Percibimos en la angustia sensaciones corporales […] no nos interesa la fisiología de la angustia, bástenos con destacar algunos representantes […] las más frecuentes y nítidas son las que sobrevienen en los órganos de la respiración y en el corazón.
(Freud, 1926b: 125).
En el marco de la clínica freudiana inicial, ¿qué valor se adelanta para la subjetivación? Un acto fundacional se verifica con la invención de una categoría inédita. La histeria de defensa constituye la marca de un antes y un después (Freud, 1894). La ruptura con las posiciones médicas se avizora allí cuando se sitúa un conflicto en el campo de lo psíquico. Apuntando a reflexionar sobre su lugar en la subjetivación, interrogamos ese campo en su diferencia con los efectos directos inherentes a la neurosis de angustia.
Con el esquema de la defensa, lo inconciliable conduce a la articulación de la pulsión y la fantasía. ¿Cuál es el alcance del pasaje del trauma a la fantasía? Una representación que más tarde adquiere el carácter de fantasía puede desencadenar procesos patológicos de diversa índole. La distinción entre desórdenes psicógenos y somatógenos se torna decisiva para nuestros fines (Freud, 1926b). Las vicisitudes de unas escenas mudas en su tiempo nos conducen hacia una temporalidad inversa que decide las vicisitudes de una inscripción sin la cual la subjetivación resulta inverosímil. Es por ello que, introducida la articulación pulsión-fantasía, la fecundidad se sitúa en una marca que saca de la impunidad al sujeto. Desde aquí las coordenadas kantianas se tornan insuficientes para dar cuenta de la construcción de un sujeto bajo la lógica del inconsciente. Esbozándose una pieza distinta de lo reprimido, se perfila el lugar de las escenas primordiales. Derivadas de la escena infantil, se confiesan como una realidad que avergüenza, en tanto escenas de goce. Aquí la escena pasiva retoma toda su fecundidad. En lo inconsciente no existe un signo de realidad que distinga el suceso acaecido y la ficción. La fantasía de deseo con su valor de verdad otorga preeminencia a la realidad psíquica. Realidad que a la luz de la pulsión de muerte requiere de una inscripción.
1. Histeria versus neurosis de angustia
Desde La etiología de la histeria (Freud, 1896d), el amarre significante localiza al cuerpo y lo hace advenir simbolizante. Fecundidad de un conflicto que vía el síntoma alienta la posibilidad de transferencia. Hacer hablar al cuerpo constituye el horizonte en el cual asienta la clínica inicial con la histeria. Lo nuevo que introduce gira alrededor del juego de fuerzas en el cual la defensa anticipa al inconsciente. En lo que atañe a la conformación subjetiva, el sujeto histérico queda dividido y el yo siente como ajeno al síntoma cuando este se ha constituido como tal. La conversión imprime un sesgo peculiar con lo inconciliable que hiende al yo y hay lugar para un afecto penoso. Así, destinos diferentes se avizoran, el divorcio entre la representación sexual y su afecto deviene central. Una separación justifica lo inédito de un conflicto que delata la división. Empero, fue necesario agregar las condiciones. Los traumas infantiles producen efectos retardados {nachträglich}. Lo crucial es que la huella no deviene consciente sino que lleva a la represión. La vivencia pasiva en la Carta 46 adelanta un mal encuentro, “sin excedente sexual la defensa no produce neurosis alguna” (Freud, 1896b: 270). Como producto de la articulación, es no-inhibible. Así, la escena deviene condición de anterioridad lógica para el proceso de la represión subjetivante. El primer tiempo mudo se recupera en el segundo que inscribe al primero. El sujeto queda determinado por esa conexión, más allá del yo.
¿Cuál es el valor de la diferencia etiológica inicial para la subjetivación? Con la comparación entre histeria y neurosis de angustia seguimos el hilo de la interrogación sobre el displacer eficaz en la represión. En el Manuscrito K se esboza enigmática una fuente independiente de su desprendimiento. Así es que, presente, ella puede dar vida a las percepciones de asco, prestar fuerza a la moral. Se basa en el modelo de las neurosis de angustia, en las cuales “una cantidad proveniente de la vida sexual causa una perturbación dentro de lo psíquico, cantidad que en otro caso habría hallado diverso empleo” (Freud, 1896c: 262). Llevado a discernir las perturbaciones en juego, establece una diferencia inicial: “En vez de un procesamiento psíquico interviene una desviación de la excitación hacia lo somático; […] mientras que en la histeria es psíquica” (Freud, 1895: 114). Contrapuesta la etiología, en las neurosis de angustia el cuerpo es soporte siniestro de un exceso que irrumpe desviado, transgrediendo la posibilidad de elaboración psíquica. Hay allí un desvío directo que obliga a interrogar la relación peculiar al deseo. Para ello la distinción entre la excitación somática y la libido como placer psíquico es crucial. Apartándose del reino de la sustitución, el ataque de angustia sin representación asociada deriva directamente en perturbaciones corporales.
Varios son los rasgos distintivos que, en la neurosis de angustia, estorban el procesamiento psíquico. Entre ellos, la tensión acumulada, el estallido y el desvío abusivo sostienen una aprehensión ominosa del cuerpo. Presencia siniestra carente de velos y rodeos normativos que se exigen para el acceso al goce. De este modo, los estados de angustia reconducidos a excesos no admiten derivación psíquica y advierten sobre la incapacidad para reequilibrar la excitación endógena. Así, la cuestión del deseo adquiere su particularidad, “la neurosis de angustia se conjuga con […] aminoramiento […] del placer psíquico” (Freud, 1895: 107). Se trata de una tensión desviada impedida de cobrar vigencia como libido.
Con la teoría de la defensa, la condición de ser sexual asegura a la representación el ser reprimida. Así, al constituirse en inconsciente, sostiene la división, crea enigma y deviene historizable. Inédita temporalidad, no inscribible en las coordenadas kantianas, la retroacción y sus efectos, recusa todo sesgo de positivización. Son los recuerdos inconscientes los que sostienen la eficacia de una actualidad sin la cual no hay localización de sujeto ni posibilidad de subjetivación.
2. La marca de la pulsión y el ideal
Con el pasaje del trauma a la fantasía, Freud transita de la pulsión al narcisismo. A la luz de la teoría de libido, es crucial la marca que deslinda un mundo interior y saca al sujeto de la impunidad (Freud, 1915b). Una lógica inédita se funda allí donde se incorpora la legalidad de lo parcial; circularidad de un trayecto de retorno que dibuja bordes erógenos. Entre la ida y la vuelta, se revela un vacío. Habrá lugar allí para el deseo.
Así, con el desvío inicial al otro del lenguaje, la introducción de la subjetividad separa la realización del deseo: “Cuando el estado de deseo inviste de nuevo el objeto-recuerdo […] la satisfacción por fuerza faltará, porque el objeto no tiene presencia real sino sólo en una representación-fantasía” (Freud, 1950: 370). La naturaleza psíquica del desear requiere de una experiencia de pérdida, de separación.
Con la paradójica satisfacción, se conjuga el deseo con un objeto que, situado detrás, no es un objeto en norma: “Toda vez que el objeto originario de una moción de deseo se ha perdido […] suele ser subrogado por una serie interminable de objetos sustitutivos, de los cuales, empero, ninguno satisface plenamente” (Freud, 1912: 182). Ahí la experiencia de la falta adquiere su fecundidad con el axioma fantasmático. La necesidad vira sobre la necesidad de repetición con valor subjetivante. La pulsión, en virtud de lo simbólico, introduce la doble función de órgano. Órgano-fuente es el trozo de cuerpo elevado a su valor significante. En calidad de orificios, conlleva la fragmentación del autoerotismo que requiere del lazo como fijación parcial. Empero, en la diacronía del progreso libidinal, la anarquía pulsional requiere de un acto. La construcción de diques reactivos adelanta a la represión, cuando Freud formalice su estatuto primordial.
¿Cuál es el valor subjetivo de la serie autoerotismo-narcisismo? Un acto de represión acota las pulsiones singulares. La pulsión sostiene el goce de un cuerpo localizado en virtud de lo simbólico, pero no otorga unidad. ¿Qué relación se plantea entre la represión y el ideal en la conformación narcisista? La conformación del narcisismo requiere del ideal que pone en juego a la identificación primaria y convoca al otro del amor. Empero, hay quienes han interiorizado esa instancia y otros que no. De tal incorporación depende que el ideal devenga el más fuerte favorecedor de la represión (Freud, 1914). Así, su operación como articulador simbólico impone un distanciamiento sin el cual no serían posibles los desplazamientos que contrarrestan la sobre estasis patológica en el yo. La fecundidad del narcisismo secundario, en tanto un desprendimiento ha sido posible, consiste en mantener excluido al primario. El ideal propicia esa exclusión y sostiene el milagro de los saludables desplazamientos.
Ahora bien, si la serie en cuestión deviene una articulación fundamental, su disimetría plantea complicaciones a la hora de su anudamiento. El goce autoerótico librado a sí mismo atenta como fenómeno del dolor. La nueva acción psíquica que brinda ilusión de unidad deviene esencial, no sólo porque a su alrededor se juega el destino del deseo, sino porque conduce a la distinción del yo ideal respecto de su núcleo. Si bien “el anudamiento con lo normal es procurado por la sobreestimación del objeto sexual” (Freud, 1905: 139-140), cierto grado de fetichismo pertenece al amor normal. De este modo, el narcisismo secundario incluye un desprendimiento que sostiene la reversión vivificante del yo al núcleo.
3. Fantasma masoquista
¿Cuál es la función que adopta el fantasma para la subjetivación? Un acto de represión interrumpe la sexualidad infantil, empero, puede conservarse en el trasfondo de un desarrollo normal al que sustraerá cierto monto de energía (Freud, 1919b). Se ubica allí una secuela cicatricial que el Edipo deja tras su expiración.
Ahora bien, que sea del goce perverso de donde el fantasma extrae su materia obliga a distinguir lo normativo del campo de la perversión. Como rasgo primario releva la condición fetichista que anudada al objeto en norma se viene soslayando desde temprano (Freud, 1905). Encontramos ahí el eje para argumentar sobre la función subjetivante del fantasma que, al articular el lazo al objeto parcial, soporta la división deseante. Con dicho lazo, el narcisismo tiene un límite. Algo resiste y, a su vez, permanece investido. El sujeto queda así prometido a una certidumbre que lo enfrenta a algo extraño. La re-unión del sujeto con el objeto connota una alteridad radical que va más allá. Freud escribe Lo ominoso (1919a), y allí, con el punto heim, articula la ajenidad de un cuerpo; muchas veces, asiento de graves complicaciones. La represión primaria plantea un doble límite: la fijación al representante insustituible deja un resto que vale como pérdida de la mítica satisfacción plena. ¿Cuál es su relación con el lazo fantasmático? Si no es lícito sexualizar los motivos de la represión (Freud 1919b), el núcleo inconsciente abre brecha para situar el fundamento estructural del inconsciente, ese yo-cuerpo que resta y se articula con la fijación fantasmática. Con la inflexión de la pulsión de muerte será necesario ubicar el masoquismo, esto es, la satisfacción en el displacer. Escena pasiva, cuerpo mortificado. Un goce se refugia en ese cuerpo que persiste; no sin displacer, pero regulado. Así pues, en la trama argumentativa de La represión (Freud, 1915a) asoma una interrogación que focaliza una preocupación clínica. El lazo de la pulsión al objeto plantea una intimidad topológica particular como lugar que el sujeto deberá habitar con toda clase de vacilaciones, si es que ha de seguir la huella de su deseo.
Con el lazo fantasmático y el yo articulado al núcleo, es posible reflexionar sobre el anudamiento de registros disímiles: “El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie” (Freud, 1923a). Empero, habrá que contabilizar un riesgo, que el yo se constituya en único objeto de amor. Es necesario el resto. ¿Cómo se adelanta la esencia del masoquismo? Estamos tomados por un cuerpo que creemos uno, sin embargo, el fantasma también nos recuerda que la escisión y el anudamiento al goce hacen del cuerpo otra cosa. Con la inflexión de la pulsión de muerte, un núcleo que no es libido redefine el trauma y como fijación inconsciente al mismo impone un punto de exterioridad sin el cual no hay orientación subjetiva. El lazo fantasmático encuentra ahí su lugar. El fantasma anticipa el lugar estructurante que tendrá el masoquismo. Con el masoquismo, el sujeto narcisista es permutado por identificación en un yo ajeno. En el marco del fantasma, reconocerse como objeto es siempre masoquista. El fantasma como nudo en la economía libidinal convoca la escena pasiva del masoquismo en que el cuerpo se percibe separado del goce. En esto radica la dificultad. Se ilumina así la lógica de la fantasía de paliza. El ser azotado implica la conjunción de culpa y erotismo y funda la esencia del masoquismo como satisfacción de meta pasiva (Freud, 1919b). El enigmático masoquismo sostiene una modalidad de satisfacción en el dolor, paradójica y extraña. En la línea femenina como escenas de goce son traumáticas ya que convocan la ajenidad de un cuerpo por la cual, no sin vacilación, la vida cobra un sesgo inédito. La escritura del lazo fantasmático detiene el desplazamiento infinito del deseo. El sujeto cuenta como objeto y, así escindido, no le da la espalda al goce. La gloria de la marca con el corte que introduce suspende al sujeto. La esencia de un yo-cuerpo deviene soporte de la enunciación deseante. Detenido allí el sujeto, efectos feminizantes, sólo cuenta como objeto, esto es, se confronta con algo extraño, radicalmente otro. El goce se plantea así como una relación con el cuerpo que se funda en una exclusión que al mismo tiempo bonifica al sujeto. ¿Qué lugar ocupa allí la angustia?
4. Neurosis traumática: omisión de una señal
Si la pulsión de muerte conmueve los cimientos de la teoría que Freud viene construyendo, el displacer rige la pregunta que ordena la trama de Más allá (1920). La repetición desligada de la transferencia constituye la novedad, pues, al anudarse al goce, deviene campo princeps de lo subjetivo.
¿Qué aportes introduce la comparación entre la histeria y neurosis traumática? Las escenas traumáticas infantiles retornan, pero esta vez para poner en comparación la histeria con la neurosis traumática de guerra. Su mayor padecimiento la aleja de la histeria donde alumbra lo morigerado. El insistente fracaso conjugado al reiterado terror se reconduce a la fijación inconsciente al trauma. Con el trauma externo, hay lugar para ese exterior-interior del objeto de borde de la pulsión parcial. Interrogar la norma que regula la economía de goce conduce a la metáfora de la barrera protectora y advierte sobre las posibilidades defensivas: “El yo trata el peligro pulsional como si fuese un peligro externo emprende […] una represión. […] Así se consigue defenderse del peligro […] no se confunde impunemente el adentro con el afuera” (Freud, 1926b: 189-190). Con la eficacia de la marca se evita un displacer mayor: “Se llega a estados insoportables cuando las exigencias pulsionales del ello no hallan ninguna satisfacción” (Freud, 1926b: 187). Entonces, si la metáfora protectora es el paradigma del éxito defensivo en la represión histérica, la neurosis traumática deviene paradigma de su fracaso. Lo nuevo es que se repiten situaciones indeseadas, una compulsión esfuerza a ello, no se lo puede evitar. Así, impresiones desagradables hacen del dolor la brújula. Se avizora una satisfacción donde displacer y dolor dejan de ser advertencia para devenir meta (Freud, 1924a). En consecuencia, si la psiconeurosis se organiza frente al terror experimentado ante la inminencia del deseo, es otro el problema cuando ese terror no cesa y el masoquismo se organiza como moral, necesidad de castigo. Cuando no funciona la señal, la angustia es producida como algo nuevo por condiciones económicas. Se puede “concebir la neurosis traumática común como el resultado de una vasta ruptura de la protección antiestímulo” (Freud, 1920: 31). El terror que no cesa, subvierte al deseo y es paradigma de lo contrario a lo morigerado. Freud se apoya en dos constelaciones:
La conmoción […] fuentes de la excitación sexual, y […] el estado patológico de fiebre y dolores ejerce, mientras dura, un poderoso influjo sobre la distribución de la libido. Entonces, la violencia mecánica del trauma liberaría el quantum de excitación sexual, cuya acción traumática es debida a la falta de apronte angustiado. (Freud, 1920: 32-33)
Como excepción al cumplimiento del deseo, se sostiene en un conflicto del yo. Aquí no se trata del deseo. El desborde energético desorganiza en demasía e impide la regulación. Es necesario acotar el exceso, construir un marco frente a lo hipertrófico ruinoso. Con la perturbación, un nombre para el goce, el fracaso de la ligazón adquiere carácter demoníaco: “Procesos no ligados primarios provocan sensaciones mucho más intensas […] que los ligados […] secundarios” (Freud, 1920: 61). Es otra la tarea. La ligazón como acto preparatorio, esto es, anudar psíquicamente las cantidades que penetraron violentamente a fin de propiciar su tramitación. En tal sentido los sueños de las neurosis traumáticas demuestran el esfuerzo de recuperar esa ligadura. Con los avances de Más allá, ¿cómo vuelve en 1926 la neurosis de angustia?
La pregunta freudiana por el displacer contrario a la norma de placer retorna en Inhibición, síntoma y angustia (1926b), pero de otro modo. Con la compleja trabazón entre lo corporal y lo anímico, restablecidas las anheladas contigüidades, avanza para interrogar las neurosis psicógenas y somatógenas. Dicho de otro modo, retornan las neurosis actuales, empero, los progresos muestran que se afloja el nexo entre angustia y libido. Con el núcleo interior, “el yo es por cierto el sujeto más genuino: ¿cómo podría devenir objeto? […], sin duda ello es posible. […] una parte del yo se contrapone al resto. […]. Los fragmentos parcelados pueden reunificarse luego” (Freud, 1933b: 54). Así, aflojado el nexo antedicho, se introduce la novedad, pues es la angustia la que crea a la represión. Recordemos que otro tipo de desórdenes diversos a la histeria lo conducen en esta dirección que, sin anular la anterior concepción, lo orienta hacia el fundamento. Entonces, ¿cuál es la esencia de la angustia y su relación con el cuerpo? Lo displacentero no es suficiente:
Percibimos en la angustia sensaciones corporales […] no nos interesa la fisiología de la angustia, bástenos con destacar algunos representantes […] las más frecuentes y nítidas son las que sobrevienen en los órganos de la respiración y en el corazón. (Freud, 1926b: 125)
De este modo, al separar angustia de la libido, deviene crucial la diferencia entre los diversos peligros que contienen la advertencia y la situación traumática. Así, la histeria se reconduce al logro de un grado de organización psíquica que conlleva la diferenciación entre el yo y el ello: “Consigue defenderse del peligro por el momento, pero no se confunde impunemente el adentro con el afuera” (Freud, 1926a: 189-90). Aquí se evita la situación traumática. También puede ocurrir que, frente a la exigencia pulsional, el sujeto puede apelar a otros modos de defensa donde el desarrollo de angustia requiere de un juicio diverso. La mediación del trabajo que liga psíquicamente no aclara otras situaciones contrarias: “quedaría sin esclarecer allí el carácter paralizante del dolor […] sin la mediación del aparato anímico” (Freud, 1920: 30).
Así, en ciertas neurosis se constatan estados previos de una angustia en suspenso. Especial interés revisten los ataques de angustia. Freud infiere por diversos cuadros que la angustia nunca proviene de la libido reprimida. Con ello lo crucial es recordar que en el tiempo inicial de la neurosis de angustia, Freud no contaba con el distingo entre el yo y los procesos que ocurren en el ello. Así, transgrediendo la norma del placer,
No es descartable que en caso […] de perturbación abusiva […] de la excitación sexual, de desviación de su procesamiento psíquico, se genere directamente angustia […], vale decir, se establezca aquel estado de desvalimiento del yo frente a una tensión hipertrófica. (Freud, 1926b: 133-134)
Con estas reflexiones podemos decir que, si bien es cierto que el síntoma actual puede ser el grado previo para el desarrollo de una psiconeurosis, también hay casos donde esto no sucede, o bien, puede derrapar en contrainvestiduras que atentan contra el deseo. En el capítulo primero hemos destacado a la acumulación como elemento princeps de la neurosis actual. ¿Cómo vuelve la acumulación a la luz de las nuevas conjeturas? Con el valor estructurante de la angustia, al distinguir la reacción directa y automática de la señal de peligro, sucede que el desvalimiento del yo se reconduce a una acumulación impedida de tramitación. Así, la situación traumática reaparece como descendiente directa de la tensión no procesada. Lo crucial allí es que con la acumulación, el exceso impide el normativo pasaje del goce al deseo. Ahora bien, si toda neurosis es en lo elemental una neurosis traumática, desde ahí se articulan cuestiones etiológicas que interesan para nuestros fines. La reacción automática corresponde a la situación de peligro originaria, vale decir, se realiza en las neurosis actuales y la señal corresponde a las psiconeurosis. Recordemos que la inmediatez recusa la entropía que caracteriza la recuperación legal del goce en tanto lo hallado nunca es lo pretendido. Con el antecedente del dolor corporal, Freud distingue de lo reprimido “la moción nueva no puede más que obedecer a la compulsión de repetición” (Freud, 1926b: 144). El factor cuantitativo es decisivo para el desenlace.
Cuando no opera la represión, el dolor se equipara a las consecuencias derivadas de la denegación de satisfacción a la demanda pulsional, cuestión que puede conducir al estallido directo. Así, las pulsiones esfuerzan a la satisfacción inmediata sin miramiento, lo cual conlleva graves daños. El superyó severo se contrapone al yo, lo trata como a un objeto y “a menudo le da un trato harto duro” (Freud, 1926a: 209). Advertir ese punto de lo insoportable deviene crucial. Solo con el fortalecimiento y la alteración normativa del yo, los procesos de ligadura aseguran el imperio de la norma de placer y el deseo.
En 1926, la interrogación sobre el motivo último del padecimiento neurótico conduce a la falla de una función. Se refiere al gobierno del yo sobre el ello y la necesidad del desarrollo de una suficiente organización yoica que opere como sede del afecto de angustia. Un atravesamiento es determinante para que un sujeto se angustie. Por tanto, es un progreso necesario el pasaje de la angustia automática a la señal, empero, cada uno tiene cierto umbral más allá del cual su aparato anímico fracasa en el dominio sobre volúmenes que aguardan trámite. La inmediatez del estallido se conecta con el desvalimiento del yo, pues ocurre que la adultez no ofrece protección suficiente contra su retorno. Todo depende de qué modo un sujeto puede responder a él. Así, con esa angustia mantenida en suspenso, Freud reivindica sus antiguas elucidaciones.
Para concluir, historicidad versus síntoma actual equivale a oponer lo inconciliable que anticipa a la pulsión, a una práctica genital que elide la erogeneidad de un cuerpo localizado soporte de goce. Así, el síntoma actual, impedido el trabajo psíquico, no se inscribe en el reino de lo reprimido y la sustitución. Vale decir, recusa toda retroacción subjetivante y se excluye de la sobredeterminación psíquica. Esta, como entramado simbólico, establece los determinismos psíquicos en cuyo desplazamiento se sostiene la historicidad subjetivante para todos y cada uno. A diferencia de ello, los efectos directos plantean la inmediatez, que, a expensas de lo simbólico, hace del cuerpo pedazo de carne a ser gozado en la impunidad de la falta de toda orientación subjetiva.
La perturbación económica se conecta al desvalimiento psíquico como núcleo genuino del peligro, un punto insoportable de ausencia de significación. Aun si la tarea de la neurosis es la defensa frente a la percepción peligrosa, es necesario que el peligro amenace de afuera y que el sujeto crea en él. Exterioridad de la castración cuyo legado es a la identificación al Padre. La conformación del yo y el grado de su desarrollo devienen factores esenciales para hacer frente a las demandas pulsionales sin daños ominosos, obscenos. Así, el estatuto de la contrainvestidura define si ha de tratarse de desórdenes somatógenos o psicógenos. Podemos concluir entonces, que el análisis de las neurosis traumáticas de guerra, designación que abarca afecciones de diversa índole, condujo al resultado de que ellas participan de los caracteres de las neurosis actuales (Freud, 1926b). Se trata de una angustia que se mantiene en suspenso que no encuentra línea de corte que al posibilitar el ahuecamiento normativo en el yo haga apertura a un afecto que advierta al sujeto, implicándolo. ¿Qué relación se establece entre identificación y marca negativa?