El principal objetivo de esta investigación fue la comparación de la movilidad antes de la pandemia y durante ella, tanto en el análisis macro de las transacciones basado en la información de la tarjeta SUBE, como ya se ha mencionado, como en el análisis cualitativo. Se desarrolló un enfoque diacrónico, que ofreció el despliegue de nuevas categorías emergentes (Strauss y Corbin, 1991, 2002).
La estrategia metodológica puso el acento en la comprensión e interpretación de las narrativas que las mujeres hacen de sus experiencias (Bourdieu, 1999; Bach, 2010; Smith, 2005), leídas desde una perspectiva feminista que se desarrolla en torno a significados frecuentemente complejos. A través de estos, es posible analizar múltiples negociaciones de sentidos y estrategias cotidianas de las mujeres entrevistadas.
El extenso análisis de la big data de SUBE fue de la mano de un estudio cualitativo, para encarnar los datos cuantitativos de transacciones en las prácticas de viaje, las experiencias, las percepciones de situaciones y las estrategias que elaboran las mujeres que residen en barrios en situación de vulnerabilización de derechos (ver capítulo 2) al desplazarse al trabajo y a centros de educativos y de salud y para las necesidades cotidianas y de recreación, así como los riesgos que ellas atraviesan o perciben. El interés se centró en comprender esas prácticas que realizan tanto diariamente como por motivos puntuales (por ejemplo, la atención de la salud), antes del período 2020-2021 y durante él, signado por la emergencia de la pandemia de COVID-19. Esto significó indagar en varios aspectos que en la literatura frecuentemente son objeto de estudios particulares, mientras que en esta investigación se analizaron en forma simultánea y diacrónica (Gutiérrez, 2009, 2010; Gutiérrez y Reyes, 2017; Hernández y Rossel, 2013; Jirón, 2007; Soto Villagrán, 2017; Jirón y Zunino Singh, 2017; Pautassi, 2017; Soldano, 2017; Rico y Segovia, 2017; Pereyra, Gutiérrez y Mitsuko-Nerome, 2018).
Como la vasta producción académica sobre el tema ha puesto de relieve, la movilidad no tiene lugar en un vacío social, sino que está enmarcada en un contexto de relaciones de poder y de desigualdades que se intersectan (géneros, sexualidades, generaciones, clases sociales, etnias) en territorios determinados.
En consecuencia, la estrategia seguida consistió en priorizar la voz de las mujeres. De allí que las transcripciones textuales (algunas más extensas que otras) posibilitan que emerjan con toda su crudeza relatos de situaciones que en general se distinguen por enlazar varias dimensiones de la experiencia y por mencionarlas casi sin darles importancia, al estar tan naturalizadas. El relato que se transcribe a continuación presenta la multidimensionalidad del impacto de las prácticas de viaje para satisfacer necesidades familiares (y casi nunca deseos personales) en las tareas de cuidado que las tiene como las principales y, la mayoría de las veces, únicas agentes: largos trayectos, horarios de viaje que pueden extenderse por tres horas o más cuando los trenes o los colectivos se atrasan, costos de tomar un viaje privado frente a la imperiosa necesidad de llegar a sus casas, inseguridad.
Y siempre nos pasa eso de que muchas veces nos toca caminar de la estación hacia el fondo y encima que todas las calles así, repeligroso, terror de caminar. Si se pasa ese colectivo, tenés que caminar más o menos veinte cuadras, no es solo la distancia, sino el peligro, porque, viste como es el barrio, hay lugares que son descampados y hay que cruzarlos.
Nos sentimos inseguras en el barrio, por eso todo el mundo trata de volver antes de las 22, pero a veces te toca el tema de los trenes, porque a veces se atrasan y viste, cuando se suspende un tren de Retiro a Suárez, es un quilombo para viajar porque tenés tres horas de viaje y después no llegás al barrio. Y si no, te queda un remís que te sale 60 pesos. A veces, cuando es necesario, tomamos un remís, cuando llueve mucho y tenés a los chicos enfermos (Cecilia, 50, José León Suárez).
4.1. Viajes cotidianos
El cuidado de lxs hijxs es el motor de los desplazamientos, y es realizado en su mayor parte por las madres. Más aún, su actividad laboral depende de la posibilidad de la organización del cuidado, que realizan ellas fundamentalmente. Las mujeres enlazan sus viajes con los horarios escolares de sus hijxs, sus propios horarios laborales y los quehaceres de la casa.
Quienes trabajan en la planta permanente de un servicio comunal de La Boca valoran el horario de trabajo que tienen, porque salen justo antes de que lo hagan sus hijxs. Lo mismo sucede con las empleadas de casas particulares. Las que trabajan en la cooperativa de una organización en San Martín afirman que pueden realizar su actividad porque es de media jornada y les permite a algunas llevar e ir a buscar a sus hijxs a la escuela y compatibilizar el resto de las tareas en el hogar.
Los viajes cotidianos están vinculados con la escolaridad de sus hijxs, el trabajo, las compras, la atención de la salud. Salvo los últimos, que se efectúan en determinadas situaciones, los demás son encadenados y los realizan mayormente en colectivo. También caminan y algunas veces usan bicicleta. En general, toman un colectivo para llevar a sus hijxs a la escuela, y lo usual es que luego vayan al trabajo desde allí. En una misma mañana, algunas llevan a sus hijxs a la escuela en colectivo o caminando, regresan del mismo modo a sus casas y luego toman un colectivo o dos para ir a trabajar fuera del barrio. Similares resultados arrojan los análisis de la ENMODO realizados por Laura Pautassi (2017: 442, 447). En particular, lo hacen las trabajadoras de hogares particulares, limpieza, o de algunos sectores de servicios en la Ciudad de Buenos Aires.
Algunas pasan algunas veces por su casa y pueden cambiar la movilidad por la bicicleta:
Yo los llevo en colectivo a la escuela, me vuelvo a mi casa y después vengo en bici acá [la cooperativa], y de acá en bici a mi casa y a buscarlo me los retira otra persona porque yo no llego por el laburo. Me los retira mi vecina (Lorena, 41, Loma Hermosa).
El 670 se pasea por todos los barrios, viene de Villa Hidalgo, pasa por Libertador y pasa por San Martín… y así. En los barrios es el 670, la estación de Suárez es donde todos los colectivos concentran. Igual yo sé que ahora se está por hacer un colectivo que una los barrios Tres de Febrero, Villa Hidalgo, San Isidro… Y eso nos serviría un montón porque no tenés que tener un solo colectivo, ¿viste? (Cristina, 50, José León Suárez).
Además, refieren tener malas experiencias de viaje, sobre todo en los horarios escolares. Aluden a que los colectivos van muy llenos y, como sostiene Catalina (40, La Boca), a la mala disposición de los conductores: “Yo lo que he visto es que los choferes tratan mal a los chicos. Los tratan mal, porque son mala onda, no tienen paciencia. Sobre todo a los chicos que van solos los maltratan”.
Algunas no inscriben a sus hijxs en la escuela del barrio “porque no hay lugares”: “… yo vivo cerca de dos barrios bastante bravos, que son asentamientos, y ahí tenés diez pibes por familia. Entonces cuando llega tu turno, si vos no tenés otro chico en la escuela, te cuesta conseguir vacante” (Luciana, 41, Loma Hermosa).
Lo anterior coincide con Gutiérrez y Reyes (2017: 160):
El viaje obligado fuera del barrio debido a la escasez de equipamientos o servicios dentro de él o por su pobre calidad, acompaña la elección de muchas mujeres que llevan a sus hijos a escuelas lejanas, priorizando la calidad de la educación, y pasando a articular a partir de este viaje todos los otros que de cualquier modo necesitan resolver fuera.
Los relatos muestran el despliegue de estrategias para poder trabajar, para que sus hijxs asistan a las mejores escuelas que puedan conseguir (frecuentemente en otro barrio) y, a la vez, para ahorrar dinero, mediante un armado de diferentes alternativas de boletos que redunda en tomar más vehículos para recorrer el mismo trayecto. Los viajes de Luciana y Carola ejemplifican esta combinación compleja para trabajar, llevar a lxs hijxs a la escuela y reducir el gasto de las transacciones todo lo que puedan. En esta estrategia, el descuento por la AUH tiene un rol importante. La única elección posible es la que comenta Carlota (42, González Catán): “Elijo por el bolsillo”.
Lorena (41, Loma Hermosa) dice:
Trabajo en la cooperativa y yo para venir a trabajar vengo en bicicleta, soy mamá de tres chicos, vivo en Loma Hermosa, que queda dos barrios para el otro lado, estoy en Ruta 8. En bici tengo ochenta cuadras y vengo yo en bicicleta. Vengo en bici porque no me alcanza, con la SUBE no me alcanza, tengo los chicos que llevo a la escuela, con la SUBE viste que a los chicos para hacer la SUBE, si pagas más de tres, cuatro boletos ya no te hacen el mismo descuento. Cada uno debe tener su SUBE y qué pasa cuando vos te tomás tres colectivos de distinta línea, no te entra en el descuento. Ahí está el problema, ahí está el error.
Bueno, tengo distintas escuelas, la nena más chica (11 años) va al primario, y el mediano, al secundario. Tienen dos colectivos cada uno para ir a la escuela. Yo tengo de acá la línea 670, que es la única que me trae de mi casa, que tengo de ida y de vuelta para mi casa, que, si no tenés el descuento por la asignación, estás en el horno. Al ser una sola línea, no te hacen descuento, si vos te tomaste otro dentro de las dos horas, sí te entra. Cuando hacés en un solo colectivo, no te entra el descuento, en el mes no llego, porque por lo que cobramos no llego.
Y ya viajar con la nena sola me complica, cuando cobro y puedo, pongo 100 pesos en la SUBE para tener por las dudas que la bici se me rompa o se me pinche, me ha pasado. Pero salir con la nena chau, porque es pagar el boleto de un grande, la criatura paga el boleto de un grande. No es que tenga descuento. Cuando no tiene el guardapolvo, paga como un boleto de grande.
Carlota (42, González Catán), que trabaja en Comuna 4, dice:
Es todo un tema… y busco la manera, viajo con el 96 por autopista, sale un poco más caro, está 42 pesos, ese me deja más directo, me deja en Constitución, y ahí me tomo el 53, que me deja a dos cuadras. A las 7 de la mañana, para entrar a las 9 acá. Tengo una hora y media viniendo con el que viene por autopista. O me tomo un colectivo hasta González Catán y de ahí me tomo el tren hasta Pompeya y de ahí me tomo el 46 hasta acá, de donde me deja a 5 cuadras.
Y también relata:
Elijo por el bolsillo, me conviene el tren porque me descuentan por tomar tres cosas, me hace el descuento. Yo voy mirando y sí me hace descuento, es más barato tomarme tres cosas. A la salida hago lo mismo, lo que tiene es que, cuando yo voy a Constitución, ahora a la tarde es un mundo de gente para tomar el 96 por autopista, y ahí ya tengo una hora de espera. Una hora, y después más de una hora viajando. Igual allá 10:30 / 11 de la noche no hay colectivos, si me llego a quedar por algo, me voy a dormir a la casa de mi hermana. Si no, la otra opción para volver es ir hasta Once, que salen las combis, que salen 100 pesos, y después desde el centro de Catán un remís.
Silvia (31, José León Suárez) es enfermera en el hospital Pirovano, en la Ciudad de Buenos Aires, hace ya diez años: combina viaje en tren y caminata. Camina siete cuadras a la estación del tren, luego tiene alrededor de una hora de viaje, se baja en la estación Drago de la línea Mitre en CABA y desde allí camina diez cuadras hasta el hospital. Son varias cuadras a pie, pero dice: “… menos mal que tengo el tren, me salva la vida; si tuviera que ir en colectivo, tardo muchísimo”. La consideración del viaje en tren como beneficioso para ella en comparación con el del colectivo muestra, como sucede con relatos similares, la naturalización de las distancias que recorren diariamente y el tiempo y cansancio que le conllevan.
Relata su organización cotidiana:
Yo llevo los chicos a la guardería y mi mamá o mi hermana los va a buscar, hay días que va el padre también, yo nunca llego a buscarlos. El tema es que, para llevarlos a la escuela, me tengo que ir para el otro lado y me desvío del camino a la estación, así que a veces, cuando salimos tarde o está muy oscuro, me tomo el 237 desde la escuela a la estación. Trato de que no pase, pero a veces estamos todos cansados y te juro que esas quince cuadras son la muerte.
Claudia (40, Ezeiza) relata su experiencia de viaje diario al trabajo y a llevar a sus hijxs a la escuela cerca de su trabajo en La Boca:
Tenemos una hora y media de viaje. Yo ya estoy acostumbrada porque uno se amolda a la situación, pero a los chicos a veces les cuesta más, están cansados. Viajar todos los días de Ezeiza hasta acá La Boca… es un trabajo. Todos los días despertar a los chicos tan temprano. Trabajo acá en el zonal desde 2002, ahora estamos en planta permanente. Estoy de 9 a 4, es un horario muy lindo, porque de por sí, tengo chicos menores, los dejo en el colegio y como salen 4:20, entonces salgo justo.
Yo me levanto 5:40 porque salimos a las 6:10 para llegar bien al colegio, ellos van a la escuela que está acá en calle Río Cuarto [1249]. El que va al secundario va a la escuela 10 [Escuela Técnica n.° 10, Vieytes 942]. Nosotros esperamos el micro de las 6:18, tenemos una cuadra y media a la parada, pero caminamos seis cuadras para adelante para agarrarlo vacío. Se llena tanto que no podemos subir, pasa que pasan tres micros cada cinco minutos, pero después ya empieza a pasar cada quince, así que, si los perdés, es todo un tema. Ese es el 518 de Ezeiza, que es el único que entra por el barrio que yo vivo, Barrio Vista Linda. Esas cuadras de tierra, solo la principal tiene asfalto. Ahora pusieron mejorado en casi todo el barrio, pero en mi cuadra no.
La más chiquitita, que tiene 6 años, sí se duerme y a veces venimos paraditas, pero bueno, la convenzo, ya falta poco. De mi casa a la estación de Ezeiza, tardo veinticinco minutos, nos tomamos el tren de 6:47 y desde Constitución nos tomamos el 39. Hay otro que sale 6:57 que es un poco más directo: para en menos lugares y tarda menos.
Me da lo mismo porque, si tomo el que para más seguido, me bajo en Avellaneda y me tomo el 93, entonces estoy a cinco minutos del colegio de los chicos. En cambio, el otro que me deja en Constitución, nos bajamos ahí y es toda una peregrinación porque tenés que atravesar todas las paradas y hay mucha gente y caminás a paso de tortuga. El 29 tarda quince minutos a acá.
Después de la escuela de los chicos hasta acá, me vengo caminando, ellos entran 8:15 y de ahí ya me vengo caminando tranquila, y a la vuelta lo mismo, llego y 10 y salen y 20 así que yo ya estoy. El de secundaria entra 7:15, él no viaja conmigo, viaja el padre con él. Ellos salen más temprano, a las 5:20. Él deja al nene y después entra a trabajar 8:15.
Selva (37, Barracas) relata lo siguiente:
A las 6 tengo que estar en la parada, porque tengo que llevar a los nenes al colegio. Hay uno que va acá a cinco cuadras y los otros dos van por Barracas. Los dos más grandes van a la secundaria por Barracas y al más chiquito lo llevo yo por acá. Si no, la otra que hacemos cuando el colectivo no para o no viene es salir caminando desde allá de Barracas hasta la escuela, son veinte cuadras hasta Vieytes y ahí, cerca de la escuela de los chicos, y yo me tomo cualquiera ahí. Los tres entran 7:30, pero el más chiquito, ya saben en la escuela que llega más tarde. Eso me pasa… igual el 70 es así, a las 5 de la tarde tampoco para, se hacen filas de gente con chicos y los colectivos siguen de largo.
Señala muchos problemas en el viaje:
Tomo, bah, trato de tomarme el 70, a partir de las 6 de la mañana el 70 es un colectivo que viene lleno, no te para, viene del lado de Pompeya, pasa por la villa y, cuando llega a Luna e Iriarte, está lleno, no te para. O a veces va vacío y no te para porque no tiene ganas. A veces meten mucha gente y no ven nada, ya en el año van cuatro accidentes porque no ve el vidrio de tanta cantidad de personas. Entonces se llevan puestos los containers de la basura.
Ella y sus hijxs, a lxs que retira de la escuela luego de salir de trabajar, muchas veces prefieren volver caminando, en lugar de esperar y tomar la línea 70, que recorre un trayecto desde Lanús hasta la Estación Terminal de Ómnibus de Retiro.
A veces lleva gente complicada el colectivo. Siempre que subo con la nena, voy atrás de ella, para cuidarla. Si viene muy lleno el colectivo, prefiero ir caminando porque viajamos tan incómodos que hasta los nenes me piden volver caminando.
4.2. Viajes para la atención médica
Si bien existen líneas de colectivos para ir a los hospitales del partido de San Martín, ya sea para consultas en caso de urgencias o de atención de especialidades médicas, la satisfacción de esta necesidad de atención no se cumple la mayoría de las veces. Las entrevistadas del partido de San Martín coinciden en que los centros de atención primaria de la salud (“la salita”) no cubren todas sus necesidades y las de sus familias (Gutiérrez, 2009, 2010). La distancia que existe entre las necesidades de atención y lo que pueden obtener en el centro de salud puede captarse con el concepto de “accesibilidad”, como relación entre las condiciones y los recursos de los servicios y las necesidades, experiencias y posibilidades de las personas usuarias de estos (Stolkiner et al., 2000; Stolkiner, Comes et al., 2003). Dicho de otro modo, tanto para estudiar la accesibilidad como para la organización y prestación de los servicios, es preciso tomar en cuenta no solo su oferta y calidad, sino también su demanda, en toda su complejidad.
Luciana (41, Loma Hermosa), al referirse al centro de salud Fleming (“el hospitalito”), sostiene:
En el hospitalito no hay nada. Te ponen “No hay guardia de clínico, no hay guardia de pediatría”, “Vaya al Castex, o al Bocalandro” [menciona de este modo a dos hospitales]. Pero igual ahora no están bien los hospitales, no hay buena atención, no hay medicación, no hay nada. Es la realidad, vas al hospital y no hay nada, te dan la receta y comprelá.
Por su parte, Damiana (35, José León Suárez) afirma que no siempre consiguen turno:
Hay un 0800 que te dan turno, pero muy lejanos, así que es mejor ir temprano a los turnos de atención espontánea. El tema también es que los estudios no los hacen, así que muchas veces tenemos que ir a hospital.
Alejandra (48, José León Suárez) refiere que, “en la salita del barrio, los lunes y jueves atienden pediatría. Y hay un papelito en la puerta que dice la cantidad de turnos que hay, por ejemplo, dice ‘Hay dos turnos para chicos enfermos’”.
En general se prioriza la atención de lxs hijxs y se desatiende la propia. Muchas no realizan los viajes vinculados a la prevención y atención de su salud, por una combinación de escasez de tiempo, de la misma percepción de la calidad de los servicios, y de recursos económicos. No se trata solo de conseguir un turno para una consulta y asistir, también influyen los costos en dinero y tiempo de los estudios que les pueden solicitar. Damiana alude a que le indicaron hacerse varios estudios: “… el médico me los mandó por rutina, porque ando muy débil y porque nunca me habían hecho estudios, pero la verdad ahora se me complica, quizás me los haga cuando terminen las clases…”. Afirma que no puede perder tiempo y dinero para hacerlos.
Gutiérrez (2009: 3) menciona una “malla” de viajes articulada y oculta tras la movilidad hacia un bien, una actividad o un servicio. Esto es especialmente importante en casos que requieren periodicidad de viaje o su perduración en el tiempo. La autora se refiere a situaciones que requieren controles periódicos o tratamientos prolongados (como el embarazo o el VIH/sida), aunque el hecho mismo de hacer los estudios estándar (radiografías, laboratorios, etc.) supone varios desplazamientos, inversión de tiempo, recursos económicos y afectivos.
Además, aunque tengan situaciones que requieran atención urgente, especialmente de noche, frecuentemente prefieren esperar al día siguiente, tal como ilustra Cecilia (50, José León Suárez): “Si vas a las 10 de la noche con el dolor no te atienden hasta las 3 de la mañana. Porque yo estuve con mi hermano. La alternativa era mejor quedarse en casa, porque las guardias son así”.
La mayoría de las entrevistadas de los barrios de La Boca, Barracas, Zavaleta y Villa 21-24 resuelve las necesidades propias y de su familia en las salitas del barrio y en los hospitales públicos de la comuna o de comunas lindantes. En numerosos casos, a pesar de contar con obra social, eligen este tipo de atención porque les queda más cerca y no tienen que viajar tanto y porque, como relata Silvia (26), “en la obra social te dan dos meses después turno”.
Estaría bueno que, cuando uno va a buscar un turno, te lo dieran en el momento, no que te digan “No, esa especialidad no está”. Porque me ha pasado de ir con mi hijo que tenía anginas, que tenía placas y le salía sangre con pus. Y no me lo querían atender ahí porque no estaba el especialista… pero si un clínico estudió para todo… El clínico es para todo (Catalina, 40, la Boca. Comuna 4).
Las entrevistadas de CABA en general eligen los centros de salud (“salitas”) o van al hospital, aunque algunas tengan obra social, no solo porque estas tardan mucho en dar turnos, sino por la valoración de los hospitales públicos de este territorio. Una situación particular es la de quienes trabajan en el servicio comunal de la CABA, pues en general, como empleadas del gobierno de la ciudad, pueden coordinar los turnos de las especialidades y los estudios.
En el territorio relevado para la investigación en la Provincia de Buenos Aires, no se expresó la misma valoración de los centros de salud, en primer lugar. Y de alguna manera tampoco de los hospitales.
4.3. Viajes para comprar provisiones
Las que viven en San Martín realizan sus compras en general cerca de la cabecera del partido, por cuestiones de costo y variedad, como afirma Cristina (50, José León Suárez):
Sí, aprovechamos a comprar. Va mucha gente con muchas bolsas, mucha gente que va a trabajar al centro de San Martín o a Urquiza [CABA] aprovecha y va al Supermercado DIA o Coto y se van cargadísimos. En el barrio hay negocios, pero son más caros, entonces la gente aprovecha las ofertas, como 2×1.
La mayoría de las entrevistadas de La Boca relata comprar en una cadena de supermercados, ya que las promociones y los precios son más convenientes que en sus barrios. Las que viven fuera de la comuna manifiestan que muchas veces aprovechan y vuelven del trabajo con las compras hechas.
Como se pudo observar, los viajes para las compras de provisiones también están enlazados con los que se realizan para ir a trabajar y a las actividades escolares. De los relatos no se desprende que haya compañeros varones que los realicen. Es una situación naturalizada que vuelvan a sus casas después del trabajo o de ir a la escuela acarreando las compras.
Hasta acá se ha tratado de lo que se considera como desplazamientos necesarios e ineludibles del cotidiano de estas mujeres, o movilidad obligada (Gutiérrez y Reyes, 2017: 152).
4.4. Otros motivos de viajes
La posibilidad de desplazarse durante los fines de semana por motivos de recreación o visitas a familiares está atravesada por la movilidad. Los madrugones para alcanzar el mejor horario de los colectivos, la incomodidad de los viajes, las cuadras a pie que en general tienen que transitar, solas o con sus hijxs, que algunas veces se duermen en sus brazos durante los trayectos, más toda la vida cotidiana que se escurre con los viajes, al preparar la comida y atender diversas necesidades, hacen impensables otros desplazamientos. Prácticamente no les quedan deseos ni tiempo para actividades fuera de las reproductivas. En general lo hacen muy ocasionalmente, y tampoco salen para actividades educativas, cursos de capacitación o similares. Coincidimos con los hallazgos de Daniela Soldano y María Gimena Perret Marino (2017: 194). Las autoras mencionan el “sufrimiento” de los viajes, que encuentra cierto alivio en quedarse en casa y en el barrio los fines de semana, pero no para estar ociosas, sino para realizar todas las tareas que no pudieron hacer durante la semana, como lo puntualiza Catalina (40, Ezeiza): “No, el fin de semana no salimos. Porque el trayecto de viaje de lunes a viernes me cansa, la junta de ropa y la limpieza que una deja en la semana, así que me dedico a eso”.
Los viajes destinados a visitas de familiares que residen fuera del barrio generalmente se restringen a unas pocas veces en el año, por el costo y el tiempo que implican. Los relatos de Damiana (35, José León Suárez), Rosa (60, La Boca) y Amelia (70, La Boca) ilustran esta situación:
Yo tengo mi familia en Lanús, pero es muy lejos, la verdad que cada vez voy menos, tardo dos horas en llegar y con los chicos es imposible, me tengo que ir caminando hasta la estación del tren [José León Suárez], de ahí el tren hasta Retiro, después el subte o un colectivo hasta Constitución y otro hasta Lanús, es muy cansador (Damiana).
Rosa dice: “A visitar a familiares que tengo en Gregorio de Laferrere y González Catán voy una vez al año porque no tengo tiempo”. Un caso similar al de Amelia: “Al hospital solamente voy; por ahí a veces voy a ver a mi prima, pero hace tanto que no voy…”.
4.5. Experiencias y percepciones sobre peligros, acoso, violencia
La mayoría de las entrevistadas relató situaciones de peligro y miedo a los robos en la vía pública, en las paradas de transporte y hasta en el medio de transporte mismo, en muchos de los casos con una marcada resignación. Cecilia (50, José León Suárez) y Damiana (35, José León Suárez) relatan:
Siempre hay, los robos, un montón, reseguido. O cuando salen los chicos a trabajar temprano antes de las 5, les roban la mochila, el celular. En la plaza te agarran o en el camino. No tiene cámaras, nada. Eso igual no pasa solo de madrugada, sino también de día (Cecilia).
En invierno sobre todo me da mucho miedo el trayecto a la escuela con los chicos porque es de noche, no hay casi luces, es un bajón, hay calles que son muy oscuras y te da miedo que te salga alguien a robar, lo que más miedo me da es por las nenas [8 y 11] (Damiana).
Refieren que, durante los horarios diurnos y cuando la gente sale a trabajar y la calle está transitada, el miedo ante los posibles robos disminuye, aunque no del todo.
La mayoría manifiesta que prefiere no salir de noche. Si salen, buscan transitar por lugares que concentren mayor cantidad de personas, como cuenta Claudia (40, Ezeiza):
[Si tengo que andar de noche], solo me tomo el tren en Constitución, no en las otras estaciones, porque hay más gente y más cámaras de seguridad que en Avellaneda o Irigoyen; una vez fui y me sentía perseguida y miraba para todos lados. Por más que tarde un poco más, prefiero ir allá, a Constitución.
Aluden al temor a que les roben la cartera, la mochila, y específicamente el celular. Silvia (31, José León Suárez) sostiene: “Estoy acostumbrada a pasar por ahí y sé cuidarme, no ando con el teléfono en la mano ni nada de esas cosas. Por suerte no me han robado nunca, pero a varias de mis amigas sí”.
En la Comuna 4, Adriana (27, Barracas) cuenta: “Obvio, siempre venís con el miedo que apenas bajás del colectivo tenés que caminar cinco cuadras hasta tu casa y te da miedo”. Y Myriam (45, Barracas) señala que le tiene especial temor a la parada del colectivo:
Sí, la parada es muy pero muy peligrosa, una tiene que estar mirando de ambos lados y con la desesperación que venga el colectivo porque no sabés en qué momento te pueden sacar; aunque no tengas nada, estás con miedo. Muchas veces, con mi nieta yo misma me iba con el teléfono entre las tetas y me iba con mi nieta y vienen dos chabones en moto detrás mío y me quiso arrebatar. Gracias a Dios, no me lo pudo arrebatar, pero se quedó con el susto mi nieta.
Algunas entrevistadas manifiestan que el temor es menor si es que residen desde hace mucho tiempo en sus barrios, o cuando ya se hacen conocidas. Aluden implícitamente a los códigos barriales, que hacen una distinción entre las personas que viven “adentro del barrio” y “afuera”. Luisa (31, Barracas) sostiene: “Ya hace años que vivo en el barrio y me siento más segura, vamos a decirle, pero sí he tenido visitas de afuera que han venido a visitarme y sí les da miedo venir desde la parada hasta casa”.
Zulma (26, Barracas), que, en su rutina habitual, llegaba de estudiar alrededor de la medianoche desde una universidad del conurbano, dice:
Estaba iluminado, pero los mismos que roban rompen los focos a propósito para que esté oscuro, es jodido, pero bueno, a veces me iba a buscar mi novio caminando o, si él no podía, me iba caminando sola, por suerte una sola vez me amenazó alguien. Después me fui haciendo conocidos, me hice amiga directamente de los que roban. Saludaba, te van conociendo y ya saben que sos del barrio y no te tocan. Dentro del barrio jamás me robaron.
Las situaciones de acoso ocurren y persisten, sobre todo hacia las mujeres más jóvenes. Muchas de ellas tienen alguna experiencia de esto en el transporte público, como es el caso de Mónica (28, La Boca), quien relata:
Unos años atrás, iba a en el colectivo volviendo del trabajo, iba sentada, y un tipo que iba parado al lado mío se empezó a frotar contra el asiento y contra mi hombro. Al principio no me di cuenta, pensé que estaba haciendo lugar para que pase la gente para atrás, pero siguió y yo lo miré, se hacía el tonto cuando lo miré. Yo tenía los auriculares, y el tipo volvió a hacerlo, no sabés lo horrible que fue. Me paré e hice como que me iba a bajar, me faltaba todavía, pero no me podía quedar así y me daba cosa decirle algo. Después de eso, quedé medio traumada, nunca agarro los asientos que no sean contra la ventana, es un bajón.
Luciana (41, Loma Hermosa) sostiene: “Siempre hay algún desubicado que algo te dice, te susurra, es horrible, una se tiene que hacer la tonta, yo voy siempre con los auriculares por eso”. Por su parte, Ema (33, La Boca) cuenta: “Es horrible, que te miran a veces de una forma o te dicen un piropo, a mí no me gusta. No miro, trato de pasar rápido. Se abusan porque una va sola”.
Patricia (27, Mataderos) trabaja en un bar y se ve obligada a volver de noche. Cuenta sobre los miedos en la vía pública:
Siempre está el miedo que alguien te atrape y te haga algo, aparte yo vuelvo de noche del bar… sabés el cagazo. Una vez tuve que meterme corriendo al pabellón porque volvía de trabajar y me empezaron a seguir y a gritar cosas dos tipos, empecé a correr como nunca y a gritar, por suerte cuando estaba llegando a la esquina con mis gritos salieron dos vecinos al balcón y ahí se amedrentaron. Menos mal que yo voy con la llave de casa en la mano desde que me bajo del colectivo así que entré, no me daba más el corazón, imaginate. Después de eso, si llego muy tarde, me va a buscar mi papá a la parada y a mi hermana también, encima ella es más chica. Si volvemos juntas, a veces no lo molestamos, pero la verdad es horrible.
Francisca (36, Mataderos) relata que ya de grandes el nivel de acoso es menor y que a ella ya no le afecta tanto.
Las situaciones mencionadas, marcadas por cierta resignación y por estrategias de limitación de horarios y de recorridos (estar siempre alertas, no transitar por determinadas calles y ciertos lugares, abstenerse de pasar cuando se observan muchos varones reunidos, también evitar pasar por el lugar donde quisieron robarles, no sacar el celular, no salir de noche), tienen como consecuencia la autorrestricción de la propia movilidad y ponen al derecho a la ciudad en suspenso. Nilda (34, Barracas) lo sintetiza de este modo: “Siempre atentas… Hoy en día las que más sufrimos somos nosotras, hasta de cómo vestirnos sufrimos…”.
Patricia (27, Mataderos) esboza un listado para la prevención: “No tomar siempre el mismo camino, no andar con cosas de valor a la vista, llevar siempre lo justo y necesario, trato de llevar uniforme de trabajo para no llamar la atención”.
Nuestros hallazgos coinciden con los resultados del estudio de Leda Pereyra, Andrea Gutiérrez y Mariela Mitsuko-Nerome (2018: 90), que mencionan “rutinas personales (y familiares) de manejo de la inseguridad” como las que encontramos.
También existe coincidencia con respecto a que las usuarias que se sintieron inseguras en el transporte público eran madres de niñas y jóvenes, y que pertenecen a los hogares de menor nivel socioeconómico, como la población de nuestro estudio. La diferencia está en que en esta investigación las referencias a la inseguridad fueron más amplias, se extendieron a los barrios, y en particular a calles aledañas a las paradas y no tanto al transporte en sí.
Todas estas acciones u omisiones se van tomando de un modo adaptativo que naturaliza las situaciones vividas u observadas, y configuran un cuadro de restricciones para ejercer el derecho a la ciudad en todas sus formas, concretizado en poder tener prácticas de viaje en transporte público con una duración adecuada, con confort y seguridad. Se agrava la situación con las pocas alternativas de líneas de colectivos, especialmente en los barrios del partido de San Martín y las comunas de CABA seleccionadas. Todas desean que haya más líneas de colectivos y, sobre todo, más frecuencias, pero ninguna relata acciones de reclamos.
4.6. La emergencia provocada por el COVID-19: ASPO y DISPO
La situación de ASPO fue compleja para ellas. En el caso de algunas que trabajan en la cooperativa de la organización social en San Martín, manifestaron haber sido consideradas como “trabajadoras esenciales” durante la cuarentena. Cecilia (50, José León Suárez) afirma:
Las personas de riesgo se quedaron en su casa, entonces es más trabajo para los que nos quedamos trabajando, no paramos […] tuvimos mucho más trabajo porque se repartía más comida, se empezaron a hacer ollas, aparte en la puerta del Polo, con los tupper cada uno pasaba, con alcohol y todos los recaudos.
Por ejemplo, Camila (48, José León Suárez) al principio muchas veces tuvo que realizar el trayecto de veinte cuadras caminando:
Me hicieron la autorización por esencial, a veces te bajaban igual, del 670, subían los policías y te bajaban… porque había que tenerla en el celular, así que bueno, ahí después bajé la aplicación y ya no me bajaron más. [Cuando me bajaron] caminé, no me quedó otra, veinte cuadras.
Parecida situación relata Alejandra (48, José León Suárez), que también debía concurrir a la cooperativa y muchas veces le era complicado viajar:
En el colectivo mucho no te dejaban, así que yo tenía mi consuegra que me llevaba y me traía, en el colectivo era un lío. Al principio te dejaban subir hasta que se llenaban los asientos y asientos separados, entonces la mayoría de las veces no te paraban, generalmente estaban llenos. Si no caminaba… Estoy lejos, más de treinta cuadras, pero bueno, me hace bien el ejercicio igual.
En general se observan muchas situaciones de movilidad insatisfactoria (Gutiérrez, 2012: 71). Las entrevistadas que tuvieron que seguir viajando por cuestiones laborales dijeron que, al comienzo de la fase de DISPO, cuando ya se permitía viajar con permiso, los colectivos se llenaban y no paraban. Esto se acrecentó más tarde con la flexibilización de la circulación. Con la flexibilización de diciembre de 2020, todas concuerdan que los colectivos volvieron a transitar llenos por los barrios, como manifiesta la misma Alejandra: “Ahora viajo en colectivo, ahora ya dejan subir a todos, casi, y van bastante llenos”.
Lo mismo sostiene Camila (48, José León Suárez): “Ahora va re-lleno, vas parado, no les importa el COVID, no les importa nada. A veces me da miedo viajar en colectivo porque no te podés ni mover, yo a veces prefiero ir caminando. Van hasta las manos”.
También relatan esto Nilda (34, Barracas) –“Totalmente llenos vienen, repleto el 37, caminamos diez cuadras para tomar y prácticamente imposible en hora pico”– y Mabel (45, Barracas) –“Es imposible subir al colectivo”–.
Romina (38, Barracas) dice:
Viajo siempre en colectivo, siempre el transporte venía casi vacío, sí, ahí hay diferencia entre antes y ahora con respecto al transporte… Hoy en día viene muy lleno y no se respeta nada […] y [con] el barbijo no se tapan todo.
4.7. Empleadas de casas particulares
Una situación un tanto diferente fue la de la mayoría de las quince entrevistadas que trabajaban como empleadas de casas particulares, ocupación que Mary Goldsmith (2013) caracteriza del siguiente modo:
El servicio doméstico es emblemático de la desigualdad de género, clase, etnia, raza y nacionalidad. Este trabajo ejemplifica la desigualdad persistente descrita por Charles Tilly (1998). Como tal, se expresa a través de categorías binarias y asimétricas […] que están arraigadas en la explotación y el acaparamiento de las oportunidades. Se trata de una desigualdad que perdura a tal grado que es naturalizada, se reproduce no sólo a través de la violación de los derechos laborales sino también por medio del uso del lenguaje, la indumentaria, el uso de los espacios en la casa y los patrones de consumo.
Muchas de las situaciones en torno a la relación laboral entre empleadorxs (en su mayoría mujeres) y empleadas, que antes estaban confinadas en lo privado de los hogares que las contrataban, se hicieron públicas. Las trabajadoras fueron alcanzadas por el Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU 297/2020) que estableció la cuarentena.[1] Según este DNU, todas (ya sea que estuvieran registradas o que trabajaran informalmente) tenían derecho a no ir a trabajar y a cobrar su salario habitual completo. Además, estaban contempladas para recibir el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), una de las políticas reparatorias que implementó el gobierno nacional para los sectores de trabajo informal que quedaron prácticamente sin ingresos. Las tareas en casas particulares se mantuvieron habilitadas únicamente para quienes trabajaban en el cuidado de personas. Hasta el 12 de octubre de 2020, el uso del transporte público en el AMBA se mantuvo restringido al personal de servicios esenciales y, en el caso de las trabajadoras de casas particulares, eran las empleadoras quienes debían garantizar el transporte para que fueran a su trabajo. A principios de diciembre, mediante la Decisión Administrativa 2182/2020, el gobierno nacional autorizó a las personas que trabajan en casas particulares a utilizar el servicio público de transporte. Para esto debían tramitar el “Certificado Único Habilitante para Circulación”.
Como ya se mencionó, antes de la pandemia, muchas de estas trabajadoras tenían entre una hora y media y dos horas de viaje (sin contar las esperas), en transportes públicos abarrotados y con pocas frecuencias, para llevar a sus hijxs a las escuelas y luego ir a trabajar, y después buscarlxs, en algunos casos también combinando el uso de bicicleta y las caminatas, por uno de los salarios más bajos del mercado laboral; y esto sin contar otros viajes, como ya se señaló.
En muchos casos las personas empleadoras no estuvieron dispuestas a cumplir con lo que ordenaba el DNU. A pesar de la prohibición de suspensiones y despidos sin justa causa, se cesanteó a las trabajadoras, especialmente en el vasto sector del más del 77 % que no están registradas.
Según informes del Ministerio de Trabajo, entre febrero y mayo de 2020, la cantidad de trabajadoras de casas particulares registradas se redujo de 497.700 a 477.000 personas. O sea que hubo 20.700 empleos registrados menos, solo en esos meses. No se puede saber la cantidad de las trabajadoras no registradas que perdieron su trabajo. Un petitorio entregado en octubre de 2020 por la Unión de Trabajadores Domésticos y Afines (UTDA) consigna que en general el 27,7 % trabajó durante la cuarentena y el 18,5 % fue despedido de modo directo o indirecto.
De un día para el otro, se quedaron sin trabajo y sin ingresos. Las que pudieron prepararon viandas o panes para vender en sus propios barrios; otras no encontraron la forma de poder ganar algo de dinero. Se dieron situaciones de maltrato y abuso laboral hacia ellas, pues hubo casos en que se las obligó a seguir yendo a trabajar, o se les pagó menos, o no se les pagó, con la promesa de volver a contratarlas “cuando todo pasara”. En algunos casos, se conseguían permisos especiales con la figura de “trabajadora esencial para cuidado de niñxs”.
De las trabajadoras que entrevistamos, el 75 % declaró que dejaron de trabajar ante la ausencia de pago por parte de sus empleadorxs, quienes justificaban el no pago aludiendo a que se debía a que trabajaban por horas (y no en jornada completa) o no estaban registradas, y que por eso no estaban alcanzadas por el DNU. Esto era falso, ya que ambas situaciones estaban contempladas en este decreto. En general muchas trabajadoras parecían desconocer su derecho a trabajar en forma registrada (ya sea que trabajaran por horas o por mes, de acuerdo con la Ley 26.844 de Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares), y no objetaban las decisiones de sus empleadorxs. Algunas retomaron sus trabajos a mediados de 2021, cuando se restableció de a poco el transporte público, pues, antes de esto y hasta fines de 2020, solo podían trasladarse en transporte privado a cargo de sus empleadorxs, lo que en general no les era ofrecido.
Las aseveraciones son ilustrativas de esta situación: “No cobré nada ya que al estar en negro no me corresponde, durante un año y cuatro meses sin trabajar” (Ángela, 32 Barracas) y “No cobré ya que trabajaba por hora, todo el primer año de pandemia hasta junio del 2021 no trabajé” (Viviana, 30, Barracas).
4.8. La atención de salud en pandemia
Quienes volvieron a ser entrevistadas en enero de 2021 respondieron en forma unánime que no se habían realizado controles médicos durante 2020, lo cual fue común en ese año para la mayoría de la población.
Al ser consultada si fue al médico por algo, Cecilia (50, José León Suárez) contestó: “No fui, me daba miedo y además no había turno de nada”. Alejandra (48, José León Suárez) manifestó que los turnos se otorgaban para alrededor de un mes más tarde. Agregó, en consonancia con los cambios de ASPO a DISPO: “Estos días me voy a tomar unos días de vacaciones y me voy a dedicar a eso, es que yo no paré. Hace unos días me agarró un derrame en el ojo”.
Durante 2020 ninguna tuvo COVID-19, pero sí personas de sus familias. En cambio, en el transcurso del año 2021, varias se contagiaron. Tres tuvieron familiares en esa situación. En el caso de Romina (38, Barracas), ella y su marido contrajeron la enfermedad.
Nieves (30, Barracas) contó: “Estuve internada por COVID, me fui por la guardia del hospital Rivadavia por un fuerte dolor de pecho casi sin poder respirar, me hicieron una placa y detectaron neumonía. Sinceramente no he logrado salir todavía de ese trauma”.
Mercedes (22, Barracas), por su parte, relató:
Casi toda mi familia se contagió, fuimos atendidos en la salita y después hicimos aislamiento dos en casa y dos en hoteles, en casa nos atendimos bien, los que fueron al hotel un poco mal por la comida y los medicamentos.
Todas manifestaron haber restringido al máximo las visitas a familiares, como manifestó Camila (48, José León Suárez), ante la pregunta sobre si salía por algún motivo: “Solo a trabajar, ni a mi familia vi”. Solo salieron de su casa quienes tuvieron que asistir a familiares directos, llevándoles alimentos o artículos de higiene.
- Dado que es una actividad realizada en el 99,3 % por mujeres, se hará referencia a “trabajadoras”.↵