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2 Compartiendo y disputando veredas en “Avellaneda”

El caso del colectivo senegalés y la (de)construcción de relaciones interculturales en el espacio público

Gisele Kleidermacher

En el presente escrito me propongo analizar las relaciones interculturales[1] que se establecen en el espacio popularmente conocido como Avellaneda en el barrio de Flores, en el que converge una diversidad de actores de distintas nacionalidades que adscriben a numerosos grupos étnicos y religiosos, pertenecen a distintos estratos sociales, y se expresan en una multiplicidad de lenguas, todo lo cual configura trayectorias[2] múltiples, entendidas como historias individuales y colectivas dentro de sus itinerarios migratorios que aportan especificidad a los vínculos que establecen entre ellos.

Los reúne un ámbito caracterizado por la producción de indumentaria y el comercio, en locales de venta mayorista y minorista, pero también en veredas, en puestos en galerías y, en los últimos tiempos –producto de las restricciones impuestas por la regulación del espacio público–, de a pie, recorriendo esquinas, bares, entrando a locales y estaciones de tren.

El espacio barrial es, entonces, la excusa, pero también el sustento de las relaciones que en él se producen, donde lo étnico y lo económico se intersectan, se tensionan y se ven permeados por representaciones sociales[3] sobre las cuales se mantienen, pero que también configuran determinadas formas de relaciones interculturales.

A partir de un abordaje cualitativo, basado en observaciones y entrevistas en profundidad a población de origen senegalés y a comerciantes y vecinos de distintos orígenes migrantes y pertenencias étnicas, que habitan y/o transitan dicha zona, propongo un análisis de las relaciones signadas por las disputas por el espacio y lo que él representa –en particular para los migrantes senegaleses, la posibilidad de acceder a las veredas de ese barrio para desarrollar su actividad comercial–, así como de algunos cambios que han sucedido producto de la implementación del Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2017, que modifican la actual Ley Migratoria de la Argentina y que serán explicitados luego.

El artículo focaliza en los cambios operados en los últimos dos años (2017-2019) con respecto a las cuestiones planteadas en mi tesis doctoral (2015), donde indagué las relaciones interculturales que se producen entre migrantes provenientes de Senegal y la población nativa residente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a partir del análisis de las representaciones sociales que un colectivo construye respecto al otro. Por lo tanto, se basa en trabajo de campo realizado entre los años 2012 y 2014 y en entrevistas realizadas en los últimos dos años, en los que se produjeron importantes transformaciones a nivel político y económico y del discurso público acerca de los migrantes en el país, como también determinados cambios en los marcos normativos que dificultan tanto la regularización migratoria como las actividades laborales que llevan a cabo mayormente las personas de origen senegalés.

La zona de avenida Avellaneda y la confluencia de distintos colectivos de origen migrante en su actividad comercial

La zona de estudio está emplazada en la Comuna 7 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, una de las 15 unidades administrativas en las que se divide la ciudad. En particular, nos focalizamos en el sector norte del barrio de Flores, conocido como Avellaneda, cuyo eje se encuentra en la avenida homónima y está limitado por las calles José G. de Artigas, Gaona, Segurola y las vías del Ferrocarril Sarmiento[4]. Durante el período de investigación, la zona continuó expandiéndose en distintas direcciones: es significativo su avance hacia el sur, cruzando las vías del ferrocarril, por lo cual es posible en la actualidad observar la extensión de comercios hasta la av. Rivadavia.

En este espacio, que va desde la altura del 1.800 hasta el 2.500 de la avenida Avellaneda, pero que también incluye las calles perpendiculares, tiene lugar una gran actividad económica, donde hay locales mayoristas y minoristas de ropa, y, por lo tanto, concentra día a día miles de compradores, muchos de los cuales viajan desde distintos puntos del país para la compra y reventa de mercadería.

El presente apartado analiza un espacio entendido no solo como lugar físico, sino también como aquel en el que se producen relaciones sociales entre diversos actores (Massey, 2013). Ese ámbito se fue constituyendo a partir de la confluencia en distintos momentos históricos de colectivos de origen migrante que fueron desarrollando actividades económicas enraizadas en prácticas culturales. En ese sentido, resulta importante mencionar brevemente cómo fueron arribando y estableciéndose en lo que denominamos Avellaneda.

En relación con los actores que allí confluyen, mencionaremos a aquellos con quienes el colectivo senegalés establece vinculaciones directas o indirectas. Mayoritariamente, se trata de sujetos que participan de las actividades productivas o comerciales de la zona o que se encuentran vinculados de alguna forma a ellas. Debemos mencionar, en primer lugar, a los judíos árabes. Bialogorski y Kim (2016), entre otros autores, observan que la zona de Flores Norte fue poblada por inmigrantes judíos de la ciudad siria de Damasco, quienes se asentaron primeramente en los barrios de Barracas y La Boca, y posteriormente, entre 1920 y 1930[5], se mudaron a la zona que analizamos. Entre los aspectos a destacar de este grupo, cabe mencionar la relevancia de su vida religiosa y el desarrollo de la producción textil y el comercio, actividades que sus descendientes siguen realizando en la zona en la actualidad.

Con posterioridad, a partir de la década de 1980, se desplazó desde el barrio porteño de Once hacia Flores la comunidad de origen coreano[6]. Estos se vieron imposibilitados de renovar sus contratos debido a los altos alquileres que la superpoblación de dicho barrio impulsaba. También su inserción laboral se concentró en la producción y venta de indumentaria, sobre la que ya contaban con saberes previos –principalmente en la producción de tejidos–, y entraron en relaciones de tipo laboral con los judíos árabes y, posteriormente –como veremos–, con la población de origen boliviano que arribó al lugar en años subsiguientes[7].

Tal como analizan Bialogorski y Kim (2016) y Bialogorski, Fischman y Kleidermacher (2016), remitiendo también a investigaciones previas[8], la zona Avellaneda paulatinamente se fue conformando también como barrio residencial para miembros del colectivo coreano, con sus viviendas y la presencia de iglesias étnicas. En los últimos años, se han instalado también casas de gastronomía fundamentalmente para integrantes de la comunidad (ver artículo de Bialogorski en este volumen).

El arribo de la población de origen boliviano a la zona puede situarse hacia mediados y fines de los años 90, siguiendo características similares a las del megacomplejo ferial conocido como La Salada[9], que fuera creado por un grupo de inmigrantes bolivianos. Debido a situaciones conflictivas surgidas al interior del complejo, aquellos que poseían capacidad económica decidieron reproducir su dinámica en muy menor escala en otros espacios, como la zona Avellaneda, alquilando locales en distintas galerías, propiedad de empresarios tanto coreanos como de connacionales (Bialogorski y Kim, 2016).

Cabe mencionar finalmente que en la zona analizada, en el rubro de confección y comercialización de indumentaria, hay un gran número de establecimientos de producción que operan sin autorización oficial. Al comienzo, en las relaciones entre las diversas comunidades, los migrantes de origen boliviano eran contratados por personas de origen coreano, quienes, a su vez, comenzaron en muchos casos trabajando de mano de obra de los propietarios judíos. Sin embargo, en la actualidad, muchos de aquellos bolivianos ya instalados desde hace tiempo han ido tomando parte en la producción de prendas de vestir y funcionan como subcontratistas o propietarios de talleres textiles que se han masificado (Bialogorski, 2004; Bialogorski y Kim, 2016).

Debido a la gran presencia de revendedores y transeúntes que circulan por la zona, se han ido instalando vendedores ambulantes que ofrecen sus mercancías en mantas colocadas en las veredas. De ello dan cuenta los datos de la Cámara Argentina de Comercio, que nuclea a la mayoría de los propietarios de locales de la zona Avellaneda. El organismo realiza periódicamente estudios acerca de la cuantía y otros datos sobre la venta ambulante y los publica en su página de internet bajo el título “Informe de Venta Ilegal Callejera y Piratería en la Ciudad de Buenos Aires”. De acuerdo con su último informe, para el año 2018 las áreas más afectadas han sido, para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la avenida Avellaneda en el barrio de Flores, con 60 stands, siendo el rubro con mayor incidencia el de indumentaria y calzado[10].

De acuerdo con las observaciones y entrevistas realizadas, hemos podido constatar que los denominados “manteros” pertenecen a diversas nacionalidades: entre ellos se encuentran personas de origen boliviano, peruano, paraguayo, senegalés, argentino y –más recientemente– venezolano, entre otras.

El objeto del próximo apartado será la descripción del colectivo senegalés, analizando los rasgos distintivos que conlleva su inserción en la venta ambulante y ciertas formas de ocupar el espacio vinculadas a sus trayectorias migratorias, culturales y religiosas.

Llegada de los senegaleses

En la sección anterior describimos los diversos colectivos migratorios que confluyen en el espacio de Avellaneda. Los migrantes de origen africano, y especialmente senegalés –también se hallan en menor cuantía hombres de otros países del África subsahariana, como Nigeria y Ghana–, comenzaron a instalarse en el barrio de Flores a principios de la década del 2000, coincidentemente con los arribos más numerosos del colectivo al país.

Debemos mencionar muy brevemente que la migración de origen senegalés[11] comenzó a llegar a la Argentina a mediados de la década del 90 en el marco de la convertibilidad cambiaria (un peso equivalía a un dólar), lo cual era beneficioso para el envío de remesas a las familias que se dejaban en Senegal, muy importante en el proyecto migratorio senegalés[12]. También en aquel momento Argentina y Senegal contaban con sedes diplomáticas en ambos países donde solicitar el visado de entrada. Ambas circunstancias beneficiosas para el arribo al país finalizaron en 2001 y 2002, respectivamente[13]. También debe mencionarse el contexto internacional, donde las barreras al ingreso de migrantes impuestas por la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá (principales destinos de esta migración) impulsaron la búsqueda de rumbos alternativos, como los países de América Latina, en especial, Brasil y Argentina (Maffia, 2010).

La comunidad senegalesa en la Argentina es pequeña numéricamente (no supera las 5.000 personas[14]); sin embargo, es una población altamente perceptible, no solo por las características fenotípicas, sino por insertarse laboralmente en la venta ambulante en las principales calles de los centros urbanos del país. Otro aspecto que aumenta su visibilidad está vinculado al contexto histórico de invisibilización de la población de origen africano (abordado en el capítulo de Lamborghini y Kleidermacher en este mismo volumen), de forma tal que las presencias africanas parecen no ser usuales a la vista de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires.

Retomando la zona de análisis, su arribo al barrio de Flores se produce, en un primer momento, sobre la avenida Rivadavia, arteria central de la ciudad, con gran circulación de ómnibus, subterráneos y ferrocarriles en su cercanía. Sin embargo, los desalojos ocurridos por parte de la policía en el año 2015[15] los forzaron a buscar otros espacios donde vender, y el más cercano fue el de Avellaneda, que a su vez cuenta con mayor circulación de personas, y donde otros manteros también se habían ido instalando.

A diferencia de otros colectivos migratorios que se encuentran en la zona, los senegaleses no se han instalado en galerías ni en comercios –como sí lo han hecho en otros barrios de la ciudad y, sobre todo, en ferias en el interior del país[16]–, sino que exhiben sus productos en la vereda. En un primer momento, lo hacían sobre mesas (Agnelli y Kleidermacher, 2009; Zubrzycki y Agnelli, 2009), ocupando un espacio mayor, pero, tras algunos conflictos con la policía que serán abordados en el apartado siguiente, comenzaron a hacerlo sobre plásticos que rápidamente pueden ser convertidos en bolsas para moverse y evitar de esta forma el decomiso de la mercadería.

Entre los productos que ofrecen, se encuentran billeteras, cinturones, ojotas, relojes, anteojos de sol y remeras. De acuerdo al trabajo etnográfico realizado, la mayoría de la mercadería es de origen chino y es comprada en el barrio porteño de Once[17] a mayoristas del mismo origen. En otros casos, especialmente cuando se trata de indumentaria, es comprada en el megacomplejo ferial de La Salada. Cuando venden carteras y bolsos, estos suelen ser traídos desde Ciudad del Este (Paraguay) o desde Brasil, si el cambio en relación con la moneda local lo favorece.

Las redes comunitarias son centrales para el establecimiento de los vendedores, sobre todo en su llegada, cuando el migrante arriba al país sin conocer el idioma[18] y con poco o nulo capital para invertir (Zubrzycki y Agnelli, 2009; Kleidermacher, 2013). El apoyo de los connacionales funciona como un trampolín para insertarse laboralmente desde el mismo día del arribo, con préstamos de dinero o de mercadería, mostrando las calles donde se puede vender y los rudimentos del idioma para concretar las ventas.

Esta misma estrategia puede verse en otros centros urbanos del mundo donde los senegaleses también se dedican a la misma actividad laboral, como Roma, Barcelona o Nueva York. En el primer caso, pueden citarse los trabajos de Riccio (2004), quien analiza la inserción laboral en la venta ambulante de los senegaleses en Italia, mientras que lo mismo ha sido analizado para el caso español por Moreno Maestro (2006), Sow (2004), entre otros. Con relación a Estados Unidos, y especialmente a la ciudad de Nueva York, pueden citarse los trabajos de Tonnelat (2007), que retomaremos con mayor profundidad en apartados subsiguientes.

En otros escritos hemos analizado la inserción de los migrantes en la economía étnica (Mera y Kleidermacher, 2012), entendida como la economía que incluye a cualquier inmigrante o a los trabajadores independientes, patrones y empleados pertenecientes al mismo grupo étnico (Bonacich y Modell, 1980). La economía étnica funciona, en ocasiones, como mercados de trabajo internos, a fin de proteger a los inmigrados de la competencia del mercado de trabajo general mientras adquieren las habilidades para montar su propio negocio (Arjona Garrido y Checa Olmos, 2006). No nos extenderemos en este aspecto, pero basta mencionar que, en el caso senegalés, observamos lo que Light y Bonacich (1988) llaman “facilitación étnica”, por la cual la presencia incipiente de trabajadoras y trabajadores inmigrantes en un determinado nicho laboral envía señales a los que llegan acerca de las posibilidades de trabajo.

También las redes religiosas son muy importantes en este sentido. Para comprenderlo mejor, debe mencionarse que en Senegal el 90 % de la población practica la fe islámica estructurada en cofradías sufíes, y las más importantes son la Mouride y la Tidjane[19]. En todos los ámbitos donde migran, se reproduce el establecimiento de estas hermandades que acogen a los recién llegados, brindando apoyo económico, habitacional, emocional y, por supuesto, espiritual. Las cofradías Mourides en cuanto facilitadoras para la reproducción de las redes transmigratorias han sido ampliamente estudiadas por diversos autores (Evers Rosander, 1995; Riccio, 2004; Moreno Maestro, 2006; Zubrzycki, 2013), pero baste aquí mencionar su relevancia como uno de los elementos presentes en la reproducción de la inserción laboral del colectivo en la venta ambulante[20]. Esta cofradía es una de las principales redes de apoyo que tiene el colectivo senegalés, con sede en cada uno de los lugares del planeta donde han migrado. La dinámica de acogida se reproduce sobre la base de relaciones de solidaridad donde el nuevo migrante recibe alojamiento, comida e incluso mercadería en préstamo para comenzar a trabajar al poco tiempo de llegar (Agnelli y Zubrzycki, 2008; Agnelli y Kleidermacher, 2009; entre otros).

Otro elemento para tomar en consideración puede rastrearse incluso en sus trayectorias laborales en Senegal previas a la migración, debido a las dificultades económicas del país y a la gran extensión de su economía informal. La industrialización fue frustrada tras la independencia, siendo un país fuertemente agroexportador. Moreno Maestro (2006) destaca entre las razones de esta situación la puesta en práctica de políticas de liberalización comercial y de privatizaciones impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El sector servicios se encuentra ampliamente extendido por la falta de oportunidades para insertarse en el mercado formal de trabajo en dicho país. La economía informal es visible, es tolerada y fomentada ante la certeza por parte del gobierno de que es la única opción a la que tiene acceso gran parte de su población (Moreno Maestro, 2006).

Tal como puede observarse, son diversos los motivos que inciden en la inserción laboral en la venta ambulante en las principales avenidas y centros comerciales del país. Veremos a continuación cómo se va construyendo el espacio intercultural en Avellaneda, luego de haber tratado la llegada de los diversos actores a la zona. A continuación se abordarán entonces las relaciones establecidas y el rol que el Estado ha tenido en la regulación del espacio de referencia, y que nos permitirá comprender en mayor amplitud la dinámica y características de las relaciones que allí se construyen.

La configuración de un espacio intercultural

En este escenario ordenado según determinadas relaciones sociales en el que confluyen colectivos de distinto origen –tal como fueron mencionados en los apartados anteriores–, se observan diversas prácticas económicas y culturales que derivan en distintos tipos de interacciones.

Massey (1991) plantea la necesidad de reconocer las relaciones más amplias que nuestros lugares tienen con el espacio donde se generan y con otros lugares más distantes. En ese sentido, la zona Avellaneda es el reflejo de la penetración de la globalización, de los movimientos de capitales, de productos y de personas que circulan constantemente, de las barreras que se ponen a unos y no a otros y de los efectos económicos del capitalismo global que margina a ciertas zonas, obligando a las personas a buscar nuevas oportunidades en otras (Sassone y Mera, 2007). Más específicamente, la globalización ha facilitado la circulación de bienes, que, en el caso de análisis, son producidos mayoritariamente en China, pero también en las calles del espacio analizado, y son vendidas por personas de diversos orígenes que han llegado bajo determinadas circunstancias. Los migrantes senegaleses, tal como fue analizado, han debido sortear diversas barreras para poder ingresar al país: su desplazamiento no es tan fácil como lo es para agentes que cuentan con credenciales y capitales (Bauman, 2003; Sassen, 2003; entre otros)

Asimismo, en otro escrito, Massey (2013) reflexiona acerca del espacio desde la perspectiva material e inmaterial, el espacio como punto de partida para la generación de relaciones, así como el espacio que las mismas relaciones generan a partir de las representaciones y discursos. Son estos aspectos los que serán abordados en las siguientes páginas.

En el espacio de la zona Avellaneda, entonces, están presentes locales comerciales y talleres textiles propiedad de antiguos pobladores del barrio, tanto judíos de origen sirio-libanés, como coreanos y, posteriormente, bolivianos. Asimismo, se encuentran templos judíos, iglesias coreanas y locales gastronómicos de dichas comunidades y para ellas. Posteriormente, se han abierto galerías al estilo La Salada donde se comercializan productos más económicos, generalmente atendidas por personas de origen boliviano, y, finalmente, se han asentado vendedores ambulantes que despliegan sus productos en las veredas.

Por las calles de la zona Avellaneda, circulan gran cantidad de personas provenientes de diversos puntos del país, que llegan a comprar productos ­–principalmente indumentaria– para revender luego en locales, o bien para consumo personal. Finalmente, y como fue relatado en el apartado anterior, se encuentran en la zona actores estatales, especialmente la Policía Federal e Inspectores de Espacio Público.

Relaciones establecidas por los migrantes senegaleses en la zona Avellaneda

En la zona, entonces, converge una diversidad de actores que interactúan en distintos niveles y con diferentes poderes de acción, se tejen redes interétnicas e intraétnicas y se construyen espacios interculturales que, como observan Sassone y Mera (2007), tienen dos lógicas diferenciadas: una de relaciones verticales (jerarquizadas), y otra de relaciones horizontales (de pares).

Si bien las autoras refieren principalmente las relaciones entre jefes de comercios coreanos y empleados bolivianos, considero que esta misma dinámica puede ser observada con relación a la población senegalesa. Por un lado, la constitución de relaciones horizontales entre los propios migrantes a partir de la (re)producción de redes comunitarias y religiosas, como fuera mencionado anteriormente. Por otro lado, las relaciones horizontales se producen con otros vendedores ambulantes con los que se comparte el espacio y con quienes se conforman lazos de solidaridad, especialmente para resguardarse de la policía. Es con este actor, así como con los propietarios de locales, con quienes se establecen relaciones verticales y en muchos casos conflictivas. A partir de las entrevistas realizadas a vendedores ambulantes de origen senegalés, puede advertirse que hay diferencias en cómo conciben la venta ambulante. Algunos de ellos advierten que no es una actividad ilegal, si bien entienden que no está permitida en todos lados. No obstante, ciertos discursos de los migrantes senegaleses califican de discriminatorias a las acciones de la policía al no permitirles la venta ambulante, como ilustra un joven senegalés con respecto a la situación vivida por sus connacionales:

Todos los chicos cuando salen de sus casas son conscientes de que pueden volver sin la mercadería. Venden eso porque es lo más accesible, el acero es lo mínimo. Tenés que ir a la calle, armar y arreglar con la brigada, si no tenés suerte te quitan las cosas y chau (hombre senegalés, 27 años, entrevista realizada en marzo de 2014).

La entrevista fue realizada antes de que fueran desalojados de la avenida Avellaneda; aun así, estaba presente en sus representaciones la posibilidad de que la mercadería les fuera sustraída por la policía, o bien que debieran dejar parte de sus ganancias a modo de arreglos informales con diferentes actores sociales que regulan el espacio público. En otro relato producido en el marco de una entrevista, un joven comentaba que dejó de vender anillos porque implicaba mostrarlos en una mesa grande, muy pesada para mover rápidamente en caso de que llegaran las fuerzas de seguridad[21].

Es decir, ya la misma elección de la mercadería para vender está condicionada por la perspectiva del posible decomiso que pueden sufrir, y está motivada a reducir la pérdida que esto implicaría. Es por ello también por lo que se ofrecen aquellos productos que son más aptos para la venta callejera en relación con las limitaciones que esta impone.

Las relaciones con la policía son conflictivas desde su mismo asentamiento en la zona, sin embargo, los arreglos informales establecidos con las fuerzas de seguridad ya no son suficientes y hoy se ve a este actor como una amenaza, no solo frente a su fuente de subsistencia y la de sus familiares –a través del envío de las remesas–, sino a su integridad física.

Estamos sufriendo en la calle, siempre nos están siguiendo a nosotros, los senegaleses; estamos sufriendo mucho, nos están discriminando, golpeando, nos están haciendo cosas que no te puedo contar, nos molestan aunque no estés vendiendo, te piden documentos, estamos necesitando ayuda (hombre senegalés, 32 años, entrevista realizada en septiembre de 2018).

Puede advertirse también en sus discursos una justificación a la realización de su actividad:

Hacemos venta ambulante para sobrevivir, estamos trabajando para ayudar a nuestra familia porque venimos de África y ellos esperan que les podamos mandar plata para poder pagar agua, luz, sus cosas […]. Después del 2015 hay persecución policial, entran a la casa de los chicos, roban mercadería, en la calle viene la policía […] y te molestan, te hablan como quieren, siempre están atrás de nosotros […]. Nosotros estamos en la calle porque no tenemos otra posibilidad… Venimos a trabajar y a cambiar la vida que tenemos, nosotros somos buena gente, que trabaja día a día, algunos chicos viajan un mes para llegar acá, pasan por muchos países: Brasil, Perú Bolivia, para poder llegar a la Argentina (hombre senegalés, 25 años, entrevista realizada en junio de 2018).

Tal como ha sido indicado en el apartado anterior, la venta ambulante es vista por gran parte de los residentes senegaleses asentados en el barrio de Flores como una salida laboral que, si bien no es ideal, les permite generar ingresos desde su misma llegada, destinados a, fundamentalmente, ser enviados a sus familias en Senegal en forma de remesas.[22]

Representaciones sociales de migrantes senegaleses respecto de la venta ambulante

Las representaciones sociales de los migrantes senegaleses en Argentina respecto a la venta ambulante no son homogéneas[23]. Algunos de ellos, dedicados a la actividad, la ven como la única salida laboral posible y perciben la actuación policial en la zona Avellaneda como un atropello contra sus derechos:

Estamos trabajando en la calle, pero no hacemos competencia con los locales, estamos trabajando porque venimos de África porque tenemos que ayudar a nuestras familias y ahora hay muchos chicos que no están trabajando porque tienen miedo (hombre senegalés, 30 años, entrevista realizada en agosto de 2018).

 

La cosa está muy complicada para los senegaleses en la ciudad. Estamos en la calle y no tenemos otra cosa. Venimos de 7 mil kilómetros para cambiar nuestra vida. Senegal es uno de los países más pobres del mundo, pero somos buena gente… Antes de 2015 vivíamos tranquilos, pero después hay represión, hay allanamientos, te roban todo, nosotros no queremos robar[24].

Otros entrevistados dan cuenta de otra visión que los senegaleses tienen respecto a la venta ambulante y los conflictos ocurridos en la zona de Avellaneda con la policía:

Algunos chicos no manejan el idioma, no saben bien lo que hacen y se meten en cualquier cosa. Nosotros hacemos reunión y les hablamos en nuestro dialecto, les decimos que cuando estas acá como inmigrante no podes hacer algo malo, siempre hay que portarte bien, con cualquier persona, la educación no se cambia por nada, es nuestra cultura. Pero a veces no entienden como corresponde (entrevista a residente senegalés en Buenos Aires, 13 de septiembre de 2018).

Sin embargo, todos ellos lo ven como un trabajo que les permite enviar remesas a sus familias. En dichas representaciones acerca de su actividad como trabajadores, se puede trazar una división entre aquellos que ven a la actividad como una salida laboral transitoria, que entienden no está permitida en la Argentina –así como tampoco en otras partes del mundo, incluyendo Senegal–, pero que en cuanto tengan otra oportunidad será abandonada, y otro grupo que entiende que es un trabajo que tienen derecho a realizar y que quienes se lo impiden los están discriminando.

Otras relaciones horizontales se han establecido con la Organización Vendedores Libres, agrupación de vendedores ambulantes que está presente en diversos barrios, nacida a partir del desalojo de vendedores ambulantes en la calle Florida y posteriormente en el barrio de Caballito (actualmente está muy presente en Flores, y especialmente en la zona Avellaneda). Dice uno de sus líderes:

[…] la que está atrás de todo eso es la Cámara de Comercio, con un discurso absurdo de que la venta de los locales de Flores cayó un 20 % debido a que los senegaleses estaban vendiendo en la calle, cuando la recesión es la caída del consumo (Omar Guaraz, Vendedores Libres, entrevista realizada en noviembre de 2018).

Puede verse la construcción de relaciones de solidaridad con esta comunidad frente a enemigos en común, que serían la Cámara Argentina de Comercio (que nuclea principalmente a los comerciantes, propietarios de los locales) y la policía.

En relación con la dinámica del espacio en la zona, el líder observa:

Los vendedores se mueven como pez en el agua con la policía, es triste pero es parte de la realidad. La gente le tiene miedo a la policía, acá los vendedores tienen una gran resistencia, sobre todo los senegaleses []. Espacio público secuestra la mercadería, no entrega actas, cuando la entrega está mal redactada o entregan la copia en vez del original, que les permite acogotar a los compañeros que no consumen alcohol ni drogas por cuestiones religiosas, y a eso se suma una movida mediática que intenta acusarlos de traficantes, de mafiosos, de vendedores de drogas, cosas que con la cantidad de allanamientos que les hicieron no pudieron probar ni una sola, ninguna de las cosas que se acusa a los compañeros (Omar Guaraz, Vendedores Libres, noviembre de 2018).

Relaciones entre vendedores ambulantes senegaleses y consumidores

Finalmente, en el espacio cabe analizar las relaciones que los vendedores de origen senegalés establecen con los posibles consumidores. Mata y Perelman (2017), analizando el caso de los vendedores ambulantes en trenes, han observado que la lástima siempre está presente en las interacciones que se generan con la población. Este aspecto también está presente en las interacciones entre la población general y los vendedores ambulantes de origen senegalés en la zona de Avellaneda.

En el trabajo de campo para mi tesis doctoral, cuyos resultados parciales han sido presentados en un artículo (Kleidermacher, 2017), se puede dar cuenta de que los migrantes senegaleses son representados con lástima, y que esta es utilizada también por ellos mismos y potenciada de alguna forma para obtener mayores ventas. Si bien Mata y Perelman (2017) consideran que este recurso suele estar asociado a la biografía de la persona, por poseer alguna discapacidad física o ser anciano, por ejemplo, las marcas físicas que dan cuenta de la pertenencia al continente africano y las características que a él se asocian contribuyen a la construcción de dicha representación. “Existe una necesidad de desarrollar performances para la venta que atraigan los imaginarios de los compradores” (Perelman, 2013: 238). En este sentido, algunos discursos de los migrantes senegaleses pueden contribuir a la producción de estos sentidos e incluso justificar su ocupación del espacio:

Si nosotros tuviéramos otra oportunidad, nos gustaría, pero yo tengo señora y dos hijos argentinos más mi familia en Senegal, y no puedo no trabajar, y así están también los otros chicos, estamos sufriendo y nos están discriminando. La policía te molesta, estás caminando sin vender y te piden documentos, por eso necesitamos ayuda (Notas Legislatura).

De acuerdo con el autor, los actores saben que la actividad puede ser vista como un modo cuestionable de ganarse la vida, ligado a la “vagancia” o a lo “marginal”. Es por ello por lo que necesitan justificar la realización de las tareas y dotarlas de elementos ligados al trabajo (Perelman, 2013).

Las representaciones de la población originaria de Senegal que se inserta laboralmente en la venta ambulante en Avellaneda muestra su voluntad de trabajar, pero también su necesidad de estar allí, de ocupar el espacio material y simbólicamente, tanto para su supervivencia en la Argentina, como para la de su familia que ha quedado en Senegal, país representado por la pobreza y la falta de oportunidades. Asimismo, muestran la importancia de las redes comunitarias y los lazos de solidaridad que tejen con diferentes actores que también forman parte del espacio, ya sea realizando la misma actividad o colaborando con ella, y las relaciones conflictivas debido a la ocupación legítima de dicho espacio que se forman con actores del entorno.

Marcos regulatorios

En este apartado nos proponemos analizar las diversas normas que afectan de distinta manera al colectivo senegalés, desde la Ley Nacional de Migraciones n.° 25.871, hasta su modificación mediante el Decreto 70/2017 y otras regulaciones estatales. Asimismo, también examinaremos la intervención de fuerzas policiales y de espacio público[25] que se hacen presentes y operan incidiendo en la vida cotidiana de los actores que allí se concentran de diversas maneras.

En primer lugar, una situación que permea la vida cotidiana de los migrantes en cualquier espacio donde se desplacen es la situación documentaria. En el caso del colectivo senegalés, la cuestión “de los papeles” se ha ido complejizando en los últimos años a partir de la sanción del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) n.° 70/2017[26]. Para clarificar esta situación, cabe mencionar que la Argentina se rige en materia migratoria por la Ley 25.871 sancionada en diciembre de 2003 y promulgada en enero del año 2004. Esta, si bien en el plano normativo ha seguido una perspectiva de derechos humanos, inclusiva y garante de derechos sin importar la condición migratoria, no permite a la población de origen extra-Mercosur[27] obtener su residencia, ya que no se incluyen en ninguna de las categorías que la ley prevé para obtener la residencia[28], por lo cual muchos de ellos quedan en situación irregular.

Es por ello por lo que en el año 2013 se puso en marcha el proceso de regularización para migrantes de nacionalidad dominicana y senegalesa como respuesta a los informes elevados por la Comisión Nacional para los Refugiados (CONARE), que venía siendo testigo del uso de la petición de refugio como estrategia de radicación de las personas procedentes de dichas naciones. Entre 2005 y 2012 aproximadamente 850 personas dominicanas y 1.300 personas senegalesas habían solicitado el estatuto de refugiado ante este organismo. Esto se debía, en la mayoría de los casos, a que, al solicitar dicho estatuto, se otorgaba un permiso de residencia precaria[29], la cual habilitaba a los y las migrantes a trabajar y a entrar y salir del país, entre otras cosas, si bien era de manera temporal y debía ser renovada cada 90 días.

El plan de regularización se orientó a aquellos que residieran en el país con anterioridad al 1.° de julio de 2012 (Disp. 001/2013). Este proceso también se encontraba asociado a la inscripción en AFIP[30] y el pago de monotributo[31], por lo cual no todas las peticiones lograron concretarse y, por lo tanto, no todos los que iniciaron el proceso llegaron a obtener la residencia permanente al cabo del plazo requerido. Aquellos que ingresaron al país con posterioridad a la disposición, o que no estaban durante el plazo de vigencia, no pudieron regularizar su situación. Algunos cuentan con una residencia precaria que cada vez se vuelve más difícil de renovar.

En este marco de irregularidad documentaria –e imposibilidad de obtener la residencia– de la población de origen senegalés, se debe adicionar la entrada en vigor del DNU 70/2017, que modifica algunos puntos de la Ley 25.871, aumentando aún más la vulnerabilidad de la población de referencia. De acuerdo con Lucía Galoppo (2017), dicho decreto amplía los supuestos establecidos en la ley para el impedimento de la permanencia en el territorio nacional o para la cancelación de la residencia ya otorgada, ya que con el decreto puede rechazarse o cancelarse la residencia de cualquier persona que tenga un conflicto con la ley penal, aunque este conlleve una condena insignificante o se trate de un delito considerado menor. Como veremos a continuación, esto es de suma importancia por los conflictos que los vendedores senegaleses tienen con la policía en la zona Avellaneda.

Asimismo, establece un procedimiento especial denominado “procedimiento sumarísimo” que pretende reducir los plazos para ejecutar las órdenes de expulsión. Este procedimiento prevé que, en los casos de personas migrantes con antecedentes penales sobre las que recaiga una orden administrativa de expulsión, el plazo disponible para presentar un recurso que permita discutir dicha medida sea de 3 días hábiles (Galoppo, 2017).

Finalmente, tal como sostiene la autora, no se debe omitir mencionar que,

independientemente de los efectos concretos que la letra de la ley trae, hay un efecto social que ya se está cumpliendo. Esta reforma fue anunciada con mucho énfasis en los medios de comunicación y por los propios funcionarios del Estado, alimentando la asociación de la migración con la delincuencia y generando así un consenso social para este tipo de medidas (Galoppo, 2017: 150)[32].

Con relación a la normativa de la ciudad, debemos recordar que los residentes senegaleses que se encuentran en la zona Avellaneda se dedican a la venta ambulante, la cual es regulada por el Código Contravencional de la Ciudad. Este código reglamenta el espacio urbano y sanciona a las personas que lo infringen. Las contravenciones refieren a conductas que no constituyen delitos penales, pero que atentan a la buena convivencia urbana. Para explicitar el funcionamiento de qué puede ser entendida como una contravención y qué no, así como sus sanciones, María Pita (2017) retoma la noción foucaultiana de “ilegalismos” para referir a aquellas zonas de tolerancia o de permisibilidad que habilitan la regulación discrecional por parte de las agencias del Estado. Se trata de una cuantía menor que el delito y, por lo tanto, contiene mayor indeterminación.

El código sufrió varias modificaciones en materia de venta ambulante. En la reforma del año 2011 se eliminó la salvedad del artículo que permitía la venta cuando fuera “para mera subsistencia”, mientras que en la reforma realizada en diciembre de 2018 se sancionó la venta ambulante bajo la figura de utilización indebida del espacio público para actividades lucrativas. El art. 88 plantea lo siguiente:

Artículo 88- Usar indebidamente el espacio público. Quien realiza actividades lucrativas no autorizadas en el espacio público es sancionado/a con multa de quinientos ($ 500) a mil ($ 1.000) pesos. Quien organiza actividades lucrativas no autorizadas en el espacio público, en volúmenes y modalidades similares a las del comercio establecido, es sancionado/a con multa de diez mil ($ 10.000) a sesenta mil ($ 60.000) pesos. No constituye contravención la venta ambulatoria en la vía pública o en transportes públicos de baratijas o artículos similares, artesanías y, en general, la venta que no implique una competencia desleal efectiva para con el comercio establecido, ni la actividad de los artistas callejeros en la medida que no exijan contraprestación pecuniaria[33].

Como puede advertirse, continúa existiendo un gran espacio de discrecionalidad en la lectura e interpretación que puede hacerse del Código y, por lo tanto, en su aplicación. Como mencionamos anteriormente, es ese el rol de las fuerzas de seguridad. Hasta años recientes, por este motivo, la policía solicitaba coimas a los vendedores ambulantes para permitirles vender, así como también les exigía la entrega de alguna mercadería que fuera de su agrado, en general relojes o anteojos, tal como puede observarse en el relato de la Defensoría General de la Ciudad en la página siguiente. Sin embargo, la presión de los comerciantes de la zona, nucleados en la Cámara Argentina de Comercio –entre otras instancias de presión–, así como el cambio en las políticas de gobierno, ha modificado esta situación.

La Policía Federal fue desplazada progresivamente de algunas zonas de la ciudad por la intervención de la Policía Metropolitana, agencia que a su vez suele intervenir acompañada de inspectores o funcionarios del Ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público o acompañándolos a ellos. Este personal que detenta el poder de policía tiene una función definida en materia de “inspección del uso del espacio público: controlar y fiscalizar las actividades comerciales del espacio público para que cumplan con el marco normativo” (Pita, 2017: 191).

De esta forma, pueden observarse varios cambios en la política estatal que determinan la actual situación que viven los vendedores senegaleses en la zona de Avellaneda: mayor control policial, un accionar más violento por parte de las fuerzas, y el cambio de la esfera contravencional a la esfera penal, todo lo cual afecta su permanencia en el país.

Este cambio también ha sido observado por la Defensoría General de la Ciudad, que lo relataba de la siguiente forma:

Ya no solo se solicitan dinero o especias para permitir trabajar, sino que la policía decomisa la mercadería de manera violenta, y, ante el rechazo de los senegaleses a que les quiten la mercadería (mercadería que luego no recuperan debido a que no se labran las actas correspondientes [que detallen] los productos decomisados), son llevados detenidos y se labran actas por resistencia a la autoridad y, en otros casos, se abren procesos judiciales por ley de marcas, es decir, por la venta de productos deportivos de marcas adulteradas[34]. Esta situación complica seriamente las posibilidades de regularización migratoria e incluso los ubica en peligro de ser expulsados debido a los cambios en la legislación migratoria impuestos por el Decreto de Necesidad y Urgencia n.° 70/2017[35].

Se observa entonces que, si bien la venta ambulante se encuentra regulada por el Código Contravencional de la Ciudad de Buenos Aires, a partir del año 2017 hubo un cambio en la modalidad de actuación de la policía en Avellaneda, en especial contra la población de origen senegalés, coincidentemente con la sanción del Decreto 70/2017. Hasta el año 2016 la policía regulaba los ilegalismos a través del artículo 83 del Código Contravencional, en algunos casos labraban actas y secuestraban la mercadería, y finalizaba allí el procedimiento. A partir del año 2017, comenzaron a generarse interacciones más violentas, especialmente con la salida a la calle de inspectores de Espacio Público, quienes visten de civil y secuestran la mercadería de los vendedores senegaleses sin identificarse ni explicitar lo sucedido.

Si bien el de los senegaleses no es un colectivo numéricamente significativo, los operativos han aumentado aún más su visibilidad, al tiempo que ha sido mostrado por los medios de comunicación como mafias organizadas[36]. La presencia policial en Avellaneda se ha vuelto parte del paisaje habitual, así como también la de inspectores de Espacio Público.

Dinámicas y relaciones en el espacio actual

A pesar de todo lo relatado hasta aquí, los vendedores ambulantes continúan trabajando en las calles de la zona Avellaneda, siguiendo una dinámica particular que he denominado “el juego del gato y el ratón”. Para entenderla, transcribo una nota de campo realizada en septiembre de 2018.

Camino por la avenida Avellaneda, me sorprendo al ver dos chicos africanos vendiendo, apoyando su mercadería en bolsas negras de consorcio sobre la vereda. Al llegar a la esquina veo un patrullero que gira para tomar la avenida Avellaneda. Vuelvo sobre mis pasos para avisarles, pero ya están juntando la mercadería rápidamente en las bolsas. Les digo que justo volvía para avisarles y se sonríen con miradas cómplices, haciéndome entender que ya sabían y están acostumbrados a ello. Comienzan a caminar hacia la esquina con las bolsas sobre sus hombros y voy con ellos, les digo “Na ngeen def?” (“¿Cómo estás?”), y responden “Mangui fi” (“Estoy aquí, estoy bien”). Comenzamos a caminar juntos por la avenida, conversando… Luego de dos cuadras, se detuvieron y comenzaron a sacar su mercadería muy tímidamente, mirando continuamente hacia ambos lados. Me contaban al mismo tiempo que ya les han llevado varias veces la mercadería, sin devolvérselas jamás, y también que han sido llevados detenidos, esposados a la comisaría. De ahí su temor…

Al rato comienzo a ver varios hombres africanos que vienen de una calle lateral con sus bolsas, les pregunto si los conocen y responden negativamente. Les pregunto entonces sin son senegaleses, y responden que son nigerianos, lo saben –me dicen– porque hablan inglés. Inmediatamente levantan sus cosas rápidamente, uno lleva las bolsas del otro, mientras que el primero le da el vuelto a un cliente que le estaba comprando a su compañero al momento de levantar (se lo dijo rápidamente en wolof). Caminamos hacia una calle lateral, uniéndonos a otros vendedores que venían de diversas cuadras y que eran de distintas nacionalidades y vendían productos variados. Le digo a mi interlocutor que yo no vi nada, y me señala a un guardia urbano que me dice es policía.

A los cinco minutos retomamos Avellaneda y tranquilamente vuelven a extender su mercadería uno al lado del otro, sobre la vereda, formando una línea que ocupaba toda la cuadra. Mi interlocutor vende remeras con estampados de Nike y Adidas. Las vende a 2 por 350 pesos, porque “la gente no tiene plata” –dice–. Le consulto si no le preocupa la “ley de marcas” y mira sonriéndome, dándome a entender nuevamente que ya conoce los riesgos. A su lado un hombre de nacionalidad peruana vende shorts. Se incorpora a nuestra conversación y comenta que la empresa en la que trabajaba cerró hace seis meses porque no vendía. Tiene una esposa argentina y dos nenas chicas, a las que les debe llevar comida. “Por eso comencé a vender en la calle”, dice[37].

La observación permite ver que los vendedores ambulantes, y, en este caso, aquellos de nacionalidad senegalesa, no tienen una actitud pasiva, sino que van desarrollando toda una serie de estrategias de resistencia. Estas estrategias pueden ser las de agruparse, circular, desarrollar códigos internos de comunicación, articular con otros vendedores no senegaleses, etc. Lo cierto es que mantienen su presencia en el lugar desde la gran represión de hace dos años y a pesar de todos los operativos de saturación que vienen ocurriendo desde entonces.

La venta ambulante sigue presente en las calles del barrio de Flores, pero de un modo entrecortado, con temor a la presencia policial; ambos actores están en las calles, se ven, se muestran, y se permite la presencia de los manteros hasta que tiene lugar el próximo enfrentamiento.

Es preciso mencionar que la inserción laboral en la venta ambulante de los migrantes senegaleses no sucede únicamente en la Argentina, sino que, como ya mencionamos en apartados anteriores, esta era en muchos casos su actividad en Senegal, la cual, a partir de las redes transnacionales ancladas fundamentalmente en las cofradías, se reproduce en los distintos lugares a donde migran, así como también el despliegue de estrategias para sortear los controles policiales para efectuarla. En el caso de Nueva York:

Mientras que los vendedores son conscientes de la imagen negativa que los medios de comunicación les atribuyen, los turistas y muchos neoyorquinos no compran el argumento. Para los vendedores ambulantes, el problema es más práctico: por un lado, proporcionan bienes baratos a los peatones, y, por otro, se consideran una amenaza para el orden público y socavan la calidad de vida, según lo define la administración municipal. Si bien pueden ser arrestados y sus bienes incautados, son aceptados por el público. Es por esto por lo que se encontró un acuerdo informal, un compromiso entre la ley y la norma, entre los vendedores ambulantes y el Departamento de Policía de Nueva York. En otras palabras, los vendedores pueden permanecer en la acera siempre y cuando no perturben el orden social de la calle y respeten los derechos y la legitimidad de sus trabajadores oficiales. El compromiso es frágil (Tonnalet, 2007: 15) (traducción propia).

Como puede observarse, hay estudios sobre los senegaleses en el Norte Global donde los migrantes senegaleses desarrollan las mismas prácticas comerciales, las mismas estrategias, lo que refirma un patrón común basado en prácticas culturales que tienen una historia en su país de origen –sin estar exentos de incorporar nuevas prácticas y modificar su sentido–. Al igual que en la Argentina,

ningún vendedor ambulante lleva una gran cantidad de mercadería por temor a la confiscación por parte de la policía. Los vendedores a menudo tienen una acción en una esquina más discreta, custodiada por un amigo o una esposa. Los artículos se compran a los mayoristas chinos en el Barrio Chino ( Tonnalet, 2007: 16).

Tal como afirma el autor, los vendedores desarrollan diversas estrategias para lidiar con las trabas que impone la regulación de los diversos espacios que ocupan[38], tanto en Buenos Aires como en Nueva York. Estas estrategias más ligadas al apoyo en las redes comunitarias también se reiteran, tal como observa el citado autor para el caso estadounidense:

Todos los vendedores dicen que no quieren trabajar en la calle por más de un par de años. Quieren ganar suficiente dinero para obtener un estatus legal en los EE. UU. o para regresar a Senegal con un capital decente (y construir una casa). La venta ambulante es un trabajo de entrada para nuevos inmigrantes. Ellos son introducidos por sus compañeros de la diáspora Mouride, una hermandad islámica. La organización presta dinero y establece contactos con mayoristas y, según algunos vendedores, tiene algún acuerdo informal con la policía. A los recién llegados, sus compañeros les muestran los trucos del oficio. Sin embargo, no parecen tener ningún tipo de entrenamiento formal o enseñanza. Solo se benefician de las solidaridades de la hermandad (Tonnalat, 2007: 20) (traducción propia).

La forma en que se insertan haciendo uso de las redes de la comunidad y en especial de la cofradía Mouride, el tipo de productos que compran, e incluso a quién son comprados es la misma. Pero más importante aún, la dinámica que mantienen con la policía sigue patrones comunes, haciendo uso de los espacios que deja la ley, aquellos ilegalismos a los que Pita (2012) hace referencia.

La noción de “estrategia” de Pierre Bourdieu (2011) resulta útil para comprender esta lógica y la posibilidad que abre para pensar la (re)producción social descartando, como plantea Wilkis (2004), tanto la idea de normas internalizadas que garantizan el orden, como la de estructuras que se producen con independencia de las prácticas de los sujetos.

El concepto de “estrategia” toma en cuenta las coacciones estructurales que pesan sobre los agentes, las acciones de un agente individual, pero también “el conjunto de acciones ordenadas en vistas de objetivos a más o menos largo plazo y no necesariamente planteadas como tales, que son producidas por los miembros de un colectivo” (Bourdieu, 2011: 33). Es decir, los factores de índole individual y de su entorno en cuanto respuestas a las coacciones que sobre ellos pesan.

En un espacio como el de la zona Avellaneda, que se encuentra regulada, como hemos desarrollado, por normas estatales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por la represión explícita e implícita de las fuerzas de seguridad y asociaciones de comerciantes (tema desarrollado en Bialogorski en este mismo volumen), los vendedores ambulantes, incluidos, tal como analizamos aquí, aquellos de origen senegalés, desarrollan diversas relaciones con otros agentes, sin reproducir automáticamente las normas impuestas en ese espacio.

La noción de habitus permite a Pierre Bourdieu (2011) introducir el concepto de “estrategia”, que es como comprendo las acciones de los senegaleses en Buenos Aires. En este sentido, el habitus gestiona las estrategias de los agentes porque actúa identificando las oportunidades y restricciones que les son impuestas a los agentes. Se trata de estrategias adoptadas a partir de la conformación de un determinado habitus –a partir de prácticas históricas, culturales y sociales– ante las condiciones objetivas que impone la sociedad receptora. El paradigma de la estrategia en Bourdieu vincula la regularidad social con las modalidades en que los agentes se (re)producen diferencialmente según su trayectoria y posición social[39].

En este sentido, la vinculación con las organizaciones de vendedores ambulantes –y especialmente en este espacio con Vendedores Libres–, el trato con los compradores a partir de la lástima (descripta anteriormente), y la relación con los migrantes de otros orígenes (africanos y latinoamericanos) pueden ser leídos también como estrategias que les permiten seguir disputando el espacio y continuar con su supervivencia y la de sus familias. Cabe entonces retomar la noción de relaciones horizontales y verticales que se producen en el espacio intercultural (Sassone y Mera, 2007), donde los residentes senegaleses establecen relaciones entre pares, más horizontales, especialmente con compatriotas de la misma cofradía, con la organización Vendedores Libres, así como con otros vendedores ambulantes con los que comparten el espacio. Al mismo tiempo, se establecen relaciones jerárquicas o verticales con las fuerzas de seguridad y los dueños de los locales.

No pueden dejar de mencionarse en este sentido los recursos de la propia comunidad como una forma de garantizarse la supervivencia, a partir de prácticas de solidaridad que han sido incorporadas durante su sociabilización en Senegal. Entre estos recursos podemos señalar: el valor de la lealtad y la confianza, los lazos de solidaridad y reciprocidad, el empleo de coétnicos, la ayuda familiar, las facilidades de préstamo de dinero por parte de familiares, amigos y vecinos, la socialización étnica y lingüística en determinados valores y actitudes, así como el peso que juegan las tradiciones y estrategias económicas étnicas a menudo vinculadas a los lugares de origen (Crespo, 2007).

Estos recursos también pueden ser comprendidos como capitales sociales, otro elemento interesante que plantea Bourdieu (2011) y que permite representar al espacio social como “un espacio multidimensional de posiciones tal que toda posición actual pueda definirse en función de un sistema multidimensional de coordenadas” (Wilkis, 2004).

Finalmente, se comprende que el espacio no es simplemente el dominio del estado que lo administra, ordena y controla (representaciones del espacio), sino la siempre dinámica y fluida interacción entre lo local y lo global, lo individual y lo colectivo, lo privado y lo público, y entre resistencia y dominación (Oslender, 2002). En el espacio se brinda entonces también el potencial de desafiar y subvertir el poder dominante. Se trata entonces de una posibilidad de introducir pequeñas modificaciones a las relaciones interculturales (Cohen y Mera, 2005) que impone la Ciudad de Buenos Aires, donde la posición social de los migrantes senegaleses es subordinada, en muchos casos vulnerable, sobre todo ante la falta de documentación, escaso capital económico y pocos conocimientos lingüísticos, más aún en los recién llegados. Sin embargo, el contar con el capital social de sus redes, tanto étnicas, como cofrádicas y laborales (con otros ambulantes), les permite desafiar el orden establecido, manteniéndose en un espacio que les está vedado.

A modo de conclusión

En el presente escrito nos propusimos analizar los vínculos que los migrantes senegaleses establecen en el espacio de Avellaneda, sitio complejo donde se entretejen relaciones interculturales entre diversos actores, en ocasiones conflictivas, y donde entran en juego relaciones de dominación, tal como como ha sido definido el concepto desde la perspectiva de Néstor García Canclini (2004), es decir, relaciones que remiten a la confrontación, a relaciones de intercambio que no están exentas de conflictos y negociaciones. Particularmente nos interesó analizar el caso de los migrantes senegaleses dedicados a la venta ambulante en las veredas de la zona, y su interacción con otros vendedores ambulantes, así como también con transeúntes y con las fuerzas de seguridad. Entendemos que las experiencias previas de los migrantes senegaleses, su adscripción religiosa y cofrádica al mourdismo y las redes interétnicas, así como las vinculaciones con las fuerzas de seguridad y los demás actores en la avenida Avellaneda, son lo que nos permite comprender las relaciones interculturales que se están produciendo en dicho espacio, entendido como espacio social, acotado a este momento determinado, pero en constante variación.

Tal como pudo advertirse, se trata de un lugar dinámico, donde se van construyendo y reconstruyendo relaciones interculturales, que se tornan más o menos conflictivas en determinados momentos, y donde confluyen una diversidad de actores con trayectorias migratorias, religiosas y laborales múltiples. Se podrían haber analizado otros actores presentes en dicho espacio, tal como sucede en el capítulo escrito por Bialogorski en este mismo volumen, con relación al colectivo coreano; también podrían haberse analizado las miradas de otros vendedores ambulantes, con diversas trayectorias laborales, migratorias y étnicas. Sin embargo, hemos decidido realizar el recorte en el colectivo senegalés y la construcción de relaciones interculturales con las fuerzas de seguridad y otros actores presentes en la zona, bajo “su” mirada y la de las fuerzas estatales, a la cual hemos podido acceder a través de la normativa y el accionar policial.

Asimismo, es necesario reconocer los diferentes lugares de poder que poseen los actores allí presentes, algunos legitimados por su historia en el lugar, otros por el poder económico acumulado, y otros por detentar la violencia legítima del Estado. Sin embargo, podemos advertir resquicios ante el frente sólido en el que articulan los comerciantes agrupados en cámaras empresariales y la policía, espacios por donde los vendedores senegaleses logran articular diversas estrategias para continuar realizando sus actividades económicas, haciendo uso de las redes étnicas y religiosas y de sus experiencias previas, así como también de una presentación de sí mismos basada en la lástima ante una población mayor con el objetivo de romper con las visiones impuestas por los medios de comunicación sobre ellos, que intentan asociarlos al delito.

Estas estrategias, tal como ha sido mencionado en el artículo, también son puestas en práctica en otros espacios globales, como en la ciudad de Nueva York, donde desarrollan las mismas actividades laborales que en la Ciudad de Buenos Aires, lo que reafirma un patrón común basado en prácticas culturales que tienen una historia también en su país de origen. Esta adopta empero diversas especificidades en los distintos lugares donde se asientan, como el caso de la Argentina, cuya historia de la negritud y las relaciones que se producen en la actualidad a partir de ella han sido analizadas en profundidad en el artículo que continúa en este volumen.

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Zubrzycki, Bernarda (2011). “Senegaleses en Argentina: un análisis de la Mouridiyya y sus asociaciones religiosas”. En Boletín Antropológico 29.81, pp. 49-64.


  1. Entiendo las relaciones interculturales desde la perspectiva de Néstor García Canclini (2004), es decir, relaciones que remiten a la confrontación y al intercambio y que no están exentas de conflictos y negociaciones. Tal como plantean Gottero y Fischman en este mismo volumen, hay diversas definiciones del término “interculturalidad”, pero debe tenerse presente que no solo involucra una diferencia entre los sujetos, sino que estas relaciones, en muchos casos, son desiguales por las cuantías y composiciones de los capitales que los diversos sujetos poseen en el campo social, tal como ha sido planteado por Bourdieu.
  2. Tomo el concepto de “trayectoria” de De Miguel Luken, V., Solana, M. y Pascual, À. (2011).
  3. Siguiendo a Serge Moscovici (1979), las representaciones sociales pueden ser definidas como constructos cognitivos compartidos en la interacción social cotidiana que proveen a los individuos de un entendimiento de sentido común de sus experiencias en el mundo. “Son un set de conceptos, afirmaciones y explicaciones que se originan en la vida diaria en el curso de las comunicaciones interindividuales y cumplen, en nuestra sociedad, la función de los mitos y sistemas de creencias en las sociedades tradicionales; puede decirse también que son la versión contemporánea del sentido común” (1979:45).
  4. Esta comuna está ubicada en el centro-sudoeste de la Ciudad de Buenos Aires, tiene una superficie de 12,4 km y una población total de 220.591, según el censo de 2010. El censo de 2001 registraba 197.333 habitantes, lo que representa un incremento del 11,8 %, uno de los tres más altos de la ciudad (Bialogorski, Fischman y Kleidermacher, 2016).
  5. Cabe mencionar que en ese período también arribaron otros actores a la zona, ya que en aquellos años ocurrió la gran migración ultramarina hacia la Argentina, especialmente procedentes de Italia y España. Sin embargo, estos últimos se fueron desmarcando en ese espacio.
  6. Para mayor información sobre migración coreana en la Argentina, ver Mera, 1998; Courtis, 2000; Bialogorski, 2004.
  7. Sobre este tema, ver capítulo de Bialogorski en este volumen.
  8. Para más información sobre el colectivo coreano en el barrio de Flores, ver: Bialogorski y Bargman, 1996; Bialogorski, 2004; entre otros.
  9. Ubicada en el partido de Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires.
  10. Véase https://bit.ly/2LYobhx.
  11. Senegal es un pequeño país ubicado en el extremo occidental del África subsahariana. Se trata de una península que limita con el océano Atlántico al oeste, con la República Islámica de Mauritania al norte, con la República de Malí al este, y con la República de Guinea, Guinea Bissau y Gambia al sur.
  12. Entendemos, junto a Jiménez (2010), que la migración constituye una estrategia familiar –teniendo en consideración la especificidad de que las familias se conforman como familias ampliadas y no nucleares–; en ella no participan los individuos de manera aislada, sino que la familia, entendida en este sentido, juega un rol relevante. Es una estrategia, entre otras, para resolver las condiciones objetivas, esto es, las dificultades económicas que atraviesan al país, pero también la constitución de familias ampliadas donde el rol de los jóvenes, sobre todo si se trata de hombres, y más aún de hermanos mayores, es de proveedor de los bienes económicos para el hogar.
  13. La convertibilidad cambiaria finalizó con la crisis política, social y económica que tuvo su epicentro en diciembre de 2001, mientras que las sedes diplomáticas que Argentina tenía en diversos países africanos fueron cerradas en el transcurso del año 2002, quedando solamente en funcionamiento 5 de ellas en todo el África subsahariana. Sin embargo, los arribos de senegaleses continuaron e incluso se intensificaron entre los años 2004 y 2008 debido al cierre de las fronteras europeas y el fortalecimiento de las redes migratorias (Kleidermacher, 2015).
  14. No hay datos exactos acerca de su cuantía, ya que la mayor parte de los ingresos al país se producen por pasos fronterizos no habilitados debido a la falta de representación diplomática entre Argentina y Senegal donde solicitar el visado. Los datos del Censo Nacional de Hogares y Viviendas del año 2010 informan solo la presencia de 459 personas; sin embargo, otras fuentes indirectas nos permiten inferir que la cifra sería mayor. Por caso, el Plan de Regularización Especial para Población de Origen Senegalés del año 2013 ha registrado 2.000 trámites, todos ellos de personas ingresadas al país con anterioridad a dicho año.
  15. Los manteros en Flores se extendían sobre la avenida Rivadavia, desde Carabobo hasta Plaza Flores, y eran alrededor de 50, algunos de ellos de nacionalidad senegalesa. A partir del desalojo ocurrido en Caballito en el año 2015, también se desalojó este sector del barrio de Flores (entrevista a Omar Guaraz, Vendedores Libres, marzo de 2019).
  16. Para mayor información sobre este tema, ver Agnelli y Zubrzycki (2008), Chevalier-Beaumel y Morales (2012).
  17. El nombre oficial del barrio es Balvanera, pero es conocido por su estación de ferrocarril Once de Septiembre.
  18. Senegal ha sido colonia francesa hasta su independencia en 1960, por esta razón es el francés el idioma oficial, junto al wolof, que es hablado por la mayor parte de la población.
  19. Sobre este tema, ver Lacomba Vázquez (1996), Zubrzycki (2011), Guijarro (2012), entre otros.
  20. El Estado senegalés es formalmente laico; sin embargo, el 80 % de su población adscribe a la confesión musulmana, mientras que el 85 % de la población musulmana que habita en Senegal se estructura en hermandades o cofradías. Las cofradías son definidas como asociaciones de místicos que buscan la unión con lo sobrenatural a partir de prácticas que llevan a un estado de bienestar espiritual y, por lo tanto, que facilitan en alguna forma la salvación. Las cofradías sufíes (herederas de la tradición islámica marroquí que llega al territorio senegalés) surgen a inicios del siglo XVII y cobran cada vez mayor relevancia al organizar no solo la vida religiosa, sino también política y económica, actuando como mediadores entre la población local y las autoridades coloniales. En el caso de la Cofradía Mouride, endógena de Senegal, combina la enseñanza religiosa con el trabajo, al principio mediante la producción de maní, y posteriormente se trasladó a las ciudades cuando una gran sequía asoló el campo senegalés y forzó el primer éxodo mouride a mediados de los años 70. Fue entonces cuando empezaron a ocupar los sectores del comercio (importación-exportación) o el sector servicios, y a extender sus redes por los cinco continentes. Estas redes en la emigración son potentes, en cuanto actúan como contención antes, durante y después del viaje (Evers Rosander, 1995; Morales Lescano et al., 2010).
  21. Entrevista realizada en julio de 2015 a hombre de nacionalidad senegalesa de 41 años de edad en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
  22. Las remesas son centrales en la migración senegalesa ya que se trata de un proyecto migratorio que en muchos casos ha sido planeado junto a la familia, quienes ayudan con la venta de terrenos, ganado o los bienes que dispongan, para la compra del pasaje de uno de los miembros del grupo, de forma tal de diversificar los ingresos del hogar. De esta forma, el migrante tiene una deuda económica y moral con aquellos a quienes ha dejado en el país de origen.
  23. Cabe aclarar que estas distinciones en las representaciones respecto de la venta ambulante pueden modificarse respecto a su participación o no en la Asociación de Vendedores Libres; de todas formas, debe mencionarse que todos ellos participan de las dahiras o reuniones semanales de las cofradías Mourid y Tidjan y, en ambos casos, sus líderes recomiendan adaptarse a las leyes de la sociedad de destino y no generar “problemas”.
  24. Nota de campo tomada en Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, miércoles 27 de junio de 2018, 15 h, en ocasión de una audiencia con diversos diputados porteños tras la solicitud de residentes senegaleses y abogados de CAREF, CELS y CoPaDi.
  25. Ministerio de Ambiente y Espacio Público de la Ciudad de Buenos Aires.
  26. Decreto de Necesidad y Urgencia publicado en el Boletín Oficial el 30 de enero de 2017.
  27. El bloque Mercosur está actualmente conformado por Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Bolivia y Venezuela, y los países con estatus de Estados asociados son: Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Surinam y Guyana.
  28. Para más información sobre el tema ver, Kleidermacher (2015) y Zubrzycki (2017).
  29. De acuerdo con la página web de la Dirección Nacional de Migraciones, “es una autorización que da la Dirección Nacional de Migraciones mientras dura el trámite de admisión de un extranjero en alguna de las categorías de residente’ previstas en la ley: residente permanente, residente temporario y residente transitorio. La residencia precaria permite permanecer, salir del territorio argentino y volver a entrar, trabajar y estudiar”.
  30. Administración Federal de Ingresos Públicos, organismo de recaudación de impuestos autárquico del Estado argentino dependiente del Ministerio de Hacienda.
  31. El monotributo es un régimen tributario integrado y simplificado, que consiste en el pago de una cuota fija mensual destinada a concentrar en un único tributo las obligaciones de impuesto a las ganancias, impuesto al valor agregado (IVA), jubilación y obra social para los pequeños contribuyentes.
  32. Cabe mencionar que el DNU 70/2017 introduce otras modificaciones que afectan de manera negativa los derechos de las personas migrantes en el país, pero que exceden los objetivos del presente análisis.
  33. Ley n.° 1.472- Código Contravencional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 07/01/2019. Ver https://bit.ly/2ICpctM.
  34. Estos hechos han sido observados y reprobados por el Grupo de Trabajo de Expertos de las Naciones Unidas sobre Afrodescendientes en la declaración a los medios, realizada el 18 de marzo de 2019, al finalizar su visita oficial a la Argentina. Ver https://bit.ly/2nBitsE.
  35. Declaración realizada en la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, miércoles 27 de junio de 2018, 15 h, en ocasión de una audiencia con diversos diputados porteños por los allanamientos y detenciones realizados por la policía.
  36. Ver nota en https://bit.ly/2Vr2IB5.
  37. Observación avenida Avellaneda, viernes 21 de septiembre de 2018. Nota del cuaderno de campo.
  38. Estos temas han sido abordados también en el artículo escrito junto a Lamborghini en este mismo volumen.
  39. Wilkis explica que se trata de un ajuste entre el sentido práctico y el sentido objetivo, entre las exigencias de las posiciones sociales y las disposiciones adquiridas para actuar conforme a ellas. Lo “posible” e “imposible” inscripto en las condiciones objetivas e incorporadas por el habitus guían las expectativas subjetivas de los agentes que reconocen de inmediato –sin necesidad de una toma de conciencia– “lo que se debe hacer” o “lo que se debe decir”. Este ajuste, si bien es regular –a lo largo del tiempo– y regularizado –por las condiciones que impone el habitus–, no significa que excluya la inventiva de los agentes, siempre capaces de improvisar limitadamente ante coyunturas nuevas (Wilkis, 2004).


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