La argumentación: un gesto de indisciplina
Marta Urtasun
Cuando yo uso una palabra — insistió Humpty-Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga, ni más ni menos.
La cuestión —insistió Alicia — es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
Lewis Carroll, Alicia a través del espejo
Los estudios sobre argumentación que atraviesan este libro implican, como todo discurso, “montar una verdadera puesta en escena”: un tipo de construcción cuya propuesta revisa géneros, retóricas y sintaxis, propicia modos de trabajo y analiza contenidos curriculares. Dado que esta información se anticipa en su índice y en la presentación general, este prólogo, para que seduzca a sus lectores, intenta avanzar sobre los Derechos imprescriptibles de los estudiantes como argumentadores[1].
La escritura siempre es un desafío y para ello, tal vez, pueda ser pensada como un gesto de indisciplina. Entonces, es lícito describir contra qué y en qué relación de jerarquía están los/as estudiantes para hacerlo. Pues bien, cada uno de ustedes podrá organizar un listado de sus lecturas teóricas respecto de la argumentación. Entre las mías, Chaïm Perelman, Roland Barthes, Stephen Tulmin, George Vignaux y otros son parte de una enumeración que deviene farragosa cuanto más exhaustiva. A las lecturas, se le suman desde las figuras retóricas de la oratoria griega hasta la sofisticación de la lucha agónica del discurso polémico.
También los/as estudiantes disponen de una amplia bibliografía que les da herramientas y recursos para iniciarse en el “disciplinamiento” argumentativo a lo largo de los distintos niveles educativos. Sin duda, saben reconocer las condiciones de producción de textos de diversa complejidad persuasiva: cómo los convence una publicidad, de qué manera los conmueve un poema, si están preparados para transitar el camino seguro del contenido disciplinar y manejan con cierta flexibilidad sus saberes encorsetados. Es el momento oportuno para rebelarse y, así, los interrogantes que se suceden son ¿para qué? ¿por qué?
En principio, cuando se quiere decir algo convincente, legible y en condiciones de ser comunicado, es necesario explicitar que, desde los ámbitos escolares y académicos, a veces, solo se entrena a los jóvenes en el cumplimiento de tipos textuales argumentativos convencionales y se orienta su reflexión para pegarse a citas de autoridad, palabras ajenas y jerarquizadas. No se defiende el “tono propio”, se trata de silenciarlo y, con ello, la voz de alguien que podría decir algo.
En esta cadena persuasiva, es un lugar común sostener que el discurso pedagógico dominante es fuertemente unívoco y, en general, domestica. Se puede agregar que los conocimientos adocenados suenan vacíos. Por lo tanto, conviene que estemos atentos, reflexionar para tomar distancia de lo que ya sabemos y escribir oyendo la propia voz.
Sin duda, desde nuestra práctica concreta, es necesario desandar perspectivas y acompañar, junto con las propias decepciones, en la configuración de cartografías escriturarias personales. Y que estas contrarresten las incertidumbres, sostengan la proliferación de discursos que pongan la mirada en la experiencia de escrituras del yo, a través de diversos formatos y rasgos estilísticos, en función de una singular reconstrucción de la subjetividad.
Para lograr la emergencia de una palabra propia, interiormente persuasiva —en términos de Mijail Bajtin— es necesario repensar la tarea docente y nuestras propias prácticas de escritura. También, idear estrategias más artesanales que posibiliten el olvido del ejercicio argumentativo con el propósito deliberado de persuadir para habilitar una escritura de ensimismamiento, cuyo sujeto escriba aquello que no puede decir y toque los límites de su propio lenguaje. Se trata del aprendizaje que irrumpe como un suceso ético, descoloca y provoca pensar. En relación con este aspecto, vale el repaso del concepto de la juventud como una construcción histórica que se articula sobre recursos materiales y simbólicos. Entonces, la fragmentación del cuerpo social versus la construcción del cuerpo propio, la escritura personal contra la fragilidad identitaria. En síntesis, la escritura como un intercambio de subjetividades, una forma de poner en escena y construir identidad.
Hasta aquí, han leído un relevamiento urgente y arbitrario de ciertos aspectos vinculados con dos de los agentes del aprendizaje de la escritura argumentativa en el ámbito de la escolaridad. Para seguir, no puedo soslayar las afirmaciones de quienes estén dudando del desarrollo de este prólogo y su remisión a la siempre renovada cuestión del trabajo pedagógico acerca de cómo se enseña la libertad. Es cierto que esta es el producto de una construcción que la institución escolar tiene la obligación de habilitar. Si bien parece un propósito ambicioso, la clave es desandar el saber experto sobre cómo se argumenta en una cultura formal y racionalista, desatender las prescripciones y olvidar el fin persuasivo por un instante para aprender a escuchar qué se quiere decir. Solo después de esa escritura de pasaje, se podrá volver al formato consensuado para ser aceptado por los pares.
Es cierto que los límites de este paratexto exceden el desarrollo exhaustivo de los modos posibles para lograr los propósitos planteados; sí puedo enunciar los escollos que, usualmente, los/as estudiantes sienten que obstaculizan sus escritos y que podríamos reconocer como sus derechos a la hora de argumentar. Es decir, que el obstáculo sea el derecho de acceso a esa escritura decible desde la experiencia personal:
1) Derecho a pensar que no sabe escribir
Hay una minusvalía ante la propia capacidad de escritura. Esta premisa básica se reitera casi como un ritual de iniciación. Y es el punto de partida para dar cuenta de que la escritura no viene con nosotros por imperativo romántico y, si concediéramos que alguien tiene el don, a pesar de todo, hay que reencontrarse con la experiencia de la escritura.
2) Derecho a usar palabras ajenas
La afirmación que convalida este derecho es que hay que usar palabras de otros para decir-nos, para pensar-nos sin la vara ética de la copia. Siempre se habla para otro y, a su vez, retomamos enunciados anteriores. Nos encontramos con palabras que nos conmueven y, a partir de ellas, reescribimos en un tejido de palabras, de nuestras lecturas y pensamientos.
3) Derecho a reescribir
Aquí podemos rememorar las orientaciones emblemáticas de los talleres de escritura de Maite Alvarado y Gloria Pampillo, entre otras. La escritura empieza con una vacilación, un borroneo tentativo que se “arcilla” con paciencia y trabajo. La escritura exige el planteo de ideas, su consideración reflexiva y un distanciamiento para su revisión y así encontrar las variantes estilísticas apropiadas.
4) Derecho a desestimar la estructura canónica argumentativa
La mecanicidad de la escrituraria argumentativa (recorto, pego y edito) exige una relación artesanal con la escritura. Para ello, el que escribe puede insistir, obliterar el formato y detener la mirada en los detalles y explorarlos porque le dan el carácter singular de la experiencia. Esos detalles no valen por sí mismos, son los que le permiten expresar un mundo.
5) Derecho a preguntar y recordar
Ya que la escritura debe tener forma interrogativa, es imperioso buscar las preguntas que están en los bordes de la escritura, en aquello que hace pensar y escribir. Podemos darnos tiempo para recordar el sentido de nuestras experiencias, pasarlas al papel o a la pc —escribirlas— y, desde allí, tendremos algo para decir.
6) Derecho a escribir en primera persona
La escritura argumentativa ha perdido contundencia en la medida que ha ganado retoricidad. Aceptamos complacientes procedimientos efectistas y la formalidad del discurso pretendidamente objetivo. Sin embargo, pensar desde la experiencia implica dejar que nuestra escritura se nos imponga porque es lo que nos importa. Escribir en relación con el mundo, con nosotros mismos; en disponibilidad de atención para escribir de manera más reflexiva y hasta más profunda desde nuestro yo. A no confundir este derecho con la escritura de un yo narcisista que solo hable de sí mismo. Se trata de una escritura en primera persona, la de un sujeto que está presente en aquello que escribe.
7) Derecho a convencer en damero
Solo aquel que escribe dialogando consigo mismo, desde su precariedad e incertidumbre y con la intuición de que, tal vez, no tenga qué decir, podrá persuadir (o no) a su destinatario. Sin duda, no lo logrará solo desde razones o argumentos retóricamente construidos sino con la llaneza de haber podido exponer ese conversar consigo mismo. Esa experiencia lo ha llevado a la escritura y le permitirá al lector ponerse en juego a sí mismo.
Hasta aquí, apenas unos apuntes para invitarlos/as a la lectura de un texto que propone repensar la enseñanza-aprendizaje de la argumentación y decidir si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
- Estos derechos se vinculan con mi lectura de los derechos del lector en Como una novela (1992) de Daniel Pennac.↵