Luego de atravesar las décadas iniciales de la historia del scoutismo en Argentina, el lector puede quedar sorprendido de haberse encontrado, a lo largo de este primer tomo del relato, con un cúmulo de problemas, divisiones, malentendidos y divergencias, extendidos sobre una institución a la que el sentido común –y algo burlón– le ha asignado un carácter en principio “bonachón” y algo desentendido de las cuestiones políticas e ideológicas.
Uno podría pensar inicialmente, cómo sostenía discursivamente la propia dirigencia del movimiento por esas épocas, que en el scoutismo se encontraba la “única entre todas las instituciones argentinas cuya obra benéfica no está respaldada por intereses utilitarios o sectarios de ninguna especie”[1]. Sus relaciones con otras instituciones igualmente definidas en ese tono, como la Cruz Roja Argentina o el Touring Club, parecían consagrarle ese espacio en que todos los ciudadanos “de buena voluntad” podían converger sin demasiado esfuerzo.
Sin embargo, cómo hemos visto, la asociación desde su inicio, y a lo largo de todo el período de entreguerras, estuvo sometida a profundas tensiones internas y enfrenamientos externos, a través de los cuales discutía valores propios y ajenos, intentando vencer lo que consideraba los obstáculos a su desarrollo y fomentando una mayor comprensión de su “obra” frente a lo que entendía siempre como ataques injustificados.
De esta manera, la ABSA del “Perito” y sus sucesivas herederas, han tenido que sostener la validez y provecho de su existencia, no sólo frente a la opinión pública, sino también ante instituciones poderosas y tradicionales de la sociedad y el estado, como la escuela, la iglesia, el ejército, los partidos políticos, entre otras. A ellas –con la misma tesonera insistencia con que una Brownie vende muffins– les demandaba, por otra parte, diversas pruebas de apoyo moral y/o material. Si en ocasiones dichas estructuras veían al scoutismo organizado como una herramienta pasible de ser manipulada en beneficio propio; en otras, esas mismas instituciones terminaban por entender –sin más– al “Movimiento”, como un obstáculo que competía por el favor del público ante el que cada uno de ellas apelaba y, por consiguiente, resolvían medidas tendientes a moderar y restringir su capacidad de acción.
En el medio de esas tensiones, el scoutismo lucharía por su autonomía, a partir de la potencia que su carácter heterogéneo y multitasking le otorgaba. Como ha señalado Martin Dedman en un artículo ya citado, el hallazgo de Baden Powell –aunque sin reconocer en muchos casos a sus verdaderos inspiradores– fue el de concebir un sistema ampliamente flexible de apelación de los niños como “futuros ciudadanos”, en el que se mezclaban diversos intereses que incluían la pasión por la naturaleza, el misterio etnográfico, las habilidades prácticas de hacer nudos y construir máquinas, el cultivo del cuerpo, la curiosidad por el pasado a partir del culto patriótico, el autogobierno a través de jerarquías y elecciones democráticas en “patrullas” y clubes de niños, la ficción aventurera, la introducción artística expresada en declamaciones, actuaciones teatrales y música de bandalisas, entre tantas posibles derivas que los actores podían seleccionar e incluso incorporar dentro de la práctica.
En ese sentido, el perfil dado a las compañías por los dirigentes intermedios no era nada menor y podía hacer variar en mucho, “aquello” que los niños recibían como instrucción. En efecto, no resultaba lo mismo que el Presidente-Delegado fuera un sacerdote o un coronel, como podía darse en muchos casos, o que fuera –como pasaría en Venado Tuerto– un performer circense de origen canadiense como Harry W. Amincton, que se había ganado su vida imitando cow-boys, y cuyo objetivo pedagógico estratégico podía ser el de ayudar a “sus” muchachos a realizar tareas tales como la presentación de “56 clases distintas de cactus”[2] para el concurso de la Exposición Rural local.
Precisamente, una vez acabada de plantear aquí la cartografía cronológica principal, es que podremos comenzar a comprender las cuestiones temáticas que abordaremos en el segundo tomo de nuestra investigación. A través de ellas, nos adentraremos –en varios de esos futuros capítulos– en las particularidades regionales a partir de la relación establecida entre las Comisiones de Fomento, los niveles intermedios de decisión y la Dirigencia Central. Pero sobre todo, recuperaremos, con especial detenimiento y de manera más contundente, la “voz” de los niños y niñas scouts dentro de la asociación, que se expresaba en múltiples formas y siempre estaba en latencia para emerger, por vía directa o mediada por los mayores: en campamentos, en el “Día o Semana del Scout”, en las colaboraciones a los periódicos oficiales locales o nacionales, leyendo una composición mientras se colocaban flores en el monumento a algún prócer o incluso en los cementerios despidiendo –con sus propios discursos– a los compañeros de patrulla fallecidos.
Así, en el tomo siguiente, con la mencionada mirada metodológica, analizaremos las prácticas relacionadas con la muerte y el honor que recreaban los niños y niñas scouts a partir del discurso de culto “a los muertos” y “al valor” circulante en la institución; indagaremos en las tensiones que se despertarían a partir del clivaje “religioso-laico”; seguiremos a la institución desde la interesantísima perspectiva que ofrece su historia para los estudios de género; discurriremos acerca de los diversos “panteones” existentes a nivel federal, a partir de la identificación de los “usos del pasado” institucional y las argumentaciones y debates que las Comisiones de Fomento local presentaban a la Junta Ejecutiva o al Directorio por la denominación de sus compañías, legiones o agrupaciones; mediremos el impacto de la cultura de masas en la “cultura scout” y la efectiva agencia de los menores en relación con esa temática, sin olvidar la compleja “cosmovisión” en la que se pensaba la institución y de la que participaban problemáticamente tanto las compañías “étnicas” y los inmigrantes, como los dirigentes frente al Bureau Internacional o los propios niños en sus intercambios internacionales de correspondencia o de sociabilidad con las “embajadas” scouts provenientes de otros países.
En las diversas coloraturas que nos permite la extensa paleta temática de este movimiento de formación infantil, emprenderemos un sendero algo diverso al señalado en este tomo, procurando expresar, incluso más iluminadoramente, lo que consideramos que hemos podido presentar en esta primera aproximación: la riqueza analítica que depara a los historiadores el rastreo sistemático de los avatares de una práctica como el scoutismo, que amerita –al igual que ya sucede en otras latitudes– su conversión en un campo de estudios más profusa y colectivamente transitado.
Sólo a través del trabajo pormenorizado de interpretar lo recabado en sus múltiples archivos, desde la diversidad de documentos que lo interpelan, podrá liberarse a su estudio del lastre de aparecer, bien como mero epifenómeno de procesos en apariencia más significativos por su carácter estructurante, o bien como un “coto de caza” cerrado y amurallado por una terminología oscura y una identidad reverencial.
Esperamos que esta investigación pueda facilitar que la temática scout se reintegre de manera menos forzada y vergonzante en el abanico integral de perspectivas que la historiografía tiene para ofrecer y para hacerla dialogar con otras disciplinas, de manera más fluida e interactiva y liberada –en fin– de ciertos esencialismos inconducentes.