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6 Reflexiones en torno a la arqueología foucaulteana del saber

Hacia una crítica de las formas de objetivación

Iván Gabriel Dalmau[1]

Hacer la historia de la objetivación, no explicar lo que se ha pensado acerca de la locura en la modernidad, no cómo las sociedades occidentales se han comportado con respecto a ella, sino cómo se ha constituido un objeto de saber y de práctica social y política que tenía los caracteres de la locura; por lo tanto, hacer la historia de la constitución de los objetos significaba, para Foucault, contribuir a la problematización del presente
Claudia Giordano, Un’idea di filosofia

Consideraciones preliminares[2]

Apoyados en la cita de la investigadora Claudia Giordano que hemos colocado como epígrafe, a lo largo del presente trabajo buscaremos dar cuenta del siguiente interrogante, a saber: ¿qué tipo de crítica de las ciencias humanas permite calibrar el abordaje arqueológico forjado por Michel Foucault? En ese sentido, frente al “perenne problema” de la “objetividad cognoscitiva” que atraviesa el discurso de la epistemología de las ciencias humanas, tomamos como punto de partida que la arqueología foucaulteana del saber no se ocupa de llevar a cabo una problematización normativa de dichas ciencias.[3] De este modo, nos proponemos revisar la crítica arqueológica de los saberes acerca de “lo humano” en términos de crítica de las formas de objetivación, entendida como una manera de problematizar las ciencias humanas a partir de un registro epistemológico que, en lugar de “bastarse a sí mismo”, se encuentra jalonado por preocupaciones de índole ontológico-políticas respecto de la constitución de la actualidad.[4]

Cabe destacar que para sostener la hipótesis de lectura propuesta, constituiremos una serie documental que nos permitirá captar la recurrencia temática del abordaje de las ciencias humanas en los trabajos foucaulteanos y su estrecha ligazón con la problematización de la filosofía como actividad de diagnóstico de la actualidad. Así, afincados en el característico gesto foucaulteano de recuperación y reelaboración recurrente de sus trabajos precedentes (Fontana y Bertani, 1997: 248), estaremos en condiciones de revisar la arqueología foucaulteana de los saberes acerca de “lo humano” desde la perspectiva del modo en que el filósofo problematiza la crítica filosófica. Por lo tanto, dividiremos las líneas que se despliegan a continuación en dos parágrafos y un apartado de reflexión final. En el primero, nos ocuparemos de reponer el abordaje recurrente de las ciencias humanas realizado por Michel Foucault dentro del marco de problematización de la filosofía crítica como actividad de diagnóstico. Tras lo cual, pondremos el foco en la arqueología foucaulteana del saber, de modo tal de poder desbrozar el tipo de crítica de los saberes acerca de “lo humano” que posibilitan las herramientas configuradas por el filósofo.

Por otra parte, no podemos dejar de mencionar que el trabajo de relectura que desplegaremos a continuación se encuentra posibilitado por la reconfiguración del archivo Foucault, producida como fruto de la publicación en formato libro de los cursos dictados por el pensador francés en el Collège de France, tal como lo remarcara el investigador Sven-Olov Wallenstein:

En retrospectiva, los trabajos publicados aparecen como fotografías, como recortes momentáneos de un proceso (…). Sin embargo, la lectura de las lecciones del Collège de France provee un antídoto eficiente para esto. En dichas conferencias vemos a Foucault trabajando, volviendo constantemente sobre cuestiones previas, retomándolas y reformulándolas (Wallenstein, 2013: 10).

Transformación del material disponible que ha permitido fundamentalmente captar el modo en que recupera, reelabora y matiza sus trabajos precedentes desde la perspectiva de sus indagaciones en curso; llenando ni más ni menos que los huecos producidos por los años de “silencio editorial”. Justamente, a partir de la distancia entre la publicación de L`archéologie du savoir (Foucault, 1969) y Surveiller et punir (Foucault, 1975), y entre el primero y el segundo y tercer tomo[5] de Histoire de la sexualité (Foucault, 1976, 1984a, 1984b), se constituyó tempranamente en la bibliografía secundaria la caracterización de Foucault como un “autor” en cuya “obra” podrían distinguirse tres etapas,[6] ligadas a décadas, métodos y objetos. Específicamente, desde dicho marco de lectura se considera que en la década del sesenta Foucault se vale del método arqueológico y su objeto privilegiado de estudio es el saber, de allí que la presunta etapa sea denominada como “arqueológica”. Tras lo cual, durante la década del setenta Foucault se habría ocupado de problematizar el poder, valiéndose de la genealogía nietzscheana como método. Por último, en los años ochenta, el filósofo redirigiría su preocupación hacia la constitución ética de la subjetividad, período en el que supuestamente modificaría el recorte temporal de su archivo, al enfocarse en discursos formados en el seno de la filosofía y la cultura greco-romana. Si bien no es objetivo de nuestro trabajo entablar una discusión con dichas lecturas, no puede pasarse por alto que la estrategia de relectura propuesta, posibilitada gracias a la ampliación del material disponible, implica un alejamiento de lo que podría caracterizarse como “lecturas etapistas”.

Finalmente, consideramos pertinente remarcar que llevaremos a cabo una lectura arqueológica y problemática de la caja de herramientas foucaulteana. En tanto pretendemos indagar acerca de la potencia crítica, en términos ontológico-políticos, que encierra su problematización del saber, no nos ocuparemos de analizar sus referencias a otros filósofos u otras corrientes filosóficas en términos de su plausibilidad filológica; sino que, más bien, nos valdremos de las mismas en función del modo en que se inscriben en la economía del discurso foucaulteano.

I. “Recurrencias foucaulteanas”: el trabajo de archivo sobre las ciencias humanas y la problematización de la filosofía como actividad de diagnósitico

Me parece que la elección filosófica a la que nos encontramos confrontados actualmente es ésta. Hay que optar por una filosofía crítica que se presentará como una filosofía analítica de la verdad en general, o por un pensamiento crítico que tomará la forma de una ontología de nosotros mismos, de una ontología de la actualidad. Y es esta forma de filosofía la que, de Hegel a la Escuela de Frankfurt, pasando por Nietzsche, Max Weber, etc., ha fundado una forma de reflexión a la cual, desde luego, me vinculo
en la medida en que puedo
Michel Foucault, Le gouvernement de soi et des autres

En la primera clase del curso dictado en el Collège de France durante el ciclo lectivo 1982-1983, es decir la clase del 5 de enero de 1983 por medio de la que diera inicio al curso Le gouvernement de soi et des autres, Foucault se vale de una presentación del modo en que Immanuel Kant respondió a la pregunta Was ist Aufklärung? para inscribir su propia labor en una modulación de la crítica, pregunta kantiana en la que el filósofo se detuvo de manera recurrente entre 1978 y 1984 (Foucault, 1990, 1994a). Allí, frente a la realización de una “analítica de la verdad en general” –preocupada por las posibilidades del conocimiento y sus límites infranqueables–, Foucault reivindica la práctica de la crítica como una ontología de la actualidad, como una ontología de nosotros mismos. De lo que se trata, entonces, es de una inflexión del gesto crítico, que desanclado de todo viso de universalidad se desliga a su vez de una pretensión fundadora-normativa (Potte-Boneville, 2007: 15-24). En lugar de configurarse como una gnoseología que dé cuenta de las condiciones de posibilidad del conocimiento, normando las formas adecuadas de conocer, y una ética orientada por principios que permitan normar moralmente la acción, la crítica foucaulteana opera por medio del cuestionamiento del pretendido carácter necesario de las formas de pensamiento y de los modos de conducción de los sujetos en sus relaciones consigo mismos y con los otros (Gros, 2008: 348-361; Mascaretti, 2014: 139).

Antes de proseguir nuestra lectura, se nos impone la necesidad de introducir la siguiente aclaración terminológica. Si bien por “ciencias humanas” Foucault alude a los estudios literarios, la sociología y las ciencias con radical “psi”, en la medida en que remarca que las mismas se configuraron a partir del plexo formado por las ciencias respecto de la vida, el trabajo y el lenguaje, para simplificar la redacción nos valemos de la fórmula “ciencias humanas” en sentido amplio y englobante para aludir a la disposición epistémica en la que dichas ciencias se formaron (Foucault, 1966). Del mismo modo, tanto respecto de la arqueología de la constitución del objeto locura como “enfermedad mental” (Foucault, 1972),[7] como de la relativa al nacimiento de la mirada médica (Foucault, 1963), puede plantearse que se engarzan con el problema de la constitución del “hombre”, en tanto objeto de saber que vive, trabaja y habla (Sabot, 2006: 60).

No puede pasarse por alto que en L’archéologie du savoir (Foucault, 1969), el pensador francés se ocupa de manera recurrente de revisar y reformular parcialmente el abordaje de los saberes desplegado en sus arqueologías precedentes, respecto de “la locura”, “la clínica” y “el hombre”. Si en los dos primeros trabajos la preocupación por la imbricación entre la formación de determinados saberes y la transformación de las prácticas institucionales –de segregación y encierro, por ejemplo– resulta ineludible, en su arqueología del “hombre” Foucault parecería circunscribir el trabajo de archivo exclusivamente a discursos científicos, resultando en principio menos palpable la articulación entre dicha indagación y una preocupación ontológico-política que permita ligar esta pesquisa a las tareas de diagnóstico de la actualidad. Sin embargo, cabría recordar que la apuesta foucaulteana radica en llevar a cabo una problematización que le permita escapar de las mallas del humanismo decimonónico, es decir que en su arqueología respecto de la constitución del “hombre”, la búsqueda foucaulteana radica justamente en dar cuenta de las condiciones de posibilidad de la formación de dicha figura epistemológica, de modo tal de poder desasirse de la grilla de inteligibilidad que hace del “hombre” el punto de partida tanto de la reflexión teórico-epistemológica como de la teorización práctico-política.

Por otra parte, en la medida en que nos proponemos revisar la imbricación entre lo epistemológico y lo ontológico-político que permea a la problematización foucaulteana del saber, dejando a un lado la discusión acerca del carácter “estructuralista o no” de la arqueología foucaulteana de las ciencias humanas (Foucault, 1966), encontramos más que elocuente que –en el marco de una entrevista que le hicieran en 1967– sostuviera que la filosofía estructuralista permite diagnosticar qué es la actualidad (Foucault, 1994b). En la misma línea, en el contexto de responder a la pregunta “qué es un filósofo”, para caracterizar el tipo de labor filosófica desplegada por medio de sus trabajos arqueológicos, Foucault apela en 1966 al nombre de Nietzsche del siguiente modo:

A propósito de Nietzsche, podemos volver sobre su pregunta: para él, el filósofo es quien diagnostica el estado del pensamiento. Por cierto, se pueden concebir dos clases de filósofos, el que abre nuevos caminos al pensamiento, como Heidegger, y el que juega en cierta forma el rol de arqueólogo, que estudia el espacio en el que se despliega el pensamiento, así como sus condiciones, su modo de constitución (Foucault, 1994c: 553).

En la medida en que nos encontramos revisando la fuerte preocupación ontológico-política que vertebra el ejercicio de la crítica arqueológica, consideramos insoslayable que hacia el final de L’archéologie du savoir, Foucault se explaye sobre la posibilidad de llevar a cabo “otras arqueologías”, entre las que se destacan –además de la pintura– la sexualidad y la política, en sintonía con las blancos de problematización en los que se detendría en los años subsiguientes (Castro, 2011a: 43-45), en el marco tanto de sus libros publicados en vida como de los cursos dictados en el Collège de France.

A su vez, resulta fundamental remarcar que en los trabajos genealógicos se palpan “ecos arqueológicos” (Defert, 2011: 271), que podrían distinguirse en tres dimensiones. Por un lado, a nivel de la propia palabra foucaulteana, encontramos que explícitamente se propone retomar tanto la noción de saber (Foucault, 2011: 205) como la de prácticas discursivas para abordar los sistemas de pensamiento (Foucault, 2011: 217-218). Además, las notas particulares que remarcaremos a continuación cuando planteemos que la arqueología permite calibrar un registro de problematización que se coloca por fuera de los pares sujeto-objeto y teleología-normación, se encuentran estrechamente ligadas al modo en que el filósofo caracteriza la genealogía como método para el trabajo filosófico que se despliega en las canteras de la historia (Foucault, 1994d, 1994e). Justamente, respecto de la problematización del par sujeto-objeto en el seno de la genealogía foucaulteana, el reconocido especialista Marcelo Raffin sostuvo que:

Foucault se propone mostrar cómo las prácticas sociales pueden llegar a engendrar dominios de saber que no sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer, además, formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento. En este sentido, Foucault afirma que el sujeto de conocimiento posee una historia, la relación del sujeto con el objeto, y, más claramente, la verdad misma tiene una historia” (Raffin, 2014: 130).

Por último, como tercera dimensión se destaca el abordaje recurrente de la formación de las ciencias humanas, en el marco del tratamiento de los problemas mencionados en torno de las “otras arqueologías”. Por ejemplo, en su genealogía de la prisión, en la que se ocupa de dar cuenta del surgimiento del modo disciplinario de ejercicio del poder, remarcará en torno a la práctica del examen que caracteriza a los dispositivos disciplinarios, que dicha forma de ejercicio del poder se encuentra imbricada con la formación de saberes acerca de “lo humano”, como la criminología (Foucault, 1975). Podemos encontrar en dicho trabajo cómo la problematización de las relaciones de saber-poder no elide sino que, por el contrario, recupera y enriquece los aportes realizados por la arqueología del saber. A modo de ejemplo, incluimos la siguiente cita:

Hay que admitir más bien que el poder produce saber (y no simplemente favoreciéndolo porque le sirva o aplicándolo porque es útil); que poder y saber se implican directamente el uno al otro (…). Hay que considerar (…) que el sujeto que conoce, los objetos a conocer y las modalidades de conocimiento son los efectos de esas implicaciones fundamentales del poder-saber y de sus transformaciones históricas (Foucault, 1975: 32).

En dicha cita se encuentra condensada una recuperación desde la nueva grilla analítica de los aportes desarrollados durante la década del 60’; de hecho, la enumeración que se encuentra en el párrafo citado respecto de la constitución de los saberes en su imbricación con las relaciones de poder se halla profundamente ligada a lo señalado por Foucault respecto de las formaciones discursivas,[8] es decir con el tipo de regularidades en la dispersión de los enunciados que las caracteriza (Gutting, 1989: 270-271). En el caso particular de la genealogía de la prisión, la centralidad de la formación discursiva de las ciencias humanas fue destacada por el especialista Edgardo Castro en dos entradas de su imprescindible Diccionario Foucault, de las que extraemos las siguientes referencias:

Surveiller et punir es, al mismo tiempo, una genealogía de la sociedad disciplinaria y las ciencias humanas al analizar las relaciones entre las técnicas del poder y el cuerpo (…). Si la investigación judicial, tal como se delineó en el Medioevo, fue la matriz jurídico-política de las ciencias empíricas, la disciplina ha sido la matriz política de las ciencias humanas (Castro, 2011b: 68-105).

De manera análoga, puede remarcarse la relevancia de la formación de dichos saberes en el contexto de la genealogía foucaulteana de la sexualidad (Foucault, 1976), de la biopolítica (Foucault, 1997) y de las formas modernas de gubernamentalidad (Foucault 2004a, 2004b; Castro Gómez, 2010: 16). En lo que respecta a la imbricación entre la formación de las ciencias humanas y el surgimiento de la biopolítica en el diagnóstico foucaulteano, a modo de ejemplo hacemos propio el señalamiento introducido por el investigador Emiliano Sacchi:

La ruptura profunda en el régimen del discurso científico en la que la problemática de la Vida, y de forma paralela las del Trabajo y el Lenguaje (que delimitan la figura del Hombre) redistribuyeron el orden de la episteme clásica, fue a la vez condicionante y condicionada por la emergencia del bio-poder (Sacchi, 2016: 32).

Ahora bien, llegados a este punto, cabría preguntarnos: ¿en qué consiste la problematización foucaulteana del saber? Interrogante en el que nos detendremos en el siguiente apartado, de modo tal de sustentar la hipótesis de lectura esbozada en la introducción del presente escrito, respecto del tipo de crítica de las ciencias humanas que las herramientas forjadas por Michel Foucault posibilitan.

II. La problematización de las ciencias humanas en tanto saberes: arqueología de las formas de objetivación

El proyecto arqueológico que allí se explicita (el cual no reproducía lo realizado hasta ese momento por Foucault, sino que lo reformulaba con una complejidad asombrosa) resulta ser mucho más rico de lo que parece a simple vista. En sus recorridos encontramos una y otra vez dudas y preguntas que plantea sobre cuestiones que no volverán a explicitarse en ningún otro texto. Son notables las diversas vías que allí pone a prueba para sortear los obstáculos que se le presentan durante sus investigaciones y también a aquellos que él mismo fue instalando en su propio camino como una especie de experimento especulativo para hacer efectivo su método: Foucault contra Foucault, Foucault desde Foucault, Foucault para Foucault. El trabajo resultante no podía ser menos que brillante
Fernando Beresñak, “El espacio de la verdad foucaulteana”

Retomando lo señalado en la presentación del presente escrito, desplegaremos a continuación una relectura de determinados fragmentos del “archivo Foucault”, de modo tal de –apoyándonos en el característico gesto de recuperación y reelaboración recurrente que atraviesa sus trabajos– revisar su problematización arqueológica del saber desde la perspectiva de la inflexión del gesto crítico en que ha buscado ubicar su producción filosófica. En primer lugar, querríamos remarcar que la problematización arqueológica de los discursos consistirá en abordarlos en tanto prácticas y se orientará a dar cuenta de sus condiciones de posibilidad; logrando así el establecimiento de los modos históricos de constitución de ciertas positividades, en lugar de tomarlas de antemano como evidencia y punto de partida (Muhle, 2012: 190; Brossat, 2013: 238-9). En términos del propio Foucault:

Pero de lo que aquí se trata, no es de neutralizar el discurso, de hacerlo el signo de otra cosa y de atravesar su espesor para alcanzar aquello que permanece silenciosamente más allá de él sino, al contrario, de mantenerlo en su consistencia, de hacerlo surgir en la complejidad que le es propia (…). Sustituir el tesoro enigmático de las “cosas” anteriores al discurso, por la formación regular de los objetos que no se perfilan más que en él. Definir esos objetos sin referencia al fondo de las cosas, sino en relación al conjunto de las reglas que permiten formarlos como objetos de un discurso y constituyen así sus condiciones de aparición histórica (Foucault, 1969: 65).

En este contexto, resulta relevante la inclusión de la definición dada por Foucault respecto de las formaciones discursivas en el capítulo segundo de la primera parte de L’archéologie du savoir, en donde planteó que:

En el caso en que se pudiera describir, entre un cierto número de enunciados, un semejante sistema de dispersión, en el caso en que entre los objetos, los tipos de enunciación, los conceptos, las elecciones temáticas, se pudiera definir una regularidad (un orden, correlaciones, posiciones y funcionamientos, transformaciones), se dirá, por convención, que se trata de una formación discursiva (…). Se llamarán reglas de formación a las condiciones a las que están sometidos los elementos de esta repartición (objetos, modalidad de enunciación, conceptos, elecciones temáticas). Las reglas de formación son condiciones de existencia (pero también de coexistencia, de conservación, de modificación y de desaparición) en una repartición discursiva determinada (Foucault, 1969: 53).

No puede pasarse por alto que el pasaje de la problematización de los objetos y las modalidades enunciativas hacia sus reglas de formación resulta un aporte epistemológico fundamental, puesto que permite desanclar la epistemología de las ciencias humanas del interior de la relación sujeto-objeto y visibilizar los términos de la relación cognoscitiva como inmanentes a dichas reglas de formación. Este modo de problematización de los saberes en tanto prácticas discursivas permitió a Foucault plantear la oposición entre la teoría del conocimiento, que desde su perspectiva se ocuparía de dar cuenta de la relación sujeto-objeto[9], y la arqueología del saber que se coloca por fuera de dicha relación, y permite dar cuenta de la formación de ambos términos en tanto inmanentes al ejercicio de la función enunciativa. A partir de la puesta en cuestión de las unidades de discurso comúnmente aceptadas en el ámbito de la denominada “historia de las ideas” –o sea de la realización de un trabajo negativo que implica la puesta entre paréntesis de nociones tales como “tradición”, “libro”, “autor”, “mentalidad”, “espíritu de época”– el trabajo epistemológico a realizar se desplegará en base a la labor paciente y sistemática sobre documentos, a los que se tratará como monumentos (Murillo, 1996: 6). Por lo tanto, la puesta en práctica de la arqueología trae aparejada la realización de un trabajo archivístico sobre los discursos que, al abordarlos en tanto prácticas, dé cuenta de sus condiciones de posibilidad. Puede plantearse, entonces, que la arqueología no pretende configurarse como una teoría del conocimiento alternativa, que problematizaría la relación sujeto-objeto; por el contrario, entre sus objetivos se destaca el dar cuenta de los modos históricos de constitución de ambos términos al remitirlos a sus condiciones de posibilidad.

Recapitulando la lectura que hemos venido desarrollando, sostenemos que el eje de la apuesta foucaulteana radica en la problematización del saber cómo un modo alternativo a la elaboración de una teoría del conocimiento; puesto que no se trata, para Foucault, de problematizar los términos de la relación cognoscitiva sino de colocarse por fuera de la relación misma, dando lugar a la problemática del saber en oposición a la del conocimiento:

Lo que la arqueología del saber clausura, no son las diversas descripciones a las que puede dar lugar el discurso científico; es más bien, el tema general del “conocimiento”. El conocimiento es la continuidad de la ciencia y la experiencia, su indisociable entrelazamiento, su reversibilidad indefinida (…). El conocimiento confía a la experiencia la responsabilidad de dar cuenta de la emergencia histórica de las formas y del sistema a los cuales obedece. El tema del conocimiento equivale a una denegación del saber (Foucault, 1994f: 730).

En la medida en que la arqueología se despliega por medio del abordaje de la historia efectiva de las prácticas discursivas, la misma se ubica en una posición de exterioridad con respecto a los discursos de cuya formación se ocupa[10]. En ese sentido, permite llevar a cabo una indagación que no se encuentra motorizada por preocupaciones normativas, al buscar dar cuenta de las condiciones de existencia de los discursos científicos en lugar de interrogarse respecto de qué es lo que daría derecho a un discurso a ser ciencia (Foucault, 1969: 249-251), y que se realiza por medio del trabajo de archivo que prescinde de tomar la ciencia actual como vara para la realización de una historia en clave teleológica:

No se interrogarán los conocimientos descritos en su progreso hacia una objetividad en la que la ciencia actual pudiera reconocerse; lo que se pondrá en juego, es el campo epistemológico, la episteme en que los conocimientos, vistos más allá de todo criterio referente a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino más bien la de sus condiciones de posibilidad (Foucault, 1966: 13).

Tal como lo señaláramos previamente, la problematización de las ciencias humanas en tanto saberes se ejercita de manera desligada respecto de la dupla formada por el par enfoque teleológico – pretensiones normativas. Es decir, que la arqueología se ocupa de interrogar a los saberes en su historia efectiva, para lo que prescinde de tomar como punto de partida filosófico a la ciencia actual, y de hacerla funcionar como punto de llegada necesario de la historia de la ciencia; al tiempo que dicha interrogación no se encuentra jalonada por la búsqueda de criterios que permitan regular la puesta en práctica de la ciencia.

Ahora bien, retornando sobre el interrogante con que el abriéramos el presente artículo, sostenemos que en el marco de la distinción entre saber y conocimiento, que habilita el desanclaje de la epistemología de las ciencias humanas del interior de la relación sujeto-objeto, la perspectiva arqueológica permite elaborar un registro de problematización que prescinde de tomar la ciencia actual historiográficamente en términos teleológicos y epistemológicamente de modo normativo, y da lugar a un trabajo epistemológico que en lugar de “bastarse a sí mismo” se perfila como una herramienta potente para la problematización ontológico-política de la actualidad. La problematización del saber permite dar cuenta del modo en que históricamente –de manera inmanente a cierta disposición epistémica– se constituyen objetos y posiciones de sujeto. Por lo tanto, en lugar de brindar herramientas para la realización de una crítica normativa respecto de la “objetividad cognoscitiva” de las ciencias humanas, la crítica arqueológica se desplaza hacia la problematización de las formas de objetivación. Consideramos, entonces, que la arqueología foucaulteana del saber no se encuentra jalonada por las preguntas propias de la “analítica de la verdad en general”, o sea de las posibilidades del conocimiento y sus límites infranqueables; sino que, por el contrario, al brindar herramientas para la problematización de los modos históricos de constitución de objetos y posiciones de sujeto (modalidades enunciativas), contribuye a la práctica de la crítica entendida como actividad de diagnóstico de la actualidad. Las indagaciones epistemológicas del arqueólogo se encuentran jalonadas por preocupaciones de índole ontológico-política, de allí que en lugar de intentar dar cuenta del clásico problema –de cuño normativo– que ha permeado el discurso epistemológico de las ciencias humanas, es decir la pregunta respecto de su “objetividad cognoscitiva”, sostenemos que Foucault se desmarca de dicho registro discursivo, desplazando la pregunta hacia la problematización de las formas de objetivación.

III. Palabras finales

Si la historia posee un privilegio en la óptica foucaulteana, es precisamente porque permite abstraerse del propio presente, tomar distancia de la propia cultura cotidiana para examinar “desde el exterior” nuestro sistema de certezas y discursos
Luca Paltrinieri, “Archeologia della volontà”…

A lo largo del presente trabajo, nos hemos ocupado de revisar qué tipo de crítica respecto de las ciencias humanas se encuentra posibilitada por las herramientas forjadas en el seno de la arqueología foucaulteana del saber. En ese sentido, en la introducción hemos formulado una hipótesis interpretativa que buscamos sostener en los apartados siguientes. Básicamente, tomando como punto de partida que Michel Foucault no elabora una epistemología normativa, planteamos que su abordaje de las ciencias humanas habilita una problematización de las formas de objetivación, en contraposición al “perenne problema” que permea el discurso epistemológico en torno de dichas ciencias, es decir la pregunta respecto de su objetividad cognoscitiva. Para afincar dicha hipótesis, apoyados en el característico gesto foucaulteano de recuperación y reelaboración recurrente de sus trabajos precedentes, nos ocupamos de revisar el abordaje recurrente de las ciencias humanas dentro del marco de problematización de la filosofía crítica como actividad de diagnóstico de la actualidad. Luego, nos detuvimos en la manera en que el filósofo problematiza el saber en su clásico trabajo de finales de los años sesenta.

A través de la puesta en juego de tres pares categoriales, dos introducidos por el propio Foucault y el tercero incorporado por quien escribe estas líneas, podemos caracterizar el tipo de crítica de los saberes respecto de “lo humano” que el filósofo perfila, frente al mencionado “clásico” problema de la objetividad cognoscitiva. La articulación de los pares introducidos por Foucault permite perfilar dos senderos para el trabajo filosófico que, declinado hacia la epistemología de las ciencias humanas, daría lugar a un tercer par. Tenemos por un lado, entonces, una filosofía analítica de la verdad en general, preocupada por las posibilidades del conocimiento y sus límites infranqueables, es decir por la elaboración de una teoría del conocimiento que, respecto de las ciencias humanas, permitiría perfilar una crítica epistemológica normativa acerca de su “objetividad cognoscitiva”. Por otro lado, la problematización foucaulteana de la filosofía como actividad de diagnóstico, se entronca con el abordaje arqueológico del saber y da lugar, respecto de las ciencias humanas, a una crítica epistemológica que –en lugar de bastarse a sí misma– se configura como un aporte para la problematización ontológico-política de la actualidad, por medio de la crítica de las formas de objetivación.

En lugar de cuestionar epistemológicamente el discurso de las ciencias humanas en función de su supuesta “falta de objetividad”, y de oponerle una forma “más adecuada” de abordar sus objetos, de lo que se trata es de problematizar el modo en que sus formas de objetivación contribuyen a la constitución ontológico-política de la actualidad. Tal como Foucault lo hiciera de manera recurrente, por ejemplo respecto de la constitución de la delincuencia (Foucault, 1975), de la sexualidad (Foucault, 1976, 1997), del mercado, del homo œconomicus y del capital humano en el seno de su crítica a la racionalidad política liberal y neoliberal (Foucault, 2004a, 2004b). Abordaje de los saberes acerca de “lo humano” que, reiteramos una vez más, en lugar de cuestionar su “falta de objetividad” y contraponer un “modo adecuado de conocer”, se ejercita por medio de la problematización de la formación de dichos objetos, desplegando así un conjunto de herramientas para la crítica epistemológica de las ciencias humanas que se encuentra jalonada por la preocupación ontológico-política en torno de la constitución de la actualidad.

A modo de cierre, releyendo la arqueología foucaulteana de las ciencias humanas desde América Latina a finales de la segunda década del siglo XXI nos preguntamos, ¿podemos criticar de modo radical el discurso de la economía neoliberal si pasamos por alto las formas de objetivación que tuvieron lugar en el seno de los saberes acerca de “lo humano” a lo largo del siglo XX y comienzos de la presente centuria? A modo de hipótesis planteamos que “capital humano”, “gestión”, “competencia”, “eficacia y eficiencia”, son algunos de los objetos cuya constitución debe ser remitida al discurso de la economía neoliberal, y problematizada en cuanto tal, para no quedar entrampados –al desplegar nuestra crítica– en el tipo de racionalidad política que buscamos cuestionar.

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  1. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Becario Posdoctoral del CONICET, radicado en la Escuela de Humanidades de la Universidad Nacional de San Martín. Profesor Adjunto de Epistemología de las Ciencias Sociales en la Escuela de Humanidades y en la Escuela de Política yGobierno de la Universidad Nacional de San Martín. Docente Auxiliar de Introducción al Pensamiento Científico en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires. Ha realizado estancias de investigación como invitado en la Universidad Autónoma de Madrid y en la Universidad de Granada, España.
  2. Quisiera agradecer especialmente a Claudio Cormick y Mario Gómez Pedrido por las críticas dirigidas a versiones previas de este trabajo.
  3. Posición mayoritariamente compartida por las y los especialistas, de quienes nos haremos eco a lo largo del artículo (Gutting, 1989: 227-260; Castro, 1995: 39; Han, 1998: 66-118; Sauquillo, 2001: 17-23; Sabot, 2006: 1-33; Giordano, 2007: 42-72; Mascaretti, 2014).
  4. Retomamos y reelaboramos problemas abordados en artículos publicados previamente en el marco de nuestro trabajo de investigación posdoctoral (Dalmau, 2017; Dalmau 2019).
  5. No puede pasarse por alto que Foucault no sólo aplaza hasta encontrarse bordeando la muerte la publicación de ambos tomos, sino que los mismos se alejan fuertemente de la secuencia que había anticipado ocho años antes, al momento de la publicación del primer volumen de la saga.
  6. Al respecto, se destacan, entre otros, trabajos desarrollados en los años 80’ por reconocidas figuras del campo intelectual francés y estadounidense (Dreyfus y Rabinow, 1983; Blanchot, 1986; Deleuze, 1986).
  7. Para evitar confusiones, remarcamos que hemos trabajado sobre la segunda edición francesa –publicada en 1972– pero que la versión original de dicha investigación, presentada por el filósofo como Tesis doctoral, es del año 1961.
  8. Noción central de L’archéologie du savoir, en la que nos detendremos en el siguiente apartado.
  9. Recordamos nuevamente al/a lector/a que las referencias foucaulteanas a otras corrientes filosóficas las consideramos relevantes en función de la economía de su discurso, de allí que pongamos en juego “alegremente” dicha caracterización acerca de la teoría del conocimiento.
  10. Si bien detenernos en ello nos alejaría del foco de nuestro trabajo, consideramos que dicho aspecto de la arqueología foucaulteana permite poner en entredicho la plausibilidad de la lectura propuesta por Giorgio Agamben respecto del abordaje foucaulteano de los trabajos de Paracelso en el marco de su indagación en torno de la denominada episteme renacentista (Foucault, 1966); lectura sobre la que el filósofo italiano erigirá su propuesta de “arqueología de las signaturas” (Agamben, 2008: 59-81). Por otra parte, consideramos que esta faceta de la arqueología foucaulteana obtura la posibilidad de acercar su perspectiva a la hermenéutica fenomenológica heideggeriana, tal como pretendiera hacerlo –por ejemplo– Béatrice Han (1998).


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