Mirta Bialogorski
Desde que Doreen Massey (2005) desarrolló su concepción constructivista de espacio, no es posible verlo y leerlo como un mero soporte material que permanece inmutable al devenir de la historia (Albet y Benach, 2012)[1]. Tampoco es posible concebirlo independientemente de lo social, dado que es construido por medio de interacciones que abarcan desde una dimensión íntima como el hogar, hasta lo local, lo regional, lo nacional y lo global, que se implican e imbrican (Lefebvre, 2013: 58).
No puede pensarse un espacio si no es en sus relaciones reales (económicas, políticas, culturales) con el mundo. Se trata de “momentos articulados en redes de relaciones e interpretaciones sociales […] construidas a una escala mucho mayor que la que define el sitio mismo, sea una calle, una región o incluso un continente” (Massey, 2005: 126).
Massey mostró cómo una variedad de fenómenos locales podía entenderse en cuanto manifestación de interacciones globales y señaló los lugares étnicamente diversos como ámbitos privilegiados para comprender estos procesos.
Desde esta perspectiva teórica, se concibe al espacio social y urbano como una entidad configurada por prácticas concretas en las que interviene una multiplicidad de identidades, también ellas construidas. Está constituido por el entramado de relaciones socioeconómicas producto del encuentro entre sujetos y grupos de culturas distintas y lejanas que le imprimen su singularidad (Ibíd.).
Los grupos culturalmente diferenciados organizan su vida conforme a estrategias derivadas de sus identidades etnoculturales y, como dice Sassone (2007: 9), “construyen sus ´lugares´”. A partir de modos de hacer concretos y habituales en el ámbito urbano, surgen representaciones e interpretaciones colectivas e individuales de lo social, imágenes propias y de los otros como parte del proceso identitario (Di Méo, 2001: 10).
En este artículo nos centraremos en la configuración particular de un espacio de interculturalidad en la Ciudad de Buenos Aires, que resulta de su diversidad sociocultural de origen, la vigencia de categorizaciones étnicas como criterio ordenador de las interacciones (Barth, 1969, 1975; Malgesini y Giménez Romero, 2000) y la presencia de hábitos y prácticas culturales que surcan los variados aspectos de la vida cotidiana de los actores, así como de la actividad económica sobre la cual haremos foco[2]. Se trata del centro comercial conocido popularmente como “Avellaneda”, situado en el barrio porteño de Flores[3]. Analizaremos este espacio como punto de encuentro y articulación de trayectorias migrantes culturalmente diferenciadas producto de flujos antiguos, recientes y activos[4], en el que recaen normativas y se generan imágenes simbólicas y modalidades de interrelación en las que participan, en distinto grado, factores sociales, culturales e ideológicos. Discursos y prácticas estatales entran, en ciertos casos, en contradicción o conflicto con los de algunos colectivos que habitan la zona, mientras que, en otros, coinciden con ellos. Asimismo, se producen diferentes formas de sociabilidad que, en términos de la propuesta de Giménez Romero (2015: 52-53), podríamos interpretar como convivencia, coexistencia u hostilidad[5], y que de manera orientativa nos han de ser de utilidad en nuestro trabajo. La primera refiere a una relación de respeto y de comunicación que, al no darse habitualmente en un plano de igualdad, implica dificultades y tensiones, pero en la cual predomina el diálogo y la negociación aun para la resolución de conflictos. La noción de coexistencia alude a la cohabitación de personas o comunidades culturalmente diversas en un espacio y un momento dados, pero que desarrollan una escasa o nula relación, de forma que los conflictos pueden permanecer larvados. Ninguna de ellas está signada por hechos de agresión explícita, física o simbólica, lo que sí ocurre en una situación de hostilidad. Es fundamental tener en cuenta que las modalidades de sociabilidad mencionadas pueden combinarse en las distintas dimensiones de las relaciones interculturales y que, como estas, se transforman contextual e históricamente.
Partimos de un enfoque transdisciplinario en el que confluyen la geografía constructivista, los estudios culturales y los de la antropología urbana. Nuestro trabajo de campo consistió en visitas frecuentes a la zona, realizadas entre los años 2015 y 2018, en las que empleamos técnicas de observación, observación participante y efectuamos entrevistas semiestructuradas a comerciantes particularmente de origen coreano y judío. En una de las etapas de la investigación, nos concentramos en una galería comercial donde entrevistamos también a integrantes de diferentes colectivos migrantes (coreano, judío, boliviano, peruano, paraguayo, venezolano y uruguayo). Además, nos contactamos con un funcionario del Ministerio de Ambiente y Espacio Público del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y con miembros de dos asociaciones de comerciantes representativas del barrio[6]. En definitiva, nos vinculamos con organismos estatales, de la sociedad civil y con residentes (permanentes o temporarios) de la zona de indagación. Desde una perspectiva teórico-metodológica, optamos por un abordaje cualitativo enfocado en las representaciones e interpretaciones de los sujetos configurando la dinámica del espacio en estudio, y materializadas en las diversas semiosis de los discursos sociales: simbólicas (verbales: orales o escritas), icónicas (predominantemente visuales) y comportamentales (Magariños de Morentín, 2008).
Desde la década de 1980, “Avellaneda” ha devenido un polo dedicado a la producción y venta de indumentaria. Luego de la crisis socioeconómica y política atravesada por la sociedad argentina en el año 2001, la zona sufrió transformaciones estructurales[7] a raíz de las inversiones de empresarios de origen coreano y judío en locales y galerías, y se inició un proceso de despegue y desarrollo hasta constituirse en un megacentro comercial. El colectivo coreano lo convirtió en área de residencia y enclave étnico[8] (Portes y Jensen, 1992; Panaia, 1995; Sassone y Mera, 2007; J. E. Lee, 2018), mientras que integrantes de otras minorías de origen migrante (en especial, latinoamericanas y africanas) lo transformaron en lugar de trabajo y ámbito de convivencia e interacción con los descendientes de los antiguos habitantes, entre ellos los judíos sefaradíes (Sassone y Mera, 2007; Bialogorski, Fischman y Kleidermacher, 2018; Pacceca, 2018).
A esta constelación de relaciones, a este “espacio vivido” –esto es constituido por los universos simbólicos de los actores y sus prácticas espaciales (uso, percepción, producción material) (Lefebvre, 1974)–, se añaden dos “representaciones” de este espacio[9] (ibíd.) por parte del poder político, contradictorias entre sí. Una responde a una construcción espacial homogénea y globalizada en la cual se desconoce e incluso se atenta contra las particularidades culturales y determinados colectivos de origen migrante. Dicha representación se ha plasmado en una política de recualificación de Avellaneda como Centro Comercial a Cielo Abierto (CCCA)[10] y de control del espacio público mediante la regulación de la venta callejera[11]. La otra, materializada en una política de identidad[12], se basa en una concepción multiculturalista de la Ciudad de Buenos Aires, por lo que se ha elegido a este barrio como escenario de celebración de la diversidad cultural de base migratoria, asociado en este caso al colectivo coreano. Ambas formas de concebir el espacio, incidirán en las modalidades de vinculación e interacción cotidiana.
Luego de referirnos a dichas políticas, haremos foco en la apropiación que de este espacio realizan las personas que lo transitan, usan, perciben y representan. Nos detendremos en las situaciones de sociabilidad e interculturalidad que emergen en torno a la principal actividad económica: el comercio de la indumentaria, tomando en cuenta la presencia coreana en el rubro y la construcción simbólica de la interacción y del barrio que efectúan comerciantes de origen coreano y judío. Aludiremos a la cotidianeidad en una galería comercial culturalmente diversa, y a dos asociaciones de comerciantes. Finalmente, haremos mención al ámbito de la gastronomía étnica que se ha desarrollado en los últimos tiempos, y que también plantea escenarios de interculturalidad. Todos estos aspectos dan cuenta de las múltiples identidades que conforman un espacio como tal, las cuales pueden ser tanto fuente de conflicto como de riqueza, o ambas a la vez (Massey, 2005: 124). Antes de focalizarnos en cada uno de ellos, haremos un breve recorrido histórico que muestra el asentamiento en la zona de los distintos colectivos que se abordan en el presente texto. Como iremos viendo, se trata de un espacio social étnicamente diverso donde la pluralidad es la matriz organizativa.
Avellaneda: lugar de encuentros y trayectorias
Lo que confiere a un lugar su especificidad no es ninguna larga historia internalizada sino el hecho de que se ha construido a partir de una constelación determinada de relaciones sociales, encontrándose y entretejiéndose en un sitio particular (Massey, 2012).
En el centro comercial localizado en la avenida Avellaneda de la CABA se entrecruzan, como señalamos, diversas trayectorias migrantes históricamente establecidas a las que se han ido sumando otras, resultado de la llamada “nueva inmigración” desde la década de 1980 hasta la actualidad. En el primer caso, nos referimos a españoles (vascos en particular), italianos, árabes, armenios y, en especial, judíos sefaradíes. En el segundo, nos referimos a coreanos, bolivianos, peruanos y, desde los 2000, a senegaleses, vinculados todos ellos a la actividad comercial[13].
Los judíos sefaradíes que llegaron al vecindario de Flores y Floresta durante la primera década del siglo 20, tras haberse asentado previamente en el centro de Buenos Aires y en los barrios portuarios de La Boca y Barracas, provenían de la ciudad siria de Damasco. El eje central del desarrollo de este grupo fue la vida religiosa con una fuerte impronta tradicional. Sus integrantes se dedicaron especialmente a la práctica mercantil y generaron un sentido de comunidad que los mantuvo unidos a través de la conservación de sus costumbres. Con el pasar de los años, crearon templos, instituciones, asociaciones, círculos sociales, otorgando al barrio una fuerte impronta judía (Taub, 2006; Avni, 1991; Mirelman, 1988; Bialogorski y Kim, 2016).
Hasta finales del año 1970, sobre la avenida Avellaneda, solo podían encontrarse unos pocos negocios, la zona era principalmente de viviendas bajas (Lee, 1992: 319; Mera, 1998). A partir de la década de 1980, algunos comerciantes de origen judío comenzaron a construir locales de indumentaria, con lo cual se inició un proceso de desarrollo económico continuo. Para entonces, se habían instalado también los primeros comerciantes coreanos, que, desde su llegada a la Argentina quince años antes, estuvieron ligados a la fabricación y venta de ropa[14].
Judíos y coreanos se habían puesto en contacto desde el momento inicial de la llegada de los segundos a través de la actividad textil mucho antes de su encuentro en Avellaneda. Su relación atravesó distintas etapas: comenzó como complementaria cuando los inmigrantes coreanos realizaban el trabajo de tejeduría y costura tercerizado por los fabricantes judíos, y se transformó luego en competitiva y conflictiva cuando aquellos “se independizaron” (según sus propias palabras), a fines de las décadas de 1980 y 1990, y llevaron a cabo los distintos pasos en la producción, distribución y comercialización de la indumentaria hasta alcanzar hoy día un cierto equilibrio en el posicionamiento (Bialogorski, 2004).
Hacia el año 1990, la venta de ropa al por mayor a cargo de ambos grupos, concentrada en el barrio porteño de Once, se trasladó a este nuevo ámbito comercial (Bialogorski y Bargman, 1996). Esto, sumado al crecimiento exponencial de los mayoristas coreanos impulsado por nuevos flujos migratorios con capital de inversión, dio como resultado su florecimiento. Así como los “viejos” inmigrantes inventaron Avellaneda, según la mirada de un joven comerciante de origen judío, los “nuevos” contribuyeron a su desarrollo.
Posteriormente a la crisis socioeconómica y política por la que atravesó la Argentina en el año 2001, la industria textil y de indumentaria cobró un nuevo impulso. Avellaneda experimentó cambios estructurales. Los empresarios coreanos y judíos realizaron inversiones inmobiliarias que multiplicaron el número de locales. Además, se construyeron galerías (propiedad de ellos, y también de empresarios de origen boliviano) con numerosos puestos de venta de reducidas dimensiones y requisitos accesibles de alquiler. A ellos accedieron argentinos (descendientes de los antiguos inmigrantes) e integrantes de distintos colectivos de origen migrante que arribaron más recientemente. Se trató, sobre todo, de coreanos y bolivianos y, en menor medida, de peruanos y paraguayos, entre otros[15]. Este encuentro dio lugar a la emergencia de relaciones interculturales, esto es, a procesos de vinculación que los actores construyen a partir de sus identificaciones étnico-culturales y sus códigos comunicacionales diferenciales, en donde pueden producirse situaciones tanto de proximidad e intercambio, como de distanciamiento y conflicto. En esta etapa, a su vez, se fue consolidando un ámbito no solo de trabajo, sino también de residencia para miembros del colectivo coreano que, poco a poco, se fueron trasladando de su histórico Barrio Coreano[16] a fin de organizar sus vidas en esta nueva zona comercial (Bialogorski, 2004; Sassone y Mera, 2007). Se desarrolló así otro enclave étnico coreano que, a diferencia del anterior, presenta fronteras más lábiles con el entorno (Jung Eun Lee, 2018). Viviendas y oficinas, asociaciones, comercios de diferentes rubros (en especial, indumentaria y gastronomía) fueron dando singularidad al nuevo espacio social. Para la mirada coreana, la zona de “Avellaneda” se convirtió en un símbolo de apertura y mayor integración de la colectividad con la sociedad al punto de ser concebido por algunos sectores comunitarios, e incluso por la sociedad, como un ámbito identificatorio del grupo migrante.
Simultáneamente, los grupos manteros[17] de nacionalidad argentina, pero también inmigrantes de origen boliviano, peruano y senegalés[18], comenzaron a desarrollar la venta ambulante y callejera en el espacio público. Así, el fenómeno de economía informal fue configurándose en diferentes puntos de la ciudad, evidenciando nuevas formas de desigualdad derivadas de la globalización (Sassen, 2007: 126). Tras haber sido expulsados por fuerzas policiales en el año 2016, en el marco de las políticas de urbanización llevadas a cabo por el estado local, dichos grupos abandonaron la zona y otros puntos estratégicos de la ciudad. Actualmente, senegaleses y peruanos[19] han regresado como vendedores ambulantes y/o manteros, en una situación de conflicto continuo con funcionarios y los comerciantes de la zona. Las medidas expulsivas han sido apoyadas tanto por las asociaciones formales, como la Asociación de Comerciantes de Avenida Avellaneda (ACOMA) y la Cámara de Empresarios Coreanos de Argentina (CAEMCA),[20] como por asociaciones informales que reúnen a comerciantes de origen judío en torno de una sinagoga[21]. En suma, todas ellas se involucraron en la disputa por el espacio público, en contra de los manteros y vendedores ambulantes. De hecho, el objetivo de la ACOMA, desde su creación en el año 2011, ha sido lograr su desalojo reclamando y avalando el accionar de las autoridades locales. Para ello contó con el apoyo de la CAEMCA, que no solo participó de marchas y protestas conjuntas, sino que llevó a cabo un petitorio a vecinos y comerciantes con el firme compromiso de combatir y erradicar “la problemática de los manteros y vendedores ambulantes que se están instalando en el polo textil de Av. Avellaneda”[22].
Avellaneda: la construcción del espacio desde las políticas públicas
Como anticipamos, en la zona de “Avellaneda” convergen políticas municipales y nacionales que intervienen sobre el polo comercial, y se fundamentan en dos representaciones contradictorias con incidencia sobre el proceso de construcción de la identidad barrial.
Nos referimos, por un lado, a su puesta en valor en cuanto Centro Comercial a Cielo Abierto (CCCA) y, por otro lado, a la elección de esta zona como uno de los escenarios para celebrar la diversidad cultural en la Ciudad de Buenos Aires.
Centro Comercial a Cielo Abierto (CCCA)
El 2 de septiembre del año 2017, el Ministerio de Producción y Trabajo y el Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación firmaron con la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) un convenio para desarrollar el concepto de Centros Comerciales a Cielo Abierto (CCCA) en todo el país. Un modelo globalizado implementado en España, Colombia, Estados Unidos y Japón, entre otros países, en contraposición al de espacios cerrados como shoppings y malls. La finalidad era contribuir al fortalecimiento competitivo de las pequeñas y medianas empresas, así como “la puesta en valor de determinados barrios en tanto focos de desarrollo local para una mejora de la calidad del espacio público”[23]. Según el discurso oficial, esta modalidad de diseño urbano apuntaba a “potenciar la identidad propia de cada eje comercial de la Ciudad”.[24] Uno de los principales objetivos del proyecto de CCCA fue “proveer identidad, un alma que brinda unicidad a un barrio, una avenida, una calle donde se realiza una determinada actividad comercial”[25].
La zona “Avellaneda” fue uno de los primeros centros comerciales en los que se implementó esta política[26]. Allí, explicaba un funcionario[27], se llevarían a cabo básicamente tareas de infraestructura (ensanche de veredas, soterramiento de cables, iluminarias nuevas y señalización), se instalarían cámaras para mejorar la seguridad en la vía pública, y los comerciantes deberían efectuar modificaciones estructurales para unificar la estética del lugar.
Si bien algunos comerciantes se resistieron a estas disposiciones, la Asociación de Comerciantes de Avenida Avellaneda (ACOMA)[28] aceptó y promovió estos cambios: “Nosotros fuimos los impulsores de la puesta en valor de Avenida Avellaneda, fuimos la única Cámara que trabajó fuertemente con el gobierno para esto”, sostuvo el presidente de aquella gestión[29], dando cuenta de la articulación de intereses entre sector público y privado propuesta por los lineamientos políticos vigentes, y encarada por esta entidad.
Así, las acciones tomadas dieron lugar a una construcción identitaria del espacio, sin vinculación con las identificaciones étnicas de los colectivos sociales que allí entran en interacción cotidianamente, y con una estética homogeneizadora y globalizada de los paseos de compras. Las minorías étnicas han sido ignoradas salvo en los casos en que han resultado disruptivas, y esto ha ocurrido fundamentalmente con relación a la venta ambulante y callejera. La decisión de recalificar los CCCA ha llevado a implementar una política de “limpieza” de las calles en la Ciudad de Buenos Aires. La Policía Metropolitana y los agentes del Ministerio de Ambiente y Espacio Público han concretado desalojos sistemáticos de vendedores ambulantes y manteros, entre los cuales se encuentran migrantes de variados orígenes. En el discurso oficial, que difunden y reproducen los medios de comunicación, la actividad comercial de los migrantes en la escena porteña se constituyó en el “problema de los manteros”, asociado a la delincuencia, la usurpación del espacio público y el funcionamiento de “organizaciones mafiosas” vinculadas a la “ilegalidad”. Y estos son los argumentos que avalan actos de discriminación, racismo y xenofobia hacia los grupos migrantes (Pacceca, Canelo y Belcic, 2018: 209)[30].
Políticas para la diversidad cultural
Desde el año 2016, la zona “Avellaneda” se convirtió en el espacio representativo de la comunidad coreana migrante, como consecuencia de las políticas de identidad instrumentadas por el gobierno local, y también por la activa e intensa colaboración de las diversas asociaciones pertenecientes al colectivo coreano.
En el año 2009, la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la ciudad comenzó a implementar el programa Buenos Aires Celebra con un doble objetivo: “[…] que las colectividades puedan festejar sus fechas patrias mostrando su cultura, su historia y su identidad, y que eso mismo pueda ser compartido por todos los vecinos y turistas”[31]. Este discurso estuvo enmarcado en la concepción de una Argentina plural caracterizada por la diversidad cultural, una imagen que pretendió sustituir la metáfora de la “amalgama” durante las últimas décadas. Una diversidad concebida como un “mosaico de identidades”[32] que había que reconocer, destacar y actuar de diferentes formas en el espacio público porteño, a partir de la escenificación celebratoria de las culturales (Fischman, 2011).
Cada colectivo de origen migrante asumió un rol particular en sintonía con estas premisas. En el caso coreano, las expresiones públicas comenzaron a multiplicarse y diversificarse a partir de los años 2000. Corea y los coreanos se volvieron visibles en eventos culturales destinados a la audiencia nativa y a la extracomunitaria, tanto en respuesta a convocatorias oficiales[33], como por iniciativas comunitarias. Fue así que se apeló a la celebración pública de una de las fiestas fundamentales del acervo tradicional: Chuseok o Día de la Cosecha[34]. La celebración se llevaba a cabo comúnmente en el Barrio Coreano de Flores Sur, considerado por los líderes comunitarios como “el corazón de la inmigración coreana”[35] (Bialogorski, 2012, 2014). Sin embargo, desde el año 2013, Avellaneda se volvió escenario elegido para la expresión y actuación de la coreaneidad. Un espacio barrial que se ha ido transformando en núcleo laboral y residencial de los migrantes en donde, como advierte uno de los entrevistados, “una gran cantidad de coreanos trabaja y vive”. Allí mismo se produce la interacción cotidiana con otros grupos (Bialogorski, 2018). Con la denominación “El Día de Corea: diversidad y cultura coreana”, tuvo lugar entonces un megafestival en el “nuevo” barrio de la comunidad migrante (Bialogorski, 2014).
De algún modo, los coreanos comenzaron a optar por la zona “Avellaneda” en detrimento del Barrio Coreano, y esto deja entrever la puja entre asociaciones intracomunitarias sobre la representatividad barrial del colectivo coreano ante la sociedad argentina (Bialogorski, 2018), manifestándose divergencias internas que responden a cambios estructurales y generacionales del grupo en cuestión.
El programa Buenos Aires Celebra, cuyo escenario privilegiado para rendir homenaje a las distintas colectividades ha sido la tradicional Av. de Mayo, en el caso del colectivo coreano, eligió la avenida Avellaneda[36] para hacer coincidir este festejo con la celebración de Chuseok. Esta decisión se vinculó con una voluntad compartida de fusionar ambos eventos y materializarlos en este espacio considerado también por un sector de la colectividad coreana como representativo de la identidad étnica y cultural.
A estos eventos suelen acudir un gran número de argentinos de distintas ascendencias, así como integrantes de la colectividad boliviana vinculados a la coreana en el ámbito barrial y/o laboral, y algunos vecinos de la comunidad judía residentes en la zona. La presencia de público comunitario, sobre todo de personas mayores, va disminuyendo mientras aumenta la de grupos de jóvenes de la segunda generación. Lo que intentan los organizadores es la interacción efectiva y el involucramiento de los asistentes en las distintas dimensiones y expresiones de la cultura coreana. Podemos interpretar esta situación de sociabilidad como una manifestación de convivencia en el plano actitudinal y comunicacional (Giménez Romero, 2015), en la cual existe una valoración positiva y respetuosa de la otredad por parte del conjunto de la sociedad.
El programa invita a cada colectivo a exhibirse ante los demás a través de manifestaciones consideradas representativas de su cultura (danzas, música, coros, muestras de arte, caligrafía, desfiles, gastronomía, etc.). De este modo, los eventos fomentan el encuentro social y simbólico desde una concepción particular de la diversidad basada en una noción de cultura reificada y cristalizada que busca resaltar aquello que no es conflictivo en la interacción (Fischman y Bialogorski, 2013). En este discurso, la singularidad aparece como sinónimo de “convivencia, respeto, tolerancia y armonía”[37]. Todo lo contrario ocurre con las políticas de recalificación[38] de Avellaneda como CCCA, donde la diversidad se ignora y se torna conflictiva.
A este espacio al que desde el discurso oficial se plantea de manera dicotómica según una mayor o menor marcación/demarcación étnica, se contraponen, como veremos en los siguientes apartados, matices identitarios dados por las interacciones cotidianas entre diferentes sujetos culturalmente diversos, compartiendo la actividad comercial tanto de indumentaria como de gastronomía.
Comercios de indumentaria e interculturalidad
Como señalamos anteriormente, la zona “Avellaneda” se volvió un polo textil altamente desarrollado en el que convergen trayectorias migrantes, y en un espacio especialmente significativo para la población coreana local perteneciente a la generación 1.5[39] y la segunda generación, constituyéndose en un enclave étnico de características particulares (Jung Lee, op. cit.). En esta zona los coreanos y coreano-argentinos recrearon ámbitos propios de sociabilidad y llevaron a cabo una actividad económica ligada fundamentalmente a la indumentaria. Algún tiempo después, los jóvenes de la comunidad instalaron establecimientos de otros rubros, como el gastronómico (Delmonte, 2015)[40]. Ambos ámbitos dan cuenta de distintas formas de proximidad y comunicación con el contexto receptor, proceso en el cual la etnicidad se combina tanto con fenómenos locales como globales, y los transnacionales, manifestándose a través de prácticas asociadas a las “culturas” particulares.
Históricamente, la actividad textil resultó para el grupo coreano un elemento aglutinador que, en cierto modo, establecía una separación con el entorno. Los coreanos trabajaban fundamentalmente en familia y entre familias, “sin contacto directo con la gente de acá” (Bialogorski y Bargman, 1996; Bialogorski, 2004). En la actualidad, las fronteras se hicieron más porosas, más fluidas, como resultado del reposicionamiento de este colectivo en el rubro de la indumentaria y, en especial, debido al recambio generacional y al protagonismo de los jóvenes argentino-coreanos al hacerse cargo de los negocios familiares. Ellos oscilan entre ambas culturas, hablan los dos idiomas, conocen los códigos sociales locales y, sobre todo, se encuentran atravesados por el fenómeno de la globalización[41]. Sus modos de hacer difieren casi por completo de las maneras de hacer que caracterizaron a la generación de sus padres. Promueven circuitos de comunicación con pares residentes en Argentina, así como con connacionales del país de origen (toman en cuenta la moda coreana contemporánea) y con integrantes de tramas comunitarias transnacionales a través de las redes sociales y el comercio virtual. La moda textil que producen es estandarizada y globalizada. No lleva el sello étnico que la caracterizó en los años 80, cuando aún no terminaba de adecuarse al gusto local, y se la identificaba como “ropa coreana” por las telas y molderías. Actualmente, los diseños, las texturas y los colores circulan por el comercio empresarial juvenil de Europa, Estados Unidos, Corea y Argentina, entre otros. Así, el consumo global abre la posibilidad de compartir los gustos y las marcas de identidad (Hall, 1997). La moda coreana se ha ido adaptando a las tendencias internacionales, así como a las preferencias de cada contexto local.
El impacto de la globalización se advierte también en ciertos rasgos y fachadas de “Avellaneda” que, en concordancia con la propuesta del Centro Comercial a Cielo Abierto (CCCA), nos muestra una estética de los locales de indumentaria en la que las particularidades étnicas cada vez aparecen más disimuladas, e incluso llegan a estar ausentes. En una recorrida por este centro comercial resulta difícil para una persona “de afuera”, “ajena al barrio”, diferenciar del conjunto de negocios aquellos que son propiedad de comerciantes coreanos. Los logos, las publicidades y marquesinas presentan similares características icónicas, lo que genera el efecto de “borradura” de las identidades culturales particulares.
En contraposición con esta aparente uniformidad (en la moda, los símbolos y la iconografía del barrio, la praxis comercial, etcétera), cuando los propios actores (en particular, los comerciantes coreanos y los argentinos de origen judío, coreano o de otras ascendencias) describen simbólicamente este espacio, expresan en sus relatos las categorizaciones étnicas con las que se autoidentifican y/o identifican a los otros. De tal manera, diferencian “la calle de los judíos”, “la calle de los bolivianos”, “la calle de los coreanos”, que, además, son vistas como objeto de apropiación: comenta un comerciante argentino que “la calle Aranguren está muy ‘posesionada’ [sic] por la colectividad coreana”. “Bogotá está muy ‘posesionada’ por gente de la colectividad boliviana y peruana”. “Avellaneda es un mix entre Corea y la colectividad judía”, enfatizando las pertenencias nacionales y étnicas.
El mapa trazado por la Cámara de Empresarios Coreanos en Argentina (CAEMCA) en el año 2011 señala las zonas comerciales alrededor de la av. Avellaneda, indicando el origen de los propietarios de los locales (Bialogorski y Kim, 2016):
Figura 1. Gris oscuro: locales coreanos. Negro: locales argentinos (principalmente judíos). Gris claro: locales bolivianos. Fuente: Cámara de Empresarios Coreanos en Argentina, 2011.
En el año 2018, la misma asociación llevó a cabo un censo en el centro comercial de la zona “Avellaneda”, y un nuevo mapeo en el que se tuvo en cuenta la variable nacional y étnica de los encuestados (propietarios o locatarios), entendiendo que “esta zona tiene una particularidad: la presencia de comerciantes de distintas colectividades que conviven cotidianamente, compiten, pero también tienen objetivos comunes orientados al bienestar general”[42].
Es interesante notar que los entrevistados de ambos colectivos –coreano y judío– narran de manera coincidente el surgimiento de “Avellaneda” como polo textil, ligándolo a la propia historia y al sentido de pertenencia comunitaria e identitaria. No ocurría lo mismo cuando los comerciantes de origen judío se referían al barrio comercial de Once al cual arribaron los comerciantes coreanos en la década de 1980, lo que fue interpretado por aquellos como una “invasión” que degradaba un espacio que no les correspondía (Bialogorski y Bargman, 1996).
Para un comerciante de origen judío, “‘Avellaneda’ como arteria comercial existe desde la década del ochenta, y lo crearon los judíos, los ‘turcos’, los sefaradíes” (diferenciando esta parcialidad de otra intracomunitaria, los ashkenazíes). Un vecino coreano confirma: “Fue idea de ellos [los judíos], no de los coreanos, de venir a ‘Avellaneda’. A los coreanos les pareció muy bien y se sumaron al proyecto de los judíos”. Pero el enorme despegue, según el testimonio judío, se debió a los “coreanos”[43], que, “a medida que fueron pasando los años, vinieron con todos los capitales extranjeros, de China, Corea”. En la misma cita deja entrever cómo fueron “adueñándose” del espacio, al señalar: “Y hoy el 50 % de las propiedades son de ellos”. No obstante, el punto de mayor conflicto que se menciona entre comerciantes de ascendencia coreana se da en términos de inquilinos y propietarios. Dice un comerciante coreano: “Los judíos viven muy bien debido a la alta renta que cobran [a los coreanos]”. Esto obliga a algunos a alejarse cada vez más del núcleo central de “Avellaneda” para instalar sus negocios en las adyacencias. En una misma dirección, afirma una entrevistada coreana que “más del 90 % de los negocios ubicados sobre la avenida [Avellaneda] son de los judíos”. Esta situación varía cuando se trata de otras arterias en las cuales “los coreanos superan a los judíos” (testimonio coreano). Se advierte que, tal como sucede con el espacio público, también se da aquí una pelea por el espacio “privado”. La propiedad de los locales es arena de contienda entre ambos grupos, lo que, de alguna manera, podría explicar el interés de la asociación de comerciantes de uno de ellos (CAEMCA) por localizar en un mapa y monitorear, como veíamos más arriba, el origen étnico de los dueños de los locales.
En las percepciones de los entrevistados y entrevistadas de ascendencia judía y coreana, aparece la figura del migrante boliviano como una presencia poderosa en el barrio, y con una incidencia notoria en el rubro de la indumentaria. Pero no son incluidos en esta suerte de contienda territorial dadas las escasas posibilidades económicas que les atribuyen: “Hay muchos bolivianos acá”, dice un comerciante de origen judío, “pero ni locos llegan a comprarse las propiedades, con lo que valen acá hoy en día”. Los ubican, en cambio, como inquilinos de los locales en las galerías (Bialogorski y Kim, op. cit). El comerciante “boliviano”, no obstante, es visualizado por ambos como el principal “competidor”, por la capacidad de trabajo que le adjudican, los recursos étnicos a los cuales recurren (mano de obra familiar y/o comunitaria) y por los menores márgenes de ganancias que, a diferencia de ellos, están dispuestos a obtener en la actividad. Por su parte, “coreanos” y “judíos” no se perciben –actualmente– como “competidores”, tal como ocurría en las etapas anteriores de su experiencia comercial, coincidiendo en que ambos se han posicionado de manera ventajosa en el rubro de indumentaria y compiten en la práctica textil en similares términos y condiciones (Bialogorski y Kim, 2016).
En cuanto a las instancias de sociabilidad entre integrantes de ambos colectivos, existe acuerdo en que la interacción se focaliza –prácticamente– de modo exclusivo en el plano laboral. En este sentido, las relaciones han sido calificadas como fluidas, con elementos de reciprocidad y cooperación, haciéndose especial hincapié en las nuevas generaciones, con quienes la comunicación es más ágil debido fundamentalmente a la superación de la barrera idiomática. También se han ampliado los lugares de encuentro en la zona: no es extraño observar que integrantes del colectivo judío frecuenten confiterías y restaurantes que ofrecen comida coreana y que están abiertos a un público heterogéneo, como veremos más adelante. Retomando a Giménez Romero (2015), la convivencia relacional es la modalidad predominante entre los grupos que cohabitan el espacio social de “Avellaneda”.
“Coreanos” y “judíos” se perciben culturalmente diferentes y distantes, pero comparten intereses, objetivos y modalidades comerciales. Persisten entre ellos estereotipos adjudicados de los unos a los otros, aunque no aparece un discurso que exprese discriminación.
Con relación a la imagen del “boliviano”, lo que ocurre es bien distinto. Entre los entrevistados, aparece el prejuicio y el rechazo, así como la alusión a que no existe una proximidad en los vínculos. Los “bolivianos” son visualizados como miembros de sectores sociales culturalmente “inferiores”. Esta es una construcción simbólica dominante en la sociedad argentina que se reproduce y caracteriza la interacción en este espacio de comercialización (Bialogorski y Kim, op. cit.; Gavazzo, 2011; Mallimaci, 2011).
Galería comercial e interculturalidad
Otra modalidad que adquieren las relaciones comerciales en la zona “Avellaneda” –que propicia la interculturalidad, así como una específica forma de sociabilidad– se da en los espacios de venta de indumentaria ubicados en galerías. Allí, diversos colectivos de origen migrante comparten su actividad laboral y construyen simbólicamente imágenes e interacciones. En el marco de desarrollo del trabajo de campo, nos hemos focalizado en una de las galerías[44] cuyos propietarios son empresarios de origen judío y coreano, en tanto que los dueños de los locales son principalmente comerciantes coreanos, bolivianos y, en menor medida, argentinos (de diferente ascendencia, incluida judía), paraguayos, uruguayos, peruanos, y un único caso hindú[45]. Entre el primer grupo, cabe mencionar el caso de migrantes, provenientes de China, que arribaron a la Argentina en los años 90, y se incorporaron a la colectividad coreana local siendo identificados como “chosunjok” (Bialogorski, 2010; Song, 2005).
Por lo general, en estas galerías, las empleadas son mujeres de nacionalidad argentina, aunque también encontramos de nacionalidad boliviana (sobre todo en locales de connacionales), paraguaya y coreana (en negocios de coreanos), peruana, y, actualmente, venezolana (en negocios de argentinos y bolivianos).
La mayoría de los actores involucrados en la actividad comercial de “Avellaneda” han estado con anterioridad vinculados –de un modo u otro– a la industria de la indumentaria, con excepción de los inmigrantes de origen peruano, cuya inserción es más reciente, tanto en el rubro como en la galería. Entre los comerciantes más antiguos de la zona, están los que han trabajado previamente en la confección vendiendo sus productos en puestos de la megaferia de La Salada[46] (Gago, 2012, 2014), dueños de talleres de costura, fabricantes y proveedores de terceros que no contaban con un negocio propio.
En el último tiempo, vendedores de origen boliviano que fabricaban sus productos y los ofrecían en la vía pública (ex-“manteros”) comenzaron a alquilar puestos en esta galería. Se trata de casos excepcionales dado que el acceso a los alquileres es elevado en comparación con el costo en otros ámbitos comerciales de similares características.
Cuando los entrevistados aluden a quiénes comparten el espacio de la galería, lo primero que surge es la cuestión de la identificación étnica o nacional (sin establecer diferenciaciones hacia el interior de cada grupo): “Hay coreanos, judíos, bolivianos, paraguayos, peruanos, de todo”, enumera un comerciante uruguayo ilustrando el mapa cultural de la zona.
A partir de estas diferencias, lo que tienden a afirmar en sus discursos es el clima social amigable, “amable”, “tranquilo”, “cordial”; estos son algunos de los adjetivos utilizados en la valoración de las circunstancias y las relaciones interculturales, entendidas en términos de “respeto por la cultura del otro”, por “cómo piensa cada uno”.
Si bien existe consenso acerca de la buena relación entre compañeros, es importante admitir que esta se limita a dicho ámbito. No es frecuente que entablen amistades más allá del espacio y el tiempo compartidos durante la jornada laboral. Una entrevistada coreana nos cuenta que su principal fuente de sociabilización es la iglesia (coreana), y que, si bien establece un vínculo con otros connacionales en el ámbito de la galería, aclara: “Ellos no son mis amigos”. La imposibilidad de profundizar en el trato interpersonal la adjudica al intenso ritmo de trabajo. Otro caso lo atribuye a la dificultad de comunicarse en castellano (“Me gustaría tener más contacto con otra gente de la galería, pero no hablo bien español”).
Advertimos una excepción a esta tendencia de distanciamiento: el encuentro durante los fines de semana “de vendedores peruanos, bolivianos, los de seguridad que son argentinos, para jugar al fútbol” (comerciante uruguayo), un fenómeno sin duda globalizado (a nivel profesional, de consumo, comunicación, mercado, etc.)[47] que, en este caso, funciona como factor de integración al menos para determinados grupos. Según los testimonios de entrevistas de “coreanos” y “judíos”, constatamos que no participan de este tipo de encuentros e intercambios.
Aparecen nuevamente las referencias explícitas a la identidad étnica y a las prácticas culturales propias de los colectivos cuando en los testimonios de los entrevistados se refieren a las relaciones laborales entre dueños y empleados. La mención en particular es a los comerciantes coreanos, quienes prefieren contratar un mayor número de personas en comparación con bolivianos y peruanos. A ellos se les adjudica trabajar solos o recurrir a mano de obra familiar o comunitaria en función de una modalidad laboral que apela a las solidaridades étnicas.
Con relación a los “coreanos”, registramos que se define el vínculo empleado- empleador por una ausencia de fluidez, por una distancia basada en la posición que ocupa cada uno: “Ellos [los dueños coreanos] hacen sentir la diferencia con el empleado” (testimonios argentinos) y “no trabajan a la par de ellos” (comerciante boliviana). Los estándares laborales de los comerciantes coreanos están ligados a una cultura del trabajo disciplinado, de raigambre confuciana, en la que se pone de manifiesto el respeto por las jerarquías, y se considera fundamental la sumisión al superior (Mera, 1998). Se los reconoce como “estrictos” en lo laboral: son exigentes respecto de los horarios, la presentación física (“atarse el pelo”) y la conducta y el comportamiento: las empleadas deben evitar el uso de celulares, conversar con sus compañeras o con otras personas que no sean clientes. Otra actitud referida en los testimonios es la pretensión de que las jóvenes permanezcan continuamente de pie: “Las chicas [de la galería]”, afirma una empleada argentina, “de lo que se quejan es de los coreanos. Las chicas, a veces, solo van al baño para sentarse un poco”. Pretensión que, explicita, no se da entre dueños “argentinos” y “judíos”[48], con quienes el vínculo es percibido como más fluido y cercano: “Hay un ida y vuelta con los empleados”.
En cuanto a los empleadores de origen boliviano, según la mirada argentina, son rigurosos aun con los empleados connacionales (“Si el ‘boliviano’ tiene plata, tiene a todos marchando derechito”, comenta un entrevistado de origen judío). De alguna manera, esto contradice la imagen que los propios empleadores construyen de sí mismos, dado que subrayan la ausencia de jerarquías: “Nosotros no queremos empleados, queremos compañeros, trabajamos a la par de ellos” (testimonio boliviano).
Otro conflicto no atravesado por marcadores etnoculturales que se derivan de la actividad comercial es la dinámica de competencia entre los galeristas. Cada comerciante se maneja al respecto de manera autónoma: “Cada uno se tiene que rebuscar como pueda en la venta […]. En el comercio la competencia es feroz”, comenta una vendedora de nacionalidad uruguaya. Frente a ella la respuesta es “callarse la boca y tratar de vender mejor que el otro” (comerciante de origen judío). Uno de los hechos que produce tensiones y que se traduce efectivamente en peleas y discusiones debido a este punto es la ocasión en que algún vendedor obstruye el espacio del otro con su mercadería: “Son invasivos todos [los comerciantes]. Te pueden poner un montón de cajas hasta el techo, te tapan, venden ellos y les importa un carajo lo que hacés vos” (comerciante argentino). “Uno para sí y Dios para todos”, así es como resume una entrevistada paraguaya la actitud que predomina en la galería, en la que “cada uno vive en su mundo” y cada cual “hace lo suyo”. La falta de unión, de solidaridad se grafica en la metáfora de la selva: “[la galería] es una selva, una selvita. Acá todo el mundo se tiene que defender como puede” (comerciante uruguayo).
Frente a esta dinámica de competencia entre comerciantes, la solidaridad se activa en defensa de la condición de informalidad que caracteriza el funcionamiento de la galería (en los testimonios se refieren a las reglamentaciones laborales[49]). Ante la presencia habitual de inspectores municipales (de la AFIP[50] o de la Subsecretaría de Trabajo, Industria y Comercio), fundamentalmente la actitud de los empleados y empleadores es advertirse mutuamente para la toma de recaudos: “Si vos sabés que viene un inspector, nos avisamos entre todos nosotros” (empleada argentina). La informalidad habilita formas de socialización que, más allá de las lógicas y dinámicas basadas en la competencia, promueve a nivel intercultural una interacción que prioriza la cooperación y el cuidado mutuo (Giménez Romero, 2005).
Constatamos que en el centro comercial de la zona de “Avellaneda” no aparece entre los colectivos de origen migrante una valoración jerárquica que priorice a una minoría por sobre otra, como ocurre fuera de la galería, sobre todo en el rubro textil y de indumentaria, en el cual comerciantes y empresarios de origen judío y coreano suelen ubicarse a un nivel superior respecto de los trabajadores de origen boliviano (Bialogorski y Kim, 2016).
En la construcción de la otredad, se advierte un rechazo a inmigrantes de origen peruano o boliviano, cuando se trata de los exmanteros que se incorporaron a la galería. Si bien no se producen situaciones explícitas de violencia, a ellos se les reprocha la “falta de educación y cultura”, y lo ligan al desconocimiento de códigos y modalidades laborales: “Vienen de la calle, no tienen escuela, no tienen respeto, incluso en el trato con el público” (testimonio de una empleada argentina).
En términos de Giménez Romero (2015), en el ámbito de la galería se genera una coexistencia entre las personas culturalmente diversas en cuanto se encuentran en una misma dimensión espaciotemporal y cumplen normas de vecindad, pero, salvo excepciones, no entablan vínculos interpersonales sólidos externos al grupo sociocultural de pertenencia. Los conflictos mencionados se circunscriben al ámbito de la actividad comercial –la competencia, el uso del espacio interno y el trato entre empleadores y empleados, aunque esto último está también asociado a la dimensión cultural–. Si bien existen prejuicios hacia el interior, el mayor grado de conflictividad se produce hacia el afuera, ya que la discriminación de los comerciantes de la galería se exacerba frente a los vendedores callejeros, en especial senegaleses, con los cuales la interacción no es directa pero su accionar es valorado negativamente como competencia desleal: “Antes los morochitos no vendían lo que es la ropa. Vendían anteojos, carteritas, cadenitas, vendían cosas así. Ahora venden buzos, joggings, bufandas, igual que los locales” (testimonio de una comerciante boliviana). Agrega una empleada argentina entrevistada: “No pagan nada y venden al mismo precio”.
La figura del “mantero”, vendedor ambulante de indumentaria, se asocia automáticamente a la venta ilegal y a la posible existencia de una mafia que los organiza. Se trata de una imagen que alimenta el discurso político del actual Gobierno, sustentado en una ideología neoliberal y que, a su vez, implementa una política migratoria diferenciada y selectiva (Kleidermacher, en este volumen)[51].
Asociaciones de comerciantes e interculturalidad
La compleja trama de relaciones interculturales en la zona de “Avellaneda” se evidencia también en referencia a las asociaciones comerciales: una, representativa de un alto porcentaje de comerciantes de la zona, que es la anteriormente mencionada Asociación de Comerciantes de Avenida Avellaneda (ACOMA); la otra, representativa solo de los comerciantes coreanos, la Cámara de Empresarios Coreanos de Argentina (CAEMCA). Con respecto a la primera, su presidente resalta como particularidad –dada la diversidad cultural de sus miembros– la “función integradora” de la institución: “Asociamos, desde la gente de la colectividad judía, a peruanos, bolivianos. No tenemos ningún problema. Por ejemplo, nuestra vicepresidenta es la representante de la colectividad boliviana de av. Avellaneda”[52]. El discurso refuerza la postura de la asociación sobre la integración mencionando a dos colectivos migrantes (bolivianos y peruanos) cuya configuración en el imaginario local es de rechazo y discriminación, y al colectivo judío, al cual se lo diferencia de la sociedad mayoritaria aun siendo tercera o cuarta generación.
Una situación singular ocurre con CAEMCA dada la separación manifiesta entre ambas asociaciones: “Hay un convenio de palabra: nosotros no vamos a ofrecer nuestros servicios a un local de ellos y ellos no vienen a un local nuestro”. Sin embargo, se da una estrecha relación de colaboración entre las dos agrupaciones “representativas ambas de la av. Avellaneda”[53], que –más allá de la mutua contienda por el espacio “privado” que, como hemos visto, se da entre sus integrantes– se focaliza, en esta instancia, en la disputa por el espacio público frente a los manteros (“Ellos fueron ocupando el espacio progresivamente” [testimonio coreano]).
Constatamos que el discurso del referente de ACOMA destaca la diversidad étnicocultural en el contexto local como valor positivo. Esto puede ser válido para colectividades de larga data y para las más actuales que desarrollan su actividad comercial “formalmente” en la zona, pero no se convalida cuando se trata de nuevos inmigrantes, como es el caso de los senegaleses y los peruanos, que se dedican a la venta callejera. El rechazo queda expresado en estas palabras:
Hoy tenemos un problema con la colectividad senegalesa: alrededor de 300 vendedores ambulantes, y a esto le sumamos de la colectividad peruana unas 50 personas. Son 350 personas que están pululando continuamente por el centro comercial para vender sus productos. Esta gente venía con cinco prendas en la mano, hoy vienen con bolsones de 150 prendas.
A partir de esta idea, nos preguntamos: ¿a quién se incluye y a quién se excluye del territorio? El representante institucional distingue entre lo que considera la “legalidad” y la “ilegalidad”: “El [comerciante] que está legalmente constituido acá puede trabajar: coreanos, bolivianos, judíos, españoles, italianos, alemanes, acá no hay ningún problema, el que está legalmente constituido”. Por lo tanto, los excluidos son aquellos que ofrecen sus mercaderías en la vía pública.
Finalmente, el discurso contrapone la práctica “ilegal” a la del comerciante que “paga todos sus impuestos y que tiene que poder vender todos sus productos sin tener la competencia en la puerta de su negocio”. La omisión, lo no dicho en este discurso es que la industria de la indumentaria es una de las actividades con mayor informalidad no solo en la fase de producción, sino también en la de comercialización, con prácticas que rozan la ilegalidad y de las que participan los mismos comerciantes (Bialogorski, Fischman y Kleidermacher, 2018).
Como se advierte en los testimonios, se recurre, en forma reiterada, a la noción de “colectividad”, que da cuenta de la vigencia de las identificaciones migratorias y étnicas en el escenario social actual[54].
Detectamos dos situaciones de sociabilidad intercultural opuestas (Giménez Romero, 2015): una, de convivencia entre los distintos colectivos a través de las respectivas asociaciones con búsqueda de objetivos comunes y medios para potencializar sus acciones; y la otra, de hostilidad, tensión y confrontación hacia aquellos a quienes se atribuye la carencia de ciertos valores básicos compartidos –en este caso, relativos a la actividad económica– y que, además, son vistos como usurpadores de un espacio que no les pertenece.
Circuito gastronómico e interculturalidad
El rubro comercial con mayor peso en la zona “Avellaneda” está ligado a la indumentaria, y este genera relaciones interculturales particulares, analizadas en los apartados precedentes. No obstante, en los últimos años, se diversificaron las actividades económico-laborales. Se han ido instalando locales gastronómicos pertenecientes a integrantes del colectivo coreano destinados a públicos endogrupales y exogrupales. Este fenómeno coincide con el afianzamiento y desarrollo del espacio zonal como enclave étnico de dicho colectivo, que evidencia transformaciones estructurales y culturales a nivel intracomunitario, principalmente, motorizadas por el cambio generacional.
Las generaciones jóvenes han decidido no continuar los pasos de sus padres, y se han animado a concretar nuevos proyectos laborales y de vida. Sus propuestas han impactado en “Avellaneda” acentuando la complejidad del centro comercial y profundizando las experiencias de interculturalidad. Sus intereses y ocupaciones son diversas y enfatizan la importancia de la inserción cultural y socioeconómica que promueven beneficios a los migrantes frente a la sociedad local, brindando estabilidad en los nuevos contextos. En el presente, restaurantes, cafeterías, bares y supermercados (con productos nacionales e importados del país de origen) se constituyen en ámbitos de encuentro con expresiones culturales de un “otro” diverso que, en este caso, se construyen como un diacrítico, es decir, como un emblema de la particularidad cultural. En tal sentido, se convierten en una mercancía con la carga simbólica de “lo étnico”, “lo distinto”, “lo particular”, a diferencia del producto indumentaria, que se rige por la adhesión a parámetros de una moda “universal”. No obstante, este fenómeno está igualmente atravesado por el discurso de la globalización, que, desde la última década del siglo XX, ha impuesto la tendencia tanto de la industria como de la cultura de la gastronomía étnica en un mundo interconectado y en el que se destaca la multiculturalidad como valor social. En “Avellaneda” encontramos jóvenes coreanos y argentino-coreanos que, por un lado, gerencian locales de cadenas internacionales cuyo formato, estética y menú son estandarizados y occidentalizados[55]. Por otro lado, concretan emprendimientos en los cuales podemos notar una interesante convergencia entre la cultura coreana –tradicional y moderna– mezclada con elementos locales. La comida típica y de fusión se ofrece como resultado de prácticas culinarias que se han forjado en contextos y situaciones interculturales que dan cuenta tanto de las reconfiguraciones identitarias por las que atraviesan los migrantes coreanos y sus descendientes[56], como las que experimentan argentinos y otros grupos migrantes. Este fenómeno se da en coincidencia con la apertura en otros barrios, tales como Villa Crespo, Palermo y Abasto, de negocios de gastronomía étnica judía, peruana y japonesa, promovida también por jóvenes emprendedores.
Por otra parte, existen restaurantes con menú tradicional destinados a un público intracomunitario que vive y trabaja en la zona de “Avellaneda”. Otros están orientados a un público general, incorporan lo tradicional coreano “fusionado” con alimentos y preparaciones típicas de la cocina local: asado y arroz, hamburguesas con kimchi y guisos de lentejas con bibimbap[57] (Delmonte, 2018: 185). Cualquiera de estos platos hace un uso creativo de la tradición planteando un contrapunto entre preservación y novedad[58]. Lo tradicional elaborado y reelaborado en el contexto migratorio siempre se encuentra presente en las prácticas alimentarias, y se constituye en “marcadores étnicos” (Rebato Ochoa, 2009), incluso entre los jóvenes que “han transitado los espacios interculturales cotidianamente desde la infancia” (Delmonte, 2018: 187). Son estos jóvenes quienes reactivan y legitiman su etnicidad en un escenario de diversidad cultural enmarcado en los procesos de globalización (Appadurai, 2001; Sassen, 2007) y de movilidades (Sheller y Urry, 2006)[59]. A estos establecimientos gastronómicos, suele asistir un público heterogéneo. De acuerdo con los testimonios logrados, no se produce una interacción entre comensales de origen coreano y no coreano. Una entrevistada coreana nos dice al respecto: “Ahora, en [la calle] Aranguren también abrieron un restaurante muy lindo que es para todo el público, tiene comida fusión, está todo traducido. No hay coreanos ahí y se llena de un montón de gente argentina”. Otra joven coreana agrega: “De día en el pasaje Ruperto Godoy 758, en [el restaurante coreano] “758” [el lugar se llama así] se llena de gente no coreana. Son judíos, argentinos, de todo[60]. Pero de noche es más de la colectividad”. Cuando concluye el horario comercial y el barrio se convierte en una zona oscura, desierta, es habitual que a estos locales étnicos (bares, pubs) asistan solo miembros de la colectividad coreana, sobre todo los jóvenes, que recuperan ese espacio como propio. En términos de Giménez Romero (2015), esto sería un indicador cualitativo de coexistencia que, en su dimensión relacional, estaría dando cuenta de una ausencia de vínculos interpersonales a nivel exogrupal.
Con respecto a la estética de los bares, cafeterías y restaurantes tanto en el diseño interior como el exterior, en algunos sitios predomina el gusto occidental/local: “Hay un chico [argentino-coreano]”, dice una joven coreana, “que se puso un café acá [en la zona de ‘Avellaneda’]. Uno entra y parece un café argentino, no parece coreano”. En otros casos, se combina lo occidental/global con lo étnico: “Ese restaurante tiene una tendencia norteamericana, aunque se oye música coreana de fondo” (entrevistado coreano). Finalmente, encontramos locales ambientados con elementos de la cultura coreana contemporánea influida por los medios de comunicación masiva, como, por ejemplo, una cafetería inspirada en la popular novela coreana (Coffee Prince)[61]. En un contexto intercultural, estos espacios expresan y configuran las nuevas formas de ordenamiento social, que inciden tanto en las interacciones de los sujetos, como en los procesos constitutivos de sus identidades. Observamos que, junto a las tendencias locales o globales, siempre aparece el discurso de la etnicidad en forma de fragmentos del repertorio cultural propio, sea tradicional o moderno, dando paso, en estos ámbitos, a renovadas manifestaciones de la interculturalidad.
A modo de conclusión
Abordar el centro comercial de la zona de “Avellaneda” desde una perspectiva espacial y relacional (Massey, 2005) definida a través de improntas constructivas y recreadas por los grupos sociales, que no concibe al territorio desgajado de los usos que se producen sobre él (Lacarrieu, 2013), nos ha permitido acceder a la complejidad y a la multiplicidad de elementos culturales y simbólicos que lo construyen. Los vínculos interculturales se generan aquí a partir de distintas esferas de la vida social. En nuestro caso nos hemos focalizado en la actividad económica ligada a la indumentaria y la gastronomía en particular. Ambas tienen un anclaje territorial en el barrio e implican determinados modos y prácticas socioculturales que construyen dos miradas diferentes: una amarrada a lo global (la moda), y la otra a lo particular (la comida étnica), aun cuando, valga la aclaración, se trate también de un fenómeno globalizado.
En “Avellaneda” se articulan tendencias globales y transnacionales que se vinculan con los movimientos poblacionales (antiguos, recientes y activos) representados por los distintos colectivos de origen étnico que habitan la zona (centralmente, judíos y coreanos). Estos movimientos han transformado su identidad de apacible área residencial a dinámico polo comercial, y la constituyeron, además, en un enclave para uno de los colectivos allí presentes, el coreano.
Tales tendencias impactan, asimismo, en las prácticas comerciales y en la modalidad que adquiere la economía informal que se observa, por ejemplo, en la actividad de los manteros (especialmente, peruanos y senegaleses).
La indagación del barrio mediante trabajo de campo con observaciones y entrevistas nos ha permitido analizar e interpretar el espacio intercultural que allí se configura con diálogos culturales y simbólicos, así como también a partir de disputas y resistencias identitarias (Lacarrieu, 2013: 137). Se negocian estéticas, patrones de convivencia y relaciones sociales de intercambio e interacción entre diversos grupos sociales (ibíd.: 130). Así, las configuraciones culturales, con sus respectivos códigos y posicionamientos diferenciales en el contexto local, construyen un ámbito de comunicación intercultural (Grimson, 1999; Caggiano, 2005) que genera modalidades tanto de convivencia y/o coexistencia, como de antagonismos y exclusión, e, incluso, pueden desencadenar un campo de hostilidad (Giménez Romero, 2015).
Hemos registrado, por un lado –y en línea con las políticas de urbanización que han posicionado a “Avellaneda” como centro comercial a cielo abierto (CCCA)–, conflictos entre dueños de locales ubicados sobre la calle o en galerías (de origen judío y coreano en el primer caso, pertenecientes a distintos colectivos étnicos, en el segundo) con manteros o vendedores ambulantes (en particular, inmigrantes senegaleses) situados estructuralmente de manera diferencial, frente a los cuales se genera una situación de agresividad. Esta situación se ve favorecida por las mencionadas políticas que implican un control del espacio urbano, favoreciendo o restringiendo ciertas accesibilidades y apropiaciones del mismo (Lacarrieu et al., 2011).
Por otra parte, hemos observado que la utilización de este lugar como ámbito para celebrar la diversidad cultural lo ha convertido en un escenario de particular diálogo e intercambio entre el colectivo coreano, otras minorías étnicas y la sociedad mayoritaria, en una suerte de mayor proximidad y convivencia.
Nos encontramos con un espacio en el que los actores –más allá de las respectivas adscripciones étnicoculturales que se construyen discursivamente– comparten pautas y códigos de la sociedad local, se relacionan y, en ese devenir, reelaboran sus identidades tanto como configuran una identidad espacial/territorial. Una entidad en constante movimiento que expresa interacciones y conexiones con un mundo más amplio. Este ámbito barrial, desde una dimensión sociocultural, da cuenta de un complejo fenómeno de comunicación intercultural.
Para finalizar, destacamos la perspectiva de la interculturalidad como horizonte teórico adecuado para la lectura y la interpretación de las trayectorias y los procesos de grupos migrantes en contextos culturales-Otros.
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- La autora se sitúa en el contexto intelectual denominado “giro espacial” de la década de 1980, que se produce luego de las teorizaciones del filósofo francés Henri Lefebvre (1974). Desde disciplinas sociales cuestionan y redefinen el concepto de “espacio”, teniendo en cuenta el conflicto, el poder y la relación con la política (Capasso, 2017).↵
- Agradezco la lectura y comentarios de las integrantes del equipo del proyecto PICT 2014-1289 patrocinado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica del Ministerio Nacional de Ciencia y Técnica (FONCyT-MINCyT), en especial, del director del proyecto Fernando Fischman y las sugerencias de Paula Iadevito.↵
- El barrio de Flores pertenece a la Comuna 7, una de las quince unidades administrativas en las que está dividida la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La avenida Rivadavia lo divide en Norte y Sur. La parte Norte es la que incluye la zona que a nivel popular se denomina Avellaneda, dado que se encuentra surcada por la avenida homónima, y está limitada por las calles José G. de Artigas, Gaona, Segurola y las vías del Ferrocarril Sarmiento. Véase https://bit.ly/2oYJW7H.↵
- Los flujos inmigratorios antiguos corresponden al período de la inmigración masiva a la Argentina; los recientes, a los producidos a partir de la década de 1960; y los activos son aquellos que están ocurriendo en la actualidad (Devoto, 2003).↵
- Carlos Giménez Romero (2015), antropólogo de la Universidad Autónoma de Madrid, desarrolla un marco conceptual para lo que denomina una praxis ciudadana e interculturalista en ámbitos locales con alta diversidad sociocultural en el contexto europeo. Para cada una de las tres instancias mencionadas –convivencia, coexistencia y hostilidad–, el autor señala nueve dimensiones interrelacionadas (relacional, normativa, axiológica, participativa, comunicacional, conflictual, actitudinal e identitaria), a partir de las cuales logró identificar una serie de indicadores cualitativos. ↵
- Las entrevistas fueron grabadas y transcriptas. La metodología de análisis consistió en análisis del discurso con orientación semiótica (Magariños de Morentín, 2008).↵
- Las causas más próximas de la crisis del año 2001 fueron las reformas estructurales de la década de 1990, acompañadas por el Plan de Convertibilidad lanzado en 1991. Las medidas socioeconómicas que se impusieron acentuaron el deterioro del empleo, los ingresos y las condiciones generales de vida (véase Aronskind, 2008). La desaceleración del consumo afectó a distintos sectores, como por ejemplo, al sector textil y de indumentaria. Las políticas de reactivación de la producción poscrisis impactó en el caso concreto del colectivo coreano que volvió a concentrarse en dicho rubro (J. Lee, 2018).↵
- Alejandro Portes (1992: 418) se refiere con este concepto a la concentración de empresas étnicas en un espacio físico con un porcentaje significativo de trabajadores de una misma minoría. En el caso coreano, este concepto se vincula con un proyecto económico de (re)posicionamiento estratégico en el ámbito de la indumentaria a partir del objetivo de mutuo beneficio entre los comerciantes étnicos (Jung Eun Lee, 2018). ↵
- Lefebvre (1974) se refiere en este caso a la “representación del espacio” que se articula en una tríada con la práctica social y el espacio de representación. Véase también sobre la articulación teórica entre espacio de vida, espacio vivido y espacio social Sassone, 2002; Di Méo, 2000; entre otros.↵
- Esta política se lleva a cabo desde la Dirección General de Obras de Regeneración Urbana, dependiente de la Subsecretaría de Uso del Espacio Público del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.↵
- La ley sancionada por la Legislatura Porteña y regulada por el Código de Contravenciones establece que la venta ambulante “no se puede ejercer en la vía pública”, a menos que sea “de baratijas o artesanías, y en general la venta que no implique una competencia desleal con el comercio establecido” (véase https://bit.ly/339efHU). Su cumplimiento está a cargo de Agentes de la Policía Federal y del Ministerio de Ambiente y Espacio Público. Véase artículo de Giselle Kleidermacher en este mismo volumen.↵
- Nos referimos al Programa Buenos Aires Celebra dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural (GCBA). Este se enuncia como “un proyecto que muestra la cultura, historia e identidad de las colectividades” y que, desde su inicio, permite al público “disfrutar de danzas, coros, desfiles, gastronomía, arte y mucho más de una larga lista de colectividades de nuestra ciudad”. Véase https://bit.ly/1goU7ZN.↵
- Sobre migraciones históricas y recientes en Argentina, véase: Devoto, 1992, 2003; Novick, 1992; Oteiza, Novick y Aruj, 1997; Grimson, 1999; Caggiano, 2005; Benencia y Karasik, 1994; Sassone, 1988; Cerruti, 2005; entre otros.↵
- Para ahondar sobre inmigración coreana en Argentina, véase Bialogorski y Bargman, 1996; Bialogorski, 2004; Mera, 1998; Mera y Palacios de Cosiansi; Courtis, 2000. ↵
- Al aludir a los inmigrantes recientes de segunda generación, especificaremos la nacionalidad de origen. Desde una perspectiva emic, consideramos cómo los propios actores se autoidentifican e identifican a los otros. Con relación al colectivo judío, hacemos referencia al origen étnico en cuanto conforman una minoría diferenciada en este contexto.↵
- El llamado “Barrio Coreano” está ubicado en la zona sur de Flores. Se extiende entre Avenida del Trabajo, Carabobo y las avenidas Castañares y La Plata. Desde fines de la década de 1970, inmigrantes coreanos comenzaron a poblar esta zona, establecieron sus viviendas, talleres de costura, iglesias y restaurantes, así como comercios de distintos rubros para consumo, fundamentalmente, de los integrantes de la comunidad. Este barrio también fue identificado por los vecinos y en los medios de comunicación como “Little Korea” o “Pequeña Corea” y como “Baek-ku” entre los propios inmigrantes coreanos y sus descendientes (Bialogorski, 2004; Sassone y Mera, 2007).↵
- El informe del Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires define a los manteros como “vendedores independientes de mercaderías de consumo masivo (no artesanales), que colocan encima de mantas o sobre puestos prefabricados, que ocupan espacios públicos no habilitados para ello en veredas, plazas o calles de la Ciudad” (Salvia y De Ángelis, 2015).↵
- Sobre senegaleses y venta callejera, véase el trabajo de Gisele Kleidermacher en este volumen y también Kleidermacher, 2015; Pita, 2018; Pacecca, Canelo y Belcic, 2018.↵
- Según testimonios recogidos, los manteros bolivianos optaron mayormente por abandonar la calle y reubicarse en puestos de las referidas galerías para comercializar sus productos. A diferencia de los otros grupos, contaron con recursos materiales y simbólicos para decidir por esta alternativa.↵
- En 1992 se creó la Asociación Coreana de Empresarios de Avellaneda (ACEA) a partir de los locales mayoristas ubicadas sobre la av. Avellaneda 3000-3400. En 2011 se cambió la denominación institucional a Cámara de Empresarios Coreanos en la Argentina (CAEMCA). Sus objetivos son “el progreso de la zona comercial de la Avenida Avellaneda de la ciudad de Buenos Aires, el mayor polo textil de Sudamérica y el resguardo de los derechos de los empresarios coreanos que se desempeñan en dicho lugar” (véase http://caemca.com.ar/).↵
- Los comerciantes de origen judío de la zona no cuentan con una asociación específica, sino que mayormente forman parte de la Asociación de Comerciantes de Avellaneda (ACOMA), que no es étnica.↵
- Véase http://caemca.com.ar/.↵
- Véase https://bit.ly/30SK6e8.↵
- Gustavo Vera, “Una apuesta a los centros comerciales”. La Comuna, 28 de julio de 2017. Disponible en https://bit.ly/2nloAB6.↵
- Fabián Tarrío, secretario de Hacienda de la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa). Véase https://bit.ly/337yIfZ.↵
- Son veinte los CCCA que el gobierno de la Ciudad de Buenos se “comprometió” a instalar. Los que están concluidos son los que se encuentran sobre distintos tramos de la avenida Corrientes, Rivadavia, Federico Lacroze, Lope de Vega, Córdoba, Pueyrredón, San Juan, Boedo, Gaona, Garay y Av. de Mayo, y sobre las calles Varela (entre Eva Perón y Primera Junta) y Lavalle (entre Carlos Pellegrini y Florida). Ver mapa en https://bit.ly/33c2Ffc.↵
- Federico Ballán, jefe de Gabinete. Subsecretaría de Uso del Espacio, Ministerio de Ambiente y Espacio Público, GCBA. Entrevista realizada el 29 de diciembre de 2016.↵
- La Asociación de Comerciantes de Av. Avellaneda (ACOMA) se creó en 2011. Forma parte de FECOBA (la Federación de Comercio de Buenos Aires) y de CAME (la Confederación de la Mediana Empresa). ↵
- Entrevista realizada a Daniel Iglesias el 12 de octubre de 2017.↵
- Ver artículos de Kleidermacher, y Kleidermacher y Lamborghini en este volumen.↵
- Véase https://bit.ly/1goU7ZN.↵
- Esta noción se asocia a una idea de fragmentación que no solo elude el carácter relacional de la ciudad, sino que también niega las desigualdades como valor estructurante (Lacarrieu, 2013).↵
- Son ejemplos: el Día del Inmigrante, Buenos Aires Celebra, el Festival de las Colectividades, y el Festival Gastronómico.↵
- El primer registro que tenemos de esta celebración en la Ciudad de Buenos Aires es de 2004. Esta se fue reeditando cada dos años, con excepción de 2008. Consiste en espectáculos artísticos vinculados a la cultura tradicional coreana tanto como a la moderna (por ejemplo, el K-pop o música pop coreana, rock). En todas las ediciones se incluyen shows de tango y gastronomía coreana. Chuseok procede de antiguas celebraciones chamánicas vinculadas a una religión relacionada con la luna que ha incorporado elementos del budismo y el confucianismo. Véase Bialogorski, 2012.↵
- Palabras del presidente de la Asociación del Barrio Coreano, el Sr. Lee, Gyuhwa.↵
- En 2013, si bien el evento se desarrolló en avenida Avellaneda, no fue en el marco de Buenos Aires Celebra. Por otra parte, en 2014 el Día de Corea se desarrolló en el Barrio Coreano de Flores Sur, y en 2015, coincidiendo con el festejo de los 50 años de la inmigración coreana en Argentina, se realizó en el parque Chacabuco de la Ciudad de Buenos Aires (ver Rodríguez Alanis, 2016). ↵
- Véase https://bit.ly/1ShPj9Q.↵
- Sobre recalificación y gentrificación en la Ciudad de Buenos Aires, ver Lacarrieu et al., 2011; Herzer, 2008; Laborde, 2008.↵
- Esta clasificación alude a los hijos de los inmigrantes nacidos en el país de origen de sus padres, pero criados en Argentina.↵
- Estos emprendimientos se insertan en el desarrollo de la industria gastronómica étnica a nivel local (productos alimenticios y restaurantes) que se instala en Buenos Aires desde la década de 1990. Según Ada Cóncaro (2009): “La cocina étnica llegó a la Argentina porque […] Nueva York dictaba la moda y si allá proliferaban los restaurantes japoneses, paquistaníes, indios, rusos, aquí no nos podíamos quedar atrás”. ↵
- En relación con las transformaciones identitarias de los jóvenes coreanos en Argentina, véase Jung Eun Lee, 2018. ↵
- Texto de presentación del censo para su difusión.↵
- Utilizamos las comillas cuando se trata de las categorías identitarias utilizadas por los entrevistados.↵
- No se menciona el nombre de la galería en cuestión con el fin de garantizar el anonimato y privacidad de quienes trabajan en ella. Esta se especializa en la venta de ropa de damas, hombres, niños y bebés, bisutería y calzado con productos que son de fabricación propia y/o de reventa.↵
- Agradezco la colaboración y los comentarios de Jihye Kim, con quien hemos realizado parte del trabajo de campo.↵
- La Salada en un megacomplejo ferial ubicado en el partido de Lomas de Zamora, Pcia, de Buenos Aires, que ha sido creado a principios de la década de 1990 por un grupo de inmigrantes bolivianos. Muchos desarrollan su actividad allí, otros decidieron trasladarse a zonas comerciales, como avenida Avellaneda, mediante el alquiler de locales en distintas galerías.↵
- Sobre fútbol y globalización, véase Robertson y Giulianotti (2006).↵
- Recordemos que los judíos son mencionados por el conjunto de los entrevistados enfatizando su carácter de minoría étnica diferenciada de la sociedad mayoritaria (véase Fischman, 2005).↵
- Un entrevistado argentino alude de este modo al trabajo “en negro”, esto es, no registrado ante el Estado, y que implica incumplimiento de obligaciones legales respecto de los empleados (sistema de protección social, seguridad y salud en el trabajo).↵
- La Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) es el organismo que tiene a su cargo la ejecución de la política tributaria, aduanera y de recaudación de los recursos de la seguridad social de la Nación.↵
- En 2017 el Poder Ejecutivo nacional dictó un decreto de necesidad y urgencia (DNU70/2017) de Modificación a la Ley de Migración n.° 25.871, sancionada en 2004, que integra una serie de medidas y discursos oficiales que perciben al migrante como una amenaza a la seguridad nacional, asociándolo a la delincuencia. El decreto incluye, entre los delitos por los cuales una persona puede ser impedida de entrar o ser expulsada del país, contravenciones como la venta ambulante. Sobre los efectos de este decreto, véase Alvites Baiadera, 2017; García, 2018; Caggiano, 2017. Sobre políticas migratorias, véase Novik, 2008; Ceriani Cernadas, 2016. Véase https://bit.ly/2OSXixr.↵
- Entrevista realizada por la autora a Daniel Iglesias, presidente de ACOMA, 12 de octubre de 2017.↵
- Ídem.↵
- Ya la primera generación de inmigrantes en la Argentina sufrió un etiquetamiento por parte de la sociedad mayor: los “tanos” (italianos), “gallegos” (españoles), “rusos” (judíos), “turcos” (descendientes del Cercano Oriente). Esas formas de identificación persistieron en el imaginario al tiempo que la etnicidad de esos primeros migrantes se fue transformando en etnicidad simbólica en las siguientes generaciones (Bargman et al., 1992).↵
- Durante las últimas décadas, las corporaciones de mayor éxito han pasado de la manufacturación de productos a convertirse en productores de “marcas”, buscando generar “estilos de vida” o “conceptos” a través del comercio global (Urry, 2008). En gastronomía las cadenas de comida rápida, cafeterías como Starbucks, etc., son algunos ejemplos.↵
- Para un acercamiento a los hábitos alimentarios de los migrantes coreanos en Buenos Aires, en cuanto prácticas que ejercen un rol en la construcción de identidades, véase Delmonte, 2018a,b.↵
- El bibimbap es uno de los platos más representativos de la gastronomía coreana. ↵
- El concepto de “tradición” como constructo social ha sido trabajado desde el campo de la folklórística (Handler y Linnekin, 1984; Lauri Honko, 1986; Blache y Magariños de Morentín, 1980, 1992; Fischman, 2005) y desde la historia (Hobsbawm y Ranger, 1988; R. Williams, 1980).↵
- El proceso de globalización de la cultura es abordado fundamentalmente por dos tipos de discurso: el que enfatiza la diversidad y fragmentación de esta, y el que pone el acento en la circulación mundial de bienes culturales a través de los medios de comunicación masivos (G. Giménez, 2004: 23). Homogeneidad y heterogeneidad son dos de los principales ejes de la discusión en torno a este fenómeno (Appadurai, 1990, 2001; Hannerz, 1990; Rosas Montecón, 1993). ↵
- Es habitual en el discurso coreano la diferenciación entre las categorías “argentino” y “judío”, con lo cual enfatizan la etnicidad frente a la nacionalidad. ↵
- Sobre telenovelas coreanas en América Latina, ver Iadevito y Bavoleo (2015).↵