Es tu corazón lo que quiero y nada más […] la esencia de tu ser […] En esta fórmula como en cualquier otra metáfora de órgano, el corazón debe ser tomado al pie de la letra. Funciona como parte del cuerpo, por así decir, como tripa. (Lacan, 1962-1963: 233-234)
El análisis y conceptualización de algunas viñetas de sujetos que han atravesado infarto[1] se ordena siguiendo tres ejes: posición discursiva, situación psíquica previa y efectos subjetivos post-infarto. Los fragmentos seleccionados revisten alta significatividad e ilustran de manera notable los rasgos que caracterizan a la inmensa mayoría del universo estudiado, sobre todo en lo concerniente al tiempo previo y post-infarto.
Si la subjetividad se focaliza en la caída del falo, un punto de irradiación, cimiento del deseo, convoca una presencia fuera de lo especular. Extraña corporeidad que ex-siste, “el yo […] esencia-cuerpo; no es sólo una esencia superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie” (Freud, 1923a: 27). La ley de la deuda es por “el compromiso de la dialéctica significante, algo separado, […] la libra de carne, que debe ser tomada, como dice el texto de El Mercader, de muy cerca del corazón” (Lacan, 1962-1963: 237-238). Si lo más yo mismo está en el exterior porque fue separado de mí, los caminos para su recuperación cobran posibilidades de variedades eventuales. Vamos a interrogar esas variedades en los sujetos con infarto siguiendo el ordenamiento enunciado precedentemente.
1. Posición en el discurso
Hablar no equivale a decir. Los hechos del lenguaje obligan a admitir que del ser nada tenemos. Por ello, la palabra debe poder mentir para plantearse como verdad. Si el Uno en cuanto al saber es fracaso, más allá de lo verdadero el sujeto se equipara a la falla misma del discurso. Empero, según el lugar en que se ubique la palabra, pueden los discursos, adquirir otro tenor. ¿En qué discurso se insertan los SCI?
Ciertas expresiones verificadas con marcada reiteración nos orientan hacia el lugar que ocupa la palabra en su trama discursiva: “Yo soy cardíaco”, “Yo antes… ahora soy un enfermo”, “Yo soy un tipo fuerte”, “Yo soy un pobre infeliz”. Tales enunciados denotan la ilusión de que la palabra los nombre sin resto: “Soy un enfermo, no un Tarzán como me creía”, “Soy un estresado”, “Yo soy de guardarme, soy reservado”, “Para qué ir a hablar, yo sé cómo soy”, “Soy de tragarme todo”[2] (Zanelli, 2014).
Con los aportes de Lacan, la audición del Haiuno (1971-1972) interroga la correspondencia biunívoca. El sujeto del Uno no equivale a Uno es. Ese Uno que se cree ser donde el sujeto se divide. Cuando el Uno se produce, hay disyunción entre enunciado y enunciación.
Los enunciados citados remiten a una yocracia discursiva en la cual la palabra, en una cierta posición, recusa toda equivocidad. Con la pretensión de ser dicho sin resto se opone al anudamiento diacrónico donde el lazo al Otro decide la emergencia del sujeto. En este sentido no ha sido posible verificar al sujeto de la pregunta, esto es, esa dimensión subjetiva que posibilita la distancia del sujeto respecto al uso del significante mismo.
Asimismo, otro rasgo a destacar es la adhesión incuestionada al Otro sin barrar. Resulta así difícil localizar al sujeto hablando en nombre propio. La significación del Otro proveniente del saber médico, referida al estrés, factor este último que constituye casi una invariable en los SCI (Zanelli, 2014), es tomada al pie de la letra, sin cuestionamiento ni dialectización alguna. Citamos párrafos relevantes. Un sujeto masculino de 48 años, convocado a un decir acerca del episodio, expresa:
Los médicos lo atribuyeron a un estrés profundo, una alteración nerviosa prolongada, un estallido profundo, un desprendimiento de plaquetas del colesterol estacionadas en paredes de las arterias; y por lo tanto un bloqueo de las arterias coronarias.
E[3]: ¿Usted qué piensa de eso?
Nada… ¡Es así…! Ellos saben, qué voy a saber yo.
Sujeto femenino de 75 años: “Los médicos me explicaron que fue el estrés. […] Me dijeron que se debió a muchos nervios […] Mi marido toma mucho alcohol, y a veces paso broncas, eso me estresa muchísimo, yo soy de tragarme todo”.
Podemos conjeturar que los relatos de los SCI se caracterizan como descriptivos, biográficos, circunscribiéndose al nivel del enunciado, cuyo valor de cita resalta lo imaginario de la palabra. Contrariamente a la palabra verdadera que permite localizar al sujeto, la palabra plena de sentido puede silenciarlo. Allí no se verifica. Si el sujeto, para el psicoanálisis, se construye a partir de la lógica del inconsciente, este como saber hipotético no tiene sujeto si no es puesto por la conexión de los significantes. Se supone allí que Uno no sirve más que como representante del sujeto ante otro significante. Una torsión hace posible que la palabra pueda mentir y el ser en entre-dicho se exprese allende la palabra. Vemos que los relatos se presentan exentos de interrogación subjetiva. En este mismo sentido, la pobreza de producciones del inconsciente se ha verificado no sólo por la ausencia de equivocidad, de quiebres, sino también por la dificultad o imposibilidad de recordar los sueños. Si para el psicoanálisis el sueño vale como relato, en los casos donde los sueños pueden ser recordados, estos mantienen su opacidad, no logran constituirse en enigma alguno: “Jamás recuerdo sueños”, “A veces, alguna vez pero nada”, “Yo nunca soñé”. Mientras que en otros casos son desestimados de inmediato: “Si los recuerdo pronto los olvido… no me significan nada”.
Otro aspecto se verifica con notable regularidad. Se trata de la reiteración significativa de ciertos significantes: acumulación, sumación, estallido, grupos de sucesos. Sujeto masculino de 68 años decía: “Supongo que fueron cosas que se fueron acumulando, los especialistas me interrogaron sobre mi modo de vida, y el stress fue señalado como factor determinante”. Sujeto masculino de 65 años expresa:
El estrés laboral y el estrés que vivió uno lo que venía acumulando, pero […] en los últimos dos años se juntó… Aparte mi papá estuvo enfermo, tuvo hemiplejia […] no hubo nada que hacer, no se lo pudo salvar, al año me pasa lo que me pasó, […] en definitiva es como el refrán criollo. Hay un globo, se llenó el globo y explotó y eso es así.
Sujeto masculino, 58 años: “Capaz que venía todo acumulándose, la comida, yo fumaba y comía cualquier cosa, de lo único que me cuidaba era de comer con poca sal”.
Dicha reiteración podría adquirir el valor de representaciones de los SCI acerca del estrés significado por el saber médico. Si bien en algunos casos son referidas secundariamente a diversas contingencias, empero, las conexiones emergen como respuesta a la intervención del otro. Lo llamativo es que tales palabras no hacen llamado, no abren conexiones que den lugar a involucrarse respecto de su participación activa en el desenlace. Así, conjeturamos que podrían revestir el carácter de holofrase. Pues si la alienación se afirma como recurso a la palabra, requiere, para ello, de la separación. A diferencia de esto, la holofrase lleva adherido el significado, esto es, carece de dialectización, de equivocidad. Lacan en el Seminario 11 (1964) resalta lo específico para una serie de casos, entre los cuales, cuentan los efectos psicosomáticos donde lo peculiar es que, al fallar la separación, no hay afánisis del sujeto.
También se observa que en la mayoría, la referencia a contingencias que podrían conjeturarse como suceso ocasionador surge frente a la intervención del E. Sujeto femenino de 70 años expresaba: “Honestamente, no lo relaciono con nada en particular. Mi familia es sana, los nenes son buenos, mis hijos políticos trabajan todos, no tenemos problemas económicos, porque a pesar de que la jubilación no es mucho, nuestros hijos nos ayudan”.
1.1. Modalidades de defensa
Para Lacan ciertas modalidades de la negación, ya examinadas por Freud (1925a), ponen en evidencia el borramiento del sujeto o su exclusión en diferentes tipos de discurso y, por consiguiente, la producción de un sujeto de la palabra y no sujeto psicológico. Citamos sujeto femenino de 52 años:
Yo no me sentía mal ni triste cuando me pasó esto, pero unos meses atrás tenía ganas de morirme porque mi hijo se había ido de mi casa. Discutimos fuerte, ya las cosas no estaban muy bien y él dejó la casa. No lo vi por varios meses, fue muy triste. (SILENCIO) Al otro día del desmayo, tuve que llevar a mi mamá al médico, ella le pidió que me viera porque yo estaba mal.
En muchos casos, a través de la negación se dice aquello de lo cual el sujeto no se ha percatado. Negar algo en el juicio quiere decir “eso es algo que yo preferiría reprimir” (Freud, 1925a). Empero, si el Uno es marca de la represión, la renegación reconoce y desconoce la castración al mismo tiempo. Posición de soberbia que Lacan metaforiza como canallada.
Otras posiciones evidencian recursos de racionalización obsesiva y oblatividad. Masculino de 48 años expresa:
En verdad es algo que quiero olvidar, yo no la pasé nada bien y mucho menos mi familia. […] Yo pensaba que esas cosas no me iban a pasar a mí, me preocupa mi familia, mi señora. […] Sí, a veces sentía que me ahogaba, que me faltaba el aire, también sentía dolores en los brazos, pero siempre callaba, les puede encontrar alguna explicación, por ejemplo cuando me ahogaba era porque había fumado mucho, los dolores era por algún trabajo forzado que tuve que hacer en la casa.
Otra cuestión a considerar es la reacción de los SCI frente al episodio cardíaco. Sujeto masculino de 51 años decía:
Los episodios que viví siempre estuvieron en relación con problemas con mi exmujer; todo por tener que comerme, obligarme a digerir las incredulidades de mi mujer, pero esto siempre lo aguanté por mis hijos hasta que no pude más. Sentí dolor en el pecho, transpiración fría, falta de aire. […] Frente a esto no hice nada, no me di ni cuenta de que había tenido un infarto, pero los últimos dos sí lo supe en cuanto estaba teniendo los síntomas, pero igual no hice nada, me dejé caer. […] El último infarto lo tuve en el trabajo y había pedido retirarme porque no me sentía bien y me contestaron que no me retirara hasta que se cumpliera la mitad de la mañana. […] Mi actitud frente al dolor es que no le doy importancia, si puedo vivir con el dolor lo hago, sin embargo si este es muy fuerte voy al médico, pero en general no lo hago porque no me gusta molestar a nadie, ni estar diciendo si algo me pasa.
Se verifica aquí un malestar como fenómeno opaco. La reacción asumida frente al episodio cardíaco, en tanto el dolor que aqueja, no hace llamado al otro, sólo da lugar a un dejarse caer, momento en que la desesperación carece de la función señal de angustia. Se suma a ello el rasgo de oblatividad, todo por el otro que viene en auxilio de silenciar al sujeto que no termina de emerger. La aludida incredulidad referida a la esposa retorna como rasgo de carácter en calidad de repetición siniestra de idéntico destino (Freud, 1920). Dicho retorno se activa en relación al otro del contexto laboral con similar incredulidad. Empero, esta vez, el desenlace fatal hubiera podido cobrarse la vida de este sujeto a quien le es negado el pedido de retiro. El sujeto se traga la sordera del Otro sin elaboración ni reacción que pusiera en cuestión la susodicha negativa, favoreciendo así el estallido como respuesta, para conmover la inmutabilidad del Otro.
2. Situación psíquica previa al infarto
2.1. Relación al cuerpo[4]
Sabemos que la apuesta del narcisismo es el a como desprendimiento. Empero, esto no va de suyo. Uno no es el Otro; Uno en el Otro deviene menos fi. Se trata de la función de la falta, ese menos esencial sin el cual nada es posible. ¿Cómo se caracteriza la aprehensión del cuerpo en los SCI?
Un sujeto femenino de 54 años, interrogado acerca de la percepción que ha tenido del cuerpo, expresa:
En ese momento lo que yo sentí es que me iba hacia un costado. Sentí un vacío […] Se me vaciaba la cabeza y presentí que me desmayaba y […] y me desmayé.
E: ¿A qué se refiere con ese vacío?
Cuando yo estaba delgada y era joven, manejaba bien mi cuerpo: era ágil, ahora lo siento como una masa pesada. Cuando tuve el infarto sentí como que salía de ese cuerpo pesado y me vaciaba.
Otro sujeto masculino de 24 años decía:
Mi ritmo de vida es acelerado, siempre moviéndome de un lugar a otro, trabajando quizá más de lo común. No soy una persona que sufre por situaciones de la vida, sino que tengo demasiado en mi cabeza. […] Las dos semanas previas al infarto […]Reuniones de última hora, problemas familiares […] Todo se resume entre las cuatro paredes de mi oficina y los problemas del cada día entrando por mi puerta y simplemente flotando alrededor mío como si yo fuese un vacío infinito.
Si el cuerpo es a tenerlo, es menester la resolución del conflicto imaginario. El ideal como articulador simbólico es crucial en la distancia que califica al narcisismo secundario. El autoerotismo es primordial pero librado a sí mismo atenta como fenómeno del dolor. Por ello, el anudamiento entre el yo y el objeto parcial deviene una articulación fundamental.
Respecto del dolor corporal se puede generar “una investidura elevada, […] narcisista, del lugar doliente del cuerpo; […] aumenta cada vez más y ejerce sobre el yo un efecto de vaciamiento” (Freud, 1926b: 160). Vaciamiento, Yo-cáscara que no alberga ningún soporte real cuya incorporación sostenga la imagen en el marco del narcisismo secundario. Aquí la aprehensión del cuerpo como vaciamiento es presencia siniestra, reducción a ser un puro cuerpo carente de velos imaginarios. Se impone una inmediatez obscena que no equivale al ahuecamiento normativo del yo.
Así, la función de la falta es decisiva. Desmoronado el fantasma, los bordes se desdibujan, la vacilación deviene desmayo. El objeto tiene que devenir separable, libra de carne con función parcial es metáfora cuando la deuda es al Padre. Para ello, es necesario contar con recursos imaginarios suficientes. Cuando hay pasaje de lo imaginario a lo simbólico, el falo pone el acento sobre el órgano en tanto significante, y no designa su fisiología, ni la copulación.
Sujeto femenino de 58 años expresa:
¡Ah! Mi cuerpo funcionó siempre…. Hasta los 55, ¡a full, dale que va! […] Así vivo. […] Es como un manto de piedad lo que sufrí toda mi vida. […] Sufrí mucho. Yo repté, no caminé por la vida. Me arrastré como víbora por mis tres hijos. O sea que repté. Pero jamás los dejé a un lado. Lo sigo haciendo, y es muy malo, porque ahora estoy sufriendo porque los dos se están separando (pausa).
La posibilidad de hacer trazado del borde se ve desdibujada en un cuerpo que se arrastra como objeto indigno. La causa digna del deseo, no es vanidad ni desecho. Con la melancolía, el sujeto deviene objeto desecho. Pues la sombra del objeto cae sobre el yo y recusa toda aprehensión dignificante del cuerpo. La neurosis narcisista tiende el puente para pensar el conflicto entre el yo y la instancia crítica. Morir arrastrándose parece la opción allí cuando el padecer es lo que causa. De este modo, lo complicado es que el yo se somete al imperativo categórico del superyó, pasivizándose en demasía. Necesidad de castigo y superyó hipersevero se conjugan para impedir todo atisbo de bienestar, sólo el padecer es lo que importa cuando el dolor ha devenido meta.
2.2. Modalidad de goce
Si todo se juega alrededor del falo, su privilegio como órgano es que su goce puede aislarse (Lacan, 1969-1970). Lacan pone en relación el hacerse mal con el goce. Cuando el Uno irrumpe, el cuerpo cae en pedazos; recortes erógenos de un cuerpo gozante. De este modo, la represión primaria, como marca que saca de la impunidad, deja un resto. Dicho resto, como fijación real al objeto, es necesario interrogar si es que el sujeto no debe dar la espalda al goce. Empero, ¿bajo qué modalidad se observa la recuperación de goce en los SCI?
Un sujeto masculino de 57 años, frente a la pregunta sobre su actitud ante los dolores, responde:
Estaba con los médicos y pensaba qué macana, le voy a arruinar el casamiento a mi otra hija, faltaba poco para que se case, si me pasaba algo, era mi mayor preocupación. Y yo ahí […] iban conectando catéteres y demás, ahí mismo seguían la operación, y les dije que sí y como no estaba inconsciente, yo podía ver la pantalla y para mí era maravilloso ver mi organismo por dentro y cómo me estaban operando y bueno, era como ver una vieja película, donde se llamaba viaje fantástico, donde miniaturizan un submarino para operar de una aneurisma cerebral a un personaje muy importante, que no recuerdo exactamente cómo era […] Para mí fue fantástico, te juro que fue realmente, todo lo que me estaban haciendo y yo tratando de ayudar todo lo posible y dándoles ánimo y haciéndonos chistes continuamente, todos, porque era un equipo realmente fabuloso. […] Ellos me decían te va a doler, aguantá, que te va a doler y a mí no me dolía y entonces se reían y yo decía que en realidad, ellos estaban haciendo un buen trabajo, por eso no me dolía y ellos me decían que no, que el umbral que yo tenía de dolor era el de un perro que siente menos que nosotros y nos hacíamos chistes cruzados, en ese momento, pero todo terminó bien. […] Yo sabía que con la vida que llevaba, podía tener ese tipo de problemas, lo cual pasa que uno siempre inconsciente, piensa “a mí no me va a pasar”, aunque le pase a otro, “a mí hoy todavía no me toca”.
Freud, en la metapsicología, nos advierte que un placer directo no puede ganarse con la cesación del dolor, este se torna imperativo (1915a). Sabemos que el acceso al goce no es por vías directas. Con el masoquismo, el sujeto es permutado por identificación con un yo ajeno. El sujeto lanzado al rehallazgo jamás encontrará lo que busca. El factor pulsionante sobrevive en lo que resta y el sujeto accede al goce. Empero, la posición de los SCI frente al dolor es que ellos saben, pero no se afectan. Si el goce es hacerse mal, esto no equivale a una presencia ominosa que abrume al sujeto. En ellos se infiere la ausencia de reacción frente a la violencia del dolor convertido en meta. Pareciera que ni aún el infarto convoca la hora del propio sujeto. Con la oblatividad, no se trata del sujeto, todo por el Otro. Él no está allí y sólo lo está como objeto de goce del Otro, ofreciéndose al espectáculo que no lo involucra. Goce voraz, obsceno a expensas de la marca que haga línea de corte. Ajenidad de un cuerpo que no es propio, ni erógeno.
Sujeto femenino de 52 años enuncia:
¡Ah! Yo las tenía todas: un litro de whisky cada dos días, dos paquetes de cigarrillos por día… Lo que me salvaba era el sexo… Sexo todos los días. […] No me sucedió nada. Sólo estaba desgastada, agotada. Trabajaba 16 horas por día, dormía dos o tres horas… Te puedo decir que la sensación divina que es que te dé un infarto, más allá del dolor en el pecho… Es hermoso. […] No, no me duele nada, yo no voy al médico. Por más malas noticias que me traigan no me duele nada. Soy muy fría. Ese factor me salvó de mucho.
“Donde el deseo fue expulsado lo que tenemos es el masoquismo” (Lacan, 1973-1974: 56). Goce mesiánico que aspira al todo se opone a la ética y la renuncia que se conjugan para dignificar un cuerpo por la gloria de la marca y su efecto de pérdida. Eternidad divina que, como herida abierta, muestra a aquel que empujado compulsivamente al desgaste y agotamiento se reduce a un objeto deyecto que no es causa de deseo alguno. En este sentido, se ha verificado la repetición de idénticas conductas, acciones activas en la búsqueda del sufrimiento como goce imperativo y cruel. A toda prisa y sin perder tiempo, el padecer como tal es lo que importa. Aquí lo doloroso deviene meta imperativa. Factor moral que imposibilita el paso del goce al deseo. La severidad del superyó se contrapone al yo, lo trata como a un objeto y a menudo puede darle un trato duro y cruel pasivizándolo en demasía.
Un sesgo demoníaco como rasgo de carácter empuja bajo mandatos compulsivos que satisfacen la necesidad de castigo. Los SCI no advierten como prohibido a lo imposible: “Las pulsiones dentro del ello esfuerzan una satisfacción inmediata, sin miramiento, más de ese modo no consiguen nada o aún provocan un sensible daño” (Freud, 1926a: 188). Para Lacan se trata de órdenes a cumplir, haz esto… haz aquello, cuya única respuesta es: oigo. No se las puede equivocar. Destino fatal, rasgos de carácter que no interrogan, sólo empujan a recuperar goce sin encontrar el límite de un no subjetivante que detenga la compulsión ruinosa y contraria al deseo. Cuando el fantasma falla en su función, hay contrainvestiduras que si bien funcionan como trinchera lo es a un precio desgarrador en tanto a expensas de lo simbólico. Así el efecto psicosomático deviene estallido obsceno y el sujeto queda privado de una bonificación que al ser en pérdida, dignifique.
2.3. Función de la angustia
Uno en el Otro es menos Uno, la función de la falta, es ese menos sin el cual nada es posible. Si la angustia es el afecto central cuya presencia todo lo ordena, ella debe poder situarse en la raíz. Ese punto donde la angustia es corte, corte que se abre y deja aparecer lo inesperado. Para Lacan el deseo es deseo del Otro. La apuesta del narcisismo es el “a” como desprendimiento. “Es tu corazón lo que quiero y nada más […], la esencia de tu ser” (Lacan, 1962-1963: 233). Así, en el Otro, ese objeto pasa a representar al sujeto como un real irreductible.
Sujeto masculino de 54 años enuncia:
Fue algo repentino, yo me encontraba descansando y cuando me desperté, realicé algunos quehaceres domésticos y luego comencé a sentirme mal, a transpirar, estaba pálido, sentía un dolor opresivo era como si alguien estuviese parado sobre mi corazón, como si lo estuvieran presionando, tenía el cuerpo frío. En un momento en realidad pensé que no era nada, no me pareció grave lo que había sucedido. La duración del episodio fue un poco mayor de 20 minutos.
Sujeto masculino, 57 años, expresa:
Me sorprendió de madrugada, me desperté […] Me intervinieron […] Yo había estado trabajando hasta muy tarde y me sorprendió, me despertó un dolor muy extraño de pecho… No tuve miedo para nada, no, estaba muy tranquilo y yo sabía que interiormente, sabía que era muy grave, pero me sentía seguro que iba a salir adelante.
Sujeto masculino de 62 años decía:
No, no me avisó, me tomó de sorpresa. No hice nada, desconocía, no tenía antecedentes de lo que podía ser, uno tiene una descompostura de hígado y ya sabe lo que es, pero de esto no sabía nada y no registraba emoción alguna en ese momento, lo refiere al cuerpo.
Interrogados estos sujetos por el momento del acontecimiento cardíaco, se escuchan significantes tales como sorpresa, explosión, estallido inesperado. Freud diferencia angustia-miedo-terror. El terror se produce súbitamente, sin aviso, sorprende, mientras que en la angustia el sujeto está concernido por un afecto que lo afecta y que lo advierte.
Como se observa en los fragmentos citados, no hay señal ni aviso proveniente de un afecto que afecte. Por el contrario, de repente, con un mal giro al corazón, lo inesperado vira por un sesgo no deseado. Lo familiar deviene extraño y derrapa en una presencia siniestra a expensas del menos fi. Por fuera del marco legal del fantasma, esa presencia ominosa vale como situación traumática. Lacan aísla el lugar de la causa y lo distingue del objeto en la neurosis. De ese modo, sienta precisiones sobre la angustia como fenómeno de borde. Es necesario una idea sensible de la real, ese borde de angustia cuyo legado es a la función del Uno, gracias al cual la señal advierte implicando al sujeto.
En los SCI no hay pasaje de lo automático a la señal, ese afecto que al morigerar contrarresta el derrape en el exceso desorganizante que deja al sujeto sin recursos, en el desamparo absoluto. El pasaje a la señal requiere del límite que opera en nombre del padre. Tocar ese punto no es igual que derrapar en la situación traumática donde se confunde impunemente exterior-interior. Es necesaria la operación de una marca que saque de la impunidad al sujeto (Freud, 1915b).
3. Efectos subjetivos post-infarto
3.1. Síntomas
Con la última teorización de la angustia, Freud ubica los desórdenes somatógenos dentro del campo de las neurosis, pero diferenciadas de la psiconeurosis. Con ello destaca que, si bien
…los peligros internos tienen como carácter común el implicar la separación, la separación o pérdida puede, por diversas vías, conducir a una acumulación de deseos insatisfechos y, por ende, a una situación de desvalimiento. Así, la situación traumática es para el maestro descendiente directa del estado de tensión acumulada y no descargada de la que habla en sus primeros escritos sobre la angustia. (Freud, 1926b: 77)
Tomemos algunas viñetas[5].
Un sujeto masculino de 58 años, frente a la pregunta sobre su situación actual respecto de la afección, expresa: “Hoy por suerte mi problema cardiaco lo tengo controlado, sé que si quiero estar bien me tengo que cuidar, porque otra no queda, pero siempre también está latente el miedo a que vuelva a ocurrir otra vez”. Asimismo, otro sujeto masculino de 48 años dice:
Quedan algunas manifestaciones diría normales: vértigos, mareos, náuseas. No pienso nada en especial, no me gusta para nada, cuando despierto guardo la sensación de vértigo en mi cuerpo. No sé si son ataques de vértigo, no creo que lleguen a eso. […] No creo estar discapacitado para nada, pero no soy el mismo físicamente hablando. Existe un miedo interno a la espera del segundo episodio, cómo será y si será el último.
Con la distinción etiológica arriba aludida, el miedo a la repetición, mareo, depresión, vértigo, pánico, conducen al valor del síntoma actual y colaboran a conjeturar a favor de la ausencia de subjetivación que suponemos. Miedo no es fobia. El miedo a la repetición del ataque que resta en la mayoría de los SCI es un miedo que carece de representación reprimida. La ocasión para la perturbación en las neurosis somatógenas reside fuera del ámbito anímico (Freud, 1926b). Sus síntomas no se constituyen como tales; el sujeto no les asigna creencia y al carecer de determinismos reprimidos, no devienen enigma. A su vez, para Lacan, fuera de todo determinismo localizable, el pánico es un desorden cercano al miedo. Lo peculiar es que no hay en él amenaza, y falta la angustia. En la angustia el sujeto está interesado, concernido en lo más íntimo de sí mismo (Lacan, 1962-1963). Otras conjeturas conducen al autor a pensar el miedo como miedo al cuerpo (Lacan, 1974).
Por otra parte, en el marco de las neurosis somatógenas, toma preeminencia la inicial idea de sumación, acumulación. Para su emergencia, es preciso que rebasen ciertos valores de umbral.
Freud sitúa a la expectativa angustiada como el síntoma nuclear en tanto un quantum de angustia libremente flotante, cuyo mecanismo responde por ser desviada, sin admitir derivación psíquica. Empero, el estado de angustia también puede irrumpir como ataque sin representación asociada, o bien conectarse con una perturbación de la función cardiaca. Las quejas proferidas por los SCI resultan meramente corporales sin atisbo de simbolización alguna, ni angustia que afecte. Palpitaciones, arritmia, taquicardia y también espasmos en el corazón, falta de aire, oleadas de sudor, hambre insaciable, etc.; también es muy común que en sus relatos queden relegados o apenas reconocibles como un sentirse mal, un malestar (Freud, 1895c). Dentro de los síntomas de estas neurosis el vértigo ocupa una posición destacada. En sus formas más leves se vincula al mareo, y en su forma más grave al ataque de vértigo. A veces estos ataques pueden estar subrogados por un desmayo profundo. Agrega Freud que el ataque de vértigo se acompaña por la peor variedad de angustia y a menudo se combina con perturbaciones cardíacas y respiratorias.
Sujeto masculino de 66 años:
Me creía el campeón del mundo por hacer todo y no dejar nada sin hacer. […] Ya de adulto comencé a no poder tener un buen dormir, y eso hacía que no descansara lo suficiente. Me levantaba constantemente para llenar formularios con respecto de mi trabajo. Me obligaba y quería entregar todo en término y que nunca me faltase nada.
El insomnio como una variedad del ataque de angustia ocurre cuando la activación de la pulsión aflorante de la fijación traumática es excesiva impidiendo la transposición del trabajo del inconsciente y sus leyes. Freud lo considera uno de los síntomas más extremos de las neurosis. Ahí no se trata del deseo, en tales circunstancias acontece el insomnio como renuncia a dormir por angustia a los fracasos de la función del sueño (Freud, 1933a).
3.2. Principio de realidad
Para el psicoanálisis, no hay realidad vivida como tal. El saber consciente no replica lo vivido; con la pulsión de muerte se trata de realidad psíquica inscripta. Sólo así resulta verosímil la implicancia subjetiva. Los SCI saben pero aun así proceden en su contra. Respecto de los cuidados y prescripciones, un sujeto masculino de 57 años decía:
Al principio, seguí todas las indicaciones de los médicos. Dejé de fumar por unos seis meses y luego volví a fumar un atado por día, actualmente fumo, me costó muchísimo dejarlo. La dieta la seguí al pie de la letra y los ejercicios también, hasta el día de hoy sigo caminando en cuanto tengo tiempo libre intentando adecuarme a lo que el cuerpo me permite, no me esfuerzo de más y estoy pensando en empezar terapia psicológica a pesar de que ya pasó mucho tiempo desde mi enfermedad.
Los SCI saben pero desmienten, esto es, saben pero desconocen a la vez. De este modo, entre la renegación y la búsqueda de la enfermedad dolorosa, transitan en una compulsión inevitable hacia la destrucción. En ellos el trozo impedido de provenir de un efecto simbólico se hace carne indigna a expensas del Uno que coloca al goce a beneficio del sujeto.
Un sujeto masculino de 55 años, como respuesta respecto al cumplimiento de las prescripciones, expresa:
Me dijeron que no debo hacerme mala sangre, pero a veces no lo puedo evitar… Me hago mucha mala sangre. Creo cumplir con lo indicado por la médica, excepto que volví a practicar parapente antes de lo permitido. Con respecto a no hacerme mala sangre, lo cumplo a medias puesto que a veces ocurren cosas en mi trabajo y no puedo evitar esa reacción, me hago mucha mala sangre. […] Yo siempre tuve insomnio, dolores en el pecho, problemas estomacales, pero no le daba importancia a las señales de mi cuerpo.
Necesidad de castigo y mala sangre se conjugan para justificar a través de la conducta, la posición frente a un Otro cuya hendidura no termina de poder instituirse. Dice Lacan: “El pasaje al acto […] esa partida errática hacia el mundo puro donde el sujeto sale […] a reencontrar, algo […] rechazado, […] se hace mala sangre […] el paso de la escena al mundo” (Lacan, 1962-1963: 129). Por otra parte, retomar la práctica del parapente antes del tiempo prescripto advierte sobre la tendencia autodestructiva, sesgo cruel del superyó colocándose para ser castigado cuando la meta es el sufrimiento. Para Freud, ello no redunda en beneficio de la moral ni del individuo: “…el masoquista se ve obligado a hacer cosas inapropiadas, a trabajar en contra de su propio beneficio, destruir las perspectivas que se le abren en el mundo real y, eventualmente, aniquilar su propia existencia real” (Freud, 1924c: 175). Si la función del Uno falla ¿cómo podría hacer propio lo vivido? Así lo indican ciertas expresiones: “esto le pasó al corazón”, “mi esposa cuida mis comidas”. Negación, desmentida, racionalización, oblatividad y otros son rasgos hegemónicos que se reiteran de modo notable en los SCI.
3.3. Efectos de castración[6]
Si la subjetividad se focaliza en la caída del falo, un desprendimiento es constituyente. El neurótico pretende ser uno en el campo del Otro, su problema es “la imposibilidad de hacer encajar el objeto a en el plano imaginario, en conjunción con la imagen narcisista” (Lacan, 1968-1969: 237). A cambio de ello, cuando hay pasaje de lo imaginario a lo simbólico, el falo pone el acento sobre el órgano elevado a significante. La función de la falta es decisiva. De este modo, el narcisismo secundario implica tener escrito el hueco del menos fi. Así, el Uno unificante otorga ilusión de unidad y vela el autoerotismo que, librado a sí mismo, es fenómeno de un dolor imperativo.
Lo observado en los SCI nos conduce a expresiones tales como: cuerpo “máquina” “siempre a full”, “Tarzán”, “siempre a fondo”, “de fierro”, ¨invencible¨, “intocable”. Se delata aquí una rigidez contraria al yo como sede de efectos castrativos. Al no operar la castración fálica resulta difícil acceder a una idea sensible de lo real. “Con la distinción del ser y del tener […] el falo se encarna en lo que le falta a la imagen” (Lacan, 1960-1961: 433). Es fundamental la relación entre lo imaginario y lo simbólico, sólo así el significante fálico, privilegiado del deseo, lo es de un goce excluido. Con la separación imaginaria del falo, es posible la seriación de objetos parciales. Que el yo devenga agujereado no es igual a devenir objeto indigno, desecho que recusa toda posibilidad de pérdida. Una considerable depreciación narcisista ligada a un “todo vale” y autoexigencia extrema son rasgos notables en los SCI. Si la ameba es metáfora de reversibilidad, otro es el caso cuando la violencia de un proceso obliga a retirar la libido de los objetos.
También se ha registrado otro tipo de fenómenos. Un sujeto femenino de 48 años, frente a la pregunta: ¿Podría plantear un antes y un después en su vida a partir del episodio cardiaco?, expresa:
Ah! De eso ni me acuerdo. Estoy bien. […] Me prohibieron que no haga esfuerzo, que no engorde, que me cuide de la presión, del colesterol… ¡Qué sé yo! No le doy bola a nada. […] Ahora está todo igual. Cada vez que me internaron siempre me escapé. Nunca tenía el alta. No podía perder tiempo. Con los hijos estudiando… Tenía que volver a trabajar.
La reacción terapéutica negativa, como exponente arrasador de todo resquicio de bienestar, también irrumpe en la cotidianeidad de la vida. Conectado al estrés que domina la posición de estos sujetos en el tiempo previo al suceso cardíaco, sin perder tiempo y a toda prisa, el padecer es lo que importa. El acto normativo es relevado aquí por el pasaje al acto que hace del sujeto objeto deyecto, indigno. Un yo apesadumbrado, deprimido, atacado ferozmente como intento desesperado de querer instituir lo no instituido. Cuerpo no erógeno ni propio como presencia obscena deviene indigno de ser cuidado. Morir empujada por la compulsión de la autoexigencia aparece como una opción inevitable.
Al respecto, Freud nos advierte que en ciertas circunstancias,
…la libido convertida en narcisista no puede hallar el […] regreso hacia los objetos, y es este obstáculo a su movilidad el que pasa a ser patógeno. […] la acumulación de la libido narcisista no se tolera más allá de cierta medida. Y aún […] se ha llegado a la investidura de objeto […] porque el yo se vio forzado a emitir su libido a fin de no enfermar con su éxtasis. (Freud, 1917a: 383)
El supuesto inicial de la acumulación retorna y se conjuga con la inmovilidad, la pesantez libidinal. Lo peligroso allí es quedar sumidos a la inmediatez de sentirnos reducidos a ser un puro cuerpo, sin rodeos ni velos normativos tal como se registra en los SCI. Con el Yo compacto, rígido, de fierro como único objeto no hay seriación. Lazos petrificados impiden la reversión del yo-ideal al yo auténtico. Freud se refiere a la inhibición en el desarrollo del yo; y a su necesario refuerzo y alteración: “El yo es escindible, se escinde […] al menos provisionalmente. Los fragmentos parcelados pueden reunificarse luego” (Freud, 1933b: 54).
La angustia como afecto central que todo lo ordena acarrea un problema. En su carácter de afecto no se reprime; desarrumado, va a la deriva, desplazado, loco, invertido. Los significantes lo amarran porque ellos están reprimidos (Lacan, 1962-1963). A cambio de ello, en los SCI, la acumulación, explosión, estallido no se vive como daño imaginario efecto de lo simbólico, sino que, a expensas de lo simbólico, deviene herida física que contrarresta la producción de la neurosis. Entonces, el ataque cardíaco viene al lugar de la dificultad de pasaje al falo significante, único que verifica el agujero verdadero de lo simbólico. En estos sujetos no se trata del deseo reprimido. Otros son los hechos clínicos cuando la relación al deseo está perdida. Asimismo, en los SCI, ciertos efectos post-infarto muestran la lucha ansiosa por acotar el exceso que persiste sin encontrar una línea de corte, el límite de un no subjetivante. Este solo aparece bajo la dependencia extrema. En la gran mayoría, la hora del propio sujeto se torna inverificable; todo por el otro.
Un sujeto masculino de 48 años, frente a idéntica pregunta enuncia:
Antes hacía muchas cosas, y andaba todo el día trabajando estresado, cada vez más cosas, después del infarto cambio, no solo en la cantidad sino también en la forma de trabajar estoy más tranquilo, tomé conciencia de que tengo que saber frenar, hasta cuánto llegar sin excederme, cuando me embalo me frenan mis compañeros o mi familia; además cambió mi forma de ver la vida, de disfrutar más tiempo con mi familia y amigos.
Sujeto femenino de 70 años: “Tengo mareos, náuseas, vértigo, gastritis, cálculos, creo que no me falta nada”. Observamos aquí que, entre la renegación y la falta que falta, la angustia permanece del lado del otro. La compulsión demoníaca empuja sin fin a la satisfacción en el displacer. Es necesario que la falta no falte (Lacan, 1962-1963). Si falta la falta, en su lugar se muestra lo atroz. Ominosa presencia de un cuerpo desbordado a expensas de la función del menos fi, vale decir, del Uno que en el Otro deviene menos Uno.
Sujeto masculino, 55 años: “Sí, tuve el infarto pero todo sigue igual, nada ha cambiado, siguen los mismos problemas igual que antes del infarto”. La repetición de lo mismo adquiere el sesgo demoníaco allí cuando el sujeto, sin saberlo, ha participado activamente para el siniestro desenlace. El sujeto atravesaba graves problemas. En medio de pleitos ominosos por estafas reiteradas de un familiar muy cercano, recuerda un sueño de angustia, cercano a la pesadilla: “desperté sobresaltado muy mal tenía toda mi espalda con papeles pegados pero de un modo que yo tiraba y tiraba para arrancarlos y no se despegaban… Por momentos hasta la piel se arrancaba… Y así, así en esa desesperación… desperté”. La pesadilla no equivale al sueño como pesadilla moderada (Zanelli y Cosentino, 2016). Recusando toda entropía, se trata de la infinitud del goce del Otro que no existe. Para Lacan:
La angustia de la pesadilla es experimentada […] como la del goce del Otro. El correlativo de la pesadillas […] ese ser que hace sentir todo su opaco peso de extraño goce sobre nuestro pecho, que nos aplasta bajo su goce. (Lacan, 1962- 1963: 73)
El mismo sujeto comenta, respecto de las prescripciones: “mi familia se ocupa de todo… Pero igual sigo fumando un poco menos pero no menos de un atado por día”. Acerca de los días previos, manifiesta haber sentido dolores extraños, desconocidos, pero “guardé secreto frente a mi familia”. Sobre la situación post-infarto informa: “para mí, todo sigue igual; con los mismos problemas, me agarro broncas laborales, dos por tres tengo ganas de cagar a trompadas a alguno que me jode”. Vemos aquí el sesgo demoníaco en el vivenciar, rasgos de carácter que empujan sin saberlo a hacerse mal. Culpa inconsciente y autocastigo como expresión del masoquismo moral extremo se muestra, en ocasiones, bajo la necesidad de la enfermedad como un seguro de vida atormentada, tortuosa. En el Seminario 10, la cólera surge allí cuando el Otro no juega el juego (Lacan, 1962-1963). Cuestiones atinentes al superyó nos orientan, este ordena gozar, orden imposible que debe poder ser advertida por todos y cada uno. Los SCI no están advertidos de ello. Lo imposible no está prohibido y esta omisión hace obstáculo a recuperar goce por canales legales. Se trata de un límite que requiere de la advertibilidad y de un “no” subjetivante, cuestión que, en los SCI no funciona arrastrándolos a la indignidad del cuerpo.
Sujeto femenino de 52 años, exclama:
Yo soy una pobre persona que podía haber sido o estado mucho mejor teniendo muchas cosas buenas y positivas y en su momento no las supe ver. No me gusto para nada, una pobre infeliz. Si hubiese sido mejor antes, sería mejor ahora. Es como que estoy dormida y todavía no me puedo despertar.
Vemos aquí de qué modo, sobre un manto de piedad, un yo-figurita esconde un goce cruel, feroz. Cuando la sombra del objeto cae sobre el yo, melancolía, tristeza, depresión, el factor moral hipersevero se conjuga para encontrar en la enfermedad el alivio a la necesidad de castigo. El despertar requiere de la amenaza que sólo cuando proviene del Padre deviene terrorífica y creíble para un sujeto. Es necesario que el peligro amenace de afuera y se pueda creer en él. La angustia implica corte, presencia del significante como surco en lo real. Corte que se abre y deja aparecer lo inesperado: “La angustia […] lo que no engaña, es lo fuera de duda” (Lacan, 1962-1963: 87). El problema es que la angustia en su carácter de afecto no se reprime. Desarrumado, a la deriva, carente del amarre significante, promueve actos locos en un sujeto desorientado. Es necesario que el aparato trabaje para morigerar su impacto mediante la elaboración psíquica.
Sujeto masculino de 55 años:
Ahora soy más reflexivo. Le doy menos importancia a las cosas por las que antes me hacía problema. En el trabajo cumplo pero trato en lo posible de no tomarme las cosas tan en serio. Pienso en caminar, pero me cuesta mucho hacerlo.
Masculino de 65 años decía:
Y sí, me di cuenta de lo que puedo yo y lo que no puedo yo… Hasta ese momento yo era Tarzán, después de ese momento pasé a ser un ser humano cualquiera, Tarzán era inmortal, y el enfermo es mortal. […] No debo autoexigirme sin pensar, debo tomar todo a su tiempo, moderación y tranquilidad. Llegar a las cosas cuando corresponde llegar… y … Sin forzar nada, o sea el devenir.
Freud, interrogado por el malestar en exceso, advierte sobre modos de combatir el sufrimiento que reposan en la depreciación del valor de la vida, allí cuando el hombre rehúsa confesarse su nimiedad, su desvalimiento (1927). Las comunicaciones de los SCI nos permiten inferir que pensarse mortal y poder otorgar otro valor a la vida, tal como declaran, puede concebirse como efectos de cierta caída o quiebre imaginario. Empero, conjeturamos que no implican una mutación real en estos sujetos. Es necesaria la angustia, que los síntomas devengan enigma colocando el a en el campo del Otro para que una demanda abra la suposición de saber al Otro. No se trata de la razón ni del conocimiento. Más allá de la reflexión y del pensarse mortal, es necesario que la muerte se anude al sexo en un decir dialectizable que abra lugar a la pregunta. Los límites de la problemática del deseo se conjugan con los hechos del lenguaje, allí cuando este nos impone dar cuenta de lo que se es: aparecer para desaparecer. Ser incauto de algún trozo de real que sorprenda, que afecte sin abrumar, requiere del Uno separador y el efecto de pérdida.
Finalmente, un sujeto femenino de 62 años expresa:
Eso sí, la calma que tengo hoy… (PAUSA) Soy dos personas, totalmente. La que atiende el negocio, y esta… Esta soy yo. La que puede pensar, que en la noche escribe mucho. Es mi terapia. Y a mi hija le estoy inculcando eso. Es buenísimo… contarle a Dios lo que te pasa.
El sujeto arriba citado hace excepción al conjunto del universo observado. Este sujeto ahora sí se dirige al Otro, a un otro sin rostro a quien, a través del ¿che vuoi? le supone un saber. Dios es inconsciente, más allá del yo, se abre la promesa de transitar del enigma a los misterios. Misterios de un cuerpo que habla en los silencios de una ajenidad que lo complica sin abrumarlo. Letra y escritura no es igual a que un sujeto escriba, empero, al escribir hay pérdida. Escribiendo, podrá hacer propio lo vivido, cuando ese escrito, hablando de otra cosa, haga nudo de una palabra con otra. Mismidad cuyo legado es a la función del Uno, que, si bien permite que el saber se conjugue al goce, no da identidad y tampoco duplica lo vivido. En El porvenir de una ilusión, lo fecundo de poder soportarse en la división subjetiva conduce a encontrarse frente a una difícil situación: confesarse su desvalimiento, su nimiedad, dejar de ser el centro de la Creación (Freud, 1927). Cuando el límite opera en nombre del padre hay línea de corte y lo morigerado permite alguna inscripción que alivie al sujeto del peso oprimente del goce cuando este no se recupera por los bordes dignificantes.
Para concluir, las viñetas consignadas de los SCI han sido seleccionadas por su alta significatividad en cuanto ilustran de manera notable los rasgos que se reiteran en la mayoría del universo observado. Resultan abundantes los indicadores que abonan a favor del supuesto que nos ha guiado, que es que en los SCI se verifica la ausencia de subjetivación del infarto, por falla de la función del Uno. De acuerdo con los tres ejes que ordenan este análisis, realizamos las siguientes inferencias.
Respecto de la posición en el discurso, si el Uno interroga la correspondencia biunívoca, los SCI se insertan en una modalidad discursiva donde la yocracia recusa toda equivocidad. La trampa es creer que el lenguaje los presenta. Si se trata de un decir que historice al sujeto, hablar no equivale al decir que hace lazo del que habla a lo que dice. La ausencia de pregunta impide la distancia, merced la cual el sujeto se despega del significante. El problema se suscita a la hora de recusar un decir que promueva efectos. Pues en ellos no se trata de efectos sino de sentidos.
Asimismo, frente a la aceptación incuestionada del Otro sin barrar, la significación del estrés funciona como etiqueta cuyo valor corre opuesto al sujeto del Uno que no equivale al “Uno es” (Lacan, 1971-1972: 71). Si la queja yoica del síntoma permite creer ahí y, a su vez, poder suponer un saber al Otro, no es esto lo verificado en los SCI. En ellos la queja es muda, los fenómenos que presentan no hacen llamado. Entre la desmentida, la oblatividad, la racionalización, nada interroga, nada despierta.
Un sesgo cruel e imperativo marca la pendiente que antecede al colapso cardiaco. Empujados compulsivamente a todo tipo de excesos, muestran la imposibilidad de un no subjetivante. La ausencia de reacción frente a la violencia del dolor, soberbia, y desmentida son evidentes en el tiempo anterior, en el cual los síntomas actuales recusan todo enigma subjetivo. En esa pendiente, con un real desbordado fuera de todo marco, estalla el infarto. Contingencia desfavorable que irrumpe de modo directo borrando todo atisbo de erogeneidad. Haciendo agujero a expensas del Padre des-troza un órgano impedido de devenir significante.
La triple determinación del sujeto (Lacan, 1974-1975) es crucial para interrogar el narcisismo. Los SCI se estancan más acá del tope que marca el menos fi. Impedido el desprendimiento, hay desajuste imaginario. Si no hay pérdida, el narcisismo no deviene secundario y tampoco hay acto ni duelo por el falo que funde al sujeto. La sombra del objeto cae sobre el yo y la exigencia de maltrato sigue siendo impiadosa. El yo rígido como único objeto impide la parcelación y erogeneización que otorgue al cuerpo su estatuto de gozante. La ominosidad de bordes desdibujados y lazos petrificados impide que un sujeto se verifique por el encuentro con un soporte real. La función del Uno convoca el carácter escindible que, con la pérdida narcisista, recusa la viscosidad que prevalece en los SCI.
Si el yo es también agujero, esto no equivale a la rajadura a expensas del Padre. Más acá de las neurosis típicas, la rigidez recusa que el órgano devenga significante. En el pasaje de lo imaginario al falo simbólico se introduce la dificultad. Impedido el significante fálico el goce no logra ser aislado. Desmoronado el fantasma, en los SCI hay tragedia de deseo. El pasaje del goce al deseo sigue impedido. En lugar de habitar una causa digna, se precipitan como objetos indignos bajo modos obscenos de recuperar goce. Un goce cruel, imperativo, subyace tras imágenes depreciadas, martirizadas, vacías de un real que dé soporte auténtico al narcisismo en cuyo seno la libra de carne sea metáfora de deuda paterna. El masoquismo organizado como factor moral es imperativo de dolor que abruma. Un sesgo demoníaco acompaña las conductas post-infarto. En los SCI el acceso directo carece de prohibición. Sabemos que el objeto está perdido desde siempre; empero es necesario advertirlo. Empero los excesos que aún perturban en demasía, obstaculizan el pasaje del goce al deseo.
En los SCI el trauma se corporiza haciendo marco supletorio que empobrece. Los SCI derrapan en la aspiración irrealizable al todo. La desorganización sesgada por la falta de señal-angustia impone otros hechos por los cuales se intenta instituir lo no instituido. Impedido el a de colocarse en el campo del Otro, la precipitación, acting out permanentes, dejan al sujeto en el lugar de objeto abyecto, indigno. La angustia que concierne a un sujeto no es estrés ni la prisa “mediante la cual el hombre se precipita en su semejanza al hombre” (Lacan, 1960-1961: 404).
Hay un franqueamiento que en los SCI está complicado. La raíz del fantasma, ese punto inicial de angustia: poder atravesarlo es crucial a la hora de toparnos con estos sujetos en los que la relación al deseo está perdida. Impedidos de atravesar ese punto quedan sumergidos, aspirados en la situación de desamparo. El sujeto trastornado se ve desbordado por una situación que irrumpe y a la que no puede dominar (Lacan, 1960-1961).
De modo similar al tiempo previo, en la situación post-infarto niegan, desmienten, racionalizan evidenciando la no aceptación de lo vivido; situación que impacta negativamente en el cumplimiento de las prescripciones y cuidados acordes a la valorización de la vida. Dicho incumplimiento se contradice con expresiones vertidas a favor de la vida.
En este tiempo posterior, resulta notable la persistencia de una expectativa angustiada que insiste bajo síntomas que sin constituir enigma no son relevados por elaboración psíquica alguna. Entre ellos, el miedo a la repetición representa casi una invariable. Asimismo, abona en contra de la subjetivación del infarto, no sólo la vigencia de síntomas que no interrogan, sino también la lucha ansiosa por acotar los excesos perturbadores, como rasgos de carácter y otros, muestran la carencia de un no subjetivante proveniente de la marca del Padre.
Si la evocación del Uno hace vacilar, caer, los efectos de caída que declaran parecen sólo imaginarios. Los cambios de posición post-infarto aparecen signados por la oblatividad y dependencia extrema del semejante. Conjeturamos que se trata de quiebres imaginarios que no adoptan el carácter de angustia que promueva una demanda, una suposición de saber al Otro. En ningún caso se registra la realización de tratamiento psicológico. Por tanto, interpretamos que no se trata de una mutación real que involucre al sujeto. Pensarse como mortal en el plano de la reflexión implica un quiebre yoico, empero, la muerte en tanto significante se juega en la retroacción donde el sujeto se verifica haciendo suyo lo vivido. Aquí está la complicación si es que el sujeto ha de seguir la huella de su deseo. Al fallar la función del Uno, la enunciación no adopta el giro de la demanda, en tanto el Otro no deviene inconsistente. Expresiones como “aún sigo durmiendo, no despierto” muestran que Uno requiere de otro goce. Plus de goce que despierta pero no abruma. Sólo si el falo se encarna en Uno, el Ello muestra lo que allí despierta sin ser. Es el objeto el que anuda. Ahí el deseo adquiere consistencia, se plantea como deseo del Otro. Empero, esto no es algo que va de suyo.
- El material proviene de una investigación dirigida por la autora, El trauma actual en sujetos con desórdenes cardiovasculares, específicamente, infartos (Zanelli, 2014).↵
- Todos los fragmentos vinculados a los SCI derivan de igual fuente y constituyen comunicaciones personales.↵
- De aquí en más, “E” indica entrevistador.↵
- De aquí en adelante, la cursiva resalta los valores vinculados a las variables: cuerpo, goce, angustia.↵
- De aquí en adelante, la cursiva resalta los valores vinculados a síntomas, principio de realidad y castración.↵
- En ninguno de los sujetos entrevistados se registra la realización de tratamiento psicológico, ni antes ni después del infarto.↵