El sujeto se toma por Dios, pero es impotente para justificar que se produce del significante, […] S1 y aún más […] que ese S1 lo representa junto a otro significante. (Lacan, 1976-1977: 50-51)
Para reflexionar sobre la función del Uno en la subjetivación, citamos, en principio, la diferencia entre mundo y escena. El primero como lugar donde lo real se precipita, se diferencia de la escena (Lacan, 1962-1963). En ella como portador de la palabra el sujeto accede a una estructura de ficción. Lacan sitúa el proceso de subjetivación en tanto el sujeto se constituye en el Otro. Ahí el sujeto se historiza. Cae la realidad como mundo percibido como tal. Se requiere de lo ficcional. La inscripción en el Otro decide las vicisitudes. No hay realidad prediscursiva; ella se funda en un relato cuando el enganche al Otro ha sido posible.
La lógica freudiana de la castración como lógica del sexo connota una falta que se sitúa en un orden lógico. Todo hombre se inscribe por la función fálica pero hay un límite. Lo femenino carece de un significante congruente que la inscriba. La función del no-todo es un punto crucial: “Lo subjetivo es algo que encontramos en lo real” (Lacan, 1955-1956: 266). En una estructura guiada por el deseo como deseo del Otro, la doble cuestión de la demanda llevada al extremo conduce al ¿qué me quiere? Punto difícil en el cual el Otro viene por mi ser, quiere mi angustia. Si no hay Otro del Otro, lo real amenaza en el fundamento último. Ahí me pongo deseante. Con el pasaje de lo imaginario a lo simbólico, la herida narcisista es retomada para resaltar la fecundidad de la castración fálica. Un precio hay que pagar si se pretende, con la puesta en función del significante fálico, acceder a la poiesis del más Uno.
1. Función del Uno
Comenzando por la función del Uno, para luego interrogar su relación con la subjetivación, giramos alrededor del supuesto “el individuo afectado de inconciente es […] sujeto de un significante” (Lacan, 1972-1973: 171). Partiendo de algunas conjeturas vertidas por Lacan sobre la cuestión del Uno, abordamos su relación con la subjetivación y tomamos la advertencia citada en el epígrafe para interrogarla. Por este sesgo se aborda al sujeto con la génesis del significante. En principio, Más allá del principio de placer (Freud, 1920) y Psicología de las masas y análisis del yo (Freud, 1921) parecen inspirar de modo decisivo. El dualismo conjuga una posición inédita; si el Eros no es sin Thánatos, empero, el Uno pone en tela de juicio la diada. A su vez, el rodeo por la masa deviene esencial para concebir al sujeto en ciernes. Así, el un existe Lacan lo infiere del rasgo unario, Einziger Zug (Freud, 1921). El sujeto cuenta antes de coleccionar. Lo decisivo es el Uno despegado de lo cualitativo que decide la entrada en lo real. Traza que se traza es lo que falta para pensarse agotado por el conocimiento. Diversos interrogantes puntúan esta argumentación. En principio, ¿el rasgo unario es un significante? Si bien no lo es, empero, “es con este aparato del rasgo unario como se constituyeron como sujetos” (Lacan, 1962-1963: 31). Así, el Uno en su comienzo vale como rasgo en soledad que repite sin contarse: “En el nivel del Otro podrán situar […] los acontecimientos, la puesta en escena, […] el inconsciente estructurado como un lenguaje” (Lacan, 1968-1969: 207). Sin embargo, el Uno no es el Otro. El Otro no se adiciona con él. Lacan parte del un Otro (1968-1969). El Uno del significante inscripto en el Otro es condición necesaria para que un sujeto se enganche. Es en el Otro donde toma lugar el significante que no existe más que como repetición. Empero, en la repetición hay límite; relación determinante del Uno con el efecto de pérdida.
En el Seminario 19 el sujeto del Uno no equivale a uno es. Haiuno no marca la existencia sino que interroga esa existencia misma. Vemos ahí el sesgo por el cual se funda el Uno de la inexistencia, “Lo que sólo existe no siendo” (Lacan, 1971-1972: 133). La dimensión a-posteriori conlleva la suposición de que inexiste como tal. De repente el Uno se encarna en el Otro y permanece indeterminado; en lo que toca al saber es fracaso. Así pues, con el Haiuno Lacan se desliza en el marco del sujeto de un significante al que reconduce la afectación del inconsciente. Retomando la advertencia del epígrafe, ¿cuál es la complicación? Con el ser siempre allende el sujeto de un significante, no es más que puntual y evanescente (Lacan, 1972-1973).
De este modo, si el individuo afectado de inconsciente es el sujeto de un significante, se articula con un significante que representa a un sujeto para otro. Con la lógica del Uno y la retroacción, la relación S1-S2 no es relación de representación. Si el S1, el amo releva al Uno, este subsiste por representarse ante el segundo uno que está en el Otro. En virtud del Uno separador, S2 afanisíaco garantiza que un sujeto se verifique como verdadero. Es necesario que se escriba Uno que barra al Otro. ¿Qué relación tiene el Uno con el cuerpo?
1.1. Uno, letra, cuerpo
Si el Uno no es el Otro, ¿cuál es la función del Uno y su relación con el Otro en los orígenes? Si el Otro se alcanza, sólo por intermedio de ser la causa de su deseo, Lacan remarca tres tiempos en la constitución del sujeto. Con la duplicidad que introduce la relación del sujeto al Otro, el sujeto se hiende por ser, a la vez, efecto de la marca y soporte de su falta. Cuando el significante redobla su intención de significarse a sí mismo, no hay acto sexual. Como efecto de vacío, la pura estructura de lenguaje lo cierne. Otro radical separado de sí, no idéntico a sí mismo. El cuerpo como lugar donde se inscribe la marca significante. Cuando el Uno irrumpe, se trata del cuerpo fragmentado que existe en los orígenes subjetivos. Con la pulsión los objetos en las fronteras funcionan a nivel de los bordes y vienen de otra parte que no es significante. Así pues, Uno introduce la falta radical: “El conjunto vacío es el Otro como lugar de toda inscripción significante, y que su primera forma […] es el cuerpo […] vaciado de su goce” (Lacan, 1975-1976: 209). Hay un Otro radicalmente Otro: no hay Otro del Otro. El Uno del conjunto vacío, el S(A), significante del Otro sin barrar es el A inaugural. Marca de una identificación primaria que funciona como ideal. Así, el sujeto de la marca está dividido y el goce excluido.
El primer Otro, radicalmente Otro distinto de sí, vale como Uno separador cuya esencia real es aquello que del inconsciente se traduce como letra (Lacan, 1974-1975). Si el Otro es “el entre” (Lacan, 1971-1972: 68), más allá del entre dos, la esencia del Uno vale como identidad aislada de toda cualidad. Uno no equivale a su fundamento. Ella, la letra, hace borde litoral y al ser real se inscribe de otro modo: S (Atachada). Si la función del Uno es encerrar agujero, la letra como esencia invisible feminiza y sitúa dominios. Al hacer borde litoral, anuda imaginario y real. Así, el Uno al producirse vale como señuelo y escribe tan sólo un signo de lo real. Ser agente de lo imposible a-vergüenza. Caída del saber, punto de subversión que dignifica una ex-sistencia cuando lo real resopla con vientos que vienen de otra parte que no es significante. No hay metalenguaje. Lo escrito se construye como efecto del lenguaje. Así la no relación logra, por el instante, restituirse al discurso. El legado es al Uno por el cual, en tanto saber en fracaso y efecto de pérdida, hace de la repetición el campo princeps de lo subjetivo. Cuando el Uno se produce, no es unívoco. Si el Uno introduce el no hay acto sexual, la castración no es historia ni anécdota, es una estructura subjetiva esencial al sujeto.
Hemos partido del supuesto de la afectación inconsciente en el sujeto de un significante (Lacan, 1972-1973); si giramos a su alrededor para vincular la función del Uno con la subjetivación nos preguntamos por la función del Padre en ella. Con el nuevo amo, Lacan afirma que “Existe al menos uno para el cual la verdad de su denotación no se sostiene en la función fálica” (Lacan, 1971-1972: 44). La lógica del Uno retoma ese Uno que se inmoviliza. Como significante amo de la muerte, lo releva el Padre que impide la aspiración totalitaria de lo simbólico. Desde ahí, un punto subversivo interroga al saber en su función radical. Saber perdido (Urverdrängt), lo reprimido desde siempre. La promoción a la subjetividad consiste en pasar toda mi fe y amor al Padre. Terceridad normativa en tanto orden simbólico. ¿Qué lugar ocupa allí el Edipo? El significante fálico no tiene correspondiente en el inconsciente; la realidad sexual carece de proporción. Ella, en los límites se inscribe S (Atachada). Así es que, porque existe lo simbólico, la castración es necesaria. Con el mito de Tótem y tabú (Freud, 1913), el acontecimiento es estructural. El principio del significante amo es la castración. Una inscripción se hace posible. Padre muerto equivale a goce prohibido en su fundamento. Solo hay migajas. Si el Padre mítico es aquel que apela al goce puro, Lacan advierte que lo mismo dice el superyó: ¡goza!; orden imposible, imposible es lo real. Llegar o no a ser el Padre tiene precio. De este modo, un acto de inscripción en la carne, incorporación oral canibalística se reconduce a la significación última del Padre y se ubica en el origen de toda historización subjetiva. Ahí radica la fecunda infatuación del Uno, que, como señuelo, es signo de lo real.
2. Uno, agujero, goce
Uno no es igual a su esencia. Esta lleva al origen, en tanto falla en ser. Sólo la pura diferencia posibilita la entrada en lo real. La repetición de lo mismo, al inscribirse, produce diferencia, esto es, escritura del Uno y reescrituras subjetivantes.
El decir verdadero impone otra Cosa que el significante, el legado es a la función del Uno. Así, Lacan retoma el lugar de la repetición, pues en ella es donde se engendra la pérdida como plus de goce, ese efecto real (Lacan, 1969- 1970). Como irrupción en campo prohibido, el acceso al goce es por el a que simboliza la pérdida. La separación es un tiempo lógico de la alienación que si bien a veces puede faltar, cuando se produce hay lugar para la sabiduría del goce.
Si todo pensamiento se piensa por sus relaciones con lo que se escribe de él, es necesario no darle la espalda al goce. En los límites, ese goce aparece evocado en la coyuntura del acto imposible; más allá de la norma, se trata de agujero, vacío. Por el Uno, en el discurso hay hiancia. Se trata de trazar su contorno. Con el resto caído del significante, el escrito interroga a lo verdadero. Es necesario otro goce que el goce fálico. Cuando el Uno alza vuelo, encamina a la ex-sistencia en un afuera que no es (Lacan, 1971-1972). El Uno deja caer un resto que espera al sujeto para su exilio. En el tropiezo un saber extraño conmueve. Lacan sitúa ahí lo limítrofe del goce femenino, mítico. Ajenidad de un cuerpo que resuena cuando la pulsión sopla otros aires que los del significante.
La coacción del significante fuerza al significante a su fundamento. Si Eso toca en lo verdadero, hay Uno que no une. Horror al saber, el sujeto por el hecho de hablar, goza y no quiere saber nada de Eso. Es necesario atravesar ese punto. Hiato de la verdad del deseo ante el cual el neurótico recula queriendo reescribir la unidad del Otro (Lacan, 1968-1969). Si la solución es ser el Padre, con los aportes de Lacan, la identificación es necesaria pero para ir más allá. Ella es no-toda y se lo recuerda a la función fálica, inscribiéndose como S (Atachada). Hiancia radical, no hay Otro del Otro.
3. Uno y subjetivación
Si el Uno asegura la unidad de la copulación del sujeto con el saber, “El neurótico pone en tela de juicio lo que atañe a la verdad del saber, y lo hace precisamente en el hecho de que el saber depende del goce” (Lacan, 1968-1969: 303).
La función del Uno, ¿qué novedad introduce para la constitución subjetiva y la subjetivación?
Con el estatuto primario de la pulsión de muerte, se trata de realidad psíquica inscripta. Una práctica orientada a lo real conduce de la suposición de saber a la producción del S1 que da comienzo a la sustitución. Así, la subjetivación, deviene otra cosa, y “a partir del momento en que hay juego de inscripciones, marca del rasgo unario, se plantea la cuestión” (Lacan, 1969- 1970: 191). Lugar inédito del S1 a producir. El discurso analítico encuentra allí su justificación.
La repetición, como campo princeps de lo subjetivo, conlleva rodeos ficcionales que aseguran el acceso al goce por el a como resto caído. En el reencuentro hay separación que, en tanto verdad de la alienación, implica pasaje por el a como basura decidida (Lacan, 1975-1976).
Sólo por el resto se accede al goce sin saberlo. Alteridad radical en la cual deviene asible la castración subjetiva. Una imposibilidad sostiene al reencuentro. Sólo es posible triebando a la muerte, esto es, lo simbólico girando alrededor del agujero inviolable. La búsqueda se relanza en tanto Eso no es Eso. No hay progreso (Lacan, 1975-1976), cópula, reencuentro y rodeos destinan al sujeto a quedar reducido a la pura marca en su esencia discontinua. Ahí cuenta la división en acto y su efecto de pérdida que es real.
¿En qué radica la dificultad de justificarse del Uno? Infatuación del Uno que, como señuelo, me hace ser un poco ahí. Empero, no sólo en lo que toca al saber es fracaso, sino que por sus efectos, entrega un saber de otro orden. La triple determinación del sujeto reconoce a los tres registros RSI[1] igual rango anudante. Si bien los tiempos lógicos de la alienación-separación dan cuenta del anudamiento de lo simbólico y lo real, cuestiones clínicas complicadas condujeron a reintroducir lo imaginario con igual valor que los demás. La notación menos fi advierte que sin ese menos esencial nada será posible. Pasaje mediante, sólo el falo verifica el agujero verdadero. La copulación entre simbólico e imaginario es la vía necesaria para que el Uno conduzca al fundamento. Este tiene que demostrarse. Así, la orientación de lo real forcluye al sentido. El yo deviene otra Cosa; posibilidad fragmentable sin la cual sólo hay infinitud y obscenidad del goce del Otro.
La nominación no es comunicación. Con lo simbólico girando alrededor y consistiendo en el agujero, el núcleo ciñe y genera afectación subjetivante. Creer en el ser por el sólo hecho de hablar hace del acontecimiento un hecho que no equivale a la función de la palabra. Sin necesidad de desgarraduras obscenas, el lenguaje exige dar cuenta de lo que se es. Nombrar apunta al decir como acto. El corte cuestiona a lo verdadero que adormece. Entonces, hay un real que ex-siste al falo y se llama goce (Lacan, 1974-1975). Si el saber depende del goce, el inconsciente ex-siste. Los sucesos vividos no se dan por válidos a-priori.
Para concluir, el cuerpo, en el inicio, vale como lugar de inscripciones. Allí se sitúa el principio de toda posibilidad significante. Alumbra así la lógica del Otro inaugural como pura alteridad del significante. Por su encuentro, el sujeto dividido se designa sólo como distinto, sin ninguna referencia calificativa. Es necesario evocar ese Uno que hace vacilar, caer (Lacan, 1975-1976).
Todo hombre se inscribe por la función fálica pero hay un límite. Lo femenino carece de un significante congruente que la inscriba. La lógica freudiana de la castración como lógica del sexo connota una falta que se sitúa en un orden lógico. Con el pasaje de lo imaginario a lo simbólico, la herida narcisista es retomada para resaltar la fecundidad de la castración fálica. Un precio hay que pagar si se pretende, con la puesta en función del significante fálico, acceder a la poiesis del más Uno. La función del no-todo es un punto crucial: “Lo subjetivo es algo que encontramos en lo real” (Lacan, 1955-1956: 266). En una estructura guiada por el deseo como deseo del Otro, la doble cuestión de la demanda llevada al extremo conduce al ¿qué me quiere? Punto difícil en el cual el Otro viene por mi ser, quiere mi angustia. Si no hay Otro del Otro, lo real amenaza en el fundamento último. Ahí me pongo deseante. Lo real no equivale a terceridad.
La nominación no es comunicación. Con lo simbólico girando alrededor y consistiendo en el agujero, el núcleo ciñe y genera afectación subjetivante. Ahí la creencia deviene certeza. Si Uno no equivale a su esencia, esta debe demostrarse si es que un sujeto ha de seguir la huella de su deseo. La subjetivación exige otra cosa. Más allá del deseo del Otro, no hay Otro del Otro. La no relación tiene que restituirse al discurso. Si no hay Otro del Otro habrá lugar para lo simbólico con sus leyes metonímicas y metafóricas. Así, con la poiesis del más Uno podrá hacer bordes acotando el goce. Economía del goce sin la cual lo obsceno y transgresor puede conducir a lo peor.
- Real, simbólico e imaginario.↵