Joaquín Bartlett[1]
Introducción
Ante la polisemia de estudios inscriptos dentro de la grilla analítica de la gubernamentalidad[2], es importante distinguir que, en cuanto perspectiva, permite reconstruir las formas en que se problematizan esferas sociales, que, en su mismo proceso, se vuelven inteligibles y susceptibles de ser operacionalizadas bajo prácticas concretas destinadas a la “conducción de conducta” (Rose, O’Malley y Valverde, 2012). A modo “de acción sobre las acciones de los otros” (Foucault, 1988: 15), el gobierno es –antes que una relación de imposición– una relación de positividad entre programas y deseos canalizados por prácticas racionales y por la demarcación contingente de márgenes de acción que, aunque operen en diferentes planos, convergen en un campo problematizado (Castro-Gómez, 2010). En una definición mínima de gubernamentalidad, circunscribir, racionalizar y promover son dimensiones y efectos del problematizar el poder en su tamiz positivo, es lo que para Rose (1997) conlleva la relación con un tipo de conocimiento de lo social:
Aunque todas las fórmulas de gobierno dependen de un conocimiento de lo que tiene que ser gobernado y, por supuesto, constituyen ellas mismas una cierta forma de conocimiento de las artes de gobierno, las estrategias liberales vinculan el gobierno con conocimientos positivos sobre la conducta humana desarrollados por las ciencias humanas y sociales (Rose, 1997: 28).
Conocimiento sobre las artes de gobierno que se traduce en la “reflexión sobre la mejor manera posible de gobernar” (Bröckling, 2015: 45); de modo que sistematizar y racionalizar se conjugan al intento de dar sentido operativo a la abstracción simbólica inherente a las premisas de gobierno. Premisas que no deben ser explicadas en cuanto sustrato ideológico que termina de dar sentido último a las prácticas de gobierno. No se trataría de “develar” la intención de gobernar, sino describir cómo se racionalizan y estabilizan las relaciones de poder en un momento histórico, qué tipos de saberes intervienen y demarcan un campo de acción antes poco inteligible.
Inscribir al trabajo como un problema de gobierno nos permite, en una distinción básica, delimitar aquellos aspectos vinculados de manera directa e indirecta. Con relación a los aspectos que se vinculan de manera indirecta, describiremos brevemente las dimensiones que se articularon, en el marco de la emergencia de lo social, en un orden externo atravesado por prácticas de gobierno, que, a su vez, sirvieron para la constitución de un cuerpo de trabajadores en cuanto población. Por otra parte, el problema de gobierno relacionado de manera directa con el trabajo lo suscribiremos a la emergencia de la gestión y administración como disciplina, que racionalizó los procesos de trabajo dotándolos de una primigenia episteme, constituida por saberes prácticos y enmarcados en las disciplinas economías e ingenieriles.
El trabajo y el orden externo: la emergencia de lo social y el trabajo
El trabajo como dimensión articulada a lo social adquiere materialidad en el siglo XIX bajo la mirada atenta sobre aquellos “moralmente sospechosos” de resquebrajar una cohesión que trascendía a los propios individuos. Múltiples “ortopedias” sociales emergen en un doble sentido: como lazo social y como posibilidad de quiebre. “Una aporía fundamental en la cual la sociedad experimenta el enigma de su cohesión y trata de conjurar el riesgo de su fractura” (Castel, 1997: 20). El trabajo se inscribe en esa doble figura de lo social. Tironeado en sus sentidos, al igual que la pobreza, por los “poetas de la moralización” y los “partidarios de la lucha de clase” (Castel, 1997: 269).
A decir de Coriat (1993), se inician tres cambios fundamentales para dicho periodo. El control del proceso de trabajo, en el marco del taller de oficios, se ve inclinado hacia una racionalidad sistematizada en espacio de las nuevas fábricas. La primitiva figura del artesano y sus secretos dejan paso al moderno obrero especializado, cambio fundamental de un proceso histórico que condesa la división entre concepción y ejecución del trabajo. Aspecto también señalado por Castel (1997: 334) como condición de posibilidad para la futura sociedad salarial:
Con la “organización científica” del trabajo, el trabajador no es fijado por una coacción externa sino por el despliegue de las operaciones técnicas cuya duración ha sido definida de modo riguroso mediante un cronometraje. De tal modo se elimina “el paseo” del obrero, y con él, el margen de iniciativa y libertad que el trabajador había logrado preservar. Más aún: al hacerse simples y repetitivas las tareas parcializadas, resultaba inútil la calificación refinada y polivalente. Se le quitaba al obrero el poder de negociación que podía tener gracias al “oficio”.
Estos son aspectos importantes, pero conciernen a un campo de problematización relacionado con el espacio de trabajo en primera instancia, antes que con las dimensiones emergentes de lo social. Volveremos sobre este punto crucial en el segundo apartado.
Segundo, la producción en masa surge como norma en el proceso de acumulación; el trabajador aparece ahora como un enclave doblemente ligado al mercado en cuanto objeto del proceso y sujeto consumidor; y, por último, podemos mencionar las prácticas estatales destinadas a disciplinar y organizar la fuerza de trabajo.[3]
Tres fenómenos concomitantes, donde el primero se presenta como el más específico y suscripto a la organización de la fábrica como institución con plena autonomía[4]; el segundo, como un efecto de expansión y homogenización de las mercancías; y el tercero, como un marco contextual donde se cruzan instituciones subsidiarias en el marco de emergencia del liberalismo y lo social. Son instituciones destinadas a cumplir la condición de separar efectivamente a activos, semiactivos e inactivos, teniendo como eje al trabajo (Castel, 2010); instituciones que, como sabemos, suscriben formas comunes en la administración de una economía del tiempo y del espacio. “El rigor del tiempo industrial ha conservado durante siglos un ritmo religioso”, dirá Foucault (2008: 173) al momento de describir la emergencia de las disciplinas y su acople sobre formas institucionales preestablecidas.
Las prácticas del Estado destinadas a dar un orden de lo social como nuevo emergente por fuera del ámbito fabril operaron en un plano de reforma en el marco de la consolidación del liberalismo. Vínculo no solo entendido como una doctrina político-económica, sino como un modo de racionalidad ligado al arte de gobernar, el cual funciona históricamente como “una problemática prodigiosamente fértil, un vector continuo de invención política” (Gordon, 2015: 21). El liberalismo fue, para ese momento histórico, práctica y regulación en tanto que el postulado de laissez faire requirió la demarcación de los espacios de intervención de la razón de Estado. En otros términos, aquellos lugares propios de intervención estatal en contrapartida con los fenómenos que se debían regir por las “leyes” del mercado. Por lo tanto, el Estado, en el marco de consolidación de liberalismo, tiene la “función esencial de garantizar el desenvolvimiento de esos fenómenos naturales que son los procesos económicos” (Foucault, 2006: 404). De ese modo, el proletariado, devenido en asalariado, “tiene en adelante mucho más que perder sus cadenas” (Castel 2010: 21), ya que la organización de la fuerza de trabajo por fuera de la fábrica constituyó un entramado de tecnologías gubernamentales de protección vinculados a él; en un sentido preciso, un entramado de tecnologías que garantizaban la reproducción social y brindaban un punto de fuga al antagonismo capital/trabajo más allá de su desarrollo en el ámbito fabril.
La emergencia de lo social se sitúa en la tensión histórica de mediados y fines del siglo XIX, que incluye la pendular relación entre mercado y Estado, con la desconfianza latente de que una mayor mediación estatal conlleve a una hegemonía de políticas socialistas. En este marco, la problematización del trabajo se vio redefinida por una serie de tecnologías gubernamentales, como es el caso de la estadística, corroborando empíricamente la necesidad de los seguros de desempleo ante contextos de crisis, y dejando de lado el argumento de individuos desempleados por propia decisión (Donzelot, 2014).
La centralidad de la relación plural entre gobierno y trabajo por fuera del espacio constitutivo de este último (las fábricas) deviene justamente de los efectos de su ausencia. Los “improductivos” constituyeron un objeto de orden externo con relación al trabajo, que desplegó una racionalidad en torno a una economía de lo social. Donzelot, tomando como eje el núcleo familiar, describe en el mismo sentido los efectos de la mendicidad y la pobreza como impedimentos de reproducción social y de la fuerza de trabajo, al mismo tiempo que como una amenaza ante posibles revueltas; “estrategia de familiarización de las capas populares” (Donzelot, 2008: 46) que se articuló en la figura de las mujeres. Estos aspectos, en su desarrollo histórico, feminizaron campos profesionales dentro de una economía de la afectividad:
A la lógica de la preservación para el matrimonio debe, pues, sucederle la de la preparación para la vida familiar: desarrollar la formación doméstica […], crear carreras específicas para mujeres, orientadas a prepararlas positivamente para la vida familiar; evitar que las obreras caigan en la prostitución; y, por último, reducir la rivalidad entre hombres y mujeres inscribiendo las carreras sociales femeninas como una prolongación de sus actividades domésticas (Donzelot, 2008: 45).
Las formas en que la cuestión social se volvió tangible son heterogéneas en sus prácticas de gobierno, no así en sus efectos de dotar de estabilidad a diferentes órdenes de interacción: madre e hijo, docente y alumno, juez y delincuente. Un orden exterior al trabajo vinculado por sus insuficiencias y tensiones en la constitución de las poblaciones como objeto, exterior a la relación nodal dada por el salario, pero que tuvo como objetivo (explícito o no) la delimitación de campos de acción para el Estado. Por otro lado, dejaba un espacio que debía ser gobernado bajo sus propias lógicas de problematización: las fábricas.
El espacio fabril, en su delimitación, requirió de una racionalidad de gobierno que estuviera sujeta a un saber particular, a formas específicas de intervención y relación, con autonomía suficiente para especular, experimentar y sistematizar experiencias ligadas a la acción administrativa. Por fuera de ello, los problemas ligados al trabajo no fueron, en esencia, un aspecto unívoco y constitutivo de lo social y sus formas de gobierno, pero sí (y a medida que la relación salarial adquiría centralidad) se volvieron un punto más de apoyo por el cual problematizar campos de injerencia. De ese modo, trabajo y familia, trabajo y delito, trabajo y pobreza, trabajo e higiene, por ejemplo, fueron nodos por los cuales lo social fue tramitado en parcelas reductibles a formas de gobierno.
El trabajo y el orden interno: la construcción de una disciplina
Como describimos en el primer apartado, el trabajo funcionó como uno de los ejes por los cuales lo social pudo ser suscripto a diferentes ámbitos de problematización e intervención. Pero, a su vez, el trabajo como relación social típica del capitalismo se vio interpelado desde diferentes campos teóricos que lo fueron delimitando y dotando de especificidad. Desde sus inicios, la disciplina de gestión y administración se vincula a ello, y adquiere centralidad por relacionarse estrechamente con un espacio, un sujeto y una acción: la fábrica, el trabajador y el proceso de trabajo. Creemos que problematizar a la gestión y administración del trabajo desde el enfoque de la gubernamentalidad y racionalidad de gobierno habilita la posibilidad de preguntarse por las condiciones de emergencia del trabajo, esto es, por qué aspectos se articularon para que el trabajo se volviera una realidad plausible de ser objetivada teóricamente. En otros términos, nos permite preguntarnos por el trabajo como objeto necesario de intervención o regulación, como terreno con actores de acciones más o menos predecibles y eje articulador de otras esferas sociales. Nos vincula también con algunas características de la gestión del trabajo, producto de una configuración determinada: la división entre control y propiedad del capital en la emergencia de las grandes industrias de fines del siglo XIX.
Mientras que la empresa moderna ganaba en dimensiones, la complejidad de su gestión y administración se veía interpelada por la necesidad de profesionalización y racionalización teórica de sus tareas. A partir de obras como Principles of Scientific Management (publicado en 1911 por Frederick Taylor) y General and Industrial Management (publicado en 1929 por Henri Fayol), el naciente campo disciplinar tenía como territorio central a las fábricas, y se concentraba en racionalizar los procesos productivos imperantes que luego se traducirían en “escuelas” y “estilos” administrativos, como el conocido ejemplo del fordismo. Las características y premisas industriales de especialización, división del trabajo, control por tareas pueden ser rastreadas en dichos textos. Y justamente por estas mismas dimensiones es por lo que se puede describir a este tipo de teorizaciones como racionalidades centradas en los aspectos técnicos del proceso productivo; en partes diferentes, a los procesos de reglamentación de los espacios fabriles destinados a disciplinar el cuerpo de trabajadores, antes que ajustar el proceso productivo a un estricto orden espacio-temporal.
Se trata a la vez de distribuir a los individuos en un espacio en el que es posible aislarlos y localizarlos; pero también de articular esta distribución sobre un aparato de producción que tiene sus exigencias propias. Hay que ligar la distribución de los cuerpos, la disposición espacial del aparato de producción y las diferentes formas de actividad en la distribución de los “puestos” (Foucault, 2008: 168).
La descripción de Foucault responde a una de las formas de caracterizar la emergencia histórica de las disciplinas, pero ¿de dónde proviene la especificidad del problema de la división y distribución del trabajo para la gestión y administración? Si bien cronológicamente la publicación de Shop Management por parte de Taylor en 1903 es considerada una de las obras pioneras de la administración y gestión, sus conceptualizaciones teóricas pueden encontrarse en la obra del matemático inglés Charles Babbage, que publica On the Economy of Machinery and Manufactures en 1832. El libro de Babbage (1846) encontró una rápida difusión por ser uno de los primeros en recopilar información empírica de los procesos de trabajo y, además, por generar polémica al exponer los “secretos” del comercio.[5]
A su vez, el principio de división del trabajo introducido por Babbage se funda en los postulados de Adam Smith sobre las ventajas del trabajo: incremento de destrezas del obrero, ahorro del tiempo y el avance tecnológico que permite a cada obrero producir más. La continuidad que describe Braverman (1981) entre Smith y Babbage está dada por el nivel de profundidad en el análisis del proceso de trabajo y la creación del trabajo fragmentado. En otros términos, la capacidad de cálculo por trabajo realizado adquiere precisión mientras más simple sea cuantificarlo. Y como consecuencia:
Traducido en términos de mercado, esto significa que la fuerza de trabajo capaz de ejecutar el proceso puede ser comprada más barata en forma de elementos disociados que como capacidad integrada en un obrero en singular (Braverman, 1981: 103).
Si con Adam Smith el trabajo adquiere centralidad en cuanto objeto en un nuevo campo epistemológico dado por la economía, con Babbage se empiezan a profundizar en el marco de la división del trabajo las líneas que relacionan tiempo con especialización, especialización con profesionalización y aumento de capacidades:
La repetición constante del mismo proceso necesariamente produce en el obrero un grado de excelencia y rapidez en su área particular que nunca posee una persona que está obligada a ejecutar muchos procesos diferentes (Babbage 1846: 172).[6]
Mismo argumento introducido por Adam Smith: la división del trabajo no solo trae beneficios productivos y de rentabilidad, sino también potencia las habilidades del trabajador al especializarlo en un número reducido de tareas. El problema de la eficiencia del trabajo también se inscribe en la relación obrero-herramienta. Siguiendo la lógica de Babbage, tareas repetitivas llevan a un mejor conocimiento por parte del trabajador del uso de máquinas y herramientas involucradas en el proceso de trabajo. Esto es un aspecto importante dado el contexto de innovación tecnológica, pero también, y en un sentido más estricto, la simplicidad de las tareas a realizar con herramientas le permitirían una mayor concentración.
Entonces, tanto para Smith como para Babbage tenemos dos beneficios concretos de la división del trabajo, uno que actúa como argumento justificativo y efecto concreto en el plano del trabajador, con el aumento de habilidades, especialización y profesionalización; por otro lado, una línea conceptual que actúa a nivel de los procesos de trabajo, permitiendo un mejor cálculo en la retribución de la fuerza de trabajo e introduciendo una serie de problemáticas relacionadas, como el ejercicio del mando. Sumado a esto, la división del trabajo se configura como un arquetipo de la modernidad, en el sentido de que, antes que una tecnología de cálculo, es presentado como un tipo de racionalidad que consiente, promueve y habilita la innovación y la creatividad en los trabajadores:
Me limitaré a observar, entonces, que la invención de todas esas máquinas que tanto facilitan y acortan las tareas derivó originalmente de la división del trabajo. Es mucho más probable que los hombres descubran métodos idóneos y expeditos para alcanzar cualquier objetivo cuando toda la atención de sus mentes está dirigida hacia ese único objetivo, que cuando se disipa entre una gran variedad de cosas (Smith, 1994 [1776]: 39).
Estas premisas tuvieron un marco de difusión y aplicación específico dentro de la sociedad estadounidense de ingenieros mecánicos, que empieza a publicar para fines del siglo XIX una serie de artículos que retoman la gestión y administración del proceso de trabajo como objeto de estudio. La preocupación del campo ingenieril por el proceso de trabajo está inscripto en la utilización eficiente de los recursos (más allá de su lógica de imbricación en el terreno fabril como disciplina de constante innovación en el contexto de la Revolución Industrial), en un problema de eficiencia entre los procesos diseñados, en las tecnologías involucradas, y en la correcta adecuación del trabajador entre esos dos aspectos. De ahí que la convergencia entre ingeniería y economía terminarían siendo en parte las disciplinas fundacionales de gestión y la administración.
El mayor problema para el ingeniero ha dejado de ser cómo hace las cosas, porque eso es algo que sabemos, sino que es cómo hacerlo a un bajo costo; se trata entonces de un problema fundamentalmente de la economía (Towne, 1905: 8).[7]
El ingeniero es, por la naturaleza de su vocación, un economista. Su función no es solo diseñar, sino también diseñar para asegurar el mejor resultado económico (Taylor, 1919: 7). [8]
The Engineer as an Economist, de Henry R. Towne, es un ejemplo de la incipiente gestión y administración, y de sus preguntas por el proceso y combinación eficiente de recursos. Sentadas las bases de los beneficios en diferentes planos de la división del trabajo y la extensión de su práctica, el texto de Towne es una muestra de la incorporación no solo de los consabidos favores de dividir el trabajo “de acuerdo con las cualificaciones personales” de modo que cada trabajador esté lo “mejor equipado”, sino también de la necesidad de cálculo para la formación del trabajador: “el menor tiempo de instrucción para el trabajo subdividido reduce el período de tutela a salarios más bajos” (Towne, 1886: 20). Lo que tenemos para principios de siglo XX en el campo industrial de Estados Unidos es una embrionaria red conceptual que incluye procesos de evaluación de rendimiento, tipos y ejercicios de mando, aprendizaje y cálculo del salario. Conceptos que en 1914 ya se engloban bajo el título de “sistema taylorista” o “scientific management”, publicados en su gran mayoría por la American Society of Mechanical Engineers (Thompson, 1914).
Para este mismo periodo, la autonomía de la gestión y administración como disciplina gana espacios en las universidades estadounidenses, impulsada por empresarios como Joseph Wharton, fundador de la Escuela Wharton y promotor de los primeros cursos dentro de la Universidad de Pensilvania. La Escuela Wharton es un buen ejemplo de las denominadas “escuelas de negocios”, hoy reunidas en la Fundación Global para la Educación Administrativa (GFME, por sus siglas en ingles), centros educativos que empezaron a agrupar a la creciente ramificación de tecnologías empresariales: administración, contabilidad, economía, mercadotecnia.
Si en su desarrollo histórico las escuelas de negocios se convirtieron en las instituciones por excelencia en la transmisión de saberes y valores ideológicos capitalistas (Boltanski, Chiapello, 2002), se debió en parte al segmentado cuerpo de estudiantes con que contaron desde su inicios, constituido por cuadros gerenciales y ejecutivos en actividad o con perspectiva de insertarse en la dirección de las empresas. Por último, las escuelas de negocios se constituyeron por dentro de las universidades, generando lazos de dependencia económica y de estructura académica y compartiendo cursos y seminarios comunes (Grey, 2004).
El orden interno: problemas y prácticas
Decíamos anteriormente que los métodos de racionalización de los procesos de trabajo estuvieron articulados inicialmente por las disciplinas económicas e ingenieriles. Su espacio de gobierno (Rose, 2007), suscripto a las fábricas, tuvo como problema la búsqueda de eficiencia y, con ello, el desarrollo heterogéneo de tecnologías, sobre todo aquella referida al cálculo exacto entre salario y trabajo.
De igual modo, la búsqueda de eficiencia se vinculó a un orden valorativo mayor, emplazado en los principios de progreso y grandeza de una nación. Por ejemplo, el empresario e ingeniero Towne, prologando el libro Shop Management de Taylor, destacó el liderazgo de Estados Unidos como nación que ejemplificaba los ideales de progreso y eficiencia industrial. Las premisas de progreso nacional y eficiencia industrial fueron, dentro de la American Society of Mechanical Engineers, un lugar común de justificación argumentativa, también para postular la utilidad de la naciente ciencia administrativa. Esta asociación nucleó a Taylor y a la gran mayoría de ingenieros que empezaron a sistematizar las prácticas de gestión en las fábricas a partir de experiencias en otras instituciones, como es el caso de Frank Gilbreth, que inició el estudio de tiempos y movimientos teniendo como objetivo la forma más rápida y segura para desarmar y armar fusiles para la Primera Guerra Mundial. Varios de los escritos de Gilbreth fueron en coautoría con su esposa Lillian Gilbreth[9], pionera en el campo de la psicología industrial, línea teórica que se profundizaría años después con las publicaciones de Elton Mayo, con base en los conocidos experimentos de Hawthorne y la búsqueda de relación entre productividad y satisfacción del trabajador.
El estudio de tiempos y movimientos constituyó la base empírica sobre la cual la gestión y administración iría adquiriendo validez científica. Los procesos productivos en los cuales se llevaban a cabo los relevamientos fueron diversos. Promovidos desde la American Society of Mechanical Engineers, los ingenieros empezaron a realizar registros de diversas formas, previa sistematización y generalización de las tablas de doble entrada de Taylor, donde también se debían registrar los promedios por los cuales comparar y estandarizar los rendimientos. Por su parte, Frank Gilbreth innovó en el registro al ser el primero en filmar procesos de trabajo.
Entre Taylor y los Gilbreth se pueden marcar varias diferencias. La primera y más explícita se concentra en la representación del tipo de trabajador industrial. Son conocidas las descripciones del obrero “evasivo” referidas en Shop Management y luego retomadas en The Principles of Scientific Management por parte de Taylor. En resumen, se trataba no solo de un obrero por naturaleza holgazán, sino de un obrero que también tenía conciencia de ello al punto de escatimar esfuerzo de manera metódica. En términos de Taylor, un tipo de “holgazanería innata” y otra “sistemática”[10]. Opera aquí un orden diferente de justificación de aquella búsqueda de grandeza y prosperidad nacional, se trata de la identificación de una suerte de obstáculo que la nueva ciencia de la administración venía a sortear. Pero, como describimos anteriormente, la búsqueda de eficiencia en la gestión y administración también redunda en beneficios para el trabajador, al especializarlo y profesionalizarlo. En este punto, el obrero y sus “holgazanerías” tendrían una solución sistematizada, asegurando su “máximo de prosperidad” al igual que los patrones:
El principal propósito de la administración debería consistir en asegurar el máximo de prosperidad al empleador […], grandes dividendos […], desarrollo de cada rama del negocio a su más alto grado de perfección […]; de la misma manera, el máximo de prosperidad para cada empleado, [que] significa no solo salarios más altos que los que reciben comúnmente los hombres de su clase, sino también, y esto es aun de mayor importancia, el desarrollo de cada hombre a su estado de máxima eficiencia, de manera que pueda efectuar, en la forma más eficiente posible, el trabajo más apropiado a su capacidad natural (Taylor, 1969 [1911]: 11).
Que la gestión y la administración se terminaran convirtiendo en el eje articulador y punto de apoyo de dos actores antagónicos terminaría siendo una premisa que, un siglo después, todavía puede encontrarse en los textos de gestión y administración. El axioma de intereses comunes hoy adquiere sentido a partir no ya de un valor común dado por la eficiencia o la grandeza de una nación, sino más bien a partir de la noción de interés. Este reconocimiento de un trabajador[11] con propósitos fue, en última instancia, consecuencia de las figuras ligadas al emprendedurismo y las teorizaciones sobre el capital humano.
Con los Gilbreth el problema de la eficiencia adquiere una mayor complejidad, al ser vinculado al campo de la salud y las tensiones presentes entre el mundo laboral y la vida familiar. Lo que para Taylor es un problema de naturaleza del obrero se traduce en el estudio del agotamiento que genera el uso incensario de movimientos, es decir, en un problema de cálculo en el proceso. De ahí la propuesta de diecisiete movimientos básicos para realizar cualquier tipo de tarea, los conocidos movimientos therbligs[12]; en un plano más amplio, se reconoce la heterogeneidad en los efectos que genera el proceso de trabajo[13], agregando una correlación entre fatiga y productividad, donde Taylor veía holgazanería y los Gilbreth encontraban compromiso.
También surgen las primeras nociones de “retribución” simbólica (hoy teorizada como salario emocional) al agregar al proceso de trabajo dimensiones como la motivación y la satisfacción. Si bien de manera difusa, se apela a un compromiso por parte del trabajador, que va más allá de la ecuación taylorista productividad-salario. Con los Gilbreth el compromiso y la responsabilidad son disposiciones cuantificables que se relacionan más allá del ámbito fabril:
Los trabajadores del país han reconocido desde hace tiempo la necesidad de eliminar la fatiga; los empleadores se están dando cuenta de que están pagando un alto precio por la fatiga. Muchos empleadores han resuelto que, en lo que respecta a sus plantas, debe eliminarse la fatiga innecesaria. Han resuelto que llegará el día en que cada trabajador se irá a su casa del trabajo feliz con lo que ha hecho, con la menor cantidad de cansancio innecesario, y preparado para regresar en perfectas condiciones al día siguiente. Cuán pronto llegará este tiempo tan deseado depende de la cooperación del público, del sentimiento público que pueda despertarse (Gilbreth, 1919: 158).[14]
Si bien el campo de la administración científica del trabajo de Taylor y sus colegas, reunidos en la American Society of Mechanical Engineers, ya se presenta como hegemónico en las fábricas de principio de siglo XX, por lo menos en lo que hace a Estados Unidos y Europa, la corriente de la gestión y administración encontraría en el ingeniero francés Henri Fayol otro punto de problematización relacionado con el proceso administrativo.
La propuesta de Fayol es, en comparación con la escuela norteamericana, integradora en lo que respecta a la descripción y necesidad de racionalizar más allá de la ejecución del trabajo. Lo que se termina de cristalizar en los textos de Fayol es la dinámica empresarial subdividida en áreas[15] o funciones, donde se empieza a teorizar y describir de manera novedosa lo que hoy conocemos como área de recursos humanos. Bajo las operaciones administrativas, se pueden encontrar, por ejemplo, tareas de formación y selección de personal. De manera taxativa, Fayol (1969: 150) enumera las cualidades que todo trabajador debe tener (físicas, intelectuales, morales, de cultura general, de conocimientos especiales, experiencia), y estos elementos servirían para proposiciones ideales; no así las operaciones administrativas que entrarían en un problema de cálculo ligado a la posición de cada trabajador. Por ejemplo, sobre un valor total de 100, Fayol asigna para un jefe de taller 25 puntos de capacidad administrativa y 45 de capacidad técnica.[16] Lógicamente, la variación de puntajes en capacidades técnicas decrece a medida que las capacidades administrativas aumentan. La construcción de estos modelos de capacidades no solo permite la posibilidad de una mejor distribución de tareas, sino que también permiten, sobre todo para niveles por arriba del operativo, la prescripción de habilidades, saberes y experiencias. También ejemplifica lo que es para Fayol una subestimación de la capacidad administrativa.[17]
Por último, la escuela administrativa francesa reunida en el Centre d’Études Administratives[18], que Fayol lideraba, emprendió el abordaje de la administración para el ámbito del Estado. No tenía del todo en sus principios las tensiones inherentes al campo de lo que después se denominó “new public management”.[19] Es decir, no se trataba de reformular la relación Estado-sociedad a partir de la mediación del mercado y de políticas de activación ciudadana. Más bien se trataba de los primeros intentos de trasladar y optimizar los principios administrativos que guiaban la escuela fayolista a la esfera pública en puja con el modelo burocrático. Taylor y Fayol compartían el anhelo de una disciplina administrativa de carácter universal. Pero fue este último quien explicitó la necesidad de introducir las premisas administrativas que emergían de las experiencias empresariales al ámbito del Estado.
La opinión pública puede ser encaminada hacia las reformas por el conocimiento de los principios y normas de la doctrina administrativa, y la difusión de esta puede ser ayudada mediante su enseñanza en las escuelas superiores. Pero el efecto sería demasiado lento. Podría acelerarse aplicando inmediatamente el método administrativo en todos los servicios públicos (Fayol, 1969 [1916]: 342).
Consideraciones finales
La aspiración de Taylor y Fayol, como de otros pioneros del campo de la administración, estaba vinculada a la posibilidad de llevar las prácticas de gestión a la mayoría de las esferas sociales. Podemos arriesgar que dicho deseo se fue cumpliendo progresivamente. Un signo de lo anterior es la diseminación de ofertas académicas ligadas al campo de la gestión, que superaron ampliamente su marco de origen dado por la empresa. Cultural, salud, educación son algunos ejemplos de los espacios sociales en los cuales la gestión y administración se introdujo como un tipo particular de racionalidad.
Lo que podemos denominar como “racionalidad administrativa” estuvo en sus inicios vinculado a dos espacios particulares de saber: la economía y la ingeniera. En resumen, el primero lo dotaría de las teorizaciones alrededor de la división del trabajo, por el cual se irían hilando y ramificando las dimensiones de abordaje y los problemas inherentes al tiempo y el movimiento. El segundo campo brindaría el terreno práctico y empírico donde el espíritu de experimentación y luego formas uniformes de relevamiento harían de la administración una creciente disciplina que adquiriera cientificidad y legitimidad de intervención en el gobierno de la empresa. Se trataba del análisis del sujeto en su dimensión productiva, en la descomposición de sus acciones en pos de una articulación con procesos y objetos. De manera progresiva, la constante complejización de la nueva disciplina corrió de la mano de la delimitación y descripción de un sujeto trabajador que dejaba sus artilugios de holgazanería taylorista para adquirir motivaciones propias. La teoría de la gestión y administración nunca negó la capacidad racional del sujeto, la diferencia reside en cómo se problematizó el fin último de esa racionalidad: el pasaje de un valor negativo (trabajador holgazán) a otro positivo (trabajador motivado). No podemos establecer una línea directa que parte de ese sujeto racional al actor que administra su capital en la teoría del capital humano, pero sí por lo menos una mínima relación que tendió a profundizarse, en la cual “el individuo aparece aquí […] como institución económica cuya permanencia, como en una empresa, depende de una multiplicidad de actos de elección” (Bröckling, 2015: 102). Estar motivado, involucrarse y “sentirse parte” es una elección del trabajador, que fue adquiriendo relevancia a medida que las técnicas de administración brindaban herramientas para gobernar esa libertad.
En este punto es en donde las prácticas de gobierno adquieren, dentro de la gestión y administración, unas primeras y rudimentarias formas de positividad, ya no relacionada con beneficios abstractos de las naciones industriales, sino más bien con la activación del sujeto trabajador como responsable de sus propios éxitos y fracasos. El pasaje que se da dentro del corto periodo de expansión y consolidación de la gestión como disciplina es, en sí, un movimiento que va de racionalizar las dimensiones técnicas a racionalizar los aspectos simbólicos en los procesos de trabajo y el trabajador. En otros términos, de gestionar la relación sujetos-objetos (obreros y máquinas) a gestionar el vínculo con uno mismo (el trabajador y su liderazgo, preocupaciones, formas de comunicarse, su cultura, etc.). Lo que hoy conocemos como “coaching”, o tecnologías similares, no es más –ni menos– que aspectos derivados de aquellas primeras problematizaciones en torno a los intereses del trabajador: prácticas subsidiarias a los procesos de trabajo y de acumulación.
Fuentes
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Babbage, Charles. (1846). On the Economy of Machinery and Manufactures. London, J. Murray. Recuperado de https://goo.gl/4yfeaA.
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Thompson, Clarence (1914). Scientific Management. A Collection of the More Significant Articles Describing the Taylor System of Management. Cambridge, Harvard University Press. Recuperado de https://goo.gl/Rx6kwy.
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Bibliografía
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- Universidad Nacional del Nordeste.↵
- Noción introducida por Foucault (2006) en sus cursos del 78 y del 79, estuvo ligada en su principio a “dar cuenta de las transformaciones sociales y políticas que se producen desde el siglo XVII y que, según el autor, supusieron un proceso de gubernamentalización del Estado” (Grinberg, 2007: 96).↵
- “Ante todo, había que fijar en torno a las nuevas concentraciones industriales y urbanas a esas formidables masas de hombres ‘vagabundos’, campesinos expropiados de sus tierras, inmigrantes a los que el hambre y la miseria mantenían en estado de permanente insubordinación” (Coriat, 1993: 5).↵
- De Gaudemar (1991) distingue tres pasajes en los modelos fabriles, que a su vez se corresponden con tipos de prácticas disciplinarias: 1) las prácticas de disciplinarización extensiva (ciclo panóptico) ligadas a la “fábrica fortaleza”; 2) las prácticas disciplinarias mecánicas, donde incluimos la emergencia de la ciencia administrativa y el modelo fabril taylorista-fordista; y 3) el espacio que se abre a partir del fordismo contractualista y, posteriormente, del toyotismo.↵
- Polémica que el mismo Babbage se encarga de aclarar en el segundo prefacio de su libro: “Me ha sido objetado que he expuesto demasiado libremente los secretos del comercio. Los únicos secretos reales del comercio son la industria, la integridad y el conocimiento: a los poseedores de estos, ninguna exposición puede ser perjudicial; y nunca dejan de producir respeto y riqueza” (Babbage, 1846: VIII, traducción propia).↵
- Traducción propia. ↵
- Traducción propia.↵
- Traducción propia.↵
- Gilbreth, Frank y Gilbreth, Lilian. Scientific Management in Other Countries than the United States. (1924). Chicago: Society of Industrial Engineers.
Gilbreth, Frank y Gilbreth, Lilian. The Quest of the One Best Way. (1924). Chicago: Society of Industrial Engineers.↵ - “Esta holgazanería o simulación del trabajo proviene de dos causas. Primero, del instinto y la tendencia natural de los hombres a despreocuparse y buscar la comodidad, lo cual podría denominarse ‘holgazanería innata’. Segundo, de razonamientos más o menos confusos nacidos de sus relaciones con otros obreros, lo cual podría ser denominado ‘holgazanería sistemática’” (Taylor, 1969 [1911]: 17).↵
- Palabra que fue desapareciendo de los textos de gestión, siendo suplantada por conciliadores términos, como “colaborador”, “asociado” o el genérico “persona”.↵
- Los movimientos son: buscar, seleccionar, tomar, alcanzar, mover, sostener, soltar, colocar en posición, precolocar en posición, inspeccionar, ensamblar, desensamblar, usar, demora inevitable, demora evitable, planear y descansar. Cada uno de estos movimientos llevaron el nombre de “therbligs” (Gilbreth al revés). ↵
- “Una multitud de trabajadores sale de la fábrica después del trabajo del día. Algunos se apresuran a casa; otros caminan a un ritmo pausado. Algunos se mueven lentamente y con esfuerzo. Algunos tienen sus cabezas hacia atrás y una expresión satisfecha en sus caras. Otros tienen sus cabezas inclinadas hacia delante, y se ven como si la vida no valiera la pena. ¿Cuál es la diferencia entre los miembros de este grupo? Principalmente, una cuestión de fatiga. La fatiga es el efecto secundario del trabajo” (Gilbreth, 1919: 4, traducción propia). ↵
- Traducción propia. ↵
- Fayol entiende la gestión y administración como la práctica concreta de cinco operaciones básicas: 1) técnicas; 2) comerciales; 3) financieras; 4) de seguridad; 5) administrativas. Funciones que, en las novedosas escuelas de negocios, adquirían un tipo de formación específica a partir de disciplinas clásicas, como la contabilidad o ingeniería y las recientes titulaciones en administración de empresas.↵
- Completando el valor total: 5 puntos de capacidad comercial, 0 puntos de capacidad financiera, 10 puntos de capacidad de seguridad y 15 puntos de capacidad contable. ↵
- “Tienen la finalidad de llamar la atención pública sobre la importancia de la función administrativa en las empresas industriales”, aclaraba Fayol (1969 [1916]: 158). ↵
- La otra asociación francesa en el campo de la administración postulaba los principios tayloristas y se denominaba Conference de l’Organisation Françoise. Era conducida por el ingeniero Charles de Fréminville.↵
- Para un abordaje desde la perspectiva de la gubernamentalidad sobre el new public management, ver Botticelli, S. (2017), La impronta neoliberal en el new public management: gobernar a través del mercado. Trab. soc. [online]. N.º 29, 677-692. ↵