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Introducción

Silvia Beatriz Zanelli

Con el amanecer de Más allá la norma de placer encuentra su fundamento tornándose irrealizable la aspiración al todo. La pregunta por el displacer atraviesa el escrito de 1920 e interroga el poderío ilimitado del principio de placer. Eros es campo de libido, Thánatos es su obstáculo. Si no hay relación sexual, sólo lo es en tanto la Cosa freudiana tiene la propiedad de ser a-sexuada. Aquí encuentra su fundamento en tanto la muerte es para la vida su riel.

Si la función fálica, por la que se inscribe todo sujeto, no confiesa su esencia, la fecundidad de más allá conduce a un punto negativo que no es sin la pulsión de muerte. Trazo negativo que, allende del lenguaje, marca la repetición como tal. Así es que, si lo universal se enuncia para ser negado, hay allí anudamiento y la norma encuentra su fundamento en la marca que se sustrae del campo en que es producida. Se avizora una estructura subjetiva que será difícil atravesar, salvo cuando es dicha a-sexuada. Es en la retroacción donde la caída de saber hace que el sexo se anude a la muerte. Allí, en ese punto, el sujeto identificado al significante, pero despegado de él se equipara a la falla del discurso. Un efecto de pérdida ha sido posible, y el sujeto encuentra en el exilio subjetivo su morada real.

Más allá escande el cuerpo de la argumentación freudiana promoviendo corte y recomienzo con una nueva luz. Quizás, un brillo despierta acotando el riesgo del imperio de lo verdadero que adormece. Riesgo advertido en relación al síntoma en cuya malla se refugia un goce que es necesario remover para redistribuirse de un modo que abone a favor del bienestar del sujeto.

Despunta en el horizonte un más allá del reconocimiento del deseo como deseo del Otro. Sin olvidar que el Otro es en su fundamento radicalmente otro, los puntos nodales anticipan el lugar que, en tanto verdad de la división, el sujeto tendrá que devenir su agente para instalarse como tal. Algo resiste a que se diga cualquier cosa. Un nódulo exterior al campo en que se produce orienta la legalidad de lo sobredeterminado que recusa todo sentido y arbitrariedad.

Del cumplimiento del deseo al sueño como intento despunta en el horizonte un tropiezo despertante que sin ninguna clase de sentido impone en ese punto algo impropio para ser realizado. Sólo en virtud de la repetición conjugada al reencuentro podemos reflexionar sobre la afirmación lacaniana de que todo sueño es una pesadilla moderada (Lacan, 1975-76). El proceder inconsciente no satisface una relación armónica entre pensamiento y ser. Con el más allá el ser se reafirma en el olvido. Olvido primordial sin el cual no habrá historicidad posible.

Alumbra allí la función del objeto perdido. Sólo hay pérdida cuando Eso toca en el encuentro contingente. En el núcleo de la repetición, la marca negativa hace que el hallazgo no clausure la búsqueda y se relance indefinidamente. Hay “diferencia entre el placer de satisfacción encontrado y el exigido” (Freud, 1920). Ahí el defecto se solidariza con la división del sujeto en tanto enunciación deseante.

Si el deseo es su interpretación ¿qué deviene el deseo más allá? Cuentan efectos que no son sólo de sentido. Es necesario otro aire que conduzca a una existencia más allá de la determinación significante. En el retorno deviene audible el trazo singular por el cual se alcanza algún fragmento de lo real. Como intento de realización de deseo, prueba que el sueño conduce a la raíz, esto es, a lo imposible como imposible despertar a lo real. Por eso para Lacan todo sueño es una pesadilla moderada. Si cuenta lo morigerado, es posible que Eso se soporte en las formaciones del inconsciente, esto es, en el campo de la realidad psíquica.

Así pues, de la escucha Freud desgajó un trazo que, en tanto rasgo conservador de la pulsión de muerte, pasó a constituirse en el principio del campo subjetivo. De lo universal a lo singular es el camino que promete la reversión de sus avances en el abordaje clínico de la neurosis de transferencia. Reversión que lejos de anular lo precedente lo redirecciona pero anudado. Con la pulsión de muerte, la novedad es que la repetición conduce a lo inanimado, que es metáfora de goce. Más allá de lo reprimido, en lo inconsciente, hay cosas que hacen nudo. Ahí, la legalidad del proceder inconsciente encuentra su justificación en un núcleo que resiste irreductible donde el sujeto se instituye como tal. Puntos nodales que recusan la mera habladuría.

Si el sujeto se produce como efecto de significante pero despegado de él, la negatividad del Fort brinda testimonio de ello. Su repetición en soledad, conjugada a la experiencia impresionante, sobrepasa el límite del placer. Ahí la pérdida en acto promete la emergencia de un sujeto que en la retroacción devenga efecto de sentido pero también de sentido rechazado. Si el sujeto se constituye con el aparato del rasgo, el Fort-da deviene saber escandido por los significantes. Allí es posible que como sujeto emerja, en la retroacción, representado por su división pero también en su pérdida. Así pues, la función del agujero promete, con la propia dimisión, el acceso a un goce cuya sabiduría soporta a la vida sobre el carril de una muerte devenida legal.



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