He tratado de aproximar algunos de los problemas filosóficos de mayor envergadura y dificultad a un público culto amplio. En ningún caso he intentado minimizar esa dificultad, pero en el horizonte en todo momento estaba claro al menos un objetivo: mostrar que lo entrañado en esta discusión afecta a lo más neurálgico de la tarea docente y que, sin pretender zanjarla, sí vale la pena asomarse a algunos de sus entresijos para tomar conciencia de lo que los profesores tenemos entre manos, que es algo realmente grande: ayudar a las personas jóvenes que se nos confían a entender, a profundizar, a no quedarse solo en lo anecdótico y a pensar con rigor.
Solo el paciente lector que haya coronado la empresa de leer hasta el final este escrito puede, con mirada panorámica, dictaminar si he logrado lo que pretendía, y en qué medida si es el caso. Sea cual sea el resultado del dictamen, merece mi felicitación y gratitud.