5 El juicio

“…I saw this thing without thinking, I didn’t think anything at all”

Adolf Eichmann (1983: 79-80)

5.1. Introducción

El propósito del presente capítulo es ilustrar la dinámica inherente a las facultades mentales del ser humano en general y las características del juicio en particular. A tal efecto en principio se reconstruirá el fundamento de aquellas, haciendo énfasis en el pensar. A continuación se procederá a recopilar los elementos dispersos que contienen las apreciaciones de Hannah Arendt sobre el enjuiciar, a fin de intentar poseer una perspectiva de conjunto que posibilite elaborar una interpretación abarcadora sobre esta actividad.

5.2. La vida de la mente

La distinción entre razón e intelecto, Vernunft y Verstand, establecida por Kant, le permite a Arendt (1978a: 13-14) ya desde la misma introducción de la obra inaugurar la gran divisoria de aguas de las actividades mentales. Por un lado se hallan las aspiraciones estrictamente intelectuales ligadas al conocimiento, entendido éste como la cognición de lo que es verdadero e inobjetable. Por otro se encuentra el pensamiento, derivado de la razón, el cual fundamentalmente busca comprender un hecho o concepto a fin de poder localizar su significado.

Esta división de tareas mentales es fundamental para los propósitos de la autora[1], ya que antes de referirse a la misma había comentado cuáles eran los dos motivos principales que la habían conducido a interesarse por la temática. El primero es el juicio a Eichmann celebrado en Jerusalén y el segundo las dudas que le generó el hecho de que todas las descripciones filosóficas sobre la vita activa fueran originadas por pensadores dedicados en exclusiva a la vita contemplativa, es decir su opuesto existencial (Arendt, 1978a: 3-6).

Ergo si lo que Arendt busca es revisar estas facultades a fin de escudriñar si el uso coherente de las mismas puede impedir que los hombres cometan actos malignos (Arendt, 1978: 5) es entendible el énfasis que, ya desde la primera gran distinción del libro, dará a la razón, al pensamiento y al significado por sobre la otra rama de los procesos mentales ligados a la cognición, es decir, a la ciencia y a la técnica, a los procedimientos necesarios para obtener conocimientos fehacientes e indisputables[2].

Una vez elaborada esta línea divisoria Arendt procede, al comienzo del primer capítulo, a remover las preconcepciones que el lector pudiera tener respecto a lo que se considera como la realidad. En contra de las apreciaciones empiristas y positivistas que le circunscriben a esta última una entidad independiente e inobjetable, la autora estima que nada ni nadie existe sin que su existencia presuponga al menos un espectador, ya que todo lo que es está allí para ser percibido por alguien (Arendt, 1978a: 19).

De esta manera ser y apariencia coinciden, al mismo tiempo que la objetividad y la subjetividad son intercambiables, dependiendo de que se esté desarrollando el rol de espectador o de actor (Arendt, 1978a: 20). Recuperando el postulado husserliano sobre la intencionalidad de los actos de conciencia, que indica que no hay hechos subjetivos que carezcan de un objeto, Arendt (1978a: 46) señala que de esa manera la objetividad se solapa a la subjetividad y viceversa. Asimismo el otro ante el cual se aparece es la garantía última (junto al resto de la comunidad de los espectadores) de cuán real se es (Arendt, 1978a: 19, 46). Por eso Arendt (1978a: 19) habla de realidad “objetiva”, ironizando sobre el hecho que la existencia de quienes viven es siempre relacional por lo que el criterio de veracidad y autentificación de lo existente es dado en última instancia por la intersubjetividad[3].

Mientras que la materia inorgánica simplemente aparece, los seres vivos poseen una pulsión hacia el auto-despliegue, hacia el mostrarse, que los lleva a concebir su vida como si fuesen actores en un escenario (Arendt, 1978a: 21). El aparecerse ante los otros implica asimismo que algo les parece a los otros. Este intercambio de pareceres personales [dokei moi – me parece a mí] sobre lo que se percibe es lo que termina por definir aquello que se toma por cierto de lo que no se acepta como tal.

Arendt (1978a: 22) sostiene que la realidad posee primeramente una naturaleza fenoménica, entendiendo implícitamente a los fenómenos a la manera kantiana, es decir, por oposición a noúmenos que captarían la esencia del objeto o sujeto (Bouretz, 2010). Y acto seguido acota que una de las grandes tentaciones de quienes observan lo real es intentar aislarse por completo de él, olvidando o negando así su propia necesidad de conectarse con lo “mundano”. Ésta es la “teoría de los dos mundos”, el segundo factor que motiva la redacción de The Life of the Mind.

Al postular que todo lo que se percibe o intuye por la mente es superior a aquello que se experimenta de primera mano por los sentidos, la tradición filosófica occidental celebró una profunda escisión entre dos ámbitos de desenvolvimiento de la humanidad que al parecer de la autora es tanto imposible como indeseable separar.

La primacía de la apariencia en la vida diaria fue malinterpretada por filósofos como Platón, Kant, Hegel o Heidegger, quienes la identificaron automáticamente con lo visible, cuando en realidad ésta también protege determinados factores al impedirles manifestarse y revelar por completo su sentido en el mundo[4] (Arendt, 1978a: 22-25). Por eso lo que se ve no es necesariamente algo llano o raso, sino que puede igualmente ser profundo y guardar implicancias mayores que las que pueden contemplarse en la superficie. La apariencia aparece así asociada, de forma circunstancial y no permanente, a la ilusión, a lo que es engañoso. No todas las apariencias son ilusorias, más los errores perceptivos son un elemento adicional presente en la interacción con lo existente (Arendt, 1978a: 38).

Arendt (1978: 31) subraya que, además de los signos físicos existentes de lo real, lo que también aparece es lo que se piensa sobre aquellos. Los sentimientos, pasiones y emociones no pueden emerger como tales y sin ninguna alteración en el ámbito de la intersubjetividad, mientras que las ideas y los pensamientos pueden salir de la inmanencia en donde fueron concebidos mediante su comunicación a los demás[5]. Ello se debe a la estrecha conexión que poseen con el habla, sin el cual el pensar no puede gestarse[6] (Arendt, 1978: 32).

Así como la vita activa se expresa por medio del discurso (Arendt, 1998: 26-27), la vita contemplativa necesita de éste para poder desarrollarse, ya que consiste por sobre todo en un diálogo del sí consigo mismo que utiliza reiteradamente a la metáfora como puente entre lo real y lo pensado[7] (Arendt, 1978a: 31-32). Este recurso metafórico está justificado por lo que Arendt rescata de la teoría kantiana sobre lo cognoscible: la representación.

En efecto, además de la apariencia, lo que el sujeto representa, colige e infiere sobre ella es de un orden ontológico completamente diferente (Arendt, 1978a: 41). Esto es el comienzo de la retirada parcial del mundo por parte del sujeto pensante, la cual nunca puede ser total por los motivos previamente referidos[8] (Arendt, 1978a: 45). Además los resquemores arendtianos frente a un pensamiento abstraído de las condiciones materiales necesarias para su sustentación se basan en que al realizar esta actividad, separándola de todos sus condicionantes, el individuo vive en completa soledad, en un espacio que aniquila la pluralidad de los hombres en el mundo (Arendt, 1978a: 47). Ello implica agregar una aversión política además de existencial de la autora hacia la tradicional pretensión filosófica por separar el pensar del resto de la vita activa[9].

La amalgama necesaria para una correcta percepción incluye por fuerza mayor tanto factores que pertenecen en exclusivo al sujeto como comunitarios. Por ello el radical subjetivismo cartesiano (Arendt, 1978a: 47) es imposible de ser conciliado con un modelo que sea fiel a lo existente. Se necesita a la vez un contexto mundano que incluya a otros que también estén en condiciones de percibir lo que les rodea como un correcto funcionamiento conjunto de los cinco sentidos del ser humano. Éstos son aunados por el sentido común, el “sexto sentido” que, aún cuando no pueda ser localizado corporalmente, es necesario para unificar a los demás y garantizar que sus percepciones puedan eventualmente ser vertidas en el mundo compartido[10]: “la subjetividad del me-parece es remediada por el hecho de que el mismo objeto también se le aparece a otros aún cuando su modo de aparición pueda ser diferente” (Arendt, 1978: 50).

La “sensación de realidad” es producida mediante una triple afinidad. En primer lugar los cinco sentidos, aún cuando son radicalmente diferentes entre sí, comparten el objeto percibido. En segundo lugar los miembros de una misma especie tienen un contexto en común que dota a cada objeto puntual con un significado en particular. Finalmente el resto de los seres dotados de sentidos, aun cuando perciben este objeto desde perspectivas completamente distintas, concuerdan en su identidad (Arendt, 1978a: 50). De esta forma puede garantizarse un ámbito común, compartido por todos los seres que participen diariamente en él.

Arendt habla de esta “sensación de realidad” porque, en consonancia con los postulados kantianos, la verdadera realidad nunca puede ser captada del todo. Existen los contextos de aparición y de percepción, mientras que el contexto en tanto tal nunca aparece por completo[11] (Arendt, 1978a: 51). Por lo tanto ciertos elementos siempre escaparán al espectador, y por ello es necesaria la puesta en común de lo percibido con otros a fin de complementar detalles no incorporados por separado y de verificar la correcta interpretación de lo que ha sido confrontado[12] (aún cuando igualmente sea imposible construir colectivamente una representación totalmente fidedigna de lo real).

Arendt (1978a: 51-52, 58-59) se apresta a diferenciar al sentido común del pensamiento. Aquél se refiere a objetos y eventos vivenciados en la realidad y busca hacer que el hombre se adapte lo máximo posible al mundo, mientras que éste puede retirarse, aislarse de las apariencias y por ende de la “sensación de realidad”, a fin de discernir mejor lo representado[13]. Es así que el “sexto sentido” sólo se ubica un escalón más arriba que los otros cinco, vinculado más estrechamente al intelecto (el cual requiere sus datos para posteriormente verificarlos o refutarlos al volver a chequear la evidencia fáctica) que al pensar[14] (Arendt, 1978a: 60).

En tanto que lo intelectual o cognitivo se dedica a encontrar verdades que sean capaces de ser demostradas y probadas por una deducción lógica y necesaria, el razonamiento es caracterizado por la libertad. Al no verse sometido a la obligación de respetar absolutamente lo indicado por lo factual, el pensar puede por consiguiente discurrir sobre temáticas y acontecimientos en base a preceptos que el intelecto no podría asimilar ya que están ligados a la búsqueda del sentido[15] (Arendt, 1978a: 60).

Dando por sentado estas premisas Arendt (1978a: 69) refiere a las tres actividades mentales básicas, el pensar, el querer (voluntad) y el juicio, las cuales no pueden derivarse una de la otra ni tampoco reducirse a un denominador común. Aclara que las denomina básicas en base a su autonomía, ya que obedecen a leyes que les son propias e internas (Arendt, 1978a: 70). Además, en estricta oposición al mundo de las apariencias, son incondicionadas e invisibles, manifestándosele sólo al sujeto que piensa, desea o juzga (Arendt, 1978a: 70-71).

Otro elemento común a estas tres funciones de la mente es la reflexividad[16], más propia del pensamiento y de la razón en general[17]. Arendt (1978a: 74) explica este factor construyendo un paralelismo: si la pluralidad es una de las condiciones básicas de la existencia humana, la característica más remarcable de la vida de la mente es el dialogo del sí consigo mismo. Esta atestación de la dualidad inherente a la conciencia se basa en que “…el agente mental no puede estar activo salvo al actuar, explícita o implícitamente, de nuevo sobre sí mismo” (Arendt, 1978a: 74).

De esta manera la pluralidad mundana es extrapolada, en la inmanencia, a una dualidad que revela la complejidad de la vida interna del hombre. Arendt (1978a: 74, 185; 2002: 96) califica este estado como solitud [solitude] en oposición a la soledad[18] [loneliness]. Mientras que ésta refiere a un escenario en el cual no es posible recurrir a la compañía de nadie, ni siquiera a la del propio yo, aquella caracteriza la situación en la que uno se hace compañía a sí mismo.

Este dualismo, al que Sócrates denominara “dos-en-uno”, permite el desarrollo de la crítica y de la dialéctica al proceder en base a una serie ininterrumpida de preguntas y respuestas, una forma dialógica [dialegesthai] que es de ardua descripción debido a su insonoridad[19] (Arendt, 1978a: 185).

Esta escisión de la interioridad es originaria a todas las conciencias, las cuales en un estadio previo a la reflexividad solamente mantienen la percepción del yo-soy, garantizando la continuidad del ego a través de sus diversas vivencias. Pero Arendt (1978a: 75) inmediatamente acota que esta conciencia es inconsciente, no es una actividad sino que se limita a acompañar al resto de los procesos activos garantizando un silencioso “yo-soy-yo”.

Lo que le resulta primordial a la autora es por el contrario algo que se realiza, que no se desencadena automáticamente como la “conciencia inconsciente”. La actividad consistente en el “diálogo insonoro del sí consigo mismo” (Arendt, 1978a: 74-75) refleja por el contrario un deseo de ese sujeto por dirigir el examen y la interpelación hacia sí, hacia su interior[20].

Que éste sea un diálogo sin sonido no implica que no tenga necesidad de palabras para manifestarse. El pensamiento es primordialmente discursivo, requiere un lenguaje determinado para poder desarrollarse. No es obligatorio que sea comunicable o transmisible a los otros, pero sí debe ser elaborado a la manera de una conversación consigo mismo, ya sea en la inmanencia o pronunciado en voz alta[21] (Arendt, 1978a: 99).

Este acto refleja una voluntad coherente y adulta del individuo por indagar sobre su vida, por hacerse cargo de sus obras y dichos, por asumir, en definitiva, su condición de ser humano dotado de razón, pensamiento, voluntad y juicio. El rehusar a volver a sí mismo es por el contrario una espuria escapatoria de la responsabilidad sobre lo que se hace y expresa, una pretensión de ignorar lo que se es al convertir la existencia cotidiana en una serie de procesos automatizados y autónomos a los que no es necesario cuestionar o interpelar.

El pensar, querer y juzgar no se desencadenan por sí solos, sino que es necesario retirarse deliberadamente del mundo de las apariencias y extraerlos del estado de latencia en el que se encuentran (Arendt, 1978a: 75). Ésta es la conducta opuesta de quien desea engañarse a sí mismo. En vez de permanecer rodeado de personas y desempeñando tareas a fin de no poder estar nunca en solitud consigo mismo, voluntariamente se opta por apartarse de la compañía de los demás cesando en simultáneo todo elemento de la vita activa que se esté llevando a cabo a fin de poder confrontarse sin interrupciones ni interferencias externas de ningún tipo.

¿Cómo lograr reintroducir los datos del mundo exterior que son útiles para el desenvolvimiento de los procesos mentales? Mediante su re-presentación, es decir la facultad de hacer presente en la mente lo que está ausente para los sentidos (Arendt, 1978a: 76). La metáfora es importante en este punto porque reinserta a las apariencias en el pensamiento[22] (Arendt, 1978a: 110). Pero por sobre todo son la imaginación y la memoria las que se revelan indispensables en esta tarea. Aquella transforma un objeto visible en una imagen invisible, lista para ser conservada en tanto “objeto del pensamiento” [thought-object], el que es almacenado por la memory hasta que la mente decida, en vista de un determinado interés que orienta su concentración, recordarlo específicamente y retrotraerlo a la plena conciencia (Arendt, 1978a: 77). Este proceso le permite asimismo dirigir su indagación hacia objetos que nunca fueron percibidos por los sentidos [sense-object], imaginando así thought-objects que no poseen relación primigenia con lo empírico (Arendt, 1978a: 77). Éste es el origen de las ideas, categorías y demás elementos que caracterizan al pensamiento abstracto, causados por la “imaginación productiva”, aquella que puede crear lo hasta ese momento impensado, a diferencia de la “imaginación reproductiva” que se limita a reiterar con la mayor fidelidad posible lo registrado por los cinco sentidos[23] (Arendt, 1978a: 86).

La imaginación es importante para ambos tipos de deliberación mental (sobre algo vivido o sobre algo supuesto) porque elimina los restos sensoriales [de-sense] para así preparar al “objeto de pensamiento”, convirtiendo a los “objetos de los sentidos” en imágenes (Arendt, 1992: 64-65). El pensar, deteniendo cualquier otro tipo de actividad[24], se aísla de todo lo percibido a fin de poder permitir la manifestación de lo distante o aún no presente, haciendo próximo lo lejano y alejando lo próximo, invirtiendo los preceptos ordinarios de la percepción[25]: “El pensar aniquila tanto las distancias espaciales como las temporales. Puedo anticipar el futuro, concebirlo como si ya estuviese presente, y recordar el pasado como si no hubiera desaparecido” (Arendt, 1978a: 84-85).

Este proceso afecta tanto a la razón como al intelecto, ya que sólo la lógica se abstrae por completo de cualquier vivencia (Arendt, 1978a: 87). Esto implica que, salvo esta última excepción mencionada, tanto la búsqueda científico-técnica de la verdad como la indagación por el significado de determinados sucesos se deben a la reflexión, la imaginación y el recuerdo. Por eso Arendt (1978a: 76) estima que, si bien es imposible establecer una jerarquía entre los componentes de la vida de la mente, sí se puede postular un orden de prioridades por medio del cual los sentidos perciben información que es unificada y contrastada por el sentido común (el sexto sentido) para posteriormente perder sus cualidades sensoriales a manos de la imaginación, la cual representa los objetos de los sentidos convirtiéndolos en objetos de pensamiento a fin de que éstos puedan ser abordados tanto por este último como por la voluntad y el juicio.

Además de las antedichas, el pensamiento posee una curiosa característica consistente en la autodestructividad (Arendt, 1978a: 88). Debido a que a diferencia del intelecto no produce nunca un producto final indisputable y acabado (como la verdad), posee una afición innata a regresar a lo pensado para cuestionar lo que se ha adoptado momentáneamente como el sentido de un hecho, persona u objeto determinado. La exploración en torno a un significado no puede dejar de estar sujeta, en la mente humana, a una posterior revisión que aspire a resignificar lo que se haya previamente obtenido[26].

El pensamiento así erosiona los valores y estándares del bien y del mal, las tradiciones y costumbres que caracterizan a la moral y a la ética (Arendt, 1978a: 175). Y es que no hay comportamiento alguno que esté justificado para no sufrir un examen de la mente humana. Todo puede analizarse, pensarse y juzgarse porque en los asuntos concernientes a la humanidad no existen absolutos que se ubiquen allende estas facultades[27].

En este sentido el pensar se opone a la intuición y a la contemplación, ya que éstas ni requieren del discurso para llevarse a cabo ni buscan revisar su proceder y su objeto constantemente. Aquél, por el contrario, no produce un resultado definitivo cuando finaliza momentáneamente, lo que lleva a Arendt (1978a: 121-124) a decir que se mueve en círculos, mientras que el conocimiento lo hace en línea recta en su intento por alcanzar lo verdadero.

¿Cuáles son las características de la segunda facultad básica de la vida de la mente? La sección de The Life of the Mind destinada a exponer los fundamentos de la voluntad es más suscinta que aquella relativa al pensar, siendo rápidamente sucedida por una recapitulación de las principales perspectivas en torno a la misma en la filosofía occidental. De esta manera el título del primer apartado, denominado “Los filósofos y la voluntad”, podría ser asimismo el de todo el volumen. Sin embargo existen igualmente una cantidad de aseveraciones suficientes por parte de la autora para reconstruir su visión del tema.

A su criterio existe una conexión directa entre la volición y la libertad, la cual causa reticencias y rechazos de los pensadores en general, constreñidos por los mayores límites que posee el pensamiento (por ejemplo, la ley de no contradicción (Arendt, 1978b: 4-5, 22-23, 33). Esto equivale a sostener que las evaluaciones propiciadas por el pensamiento sobre las otras actividades mentales en general, y sobre la voluntad en particular, pueden no ser imparciales[28] (Arendt, 1978b: 23).

En la introducción a Willing Arendt deja en claro que lo que le interesa es estudiar cómo aquella puede ser el factor desencadenante de la acción espontánea. Recordando que a su parecer esta última equivale a la libertad, este interés se justifica entonces al contemplar cómo con anterioridad al surgimiento del cristianismo no existía ninguna facultad mental que se le correspondiera, mientras que el intelecto ya era asociado a la verdad y el pensamiento al significado (Arendt, 1978b: 6).

Posteriormente sostiene que el principal obstáculo del estudio es que la volición, al caracterizarse por ser la dirección anticipada de los apetitos hacia el futuro, aborda elementos que nunca existieron, tanto visibles como invisibles (Arendt, 1978b: 13). Ello excede la mera representación de la realidad que caracteriza al pensamiento, colocando así el énfasis en la “imaginación productiva” por sobre la “reproductiva”, ya que son los proyectos, por sobre los objetos, los que cobran primacía. De allí la fortaleza de la voluntad, que debe proyectar sus pretensiones hacia un futuro completamente incierto que puede muy bien no desenvolverse de acuerdo a lo planeado (Arendt, 1978b: 14).

Esta extrema contingencia de la facultad volitiva refuerza su naturaleza libre, ya que se puede tanto querer lo que se ambiciona como no quererlo: “Una voluntad que no es libre es una contradicción en los términos” (Arendt, 1978b: 14). Esta maleabilidad es la que a criterio de la autora necesariamente debe preceder el comienzo de una acción que es, por su parte, igual de impredecible.

Arendt (1978b: 29) admite que lo que genera más reticencias, por sobre la simple deliberación del libre albedrío entre dos o más opciones, es la noción de un principio absoluto, implícito en el deseo por comenzar algo inédito. “El problema de lo nuevo”, título del cuarto apartado del primer capítulo, consiste en que es difícil concebir un new beginning cuando en la vida diaria las posibilidades de que éste se manifieste son escasas. Incluso Bergson, el filósofo contemporáneo que defendió la espontaneidad de la voluntad y atacó la imagen de presunta necesidad causal de lo acontecido, debió admitir la naturaleza excepcional de los actos libres (Arendt, 1978b: 33).

Arendt (1978b: 33) concede que la mayoría de nuestros actos son adoptados en base a hábitos, así como los juicios cotidianos se soportan en prejuicios. La radicalidad de un nuevo comienzo obliga a una disrupción del transcurso usual de la realidad, por lo que su recurso es esporádico, en los casos en los que sea imperioso desviar por completo la marcha corriente de los asuntos.

El pensar requiere una interrupción total de lo que se realiza en la vita activa, mas de forma momentánea, pudiendo retomar luego lo que se estaba realizando sin mayores perturbaciones. Además se remite ya sea al presente o a lo que efectivamente ha sido, mientras que la voluntad se dirige al territorio de la anticipación y la completa especulación sobre el porvenir (Arendt, 1978b: 35). Esto aumenta a su vez el efecto que puede adquirir sobre lo que de momento se ejecuta, ya que se sobrecarga al sujeto con la Escila de la esperanza y la Caribdis del miedo (lo cual a su vez puede conducir a reconfortantes artilugios de autoengaño como el fatalismo a fin de asegurar que lo que vendrá será igual o peor que lo que ya aconteció).

Y como si no fueran pocos estos inconvenientes Arendt (1978b: 37) ilustra que el temperamento propio de la volición es la impaciencia, la incomodidad y la preocupación ya que, una vez más en contraposición al pensar, nadie quiere algo por el querer mismo sino por lo que se desea obtener o realizar. De esta manera lo volitivo aspira a complementar fehacientemente el yo-quiero con un yo-puedo y con un yo-hago, a pesar de que estos últimos nunca están asegurados al momento de anhelarlos.

El carácter incompleto de la voluntad, su imposibilidad de satisfacerse a sí misma, aumenta la intranquilidad y la insatisfacción de quien quiere. La ansiedad, que le es inherente, provoca una falta tal de confort en el sujeto que promueve subsecuentemente el tratar de pasar a la acción lo más pronto posible. Así el willing prueba ser la menos ambicionada de las facultades mentales, aquella que se aspira que sea más transitiva y breve en base a las molestias que causa su constitución incompleta.

La voluntad detesta implícitamente al pensamiento porque quiere hacer algo, mientras que éste se contenta con “no hacer nada” (Arendt, 1978b: 37). Por eso la transición entre el querer y el actuar es armónica y buscada incesantemente por aquél, mientras que un cambio del querer al pensar o a la inversa no produce más que parálisis, una interrupción total de lo que se estaba realizando para proceder con otra facultad mental (Arendt, 1978b: 38).

La volición emite órdenes, es imperiosa y sólo espera ser acatada. El pensamiento, por el contrario, busca persuadir a través del desarrollo de una cadena de razonamientos que demuestre el punto que se está considerando específicamente (Arendt, 1978b: 58-59). La amabilidad no es entonces característica del Willing, que no tolera la desobediencia o que sus pretensiones se vean contrariadas[29].

Otro elemento que subyace al enfrentamiento entre estas dos facultades mentales es que lo volitivo se opone al recuerdo. Éste, que favorece la emergencia de los “trenes de pensamiento” [thought trains], puede afectar emocionalmente al individuo con nostalgia y fijación por lo pasado mas no perturbar su mente y sus apetitos, ya que sabe es imposible alterar lo recordado (Arendt, 1978b: 37). La voluntad por el contrario moviliza a la persona en pos de fines de incierta concreción. La incertidumbre del futuro no puede menos que parecer extremadamente turbulenta cuando se la confronta con la imperturbabilidad del pasado[30].

Arendt (1978b: 38) propone identificar las tonalidades de las facultades mentales hasta aquí abordadas, es decir, la forma en que éstas pueden inducir determinados estados de ánimo y sentimientos. Así el temperamento predominante del pensar es por una parte la serenidad, la tranquilidad, “…el simple disfrutar de una actividad que nunca tiene que sobreponerse a la resistencia de la materia”, mientras que por otra parte su asociación al recuerdo lo hace proclive a la melancolía (Arendt, 1978b: 38).

El querer, por su parte, se define por su tensión innata, un nerviosismo permanente con el que es muy arduo conciliarse y convivir. De allí que una de las exhortaciones más frecuentes hacia la voluntad sea precisamente que quiera-no-querer, que detenga su ambición y apetito incesante y lo redirija hacia su interior, destruyéndose a sí misma y a su aplastante agitación aunque sea por un breve intervalo[31] (Arendt, 1978b: 38-39).

Este proceso, llevado al extremo, provoca la impotencia de la volición, ya que ésta se contrarresta, provocando irresolución y un debate interno que prueba que su naturaleza está tan escindida como el pensamiento (Arendt, 1978b: 70-71, 82-83). Agustín de Hipona propone, en consonancia con esta problemática, que a cada acto de la voluntad subyace un quiero y un no-quiero (Arendt, 1978b: 89, 95-96), revelando la imposibilidad de resolver por completo la división inherente a la facultad, la cual queda de momento acallada cuando se procede finalmente al acto, redimiéndola así de los inconvenientes generados (Arendt, 1978b: 101-102, 141).

Esta es la perspectiva que finalmente adopta la propia autora para salir de esta “aporía volitiva”. Mientras que los filósofos y los pensadores profesionales otorgaron precisiones sobre la voluntad desde el punto de vista del pensar, enajenando así a la libertad que se desprende de la elección ante la contingencia, Hannah Arendt (1978b: 195, 198) propone dejar de lado esas perspectivas para considerar aquellas desplegadas por los hombres de acción [men of action], aquellos comprometidos con la facultad mental debido a que buscan cambiar el mundo en lugar de conocerlo o interpretarlo.

Quien escribe The Life of the Mind se despide de los philosophers para proceder a analizar a la libertad política [political liberty], la que encuentra más relacionada con la volición que la libertad filosófica [philosophical freedom]. Su condena de los “pensadores profesionales”[32] es rotunda: “La libertad filosófica, la libertad de la voluntad, sólo es relevante para aquellos que viven por fuera de las comunidades políticas, como individuos solitarios” (Arendt, 1978b: 199).

Con esa frase Arendt desestima cualquier relevancia práctica que pudieran presentar las reflexiones que abordó en la mayoría de los apartados que componen Willing. ¿Cuál es el sentido de esta actitud? ¿Por qué se sintió obligada a descalificar in toto lo que había abordado hasta ese momento en la segunda parte de su libro?

Las dificultades que Arendt afrontó para finalizar la sección destinada a la voluntad pueden explicar, al menos parcialmente, su imprevisto desdén por lo producido por la mayor parte de aquellos que intentaron entenderla (Arendt, 1978b: 243; Young-Bruehl, 2004: 454). Por otro lado es evidente que si las motivaciones que la llevaron hacia el tópico de las facultades mentales provienen de la práctica política que estima como más valorable, al momento de concluir la segunda parte del libro, la que debía anteceder directamente el tratamiento del juzgar, el cual era considerado como la más política de todas las actividades realizadas por la mente humana (Arendt, 1978a: 192), era imperioso retirarse del terreno de la especulación filosófica entendida in abstracto para retornar a la realidad aparente y a los procesos que en ella se registran[33].

Por eso quien redactara Los orígenes del totalitarismo retorna a una temática que, al menos en principio, parece colisionar con el resto de The Life of the Mind: la creación revolucionaria de nuevos lugares públicos. Esto obedece a que los men of action fueron aquellos que precisamente se dedicaron a crear ámbitos para la aparición y la interacción con los otros, aquellos que disfrutaron del spectemur agendo, del ser vistos participando en los asuntos comunes.

La libertad política se ubica así más próxima al yo-puedo que al yo-quiero (Arendt, 1978b: 199-200), ya que no indica tanto una deliberación interna sobre lo que se desea como la probabilidad de tomar parte de lo que sucede, de intervenir en la realidad en el marco de un espacio determinado específicamente diseñado para compartir la dirección de una comunidad de la que se es miembro. Es sólo la existencia de este sitio la que permite que las personas puedan efectivamente actuar y, al hacerlo, ser libres en sentido político.

La acción no es una simple extensión de la dualidad del yo en la inmanencia mental a la pluralidad del nosotros sino que “…se haya en la más aguda oposición posible al asunto solitario del pensamiento” (Arendt, 1978b: 200). Es decir que son las mismas cualidades de lo político lo que lo ubican en una posición contrapuesta a las facultades mentales en general y a la volición en particular.

Arendt es tajante respecto de esta cuestión. En un gesto único en sus producciones escritas discrepa con su amigo y director de tesis doctoral Karl Jaspers ya que, a diferencia de él y de otros filósofos como Martin Buber, entiende que es imposible prolongar el diálogo interno consigo mismo hacia otros sujetos haciendo que se vuelva un modelo para la esfera pública[34] (Arendt, 1978b: 200).

Contrariamente a lo postulado por Habermas (1985; 2005: 214-218, 450, 608) en su interpretación de la teoría arendtiana, la comunicación no es per se un sucedáneo de la acción política, sino que ésta posee ciertos parámetros compartidos con aquella, principalmente el recurrir al discurso. Mas ello no es óbice para ignorar las diferencias entre ambas: para Arendt la primera puede participar del ámbito privado y del social, mientras que la segunda se halla completamente escindida de estos últimos a fin de que sea garantizada su independencia de toda interferencia ajena a la politicidad[35] (Arendt, 1998: 22-78; Owens, 2007: 157).

La constitución de lo público se basa en el consentimiento de los ciudadanos hacia la autoridad, lo que implica admitir que es imposible que este espacio se origine a partir del actuar de manera individual. Es en base a este reconocimiento que lo político obtiene tanto su poder como sus limitaciones, ya que a menos que busque degradarse en un régimen basado en el terror debe consentir que sus gobernados no son sus súbditos, es decir, que continúan conservando ciertos derechos y garantías que deben ser respetados[36] (Arendt, 1978b: 201).

Sin importar las diferencias entre las múltiples comunidades existentes todas comparten el hecho de que para nacer necesitaron un comienzo, un punto a partir del cual pudieran surgir y desarrollarse a lo largo del tiempo (Arendt, 1978b: 202). Las dos leyendas fundacionales de la civilización occidental, basadas en la experiencia judía y romana, sostienen que el inicio de la politicidad es el amor a la libertad, entendida como carencia de opresión y como sostén espacial y material de la aparición y participación (Arendt, 1978b: 203).

Aquí es donde se halla el problema cardinal del yo-puedo. Mientras que el yo-quiero se enfrentaba a la fuerza del yo-no-quiero, la acción se sostiene en el principio, lo cual remite a la dificultad de fundar una plaza pública, tanto ex nihilo como en gran discontinuidad con la tradición política preexistente. El hiato entre lo que no va más y lo que aún no es muestra que la libertad no se desprende automáticamente de la liberación y que el llevar a cabo un comienzo absoluto [absolute beginning] es extremadamente arduo y por completo arbitrario (Arendt, 1978b: 204-205, 207).

Delante de cada acto se abre un abismo de la nada que es a su vez el abismo de la libertad. El “nosotros” que conforma un particular grupo humano que desea construir un sitio para convivir y compartir la resolución de sus eventuales vicisitudes debe, a tal efecto, realizar algo que no es reversible y que no se subsume a una cadena de causas y efectos a la que remitirse (Arendt, 1978b: 207).

Al igual que el juicio reflexionante, como se verá a continuación, la foundation no puede remitirse a un precedente a partir del cual establecer sus bases. Pero la radicalidad de su emplazamiento es de tal magnitud que es más sencillo, aún cuando sea imposible justificarse en algún antecedente, evocar una influencia temprana que otorgue una legitimidad primigenia y superior a la empresa fundadora.

De este modo los colonos norteamericanos no buscaron, hasta último momento, romper del todo los lazos con Inglaterra, e incluso la experiencia paradigmática de la creación de Roma se entendió a la luz de la reedición de la antigua Troya, ubicando a la fundación como un reestablecimiento y una reconstitución (Arendt, 1978b: 206, 211-214).

Tal como lo hubiese comentado en su artículo “¿Qué es la autoridad?” (Arendt, 2006c: 93-94), la desarticulación en el mundo moderno (Arendt, 1998: 6) de la tríada tradición-religión-autoridad, consagrada en tiempos del Imperio Romano, incide en la pérdida de fundamento que se experimenta en los “nuevos comienzos”. Eso explica la contrariedad que se evidencia al contemplar como los revolucionarios de la época de la ilustración se remitían a Dios o a algún tipo de divinidad suprema que pudiera garantizar que su empeño político no era completamente arbitrario (Arendt, 1978b: 208). Arendt (1978b: 209, 211) disipa esta confusión al aclarar que el recurso a un principio transmundano obedecía por entero a necesidades prácticas consistentes en ubicar un initium indisputable que a su vez colocara fuera de todo cuestionamiento a la nueva ágora recientemente creada. Esto requería asimismo dotar de importancia a la rememoración al ser la actividad primordial para la evocación de los acontecimientos pasados que podrían justificar lo sucedido en el presente, marcando la continuidad diacrónica de las tradiciones públicas.

Así el mensaje que transmitió el recurso dieciochesco a la experiencia romana fue que “…la salvación siempre proviene del pasado, que los ancestros son los maiores, los “más grandes” por definición” (Arendt, 1978b: 215). Lo que quedaba por fuera de la primera fundación era la naturaleza, per se extrínseca a la historia, adonde los hombres podían retirarse una vez que estuviesen cansados de participar en las tareas cívicas (Arendt, 1978b: 215).

Ningún comienzo ambicionó partir por completo de la nada, de la total ausencia de antecedentes. El miedo ante un potencial rechazo de la ciudadanía impulsó a los révolutionnaires hacia atrás antes de dirigirse drásticamente hacia el futuro. Ello motiva a la autora a sostener que al orientar la mirada hacia los “hombres de acción” a fin de encontrar una proposición de la libertad no adulterada por perspectivas eminentemente mentales se estaba siendo demasiado pretensioso (Arendt, 1978b: 216).

Pero a los efectos de desvanecer al menos en parte esa frustración Arendt se desdice implícitamente de lo sostenido al comienzo del apartado y admite que existió un pensador cuyo concepto de la acción libre puede entenderse sin remitirse a experiencias previas ni a sólidos prerrequisitos inmanentes.

Tal como lo mencionara en The Life of the Mind (Arendt, 1978b: 108-110), es Agustín de Hipona quien establece, sin explicar acabadamente, un fundamento ontológico de una filosofía política auténticamente romana, es decir, fuertemente comprometida con un nuevo origen de lo político (Arendt, 1978b: 216). Al igual que lo sostenido en Los orígenes del totalitarismo (Arendt, 1994: 478-479), La condición humana (Arendt, 1998: 8-9, 178, 247) y en otras obras (Arendt, 2006c: 61, 174, 196; 2006b: 203; 1972: 179; 2005b: 203; 1996: 51), es la natalidad la que permite que inexorablemente lo inédito surja en el mundo y entre los hombres de manera constante. En oposición a la creatividad, que requiere que el hombre haga específicamente algo puntual, el nacer es un proceso que es natural, lo que fuerza a Arendt (1978b: 217) a admitir que sería un poco opaco conceder que los seres humanos están condenados a ser libres sólo por aparecer en la Tierra. En este sentido la autora reconoce que este concepto de la libertad es, paradójicamente, muy poco tolerante respecto a las alternativas que deja a los sujetos a los que abarca. Para poder salir de esta aporía Arendt (1978b: 217) planeaba recurrir al juicio, el cual a su criterio otorgaría mayores precisiones sobre esta cuestión.

Mas lamentablemente en diciembre de 1975 Arendt fallece cuando sólo había escrito dos epígrafes (Arendt, 1992: ii; McCarthy, 1978: 242; Young-Bruehl, 2004: 467-474) que debían inaugurar la sección dedicada al juzgar. Esto motiva a reconstruir lo que entendió sobre esa facultad a partir de sus publicaciones y otros documentos de trabajo que cuentan con precisiones útiles al respecto.

Por eso se entiende que lo más fiel al pensamiento del autora sobre la temática se halla en The Life of the Mind y, en menor medida, en el artículo “The Crisis in Culture”, incluido en la compilación Between Past and Future. Ambos son las únicas publicaciones en las que Arendt aborda la cuestión. El resto de los documentos se utiliza para apoyar el análisis y para brindar mayores certidumbres sobre su inacabada conceptualización del juzgar. Entre estos escritos inéditos se hallan las Lectures on Kant’s Political Philosophy, que brindan un valioso material adicional[37], junto con algunas referencias aisladas presentes en el Denktagebuch y en el borrador de su libro inconcluso Introduction into Politics (Arendt, 2005b).

Mientras que una primera versión reducida de “La crisis en la cultura” data de 1960[38] (Arendt, 2006c: iv), lo contenido en la inacabada obra sobre las facultades mentales es lo último que la pensadora redactó antes de fallecer, por lo tanto se asume que lo allí presentado es lo que se sistematizó de forma más elaborada, actualizando postulados intuidos en los textos previamente referidos.

De esta forma tanto en Thinking como en Willing es posible detectar elementos que se remiten a Judging y que en general apuntan al rol desempeñado por el espectador en la esfera pública, el cual es prima facie en el libro el único encargado de enjuiciar lo que sucede en esta última.

Mas lo que llama la atención al comienzo de The Life of the Mind es que se admite como influencia directa para su redacción la asistencia al juicio contra Eichmann en Jerusalén. Arendt (1978a: 3) explícitamente traslada desde el libro de 1963 dos nociones que se desprenden una de la otra. La primera es la “banalidad del mal”, tratando una vez más de justificarla con argumentos idénticos a los vertidos en el Post-Scriptum a aquella obra añadido en 1965. La segunda, que posee especial pertinencia para el contexto del presente capítulo, es la carencia de pensamiento [thoughtlessness].

Arendt adscribe a quien no piensa la posibilidad de actuar mal, de cometer, banalmente y sin un propósito maligno específico, obras deleznables, perjudiciales y dañinas para otros seres humanos. Su ejemplo paradigmático en Eichmann en Jerusalén es precisamente el protagonista, quien a su criterio ejemplifica el prototipo del burócrata ambicioso que no tiene ningún tipo de reparos en acatar cualquier directiva que le sea dirigida con tal de contar con mayor poder discrecional.

Existe sin embargo un ligero desplazamiento terminológico entre el principio y el resto de The Life of the Mind. Mientras que en aquél todavía se indica una fidelidad a lo postulado en 1963 respecto a quienes son thoughtless, en éste se registran evidencias que indican que la primera parte de la palabra compuesta, que remite al pensar, estaría ignorando o al menos no incluyendo de por sí a la facultad mental que Arendt consideraba más apropiada para lidiar con los asuntos políticos y mundanos: el juicio.

Ciertamente en 1963 Arendt no poseía un diseño firme de su concepción de la vida de la mente humana, por lo que optó por remitirse a un término lo suficientemente abarcador de las actividades de esta última tal como el pensar. Mas hacia mediados de la siguiente década el juzgar cobra más relevancia, por lo que era de esperar que en Judging se respondieran a las inquietudes manifestadas en la introducción de la misma obra tripartita, las cuales ciertamente no son del todo elucidadas en Thinking o en Willing.

Igualmente en defensa de la terminología arendtiana puede argüirse que, tal como se hubiera mencionado al comienzo de este capítulo, si bien no existe un ordenamiento jerárquico propio de las actividades mentales, existe una secuencia que es necesario respetar a los efectos que cada una de éstas pueda desempeñarse correctamente. En base a este encadenamiento el pensamiento debe, luego de procesar la información proveída por la imaginación que elimina los datos sensoriales, abordar a los thought objects y reflexionar sobre los mismos para que éstos a su vez puedan luego ser de utilidad para la voluntad y el juzgar (Arendt, 1978a: 76).

En esta interpretación puntual la carencia de pensamiento abarca verdaderamente al juicio en vista de que es una causa necesaria para la emergencia de este último. Quien es thoughtless es, por defecto, judgementless (Young-Bruehl, 2006: 175). Pero, de manera hipotética, si Arendt hubiese escrito Eichmann en Jerusalén en 1975 el neologismo acuñado en esa obra podría haber sido la “carencia de juicio” [judgementlessness] a secas, sin necesidad de referir al pensar ya que se lo da por supuesto como antecedente obligado del judgment[39].

Después de estas especulaciones es propicio retornar a lo expresado The Life of the Mind sobre el juzgar. Al definir en la introducción a la ausencia de pensamiento Arendt (1978a: 4) recurre aquí a las mismas precisiones utilizadas en EJ. Eichmann utilizaba constantemente clichés y frases hechas a fin de no enfrentarse con la realidad que le rodeaba. Esta operación es realizada cotidianamente por las personas en general, porque no se puede brindarle atención a todo lo que la demanda. Arendt (1978a: 4) concede que en la experiencia diaria no se pretende analizar a fondo lo que se realiza por carencia de tiempo y de voluntad.

Ésto motiva a la autora a interrogarse sobre la posibilidad de cometer el mal aún cuando se carezca de interés o volición alguna en hacerlo. Esta última facultad podría motivar lo maligno no forzosamente al desearlo sino por defecto, por no aspirar a cuestionar nada de lo que se forja día tras día. Precisamente en ese tren de pensamiento se orientan dos preguntas retóricas presentes en la parte inicial del libro.

La primera enuncia la posibilidad que el problema del bien y del mal y la facultad de discriminar lo bueno de lo malo esté conectada con el pensar, mientras que la segunda expresa que la examinación de todo lo que acontece o interesa, más allá de los resultados, podría impedir que los hombres obren malignamente (Arendt, 1978a: 5).

Tal como lo hubiera sostenido en Entre pasado y futuro y en las Conferencias sobre la filosofía política de Kant (Arendt, 2006c: 51, 211; 1992: 64-65) la diferenciación entre la bondad y la maldad, así como entre otros parámetros tales como la belleza y la fealdad, responde al sentido del gusto [taste], el cual fuese explorado por Immanuel Kant, entre otros, en la Crítica del juicio (Arendt, 1978a: 215). Para Arendt (1978a: 111; 1992: 61; 2006c: 216) aquí se haya el núcleo de su, a su parecer, no elaborada filosofía política, ya que se estipulan los criterios útiles para la distinción, la separación de características observables o presumibles sobre los fenómenos de la realidad[40].

De esta forma lo que en el kantismo es un criterio estético en la exégesis arendtiana deviene político y permite entender que un hecho determinado pueda ser bueno o malo[41]. Por lo tanto los interrogantes de la introducción del último libro que escribiere la autora no hacen más que preanunciar una obvia respuesta por la afirmativa. Pero lo que también indican es que para ella efectivamente esta capacidad discriminatoria estaba relacionada con el pensar en tanto componente necesario para poder proceder con el enjuiciamiento. Por ello el juicio está implícitamente anunciado en estas dudas preliminares, a pesar de no ser manifiestamente mencionado como el thinking.

Obviamente, a pesar de estas aproximaciones, es necesario establecer la naturaleza propia de cada una de las tres actividades básicas de la mente, las que no pueden derivarse entre sí ni tampoco reducirse a un común denominador a pesar de sus características comunes (Arendt, 1978a: 69-70). Ellas son invisibles e incondicionadas, imperturbables a las influencias de la vida o del mundo, ya que en tanto pertenecientes a la mente pueden trascender las limitaciones existenciales de todos los seres humanos (Arendt, 1978a: 70-71).

A la vez, como se hubiera previamente comentado, son reflexivas, responden a una dualidad inherente al interior del sí que se manifiesta en el diálogo interno. Todas, incluso el juzgar, se encuentran en estado de latencia cuando no se ejercen y sólo pueden desplegarse por entero en el momento en que se ejercitan, en el instante en que se piensa, desea o juzga (Arendt, 1978a: 74-75). Es decir que, tal como era de suponerse, ni se reflexiona ni se quiere ni se evalúa todo el tiempo, incluso cuando no se participa de lo que sucede en el mundo de las apariencias.

Ulteriormente a estas consideraciones, al introducir la distinción kantiana entre razón e intelecto, Arendt (1978a: 13-15, 57) coloca al juicio dentro de la senda abierta por aquella. Esta deducción es obligada por las cualidades de ambos procesos, tal como se refiriere con anterioridad. Si el propósito de la autora es indagar sobre una facultad mental que posibilite distinguir entre lo bueno y lo malo, pues entonces la dirección a seguir es en torno a la búsqueda razonada por el significado y el sentido de lo que sucede, y no aquella signada por la aspiración intelectual a develar una verdad indisputable[42].

El juzgar no puede, si pretende conservar las características de criterio e independencia frente a los mandatos tradicionales o sociales, ligarse por entero a preceptos que se pretenden inobjetables. A los juicios no se llega ni por deducción ni por inducción ya que se ubican más allá de cualquier estándar de la lógica[43] (Arendt, 1978a: 215). El parámetro a mantener es, al menos en la teoría arendtiana, la flexibilidad y la disposición atenta del ánimo para poder discernir lo más libremente posible qué es lo que ha sucedido y de que modo se debe reaccionar ante ello (obviamente, sólo si se opina que el evento amerita semejante operación debido a su importancia o gravedad, ya que en caso contrario se recurrirá al juicio determinante, al prejuicio o a ambos).

En “The Crisis in Culture” Arendt (2006c: 219) estima que los juicios del gusto, al igual que las opiniones políticas, son persuasivos porque no buscan coaccionar al otro ni mediante la violencia física ni tampoco recurriendo a una verdad indiscutible. Mientras que el discurso filosófico se basa en el dialegesthai, en el conocer y la búsqueda de lo verdadero, el político lo hace en el peithein, el tratar de convencer a los iguales[44].

Esta elasticidad evaluativa es asimismo requerida en vista de la misma naturaleza fenoménica del mundo. En éste el ser y la apariencia coinciden, por lo que es necesario la presencia de espectadores que permitan garantizar bajo mutuo acuerdo aquello que se percibe como real de lo que no lo es (Arendt, 1978a: 19). El aparecer produce a la vez una multiplicidad de pareceres sobre sí, con un grado variable de fidelidad y exactitud, en quienes observan la escena (Arendt, 1978a: 21). Como se expondrá ulteriormente son éstos, en The Life of the Mind, los que están habilitados para enjuiciar lo que sucede, ya que cuentan tanto con el posicionamiento como con la pasividad imperiosos para tal fin.

Lo relevante con relación a la cuestión aquí abordada es que no existen de por sí verdades establecidas a priori de la experiencia, sino que las mismas deben ser discutidas intersubjetivamente para poder ser luego consagradas como tales. Todo objeto remite a un sujeto específico, así como toda apariencia requiere de la presencia de espectadores que se garanticen mutuamente la certeza de aquella (Arendt, 1978a: 46). Además de la razón aludida existe otra para fundamentar este debate sobre lo real, consistente en que los espectadores pueden equivocarse, tomando como cierto lo que puede ser una mera ilusión (Arendt, 1978a: 36). Éste es entonces otro impulso adicional para no adoptar como incuestionable algo que se ha inferido individualmente.

Tal como se expone en el artículo “The Concept of History” es Tucídides quien, al contar detalladamente la experiencia política de la antigua Grecia, muestra como sus habitantes descubrieron que el mundo en común es percibido desde una gran cantidad de puntos de vista disímiles, lo que fomentó su capacidad de comprensión de la alteridad y la diferencia: “…los griegos aprendieron a intercambiar […] su propia “opinión” […] con aquella de sus conciudadanos. Los griegos aprendieron a entender –no a entenderse entre sí como personas individuales, sino a observar el mismo mundo desde la posición de otro, a ver lo mismo a partir de aspectos muy diferentes y frecuentemente opuestos” (Arendt, 2006c: 51, cursivas en el original). La socialización de la comprensión posibilita optimizar lo que se percibe por separado al complementarlo con aquello que infieren los otros con los que se convive[45].

De esta forma tanto en base a la escisión más relevante del pensamiento como en función de lo debatible que son los sucesos mundanos el análisis de lo maleable es lo que signa a la labor del juicio reflexionante, el que asciende de lo particular a lo universal (Arendt, 1978a: 69). Éste no puede permanecer rígido en la aplicación de lo precedente a lo nuevo, ya que esa es la tarea del juicio determinante (Arendt, 1978a: 69; 1992: 13), ni tampoco puede evitar juzgar lo acontecido al enfrentarlo en base a ideas preconcebidas que le permitan conducirse en la realidad sin necesidad de reflexionar, tal como opera el prejuicio (Arendt, 1978a: 71).

Al revisar los postulados del zoólogo suizo Adolf Portmann sobre lo que es aparente y lo que no lo es Arendt (1978a: 30) concluye que los estándares habituales utilizados en el judgment se remiten directamente a presunciones metafísicas y a prejuicios. El buscar evitar pensar sobre un hecho puntual impulsa al juicio determinante a remontarse al prejudice[46]. Éste consiste en aquello que se comparte imperceptiblemente sin necesidad de aclarar porque, al no hallarse completamente sustentado en la experiencia, no posee un carácter idiosincrásico, por lo que es de asequible generalización y aceptación sin necesidad de recurrir, como en el caso del juicio reflexionante, a la persuasión para lograr convencer a los demás (Arendt, 2005b: 100).

El peligro de recurrir a los prejuicios constantemente consiste en que éstos siempre ocultan un fragmento del pasado en sí, ya que se yerguen sobre un juicio que al ser creado posee, necesariamente, sustrato en algo verdaderamente acontecido. El problema es que al ser “…arrastrado a través del tiempo sin ser alguna vez examinado o revisado” (Arendt, 2005b: 101) todo resto experiencial queda escondido detrás de todo lo que se sobreentiende en ese prejuicio: “El peligro del prejuicio se halla en el mismo hecho de estar siempre anclado en el pasado, tan poco comúnmente bien anclado que no solamente se anticipa y bloquea al juicio sino que también hace que tanto el juicio como una experiencia genuina del presente sean imposibles”[47] (Arendt, 2005b: 101).

Existe igualmente una vía para desmontar lo preconcebido y lograr, de esa manera, que lo nuevo, lo que llama la atención en la actualidad y no puede ser explicado o subsumido a los prejuicios existentes, pueda conservar su independencia: “Si queremos disipar a los prejuicios primero debemos redescubrir los juicios pasados que contienen, es decir, debemos revelar cualquier tipo de verdad que yazga en su interior” (Arendt, 2005b: 101). Así el mejor método para recuperar lo juzgado es volver al origen, al suceso que inspiró la construcción de ese juicio particular, a fin de posteriormente contrastarlo con lo que el prejuicio dice de él y evaluar si esto se ajusta o no a aquél (Arendt, 2005b: 152). De esa manera puede recuperarse el sentido original de lo enjuiciado y corroborar la pertinencia o no del prejuicio que en él se inspira.

El juicio reflexionante, si bien posee en común con las otras actividades mentales el retirarse del mundo de las apariencias para remitirse hacia el interior del yo (Arendt, 1978a: 22), es no obstante la más política de todas ellas (Arendt, 1978a: 192), la que permanece en mayor contacto y ligazón con lo acontecido, a los efectos de sucesivamente rememorarlo, sopesar sus implicancias y orientar la conducta a adoptar[48]. Por eso no puede, a la manera del prejuicio y de la determinación de lo precedente sobre lo actual, aplicar una regla específica o una concepción previa como método para impedir darle mayor atención a lo que ha sucedido. Por el contrario guarda los mayores reparos antes de adjudicarle un sentido, de brindar una interpretación sobre lo que pasó[49].

El juicio es entonces definido como lo que congrega lo particular y lo general, aquello que, en el caso del juicio determinante, no tiene regulación porque “…ninguna regla se encuentra disponible para las aplicaciones de la regla” (Arendt, 1978a: 69, cursivas en el original), en tanto que en el caso de ser reflexionante la independencia es aún más visible al no haber obligación de remitirse a parámetro alguno.

La importancia de esta segunda variante del juzgar no puede ser suficientemente subrayada por la autora. Es así que, al hablar de las implicancias del no pensar[50], Arendt (1978a: 177) explica que esta actitud conlleva el suscribir a cualquier regla de conducta consagrada por la sociedad no tanto por el contenido de ésta como por el hecho de poseer un patrón que se aplique a los particulares, a la manera del juicio determinante.

Al igual que en Eichmann en Jerusalén los valores éticos y morales pueden cambiarse sin mucho reparo siempre y cuando los que se adopten continúen posibilitándole al sujeto mantener la realidad a distancia mediante la carencia del pensamiento y del juicio reflexionante (Arendt, 1978a: 177). Arendt (1978b: 217) escribe que el problemático concepto de libertad agustiniano que le era afín implicaría que los hombres estarían obligados a ser libres sin importar si están de acuerdo con esta posibilidad o si prefieren escapar de ella recurriendo a algún tipo de fatalismo. Acto seguido aclara que la manera de salir de esta aparente aporía es la aplicación del juicio, que indica lo que nos place y nos desagrada. Por lo tanto el juzgar es un impedimento a la disimulación o la cancelación de la libertad humana dentro de algún tipo de determinismo, siendo el condicionamiento fundamental el ser thoughtless, el renunciar por completo a pensar y enjuiciar lo que se hace[51].

Pero si en oposición a esta actitud se decide evaluar sin barandillas [bannisters] lo que sucede (Arendt, 1979: 314) la persona podrá proceder a enjuiciar y posteriormente a actuar en base a la posibilidad de estar en paz consigo misma, de no causar en la división inmanente del “dos-en-uno” un desacuerdo imposible de suturar[52] (Arendt, 1978a: 191).

Mientras que para orientar la acción política es necesario contar con determinados principios[53], à la Montesquieu (Arendt, 1998: 18, 39, 53), para dirigir el juicio hace falta adoptar ciertos criterios que faciliten su tarea de discriminar positiva o negativamente las realidades que rodean a las personas (Arendt, 1978a: 71). Ello eleva al criterio en la vida de la mente al mismo lugar de importancia que posee el principio en la vita activa, la guía a la cual se remiten juicios en un lugar y actos en otro[54].

Al igual que el pensamiento y la voluntad, para juzgar es imperioso retirarse del mundo de las apariencias, de aquello que le es presente a los sentidos (Arendt, 1978a: 75). Esto es un paso forzoso para aspirar a imparcialidad que Arendt (1978a: 76, 92) propone para esta facultad: “Y el juicio, finalmente, ya sea estético, legal o moral, presupone una retirada deliberada y definitivamente “no natural” del involucrarse y de la parcialidad de los intereses inmediatos tal como se dan por mi posición en el mundo y por el papel que yo desempeño en él”. El juzgar requiere entonces un temporario alejamiento de sí[55], ya que de lo contrario no se estaría siendo leal hacia lo que se busca calificar, sino que se lo retrotraería hacia lo que uno es y hacia la consecuente aplicación de prejuicios, costumbres y hábitos personales que ello conlleva[56].

Y tal como el pensamiento, esta facultad necesita de la memoria para poder volver a analizar lo que se contempló. Como se ha precisado anteriormente es gracias a la representación de lo real producida por la concentración de la imaginación (Arendt, 1978a: 76-77, 85) que se poseen “objetos de pensamiento”, en primera instancia, que a su vez pueden ser también “objetos de juicio”[57].

Como lo enuncia Arendt (1978a: 133), el significado de lo que sucede, que se hace aparente en el momento en se produce el acontecimiento, solamente puede ser revelado por completo en la pasividad[58], mediante la rememoración que hace presente en la mente lo que está ausente y forma parte del pasado, dándole la forma de una historia[59].

En principio se debe notar la remarcable oposición entre lo activo y lo pasivo. El actuar impide el reflexionar en simultáneo sobre lo que se hace[60]. Ambos son por completo inconciliables ya que el primero requiere la presencia de otros sujetos y objetos en el mundo de las apariencias mientras que el segundo por el contrario busca la ausencia de éstos a fin de poder concentrarse mejor en lo que quiere examinar.

En segundo lugar debe observarse la importancia otorgada a la narración y la elaboración de historias, entendidas como medio para desenvolver en forma comunicable a los otros lo que la persona estima significativo. De no realizarse la transformación verbal de lo juzgado éste no podrá ser vertido al exterior, condenándosele así a permanecer en la inmanencia. Esto lo dotaría de una extrema precariedad porque, como se estudia más adelante, los juicios necesitan de la socialización a fin de poder afianzarse como tales[61].

Arendt (1978a: 216) se remonta al origen etimológico de la palabra historein y a su empleo paradigmático por Heródoto, quien propuso que la historiografía debería consistir en investigar los sucesos pasados para posteriormente relatar lo qué pasó dando lugar al testimonio de todos los involucrados, sin importar su rol o el resultado de los hechos. La autora considera precisamente que el juzgar debe permitirse analizar todas las aristas de una situación, dejando de lado cualquier interés puntual del juez, a fin de comprenderla más acabadamente[62].

En tercer lugar se ve el rol desempeñado por la memoria en el enjuiciamiento. La misma busca en el acervo de vivencias de la persona y representa los hechos que se considera ameritan ser juzgados, conectando así las reminiscencias originadas en sucesos de la vita activa con las facultades de la vita contemplativa.

En definitiva el alejamiento momentáneo de lo real es necesario a fin de poder comprender más acabadamente aquello que pasó, algo que no podría experimentarse de continuar presente en el mundo de las apariencias. Esta lejanía es aminorada por el recuerdo, que brinda la posibilidad de hacer foco sobre lo que se quiere juzgar para que, cuando esta operación se halla celebrado, se pueda elaborar un discurso sobre lo que se considera significativo.

¿Para quienes es forzoso enunciar lo que se encontró al enjuiciar? A diferencia del pensamiento, que se desarrolla en soledad (Arendt, 1978a: 91), esta facultad requiere de la presencia de otros que también juzguen sobre el mismo hecho a fin de poder establecer una opinión compartida sobre éste. El objeto tanto de la voluntad como del juicio son los particulares pertenecientes a la realidad empírica, por lo que estas faculties no pueden efectuar una retirada tan abrupta como el pensar (Arendt, 1978a: 92, 213-215). Y son los espectadores, y no los actores, los únicos encargados de elucidar su sentido[63].

La retirada del ámbito de la vita activa implica un reconocimiento de la primacía del espectador por sobre el actor en lo que respecta a las facultades mentales, ya que sólo aquél puede identificar el espectáculo de pura actividad [sheer activity] ofrecido por éste (Arendt, 1978a: 72, 92). Tal como ya lo hubiese precisado en La condición humana, quien actúa no puede captar acabadamente el sentido de quien es y de lo que está circunstancialmente haciendo[64] (Arendt, 1998: 179-180, 193). Solamente quien contempla la escena puede inferir lo que realmente sucede gracias a su visión de conjunto de toda la situación. La única desventaja de esta posición es, obviamente, el no poder participar en lo que acontece. El actor lleva a cabo, el espectador entiende[65] (Arendt, 1978a: 93; 1998: 179-180; 1992: 52, 54-56).

Arendt (1978a: 133) es tajante en torno al rol de los espectadores, ya que sin éstos a su parecer el mundo sería imperfecto, incompleto, ininteligible y falto de armonía. Sólo ellos pueden mirar y admirar al mundo en vista de su posición desinteresada, no comprometida, imperturbada (Arendt, 1978a: 207), remota y no involucrada (Arendt, 1992: 67), entendiendo lo que sucede en él al poner en común sus perspectivas mediante la creación de historias, las cuales pueden luego ser repetidas a los actores para que éstos capten el mensaje ínsito a sus actos[66]. La historia no pone en palabras ni al hecho ni al actor en sí mismos, sino al relato que busca explicar a ambos (Arendt, 1978a: 133). La alternativa a este panorama sería un orbe distópico en el cual los seres humanos desperdiciarían sus potenciales mentales al no poder nunca comprender qué es lo que hacen y por qué.

Existiría así un privilegio asociado a un inevitable sacrificio. El actor es el único habilitado para actuar [doing] mientras que el espectador puede en exclusiva entender lo que sucede [understanding], más los roles no son inmediatamente intercambiables. Quien actúa no puede juzgar en simultáneo e igualmente, a fin de evaluar lo que pasa en el ágora es imposible estar allí participando activamente[67] (Arendt, 1978a: 93).

El actor es un componente parcial del conjunto de la situación, desempeñando su parte puntual en ésta, y sólo quien está fuera de la misma puede verla por entero y así discernir lo que sucede. Quien actúa no posee dominio completo de sí porque depende de la opinión [doxa] de la audiencia (Arendt, 1978a: 94). Lo que busca obtener es una confirmación de su identidad, de los ulteriores sentidos de sus actos, pero para Arendt esta búsqueda implica obligatoriamente posicionarse en un plano de subordinación completa respecto a quien piensa y juzga: “[El actor]…debe conducirse de acuerdo a lo que los espectadores esperan de él, y el veredicto final de su éxito o fracaso está en las manos de éstos” (Arendt, 1978a: 94).

Lo que primero debe expresarse es que es arduo conciliar esta frase con lo que Arendt había escrito en 1958 en La condición humana. Ciertamente, ¿cómo es posible aceptar esta conclusión en el marco de una teoría general que, por lo menos hasta THC, buscaba colocar al actuar político como el elemento supremo de la vita activa y como aquello que otorgaba una significación máxima a la existencia humana?

Aquí es necesario incluir una observación sobre diversas estrategias de comprensión global del pensamiento de Arendt. Mientras que una corriente exegética de los estudios arendtianos sostiene que el elemento más importante de la bibliografía de la autora a tener en cuenta es Los orígenes del totalitarismo y que todo el resto de sus obras deben estudiarse a la luz de este libro (Canovan, 1995: vii, 7, 12-13, 69, 99-104; Amiel, 2007: 9; Bernstein, 1996a: 7-8; Birulés, 2006: 39, 61; Garner, 1983: ii; Judt, 2008; Kohn, 2005a: xx; Tassin, 1999: 30-31, 174; Young-Bruehl, 1996: 309; 2004: 276-279, 324; Young-Bruehl y Kohn, 2001: 240), aquí se postula otro punto de vista.

El primer momento que estructura el corpus de Arendt es The Human Condition (Avritzer, 2006: 151; Beiner, 1996: 270, 280; Kateb, 1983a: 3; Villa, 2001: 102). A partir de ésta se revisa y se añaden a The Origins of Totalitarianism[68] (Young-Bruehl, 2004: 542; Tsao, 2010: 40-41) categorías que recién fueron sistematizadas teóricamente en el escrito de 1958. Los sucesivos textos como On Revolution y Between Past and Future continúan ampliando lo dicho en este último, colocándose no en contraposición sino en continuidad con él[69] (Kateb, 2002: 134).

Lo relatado en 1963 Eichmann en Jerusalén registra efectivamente un quiebre en el pensamiento de quien lo escribiera, más no una conceptualización acabada sobre el tópico abordado, que recién aparecerá en forma truncada en The Life of the Mind [70].

Éste es en efecto el otro hito que buscaba complementar a La condición humana, ofreciendo un panorama de conjunto sobre las facultades mentales que posibilite, entre otras alternativas, colegir la comisión de actos malignos en base a la ausencia del pensar y del juzgar, tal como se sostiene en el prólogo del libro (Arendt, 1978a: 5). Es decir que, si bien el propósito declarado era indagar sobre la mente, lo cierto es que al abordar esta cuestión era asimismo inevitable proclamar afirmaciones sobre la vita activa, aún cuando ésta hubiese sido ampliamente analizada más de quince años antes.

Por eso Arendt se ve llevada, por la fuerza del ánimo con que su última empresa creativa fue concebida, a modificar ad hoc nociones definidas con antelación (tal como lo hubiese hecho respecto al mal), entre ellas el actuar políticamente.

Es así que de una acción irredenta y al parecer suprema en The Human Condition se pasa a su sumisión al juzgar para que a partir de esta última facultad mental los alcances completos de aquella sean estipulados[71]. Por eso existe una necesaria complementariedad entre la vita activa y la contemplativa. Arendt no postula la supremacía de una por sobre la otra no sólo porque ello sería fútil sino porque principalmente resultaría ilusorio.

Una teoría jerárquica de los dos mundos, ya sea que le otorgue hincapié a la episteme como en el caso de Platón o bien que postule que la praxis debe cobrar primacía à la Marx, no le hace justicia a la realidad imperante. Todos los componentes de la mente humana precisan en un determinado punto retornar a lo empírico a fin de continuar obteniendo objetos de análisis, mientras que las actividades del mundo de las apariencias requieren ser revisadas y examinadas por las facultades mentales para ser ubicadas en el contexto global en el que tomaron lugar.

Por ende Arendt arriba a un equilibro que, emulador de aquél propuesto por Montesquieu, aspira a que exista un mutuo control de las facultades humanas: el actuar debe ser enjuiciado a fin de encontrar el sentido de lo que se hace[72] mientras que el pensar y el juzgar deben retornar constantemente al mundo de las apariencias a fin de poder desenvolverse y encontrar material para contemplar y luego evocar y sopesar.

Esta visión de conjunto de la obra arendtiana permite entonces ubicar una frase de The Life of the Mind que en principio parecía extremadamente heterodoxa. La posición del actor se supedita a la del espectador y se dirige hacia él. Sólo quienes observan puede posteriormente entender a quienes actúan.

Otra aparente aporía emerge cuando Arendt (1978a: 94) busca matizar la retirada del espectador del mundo de las apariencias. A su criterio quien juzga no necesita irse por completo de este último, a diferencia del pensador o del filósofo, sino que solamente le basta con no involucrarse en el mismo y adoptar una posición ventajosa desde donde poseer una visión panorámica del conjunto. ¿Es posible juzgar in situ, sin haberse apartado por completo de lo que sucede?

Como ya lo hubiera indicado respecto a las facultades mentales en general, las mismas requieren retirarse de las apariencias más no por completo, sino simplemente realizando una disminución del grado en que efectúan una impresión sobre los sentidos[73] (Arendt, 1978a: 75).

Quien juzga puede o no evadirse de lo aparente. Arendt (1978a: 96-97) justifica el tratamiento prematuro que hace de la retirada de los espectadores en la sección dedicada al thinking en base a que quería dejar en claro cuál era la opción más simple y obvia para tal propósito. Es factible escapar del compromiso con la actividad en pos de alcanzar un cierto grado de reflexividad[74]. Y también es dado juzgar ex post facto, cuando se ha terminado lo que acontecía en el ágora y se recuerda lo sucedido para luego evaluarlo.

Arendt (1978a: 96-97) alude a ejemplos de ambos tipos de localización del espectador. Se puede estar, a la manera de la antigua Grecia, en las gradas de un teatro o un estadio, separado de lo que sucede en la arena o el escenario, o bien se guardará una mayor distancia al emular al público no involucrado de los círculos intelectuales europeos que, de acuerdo a Kant, permanecían atentos a lo que sucedía en París durante la Revolución Francesa[75].

Existen algunos detalles adicionales a precisar en lo concerniente a la relación entre los espectadores entre sí que parten, al igual que los comentarios anteriores, sobre la diferencia entre el pensar y el juzgar. Mientras que el personaje paradigmático de aquél es el filósofo que se aísla para poder cavilar en completa ausencia de compañía alguna[76], el de este último es el espectador que no se encuentra solo sino que es miembro de una audiencia. Ello implica que debe considerar, antes de emitir su parecer, las perspectivas de los otros miembros del auditorio del que forma parte, de acuerdo a lo que Kant[77] denominase “mentalidad extendida” [enlarged mentality] (Arendt, 1978a: 94).

Los spectators no son autosuficientes, a diferencia del philosopher, y a pesar de que deben dejar de lado sus intereses particulares al momento de contemplar un suceso para aspirar al mayor grado de imparcialidad posible, dicho panorama imparcial no se logra en solitario sino antes bien incorporando tanto las opiniones de los otros que también han sido testigos del mismo hecho como las de los actores a través de la posibilidad de ponerse en el lugar de otra persona[78]. Como se afirma en las Lectures on Kant’s Political Philosophy: “…los espectadores sólo existen en el plural. El espectador no se involucra en el acto, pero siempre está involucrado con los otros espectadores. […] …la facultad que tienen en común es la facultad del juicio” (Arendt, 1992: 63).

Ya en 1954 en el artículo “La crisis en la cultura” Arendt delineaba los dos procedimientos necesarios para que el juicio adquiriera su validez correspondiente. El primero era liberarse de las condiciones privadas subjetivas de la persona, es decir “…de las idiosincrasias que naturalmente determinan la mirada de cada individuo en su privacidad y que son legítimas en tanto y en cuanto sean sostenidas solamente en privado, no siendo aptas para entrar en el ámbito socioeconómico y careciendo de toda validez en el espacio público” (Arendt, 2006c: 217).

El segundo se basa en la necesidad de la existencia de otros en el lugar de los cuales se pueda enjuiciar una vez más una situación determinada. Este factor termina por crear la validez del juicio, la cual es específica y nunca puede ser universal porque le es imposible trascender a aquellos a los que el sujeto juzgante no tomó en cuenta para sus consideraciones, a quienes no fueron incorporados cuando la mentalidad se extendiera: el juicio “…no es válido para todos aquellos que no juzgan o para quienes no son miembros del espacio público en donde aparecen los objetos de juicio”[79] (Arendt, 2006c: 217).

Por consiguiente tanto el espectador como el actor poseen un margen limitado para desempeñar sus roles respectivos. Éste se debe a aquél para entender lo que hace, y quien juzga no puede hacerlo por cuenta propia, sino que debe basarse en la opinión de sus compañeros espectadores[80] (Arendt, 1978a: 95).

Mediante la mentalidad extendida y el sensus communis (entendido literalmente como sentido comunitario y no en el contexto del sexto sentido que unifica las informaciones ofrecidas por los otros cinco (Arendt, 1992: 70-71) cada espectador puede complementar su propio punto de vista con quienes realizaron la misma tarea evaluativa sobre el mismo hecho. Este proceso por una parte posibilita una moderación de todo tipo de parecer extremo sobre lo sucedido, ya que cualquier incidencia hacia la parcialidad cometida por un miembro de la audiencia puede ser compensada con el veredicto mayoritario propiciado por el resto. Por otra parte lleva a que el enjuiciamiento, en tanto empresa colectiva, sea más completo ya que los detalles que pueden escapársele a un sujeto pueden ser captados por otro, colaborando así a que entre todos se pueda evaluar el panorama general de la situación observada y no solamente aquellos fragmentos que, por diversos motivos, acapararon la atención en un momento puntual. Éste es el factor que le interesa a Arendt cuando en el artículo “Verdad y política”, de 1967, apunte que el pensamiento político es representativo. En este marco la enlarged mentality es descrita de la siguiente manera:

Me formo una opinión considerando una cuestión dada desde diferentes puntos de vista, haciendo presente en mi mente las posturas de aquellos que se encuentran ausentes, es decir, las represento. Este proceso de representación no adopta ciegamente las miradas reales de aquellos que están en otro lugar y que por ende contemplan el mundo desde una diferente perspectiva. Esta no es una cuestión ni de empatía, como si tratara de ser o de sentirme como alguien más, ni tampoco de contar personas y reunirme a una mayoría sino de ser y pensar en mi propia identidad en donde en verdad no me encuentro ni soy. Cuanto más posturas de otros tenga presente en mi mente cuando estoy considerando un problema determinado, y cuanto mejor imagine como me sentiría y pensaría si estuviera en su lugar, más fuerte será mi capacidad para el pensamiento representativo y más válidas serán mis conclusiones finales, mi opinión (Arendt, 2006c: 237).

 

Es interesante notar aquí la diferencia expresa que la autora realiza entre la empatía y la “mentalidad extendida”. En efecto, no se trata de olvidar por completo lo que uno es y sentir totalmente lo que otro siente, sino de imaginarse cómo uno podría, vicariamente (Lafer, 2007: 296), visualizar una situación desde el punto de vista de otra persona sin por eso dejar de ser uno, es decir, sin perder las características propias[81]. Eso permite el proceso de agregación de perspectivas que Arendt busca con la enlarged mentality. La persona puede ir incorporando adicionalmente nuevas miradas hasta que considere que su visión del asunto en cuestión es suficientemente representativa de la comunidad particular que escoge como referencia.

Otro elemento importante a rescatar es la reiteración de la validez como el criterio definitorio de los juicios, la cual se sostiene en el consentimiento y el acuerdo libremente obtenidos sobre una situación dada, al que se llega por vía de la persuasión y la disuasión[82] (Arendt, 2006c: 243). Entonces la aplicabilidad de lo enjuiciado sobre la situación analizada se basa en los parámetros de referencia escogidos en la sumatoria de perspectivas que conforman la “mentalidad extendida”.

En este sentido se debe reparar en que, cuando Arendt alude a “las posturas de aquellos que se encuentran ausentes”, puede interpretarse por tales a quienes no se puede incorporar en un principio en la elaboración del propio juicio simplemente porque están imposibilitados de entrar en el diálogo inmanente del yo consigo mismo hasta tanto no se desee incorporar sus pareceres. O también puede hacerse referencia a aquellos que no forman parte del círculo de testigos directos de un hecho determinado pero que igualmente se desea evaluar de qué manera podrían enjuiciarlo. Lo cierto es que de una o de otra forma mediante la imaginación pueden incorporarse nuevas ópticas sobre lo que se quiere analizar.

Asimismo los espectadores cuentan con otra relevante función. Los actores pueden eventualmente, en vistas de su entusiasmo por actuar, perder la noción de cuando es propicio finalizar sus actos, pero su auditorio no dejará pasar la oportunidad de indicárselo si entiende que ese momento ha llegado y que lo que se registra es meramente una repetición innecesaria de lo hecho[83] (Arendt, 1978a: 95).

Esta alternativa, no estipulada obviamente en The Human Condition al no hallarse en esta obra una acabada teoría política del juicio y del espectador, añade otro elemento a la preeminencia de éste sobre el actor, disminuyendo la autonomía con la que este último contaba previamente. Hacia 1975 Arendt refuerza la complementariedad entre la vita activa y la contemplativa, en absoluto estipulada en 1958. Este esfuerzo armonizador se generaliza tanto entre las vitae entre sí como al interior de la última citada.

Así, tal como se comentara en el capítulo cuarto, la naturaleza destructiva y erosiva del pensar permite liberar a la facultad del juicio para que ésta, en su faceta reflexionante, pueda terminar de cuestionar los parámetros dados de comprensión de lo que sucede a los fines de evaluar cada acto en su individualidad, sin remitirlo a una regla de aplicación determinada[84].

El carácter destructivo del pensar se distingue en situaciones excepcionales, en donde adquiere su relevancia política, al desintegrar patrones aceptados de conducta[85]. Esta tarea libera el juzgar los acontecimientos pasados, así como el formar voluntariamente proyectos para el futuro (Arendt, 1978a: 192). Aquí es necesario citar por completo las referencias arendtianas a la interrelación entre las facultades mentales:

Cuando todos se encuentran conducidos sin pensar por lo que todos los demás hacen y creen, aquellos que piensan son identificados en sus escondites porque su rechazo a unirse es conspicuo y se vuelve consecuentemente un tipo de acción. En este tipo de emergencias se evidencia que el componente purgante del pensar […] es político por implicación. Esto se debe a que esta destrucción posee un efecto liberador en otra facultad, la facultad del juicio, la cual podría llamarse con cierta razón la más política de las habilidades mentales del hombre. Ésta es la facultad de juzgar particulares sin subsumirlos en reglas generales que pueden ser enseñadas y aprendidas hasta que conforman hábitos que pueden ser reemplazados por otros hábitos y reglas (Arendt, 1978a: 192-193, cursivas en el original).

En este fragmento de The Life of the Mind puede verse la sucesión casi inmediata que poseen el pensar y el juzgar en situaciones límite. Si se deja que ambas facultades operen sin interferencia, es decir, si el sujeto no posee el deseo de silenciarlas, las mismas naturalmente tienden a roer las certezas y pretendidas infalibilidades correspondientes a cualquier patrón socialmente consagrado de conducta[86].

Y si bien Arendt aclara que el pensamiento posee un cariz político rápidamente se ocupa en añadir que es el juicio la más política de todas las facultades de la mente humana porque, como ya se hubiese insistido previamente, al igual que la voluntad trata sobre particulares y elementos del mundo de las apariencias, y no sobre generalidades y concepciones abstractas[87] (Arendt, 1978a: 199). La acción política está constituida por una serie de eventos particulares, y el pensar solamente puede proporcionar generalidades vacías que nunca alcanzan a precisarla y a brindar datos sobre su significado (Arendt, 1978a: 200).

Por eso es que el thinking no puede por sí mismo impedir la aceptación de un prejuicio o de una tradición, ya que éstos conducen a obrar de una manera predeterminada en casos puntuales pertenecientes al espacio fenoménico, a lo aparente, requiriendo así que sea el juicio reflexionante el que desempeñe cabalmente esta función[88].

Por otra parte es interesante detenerse sobre la identificación de quien continúa pensando y juzgando cuando todos los demás han cesado de hacerlo. A ciencia cierta si bien para desarrollar ambas facultades es necesario retirarse del mundo de las apariencias, lo que es puesto en evidencia en el párrafo citado es que una vez que se ha pensado y juzgado sobre lo que sucedió y sucede y se decide no tomar parte de ello se toma la resolución de ser diferente a la mayoría, de colocarse en una posición notoriamente desventajosa frente al clamor social.

Simplemente el no actuar, la pasividad, la no realización de lo que los demás efectúan adquiere en el contexto de la excepcionalidad el carácter de un acto[89]. Así en un entorno crítico lo pasivo deviene no sólo activo sino destacado y llamativo. Aún el seguir procesando información dentro de la vita contemplativa puede conformar un tipo de acto cuando el ejercicio de sus facultades es absolutamente censurado por parte del poder. La independencia ínsita al enjuiciar de forma reflexionante, el no aceptar ningún paradigma como incontestable, es lo que eventualmente deviene intransigencia frente a lo que se clasifica como incorrecto, nocivo y erróneo.

El juicio determinante no puede, bajo ningún aspecto, desempeñar esta función. Su tarea consiste en aplicar lo ya elaborado a lo nuevo, en homologar lo recién creado a la luz de lo consagrado con anterioridad. El reflexionante, en contraste, debe mantenerse en principio fiel a lo inédito, a lo recién emergido en el mundo, a fin de colegir por completo sus cualidades y posteriormente decidir si éstas presentan resonancias con otros elementos ya existentes y conocidos.

Es claro que este tipo de facultad iba a ser la preferida, en lo tocante a la esfera pública, por una autora que hace del surgimiento de lo nuevo en la Tierra la base de su teoría sobre la regulación comunitaria y participativa de los asuntos mundanos:

La facultad de juzgar particulares (tal como fuese ideada por Kant), la habilidad para decir “esto está mal”, “esto es bello” y demás, no es lo mismo que la facultad de pensar. El pensar trata con invisibles, con representaciones de cosas que se encuentran ausentes; el juzgar siempre concierne a los particulares y a elementos al alcance de la mano. Pero ambos están interrelacionados… […]. Si el pensar –el dos-en-uno del diálogo insonoro– actualiza la diferencia dentro de nuestra identidad tal como es dada en la conciencia de sí, resultando por ende la conciencia como un producto conexo, entonces el juzgar, el producto secundario del efecto liberador del pensamiento, realiza el pensar haciéndolo manifiesto en el mundo de las apariencias, en donde nunca estoy solo y siempre demasiado ocupado para ser capaz de pensar. La manifestación del viento del pensamiento no es el conocimiento, es la habilidad para distinguir entre lo correcto y lo erróneo, lo bello y lo feo. Y esto, en los raros momentos en donde se deben adoptar decisiones difíciles y trascendentes, puede de hecho prevenir catástrofes, al menos para el propio yo (Arendt, 1978a: 193).

La recíproca conexión entre el pensamiento y el juicio queda asentada[90]. Aquél posibilita que la crítica y el cuestionamiento a los propios actos no desaparezcan en la inmanencia mediante la división interna del “dos-en-uno”. Sólo el silenciar este diálogo interior podría tener como consecuencia directa que no sea necesario juzgar lo que se hace, produciendo así el obrar thoughtless, carente de pensamiento.

Mas si se examina detenidamente lo que se hizo por sí mismo o por otros no puede evitarse que, en circunstancias complejas y arduas, se aplique el juicio reflexionante por sobre el determinante y se contemple exhaustivamente lo acontecido a fin de extraer su significado y sus potenciales implicancias prácticas.

De esta manera, si bien Arendt (2006d: 720, 722) explícitamente indica que el juzgar debe dirigirse hacia asuntos del pasado, implícitamente demuestra en esta sección que en realidad esta facultad, acompañada obligatoriamente por el despertar crítico causado por el pensamiento, también resulta de extrema utilidad en ocasiones controvertidas del presente y, por fuerza mayor, del futuro.

Por este rodeo pragmático el enjuiciamiento no solamente tiene importancia para entender lo que pasó, sino que en base a sus conclusiones puede orientarse la conducta actual y la potencial. De esta manera queda fundamentada su relevancia para los tres planos temporales de la existencia humana que no intenta uniformar, dedicándose primordialmente a uno de ellos[91].

El pensar, abocado a cuestiones generales y trascendentes, no puede por sí mismo dirigirse y manifestarse en lo aparencial. El enjuiciamiento permite que su ímpetu erosivo pueda hacerse presente en los asuntos mundanos, dándole una nueva realidad al debate insonoro de la inmanencia. El juicio reflexionante deviene consecuentemente en el socio vital del pensamiento para lo pragmático.

La colaboración y cooperación entre ambas facultades corre en paralelo con aquella que originariamente existe entre las pertenecientes a la vita activa[92]. El vínculo armonioso subyacente permite en principio un funcionamiento coherente del ser humano, coordinando su mundanidad y su interioridad[93]. Es en base a la resistencia a entregar este diseño integral de la ontología del hombre a la aceptación ciega y permanente de los mandatos sociales o estatales que se justifica el ejercicio ya sea de la no obediencia como de la desobediencia lisa y llana[94].

La posibilidad de “prevención de catástrofes” es algo no menor para Arendt. Tal como se ha comentado desde el primer capítulo de este texto, tanto en base a su propia experiencia personal como en su carácter de contemporánea de algunos de los acontecimientos más atroces registrados en la historia humana, la pensadora busca a lo largo de su corpus bibliográfico diversos modos de combatir lo maligno.

Intenta una explicación en 1951 que, absorta en la grandiosidad de las matanzas nazis y soviéticas, no deja de presentarle problemas cuando precise más acabadamente su sistema de la actividad y de la mentalidad del hombre. Tal es así que desde 1963 redirige su mirada hacia una alternativa que le restituya a este último tanto su responsabilidad por lo cometido como su capacidad para entenderlo, al menos en parte.

El pensar y el juicio reflexionante devienen, hacia el final de su vida, en herramientas clave de este empeño. Ambos complementan a la vita activa, orientándose a encontrar el sentido último de lo registrado en ésta para poder a su vez aprobar o desaprobar futuros cursos de acción. El enfrentamiento arendtiano con el mal, hacia 1975, parecía dirigirse hacia una versión final en la que sus obras pudieran integrarse de forma armónica. Este panorama, truncado por su muerte, precisa de una última exploración sobre las respuestas prácticas a adoptar frente a la malignidad.

¿Qué hacer, por ejemplo, cuando se ha juzgado que el régimen político vigente no es total o parcialmente apropiado y que, a pesar de ser consagrado y aceptado por la mayoría de la comunidad de la que uno es miembro, se desea emitir una respuesta que discrepe taxativamente con él? Ésta será la problemática abordada en el siguiente capítulo.


  1. Este interés ya había sido explicitado en 1971 en “Thinking and Moral Considerations” (Arendt, 2005c: 163-165).
  2. Por estos motivos Arendt (1978a: 53-57) infiere más adelante que la ciencia y técnica son “razonamientos de sentido común”, ligados a la veracidad de sus observaciones sobre lo factual y no a la búsqueda del significado último de lo observado. A la luz de los factores causales aquí citados, sorprende que Hahn (2007: 15) asevere que The Life of the Mind no se ocupa explícitamente de la política, cuando en sus primeras práginas se aclara abiertamente que esa será la óptica a partir de la cual la autora explorará las facultades mentales del hombre.
  3. En The Human Condition ya había sostenido idénticas apreciaciones: “por lo que es imposible alcanzar a partir de la mera conciencia de las sensaciones, en la que uno siente sus sentidos y en la que incluso el objeto sentido pasa a ser parte de la sensación, la realidad con sus formas, aspectos, colores y constelaciones” (Arendt, 1998: 281). Asimismo puede citarse a The Promise of Politics: “Si alguien quiere ver y experimentar el mundo como «realmente» es puede hacerlo sólo si lo entiende como algo que es compartido por muchas personas, que yace entre ellos, los separa y los une, mostrándose de manera diferente a cada uno y que puede comprenderse solamente en la medida en que muchas personas pueden hablar sobre él e intercambiar sus opiniones y perspectivas con el otro…[…] El mundo solamente emerge en su objetividad y visibilidad desde todos lados en el marco de la libertad de conversar el uno con el otro” (Arendt, 2005b: 128-129, cursivas en el original). Véase también Arendt (2005e: 117).
  4. Arendt (1978a: 26) agrega que nadie tuvo éxito en vivir en un mundo que no se manifieste voluntariamente.
  5. Arendt (1978a: 72) asigna a las pasiones, sentimientos y emociones al alma, que no actúa sino que sufre o padece [pathein] lo que le sucede al sujeto, a pesar de ser igualmente invisible e inmanente como la mente. Mas ésta última se basa en la pura actividad que puede ser comenzada y detenida a voluntad, algo inconcebible con respecto al ámbito emocional.
  6. Ya en La condición humana Arendt (1998: 208) sostenía: “…sin un espacio de aparición y sin confiar en la acción y el discurso como modo de estar juntos, ni la realidad del propio yo, de la propia identidad, ni la realidad del mundo circundante pueden ser establecidas fuera de toda duda”.
  7. Arendt (1978a: 103, 109) agrega a la analogía, al ejemplo y al emblema (en tanto ilustración visible de algo invisible) como otros recursos relevantes utilizados por el pensamiento, que los adopta como modelos para la práctica.
  8. Es decir aquellos utilizados por Arendt para criticar a quienes suscribieron a la teoría de los dos mundos.
  9. Arendt (1978a: 46-47) posee reparos extremos frente al solipsismo, al que considera sin fundamento y al que rechaza justamente por sus características erosivas de la comunidad en la que el solipsista, a su pesar, pertenece. En La condición humana se refirió con sorna al “…juego de la mente consigo misma, que sucede cuando ésta se cierra a toda realidad y se “siente” sólo a sí misma” (Arendt, 1998: 284).
  10. “…el sentido común ocupa tan alto rango en la jerarquía de las cualidades políticas porque es el único sentido que asimila la realidad como un todo a partir de nuestros cinco sentidos estrictamente individuales y los datos estrictamente particulares que perciben. Es por virtud del sentido común que puede saberse que las otras percepciones sensoriales revelan la realidad y no se sienten meramente como irritaciones de nuestros nervios o sensaciones de resistencia de nuestros cuerpos” (Arendt, 1998: 208-209). Nuevamente encontramos que en 1958 el sentido común es quien ocupa el lugar par excellence como vínculo tanto entre el individuo y su comunidad como entre aquél y el mundo en general. En esta instancia el common sense es equiparado a lo que en otra ocasión Arendt señala, siguiendo a la Crítica del Juicio de Kant, como sensus communis, aquella capacidad mental adicional que hace que las personas se adapten a una comunidad al promover la comunicabilidad de sus experiencias a los otros. Para el filósofo de Königsberg esta función es análoga al juzgar y debe tomar en consideración los juicios posibles de los demás. Para ello se debe pensar por uno mismo, colocarse en el lugar de todos los demás [enlarged mentality] y estar de acuerdo con uno mismo (Arendt, 1992: 70-71). Beiner (1992: 92) automáticamente asimila esta suposición kantiana a Arendt, descartando que ésta hubiese estado a favor de considerar la inclusión de juicios de interlocutores reales. Como se discute más adelante, esta aseveración no puede ser sostenida por completo en base a las propias sentencias arendtianas al respecto.
  11. Un caso especial es la aparición de la propia persona. La elección es el factor más importante en la propia presentación ante los demás porque se opta deliberadamente entre los diversos tipos de conducta que es posible adoptar en el mundo, constituyendo así la personalidad o el carácter (Arendt, 1978a: 37). La hipocresía es el aparecer de una manera diferente a lo que se es, así como el no poder persistir y ser consistente con uno mismo (Arendt, 1978a: 36-37). De allí que el hipócrita es aquél que busca engañar a los demás y también a sí mismo mediante el despliegue público de lo que no es. En el caso de desenmascararlo no se logrará revelar su verdadera identidad, sino simplemente destruir el engaño (Arendt, 1978a: 39). Esta aseveración puede compararse con los otros comentarios arendtianos al respecto, por ejemplo aquellos presentes en OR comentados en el segundo capítulo. Véanse asimismo las notas 76, 207 y 225.
  12. En febrero de 1951 en el Denktagebuch Arendt (2006d: 58) había hecho alusión a que el juicio permite disipar el vértigo causado por la multiplicidad de puntos de vista sobre el mundo, y había indicado que dicha facultad debía ejercerse “…sin la pretensión de tener el todo en las manos…”. En noviembre de 1969 agregó que “…el juicio me familiariza con el mundo de la aparición, o sea, con el mundo en el que vivo” (Arendt, 2006d: 734).
  13. Arendt (1978a: 53) apunta que los filósofos, en tanto pensadores profesionales que poseen como tarea el abstraerse del mundo, incurren más seguido en la pérdida del sentido común, un defecto que igualmente puede caracterizar a todos los seres humanos.
  14. Para Arendt (1978a: 60) el intelecto “aún es de este mundo”, mientras que el pensar razonado necesita, como ya se hubiese referido, retirarse momentáneamente de él. En “The Crisis in Culture”, por el contrario, el sentido común se hallaba estrechamente ligado al juzgar (Arendt, 2006c: 218).
  15. Arendt (1978a: 61-62) no postula una oposición irreconciliable entre Vernunft y Verstand, sino que estima que aquella es la condición a priori de ésta, a la que puede auxiliar pero postergando en ello sus propias metas como actividad independiente.
  16. Recuérdese, como se sostuviera en la nota 168, que el término thoughtlessness había sido traducido en la versión española de EJ como “irreflexión”. Aquí puede encontrarse mayor justificación para rechazar esta alternativa. Arendt se refiere a la reflexión en TLM en tanto procesos que vuelven al sujeto que los genera, por ejemplo: “Las actividades mentales mismas atestiguan por su naturaleza reflexiva la dualidad inherente en la conciencia” (Arendt, 1978a: 74) o “…incluso el juicio, la menos reflexiva de las tres [actividades mentales], se recoge, actúa sobre sí misma” (Arendt, 1978b: 69). En el Denktagebuch dejó asentado en Marzo de 1970 que todas las capacidades mentales cuentan con una “doble intencionalidad”, pudiendo dirigirse “..al mundo, o bien a sí mismas. Esto explica la duplicidad de pensar y conocer, de querer y apetecer, de juicio que reflexiona y juicio que subsume” (Arendt, 2006d: 747).
  17. Arendt (1978b: 69) aclara que el juicio, aún cuando es la menos reflexiva de las tres actividades de la mente, también requiere eventualmente de la vuelta sobre sí.
  18. Este es un tópico que se reedita en numerosas obras arendtianas. Entre ellas merece destacarse lo mencionado en OT y THC debido a que allí es en donde se brindan las definiciones más acabadas sobre aquél y la relación que guarda con lo político. La soledad había sido abordada en OT (Arendt, 1994: 474-478) y en THC (Arendt, 1998: 59, 76, 212-215), en donde también se habían descrito las características de la solitud (Arendt, 1998: 22, 76, 237). En OT esta última noción había sido definida, en el tercer volumen, en contraposición a la soledad (Arendt, 1994: 476-478) y registra un uso independiente de la misma (Arendt, 1994: 66, 80, 191, 451) salvo en una única oportunidad, en el primer volumen, en donde se las menciona como si fuesen sinónimas (Arendt, 1994: 87).
  19. Arendt (2005c: 90-93) ya había abordado el tópico del “dos-en-uno” a mediados de los años sesenta en su curso titulado “Some Questions of Moral Philosophy”.
  20. Más adelante Arendt (1978a: 88) añade que las facultades de la mente pueden conocerse en tanto y en cuanto perdure su ejercicio ya que son pura actividad, siendo imposible así volver a experimentar o evocar fidedignamente su naturaleza si no se las realiza. En 1970, en el curso posteriormente publicado como Conferencias sobre la filosofía política de Kant, ya había mencionado que el proceso del pensamiento se basa en un diálogo inmanente del yo consigo mismo [das Reden mit sich selbst] (Arendt, 1992: 37, 40).
  21. Arendt (1978a: 100-101) admite la posibilidad de que exista pensamiento sin palabras, reconociendo el pensar de civilizaciones basadas en signos e ideogramas. En este caso entiende que la mente tratará con imágenes en vez de con un diálogo insonoro y deduce que esta posibilidad también sostiene la primacía de la visión respecto a los demás sentidos en lo tocante al pensamiento.
  22. En paralelo, otras vías para reintegrar a quien piensa en el ámbito de lo aparente son las propias necesidades corporales y las exhortaciones de los otros a tal efecto (Arendt, 1978a: 110).
  23. En el seminario sobre la Crítica del juicio impartido en 1970 Arendt (1992: 79-80) presenta una idéntica diferenciación entre la imaginación productiva y la reproductiva, aclarando que aquella no desempeña su función creadora por entero ex nihilo, sino que opera con elementos que ya se encuentran en la realidad. Asimismo define a la imaginación y la reflexión como dos operaciones mentales necesarias al juicio en particular y no al pensamiento en general (Arendt, 1992: 68).
  24. “Todo pensamiento exige un detente-y-piensa [stop-and-think]” (Arendt, 1978a: 78, cursivas en el original).
  25. En Willing Arendt (1978b: 12) aclara que la suspensión provisoria de la temporalidad y de lo espacial le confiere a la vida mental un aura de misticismo que no contribuye a visualizar lo ordinario que también caracteriza a la experiencia.
  26. Quien representa más acabadamente este procedimiento para Arendt (1978a: 172-174) es Sócrates, quien en su rol de “partera” ayuda a destruir lo que no es útil de los pensamientos y derivar sólo lo que se percibe como tal. Esto también puede verse en la “Introduction into Politics” cuando se explora el papel de la mayéutica en el pensamiento socrático (Arendt, 2005b: 13-16, 19-21).
  27. Igualmente, como lo pautase Arendt (2006d: 88) en mayo de 1951, esto no implica aproximar al juicio o a las facultades mentales en general a la “…exigencia estúpida de la libertad valorativa”, sino antes bien el indicar que no es deseable subsumir lo pensado a parámetros que se pretenden inmutables, ya que eso es propio, por ejemplo, tanto del juicio determinante como de las ideologías, tal como lo aclarase en Marzo de 1966 (Arendt, 2006d: 637).
  28. En consonancia con esta déformation profesionnelle existen en la filosofía post-medieval ciertas críticas hacia la volición como su carácter contingente, su voluntarismo e incluso la puesta en cuestión de su misma existencia (Arendt, 1978b: 23-28).
  29. Contra este carácter dominador escribirán tanto Nietzsche (Arendt, 1978b: 161-162) como Heidegger (Arendt, 1978b: 173, 177-179). En “¿Qué es la libertad?” Arendt (2006c: 144) había presentado una objeción a quienes consideraban que esta facultad pudiera ser la encargada de comenzar una acción libre: “…debe resultar extraño que la facultad de la voluntad, cuya actividad esencial consiste en dirigir y ordenar, sea quien albergue a la libertad”. Idéntica apreciación se halla en unas notas preparatorias para una clase sobre Dostoievski, en la que explica más detalladamente otro tipo de obstáculo existente entre la volición y la acción libre: “…si entiendes que la libertad es la facultad de elegir entre dos alternativas, es decir entre el bien y el mal, nunca puedes estar seguro de que eres libre: la alternativa por la que te decides ejerce una fuerza de atracción sobre tu voluntad y la voluntad ya no es libre” (Arendt, 2007c: 279). Es decir que además de su naturaleza imperiosa la volición no es impermeable a la influencia de las opciones entre las que debe inclinarse, lo cual añade así un nuevo obstáculo a una relación directa con la libertad como la que detentan los actos en la esfera pública. En “Some Questions of Moral Philosophy” Arendt (2005c: 283) agrega que la voluntad es libre en tanto incondicionada por el deseo, lo que la aproximaría al juicio al poder deliberar en forma imparcial sobre cuál opción escoger (previamente Arendt (2005c: 27) había advertido que el juicio no puede dejarse llevar por la emoción o el propio interés, sino que debe surgir en forma espontánea). También en ese texto se puntúa que la volición, además de dirigirse al futuro, puede hacerlo respecto a lo existente al afirmar o negar su valor e interés (Arendt, 2005c: 283).
  30. El afán voluntarista por modificar y alterar lo existente produciendo nuevas realidades, de ser posible de aplicar al pasado, destruiría asimismo todo lo sucedido para poder reeditarlo en formas novedosas, bajo el supuesto de corregir y enmendar lo erróneo. Esto es una herejía, para determinados exponentes del pensamiento religioso, ya que se busca negar lo que la divinidad ha permitido, es decir deseado, que exista (Arendt, 1978b: 39).
  31. El descubrimiento cristiano del no-quiero [I-nill], de la resistencia al querer, funda teológicamente la explicación sobre la desobediencia a la ley y la ejecución del mal (Arendt, 1978b: 68-69). El caso opuesto está ejemplificado por Duns Scoto, quien ve en la anulación mutua de dos voluntades contrapuestas la capacidad que la mente humana posee para optar por la libertad de cualquier influencia externa al momento de adoptar una decisión (Arendt, 1978b: 130-131).
  32. En 1964 en una entrevista con Gunter Gauss Arendt (2005a: 1-2) rechaza ser catalogada como filósofa, ya que entiende que es imposible que los filósofos presenten algún tipo de objetividad respecto a los asuntos políticos.
  33. Idéntica crítica ya había sido realizada en el artículo “What is Freedom?”, publicado en Entre pasado y futuro. Allí Arendt (2006c: 142-147) sostiene que la libertad no puede experimentarse en la inmanencia y nuevamente endilga a la tradición filosófica la culpa por haberla colocado en la interioridad, en el mero sentimiento de ausencia de restricciones que posee la libertad interna, desconociendo que esta última es políticamente irrelevante y que los hombres son libres sólo cuando actúan políticamente con el resto de sus conciudadanos en un ámbito destinado a tal efecto.
  34. Arendt (1978b: 200) concede que en circunstancias extremadamente propicias e inusuales es posible prolongar la conversación interna con un amigo, en tanto éste es otro sí-mismo, tal como lo plantease la teoría aristotélica. Había hablado parcialmente a favor de esta posibilidad en “Karl Jaspers: A Laudatio” (Arendt, 1995: 71-80), tomando como ejemplo la relación del autor de La bomba atómica y el futuro del hombre mantuvo consigo mismo durante el nazismo, en tanto imposibilidad de vincularse con otros hombres que desearan pensar independientemente.
  35. Canovan (1983: 107) describe adecuadamente esta confusión, diciendo que Habermas “…traduce los conceptos de Arendt de acuerdo a su propia terminología, lee su propia teoría en ellos y entonces, cuando se ve forzado a reconocer que las conclusiones de aquella son diferentes a las suyas la acusa de fracasar en la comprensión de las implicancias de su propia teoría”. Más adelante añade: “Debido a que Habermas se halla preocupado con la discusión, no repara en la atención de Arendt para con la acción” (Canovan, 1983: 109, cursivas en el original). Lo expuesto por Luban (1979) concuerda completamente con el planteo anterior, recordando que Habermas se basa ampliamente en un concepto estrecho de comunicación, no en el de la acción en conjunto (Luban, 1979: 83, 85).
  36. En ese sentido el poder político, al igual que la libertad que puede disfrutarse en la esfera pública, es siempre limitado (Arendt, 1978b: 201).
  37. Las Lectures fueron presentadas en una primera versión en la Universidad de Chicago en 1964 y en una posterior en la New School for Social Research en 1970, habiendo discutido material sobre el juzgar en cursos de los años 1965 y 1966 en ambas casas de altos estudios (Beiner, 1992: vii-viii). En el prefacio del volumen su editor Ronald Beiner (1992: vii-viii) comenta que estos textos inéditos son publicados para dar acceso a ideas que la autora no alcanzó a desarrollar por completo mientras vivió. El problema con su criterio editorial surge cuando admite que otros materiales utilizados por Arendt en sus clases no fueron incluidos ya que en algunos casos solamente reiteraban lo dicho en las Lectures (lo cual es un argumento razonable) mientras que en otras oportunidades mostraban inconsistencias con relación a perspectivas que diferían de primeros bocetos o versiones de la autora. Este último parámetro demuestra la arbitrariedad de Beiner al momento de seleccionar el material a publicar del acervo arendtiano depositado en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos (Beiner, 1992: viii), de donde fueran extraídos los documentos que finalmente verían la luz en el volumen editado bajo su cuidado. Por lo tanto lo contenido en las Lectures on Kant’s Political Philosophy no debe colocarse en pie de igualdad con lo sostenido en los escritos publicados por Arendt o con intención de publicación eventual (como The Life of the Mind) tanto por haber sido utilizados exclusivamente como material preparatorio de sus cursos como por hallarse reunidos bajo un parámetro decidido particularmente por su editor, dejando de lado otros textos que podrían también ser de utilidad para los estudios sobre el pensamiento de la autora.
  38. Publicada bajo el nombre de “Society and Culture” en la revista Daedalus (Young-Bruehl, 2004: 542).
  39. En los papeles que contribuirían a escribir un volumen nunca finalizado que se hubiera denominado Introducción a la política, se hallan apreciaciones que concuerdan con lo sostenido en The Life of the Mind, fundamentalmente aquella que dice: “Sin embargo dentro de ese ámbito [el social] no pretendemos juzgar, y nuestra renuncia a esa pretensión, nuestra sustitución del juicio por el prejuicio, resulta peligrosa sólo si se expande al ámbito político, en donde es completamente imposible que funcionemos sin el juicio, sobre el cual el pensamiento político se basa esencialmente” (Arendt, 2005b: 100-101). Lamentablemente Arendt no pudo articular estas impresiones preliminares en Eichmann en Jerusalén, debiendo aguardar a los textos producidos con posterioridad a este último para seguir desarrollándolas en forma más acabada. Existe una relativa controversia en torno a la fecha de elaboración de “Introduction into Politics”. Los múltiples manuscritos que deberían haber conformado el volumen fueron redactados según Birulés (2005: 9) entre 1956 y 1959, según Young-Bruehl (2004: 293, 325-326) entre 1952 y 1958 y, finalmente, según la editora alemana Ursula Ludz (2005: 153-156) (quien los publica bajo el título de ¿Qué es la política? [Was ist Politik?]) existirían además elementos utilizados en el texto que fueron escritos a partir de 1950. Probablemente el testimonio más confiable al respecto sea el de Jerome Kohn, quien en la introducción a The Promise of Politics relata que la idea del libro surgió en el marco de una visita a Karl Jaspers en 1955 (Kohn, 2005a: viii), pensado como un complemento de Einführung in die Philosophie, y que las primeras secciones datan de 1956 y 1957 mientras que las últimas corresponden a 1958 y 1959, siendo abandonada en 1960 la idea de la publicación del texto (Kohn, 2005a: xvii). Por lo tanto los materiales anteriores a 1956 incorporados a las ediciones de este documento deben entenderse como agregados provenientes de otro tipo de escritos (tales como un cuaderno de notas con “…anotaciones desde 1942 hasta 1950” (Ludz, 2005: 155).
  40. El 29 de agosto de 1957 Arendt le confiesa a Jaspers su fascinación con la Kritik der Urteilskraft, aclarándole que es allí, y no en la Crítica de la razón práctica, en donde se halla escondido lo central de su political philosophy. Para ella Kant es el primer pensador que consagra al juicio como un gran tema de la filosofía en tanto disciplina (Arendt, 1978a: 215). Su posición sobre el tópico en esta obra difiere de aquella expuesta en “The Concept of History”, en donde dice que la modernidad produce una subjetivización de lo que se percibe en detrimento de los elementos que objetivamente existen, lo que incidió en que los juicios carecieran de sustento ya que solamente se sostenían en “…la más baja de todas las sensaciones, la sensación del gusto” (Arendt, 2006c: 53). A su criterio el gusto posibilitaría que la arbitrariedad y el capricho sean la única definición de lo real. Curiosamente en el mismo volumen en que se encuentra este texto, Between Past and Future, se halla otro en donde se evidencian apreciaciones apreciativas de la temática del juzgar: “The Crisis in Culture”. Allí puede leerse que la base de esta facultad consiste en el gusto, el cual posee la función de discriminar y distinguir y no ha sido suficientemente definido por la filosofía occidental (Arendt, 2006c: 211). Arendt (2006c: 210-211, 216) infiere que incluso en la oración fúnebre de Pericles, tal como fuere registrada por Tucídides, se alude a la euteleia, la facultad de elegir objetivos gracias al juicio, el discernimiento y la discriminación, es decir, el gusto. En Lectures on Kant’s Political Philosophy Arendt (1992: 66-68) recupera la contrariedad plasmada en el primer artículo previamente referido, sosteniendo que, tal como lo Kant lo identificase, efectivamente el taste es altamente idiosincrásico pero debido a su fidelidad en la percepción de lo particular en tanto particular es el sentido escogido para servir como ejemplo de la facultad de juzgar. Véase asimismo Arendt (2006d: 661).
  41. Una posición contrapuesta es la de Kateb (2001: 121-123), quien entiende que Arendt busca convertir los fenómenos políticos en estéticos, sujetando a aquellos a los estándares de estos últimos.
  42. Arendt (1978a: 61) entiende que las únicas verdades existentes son las factuales porque sólo ellas pueden ser verificadas y corroboradas en el mundo de las apariencias. Ya en “¿Qué es la autoridad?” había mencionado que la verdad posee una gran capacidad de coerción sobre la mente humana, mayor que la propia de la persuasión y la discusión, aún prescindiendo de la violencia (Arendt, 2006c: 107). En “Verdad y política”, si bien se reitera esta característica, también se subrayan no obstante los vínculos entre las verdades factuales y la opinión política, aclarando que ésta se basa en información suministrada por aquella. Éste énfasis responde a las duras críticas a las que Arendt fue sometida por lo publicado en Eichmann en Jerusalén, tal como se aclara en la nota introductoria al artículo, por lo que lo escribe a modo de defensa, recordando que las apreciaciones contenidas en ese libro se basan en datos reales (Arendt, 2006c: 223-235). Este último punto está en consonancia con lo expresado en la conferencia “Intellectuals and Responsibility” (Arendt, 1967), en donde se dice que el intelectual tiene por función el decir verdades públicamente.
  43. En julio de 1951 Arendt (2006d: 113, subrayado en el original) deja asentado que: “«Deducir siempre lo uno de lo otro» significa prescindir de los hombres y del mundo, significa convertir una opinión cualquiera en premisa”. En 1961 en el prólogo a Entre pasado y futuro Arendt (2006c: 13) hacía mención a un pensar que “…es diferente de procesos mentales tales como la deducción, la inducción y el extraer conclusiones cuyas reglas lógicas de no contradicción y consistencia interna pueden ser aprendidas de una vez y para siempre, necesitando entonces nada más ser aplicadas”. Si bien la alusión es al pensar y no al juzgar, la intención de la crítica hacia todo procedimiento que aniquile mentalmente la espontaneidad y originalidad de la experiencia es la misma. Arendt (2006c: 64, 225) opina que Heródoto, quien quería “decir lo que era” [legein ta eonta], postulaba que había comprender a cada evento por sí mismo, sin necesidad de remitirlo a una totalidad que le otorgara su significación, algo que la modernidad no realiza. Igualmente no todo el ejemplo griego es homogéneo. Arendt (2006c: 109-111) identifica en la doctrina platónica de las ideas el primer gran ejemplo de un proyecto político que pretende que todo lo existente se subsuma a estándares absolutos interpretados por el rey-filósofo, y cuenta que incluso Kant, quien a su parecer poseía un concepto del juicio humano muy diferente y mucho más profundo, esporádicamente rescataba la capacidad de subsunción de lo particular en lo general como una de sus funciones esenciales. Con posterioridad a Platón la aceptación de la teoría de los dos mundos lleva a que la práctica política se remita a criterios trascendentes provenientes de la contemplación filosófica, en la Antigua Grecia y en la recuperación del legado de ésta en la tradición romana, y teológica, cuando impere en el Medioevo el cristianismo que reinserta a la filosofía griega dentro de su dogma (Arendt, 2006c: 113-115, 127-134, 136).
  44. “La cultura y la política se pertenecen porque lo que está en juego no es el conocimiento o la verdad, sino mas bien el juicio y la decisión, el juicioso intercambio de opinión sobre la esfera de la vida pública y el mundo común, y la decisión sobre cuál curso de acción se adoptará en éste, así como también de qué manera se verá de ahora en más, qué tipo de cosas aparecerán en él” (Arendt, 2006c: 219-220).
  45. En Rahel Varnhagen Arendt (1974: 153) había caracterizado a la comprensión como aquel tipo de racionalidad que toma en consideración a los otros sin no obstante relegar su independencia.
  46. La gran interrupción que provoca lo no concebible y no pretederminado por la tradición queda de manifiesto en esta frase de Arendt (2006c: 265) perteneciente al artículo “The Conquest of Space and the Stature of Man”: “El problema es que lo que desafía la descripción en términos de los “prejuicios” de la mente humana desafía la descripción en cada forma concebible del lenguaje humano”.
  47. En otro fragmento del mismo período (Ludz, 2005: 156) Arendt (2005b: 152) sostiene que la legitimidad inherente de los juicios se pierde “…cuando no son más aptos para que la persona no necesite hacer un juicio sobre una parte de la realidad”, y dice que la pérdida de realismo del prejuicio sustenta la interpretación fundamentalista que de los mismos se hace en las ideologías o cosmovisiones.
  48. Arendt (1978a: 45) igualmente aclara que el pensamiento tampoco puede trascender o abandonar al mundo por completo. Mas el juicio permanece en más estrecha conexión con este último.
  49. Una diferencia al respecto existe entre dos fuentes esenciales del pensamiento arendtiano: la antigua Grecia y Kant. Tal como la misma es relatada en Lectures on Kant’s Political Philosophy, mientras que este último entendía que los acontecimientos históricos debían interpretarse a la luz del progreso materializado a lo largo del decurso de la humanidad, para los ciudadanos de aquella no existía parámetro alguno al que fuera necesario remitir lo sucedido (Arendt, 1992: 56). Para la autora obviamente la perspectiva griega sobre este punto es mucho más seductora que la kantiana.
  50. Algunas de las cuales ya han sido debatidas en capítulos previos. Para una posición similar véase Arendt (2005c: 178).
  51. En “At Table with Hitler”, redactado a comienzos de los años ’50, Arendt (2005a: 291-293) reparó en la inhabilidad y el miedo a enjuciar de las sociedades modernas.
  52. Estas apreciaciones serán retomadas hacia el final del capítulo. El pensar por uno mismo es un elemento importante para la autora, que lo relaciona con el Selbstdenken propuesto por Lessing (Arendt, 1995: 7-11) y visible en Kant (Arendt, 1992: 25, 32, 43), quien al utilizar la palabra “Crítica” en sus títulos buscaba desarrollar al máximo el poder de la razón (Arendt, 1992: 33-35). Como dato de interés relacionado con los reproches que una persona puede hacerse a sí misma Arendt (1978a: 215) se ocupa de diferenciar al juicio de la conciencia, la cual le dice al sujeto lo que hacer y lo que no hacer basándose en una autoridad suprema e inapelable, como Dios o la razón, ubicada por encima del alcance de las regulaciones humanas. Entiende que fue un error común en los asuntos prácticos identificar a ambos, pero las diferencias a su criterio saltan a la vista. El juicio reflexionante no se remite a nada, mientras que la conciencia sí lo hace y de manera autoritativa, siendo por ende más semejante al juicio determinante. Véase asimismo Arendt (1978a: 193).
  53. Contra esta asunción Arendt (1998: 191) expondrá más adelante que no existe principio que pueda limitar totalmente lo inédito e inesperado de la acción política. Asimismo véase Arendt (1998: 17, 264, 287).
  54. Más adelante Arendt (1978a:120; 2002: 143) indica que frente a la verdad evidente por sí misma no es necesario emplear criterios porque ella misma es el criterio, el árbitro final, de todo lo demás. Aquí es útil visualizar por una parte la oposición entre la veracidad inefable e inapelable y los criterios, herramientas que guían al juicio en su búsqueda por encontrar sentido, mientras que por otra parte también resulta de interés reparar en que al criterio se lo equipara con la posición de árbitro, justamente cuando la propia actividad de juzgar será homologada a la misma (Arendt, 1978a: 94). Pero, en contraposición a la distinción entre criterios y principios citada en el cuerpo del presente capítulo, posteriormente Arendt (1978a: 191; 2002: 214) alude al criterio de la acción y no al principio que debe orientarla. Aún más desconcertante es que en las Lectures on Kant’s political philosophy diferencie entre los principios en base a los cuales se actúa y aquellos utilizados para juzgar (Arendt, 1992: 48) y que posteriormente, mencionando la visión kantiana del tópico, hable de las máximas que guían a los actores y aquellas que hacen lo propio con los espectadores, que operan en tanto estándares (Arendt, 1992: 75). En OT menciona que determinadas categorías no pueden ser utilizadas ni para juzgar, asimilar o predecir (Arendt, 1994: 460), equiparando así lo que más adelante será una función mental específica en su teoría, el juzgar, con otros dos procesos que no alcanzarán tamaña importancia. En 1952, reseñando un libro de Leon Poliakov, Arendt (2007a: 460) alude al criterio como guía del juicio, en tanto que en 1954, en “The Crisis in Culture”, Arendt (2006c: 199) vuelve a aludir al criterio como elemento necesario para juzgar: “…el único criterio auténtico y no social para juzgar estos elementos específicamente culturales es su relativa permanencia e incluso su eventual inmortalidad”. Ese mismo año, en “Understanding and Politics”, hizo referencia a los estándares [standards] del juicio moral (Arendt, 2005a: 310) y del juicio a secas (Arendt, 2005a: 316, 321), pero en “Concern with Politics in Recent European Philosophical Thought” habló de la permanencia en tanto criterio para juzgar formas de gobierno (Arendt, 2005a: 429). En esa misma década (Ludz, 2005: 156) en Introduction into Politics sostuvo que las metas que orientan a la acción “…establecen los estándares [standards] bajo los cuales debe juzgarse todo lo que se hace, van más allá o trascienden lo que se hace en el mismo sentido en que cada medida trasciende lo que tiene que medir” (Arendt, 2005b: 194) (en la versión castellana se traduce a standards como criterios: “…establecen los criterios conforme a los que debe juzgarse todo lo que se hace” (Arendt, 2005e: 133-134). En el mismo período en “On the Nature of Totalitarianism” apeló a los estándares sobre lo correcto y lo incorrecto [standards of right and wrong] que se derivan de los principios de la acción (Arendt, 2005a: 334-335). En “Some Questions of Moral Philosophy” especificó que los estándares por los que se juzga al mundo son políticos (Arendt, 2005c: 80). En THC estipuló, por una parte, que el juicio se basa en estándares (si bien se refiere a juicios sobre factores no políticos (Arendt, 1998a: 173, 299), para proceder en otra ocasión, al hablar de la acción política, a vincularlo específicamente al criterio (Arendt, 1998a: 205). Teniendo en cuenta el entorno de esta última cita, que establece ligazones con el actuar, así como las referencias mencionadas en el cuerpo principal de este capítulo, la interpretación más probable es que es el criterio el que está vinculado al juicio en lo tocante a asuntos políticos.
  55. Lo que Arendt ilustrará con el concepto de “mentalidad extendida” [enlarged mentality].
  56. Como ya se ha mencionado Arendt (1978b: 33) se percata de que la mayor parte de nuestros actos se basan en hábitos, así como la mayoría de los juicios se sostienen en prejuicios, ya que tampoco es posible juzgar cada hecho por separado porque no sería viable responder efectivamente al flujo incesante de estímulos y requerimientos que conforman la existencia humana. Como Arendt (2005b: 99) da también cuenta en Introduction into Politics, la carencia total de prejuicios obligaría a tener una alerta sobrenatural: “…una vida completamente libre del prejuicio requeriría una alerta sobrehumana, una disposición constante a confrontar y ser confrontado por la totalidad del mundo real a cada momento, como si cada día fuese el primero o el último de la creación” (Arendt, 2005b: 152).
  57. Cabe aclarar que Arendt nunca hizo mención de estos “objetos de juicio” en tanto tal, mas su existencia puede ser deducida a partir de las condiciones necesarias para su creación así como para aquellas relativas a los “objetos de pensamiento”, de los cuales dependen lógicamente ya que a su parecer la operación por la que se elimina lo sensorial de estos últimos precede “…todos los procesos de pensamiento, tanto del cognitivo como de aquél que se ocupa del sentido” (Arendt, 1978a: 87).
  58. Esto es lo que Beiner (1992: 152) denomina como función ontológica del juicio.
  59. En septiembre y octubre de 1969 Arendt (2006d: 720, 722) consignó en el Diario Filosófico la relación de las capacidades mentales con lo ausente, estableciendo una conexión entre la volición y el futuro, el juzgar y el pasado y el pensar y lo que se ubica allende la temporalidad. En diciembre de 1963, con ocasión del asesinato de John F. Kennedy, Arendt (1963b) reprobó la tendencia de establecer predicciones en base al transcurso histórico, aplicando categorías históricas al presente con intención de vaticinar los acontecimientos futuros, pervirtiendo así la naturaleza de la tarea, dedicada a analizar eventos pasados.
  60. Idéntica apreciación se halla en las Conferencias sobre la filosofía política de Kant, en donde se sostiene que el espectador, precisamente por no estar involucrado, posee la posibilidad de percibir lo que el actor no puede (Arendt, 1992: 46, 52, 54-55).
  61. La valorización del relato no lleva igualmente a Arendt a suscribir al extremismo kantiano por el cual, tal como lo entiende en LKPP, al darle gran importancia a la comunicabilidad se sostiene que el espacio público está constituido por los críticos y los espectadores, no por los actores (Arendt, 1992: 63).
  62. Kristeva (2006: 70) repara en que el sentido etimológico de istôr, de donde proviene la palabra historia, se refiere a aquel que juzga. En el Postscriptum de Thinking Arendt (1978a: 216) se dedica a reprocharle al historicismo el colocar a principios suprahumanos como el progreso o la misma historia como jueces supremos del devenir temporal por sobre la autonomía de los hombres, cuando en realidad son éstos quienes, al examinar el pasado, lo enjuician (Arendt, 2005a: 319). En el primer ensayo de Entre pasado y futuro, titulado “Tradición y la Edad Moderna”, Arendt (2006c: 34) confronta la actitud romana del sine ira et studio con la pretendida objetividad de las ciencias en la modernidad, entendiendo a aquella como la producción de juicios sin deprecaciones y la búsqueda de la verdad por la verdad misma y sin segundos intereses, en tanto que ésta es criticada en vistas de su falta de compromiso hacia lo estudiado (Arendt, 2006c: 49-53, 87-88). En el siguiente artículo, titulado “The Concept of History”, Arendt (2006c: 41-44) presenta a Heródoto como quien, según Cicerón y la tradición posterior, es el padre de la historia, es decir, de quienes al igual que los poetas bregan por otorgar un soporte durable a las acciones y a las palabras de los actores, las cuales nunca pueden perdurar más allá del instante en el que se pronuncian. No obstante lo cual éste pierde su predominio, ya que la autora recuerda por una parte que la historia, en tanto categoría de la existencia humana, es más antigua que él y que Homero, comenzando con el llanto de Ulises al escuchar su propia vida, mientras que por la otra entiende que fue Tucídides el primero en determinar los estándares de la historiografía (Arendt, 2006c: 44-48). Tanto este último, planteando un relato objetivo que tome en consideración a las perspectivas de todos los involucrados, como Heródoto y Homero, concebían que existen hechos imparciales con los cuales todos pueden ponerse de acuerdo (Arendt, 2005b: 162-166; 2006c: 52; 2005a: 19-20) buscaron dar cuenta de una pluralidad de voces históricas, lo que es aún en el presente, al parecer de Arendt (2006c: 47-51), el más alto tipo de objetividad que se conoce. Idéntica recapitulación es, por último, efectuada al final del artículo “Truth and Politics” (Arendt, 2006c: 258) y en las Lectures on Kant’s Political Philosophy (Arendt, 1992: 56), mientras que en “Understanding and Politics” Heródoto es el único nombrado como ejemplo de la posibilidad de encontrar comienzos y finales en hechos pasados a fin de lograr comprenderlos (Arendt, 2005a: 316).
  63. En LKPP Arendt (1992: 14, 19), estudiando la Crítica del Juicio, apunta que existen tres temas de envergadura: 1) los particulares, quienes deben ser comprendidos por 2) el juicio, el cual a su vez se sustenta en 3) la sociabilidad humana, basada en la comunicabilidad que se desarrolla cuando se admiten las libertades públicas esenciales, como las de pensamiento y expresión.
  64. En el Denktagebuch, en septiembre de 1951 y con referencia a Nietzsche, se detalla el rol de Dios como espectador de lo hecho por el superhombre y, en consecuencia, como el único capaz de encontrar el sentido de lo que éste hizo (Arendt, 2006d: 135). En julio de 1971 Arendt (1971: 780) hace referencia lateral al tema en idéntico autor.
  65. En “The Crisis in Culture” estas actividades se hallan más próximas, ya que si bien al juzgar se revela la identidad y la personalidad de quien juzga, dicho develamiento se produce par excellence en la esfera política (Arendt, 2006c: 220). En septiembre de 1970 en el Diario Filosófico se establece una ligazón entre el asombro ante lo que sucede [thaumazein], el pensamiento y el espectador (lo que en Kant es equiparado al juez). Allí se aclara que se juzga “como si no desempeñara ningún papel” en el mundo de las apariencias, y que esa imparcialidad (entendida como no ser, formar o tomar parte de lo que sucede en la comunidad) quizás sea inhumana (Arendt, 2006d: 773). Como puede verse el momento del enjuiciamiento se basa sólo en una suposición de abandono de la esfera pública, no en un efectivo corte total con la misma. En Lectures on Kant’s Political Philosophy se aclara que si bien el filósofo de Königsberg entendía que quienes juzgan lo hacen con placer contemplativo y deleite inactivo (Arendt, 1992: 15) ello no implica que se sitúen alejados o en una posición de desentendimiento absoluto respecto a lo que sucede en el espacio público. También se expone que, de acuerdo a la teoría kantiana, este último está compuesto por aquellos que pueden comunicar sus pareceres sobre lo acontecido, por lo que en cada actor existe un espectador y un crítico, ya que de lo contrario aquél estaría tan aislado del espectador que no sería ni siquiera percibido (Arendt, 1992: 63). Beiner (1992: 109) entiende que en realidad Arendt, al circunscribir por completo el juzgar a la vita contemplativa a partir de la década del setenta, desdice algunos de sus presupuestos previos sobre la facultad, lo que si bien le otorga mayor consistencia a su teoría a la vez la obliga a omitir referencias a la vita activa, excepto cuando se trate de alguna emergencia política: “Fuera de estos “raros momentos”, el juicio pertenece solamente a la vida de la mente, la comunión de la mente consigo misma en reflexión solitaria” (Beiner, 1992: 139-140). Esta perspectiva es extrema en tanto deliberadamente ignora las relaciones internas entre las facultades mentales, mediante las cuales lo juzgado sirve como precedente para intentar definir los principios y metas de acciones futuras, siendo por supuesto imposible prever su desarrollo y último final (Arendt, 1992: 38, 42). Por el contrario, a partir de una cita de TLM y una tergiversación parcial de un fragmento perteneciente a LKPP, Beiner (1992: 123-125, 138-139, 169) aduce que Arendt desprovee al juicio de toda cualidad política (lo que también es manifestado por Wolin (1978) y Passerin D’Entrèves (1994: 102-104; 2002: 246) y analizado por Canovan (1990). Ninguno de los elementos por él presentados sustancian su hipótesis, tal como sostienen Kohn (2002: 129), Schindler (2003: 141), Tassin (1999: 442, 446-447, 458-459) y Vollrath (2003: 187-190) al defender el enjuiciar de los actores. En The Life of the Mind se postula que el juicio debe retirarse de los asuntos mundanos (Arendt, 1978a: 76) no porque éstos no le interesen sino porque es una actividad necesariamente reflexiva, para la que el sujeto debe volver sobre sí a fin de desarrollarla. A partir de un comentario en LKPP que dice, comentando directamente a Kant, que “[é]stas apreciaciones de juicio estético y reflexivo no tienen consecuencias prácticas para la acción” [These insights of aesthetic and reflective judgment have no practical consequences for action] (Arendt, 1992: 53), Beiner efectúa una tergiversación explicitando que “las «apreciaciones de juicio estético y reflexivo no tienen consecuencias prácticas para la acción»” [the insights of aesthetic and reflective judgment have no practical consequences for action”] (Beiner, 1992: 169), dando la falsa impresión que Arendt entendía que todos los juicios reflexivos serían inútiles para la política. En 2001 Beiner (2001: 99) reitera su parecer desde otro punto de vista, la oposición entre intra e inter subjetividad, indicando que Arendt trascendía el subjetivimo extremo por partida doble, siendo anti-individualista en su filosofía política y anti-comunitaria en su propia práctica como espectadora teórica y crítica (contrario sensu Kohn (1996: 172) repara en que el judgment no es ni subjetivo ni objetivo, sino intersubjetivo en un sentido literal, en donde el punto de vista personal se forma considerando el de los otros). Sostener en ese sentido un total anticomunitarismo al juzgar es llevar a su polaridad máxima una instancia necesaria al juicio, como el retraimiento de la acción y el diálogo inmanente consigo mismo, consagrándola como la única existente. Este mismo cuestionamiento es a la vez postulado por Albrecht Wellmer, quien estima que el juicio se basa en la independencia excepcional de quien juzga frente a la “indiferencia de la mayoría” (Wellmer, 2000: 259-261). Esta argumentación se desvía de los lineamientos teóricos de Arendt, al ubicar al juicio solamente cuando quien juzga se encuentra en oposición con respecto a sus semejantes, y no cuando se desea persuadir y convencer a la ciudadanía de la validez del propio parecer. Desde un punto de vista próximo a Carl Schmitt, Dotti (2000: 871-872) también postula la existencia, en la bibliografía arendtiana, de una separación tajante entre ambas esferas, la mental y la activa. A su parecer Arendt anula cualquier posibilidad de enfrentamiento o conflicto extremo al enfatizar en demasía el momento dialógico y al hacer una equivalencia forzada entre el diálogo y el consenso (lo cual es adoptar completamente la representación habermasiana de la obra de Arendt). Desde esta exégesis el espectador es despolitizado, presentando solamente una narración histórica eminentemente desinteresada (Dotti, 2000: 872), efectuando una neutralización y una estetización de lo político vía la preferencia exclusiva por el diálogo del “asambleísmo pluralista” (Dotti, 2000: 875). A pesar de los cuestionados reproches arendtianos a Platón en particular y a la tradición filosófica occidental en general, Dotti (2000: 882-883) encuentra que la conclusión arendtiana es “…el privilegio del pensamiento respecto de la acción…”, puesto en práctica “…en términos tal vez no totalmente compatibles con el momento republicano participativo, que la filósofa también defiende”. Dejando de lado otras observaciones posibles a estos planteos críticos (como por ejemplo cuántas posibilidades reales para el intercambio político, antagónico o no, quedan por fuera de un espacio público no pacificado (Dotti, 2000: 872), el hecho crucial es que si fuesen válidos carecería de sentido todo el proyecto arendtiano que buscaba explicar porqué el juzgar era la más política de las facultades mentales del hombre (Arendt, 1978a: 192-193; 2006d: 660) y porqué podía, enmarcada en el pensar, prevenir actos malignos (Arendt, 1978a: 193). Es oportuno referir en este contexto a una entrada del Denktagebuch de Marzo de 1970, es decir posteriormente a la elaboración de las clases recopiladas en LKPP: “Es peculiar de todas las capacidades mentales una doble «intencionalidad». Pueden estar dirigidas al mundo, o bien a sí mismas. Esto explica la duplicidad de pensar y conocer, de querer y apetecer, de juicio que reflexiona y juicio que subsume” (Arendt, 2006d: 747). Tal como lo proponen Heller (1987a: 286-287), Lara (2009: 136-137) y Fuster Peiró (2009: 47) el juzgar opera como una “…bisagra entre las esferas de la praxis y la theorein”, articulando así aspectos que de otra forma parecerían no poseer nexo alguno. Este enfoque evita recaer en extremismos de dos tipos, tanto aquellos que enfatizan la independencia y la supremacía absoluta del juzgar como los que, como Brunet (2006: 103), postulan que la acción política es más relevante que quien la contempla. Es factible citar en este punto a Fina Birulés, quien integra ambos puntos en tensión, la independencia de quien juzga y la remisión a la comunidad, al sostener que “…el precepto de pensar por sí mismo jamás debe confundirse con optar por la extraterritorialidad, pues siempre ejercemos el juicio sobre el fondo de un contexto concreto y complejo, de una coyuntura determinada: pensar por sí mismo no es pensar a partir de nada, sino tomar posición, responder de y a lo que nos ha sido dado” (Birulés, 2007: 224). Es decir que no se resigna la autonomía de quien juzga pero tampoco, en contra de lo sostenido por Villa (1997: 197), se omite el trasfondo circunstancial que permite, al formar al sujeto de acuerdo a un determinado conjunto de preceptos valorativos, que éste en su carácter de ciudadano participe del debate público intentando convencer a sus conciudadanos de la justeza de su apreciación, obteniendo así una corroboración (Camps, 2006: 73-74), una “validez contextual” de su juzgar (Sánchez Muñoz, 2003: 94) por parte de la “comunidad de enjuiciamiento” [community of judging] en la que participa (Nedelsky, 2001: 114). Ello ha sido denominado por Canovan (1974: 112) como la “cualidad espacial de lo político”, aclarando que afecta también al juicio, en tanto que Young-Bruehl postula que incluso el juicio, debido a que esta relación con la colectividad contribuye a constituir el ámbito propicio para el desarrollo de la acción política (Young-Bruehl, 2006: 198), también puede ser visto como una forma de felicidad pública (Young-Bruehl, 2006: 179). Serrano Gómez (2002: 119-121) es de la misma impresión, si bien aclara que esta tensión existente entre el individuo y la comunidad, entre la vida activa y la contemplativa, es imposible de suturar por completo, en tanto que Bernstein (1991: 270) y Vollrath (1994: 169) reparan en que es Arendt quien no ha celebrado dicha conciliación. En contraposición a estas posturas Bilsky (2001b: 259) sugiere que el diálogo incesante entre los actores y los espectadores sobre el juzgar es la nota característica de la teoría arendtiana sobre el enjuiciamiento, denominándola “concepción dialógica del juicio”, lo cual también es expresado más suscintamente en Schindler (2003: 140). Horowitz (2002: 249) denomina a la perspectiva arendtiana como “visión populista del juicio”, en contraposición a una elitista o antidemocrática. Rosanvallon, más atinadamente, califica este proceso como una política del juicio, opuesta a una de la voluntad, que cuenta con una función instituyente de la politicidad (Rosanvallon, 2007: 60) basada en “…un espectador activo y comprometido, cuya intervención participa de la institución y la regulación de la polis” (Rosanvallon, 2007: 230-231, cursivas en el original). Mejuto Rodriguez (1994: 179), finalmente, ratifica el parecer de Rosanvallon sobre la posición activa y participativa de los espectadores.
  66. Como cuando Ulises se emociona al escuchar el relato de su propia vida: “Sólo cuando escucha la historia adquiere una conciencia completa sobre su significado (Arendt, 1978a: 132; 2006c: 45; 2006b: 304-305; 2007a: 273). En junio de 1951 en el Denktagebuch, a partir del fallecimiento de Hermann Broch, había comentado: “Sólo sabemos quien es alguien después de su muerte”. En 1975, al aceptar el premio Sonning, Arendt (2005c: 7-8) refrenda su parecer sobre esta cuestión, aclarando que no es necesario ser un “animal político” para entender cuestiones públicas.
  67. En “Verdad y política” Arendt (2006c: 258) ya había anticipado el mismo argumento: los espectadores permanecen por fuera de la esfera pública si quieren alcanzar la imparcialidad y la carencia del propio interés necesario para el pensamiento y el juicio. Idéntico esquema se halla en sus Conferencias sobre la filosofía política de Kant, en donde se enuncia tajantemente que el no involucrarse directamente, retirándose a un punto de observación ubicado por fuera de los acontecimientos, es “…la condición sine qua non de todo juicio”, y que precisamente porque el actor depende de la opinión del espectador para entenderse no es un ser autónomo, sino que se comporta en base a lo que los espectadores esperarían de él (Arendt, 1992: 55).
  68. En el prólogo a la segunda edición de OT de 1958, al comentar sobre los cambios, Arendt sostiene lo siguiente: “Como a veces sucede en este tipo de asuntos, existían ciertas perspectivas de una naturaleza más general y teórica que actualmente me parece que provienen directamente del análisis de los elementos de la dominación total de la tercera parte del libro, pero que no poseía cuando terminé el manuscrito original en 1949” (Arendt, 1958a: xi). En este sentido Canovan se encontraría justificada, dentro del marco de una exégesis completamente literal de lo expresado en esta cita, a argüir que a partir de lo sostenido en OT Arendt construye la teoría sobre la política que verá la luz en THC. Sin embargo, si bien Arendt reconoce la influencia que la experiencia totalitaria posee en tanto estímulo para pensar lo que lo político debe y no debería ser, este tipo de reconocimiento no implica que su political theory se sostiene por completo sobre su análisis totalitario.
  69. Previamente a la revisión de OT Arendt (1958b) ya había publicado un artículo en el que analizaba la experiencia de los consejos húngaros de 1956 a la luz de los elementos que componen la teoría política presente en THC. Estos últimos serán utilizados por primera vez en un trabajo de gran envergadura en OR (Young-Bruehl, 2004: 278-279). Ello es lo que motiva a Young-Bruehl a identificar dos etapas en el pensamiento de la autora. La primera, hasta la elaboración de OT, estaría marcada por una fuerte motivación histórica, mientras que a partir de la aparición de THC puede verse la predominancia de la teoría política (Young-Bruehl, 2004: 280). Leibovici (2005: 24) respalda este parecer al sostener que en THC no se establecen lazos explícitos con los análisis de OT. Obviamente esta propuesta debe ser matizada ya que, incluso desde su primera edición, se hallan en OT elementos netos de teoría y análisis político (como la detallada descripción de los componentes de la dominación, el régimen y el terror totalitarios). Además de las posturas mencionadas debe agregarse que Dubiel (1997: 11) y Bernstein (2010: 116) estiman que la contribución más importante de la autora a la teoría política es On Revolution, Jacoby (2006) postula a este respecto a Eichmann en Jerusalén, Zimmermann (2001: 181) sugiere que en realidad la clave para comprender su obra se halla en sus reflexiones de los años ’30 y ’40 sobre la cuestión judía y el sionismo (lo cual es reiterado, aunque menos enfáticamente, en Bernstein (1996a: 8-9) y Kohn (2007b: xxvi), Zaretsky (1997: 208) propone que los escritos arendtianos y sus ideas originales se deducen de las aporías que le fueron presentadas por el pensamiento marxista, mientras que Birmingham (2003: 81) entiende que es el concepto del mal el que presenta una influencia determinante en la bibliografía arendtiana. Benhabib (2003: xxxix-xli) aduce que es la influencia combinada de Heidegger y Jaspers la que marca a autora desde Rahel Varnhagen en adelante, Vecchiarelli Scott y Chelius Stark (1996: 154-155, 172) indican que en realidad es la presencia agustiniana retomada por la Existenzphenomenologie la que signa a la pensadora, en tanto que Tassin (1999: 24) rescata la presencia del autor de de Sein und Zeit en el esfuerzo plasmado en THC por aplicar la analítica existencial a las experiencias modernas detalladas en OT. En 1974 Canovan (1974: viii, 15, 126) entendía que THC era el más abarcador y fundamental de todos sus libros, sentencia de la que se retractaría al publicar dos décadas más adelante su reinterpretación sobre la obra arendtiana, la cual fuera referida previamente. En 1990 se registra la primera evidencia pública de este cambio, al postular la existencia de dos fases en el pensamiento arendtiano, una propia de comienzos de la década del cincuenta en la que Heidegger y Marx son dos figuras de gran influencia, y otra vinculada al juicio a Eichmann y la controversia que causó la publicación de EJ (Canovan, 1990). Finalmente, pocos años luego de publicar Hannah Arendt. A Reinterpretation of Her Political Thought, relativizó la primacía dada allí a OT al plantear que es necesario ir “más allá y más acá” del análisis arendtiano del totalitarismo (Canovan, 2001: 67).
  70. Como se comentara en la segunda nota al pie del segundo capítulo Between Past and Future, Men in Dark Times y Crisis of the Republic son recopilaciones de ensayos, artículos o conferencias que o lidian con temáticas no abordadas in extenso o no ofrecen en general una visión contrapuesta o alejada de lo sostenido en La condición humana (Young-Bruehl, 2004: 537), siguendo la línea de análisis postulada en esta última obra.
  71. En The Human Condition ya existían de todos modos elementos que indicaban el parecer de la Arendt posterior (1998: 181-188, 191-192), tal como la utilización de la narración de historias para comprender a la acción.
  72. Beiner (2008: 129) aduce que en Arendt el juicio posee una “función heroica”, debiendo redimir a los hombres de una existencia que puede aparecer como fútil e insustancial.
  73. Puede verse aquí otra diferencia entre el primer y el tercer componente de la tríada que The Life of the Mind buscaba elucidar. El juicio puede celebrarse en simultáneo a la realización de un acto o con posterioridad al mismo mediante la rememoración. Pero sólo es posible comenzar a pensar sobre alguien presente siempre y cuando uno se comporte como si estuviera ausente (Arendt, 1978a: 78). Es decir que, también en este punto y como ya se hubiera mencionado anteriormente, el pensamiento necesita un corte más abrupto con lo aparencial que el juzgar, algo que por otra parte también es requerido por la voluntad (Arendt, 1978a: 97).
  74. Arendt (1978b: 69) aclara que el juicio, aún cuando es la menos reflexiva de las tres actividades de la mente, también requiere eventualmente de la vuelta sobre sí.
  75. Adicionalmente a la metáfora griega Arendt (1978a: 139-140) añade que la perspectiva romana se apartaba del modelo de aquella para propugnar la posición de un espectador ubicado al refugio de las tempestades de la vida que podía regocijarse en su situación ventajosa, tal como lo hiciera Lucrecio. Esto implica para la autora la pérdida de la preeminencia que el espectador poseía en la filosofía y, asimismo en base a su propia concepción cívica del juicio, en la política. En este sentido Boecio ilustra el caso extremo de esta posición (Arendt, 1978a: 160-162), al cual Arendt (1978a: 162) contrapone el ejemplo de compromiso con lo público manifestado por John Adams. Ludz y Wild (2013: 11-12) entienden, en un ejemplo de extremismo interpretativo, que solamente puede juzgarse aquello que se ve en persona, lo que no se sustancia con lo recientemente expuesto.
  76. El pensar, a pesar de requerir del discurso para hilvanarse, no necesita perentoriamente de un auditorio (Arendt, 1978a: 98).
  77. Gran parte de lo aquí estipulado se basa en el pensador de Königsberg, a quien Arendt toma como referencia principal para elaborar su teoría del juicio. Ésta subraya que para aquél los espectadores existen sólo en plural (Arendt, 1978a: 96), hecho que no debe dejar de serle significativo a quien hace de la pluralidad uno de los vértices de su visión política (Arendt, 1998: 7-8, 175-176, 220). En 1954 en “The Crisis in Culture” Arendt (2006c: 217) describe la mentalidad extendida kantiana [eine erweiterte Denkungsart] como la habilidad para pensar en el lugar de todos los demás y entiende que la misma es vital para el juzgar, ya que éste es un proceso en el que la comunicación anticipada con los otros es imperiosa porque es con éstos con quienes se debe llegar a un acuerdo final sobre lo juzgado. También retoma brevemente el tópico en un fragmento de “Introduction into Politics (Arendt, 2005b: 168-169), en donde al igual que en “La crisis en la cultura” se lo asocia a la phronesis aristotélica. En Conferencias sobre la filosofía política de Kant, al debatir cómo es posible alcanzar la imparcialidad necesaria en el juicio al tomar en cuenta las perspectivas de los demás, Arendt (1992: 42-43) ilustra la mentalidad extendida citando una referencia de Kant sobre la posibilidad de ver los objetos desde cada una de sus aristas, agrandando y generalizando así el propio punto de vista. En “Karl Jaspers: A Laudatio” cita a su director de tesis doctoral como un ejemplo de alguien que ejercitó este tipo de mentalidad, la que define como “política par excellence” (Arendt, 1995: 79). Un tratamiento implícito de este tema en EJ puede verse en Arendt (2006a: 47-48).
  78. Este complejo proceso dista de ser equiparable a la mera empatía (entendida como una trasposición casi automática de la perspectiva de una persona en otra), ya que en realidad Arendt (1992: 43) propugna que la imaginación “vaya de visita”, que quien juzga pueda tomar en cuenta cómo otro sujeto vivencia un acontecimiento sin olvidar sus propias características personales: “Pensar con una mentalidad extendida significa que uno entrena a su propia imaginación para ir de visita”. Como Arendt aclara en LKPP este procedimiento no implica aceptar pasivamente el veredicto de los otros, es decir, adoptar sus pareceres como propios, sino que por el contrario se trata de dejar de lado las condiciones subjetivas del juzgar, basadas en el propio interés, a fin de que a medida que se aumente la cantidad de nuevos puntos de vista contemplados (gracias a la imaginación) el propio enjuiciar sea lo más general posible. Esa es la imparcialidad a la que debe aspirar el enjuiciamiento, la cual no indica taxativamente cómo se debe actuar o incluso cómo aplicar el punto de vista general a la realidad política, sino que simplemente opera como un marco de referencia para que el espectador pueda formar su juicio del mejor modo (Arendt, 1992: 43-44). Por ello Arendt (2007a: 468-469) rechaza fervientemente la posición de Gershom Scholem en su intercambio epistolar en 1963 cuando éste decía que al no haber estado en el lugar de un hecho no se podía juzgar: “En tu tratamiento del problema de cómo los judíos reaccionaron ante esas circunstancias extremas ―a las que ni tú ni yo nos vimos expuestos― detecto con bastante frecuencia, en lugar de un juicio equilibrado, una especie de demagógica voluntad de exageración. ¿Quién de nosotros puede decir hoy qué decisiones deberían haber tomado en aquellas circunstancias los dignatarios judíos, o como queramos llamarlos? Yo no he leído menos que tú sobre esos temas y sigo sin estar seguro; pero tu análisis no me permite confiar en que tu certidumbre esté mejor fundamentada que mi incertidumbre. […] Hubo también entre ellos muchas personas nada diferentes de nosotros, que se vieron arrastradas a tomar terribles decisiones en circunstancias que no podemos siquiera intentar reproducir ni reconstruir. No sé si hicieron bien o mal. Ni pretendo juzgar. Yo no estaba allí.” (Scholem, 2005: 140). Desde la óptica arendtiana por el contrario sí se puede emitir un juicio aún sin haber sido testigo directo del evento. Tal como se lo ha explicado en el cuerpo del presente capítulo, de poco serviría una teoría política del juicio reflexionante si este último estuviera estrictamente supeditado a que quienes juzgan hayan estado presentes durante el completo desarrollo del suceso juzgado, ya que permanecerían fuera de su alcance todos los acontecimientos que no se hayan presenciado, tanto del pasado cercano como del presente, por no decir nada de aquellos otros ubicados a una distancia temporal aún más grande, que no serían enjuiciables por fuerza mayor. Arendt (1978a: 192) específicamente recalca que una de las virtudes del juicio es el trascender la temporalidad de la propia vida. La propuesta scholemiana restringiría así toda la importancia práctica del juicio arendtiano.
  79. Ésta frase es particularmente significativa porque limitaría el enjuiciamiento a los que estuvieran directamente presentes en el espacio en donde aparecen los hechos a enjuiciar cuando, como se ha visto con anterioridad, en The Life of the Mind Arendt matiza esta afirmación sosteniendo que, tal como Kant lo hubiera ilustrado respecto a la Revolución Francesa, es posible juzgar eventos aún cuando se estuviera distante de los mismos (Arendt, 1978a: 96-97). Lo importante en la cita referida es que el juicio es válido sólo dentro de la comunidad en la cuál éste obtiene su validez gracias a la incorporación de los pareceres de sus miembros en la enlarged mentality. Esto promueve a su vez no sólo la delimitación de los juicios sino de la misma asociación política, creada con otros con los cuales se poseen pareceres similares sobre lo que agrada y desagrada: “…es como si el gusto decidiese no solamente cómo se va a ver el mundo, sino también quienes pertenecen a él” (Arendt, 2006c: 220). La frase final de “The Crisis in Culture” es particularmente ilustrativa de lo aquí discutido: “…podríamos recordar qué es lo que los romanos consideraban que debía ser una persona cultivada: alguien que sabe cómo escoger su compañía entre los hombres, entre las cosas y entre los pensamientos, en el presente tanto como en el pasado” (Arendt, 2006c: 222). En el Diario Filosófico Arendt (2006d: 554) deja asentado en agosto de 1957 que la pretensión de validez del juicio de un individuo no puede ser universal al no ser capaz de “…ir más lejos que la de los otros, en lugar de los cuales piensa”. Igualmente en las Lectures on Kant’s Political Philosophy Arendt entiende que de acuerdo al kantismo uno juzga en base a dos comunidades, la de pertenencia (a la que uno se adecúa por el sensus communis) y la mundial, que reúne a todos los seres humanos. Esta última es la existencia cosmopolita ambicionada por el pensador, siendo la máxima posible extensión de la enlarged mentality. Arendt indica que esta alternativa puede sostenerse en la idea de una ciudadanía mundial en donde los pensamientos de todos los otros puedan examinarse (Arendt, 1992: 43) y, con mayor certeza, en el de un espectador de los asuntos del mundo (Arendt, 1992: 74-76). Esto apoya la visión de una comunidad humana general que existe en simultáneo, aunque de forma más laxa, con la local a la que uno pertenece. Sin embargo en agosto de 1957, además de la referencia previa que también es pertinente en este contexto, Arendt (2006d: 563) había aclarado en el Denktagebuch que a diferencia de la ilimitada expansión in abstracto de Kant en la realidad siempre existe un límite a tal tipo de operación “…y donde comienza tal límite, cesa la validez universal del juicio, su competencia”. Esto es ratificado en LKPP, en donde Arendt (1992: 44) descarta que Kant, conocedor de las responsabilidades y obligaciones legales inherentes a los derechos ciudadanos, haya alguna vez considerado que este tipo de ciudadanía pudiese ejercerse en la práctica, en vista de sus visos totalitarios: “Kant sabía muy bien que un gobierno mundial sería la peor tiranía imaginable”. Esta conclusión se halla en consonancia con una serie de otras manifestaciones de la autora sobre el institucionalismo internacional (para una posición contraria véase Stolcke (2002: 107). En OT dejó asentado que es imposible expandir la estructura política de manera indefinida porque la misma se basa en un consenso genuino expresado por sus integrantes que no puede homologarse en estructuras mayores al Estado-Nación (Arendt, 1994: 126). Y mientras que en la primera edición de 1951 Arendt (2004d) había abogado por una unión de naciones que respaldase los derechos del hombre en el marco de una nueva forma de solidaridad universal (Arendt, 2004d: 632) (en consonancia con el aval que en 1944 le otorgase a la noción de una humanidad condicionada y controlada a través de la interacción de diversas comunidades (Arendt, 2007a: 297), en su revisión de 1958 eliminará dicha exhortación, entendiendo que el momento para las federaciones supranacionales se encontraba distante (Young-Bruehl, 2004: 285). En esta misma obra se asevera que la humanidad vive en un “único mundo” compartido de una manera completamente organizada, lo que hace posible que el no pertenecer a alguna de las unidades políticas que lo componen signifique una expulsión de hecho de la humanitas (Arendt, 1994: 297), creando “bárbaros” a partir de su propio seno (Arendt, 1994: 302). Uno de los primeros inconvenientes detectados en base al concepto de una existencia compartida por todos los habitantes del orbe es que el mismo conlleva el hacerse responsable por todos los demás, algo que es rechazado en las virulentas reacciones racistas de fines del siglo XIX y principios del XX, que buscan eludir semejante tipo de mandato (Arendt, 1994: 235-236), dando lugar a diversos movimientos políticos que, en caso de que alcancen el poder como el nazismo, generalizan la criminalidad en la esfera pública (contemporáneamente esta “situación intolerable” es esquivada por medio de la apatía política, el nacionalismo aislacionista o una rebelión desesperada contra los poderes existentes (Arendt, 1995: 83). Esta alternativa podría adquirir tintes incluso más apocalípticos en el caso de erigirse un Estado global, ya que en tal circunstancia sería posible que “…una humanidad altamente organizada y mecanizada concluya bastante democráticamente –es decir por decisión mayoritaria– que sería mejor para la humanidad en su conjunto liquidar ciertas de sus partes” (Arendt, 1994: 299; 2004d: 630). En 1957, comentando las ideas internacionalistas de Karl Jaspers, Arendt lamentará que una humanidad unificada tecnológicamente promueva una comunicación generalizada que para sostenerse ambicione demoler todas las distinciones y pasados tradicionales de cada comunidad, creando una ausencia de profundidad nunca antes vista (Arendt, 1995: 87; 1994: 142). Por el contrario la comunicación ilimitada debe promover solamente la comprensión recíproca, respetando todas las diferencias existentes (Arendt, 1995: 89-90). Pero aún cuando sea posible crear una instancia federada mundial, la misma no es deseable porque sin importar su forma política cualquier organización soberana planetaria que posea el monopolio de la violencia y que no sea controlada por un esquema de frenos y contrapesos exterminaría la existencia política como tal (Arendt, 1995: 81-82). Arendt (1995: 94) descarta así que la existencia potencial de unas fuerzas policiales globales puedan ser motivo de regocijo. Hacia el final de su vida, en “Thoughts on Politics and Revolution”, insistirá en la importancia del internacionalismo y en los peligros del supranacionalismo (Arendt, 1972: 230-231). Apreciaciones que anticipan algunos de los argumentos aquí presentados se hallan en los denominados “escritos judíos” arendtianos, redactados en los años ’30 y ’40 (Arendt, 2007a: 130, 197, 297, 445-450). Véase también Arendt (1994: 142, 144; 1998a: 257; 2005a: 143, 210, 222, 426-427) y Power (2004).
  80. La frase en la versión original dice “…his basing himself […] on the judgment of his fellow-spectators” (Arendt, 1978a: 95). Al igual que la personalidad del actor es precisada por los otros ante los cuales se aparece (Arendt, 1998: 179-180, 184-186, 192-193; 1995: 73; 2006d: 554), el juzgar revela involuntariamente a quien juzga ante los demás, por lo que también la identidad de cada espectador es enriquecida gracias a la percepción colectiva que se posee sobre él (Arendt, 2006c: 220).
  81. La sobrina de Arendt, Edna Brocke (2006), quien la acompañó a algunas sesiones del proceso judicial en Jerusalén, relata los esfuerzos de aquella por no sentir lo que relataban los sobrevivientes del Holocausto a fin de no nublar su análisis con sentimientos.
  82. En Was ist politik? Arendt (2005b: 103-104) ya había hecho mención del criterio como base del juicio y de la validez como sustento de aquél, entendiendo que los juicios nunca son concluyentes porque solamente se basan en la limitada evidencia que les dio origen, de allí el énfasis en la persuasión como medio para obtener su aceptación por los otros. Por estas razones califica a la validez como restringida, aunque igualmente vigente, en “Some Questions of Moral Philosophy” (Arendt, 2005c: 144). En Lectures on Kant’s Political Philosophy Arendt (1992: 76-77) da cuenta del empeño del autor de la Crítica de la razón práctica en encontrar un tertium comparationis, algo que permitiera evaluar al particular sin que sea otro particular en sí. A tal efecto en primer lugar Kant se remitió a la humanidad y al propósito ínsito a los objetos. En segundo lugar se ubica, para Arendt de manera mucho más persuasiva, la proposición kantiana de la “validez ejemplar” [exemplary validity], aquella que en vez de sustentarse en un ideal abstracto a priori parte de algún ejemplo (existente o imaginado) a partir del cual construir criterios generales con los cuales analizar otros casos, y cita una frase de la Crítica de la razón pura en la que se enuncia que los ejemplos son las “andaderas” de los juicios [examples are the go-carts of judgments]. En el seminario sobre la Crítica del juicio impartido en 1970, citado en el mismo volumen que las Lectures, se detalla el rol desempeñado en este punto por la imaginación, la cual provee de ejemplos al juicio para que éste alcance la “validez ejemplar” (Arendt, 1992: 80, 84). Ésta última se sostendrá en la medida en que el ejemplo esté bien escogido, es decir, en tanto sirva para aplicarse en más de un solo caso (Arendt, 1992: 84-85), adoptando como precepto el hecho de que a mayor cantidad de casos en los que sea aplicable, mayor será su validez. En abril de 1968 en el Denktagebuch propone que el juzgar procede de forma “casuística”, basandose en ejemplos y modelos, y aclarando que la importancia de estos últimos es que son las formas a través de las cuales puede aparecer un contenido (Arendt, 2006d: 661). En agosto de 1957 ya había vinculado al enjuiciamiento con los casos precedentes, valorando la tradición romana y la inglesa (Arendt, 2006d: 553). También es en este documento en donde se reitera que la imaginación es la que permite recrear representativamente lo ejemplificado a fin de que se pueda juzgar sobre ello (Arendt, 2006d: 661). Demás está decir que este recurrir a los ejemplos no implica el utilizarlos permanentemente del modo en que un parámetro dado de referencia se aplica en el juicio determinante.
  83. En Conferencias sobre la filosofía política de Kant Arendt (1992: 51) cita cómo aquél también sostuvo esta postura.
  84. En ¿Qué es la política?, en un documento que sintetiza los contenidos del libro inconcluso a titularse “Introducción a la política”, Arendt (2005e: 143) define al juzgar como “…la imposibilidad de subsumir lo individual” y define al objetivo de la política como el alcance de este último.
  85. En 1970 en LKPP se afirma que “…es claro que el arte del pensamiento crítico siempre tiene implicancias políticas” (Arendt, 1992: 38).
  86. En “Verdad y política” Arendt (2006c: 247) presenta argumentos similares relacionados con quien dice la verdad en un contexto adverso: “Sólo cuando una comunidad ha adoptado como principio a la mentira organizada, y no solamente con relación a los particulares, puede la honestidad como tal, sin ser asistida por las fuerzas perturbadoras del poder y del interés, convertirse en un factor político de primer orden. En donde todos mienten sobre todo lo que posee importancia quien dice la verdad ha comenzado a actuar, sin importar si lo sabe o no. Él también se ha comprometido en los asuntos políticos porque, en el improbable caso en que sobreviva, ha hecho un comienzo hacia la transformación del mundo”.
  87. Au contraire en el final del prefacio a Between Past and Future Arendt (2006c: 14) entiende que “…el pensamiento se desprende de incidentes de la experiencia de la vida y debe permanecer ligado a ellos como los únicos soportes a partir de los cuales tomar su fundamento”. Esta cita refleja la evolución del pensamiento de la autora en conexión al tópico.
  88. En “La crisis en la educación”, publicado en 1958 (Young-Bruehl, 2004: 542), Arendt (2006c: 171) sostiene apreciaciones del mismo tenor: “Una crisis nos obliga a retrotraernos a las preguntas mismas y requiere de nosotros juicios directos, ya sea en la forma de viejas o nuevas respuestas. Una crisis se convierte en un desastre solo cuando respondemos a ella con juicios preelaborados, es decir, con prejuicios. Ese tipo de actitud no solamente agudiza la crisis sino que nos confisca la experiencia de la realidad y la oportunidad para la reflexión que ésta provee”.
  89. Al respecto se recuerda lo mencionado en el tercer capítulo sobre los diferentes tipos de acción dentro de un marco limitado, tal como es el régimen totalitario.
  90. Apreciaciones similares se encuentran localizadas en el final de “Thinking and Moral Considerations”, de 1971 (Arendt, 2005c: 188-189) y en “Collective Responsibility”, elaborado en 1968 (Arendt, 2005c: 156). Como critica Lafer (1994: 104-107), lo negativo de este tipo de conclusión es que remite exclusivamente la efectividad política del juzgar a las situaciones excepcionales o de emergencia. A fin de revertir tal tipo de confinamiento en el siguiente capítulo se estudia a la desobediencia civil como elemento menos excepcionalista de praxis política del pensamiento arendtiano, a diferencia de los procesos revolucionarios.
  91. Tal como Arendt (1978a: 209) lo dice en el último apartado de Thinking, titulado “La brecha entre el pasado y el futuro”: “En esta brecha entre el pasado y el futuro encontramos nuestro lugar en el tiempo cuando pensamos, es decir, cuando nos encontramos suficientemente retirados del pasado y del futuro como para confiarnos en la tarea de encontrar su sentido, asumiendo la posición de […] árbitro y juez sobre los múltiples e interminables asuntos de la existencia humana en el mundo, sin alcanzar jamás una solución final a sus enigmas pero listos para ofrecer respuestas siempre novedosas a la pregunta sobre el sentido de todo”. En el prólogo de Between Past and Future alude a aquellos “…extraños períodos intermedios en donde algo se inserta en un tiempo histórico en el que no solamente los historiadores posteriores sino que también los actores y testigos, los mismos que vivenciaron la situación, toman conciencia de un intervalo en el tiempo que está completamente determinado por entidades que no son y por otras que aún no son” (Arendt, 2006c: 9). Y más adelante aclara que dicho ámbito intermedio sólo es propio de las actividades mentales en general, y de la memoria del pasado y la anticipación del futuro en particular, porque en el tiempo de la historia o de la biografía es imposible sustraerse a la temporalidad (Arendt, 2006c: 12-13). En el ensayo “The Concept of History”, incluido en la misma compilación de artículos, sostiene que la mortalidad es “moverse a lo largo de una línea recta en un universo en donde todo, si se mueve, lo hace en un orden cíclico” (Arendt, 2006c: 42). También el asistente y editor de escritos de Arendt Jerome Kohn (2006: xix) dice que la teórica proponía al pensar en el marco de un “ahora extendido” [extended now], un tiempo atemporal en el que quien piensa se mantiene equidistante del pasado y del futuro a fin de liberar la facultad de juzgar. Lavi (2010: 234), en consonancia con Kohn, colige que el enjuiciamiento no parece estar estrechamente vinculado al problema del tiempo, relacionándose con el caso que requiere discernimiento en el presente, como si el futuro y el pasado estuviesen reunidos en aquél, mientras que Tassin (1999: 446) fusiona tanto las tres categorías temporales en dos, asignando el juicio del espectador al presente-pasado y el del espectador-actor al presente-futuro, como a la vez la tríada entre el spectator, el judge y el actor, diciendo que los tres son diversos roles del mismo sujeto (Tassin, 1999: 488). A fin de evitar malentendidos al respecto de la relación entre las facultades mentales entre sí y entre ellas y la acción política Arendt (1978a: 213) aclara que sólo desde la perspectiva de quien busca una utilidad práctica al pensar puede entenderse al juicio como una preparación de la voluntad, porque en realidad esta última no puede preverse sino que emerge espontánea y libremente, independiente de cualquier cadena causal. Por su parte en “¿Qué es la libertad?” se enuncia que la acción no está determinada ni por la voluntad ni por el juicio, porque debe ser libre de motivo y de una finalidad preestablecida. El juzgar (adscrito aquí al intelecto, lo cual marca las diferencias con el diseño de The Life of the Mind) reconoce el objetivo de la acción y la voluntad debe seguirlo en esta identificación, ordenando simplemente la ejecución del acto, mas sin determinar las circunstancias en las que éste emergerá o se desenvolverá: “El poder de ordenar, de dictar la acción, no es una cuestión de libertad sino de fortaleza o debilidad” (Arendt, 2006c: 150). Arendt (2006c: 150-151) reitera que mientras que el juicio se basa en los principios de su validez y la voluntad se sostiene en la fuerza, la acción se inspira en un principio, lo cual una vez más es otra muestra de su diferencia e insubordinación a las facultades mentales, aún cuando éstas le sean requeridas para su comienzo. En “La crisis en la cultura” Arendt (2006c: 213) advierte que las reglas y estándares, cuando se aplican al producto obtenido en sí y dejan de ser solamente guías para la obtención del mismo, pierden su validez y se vuelven peligrosos. Esto deja con poco o nulo fundamento teórico al “juicio prospectivo” ubicado por Lafer (1994: 333), aquel “…juicio correcto o equivocado, que antecede a la voluntad que ordena su ejecución”, ya que el mismo sería excesivamente determinista con respecto a la acción, aún cuando fuera descrito sencillamente como un “…juicio que precede a la acción a la que la voluntad da inicio”. Vollrath (2003: 187) es próximo al parecer de Lafer sobre el asunto, dejando abierta la posibilidad de que exista tal tipo de enjuiciamiento.
  92. Antes de que el hombre decidiera revertir el orden lógico de sus actividades, la labor y el trabajo son imperiosos para satisfacer las necesidades vitales y para construir un mundo de objetos durables en el que los seres humanos puedan finalmente aparecer y constituir un espacio público comunitario (Arendt, 1998: 8-9; 2005d: 89-107). Lo político no es necesario porque su naturaleza es diferente a la de los requerimientos materiales básicos para sostener la vida (Arendt, 2005b: 119).
  93. Como se expone hacia el final de “Some Questions of Moral Philosophy”, redactado entre 1965 y 1966, lo problemático tanto a nivel moral como político es la indiferencia hacia el todo, el no preferir determinados ejemplos de personas o hechos por sobre otros. Esta apatía es, junto con una tajante negativa a juzgar, el peligro más acuciante para la humanidad (Arendt, 2005c: 146). Sin embargo a continuación de esta exhortación voluntarista Arendt inserta una nota metafísica: “De la falta de voluntad o la inhabilidad para elegir los propios ejemplos y la propia compañía y de la falta de voluntad o la inhabilidad para relacionarse con los otros mediante el juicio surgen los reales skandala, los verdaderos obstáculos [stumbling blocks] que los poderes humanos no pueden remover porque no fueron causados por motivos humanos o humanamente comprensibles. Allí yace el horror y, al mismo tiempo, la banalidad del mal” (Arendt, 2005c: 146). Resulta curioso ver cómo incluso en el contexto supuestamente más secularizado y no trascendente de la “banality of evil” Arendt se las ingenia para incluir ciertas notas supramundanas, aún cuando las mismas parezcan injustificadas. De hecho sólo haciendo especial hincapié en la “inhabilidad” para juzgar y para optar con quienes integrar una comunidad política (a la que se menciona en 1971 en “Thinking and Moral Considerations” tanto de manera independiente (Arendt, 2005c: 164, 166) como en contraposición a un acto voluntario (Arendt, 2005c: 187) puede hablarse de ciertos hechos ajenos a los “poderes humanos”, relegando por completo la “falta de voluntad”. Ahora bien, ¿por qué contraponer una variable que permite visualizar al hombre como dueño de sus actos con otra que no lo hace, para acto seguido elaborar una conclusión que respalda esta última opción y no dice nada sobre la primera? ¿Y por qué efectuar este tipo de operación en un contexto en el que Arendt se aleja de la “grandeza satánica” que le había adjudicado implícitamente al radical evil en OT? La unwillingness no es lo mismo que la inability. La pensadora política está al tanto de la diferencia y, al menos en base a la cita presentada al comienzo de esta nota, se limita a introducir las dos opciones en forma simultánea, brindando en esa ocasión a sus espectadores simplemente la posibilidad de indagar sobre las mismas paradojas acerca de la malignidad que aquejaron su propio derrotero intelectual. Como se ha expuesto en capítulos anteriores y como se reiterará luego, sería mucho más consistente con la tesis de la “banalidad del mal” el aludir solamente a la “falta de voluntad”, y no a la “inhabilidad” para obrar en forma maligna. Elementos que apoyan esta interpretación se hallan en el énfasis dado al consentimiento del actor para ocluir su juicio y funcionar automáticamente de acuerdo con los ordenamientos que le son asignados presente en Arendt (2005c: 277).
  94. Como concluye Ring (1997: 163): “Si el mal mundano [worldly evil] es hecho posible por “nada más” que la falta de voluntad o la inhabilidad para pensar, entonces todos los que no resistieron verdaderamente a los nazis son de algún modo culpables de haber contribuido con el Holocausto. Esto coloca una severa demanda sobre la mayoría de nosotros, que preferiríamos no ver la conexión entre la pasividad y la responsabilidad”.


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