4 Maquiavelo y Leonardo da Vinci

NK: Retomando las referencias a Maquiavelo, al realismo renacentista y a las relaciones entre lo que los historiadores buscan en el pasado y lo que pueden encontrar en él Por un lado, usted destacó muy bien recién que las preguntas que los historiadores hacen al pasado provienen de las ansiedades de los historiadores en el presente. Y hasta cierto punto, cuando los historiadores interrogan ese pasado, también buscan conjurar temores, ansiedades y miedos del presente. Y, al mismo tiempo, encuentran límites en las formas de acceder a ese pasado y en las posibilidades para acceder a ese pasado. En otro libro muy interesante, titulado Leonardo y Maquiavelo, de 2008, usted documenta con mucha precisión las vidas comunes, contemporáneas y paralelas de Leonardo Da Vinci y de Maquiavelo; imagina la posibilidad de que Leonardo y Maquiavelo se encontraran, conversaran y cuál habría sido el posible contenido de esa conversación. Mi pregunta aquí sería doble. Por un lado, ¿cuáles serían las motivaciones presentes que lo llevaron a interrogar ese pasado y a preguntarse por el posible vínculo entre Leonardo y Maquiavelo? Y, segundo, en ese ejercicio de imaginación de la conversación entre estos dos personajes históricos, ¿cuáles podrían ser las herramientas que la imaginación otorga a los historiadores cuando las fuentes, los documentos que nos permiten acceder al pasado, escasean y nos obligan a completar esos silencios del archivo?

 

PB: Me pregunta sobre cuáles fueron los motivos que me llevaron a escribir Leonardo y Maquiavelo. Simplemente era un libro que quería escribir de otra forma, no quería escribir otra historia. Quería escribir la misma historia de otra manera, para dirigirla tal vez a un público al que no le gusta la historia pero que se siente más directamente atraído por otras formas de conocimiento, que también son formas de conocer la historia, como la literatura. Tal vez podamos retomar este tema después, pero prosigamos con Maquiavelo. El otro motivo, de índole intelectual, responde a la voluntad de desbaratar todo lo que acabo de decir, porque si uno no escribe para pensar en contra de sí mismo, no vale la pena y es mejor no hacerlo. Y eso es lo que hice, traje a Maquiavelo hacia mí. Todos hacen eso. Cuando leemos a Maquiavelo, lo hacemos en el presente, no como un autor que reflexionó sobre los problemas que se plantearon entre 1494 y 1512, en una relación compleja entre la República de Florencia y los Médici. No. Cuando leemos El Príncipe podemos traducir: “El príncipe se refiere al poder, el partido, el estado, la dominación”. Lo leemos siempre en presente, o sea que es como un profeta. Y, en la filosofía política, Maquiavelo solo se digna a dialogar con Montesquieu, Hobbes, Marx. Con Leonardo sucede lo mismo: él también es un precursor. Es el inventor de todo, de la modernidad, y –una vez más– lo arrancamos de su siglo. El libro se llama Leonardo y Maquiavelo, o sea que devuelve a Leonardo y a Maquiavelo a su contemporaneidad. Vivieron juntos en el mismo momento y, más aun, vivieron ese momento del mismo modo, conforme a la misma “qualità dei tempi, como dice Maquiavelo –la misma “calidad de los tiempos”–. Ambos quisieron, cuando todo se desmoronaba, volver a encontrar la cadencia del ritmo del mundo. Uno, a través del arte de la política –Maquiavelo piensa sinceramente que la política es un arte del ritmo– y el otro, a través de la pintura. Esta es efectivamente la intención: es un ensayo sobre qué significa ser contemporáneo. Usted me dice que también es un ensayo sobre la relación entre la historia, la literatura y la imaginación. Quisiera hacer una aclaración. Imaginé –porque el historiador puede utilizar la imaginación como una herramienta de conocimiento, hacer imagen, tornar sugestivo–, pero no imaginé en el sentido de haber inventado lo que me falta. En realidad, este encuentro que usted califica como probable, yo, gustosamente, lo calificaría como certero. Es decir, tenemos como ochenta documentos que informan el hecho de que Leonardo Da Vinci y Nicolás Maquiavelo, entre 1502 y 1504, en Urbino, en Florencia, en Toscana, están juntos en el mismo momento, en el mismo lugar, haciendo lo mismo. ¡Ochenta documentos! Puedo asegurarle que, como medievalista, nos basta con mucho menos para construir una certeza. Habría podido escribir este libro sin mostrar mis dudas y nadie lo hubiera notado. Por el contrario, quise dar cuenta de la fragilidad de la historia. Y creo que lo que llamamos “fragilidad de la historia” es la literatura, justamente. Es lo que nos pone en un aprieto. Pero su pregunta es importante, porque finalmente, este libro, Leonardo y Maquiavelo, juega con la frontera del relato y la ficción. Pero no por jugar con una frontera uno desea que no haya frontera. Quiero que haya una frontera. Quiero que la historia defienda su régimen de verdad. Jacques Rancière, en Los nombres de la historia, dice –y lo cito tal como lo recuerdo– que la historia no es la literatura, pero para convencer a su lector ella solo tiene a su disposición recursos literarios. Y diría que en la actualidad es particularmente álgido defender, desde lo político, el régimen de verdad propio de la historia, pero hay que otorgarse los recursos literarios. Leonardo y Maquiavelo se inscribe en esa tentativa.



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