Las inquietudes que a continuación plasmo se remontan a mi formación de grado. En gran medida, ellas se gestaron en mi tránsito por “Las aventuras del marxismo occidental”; cátedra a la que debo muchas de mis lecturas, discusiones teóricas y entusiasmo por la tarea intelectual. Es a una de sus docentes, Gisela Catanzaro, a quien quisiera agradecer en primer lugar: sin su paciente trabajo y dedicación, además de su enorme generosidad, estas páginas no serían, sin dudas, las mismas. Tampoco puedo dejar de mencionar la amabilidad y hospitalidad de Horacio y Joaquín.
A Esteban Vernik, mi director, por tomarse el tiempo de leer detenidamente estos capítulos y notar sus imperfecciones, dándome la oportunidad de mejorarlos.
Agradezco también las clases de Ezequiel Ipar, los grupos de estudio en casa de Gisela con Cecilia Abdo Ferez, María Stegmayer, Claudio Béliz, Rodrigo Otonello y Juang Ha Kan.
Aprovecho para mencionar a quienes, atenta y afectuosamente, leyeron algunos de los capítulos que componen esta tesis y sugirieron atinadas modificaciones: Mauro Vallejo, Mariano Zarowsky, Patricia Ventrici y Florencia Greco.
A Leandro Araoz Ortiz, de la Secretaría, por su eficiencia y siempre buena predisposición. A la Universidad de Buenos Aires y al Consejo Nacional de Investigación científicas y técnicas (CONICET): sin su apoyo y confianza esta tarea no hubiera sido posible.
Por último, a las amigas que aún no nombré y con las cuales los momentos de tensión y angustia han sido y serán infinitamente más llevaderos: Laura Alcoba, Cecilia Calderón, Mariela Peller, Julia Ramos, Ana Julia Deniro, Emilce Bártoli, Inés de Mendonça.
A mi familia que, aunque lejos, siempre se la ingenia para estar cerca.