Pregunta originaria y posibilitadora: ¿Qué es escribir? Escribir es comenzar un camino. Busquemos distintas metáforas, escribir es: iniciar una historia, contar un relato, esbozar una pintura, componer una melodía. Pero mucho más: escribir es pensar, o tal vez, escribir-pensar, quizás sean lo mismo: manifestaciones plegadas que simultáneamente configuran tiempo. Escribir que piensa preguntando. ¿A quién?, ¿con quién? Digámoslo, escribir no es un acto que se lleve a cabo a solas, ¿Tan siquiera es un acto? Escribir es un diálogo con lo ausente, con lo imposible que se hace posible: el rescate de aquello no dicho. Pero volvamos al principio, buscábamos formas para describir el escribir, pero entonces, puede que escribir sea su propio buscar; ¿Buscando qué?, ¿imágenes?, ¿conceptos?, ¿teorías? O tal vez más, o tal vez nada de todo eso. Probablemente sea mejor trazar otro camino, pensar qué no es escritura: escribir no es demostrar. No es una postura personal. No es una decisión racional. Escribir a fin de cuentas, es la búsqueda de esos caminos que uno sigue en la medida que oye su vibración, que abre en la construcción de su sentir. Escribir tal vez sea arraigar esos caminos abiertos, o, volver a caminarlos haciéndolos, cuidándolos, salvándolos. Tal vez simplemente -mágicamente- y arduamente, escribir sea: Salvarnos.
La urgencia de la escritura reviste ciertas consideraciones que son precisas poner de manifiesto. Ante todo, la escritura es urgencia, porque ella se desnuda desde la pobreza más esencial para el pensar: lo problemático, lo aporético. En la perplejidad que incómodamente persevera en la inquietud del asunto, el pensar se mantiene en vilo preguntando. En ese sentido, la urgencia de la pregunta es oportunidad para la recolección del pensar, que pudorosamente descubre en el examen terreno fértil para la reunión que mantiene a recaudo.
Por consiguiente, la investigación que aquí se llevará adelante tiene como objetivo interrogar la formulación kuscheana del estar-siendo, dimensionando su pertinencia y autenticidad en el pensar latinoamericano. Para ello, este trabajo se abismará en el tejido medular que compone la lectura (legere), el recoger descifrador que hilvana extremidades. De aquí que entonces, el desarrollo del presente trabajo sea fruto de una lectura compartida, guiada por la extensión de la contextura del pensar de Heidegger, reorientándolo en trabazón con la búsqueda de Kusch, yendo de uno a otro, trazando estelas volátiles que sostienen la contención de la pregunta. Sin embargo, sumidos en la hondura acuciante de nuestro problema, congregamos voces, conjuramos un diálogo intermitente en alabanza a lo problemático del pensar (para el que todo franqueo es sendero abierto). Desde un recorrido parabólico del pensar de los autores citados se intentará ampliar la evocación, a fin de poder alumbrar los vestigios (investigare) que auroralmente señalan el camino de nuestra pertenencia.
Desde el haz de luz que ofrece el Camino de campo (2011) heideggerano como brújula que abre el avistamiento a la región ontológica, la insinuación del caminar poético nos permite orientar la mirada a la búsqueda de otros horizontes. El gesto del crecimiento que habita en la maduración de los enigmas que residen en el recorrido nos dan permanencia en la pregunta de América. Es que entendemos que la propia América se desvela serena y furtivamente en su transitar, en el viaje que pone a presencia su fuerza viva. Y en esa presunción quedamos embargados en el pensar de Kusch. Pensar que se sumerge en lo profundo de América, que bebe desde las fuentes nutricias que originan el estar en esta tierra. Desde esa experiencia originaria su pensar se interna y refugia en la ardorosa vivacidad que constituye impregnarse de fuegos paradójicos, de pensar en la agrietada piel entrecortada por el rumor del aire. En esa cercanía Kusch busca y encuentra caminos. En la internación por los intersticios americanos, el pensar cae -en un regreso arcaizante- al suelo que le otorga sentido, desde él atisba su recinto sagrado: en la invocación epifánica de su horizonte auténtico. A él oímos, con él preguntamos.
Estar siendo semillas que crecen para el fruto. Germinar y madurar para regresar a la tierra. Peregrinaje labriego que siembra guardando el cielo abovedado. Estrellas que resplandecen el trazo de medidas y surcos que despejan y posibilitan. Fuego que da medida, arde brillando, cerrando, haciendo mundo; en corro a él, estamos. Agua que emerge fluidificando, dando-se. Sentir la exuberancia de la fuerza demoníaca de ese paisaje vital que nos con-torna, que nos rodea, a nosotros: mortales. No dueños, no amos; partícipes: de un ritmo vital que subyace en su aparecer. Ocultándose ahí donde se muestra. Amplitud del estar que acontece experienciando el brotar de lo dado. Asistiendo a la donación de sentido de su mismo acto de abierto. Y allí vamos, en camino de: “enderezar como sea la curva del horizonte, y gemir por vivir, como un tosco ruido de sierras…” (Pessoa, 2016: 42).
La presente investigación intentará recorrer vías que no clausuren, que se encaminen en búsqueda de caminos aún no oídos o desbrozados. Caminos circunscriptos en este suelo que sentimos -aún su silencioso latido- ser parte y que no por serlo, implica desconocer o no encontrar ligaduras con otras tierras. El camino del pensar se dirige en pensar lo Mismo[1], si tamaña tarea será propicia de esta investigación, eso no podrá ser dicho aquí, más bien será un tanteo, un macaneo existencial por dar con el acierto.
Entonces, señalémoslo: ¿En qué consiste nuestra investigación?, ¿qué preguntas intenta recorrer?, ¿qué destinos pretende emprender? Rayano al fundar surge nuestra necesidad, somos eyectados hacia ese lugar -sin tiempo y sin espacio- que lanza como una llamarada los enigmas que se vuelven sobre nuestros rostros roídos de estupor: “¿Es que caemos sin cesar?, ¿Vamos hacia adelante, hacia atrás, hacia algún lado, erramos en todas direcciones? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿Flotamos en una nada infinita?” (Nietzsche, 2015: 131). Nietzsche ha acertado, hemos perdido los puntos de referencia, se han borrado los horizontes, nuestros fundamentos. Es entonces que nos asedian las preguntas: ¿Cómo se podría dar con una estructura originaria desde Latinoamérica? ¿Existe la necesidad de fundar o buscar un fundamento?, ¿por qué? ¿Acaso no nos precipitamos cada vez con mayor rapidez hacia lo fragmentario? ¿No nos resulta un abismo lo más cercano? Aquí en América tenemos una ventaja -de nosotros depende sentirla- hemos asimilado y nos hemos veteado en el rumor de lo Otro[2]. Frutos del mestizaje imperceptible -en términos conscientes- nos volvimos textura de una misma onto-teo-logía planetaria. Pero la fractura aún profiere una voz silenciosa que pretende ser escuchada. Allí, en ese intersticio donde la urdimbre se cuece, allí debemos situarnos junto con Kusch. ¿Por qué creemos que Kusch es una guía para transitar esos caminos? porque Kusch percibe el desgarramiento de estar atado entre esas oposiciones. De sentir lo destinal de culturas que se confrontan sin poder asir el nudo común que las hace vibrar.
En este sentido, debemos recorrer los caminos que nos conduzcan hasta lindar con lo raigal del fondo estremecedor de nuestro estar. Atravesar el espacio reinante de la metafísica como instancia de señorío sobre lo ente, y como ámbito de la verdad propia. Este será un punto álgido en la investigación, pero intentáremos transitar bajo la ligereza de lo abierto, introduciéndonos en aquel aspecto dinamizante al que se remite con el término alemán ab-grund, es decir, como fundamento (grund), pero principalmente como abismo. Entonces la búsqueda será transitada por saltos, aquellos que nos hacen asistir a los abismos sobre los que nos fundamos. Con ello daremos tras otros abismos, que serán necesarios ser sorteados, para que ulteriormente se erija una decisión, aquella que urge y es preciso oír: Fundar-Fundiéndose.
En la esencia metafísica de Occidente en la que nos hemos inscripto hemos hecho de la razón y lo racional lo verdadero, y a decir por cierto, de lo verdadero el carácter primordial de la interpretación del ser. La metafísica como tal ha olvidado y borrado la diferencia ontológica, lo cual ha derivado en la exaltación desmesurada del predomino de lo ente. La metafísica se ha olvidado de la pregunta por el sentido del ser -preocupación de Heidegger- y se ha abocado a profundizar el camino del ente, pensando en su punto cúspide al ser de lo ente, pero no al ser en cuanto tal. Esto ha devenido en la explotación y consumo de lo ente, como presencia constante, realidad efectiva, sostenida por la permanente solicitación de lo real como el hacer-venir-delante provocante. Todo esto ha sido amparado -o si habláramos propiamente, debiéramos decir que es tejido de la misma maraña- por la metafísica de la subjetividad que adopta distintas artimañas para esconder su verdadero rostro, esto es, enmascarándose en aspectos tan cotidianos que exhiben su semblante en su faz sutil y voluble: en el imperio de la planificación científica, en el pensar representacional, en el carácter calculador del ordenamiento de lo real sometido a la voluntad de aseguramiento, de certeza, de Razón incondicionada.
Por tanto, debemos introducirnos en la senda que nos conduzca a pensar dicho olvido. Pero no únicamente como el olvido de la pregunta por el ser, tal como señala Heidegger. Sino también una pregunta anterior a ella -dirá Kusch- la pregunta por el estar. Ámbito preparatorio del comprender nuestra estructura originaria: estar-siendo. Vistazo hacia donde la diferencia es un encuentro, donde el juego (spiel) sagrado opera. Para poder asistir a la sala del pensar deberemos preguntarnos por la forma en que la metafísica -o su ocaso- aún continúa su rumbo de maquinación de la existencia, y las formas en que ella es desocultada. La ratio y su endiosamiento proyectará su sombra por largo trecho, estragándonos -si ya no lo ha hecho- hasta olvidar nuestro suelo. De nosotros depende (so-portamos) desvelar el olvido. Superar la metafísica no será una decisión que se toma como cualquier otra, cual si fuera una arbitrariedad de un sujeto que decide llevarla adelante. Más bien, en esa manera se exhibe una forma en la que ella maniobra. En ese sentido, pensar con Kusch y reapropiar la influencia de Heidegger, será menester para ensayar otras alternativas que permitan encontrar nuestro horizonte vital auténtico en un estar-siendo coligado a la tierra, al paisaje, a la pacha.
Nuestro preguntar consistirá en el modo de habitar la tierra, de sentir la inquietante pertenencia del suelo que brota construyendo, sementando, creciendo hasta alcanzar el éter; hasta sentir la cercanía vibrante de los dioses transformados en sentido, en fuerza potenciadora de horizontes trazados en la delimitación del suelo. Y así, circulando aunque sin dejar de estar en el mismo punto, volvemos, transformados, de nuevo, hacia donde nunca nos fuimos, pero de otro modo. Paso atrás hacia aquello que nos ubica en el mismo lugar, hacia aquel inicio que se muestra en lo tardío. Salto embrionario hacia lo temprano, lo arcaico que requiere y nos usa en mutua pertenencia.
Se ha descuidado la antigua idea que ligaba al hombre con el acontecer originario del logos como ámbito propicio para la conformación de un ethos[3] común, entendido en su sentido esencial como la morada, la estancia del hombre en la tierra y de su demorarse junto a ella (anhelo sucumbido). Lejos de eso, se ha comprendido al logos en su carácter racional y a la ética o al ethos ligada a él como una secuencia derivada de principios de acción racionales dirigentes de la acción del hombre; menuda catástrofe. Es así, que la ética se erige de acuerdo a normas que se desprenden de un deber ser que conducen hacia un aseguramiento de las sociedades disciplinarias. Ética amparada en la Razón conducente y su lógica calculadora, que contrario a florecer la comunión entre las relaciones del espacio abierto, fragmenta y disecciona, divide y proporciona todo lo existente en detrimento de esta esencia originaria que el hombre ha perdido, es entonces que Nietzsche dice: “el desierto crece: ¡Ay de aquel que alberga desiertos!” (Nietzsche, 1984: 407). El hombre se ha hecho tierra infértil, material, desierto, arena, artefacto.
Se buscará entonces, retrotraernos hacia aquel ámbito inicial de la lozanía del logos, como manera de estar-siendo congregados en torno a aquello que nos conviene, y nos mancomuna haciendo de nosotros pueblo. Permitiendo la reunión en un entramado de tonalidades, de acordes, que construyen símbolos que respetarán y se constituirán como reconocimiento en una tradición. El gesto primordial del ethos, es el saber habitar la tierra de los mortales, el saber residir junto-cabe-con-su-entorno y las cosas, en el cuidado y el sostenimiento mutuo de la existencia. Sabiendo que habitar es dejar-ser-estar las cosas que solo mediante la conveniencia del logos, pueden llegar a cumplimiento. Ellas son reunidas y acogidas en las raíces de una historia esencial que conforma a un pensar popular en su más alto sentido, convirtiéndose así, aquellos símbolos respaldatorios en un modo de estar-siendo.
Pero si del habitar hablamos, debiéramos mentar también, aquello con lo que estamos siendo: el paisaje. Paisaje que siente calar en los huesos, lazo irradiante que dona. Refractante de sentido, incontrolable demonismo que presiona construyendo. El hombre se entrega a lo descomunal e inhóspito del paisaje por el cual se entorna. Florece en rededor de él, dejando que lo acoja, que lo guarde, que se muestre como fondo. Y en esa posibilidad se encuadra, se retroalimenta en un centro de referencias que establece distancias entramándose. En esa retroalimentación el espacio y el hombre cuidan, abriendo: permitiendo el acceso a las cosas, que espacían, que reúnen[4]. Por tanto, nuestra ocupación será la de volver a abrir la pregunta que dejamos obturar, retornando hacia las raíces mismas de un pensar que perdió su estar. Caótico y díscolo se obstaculiza su camino, situarnos en la encrucijada que hace mundo en el pensar popular podrá abrirnos la dimensión hacia lo seminal del símbolo que fluye entre las oposiciones, inaugurando aciertos que permitan fundar un circuito existencial.
¿Por qué urge la pregunta por el estar? Porque el estar se instala en la quebradura de la razón, ahí donde el pensar se somete a su drama de estar-siendo asediado por los símbolos que lo conducen hacia una transcendencia que siente pero que no afirma, que lo presiona pero no lo determina, que lo llama, en el escuchar atento del mortal: el estar llama. La voz de lo silencioso resuena como fugacidad de lo aún no pensado. De aquello que aún pueda remediar nuestro drama del vivir -en sentido propio- nuestra penuria de habitar. El estado desértico y desenfrenado nos conduce, estamos enviados hacia lo pro-yectable, lo pro-gramable: lo técnico, y en ese destino aciago, nos constituimos, siendo una nada errante, una solicitación provocante que todo dispone y a lo que queda como disponible. Aquello nos desarraiga de aquel suelo que un día supimos sentir, y nos condena a condenarlo, a hacerlo objeto de dominio, de uso y usufructo, de explotación.
Pero aunque la oscuridad de la noche del mundo amenaza con cubrir todo con su manto, aún queda el vigor de una llama encendida para alumbrar la penumbra en su anochecer, solo la escucha atenta de aquello a lo que pertenecemos (Tierra y cielo) podrá salvarnos. Estar que habita, estar que construye, pero sobre todo: estar que cuida. Volvamos -¿podríamos?- a estar-siendo el abrigo de las cosas (aquellas que guardan en su ocultamiento lo que se coliga, reuniendo, brindando sentido). Sentido, palabra curiosa para esta meditación, ya que pareciera haberse extraviado dejando al hombre dando tumbos. Desorientado en su estar, invertido en su plexo relacional, abatido y separado de sí mismo sin ánimo de retorno a su encuentro.
¿Por qué estas preguntas tan incómodas asaltan la investigación? Porque Kusch es un pensador que se inscribe en ellas. En él se halla el germen de un preguntar originario, que no pregunta por este o aquel estado de cosas circunstancial, sino que se inmiscuye en el nudo irradiante del misterio, en el ámbito abismal de lo libre, allí donde lo que rige es el silencio (desgarrante, pero donante). Kusch decide emprender su investigación de distintos modos y por distintos caminos, en algunos es llevado con tesón y en otros experimenta su ligereza de ensayista, de pensador. En todos ellos lo persigue la misma preocupación, el mismo peligro: el estar, el habitar, la tierra o mejor dicho la falta de aquellos (por lo menos de modo preponderante). Situar a Kusch simplemente en un americanismo (¡¿Qué son ya los “ismos”?!) sería no considerarlo en lo extensivo y fundamental de su movimiento.
Aquí se pretenderá abrir y ampliar los ecos que han penetrado en el expeler de la meditación que guarecida retozaba en su interior, de allí con vigorosidad se erigen voces que claman estruendosamente oídos que expanden el movimiento permitiendo darle luz y sombra a nuestro asunto, a fin de cuentas, manteniéndolo palpitante.
Voces audibles con las cuales la investigación se robustece en disensos y en acuerdos, en retenciones y expulsiones, en sostenimientos que aperturan horizontes a profundizar y desencuentros que retraccionan el camino a trazar, son fundamentalmente las de Sada y Scannone. En ese encuentro se intenta entregar la palabra a la absorción que se inunda en la constelación emergente que da espacio en su interioridad, en su imprevisibilidad donadora que circunda el camino al pensar co-operante, allí crecen anonimidades que participan en la libertad de la riqueza más pobre que es el acontecimiento comprometedor.
En primer lugar, es preciso destacar el detenido y formidable trabajo que realiza Gabriel Sada (1996) en su libro Los caminos americanos de la filosofía en Rodolfo Kusch. La pretensión fundamental de dicha obra es investigar el concepto de filosofía que se desarrolla en el pensamiento de Kusch, a fin de poner de manifiesto la riqueza que este condensa. De esta forma, recorriendo el despliegue de las nociones que Kusch trabaja a lo largo de su obra, Sada inserta la problemática que se articula en el trabajo llevado adelante por nuestro filósofo y lo adscribe en el diálogo permanente del horizonte filosófico que arrastra la tradición Occidental. Para llevar a cabo esto Sada formaliza un estudio estructurado en ejes temáticos que caracteriza como caminos de la filosofía en Kusch, ellos son cinco: el pensar situado; filosofía y subjetividad; el sujeto del filosofar; el concepto de estar; sobre la idea de filosofía. El trabajo que realiza Sada en cada una de esas vías que investiga es elogiable, toma como referencia la idea fuerza en cada caso e ilustra la vertebración de la noción a lo largo de las distintas obras de Kusch, a raíz de ello se permite ver como el pensar toma corporeidad en el movimiento de sí mismo.
Si bien es un ensayo indispensable por la minuciosidad con la que Sada trabaja la obra de Kusch, será particularmente interesante para esta investigación el apartado sobre el concepto de estar. Allí resulta esclarecedor el panorama que ofrece Sada citando las conceptualizaciones que realiza Kusch al respecto de la noción del estar, aportando a dichos pasajes unos breves y concisos comentarios que dan lugar a la deliberación. En ese sentido, es insoslayable la tarea expositiva que realiza contextualizando la profusión y la germinación del concepto de estar en Kusch. Luego de realizar tamaña tarea ofrece unas reflexiones a modo conclusivo de la exposición, en las mismas reivindica el movimiento kuscheano del deslizamiento de la preeminencia del ser al estar. En ese cambio se pueden observar efectos políticos y ontológicos que conducen la sustitución de la primacía de un concepto por sobre el otro. En ese sentido, la operación descrita conlleva un corte en la rigidez del corpus clásico de la filosofía Occidental, en él se inmersiona en nociones que hasta ese entonces no parecían tener lugar, con esto se esboza un perfil de identidad puesto en el “estar” en América, que implica un rebelarse frente a las estructuras que impone la filosofía europea. Puesto que se suplanta el predominio del ser por el estar, este último se erige como “término” fundamental para pensar la experiencia en América, amparado en la polisemia que él permite y guarda en su interioridad. Por ello, las referencias que nos da el lenguaje sobre el estar ya dan que pensar, dado que nos ubica en: una cierta comprensión de la temporalidad (estar como circunstancialidad); en un ámbito de pertenencia (sentimiento de caída en un topos); en un estado de desocultamiento (presencia de que estamos existiendo, siendo vida) y asimismo, como totalidad de los sentidos anteriormente descriptos, pero como posibilidad misteriosa de la cual solo se puede decir el silencio, porque ella reposa en su misma indeterminación.
Sin embargo, pareciera que en lo atinente a la explicitación del estar hubiera cuestiones que Sada pasa por alto, las cuales se relacionan mutuamente. No analiza -sino someramente- la categoría de pensamiento que se pone como eje de este estudio, el “estar-siendo”, lo cual posibilita que la conclusión que arroja sobre la exposición del estar pueda resultar insuficiente. Debido a que en este examen no se cree que el estar oficie de ser un término que simplemente sustituye el ser, y he ahí la importancia de la fórmula, ya que en ella se abriga la posibilidad de una dimensión originaria que no excluya lo que nos remite al ser (lo cual desde ya sería harto imposible), sino que ambos se mantienen en relación mutua y fusionada. Si bien esto no queda destacado en el trabajo de Sada, su investigación no pierde su carácter de imprescindible ya que posibilita una mirada respecto a la gestación de las categorías de trabajo de Kusch, lo cual permite la posibilidad de ampliar los horizontes que se abren en los márgenes del texto. Por ello, cabe resaltar que no obstante no realizar un análisis de lo que se comentaba como fusión de dimensiones originarias, el capítulo sobre el estar hace una breve referencia a la interpretación que realiza al respecto del concepto Juan Carlos Scannone, lo cual posibilitó una incursión fecunda en lo pensado por este autor.
¡Bienaventurado hallazgo! Dar con algunas pistas de lo trabajado por Scannone ha estimulado el camino a recorrer. Con rigor, lo primero que habría que remarcar es el libro por él editado: Sabiduría popular, símbolo y filosofía. Dialogo internacional en torno de una interpretación latinoamericana (1984), todo ese compendio de ponencias y discusiones ha insuflado el espíritu de la presente investigación. Esto no de una forma lineal o explicita, pero sí en cuanto a la preocupación, al gesto, al ritmo, a la pausa, a su asunto (sache). El libro mencionado se sitúa en el marco del coloquio concertado en París por un grupo de pensadores argentinos (Mareque, Cullen, entre otros) que trabajaron en torno al proyecto de sabiduría popular y filosofía en latinoamérica, con su recepción, exposición, y discusión con pensadores europeos. Concretamente se ha atendido a puntualizar sobre los trabajos de Scannone ya que representan un punto álgido para el pensar en relación a la interpretación que elabora sobre la filosofía de Kusch y asimismo, por la gestación de su propia comprensión que trasciende una reproducción atenida a la letra, articulando de esta forma el planteo de un horizonte tridimensional originario para el pensar filosófico latinoamericano: estar-ser-acontecer. Scannone identifica entre estas dimensiones una mutua circumincesión, es decir, la coexistencia participativa entre los tres registros como unidad totalizadora, que como “resultante implicarían un arraigo en la tierra (en su realidad, simbolicidad, y sacralidad), orientación ético-histórica y comprensión especulativa mediada por dichas orientación y arraigo” (Scanonne, 1989: 75). ¿Por qué esas nociones conforman una interrelación trinitaria? Para responder a este interrogante Scannone recurre a la interpretación realizada por Max Müller que sentencia que en la historia Occidental se dieron dos posibilidades fundamentales de metafísica: “la de buscar la unidad originaria de todo ente en el ser como espíritu y fundamento (grund), y la de buscarla en la libertad como comienzo absoluto y como abismo (abgrund)” (Scanonne, 1984: 51). La primera de las posibilidades responde a la indagación de la filosofía griega articulada sobre la noción de ser como identidad e inteligibilidad y la segunda posibilidad se relaciona con la fe bíblica que alude al acontecimiento diferencial que se abre en el acto libre y gratuito de la creación. Pero la experiencia originaria de América se enraíza en la dimensión del estar, como unidad originaria irreductible simbolizada en la tierra como ámbito numinoso y sagrado, “raíz telúrica del arraigarse común de un pueblo y trasfondo semántico de los símbolos de su cultura” (Scanonne, 1984: 52). En ese sentido, la particularidad de nuestro mestizaje cultural (herencia amerindia, grecolatina, y cristiana) posibilita pensar la relación mutua que se abre entre esas tres dimensiones originarias. A diferencia del ser y del acontecer, el estar es caracterizado por Scannone con otros caracteres que ensayan su distinción, sin significar por eso exclusión de los otros dos horizontes: el estar es esencialmente ambiguo, plurivalente simbólicamente y antepredicativo lógica y éticamente; es destinal ya que comporta la necesidad propia de lo fáctico y la gratuidad de lo gratuito como fruto de un destino; es abisal, si bien se lo merodea sapiencialmente, permanece en su sustraerse como misterio no reductible predicativa y objetivamente; está tramado desde su arcaicidad, es decir, que es de suyo imprevisible, enfatizándose desde el momento tempóreo de la ausencia que se comprende desde la memoria de lo inmemorial y de un pasado atemporal.
En la inscripción conceptual que establece Scannone ligando los distintos registros horizonticos explícita la mediación simbólica que opera especulativamente como lógos sapiencial experienciado fenomenológicamente por la sabiduría popular en el elemento del símbolo. Sostenido sobre el trabajo de Cullen, pero a la vez desde otra impronta -con menos sentido dialéctico hegeliano- más especulativa se intenta pensar una identidad que respete la diferencia (symbolon, simbólica), esta identidad permitirá para Scannone dar cuenta de la sustracción de lo Sagrado, el respeto a la alteridad y la trascendencia ética que dan consistencia a la diferenciación de situaciones tanto geoculturales como históricas. En ese sentido, la sabiduría sapiencial se oficia en el juego mediador que en cuanto implica un lógos sapiencial, es también simbólico y ético, concediendo una comprensión nueva del ser como principio especulativo. El lógos de la sabiduría popular se caracteriza por una relación intrínseca con la interpelación ética del absoluto en y a través del cara-a-cara en el nosotros, y además y complementariamente tiene una relación intrínseca de tensión irreductible con el símbolo, quedando referido de modo irremediable a la numinosidad del estar. Por tanto, el lógos sapiencial es un logos, religado, universal, pero situado. De este modo, se trata de un principio inteligible, pero que conserva su carácter de ser misterio, es especulativo aun siendo práctico, pues orienta la vida éticamente y la refiere religiosamente hacia la salvación que le adviene desde el Otro, sagrado y trascendente.
Por tanto, si ha de pensarse la tridimensionalidad que constituye Scannone centrada en el estar, en el logos y en el éthos, se debe pensar especulativamente la identidad en la diferencia que se da en el symobolon que se acoge en el seno del nosotros. Para ello es preciso tomar en cuenta una dimensión que habitualmente la metafísica olvida, ella es la dimensión de la alteridad ética, desde ella se permite pensar una identidad plural y ética sustentada en el nosotros (ético y religioso) respetando distinción y trascendencia, aunque ella por sí misma -como se ha dicho anteriormente- puede resultar insuficiente. Por eso según Scannone se debe pensar la alteridad ética en su verdad sólo dentro de la dimensión del nosotros y en su referencia intrínseca tanto al estar como al ser. En esa triada mediatizada simbólicamente de tierra, logos, y nosotros podrá entonces el pensar filosófico corresponder y ponerse en vías hacia la posibilidad de otro lenguaje, uno más cercano a lo religioso (re-ligare) que anida en la sabiduría popular.
Respecto a la interpretación realizada por Scannone se encontrará que en varios pasajes de la presente investigación el tono que da consistencia a la búsqueda se ha asemejado, hallando reverberaciones. Sin embargo, no deja de ser menos cierto que la pretensión fundamental de los abordajes adquieren divergencias en cuanto a sus presunciones y exploraciones. El trabajo de Scannone parte desde su ortodoxa pertenencia a la dimensión teológica, amparado en la fe cristiana, por tal motivo, su investigación se tiñe de constantes búsquedas que permitan dar con el acierto que da la sabiduría popular para “pensar acerca del lenguaje especulativo sobre Dios” (Scanonne, 1984: 69)[5].
Por otra parte, el presente escrito no pretende conformarse con sumar infructuosamente bibliografía a debates académicos estériles y repetidos, ni tampoco ofrecer ingenuamente respuestas a los lectores que acaezcan, sino que más bien pretende ser un modesto recorrido de nociones articuladoras, con aspectos lúdicos que la motivan y la fundamentan, casi como si fuera un juego en el que se pretendiera ganar el acierto; sin certidumbres de lo que se pudiera gestar, ni precisiones de su inspiración. La contribución que este trabajo intentará esclarecer está dada por la re-vinculación originaria con aquello perdido y abandonado, algo que está detrás de nuestra manera de entendernos y pensarnos. Recuperar el vínculo con nuestro suelo, encontrar una manera de domiciliarnos, pensarnos en un “nosotros” que nos implique, y nos arraigue. Sin ánimos de considerar que esta es una investigación acabada, se sabe desde su comienzo que es un “tanteo”, un animarse a dar vuelta el mundo y crearlo de vuelta. El objetivo puede resultar ambicioso, y hasta abrumador, pero en eso se va la investigación ¡pensar con el cuerpo, pensar afectivamente! Con miedo, sí… pero sin limitaciones. Tal vez la búsqueda sea solo eso, una manera de conjurar el miedo ante nuestra indigencia, una forma de encontrar un nosotros en medio del abismo que habitamos, y así tal como se apunta en Esbozo de una antropología filosófica americana [1978], de lo que se trata es de:
Poder realimentar esa transitoriedad de lo fundante, ganar la inseguridad para lograr la plenitud de lo humano es nuestra misión en América, que, afortunadamente, no logra recuperar la seriedad que le exige el imperio, porque comprende la transitoriedad de la trampa del ser, y con ello el fin del imperio mismo. (Kusch 2007:432)
Kusch nos ubica ante la necesidad de la salvación de la tierra, de la guarda de ella, del crecimiento con ella y en ella, de la comunidad con ella y con aquello con lo que co-habitamos. La necesidad de hacer de nuestro horizonte algo sagrado, un símbolo que permita el encuentro, es aquel que descubre en las culturas precolombinas, en aquellos lares en donde Occidente aún no ha arrasado con su esenciar estragante, y aquellos lares donde no se han esenciado en ese tráfago. ¿Qué queda de todo ello? sino es más que la añoranza y nostalgia de un momento no existente. Nos queda la pregunta, nos queda el pensar que lee y reúne, que intenta cuidar, y es ahí donde debemos oír nuestra pertenencia a la dimensión que “está siendo como acontecimiento sagrado de lo dado originariamente” (Scanonne, 2010: 161).
La apuesta de Kusch se inscribe en el marco de una pregunta (po) ético-político-ontológica, donde los términos se copertenecen hasta el punto de desdibujarse los trazos que delimitarían cada ámbito. Caemos de este lado de América, dimensión pre-ontológica del estar, anclada en lo popular de estar siendo vida hincada en el paisaje, presintiendo la fuerza mestiza que brota naciendo opuestos, a una. Hedor y pulcritud, demonismo irracional, razón iluminadora, continente ungido por los contrarios, que se muestran ocultando su faceta opuesta. Re-definición coexistente de la pertenencia de los registros ontológicos aunados en la hierofanía del símbolo, que guarda la verdad de la donación que posibilita el encuentro. Verdad inicial de América, sabiduría ancestral que conjura el miedo originario ante lo monstruoso del paisaje buscando amparo en el cosmos. Ontología vegetal-vital que crece abrigando lo por-venir, lo presente, que está-ahí-siendo semilla para el fruto.
Hemos de reconocernos en el más inminente de los peligros, la esencia de lo técnico (gestell)[6] amenaza con aniquilar todo otro modo de hacer salir de lo oculto, obstaculizando así el pensar que habita construyendo, poetizando, intensificando lo real en su aparecer, cuidando el espacio abovedado del cielo y albergando lo inhóspito de la tierra. Hemos de corresponder a lo menesteroso de lo problemático e insertarnos en el diálogo abierto del logos coligante y allí, des-cubrir, desvelar la verdad del esenciarse propio, del acaecer que se da y se retira a una (como la verdad de nuestro estar-siendo latinoamericano). Necesitamos hacer carne nuestro verbo, arraigar el estado propio de nuestro estar, hallar la palabra que permita salvarnos. Aún no es tarde, siempre que habitemos pensando a la escucha de la correspondencia.
- Véase Grundbegriffe (Conceptos fundamentales) [1941]:”No puede decirse que el ser sea, en el sentido del mencionado carácter común, lo Igual, sino que constantemente es, en tanto que lo único, lo Mismo. En tanto que eso Mismo, no excluye lo diferente. A aquello que por doquier y constantemente es en sí lo Mismo, no le hace falta seguir siendo, en virtud de su esencia, algo que meramente dé igual” (Heidegger, 1994: 110-111), lo Mismo como espacio de proveniencia y desaparición brotan desde y se encaminan hacia lo Mismo. Él proviene en correspondencia con el estado de necesidad que obliga, el cual es, lo Mismo.↵
- Continuidades y discontinuidades, hibridez y transculturación, mestizaje e identidades transversas, rítmica barroca que tiembla sistólica y diastólicamente, allí sopla imperecederamente nuestro aire. ↵
- Éthos con eta (ηθος), significaba originalmente “morada habitual” y derivó en “carácter” con sentido moral, una traducción más apropiada es la que significa lo relativo a la morada, a la estancia, al lugar donde se mora. Éthos con épsilon (εθος), significaba “hábito” o “costumbre”. La palabra castellana “moral” viene del latín mos, que en esa lengua puede significar tanto costumbre como carácter o género de vida. De mores (plural de mos) se derivó el término moralis, neologismo acuñado por Cicerón para traducir el griego éthika.↵
- ¿Qué mejor que la poesía para graficar ese mutuo latido cardinal que atraviesa al poeta en su habitar? Muchos son quienes podrían dar cuenta de semejante arrobamiento, pero destaco por el arrojo concéntrico que su poesía exhala a Gonzalo Rojas en su poema “la cordillera está viva”: “Por fin te has ido al fondo de mi visión. Por fin/ palpita el cataclismo de tu piedra en mi boca/ y ya puedo decir la verdad hacia todos los vientos./ Hiciste claro el aire para mis ojos fijos, /cegados por el cráter de la nada” (2012: 36).↵
- Heidegger advierte que la metafísica se ha caracterizado por su constitución onto-teo-lógica, la unidad de los caracteres de Ser en los que bajo una estructuración lógica “el Concepto”, se lo pliega en una diferencia impensada con lo Ente en su totalidad, el “ens summum“ (Dios). La metafísica, entonces, teoriza sobre el ente en cuanto ente (pregunta ontológica) y configura el espacio para el hallazgo y la estructuración del ente supremo (teología). Por tanto, es preciso poner en cuestión el nudo abigarrado de la metafísica para poder plantear un nuevo inicio en el contexto de nuestra América.↵
- Heidegger califica a la Ge-stell como un modo de hacer salir de lo oculto representador y provocante, ella es la estructura de emplazamiento que congrega los modos de presencia de la metafísica Occidental, particularmente en lo que respecta a la esencia de la técnica. La gestell es lo coligante del emplazar que emplaza al hombre, que lo provoca a hacer salir de lo oculto lo real y efectivo (Wirklichkeit) en el modo de un solicitar en cuanto un solicitar de existencias.↵