“…el problema del mal será la cuestión fundamental de la vida intelectual de la posguerra en Europa”
Hannah Arendt (2005a: 134)
El propósito del presente trabajo es explorar las tensiones inherentes al pensamiento de Hannah Arendt con la intención de justificar determinadas conexiones entre algunos de sus núcleos conceptuales. Se considerarán a tal efecto tanto los vínculos propuestos o sugeridos por la autora como aquellos que, aún sin un reconocimiento formal de su parte, puedan llegar a ser intuidos y elaborados en el marco del trabajo analítico y exegético.
En 1951, en The Origins of Totalitarianism, se introduce la noción de “mal radical”, entendiendo que esta última posibilita comprender diversos hechos (como el genocidio nazi o soviético) a partir de la postulación de un principio suprahumano que emerge esporádicamente entre los hombres a fin de trastocar trágicamente sus condiciones de vida y sus formas de coexistencia.
Entre esta fecha y 1963 esta postura irá perdiendo énfasis, tal como se lo mostrará en el segundo capítulo, dando lugar a la aparición de términos alternativos como “mal natural” o “mal elemental” que no convencerán a su autora y que se verán finalmente reemplazados a su vez en Eichmann en Jerusalén por el término “banalidad del mal”.
Esta última noción, que tal como se lo expone en los capítulos tercero y cuarto fue precisada escasamente por Arendt, se yergue en contraposición parcial con la primera, haciendo hincapié en el carácter nimio o banal que determinados agentes o determinados procesos adoptan a pesar de producir resultados altamente deplorables y perniciosos.
Existen numerosas posiciones sobre estos cambios sucesivos de parecer en la obra de Hannah Arendt, especialmente en lo tocante a la validez del “mal radical” y la “banalidad del mal” tanto independientemente como en relación mutua. Estas indagaciones buscan brindar mayores certezas sobre las razones subyacentes a las modificaciones arendtianas. Como podrá observarse a continuación, las mismas presentan sin embargo una alta multiplicidad de escenarios posibles, algunos de ellos opuestos entre sí, lo que da a entender que, al ser tantas las alternativas exegéticas disponibles, éste es un debate que aún resta abierto y que, debido a los poco cuantiosos elementos que dispone para analizar y a la ausencia de definiciones categoriales y nocionales exhaustivas, no da lugar a que una interpretación o un grupo de las mismas pueda ubicarse con mayor autoridad o fundamento por sobre el resto.
Sin embargo, y a pesar de este tipo de indefinición en el estado de la cuestión, es de todos modos importante el listar las características de las diversas corrientes que lo caracterizan a los efectos de vislumbrar desde qué ópticas puede ser comprendido el trabajo teórico de la autora sobre la malignidad. Estos posicionamientos son expuestos sucesivamente a continuación:
1. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son perfectamente complementarias y/o forman parte de la misma teoría: ambas posiciones no serían más que diferentes modos de expresar la misma problemática, abordando diversas facetas de esta última de manera armónica. En este sentido se proponen alternativas de interpretación que yerguen a la malignidad radical en un polo más estructural o funcional del fenómeno, orientado a la explicación de consecuencias generales de su emerger (como la superfluidad manifiesta del género humano, la incomprensibilidad de su naturaleza o la imposibilidad de encontrar un castigo o pena correspondiente a su magnitud) mientras que lo maligno entendido de modo banal abarcaría aquellas acciones (y las deliberaciones inmanentes que les son conexas) realizadas de forma individual que posibilitan la emergencia y/o la predominancia de lo maligno.
Este tipo de interpretación ignora cualquier tipo de calificativo que pueda hallarse en su contra en los escritos arendtianos, los cuales serán abordados en los capítulos tercero y cuarto. Intentando presentar una imagen de homogeneidad y solidez indiscutibles de la teoría de la autora sobre la temática, se postula que el “mal radical” y la “banalidad del mal” son modos de lo maligno que coexisten sin inconveniente alguno, reforzándose recíprocamente. La ideación posterior del último término de la díada por parte de Arendt no revelaría una oposición o alejamiento del primero sino por el contrario una profundización del mismo, iluminando aspectos que no habían sido alcanzados en su primera formulación, presente en Los orígenes del totalitarismo.
2. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son parcialmente complementarias: Con una intención análoga a aquella expresada en el punto anterior esta perspectiva sostiene que, si bien existen planteos discordantes entre ambos elementos, los mismos no deberían impedir contemplar aquellos que posibilitan su uso simultáneo y más abarcador. Al contrario de quienes suscriben a la alternativa precedente, aquí sí se reconoce la existencia de factores que impedirían una homologación total entre lo descrito por sendos términos analizados, pero una vez hecha esta salvedad se procede a igualmente hacer hincapié en lo que poseen en común y en las potencialidades de enriquecimiento mutuo que presenta su uso en tanto complemento del otro componente.
3. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son indiferentes / “trenes de ideas” que circulan en paralelo: esta alternativa hermenéutica parte de una constatación análoga a aquella expuesta en el punto 1, con un resultado diferente. En efecto, si bien se percibe que el “mal radical” presenta mayores ventajas para el análisis de estructuras o de cambios masivos en grandes grupos sociales o instituciones mientras que la “banalidad del mal” apuntaría al rol desempeñado por los sujetos que facilitan la imposición y el desarrollo de aquél desempeñando tareas puntuales, se postula de todos modos que son instancias separadas e independientes la una de la otra, sin visos ni de complementariedad o reciprocidad ni tampoco de oposición o rechazo.
Esta línea interpretativa mantiene la existencia paralela de ambas opciones sin interferencia mutua, tanto positiva como negativa. En este sentido Arendt habría pasado de una a la otra sin necesidad de recusar o recuperar elementos de su posición primigenia.
4. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son parcialmente excluyentes: esta opción es incluida porque, a pesar de no poseer comentaristas en la bibliografía secundaria que la elijan, posee una sustanciación lógica. A ciencia cierta, si puede plantearse una complementariedad parcial o moderada entre ambas tesis, también es posible hacer otro tanto con su oposición. Por consiguiente, ciertos elementos entre ellas serán imposibles de conciliar, en tanto otros no serían comparables.
5. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son completamente excluyentes: en esta posición se hallan aquellos que vislumbran que ambas perspectivas son imposibles de concilar por completo, postulando interpretaciones inasimilables entre sí. En esta corriente se sigue al pie de la letra lo expresado por Arendt en diversas ocasiones luego de la publicación de Eichmann en Jerusalén, como por ejemplo su carta a Scholem, declaraciones en correspondencia privada y en programas radiales (elementos que serán analizados en los capítulos tercero y cuarto), en donde se sostuvo que la postulación de la “banalidad del mal” implica dar por tierra cualquier apoyo a la teoría del “mal radical”.
6. Esta alternativa indica que hay múltiples tipos de malignidad, de los cuales el “mal radical” y la “banalidad del mal” serían solamente dos exponentes para explicar fenómenos puntuales, no siendo teorías generales y abarcadoras de lo maligno en sí. En este sentido pueden coexistir con otras concepciones sobre el fenómeno en paralelo, no siendo necesario establecer relaciones de oposición o complementariedad alguna.
7. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son indistintamente descartables: aquí ninguna de las dos opciones es considerada válida como elemento heurístico, proponiendo que no sean tenidas en cuenta para comprender el fenómeno de la malignidad ya sea por la gran carga emotiva con la que fueron ideadas como por la imprecisión que presentan al momento de definir su objeto de estudio. En razón de estos argumentos ninguna de las tesis arendtianas es considerada positivamente, lo cual implica un descarte completo de lo expuesto por la autora respecto a la cuestión.
8. El “mal radical” es descartable: desde esta óptica la apreciación sobre el mal presente en Los orígenes del totalitarismo no aporta elementos relevantes u originales con relación al tratamiento de la problemática, por lo que la misma, más allá de los planteos arendtianos posteriores sobre aquella, debe ser dejada de lado.
9. La “banalidad del mal” es descartable: análogamente al punto previo, en esta oportunidad es la tesis de Eichmann en Jerusalén sobre lo maligno la que es rechazada, entendiendo que no representa aporte alguno para la comprensión del tema. Parte de quienes suscriben a este posicionamiento se basan en motivos adicionales a lo que puede colegirse sobre el significado y los alcances de la noción de la “banalidad del mal” en base al libro citado, generados principalmente por la controversia suscitada por la asignación del epíteto “banal” a las tareas desempeñadas por Adolf Eichmann bajo el nazismo.
10. La “banalidad del mal” ya se encontraba gestándose en paralelo a la defensa del “mal radical”: aquí se encuentran quienes identifican elementos comunes entre sendas nociones lo cual no representa necesariamente el recaer asimismo en la posición 1. o en la 2., ya que la existencia de determinadas similitudes entre aquellas no implica no obstante que ambas sean funcionalmente complementarias en forma total o parcial. De este parecer son quienes proponen que dicha ideación subrepticia habría tomado lugar antes, durante o después de la escritura de The Origins of Totalitarianism.
11. La “banalidad del mal” no es una teoría universal: en consonancia con ciertas de las perspectivas incluidas en los puntos 1. y 3., existen quienes propugnan una validez parcial o limitada de la “banalidad del mal”, más allá de su relación con el “mal radical”. Por consiguiente aquella sería útil para describir a un tipo particular de agente genocida o incluso a una persona en particular (Eichmann), mas no a todo un proceso de asesinato en masa orquestado a nivel estatal. Ello limitaría en alto grado la aplicabilidad de esta noción como herramienta de análisis, lo cual estaría motivado, entre otros factores, por ciertos reparos que tanto su aparición como su escasa descripción conllevó.
12. El “mal radical” no es una teoría universal: así como en el inciso precedente se denegaba la universalidad de la aplicación de un concepto arendtiano sobre la malignidad, en este caso se entiende que aquél formulado en Los orígenes del totalitarismo no abarcaría por completo lo comprendido por lo maligno, sirviendo solamente a los propósitos de iluminar los alcances y precisiones de determinadas organizaciones e instituciones encargadas de llevar a cabo un genocidio, comprendiendo a su vez a los actores incorporados a las mismas que actúan en su nombre y bajo su ordenamiento.
A continuación se produce una presentación esquemática de los planteos precedentemente abordados y sus principales referentes:
1. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son perfectamente complementarias y/o forman parte de la misma teoría: Bernstein (1996a; 2002a: 218-220, 231-233; 2010b: 300), Birmingham (2003), Cloutier (2008), Costa (2003), Cotkin (2007: 466, 487), Esposito (2012: 230-231), Kristeva (2006: 162), Traverso (2003: 58).
El “mal radical” se aplica al proceso general y a los resultados que causa, como la superfluidad, mientras que la “banalidad del mal” aborda la problemática de los agentes de la malignidad, la ausencia de pensamiento y sus motivos: Bernstein (1996a: 137-153, 184; 2002a: 214-217, 231-233), Bianchi (2009: 282- 283). Bilsky (2001b: 285), Formosa (2007), Schindler (2003: 130-132), Svendsen (2010: 143, 146-147), Vetlesen (2001: 9).
La “banalidad del mal” arendtiana es compatible con el “mal radical” kantiano: Marrades (2002).
2. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son parcialmente complementarias: Young-Bruehl (2004: xxxvi; 2011).
3. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son indiferentes / “trenes de ideas” que circulan en paralelo: Formosa (2007), Milner (2008: 110-111), Pitkin (1998: 211-212).
El “mal radical” se refiere a los campos nazis mientras que la “banalidad del mal” es de utilidad para el análisis del proceso Eichmann” (Amiel, 2007: 71), postura refrendada por Brunkhorst (2006: 206-207) y Leibovici (2001: 237).
El “mal radical”, se aplica al proceso general y a los resultados que causa, mientras que la “banalidad del mal” aborda la problemática de los agentes de la malignidad: Baehr (2010b: 141-142), Revault d’Allones (2010: 26-41)
4. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son parcialmente excluyentes.
5. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son completamente excluyentes: Andrade (2010: 113), Bernauer (1985: 9), Bilsky (2012b: 277), Ciaramelli (1995), Feher (1987: 29), Kohn (2007a), Ring (1997), Stolcke (2002: 102-103), Villa (1999: 56-58, 229), Vollrath (2012).
6. Existen diferentes tipos de malignidad (Svendsen, 2010: 164-165).
7. El “mal radical” y la “banalidad del mal” son indistintamente descartables: Heller (1987a: 292-294), Todorov (2002: 97-99, 151).
8. El “mal radical” es descartable: Figueroa (2006: 11, 15-16).
9. La “banalidad del mal” es descartable: Abel (1963), Bellow (2004: 13-14), Berkowitz (1999: 249), Brunet (2007: 86, 120), Dahrendorf (2009: 77), Haslam y Reicher (2008), Howe (1982: 272-273), Kedourie (1979; 1980), Kershaw (2008: 356, 360), Lanzmann (2013a), Lozowick (2000; 2001), Mailer (1999: 1077), Miller (1998), Podhoretz (2004: 76), Rosenbaum (1999), Rosenthal (2011), Sakkas (2013), Scholem (2005: 143), Shulman (2011), Wolin (2003: 97, 105).
10. La “banalidad del mal” ya se encontraba gestándose en paralelo a la defensa del “mal radical”: Brunkhorst (2006: 206-207).
Particularmente en el artículo “Culpa organizada y responsabilidad universal”: Birmingham (2003), Habermas (1985: 187), Wolin (2003: 102).
Antes de escribir OT: Bernstein (2002a: 214).
Al escribir OT: Baehr (2010b: 141), Giner (2000: 20), Grumett (2000: 159-160), Moruzzi (2000: 124).
11. La “banalidad del mal” no es una teoría universal (Whitfield, 1981: 471, 474; Young-Bruehl, 2004: 369-371).
No se aplica a todos los genocidas en general, sino a un tipo (Geddes, 2003: 108-109; Seabright, 1984; Svendsen, 2010: 139): el funcionario (Formosa, 2007; Waller, 2007: 103), el que no instiga los crímenes (Margalit, 1994).
Se aplica a Eichmann en particular: Formosa (2007: 723), Jaspers (Arendt y Jaspers, 1992: 542), Leibovici (2007), Villa (1999: 41, 44, 225, 238-239), Young-Bruehl (2007).
12. El “mal radical” no es una teoría universal, no se aplica a todos los genocidas en general sino a las instituciones públicas que impulsan el genocidio, abarcando así a un gran número de perpetradores (Formosa, 2007: 726).
Como ha sido expuesto la diversidad de interpretaciones sobre el tópico abordado es elevada. En este trabajo doctoral se opta por mantener que el “mal radical” y la “banalidad del mal” son mutuamente excluyentes (a pesar de poseer algunas características analogables), y se refieren al respecto las razones presentadas por la propia autora en tal sentido. Esta posición difiere en parte a las doce presentadas con anterioridad. La sustitución del primer concepto por el segundo le posibilita a Arendt vincular varios de sus “trenes de pensamiento” (Arendt, 1978a: 154, 160, 163, 191, 201, 210; 1978b: 125, 134, 155, 205; Canovan, 1995: 6-7):
- aquél ligado a los fenómenos políticos per se.
- aquél que busca explorar los motivos individuales y sociales del mal.
- aquél que desea precisar las consecuencias prácticas de los actos malignos.
- aquél que indaga sobre la capacidad de la facultad del juicio [Urteilskraft] como vía para que el individuo pueda decidir si emprende o no una acción determinada.
A partir de la opción por the banality of evil Arendt podrá integrar sus reflexiones sobre la conducta y el pensamiento individual con aquellas relativas al ámbito público, abordando los dos tópicos principales que se desprenden de su preocupación inicial por el totalitarismo, el genocidio y los derechos del hombre. De esta manera es posible complementar las proposiciones teóricas que yacen en sus principales obras. La descripción sociohistórica y política del nazismo y el stalinismo, así como del antisemitismo y del imperialismo, presente en Los orígenes del totalitarismo, adquiere un marco conceptual de interpretación con la publicación en 1958 de La condición humana, en donde Arendt diseña los presupuestos normativos básicos de su teoría política. Escritos posteriores como On Revolution, Between Past and Future y Crises of the Republic complementarán ciertas aristas aún no abordadas (tales como el análisis de la violencia, la historia, la creación de nuevos regímenes políticos, la desobediencia civil o los consejos participativos), pero la base de su marco interpretativo está ya dada por The Human Condition.
Por su parte la indagación sobre las motivaciones de los genocidas así como sobre las dificultades morales enfrentadas por los agentes en general antes, durante y luego de actuar será llevada a cabo a partir de determinados artículos (Arendt, 2005c) que posteriormente serán reelaborados cuando en la última década de su vida Arendt decida emprender la redacción de The Life of The Mind, en donde a las tres esferas primordiales de la vida activa (labor, trabajo y acción) se les erige una contrapartida en la inmanencia, asimismo en forma de tríada (pensamiento, voluntad y juicio).
En este sentido será el juzgar, la más política de las facultades mentales del hombre (Arendt, 1978a: 192), el que posibilite construir una articulación entre volición, sentido común, criterios de moralidad y praxis política. Si bien Arendt fallece sin haber comenzado el capítulo sobre el juicio en su último libro, es posible reconstruir a partir de otros trabajos de su autoría cuáles eran los criterios que a su parecer eran propios del judgment.
Por último se finalizará con una vinculación entre el juicio, la revolución y la desobediencia civil. Nuevamente, aún cuando este lazo no fuese explorado acabadamente por la pensadora alemana, existen ciertos elementos en sus artículos y en sus clases editadas que posibilitan elaborar este tipo de conexión. Se estima que esta última posee relevancia porque, ante escenarios en los cuales genocidios o delitos de lesa humanidad sean promovidos directamente desde la cúpula de la dirigencia estatal, los sujetos que opten por una práctica sistemática del juicio reflexionante (en vez del determinante) podrán darse cuenta de la manifiesta ilegalidad y criminalidad de los actos patrocinados por ese Estado en particular y reaccionar en consecuencia.
Por consiguiente el ciclo comenzado con la transición nocional arendtiana sobre el tópico del mal será concluido con un estudio sobre las vías políticas (colectivas e individuales) que poseen los hombres para contrarrestarlo. Ello implica que se parte de la presuposición que la teórica radicada en los EE. UU. visualiza a la responsabilidad individual sobre los actos como un elemento inherente a la politicidad, prima facie, pero también a la vida comunitaria. Sus argumentos son un llamado a hacerse cargo del propio obrar, a meditar sobre las prácticas existentes y a comprometerse con el entorno inmediato y con el mundo en general, a fin de evitar ya sea la emergencia como también el predominio del mal, más allá de cuál adjetivo sea utilizado finalmente para describir este último.