A Juan Iñigo Carrera, porque me impulsó a pensar por mí mismo. A Sebastián Guevara, por la dedicación y los valiosos comentarios.
A Aldo Isuani, por la generosidad y sus consejos a lo largo de mi doctorado. A Néstor Pablo Lavergne, porque fue el “catalizador” del proceso que me trajo acá.
A Juan Kornblihtt, por las infinitas discusiones sobre mucho de lo que está escrito en estas páginas, y sobre tanto más. A Gastón Caligaris, por tomarse tan en serio aquello de la “tutoría de pares” durante estos años de camino compartido. A Mariana Hirsh, porque siempre me alentó a darle para adelante. A Guido Starosta, porque se ocupó de que esta tesis llegue a buen puerto. A ellos cuatro y, también a Manuel Estellés, Luisa Iñigo, Tomás Friedenthal, Fernando Cazón, Nicolás Perez Trento, Rodrigo Steimberg y Natalia Strok: GRACIAS, sin ustedes me hubiera quedado corto tan cerca de la llegada.
A Fernando Dachevsky y Damián Bil, por sus consejos sobre la búsqueda de fuentes.
A mis padres, porque sé que fueron ellos quienes me metieron en esto de la ciencia.
A Natalia otra vez, y a nuestros Julia y Andrés, porque sin ellos tres no existiría la vida en la tierra.