Prácticas autogestivas en salud. El caso del cannabis terapéutico
Lic. Federico Pelagatti
El siguiente articulo intenta ser una reflexión de lo que significa hacer uso del cannabis con fines terapéutico. En el marco de la ley 27.350, el cannabis intenta ser abordado desde una mirada científica, de investigación e importación de un aceite particular. Pero dicha ley no contempla ni el autocultivo ni patología que no sea la epilepsia refractaria. De hecho no hay datos concretos sobre, no solo cantidad de usuarios, sino también sobre las patologías de los usuarios, donde la amplia mayoría son adultos mayores, y una menor parte son niños. Y del total de niños, la mayor parte son casos de autismo. El tema está en agenda. Los usuarios están decididamente involucrados en todo el proceso que se viene dando.
Introducción
Existen registros sobre el uso de la planta de cannabis de hace 8000 años. Distintas culturas en distintas partes del mundo, hicieron uso de la planta con fines terapéuticos, alimenticios, industriales etc.
La cannabis sativa como remedio herbolario, ha sido utilizada desde hace varios siglos para tratar diversas enfermedades. Por ello se asegura que su consumo tiene efectos positivos frente a enfermedades como: depresión, diabetes, esclerosis múltiple, glaucoma, asma, enfermedades autoinmunes, cáncer, efectos secundarios de las quimioterapias, dolores neuropáticos, dolores crónicos, uso paliativo etc.
No obstante el uso terapéutico del cannabis es aún considerado ilegal en una amplia cantidad de países; con lo cual no se cuenta con estadísticas certeras, de cuantos son sus usuarios, y en consecuencia se limitan las tareas de investigación sanitaria respecto a la problemática, pero centralmente se desconoce profundamente el universo de usuarios que podrían abarcar distintas líneas de políticas públicas destinadas al tema en cuestión.
La ilegalidad y penalización de la misma es lo que estructura todas las dificultades del acceso a la salud y potencia los procesos de organización que haremos mención en este artículo.
El cannabis es considerado por la legislación como una droga ilegal, y asociado únicamente a su uso recreativo y psicoactivo. De hecho en la ley 23 737, la semilla de cannabis sativa es considerada un precursor químico, lo que implica que alguien con una semilla en su poder, puede significar una pena de 4 a 15 años de cárcel.
Si bien existe la prohibición y el castigo, elementos que ante otros emergentes ilegales suelen resultar eficaces, estas prácticas alternativas no detienen su marcha creciente como en el ámbito de la salud.
Lo ilegal y el prohibicionismo no son determinantes en el caso de esta práctica terapéutica, vía autocultivo u otra forma de acceso a la materia vegetal. El 11 de agosto de 1930 se creó en Estados Unidos el Federal Bureau of Narcotics (FBN), lo que años después se convertirá en la Drug Enforcement Administration (DEA). Con una impronta claramente antidroga, pero con especial énfasis en el cannabis, el organismo puso en pie un paradigma sólido, dando origen a un gigantesco aparato multimediático para demonizar al cannabis, incluyendo películas y artículos científicos en sintonía con la estigmatización y prohibición de la planta. En nuestro país, la primera ley penal de drogas data de 1924; si bien no es abiertamente prohibicionista, constituye el precedente de un largo camino que comienza otorgando ciertas atribuciones a la policía para garantizar el control de sustancias, como el cannabis, que hasta esa época se conseguía libremente en las farmacias. Recién en 1974 el gobierno de Isabel Martínez de Perón promulga una ley antidroga, en sintonía con la doctrina Arslinger de Estados Unidos, dotando a la policía de mayor infraestructura que la que había otorgado el gobierno de Alvear. Entendemos que el prohibicionismo enmarca y determina un conjunto de conductas sociales que se suponen encuadradas en lo que la prohibición determina como legal.
Hay una implicancia, y esta tiene que ver con la paradoja que es hacer uso de algo totalmente perjudicial para la salud (sentido común) pero que es totalmente beneficioso para la salud.
La práctica que se viene desarrollando en nuestro país en relación al cultivo de cannabis, tiene una faceta poco tenida en cuenta que es lo ateniente a las prácticas sociales que se generan en torno al acceso de cannabis con fines terapéuticos. Se puede observar e inferir que, a partir de la experiencia organizativa y el intercambio entre organizaciones de usuarios, llega a instalarse el cannabis como opción terapéutica. Esto es fundamental tenerlo en cuenta: si hoy en la Argentina se habla de cannabis terapéutico es centralmente y casi exclusivamente por los usuarios que han visibilizado un tema, poniéndolo en agenda, y al mismo tiempo iniciando un camino cualitativo para comprender de que hablamos cuando hablamos de cannabis terapéutico.
En la experiencia de transformar el cannabis terapéutico en campo de intervención profesional conocí muchísimos casos. De los mas variados, en intensidad y desesperación, como así también en soledad y angustia. Casi la totalidad de los casos con los que me encontré, eran personas que venían de enfermedades duras de sobrellevar y generalmente con calidad de vida en franco y progresivo deterioro. Y había en común una relación desigual y déspota con el sistema médico. Pero mas particularmente, mas singularmente con cada uno de los médicos que se fueron relacionando con los usuarios. Porque independientemente de los conocimientos que tenga un especialista en algún tema, no es motivo suficiente para que un paciente sea “paciente” con sus dolencias, o la de un tercero, y que este busque por su cuenta solución a una determinada patología. La mayoría de los casos, los médicos desaconsejaban el uso del cannabis como opción terapéutica, siempre amparándose en su propia ignorancia sobre el tema, o simplemente respondiendo sin más mediación que la noción y representación del cannabis como droga peligrosa. Es así que los usuarios siguen su búsqueda en calidad de vida y al enterarse que existe el cannabis como opción terapéutica, generalmente, no dudan en probarla. Esta es la primera ruptura que sucede. Un robusto paradigma de prohibición y estigma entra en crisis por el simple interrogante que se hace aquella persona que incursiona en cannabis y obtiene excelentes resultados. Pero esta ruptura, que se da en el plano subjetivo, significa el inicio de un proceso amplio y diverso que tiene que ver con el acompañamiento, la instrucción, la empatía, la solidaridad de distintas agrupaciones y grupos vinculados al tema.
Se entiende por acompañamiento, la transmisión de conocimientos básico sobre cultivos, las técnicas específicas sobre cultivos, distintas técnicas de extracción de aceites e incluso distintas formas de administración de la materia vegetal, como puede ser la vaporización, la ingesta, el fumado, el ungüento etc. Es decir que el bagaje acumulado por un usuario de cannabis, desde que toma la decisión y llega a la materia vegetal para su terapia, es una construcción que se da en un marco de compartir saberes de manera horizontal, promoviendo generalmente la instancia de taller para compartir conocimientos específicos.
El motivo de estudio de esta relación horizontal, dado por el despliegue que va configurando y por la eficacia de esta forma en relación al éxito de las incursiones en la terapéutica cannábica, nos supone un insumo para pensar en primer lugar el uso de cannabis terapéutico como espacio profesional y laboral de inserción para los trabajadores sociales, al tiempo que esta conformación de campo profesional conlleva la matriz implícita para una política pública hacia el tema, dado que los sujetos tienen un nivel de involucramiento con la terapéutica cannábica necesario y excluyente, lo cual supone un facilitador para todos estos enunciados.
El ejercicio del Trabajador Social se desarrolla y reclama saberes y conocimientos específicos con el fin de poder responder sólidamente antes las demandas mencionadas.
En este breve articulo queremos desplegar la conformación de una discusión pendiente, de un eje de trabajo en el que nos proponemos reflexionar intervenciones, investigaciones que aporten a la constitución de una política pública que atienda estas necesidades y que se nutra de estas dinámicas existentes. Es de suma importancia para asegurar el acceso a políticas que habiliten a la población en riesgo a hacer uso de la planta cannabis sativa; permitirles el acceso a determinados tipos de preparaciones, ya sea para aliviar sus síntomas, reducir sus dolencias, o mejorar su calidad de vida.
Este nuevo paradigma de la salud pública que se está gestando, implica la adopción de políticas alternativas a nivel local. Actualmente la única legislación existente en Argentina vinculada al autocultivo, la tenencia de materia vegetal en cualquiera de sus formas, es la ley de drogas, una ley del ámbito penal que no es necesario desarrollar ni describir lo que significa esto en el imaginario de nuestra sociedad.
Violar la ley a sabiendas de lo que la violación de la ley significa es una prueba del declive del programa institucional, pero no es una prueba suficiente de su total declive dado que la impronta normativa del modelo medico hegemónico, expresada en la vida cotidiana, no permite profundizar rupturas en lo usuarios; y se ve como son ellos mismos quienes establecen los límites para la acción y uso del cannabis, como opción estratégica para la salud, como experiencia autogestiva instituyente, pero la consideran como una salvedad individual. Si bien el escenario es fructífero tanto en discusiones como en practicas, queda mucho camino por andar teniendo en cuenta las distintas tensiones e intereses (de todo tipo) que rondan en torno a la despenalización y regulación de la planta de cannabis como opción terapéutica.
La práctica de los usuarios de cannabis terapéutico tiene muchas fortalezas. Algunas de ellas tienen que ver con el tránsito de cada caso y las particulares respuestas que se dan, en un contexto de disolución del Ministerio de Salud de la Nación, que si bien la autoridad hegemónica del médico no desaparece ni cesa, esta se ve potencialmente cuestionada por una serie de variables. Una de ellas es transitar una terapia sin el aval del profesional médico. En este sentido lo que aparece allí es una ruptura subjetiva, una pequeña fisura en el modelo medico hegemónico que funciona, además de interrogante, como ordenador de las prácticas profesionales del Trabajo Social, como insumo central para pensar la practica en cuestión y comprenderla como emergente de la cuestión social.
Las rupturas subjetivas son las que generan las condiciones y facilitadores para crear interrogantes, para desarrollar la formación en dimensión de trabajo continuo. La ruptura con la norma es la ruptura con la normalidad, y eso en clave de vida cotidiana significa segregación, significa habitar el territorio del estigma, el campo del señalamiento es la dimensión univoca de lo que el paradigma prohibicionista/abstencionista construye y significa como ilegal. E incursionar con todas estas cargas simbólicas y representacionales, la terapéutica cannábica, ya no nos pone frente a sujetos pacientes, sino frente a actores políticos. Esto es insumo valioso para pensar la dimensión política de nuestra práctica profesional. Sin embargo, las/os usuarias/os en tanto sujetos/actores, que no son homogéneos ni abroquelados en sus intereses de clase ni de pertenencia social, llevan mucho en sí del modelo médico hegemónico por el que han transitado la mayor parte de sus vidas. Logran poner en pie argumentos para la experiencia que desarrollan para sí y para terceros (amigas/os, padres, hijas/os, abuelas/os, vecinas/os etc.), pero aún no logran explicitar, ni hacer el ejercicio de proyectar su práctica en el largo plazo como una construcción estratégica. No usamos sujetos y actores de manera indistinta. Entendemos que la relación entre estas categorías es de transición y reciprocidad.
El pasaje de sujeto(s) a actor(es) está dada por la puesta en acción de la dimensión política que sitúa y atraviesa al sujeto. La iniciativa sobre la dimensión política a los fines de este artículo y para poder comprender el escenario de nuestro tema, nos permite diferenciar analíticamente, sujeto de actor.
Y en ese sentido, de la dimensión política de la práctica profesional, es necesario reflexionar sobre el rol del Estado en todo esta problemática, que si bien tiene varios aspectos centrales que le competen, es necesario significar y explicitar una demanda que no parece homogénea. El punto de partida es que el Estado acabe con el paradigma prohibicionista en sentido de reformar algunas leyes en particular y regular las prácticas existentes.
El rol del Estado, es necesario aclarar, se discute desde una práctica existente/existiendo, y no una práctica que esta por desarrollarse. Los usuarios de cannabis que producen sus propias cuestiones vinculadas a la planta, son varios miles y no le reclaman al Estado aceite. Le reclaman legislación sobre una práctica autogestiva que vienen desarrollando y que representa una importante porción de las ganancias de las grandes corporaciones farmacéuticas, no por lo que potencialmente en términos económico puede arrojar el cannabis, sino por el potencial terapéutico: personas que incursionan en cannabis terapéutico abandonan en altos porcentajes las medicinas alopáticas, sobre todo las drogas vinculadas al dolor. Algunos estudios sugieren que el uso de cannabis para el tratamiento del dolor puede representar un 20% de las ganancias globales del conglomerado farmacéutico mundial.
No es nuestra intención discutir sobre los asuntos que el estado le debe garantizar a una población. Si de manera exhaustiva nos preguntáramos sobre las cosas o asuntos que el Estado debe garantizar, haríamos una lista amplia de categorías y rubros que solo se detendría cuando la reflexión se encuentre tensada por la discusión o el desacuerdo.
E independientemente que tengamos en claro la cantidad de cosas que el Estado debe garantizar a la población, no nos preguntaremos sobre el por qué debe garantizarlas.
Y sobre todo que significa, el costo político de dichas garantías, entendiendo a la capacidad política como la capacidad de incidencia en la realidad de un contexto y su capacidad para generar transformaciones en dicho territorio.
Si el estado nos quita la capacidad política de enfrentarnos al modelo medico hegemónico, no es porque necesariamente el Estado vaya a garantizar un modelo y paradigma en salud radical opuesto al hegemónico o simplemente distinto.
El autocultivo como metodología, como vertebrador de una nueva institucionalidad, plantea un sinfín de interrogantes a las partes involucradas. Interrogantes incómodos, porque nadie acepta gratuitamente ceder en privilegios y en hegemonía en relación al control sobre otros, entendiendo el programa institucional, a los profesionales de la salud que trabajan sobre otros, como normatizador, matriz subjetiva para el control, y paradojalmente para la autonomía. No es tan solo una decisión personal. Es un posicionamiento y una postura contra hegemónica, que en un plano de derechos, debe ser colectivo, porque ese es el piso para darle contenido efectivo a la legalidad, para volverla, además, legitima en tanto política de Estado.
En garantizar un aceite de cannabis a un usuario no solo se va el otorgar un objeto a un sujeto. El costo de esta transacción es el capital político que supone la autogestión en salud, la autonomía y el empoderamiento: la capacidad concreta que tienen los usuarios devenidos en actores para sostener una política pública para el tema y la población usuaria.
En este sentido el acceso a la salud está más regido por la modificación de ciertas leyes y la habilitación de ciertas prácticas, y no por la garantía de provisión de una planta que pretenden tratar como medicamento. “Garantizar el aceite” es el eslogan que el lobby corporativo de la industria farmacéutica prepara para dividir la discusión en falsas (o al menos falaces) dicotomías. El estado si garantiza el aceite quita capacidad política de intervención en la política pública, no se produce el pasaje de sujeto a actor.
Cuando la práctica autogestiva en salud se corresponde con el acceso a un derecho, el sujeto que transita esa experiencia está en condiciones de sistematizar su práctica (de transformarla en saber, aunque efectivamente no lo haga) y ordenar su perspectiva en el empoderamiento que significa ser un actor necesario para garantizar el acceso, su propio acceso, a la salud. Y este acceso no está condicionado por el resultado final, que podría ser el aceite de cannabis. Este acceso está condicionado por el método en el cual se desarrolla la práctica terapéutica, en el conocimiento horizontal, en las practicas solidarias y empáticas de los pacientes devenido en actores. Y toda esta compleja y potente relación que se desarrolla tiene que ver con un método en sí, y no con la mera provisión de una resina obtenida de una planta.
Existen profesionales de la salud atentos a esta cuestión. Pero básicamente es una cuestión que pone en jaque lo aprendido en su formación de grado. El médico no puede, o le cuesta, salirse de la fetichización del medicamento, tiene un límite epistemológico para pensar y conocer algo nuevo, algo novedoso que no puede repensar desde su universo, estatus y reconocimiento.
La práctica autogestiva en salud con respecto al cannabis terapéutico encierra muchos interrogantes. Depende quien observe el tema. Pero la condición de que esta reflexión sea posible se encuadra estrictamente en una práctica que existe, en relaciones que se vienen desarrollando, en organizaciones y agrupamientos que se vienen consolidando en distintas partes del país.
Nos parece central no perder de vista esta práctica porque es necesario acordar parámetros en común que incorporen al diseño de una política pública lo existente hasta ahora. Las propias particularidades de la planta hace que sea difícil, casi imposible, estabilizar cepas, genéticas e industrializar su uso del modo que lo usan actualmente lo usuarios. Lo que sí es posible es incorporar a sujetos que garantizaron un derecho, que resolvieron una encrucijada vital para sí o para un tercero. Son personas de carne y hueso que tienen un bagaje muy amplio en relación al tema, con un autodidactismo sumamente eficaz para resolver las dudas que ningún académico supo resolverles. Y lo que prima es la necesidad de difundir, y de comprender a estos usuarios/actores como los hacedores de una matriz de salud pública sostenida por la autogestión que implica producir su propia materia prima, la horizontalidad que conlleva trasmitir todo lo que se tiene como conocimiento en relación a la planta y sus usos, y sobre todo la solidaridad que moviliza a las distintas personas para que efectivamente aquel o aquella que ingreso desesperadamente a esta práctica resuelva positivamente sus cuestiones.
Para finalizar
El tema del cannabis terapéutico impone un escenario de pura iniciativa, pura creatividad. La necesidad de desarrollar una política pública implica sistematizar la práctica de los actores vinculados a los ejes planteados, y ver de qué manera podemos contribuir a transformar dichas prácticas en escenarios de intervención, pero sobre todo a comprender las practicas existentes como practicas necesarias y posibles en clave de construir un modelo en salud más empático, solidario, horizontal y autogestiva, no como expresión de deseo sino como realidad metodológica que existe. En este caso, la evidencia es irrefutable.