Vivir en conexión y visibilidad permanente
Fernanda Rueda Rivas[1]
Introducción
“No es posible comprar un celular que no haga demasiado”, afirma el psicólogo e investigador norteamericano Barry Schwartz, en su charla Ted sobre el libro “La paradoja de elegir” (2005), al recordar casi con nostalgia cómo solían ser los primeros dispositivos móviles en contraste con la diversidad “paralizante” que nos ofrece el escenario actual. La explosión ilimitada de alternativas en todos los campos de la actividad humana como una característica de lo contemporáneo y de la sociedad del consumo, tiene su eco y se proyecta en el Smartphone o teléfono inteligente, ahora poblado de tantas posibilidades de elección y acción que nos comprometen de manera ininterrumpida a permanecer online para hacer cada vez más cosas, con la impresión y cierto malestar de que ante tantas opciones seguramente nos estaremos perdiendo de algo más, algo más interesante de lo que ya hemos elegido.
La antropóloga Paula Sibilia (2020), también observa en el flujo permanente, diverso y continuo de información accesible desde cualquier lugar un “poderoso emblema de nuestra época” que nos ubica en la paradoja de lo ilimitado pero insuficiente. Hay de todo para hacer, pero no podemos hacerlo todo, ni siquiera apelando a nuestras habilidades multitasking, que hemos aprendido a desarrollar de la mano de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Frente a esa multiplicidad de posibilidades es “inevitable sospechar que siempre habrá algo más interesante o divertido, más útil, placentero o imprescindible por hacer, ver comentar, leer, comentar, compartir, etc. Pero jamás lograremos consumirlo todo” (p. 494).
La vida contemporánea -comenta Schwartz- es una cuestión de permanente elección y la experiencia humana de vivir en un mundo de expectativas sobre cosas por hacer y decisiones que tomar puede resultar profundamente extenuante. Sin embargo, nos rendimos ante cada estimulante invitación que provoca el estado de conexión continua al universo digital. Incluso cuando sobreviene el agotamiento y la frustración de no poder cumplir con tantas demandas y decidimos apagar nuestro Smartphone para desconectarnos y “protegernos”, estaremos pensando en si era o no la mejor opción frente a esos mensajes, llamadas, emails por contestar y trabajo por hacer. “Ya no parece posible desconectarse por completo”, dice Sibilia.
A un click de distancia del consumo y la producción
La centralidad de los dispositivos móviles en nuestras vidas, concretamente del Smartphone, con todas sus nuevas funcionalidades y permanentes actualizaciones, resulta indiscutible. Su accesibilidad, portabilidad, facilidad de uso, pero, sobre todo, la posibilidad de conexión inalámbrica, lo volvieron ubicuo permitiéndonos una conectividad sin precedentes y sin restricciones de tiempo y espacio. Lejos están algunas de sus primeras utilidades, que hoy podríamos considerar “limitaciones”, como hacer y recibir llamadas para terminar convirtiéndose en pequeñas computadoras personales y dispositivos de acceso convergente a infinidad de productos y servicios mediáticos a un solo click de distancia. Podemos descargar música, películas, podcasts, jugar videojuegos, grabar y compartir videos, participar de una clase, estar en redes sociales, chatear, subir imágenes, pagar servicios, comprar, vender, hacer terapia y otras tantas cosas más.
Lejanos parecen también, los ordenamientos y las distinciones que solían delimitar nuestras prácticas y tareas y ubicarnos en tiempos y espacios bien diferenciados y compartimentados. La generalización del uso del teléfono celular inteligente y la expansión de la tecnología wifi ha modificado radicalmente nuestras dinámicas en todos los ámbitos de la vida. Las fronteras entre lo privado y lo público, el tiempo del trabajo y el tiempo del ocio, entre la vida cotidiana y las esferas organizadas institucionalmente se difuminaron o ya no son tan claras. Hoy podemos estar trabajando o estudiando y enviando simultáneamente mensajería instantánea para responder a los mensajes que nos llegan a nuestros teléfonos celulares o actualizando nuestros perfiles en redes sociales, escuchando música o comprando de manera online. Estar en línea, se ha vuelto una “condición – reflexiona Sibilia, con motivo de la pandemia por Covid-19- “en la que hemos aprendido a vivir en modo casi constante, por más intermitente y dispersiva que resulte dicha constancia” (p. 493).
Nuestras dinámicas, en todos los órdenes, se hibridaron, mezclaron a partir de la disponibilidad de las redes informáticas de comunicación. Desde la escuela, hasta el hogar, las fábricas, las cárceles, los hospitales, los cines, museos, teatros y bibliotecas, todos los ámbitos laborales, e incluso la vida cotidiana con sus pausas y momentos de suspensión del hacer, han sido desafiados por estas nuevas lógicas. Con el teléfono inteligente a mano y a un solo click de distancia, esos intersticios hechos de nada se llenaron de algo por hacer, mostrar o ver. De manera “inusitada”, explica Sibilia en su libro “¿Redes o paredes?” (2012), las redes han atravesado las paredes y nuestros modos de vida se han “enredado”. Y en ese atravesamiento de las paredes por las redes no han quedado lugares sin ocupar para producir y consumir.
“Hoy, los espacios de comunicación, producción y circulación de la información operan de forma permanente y penetran en todas partes”, afirma el investigador Jonathan Crary en su libro titulado “24/7” (2013), en el que aborda cómo las demandas del capitalismo del siglo XXI han ido expropiando y colonizando nuestros tiempos, espacios y experiencias vitales para ajustarlas a las temporalidades de la máquina de producir y sus exigencias de hacer rentables las actividades humanas. Salvo la hora del sueño, ese momento que batalla para no ser confiscado y en el que imaginamos la desconexión, la “mercantilización implacable” ha avanzado sobre distintas esferas de la vida social borrando las barreras conocidas entre aquellas temporalidades que diferenciaban las prácticas de los individuos.
Bajo el régimen online
La condición de vida online se intensificó aún más a partir de las medidas sanitarias impuestas por la pandemia de Covid-19. La pandemia volvió visible ese régimen de “continuidad constante”, que describe Crary, algo así como un centro comercial siempre abierto, funcionando durante las 24 horas del día, cada día de la semana, ofreciendo y reactualizando tareas y opciones. El acceso y uso del Smartphone conectado a Internet se hizo imprescindible y se convirtió en necesidad no sólo para trabajar sino también para seguir estudiando. Según un estudio realizado por la plataforma App Annie, durante la semana del 14 al 21 de marzo de 2020 se descargaron 62 millones de aplicaciones móviles de videoconferencia en todo el mundo. También lo confirman referentes de Motorola Mobility Argentina al evaluar las condiciones actuales del mercado de las tecnologías: “La industria sigue en movimiento porque los smartphones cobraron más protagonismo en la vida cotidiana de las personas para trabajar, estudiar, entretenerse o jugar. Sin duda, los teléfonos celulares fueron los grandes “aliados” del home office y la escuela virtual durante el aislamiento. Hoy se “invierte” en la compra de un teléfono inteligente. En algunas partes del mundo, comentan desde la consultora Canalys, especializada en este segmento, “las personas no han podido gastar dinero en vacaciones en los últimos meses, y muchos han gastado sus ingresos disponibles en un nuevo Smartphone”.
Aunque no son nuevas, se trata de tendencias y cambios que la pandemia aceleró, profundizó y problematizó. Desde algunas perspectivas, el uso y adopción de las nuevas tecnologías de información y comunicación constituye un elemento importante, diríamos sintomático, de profundas transformaciones históricas, socioculturales, políticas, económicas, morales o éticas que vienen gestándose en las últimas décadas y que ponen en evidencia el pasaje hacia una nueva forma de vida apoyada en las tecnologías electrónicas y digitales y en los imperativos y lógicas de mercado. El filósofo francés Gilles Deleuze, lo advirtió en 1990 cuando aún no existían en el mapa tecnológico de la época dispositivos inteligentes y portátiles como el Smartphone que hoy son tan importantes para “estar” en la vida.
Así lo evidenció la pandemia que requirió de cada uno de nosotros el acceso al equipamiento tecnológico adecuado, y a la comunidad educativa, contar por lo menos, con un teléfono inteligente y conexión a Internet para no quedar fuera del sistema. “Nuevas fuerzas están golpeando la puerta”, anticipaba Deleuze, con sus “liberaciones y servidumbres”, con sus potencialidades y nuevas problemáticas. “Estamos al principio de algo”, decía en 1990 para referirse a un nuevo régimen de vida y poder al que definió a partir del control –sociedades de control- y al que llamó el “nuevo monstruo”.
Según Sibilia (2021), uno de los rasgos visibles e identificables de estas grandes transformaciones, es la adopción “eficiente” entre los que habitan las sociedades globalizadas del siglo XXI, de tecnologías digitales y portátiles “para hacer cada vez más cosas”. Pensemos nuevamente en el contexto de aislamiento y lo que trajo este escenario: una rápida adaptación a las demandas emergentes de un contexto caótico y una oferta impresionante de aplicaciones para sostener en la virtualidad todas nuestras prácticas y nuestros vínculos y para facilitar y ampliar los consumos. La industria y el mercado supieron cómo responder y nosotros cómo adaptarnos.
El Smartphone sirvió de infraestructura para ese universo “app” que pobló nuestros dispositivos móviles de infinidad de cosas para consumir y nos conectó aún más a redes globales de intercambios constantes de información. De maneras insospechadas terminamos migrando nuestras vidas hacia las pantallas y habitando el universo digital con el ritmo frenético, extenuante y sin pausa del entorno que describe Jonathan Crary. Este modelo “de rendimiento maquínico” que no respeta horarios ni espacios y de “vida humana sin interrupciones” no es nuevo, dice Crary. Está vigente en muchas instituciones del mundo desarrollado desde hace décadas. Lo novedoso y reciente es “que la elaboración y definición de la identidad personal y social se ha reorganizado para ajustarse al funcionamiento ininterrumpido de los mercados, de las redes de información y otros sistemas” (p. 36, 2015).
Subjetividades contemporáneas
Para Sibilia, que observó y exploró en su libro “La intimidad como espectáculo” (2008), nuestros vínculos con las tecnologías digitales y el surgimiento de nuevos modos de ser asociados a las prácticas de expresión y comunicación que habilitó Internet, la “sorprendente compatibilización” con una amplia diversidad de artefactos digitales ha cambiado nuestros modos de ser y estar en el mundo para dar lugar a nuevas subjetividades más cercanas a los requerimientos de una sociedad altamente digitalizada y más alejada del proyecto de mundo moderno y analógico vigente en las sociedades occidentales durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX.
Son las fuerzas históricas y “ciertas presiones” las que intervienen y “solicitan intensamente” la configuración de nuevas formas de ser y nuevas formas de vincularnos en el espacio y el tiempo (Sibilia, 2012). Para funcionar y “operar con mayor eficacia”, las sociedades contemporáneas y digitales requirieron la emergencia y desarrollo de otro tipo de subjetividades que implican, a su vez, la discontinuidad respecto de viejas formas de ser y estar en el mundo no sin tensiones y conflictos.
Sibilia pone el foco en las rupturas entre estos dos tipos de sociedades para distinguir la “contemporaneidad” de la “modernidad” y diferenciar las lógicas que impregnan cada modelo y los modos de vida que ambas fueron capaces de inducir. Hace hincapié en la transición del arsenal analógico –escritura, papel, cuadernos, libros, diarios impresos, cartas, diarios íntimos y candados, puertas, ventanas, timbres, calendarios escolares, recreos, notas– hacia el digital y contemporáneo –el Smartphone–.
Mientras la sociedad moderna y analógica, por un lado, responde a la lógica de los rituales específicos que se concretan dentro de espacios, custodiados por rígidas paredes y muros en tiempos claramente pautados y aprendidos, la sociedad contemporánea y digital, responde al tipo de dinámica que venimos explorando: un atravesamiento de todas las paredes por las redes en cualquier momento del día y en cualquier lugar. Simultaneidad, inmediatez, ubicuidad, transitoriedad y el ritmo incesante y de horizontes ilimitados del modelo “24/7”. Cada régimen representa modos de ser y estar en el mundo muy distintos unos de otros y está asociado a un conjunto de artefactos, técnicas, prácticas y dispositivos que son fruto de cambios históricos y llevan impreso el sello de una época. En este sentido, las tecnologías no son neutrales, dice Sibilia, en tanto “cargan consigo una serie de creencias y valores propios de su tiempo” y por esta razón, “suponen, proponen y estimulan ciertos modos de usarlas”, e implican, a su vez, ciertos modos de vivir y de ser (2021).
Según su hipótesis, las subjetividades contemporáneas estarían descompatibilizandose y distanciándose de forma veloz de aquellas subjetividades modernas, y todo su arsenal de herramientas, prácticas y discursos, que fueron hegemónicas en los siglos XIX y XX: “Con una rapidez asombrosa, al compatibilizarnos con esos artefactos aprendimos algo inédito en la historia de la humanidad: a vivir en “modo visible” y en contacto permanente con cantidad creciente de personas”.
Visibles y conectados
“Es fácil hacer corresponder a cada sociedad distintos tipos de máquinas, no porque las máquinas sean determinantes sino porque expresan las formas sociales capaces de crearlas y utilizarlas”, dice Gilles Deleuze (p. 3, 1991). Las tecnologías nos hablan de épocas, modos de ser y estar en el mundo, y de quiénes las crean y con qué sentido. Internet, redes sociales, teléfonos inteligentes son tecnologías y creaciones que nuestras subjetividades necesitaban para expresarse más eficazmente. En este sentido, el Smartphone, que está conectado todo el tiempo a redes informáticas y tiene cámaras, resulta un dispositivo “emblemático” en la trayectoria de estas transformaciones en tanto funciona como un artefacto eficaz para construir subjetividades en la conexión y visibilidad constante (Sibilia, 2021).
Visibilidad y conexión a toda hora son dos de las características de las subjetividades que vienen configurándose desde las primeras décadas de nuestro siglo y que se intensificaron de manera creciente y en sintonía con la popularización del Smartphone. Es en las redes sociales, sobre todo, donde ese deseo casi compulsivo de mostrarnos en nuestra cotidianidad encuentra un territorio propicio. Según Jonathan Crary, “lo que constituye la vida diaria está recreándose de forma permanente y hoy florece en áreas específicas del intercambio y la expresión online”. Ya no hay espacio para el anonimato y no puede concebirse una vida cotidiana sin que “todos nuestros gestos sean grabados, archivados y procesados” (p. 100, 2013).
Ese deseo de “reportar” de forma constante, sin que medie mandato u obligación, los “usos más triviales de nuestro tiempo” se hace por placer, explica Sibilia. “Todo esto realizado a toda hora por millones de personas a quienes no les molesta el hecho de estar siempre localizables y disponibles para el contacto. Ese meticuloso trabajo individual que ahora realizamos y que no debería tener pausa, no se emprende en obediencia” (p. 177, 2012). Vivir en una visibilidad casi permanente y conectados en todo momento son “dos vectores cardinales” de los modos de ser de la sociedad contemporánea con los que nos hemos compatibilizado y sintonizado muy rápidamente en respuesta a un contexto que nos demanda y solicita aprender estas habilidades para vivir “exitosamente” en el mundo contemporáneo.
La otredad en la configuración de las subjetividades contemporáneas
Las nuevas formas de ser y estar en el mundo no son posibles sin el otro. Las subjetividades contemporáneas se construyen a partir de la mirada ajena y necesitan de la otredad como instancia de validación. Esto marca una ruptura y diferencias notables respecto del sujeto moderno. Sibilia mapea lo que considera un progresivo desplazamiento del eje en torno al cual se configuran las subjetividades y explica que ese eje de lo que somos, situado en el “interior” de cada uno, en las sociedades modernas de los siglos XIX y XX, “invisible a los ojos” y fuente de verdad, se desplazó hacia afuera, hacia lo que se ve y ven los otros: “En medio de los vertiginosos procesos de globalización de los mercados, en el seno de una sociedad altamente mediatizada, fascinada por la incitación a la visibilidad y por el imperio de las celebridades, se percibe un desplazamiento de aquella subjetividad “interiorizada” hacia nuevas formas de autoconstrucción” (2008, p.28).
En las sociedades modernas, el sujeto moderno hegemónico inspirado en el modelo burgués, construye su subjetividad a partir de un trabajo de introspección con la “interioridad”, ese “centro del yo” considerado “bello”, más profundo y verdadero que las “vanas apariencias”. La verdad de “lo que uno es” estaba encerrada, había que buscarla y el diario íntimo con sus cerrojos era el dispositivo adecuado para ese movimiento que implicaba sumergirse en el psiquismo de uno mismo. El sujeto contemporáneo, en cambio, va a encontrar en el uso de herramientas como blogs, fotoblogs, webcams, YouTube y redes sociales como Instagram, recursos “para responder a las nuevas demandas socioculturales, balizando nuevas formas de ser y estar en el mundo” (p. 28). En estas nuevas dinámicas, el otro tiene el poder para confirmar y confirmarnos a través de una serie de mecanismos que instauraron las redes sociales en su calidad de nuevas formas de interacción social. El like, los comentarios, los followers, los “corazoncitos” se convirtieron en poderosas formas de validación social y expresiones de la sociabilidad online vigente. Por eso es necesario esforzarse en mostrar -y “perfomar”- cuán interesante es nuestra vida, nuestro entorno, nuestros vínculos y nosotros mismos.
En las sociedades contemporáneas, la fuente de verdad ya no es la “interioridad” de cada uno sino la mirada de los otros. Eso que los demás ven se transformó en algo cada vez más valioso y más confiable cuando se trata de definir quién es uno y cuánto vale. No es casual en este contexto, la importancia que adquirieron las apariencias y el aspecto físico. Abundan ejemplos, no sólo en redes sociales sino también en programas televisivos, de tendencias que muestran cómo a través de intervenciones quirúrgicas y “mínimamente invasivas” se pueden transformar los cuerpos “a demanda”. Otro fenómeno que emerge en sintonía con estas propuestas es el blackfishing, un término que nació en el ámbito de las redes sociales para describir el comportamiento de personalidades influyentes y artistas blancos que parecen querer imitar la “estética negra” como estrategia de marketing que busca monetizar lo exótico. Para ello, no sólo se “maquilla” y transforma la propia apariencia, sino que además se apela a cirugías plásticas que pueden llegar a modificar drásticamente el propio cuerpo. El hecho de que este fenómeno se haya convertido en una tendencia legitimada, aún a pesar de las críticas que ha recibido por considerarse una forma de “apropiación cultural”, pone en evidencia que no hay ámbitos de la expresión humana que escapen a las lógicas de mercado imperantes en redes sociales como Instagram.
La mirada del otro es muy importante para legitimar la subjetividad contemporánea. Y esto abre una puerta a la vulnerabilidad que deposita en el like de otros decidir si valemos, y por ende, si existimos. Parece ser que no es suficiente nada de lo que hacemos, nuestras relaciones, nuestros gustos y todo lo que nos define en nuestra intimidad y cotidianidad si no es validado, exteriorizado, mediatizado y puesto en circulación para que muchos lo aprueben. Por eso, nada puede dejar de ser documentado, grabado, registrado y sometido a una constante “curaduría de sí mismos”. Sin embargo, estas tendencias muestran resistencias y tensiones. Ensayos de fuga o “estrategias de protección” frente a la ansiedad, agotamiento, frustración, aburrimiento que puede provocar el estado de conexión, visibilidad y disponibilidad permanentes.
Salir del estado online como estrategia
La decisión de una madre brasileña de cerrar la cuenta de Instagram de su hija de 14 años[2]se convirtió en contenido viral recientemente. La publicación en la que daba a conocer las razones de su decisión circuló por las redes sociales y llegó hasta los medios de comunicación que vieron en esto una contradicción. Parecían preguntarse por qué salir cuando todos quieren entrar, por qué cerrar una cuenta con 2 millones de seguidores cuando según la lógica imperante –la del mercado- ocupada en contabilizar y monetizar likes, seguidores, alcance y nivel de visibilidad, esta influencer era exitosa. Porque “esto es una ilusión y la ilusión pone una “maldita” niebla en el camino de encontrarte a ti mismo”, explicó la madre de la adolescente. Al parecer, la introspección y “el mirarse hacia adentro para descifrar lo que se es” tan necesarios en la constitución de las subjetividades modernas encuentran obstáculos en estas nuevas prácticas -prolíficas en las redes sociales- que “impelen a mostrarse hacia afuera” (Sibilia, 2008, p.131) de manera performática y exhibicionista.
Al igual que otros, este caso, pone de manifiesto esa tensión entre quienes buscan intensificar las formas contemporáneas de sociabilidad y subjetividad que trae aparejado el régimen 24/7 de la virtualidad y aquellos que ensayan una salida o huida porque los límites entre realidad y ficción dejaron de ser claros y comienzan, de alguna manera, a causar malestar y eclipsar la interioridad psicológica. “Ya es bastante difícil descubrir quién eres a los 14 años. Cuando tienes 2 millones de followers que no has visto en tu vida y creen que te conocen, es aún más peligroso. Es más fácil perder el rumbo”, argumentó esta madre.
Esa indeterminación entre “vida real” y espectáculo tan característica de formatos como los reality show, los blogs, los biopics y las redes sociales, pioneros de esta tendencia donde los límites entre realidad y ficción son confusos y donde las relaciones sociales son reemplazadas por apariencias de conexión y la lógica de lo espectacular que Guy Debord describió en su libro “La Sociedad del Espectáculo” (1969), impregna los nuevos modos de ser y estar en el mundo y es lo que en buena medida, Paula Sibilia llama la “instagramización de la vida”.
La vida cotidiana es “convocada a realizarse en la visibilidad” de forma creciente y “la esfera de lo decible y mostrable es cada vez más amplia ” (2021). Se nos solicita, “acomodar” la vida a estas lógicas. La vida instagrameada, atenta a la mirada validadora de otros, exige la puesta en escena y la espectacularización del yo más íntimo según estéticas y estrategias que son propias del ámbito publicitario y el marketing. Incluso esta madre, que no pudo escapar a tales demandas y debió perfomar en Instagram sus explicaciones sin dejar de esforzarse en detallar y referenciar de qué está hecha la vida real y de qué no: “Saltar en paracaídas, estudiar biología en el bosque, salvar unas vacas en los Alpes. La vida sólo es buena cuando eres feliz fuera de la Internet “. Este movimiento de mostrarse más real, más verosímil, más humanos, menos “maquillados” no hace más que, irónicamente, agregar “capas de fake” (Sibilia, 2021) y agrandar el espectáculo. “Efectos de realidad”, “ilusión referencial” según Roland Barthes (1987). No es extraño, entonces, que la publicación de la madre de la adolescente haya superado -según la lógica previsible- los 145 mil “me gusta” y los 13 mil comentarios, además de aumentar su número de seguidores en Instagram.
Cerrar perfiles en redes sociales, silenciar notificaciones que llegan, apagar el Smartphone y otras pantallas, establecer pautas personales que separen el trabajo del ocio, salir del estado de disponibilidad, visibilidad y conexión online son algunas “estrategias de protección” (Sibilia, 2020) frente al “hastío” que pueden generar los requerimientos de sociabilidad contemporáneos. Ensayos de fuga, aunque, como esta madre, descubramos tarde o temprano que es difícil escaparse del estado de “alerta y disposición” del régimen 24/7.
Bibliografía
Barthes Roland, (1987). El efecto de realidad. En El Susuro del Lenguaje. Ed. Paidós.
Crary, Jonathan (2015). 24/7. Capitalismo tardío y el fin del sueño. Buenos Aires, Ed. Paidós.
Debord, G. (1995). La sociedad del espectáculo. Buenos Aires. Ed. La Marca.
Deleuze, Gilles. (1991). Posdata sobre las sociedades de control, en Chistian Ferrer (comp), El lenguaje libertario, vol. II, Montevideo, Ed. Nordan.
Sibilia, P. (2021). Tensiones entre (auto)espectáculo y (des)control. Módulo 3 del Seminario de Cuerpo, Subjetividad y Tecnologías Digitales. Maestría en Comunicación Digital Interactiva. UNR.
Sibilia, P. (2020). El malestar de lo ilimitado. Fronteras, 33 Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, Montevideo, 2020; p. 984-987.
Sibilia, P. (2012). ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión. Buenos Aires. Ed. Tinta Fresca.
Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Ed. Fondo de Cultura Económica.
Schwartz, Barry, (2005). La paradoja de elegir. Charla Ted. Disponible en https://bit.ly/3m4qMqW.
- Licenciada en Periodismo y Profesora en Docencia Superior no Universitaria. Maestranda en la Maestría de Comunicación Digital Interactiva de la Universidad Nacional de Rosario.↵
- https://bit.ly/3kolAyr↵