- Parra, Oil Politics, 55.↵
- Mommer, Petróleo global y Estado nacional, 140-147.↵
- Wilkins, “The Oil Companies in Perspective”, 160.↵
- Mommer, La cuestión petrolera, 43-53; Parra, Oil Politics, 68-69.↵
- Dachevsky, “Tierra y capital”, 49.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 77-78.↵
- Ibid., 33; Parra, Oil Politics, 35.↵
- Maugeri, The Age of Oil, 80.↵
- Concretamente, las empresas que tenían un exceso de crudo (BP, Texaco, Chevron y Gulf) vendían a las que estaban en la situación contraria (Shell, Exxon y Mobil) a precios que implicaban que la ganancia global de la venta del derivado (esto es, descontando del precio de mercado todos los costos, incluyendo regalías e impuestos) se reparta en un 50% y 50% entre la empresa extractora y la refinadora. Cf. Parra, Oil Politics, 36; véase también Wilkins, “The Oil Companies in Perspective”, 161. Los acuerdos evitaban, de este modo, que las empresas con exceso de capacidad de refinación expandieran la producción de crudo y, en conjunto, que cayera la renta petrolera.↵
- Parra, Oil Politics, 44-47.↵
- Ver ibid., 14-21 para una buena síntesis de la aplicación del sistema en los distintos países petroleros. Por lo demás, el sistema pronto llevó a que algunas concesiones fijasen repartos más favorables para el estado petrolero (45–55, 40–60, etc); cf. Mommer, La cuestión petrolera, 125-155; Maugeri, The Age of Oil, 77-91.↵
- Mommer, Petróleo global y estado nacional, 147-153.↵
- Las compañías, en realidad, utilizaron la legislación norteamericana preexistente sobre doble tributación, por la cual todo lo que pagaban en concepto de impuesto a los países petroleros lo descontaban de impuestos a las ganancias en EUA. Gran Bretaña tuvo que adaptar sus leyes para poner a los capitales británicos en la misma situación. Maugeri, The Age of Oil, 58; Parra, Oil Politics, 15-21.↵
- El término “independiente” es, sin embargo, una denominación algo difusa, cuyo significado depende del contexto. En el momento en el que nos estamos refiriendo, tiende a referirse a todas las empresas privadas que no formaban parte del grupo de las siete hermanas. Véase Vassiliou, The A to Z of the Petroleum Industry, 252, 307; Véase también Reid, Independents abroad, 4.↵
- Parra, Oil Politics, 74-85.↵
- Vassiliou, The A to Z of the Petroleum Industry, 296-297.↵
- Estas nueve empresas eran las empresas petroleras que figuraban en los primeros 100 lugares de la lista Fortune 500 y que no pertenecían a las “siete hermanas”. A este grupo pertenecen 6 de las 8 empresas extranjeras que firman contratos petroleros en Argentina entre 1958 y 1961 (las dos restantes eran empresas estadounidense algo más pequeñas). ↵
- Esto era parte de una tendencia general a la relocalización de la producción de crudo mundial y, en Estados Unidos, al aumento de las importaciones respecto al consumo total de petróleo y derivados. Esta tendencia fue parcialmente contrarrestada en la década de 1960 debido a una mayor restricción de las importaciones pero se impondría definitivamente desde 1970, año pico de la producción petrolera estadounidense hasta la actualidad.↵
- Energy Information Administration, United States, Annual Energy Review, 1995.↵
- Libecap, “The Political Economy of Crude Oil Cartelization in the United States, 1933-1972”, 849-851. Aún en las zonas de mayor productividad de los Estados Unidos, donde se concentraban las restricciones, había excepciones para las pequeñas empresas, de modo que la restricción efectiva recaía sobre las empresas grandes. ↵
- Maugeri, The Age of Oil, 124.↵
- Un estudio empírico basado en entrevistas a altos ejecutivos (CEOs o directores técnicos) de empresas petroleras independientes norteamericanas y británicas muestra que los motivos inmediatos de las empresas para la primera inversión en el extranjero se relacionaban mayoritariamente con la obtención de nuevas reservas: el “potencial de áreas sub-exploradas en el extranjero” fue el motivo más colocado en primer lugar por las compañías, mientras que la “diversificación geográfica de las reservas” fue el motivo más mencionado. Para la inversión subsiguiente (es decir, luego de la primera), el motivo más común era “ampliación de las reservas”. Para las empresas norteamericanas, cobraba relevancia también los “crecientes costos de los descubrimientos domésticos”. Aunque con menor frecuencia, motivos relacionados con las condiciones de valorización en el destino ocupaban un lugar importante: “mayores retornos en el extranjero” y “menor competencia en el extranjero” fueron mencionados por un 40% de las independientes norteamericanas entrevistadas. Con todo, este estudio se propone únicamente proveer evidencias sobre la racionalidad general de las decisiones de las empresas petroleras independientes en su proceso de industrialización, pero no explicar un período específico. Desafortunadamente, las fechas de las inversiones a las que los encuestadores hacen referencia no son mencionadas; además, tampoco se publican los nombres de las empresas involucradas ni otros detalles de sus inversiones debido a acuerdos de confidencialidad; cf. Reid, Independents abroad, 16-19.↵