El acto analítico
Luego de muchos años de recorrido, en los cuales se abrieron diversas problemáticas en la enseñanza de Lacan, su Seminario de los años 67 y 68, intentará ceñir de un modo cada vez más riguroso y preciso la praxis que nace del descubrimiento freudiano del inconciente. Se trata siempre, y en todo momento, desde Freud o desde Lacan, de dar cuenta de ese dispositivo que hace posible una práctica clínica caracterizada por su ruptura con toda concepción positivista del sujeto del conocimiento en que se asienta la Psicología, y sus variantes a lo largo de diferentes épocas.
Definir en términos de acto aquello que hace al corazón mismo de nuestra praxis, y sus efectos en el sujeto, supone un paso decisivo en el avance de las formulaciones teóricas que dan cuenta de la misma. Ya no sólo se trata meramente de un hacer clínico, sino de especificar a este último a partir de dicha noción. Cuestión ya perfilada desde la temática abierta el año precedente en su enseñanza, cuando se abordó la Lógica del fantasma, y donde la noción de acto constituyó el hilo conductor de las argumentaciones a lo largo del Seminario.
Si bien el campo de las intervenciones del analista abriga más de una vertiente, aquello que define con precisión su acto es la interpretación. Esta última, en tanto corte, pone en acto la función significante en la palabra y su articulación al inconciente, por donde deja de reflejar la identificación yoica, para abrir, en el retorno de lo reprimido, la hiancia de la repetición significante. El discurso muestra allí su estofa de discontinuidad, de inacabamiento en el orden del sentido, de falla, siendo esta última la que representa en última instancia al sujeto.
Las formaciones del inconciente ponen de manifiesto dicha discontinuidad, haciendo lugar a la interpretación analítica, a partir de la cual es posible sostener que un significante, en su función de retorno de lo reprimido, es lo que representa al sujeto para otro significante. Definición que, al mismo tiempo, está planteando la representación del sujeto por la vía significante, y en la falla que le es inherente: es en ese entre significantes, de cuya repetición se trata, que se abre la dimensión del objeto causa del deseo, objeto cuya falta es estructural. El sujeto quedará representado tanto por el significante como por la pérdida del objeto que habilita esta misma función significante. El sujeto, en última instancia, está en el intervalo significante, en el silencio que emerge en ese re-envío de un significante a otro. Ningún significante llega a decir acerca del objeto que causa el deseo, perdido desde siempre, y en estrecha vinculación con el enigma del deseo del Otro del que ha nacido.
La interpretación entendida en estos términos, en tanto corte, y en el marco del dispositivo transferencial, define entonces el acto propio del analista. En el Seminario consagrado a este último, Lacan seguirá precisando todo lo relativo a su lógica, y donde no sorprende ver a Lacan volver una vez más a las preguntas más elementales, para desde allí relanzar la problemática: “¿qué es ser psicoanalista? Hacia este objetivo se encamina lo que trato de decirles este año bajo el título del acto psicoanalítico. […] ¿Qué es en efecto el psicoanálisis? […] es la cura que se espera de un psicoanalista”.
Respuesta sólo en apariencia tautológica, ya que, en verdad, nos abre hacia la complejidad del acto a partir del cual alguien puede ser calificado de analista. Es habiendo sido psicoanalizante, y habiendo llevado lo más lejos posible las consecuencias del acto en su propio análisis, que alguien puede hacer ese pasaje de analizante a analista. ¿Qué significa “las consecuencias del acto”? Significa haberse topado con el límite que es el fin último del análisis, su roca misma: el objeto causa del deseo, ese vacío de goce que habría sobrevivido velado por el fantasma. Siendo de este último que abrevaban los síntomas, no sin abrigar en ellos mismos la falla, la falta constitutiva.
Los síntomas, vía el fantasma, son ya una interpretación, una respuesta al enigma del deseo del Otro. La interpretación analítica “lee de otra manera” esa cadena que es ya una articulación significante, “es una re-traducción”[1], emergiendo de lo que allí se muestra como falla, en esa laguna, en esa contradicción, en esa ambigüedad discursiva, que abre desde el sinsentido a otro sentido posible, sin por ello anular el silencio que lo habita. “El acto está en la lectura del acto”, revelando en ello la temporalidad que le es propia: el efecto nachträglich[2]. El analista devuelve allí al sujeto su propio mensaje en forma invertida, transpuesta, advirtiendo la falla misma que cobija el síntoma. Si el analista está en ese otro significante que vuelve al sujeto, no menos lo estará en el intervalo entre uno y otro, lugar mismo del objeto y su ineludible caída.
El acto, en tanto corte revelador de la falla misma, disuelve cada vez esa ilusión que abriga la transferencia: hay un sujeto que puede saber sobre el enigma del deseo del Otro. Pero no es sin esta ilusión que se sostiene el dispositivo analítico. Ilusión verdadera, si las hay, ya que forma parte de la estructura misma: Lacan lo plantea en términos de una coalescencia del Sujeto supuesto saber –cuyo soporte será el analista– y la estructura[3].
Ahora bien, si el analista advierte en el síntoma su hiancia, es porque “habiendo sido psicoanalizante”, él se habría visto atravesado por esa misma verdad que hace tope a toda ilusión de saber. Por tanto, en las antípodas de un sujeto en el saber absoluto, es un sujeto advertido de la castración que funda su deseo, y del des-ser que le es concomitante. Todo acto, al mismo tiempo, es un re-acto, dado que sólo puede serlo en la medida misma que re-envía al sujeto a la hiancia, a la falla en que se ha fundado su ser deseante[4]. El acto analítico supone, en su finalidad última, la caída del Sujeto supuesto saber, reducido ahora a un residuo, un resto, del que se hace soporte el analista. Adviene allí ese objeto a como causa de la división del sujeto, revelando el vacío de goce que le daba sustancia.
El acto analítico tendrá, por tanto, una faz significante, y otra, en estrecha correlación con la anterior, que se ahueca en el silencio del objeto-falta, del enigma jamás revelado, de la ilusión cada vez caída. Dimensión del acto que ya Freud advertía al abrir la senda del descubrimiento del inconciente. No dejó de nombrar el fallido propio de la palabra en términos de acto, así como también habló del acto sintomático, o del agieren, ese actuar en transferencia. La gama del acto, tal como la nombra Lacan al comienzo de su Seminario sobre El acto, se abre, desde Freud, hacia más de una dirección. El asunto, desde Lacan, es hacer fructificar estas distintas vertientes en la definición del acto por donde el analista se revela en tanto tal. Y el sintagma acto fallido es el que mejor emplaza la problemática del acto: no sólo el fallido es un acto, sino que es su carácter de fallido, de falla, lo que va a definir para Lacan el acto. El acto es significante, entonces, no sin la falla constitutiva que hace tope al orden del sentido, razón por la cual ningún acto se realiza en su plenitud de acto, allí donde el sujeto y el saber pudieran confluir. Saber que no puede sino remitirnos al saber sobre el sexo. Esa no plenitud, esa naturaleza del acto que se muestra en su falla misma es lo que con toda pertinencia viene a nombrar el término castración: “Es el sujeto que ha cumplido la tarea (psicoanalizante) al cabo de la cual se realizó como sujeto en la castración en tanto que fallo hecho al goce de la unión sexual”[5].
En Lógica del Fantasma, donde el abordaje del acto sexual constituye su meollo mismo, leemos una definición de acto que se asienta en los siguientes cuatro puntos: el acto es significante, es un significante que se repite y es creado a partir de un solo corte, es instauración del sujeto como tal –de un acto verdadero el sujeto sale diferente, su estructura es modificada por el corte– y, por último, el sujeto no puede reconocer ese acto en su verdadera pendiente inaugural, está tomado en la renegación –verleugnung–.
Decir que el acto es significante, primer punto de esta definición, podría condensar, si se quiere, los siguientes tres ítems en los cuales la misma se desgrana. Basta pensar que el significante no es la palabra, es decir, que dicho corte le es consustancial y supone la caída en acto del objeto, en consecuencia, la emergencia de la escisión constitutiva del sujeto, de la cual es tributaria la renegación planteada. No obstante, uno de esos puntos subraya de modo decisivo las consecuencias del acto: “de un acto verdadero el sujeto sale diferente, su estructura es modificada por el corte”. Modificación que supone cierta ruptura con aquella coalescencia de la que hablamos entre el Sujeto supuesto saber y la estructura, re-abriéndose la hiancia que dicho sujeto recubre. En otros términos, y retomando Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis de Lacan, la interpretación que definimos en términos de acto analítico supone un ir más allá de la Identificación en la que se sostiene el Ideal del yo. La repetición significante deja en suspenso la identificación, de donde surgirá un sujeto cuya estructura se verá modificada por esta puesta en suspenso, por ese ir más allá del soporte identificatorio, desatando cada vez el lazo que allí se anudaba al objeto fantasmático.
Ahora bien, ¿de qué no nos habla aquella definición de acto que Lacan hace valer también para el acto analítico? Del lugar del analista, el cual, aunque implícito en esa definición, no nos dice aún del movimiento que habilita la emergencia misma del acto que define su lugar. Tema que parece obsesionar más a Lacan en el Seminario del año siguiente, volviendo, como decíamos antes, a las preguntas más elementales: ¿“Qué es ser psicoanalista?”, “¿Qué es en efecto el Psicoanálisis?” Para precisar luego: “Del Psicoanálisis, partamos de lo que por ahora es nuestro punto firme: que se practica con un psicoanalista”. Destacando en ese con su sentido instrumental: “Si lo que hay del saber deja siempre un residuo, un residuo de algún modo constituyente de su estatuto, la primera cuestión que se plantea es a propósito del partenaire, del que allí es no digo ayuda sino instrumento para que se opere algo que es la tarea psicoanalizante al término de la cual el sujeto, digamos, está advertido de esta división constitutiva, después de lo cual, para él, algo se abre que no puede llamarse de otro modo distinto que pasaje al acto, digamos, esclarecido, es justamente por saber que en todo acto hay algo que, como sujeto, se le escapa […]” [La cursiva es nuestra][6].
En la reunión siguiente del Seminario, volverá sobre este mismo punto, sin hablar ya de sujeto esclarecido, y retomando exclusivamente el término advertido, más pertinente para plantear la posición del sujeto en relación a su propia división: “No hay psicoanalizado, hay ‘un habiendo sido psicoanalizante’, de donde no resulta más que un sujeto advertido de eso en lo cual él no podría pensar como constituyente de toda acción suya. Para concebir lo que debe pasar con ese sujeto advertido […] Sólo es juzgable con respecto de un acto a construir como aquel donde reiterándose la castración se instaura como pasaje al acto, de igual modo que su complementario, la tarea psicoanalítica misma se reitera anulándose como sublimación” [La cursiva es nuestra][7].
La pregunta, entonces, es allí por el partenaire que hace posible la tarea analizante, con el cual es posible, en tanto instrumento que re-lanza esta última para operar en ella el corte propio del acto. Si él se hace soporte de la función del Sujeto supuesto saber, únicamente podrá hacerlo en tanto sujeto advertido de su división constitutiva, posición desde la cual pasa al acto, por el cual, produciéndose “la eyección del objeto a”[8], cae en el des–ser: “reiterándose la castración se instaura como pasaje al acto”. Lo que vale como acto al término de la tarea psicoanalizante, para el sujeto, no es sin dicho pasaje al acto del lado de su analista, el cual, repitamos, habiendo sido psicoanalizante está advertido del recubrimiento que opera el Sujeto supuesto saber sobre la hiancia causal del deseo.
Ahora bien, en este movimiento que define la naturaleza misma del acto analítico, ¿las nociones de acto y de pasaje al acto quedan superpuestas?
Pasaje al acto
Si la noción de acto parece allí replegarse sobre la de pasaje al acto, no por ello debemos confundirlas. Pareciera que, en esos enunciados, la noción de pasaje al acto imprimiera a la de acto la fuerza de la ineludible caída del objeto, es decir, de la castración: pasaje del “habiendo sido psicoanalizante” al lugar del analista. Ese sujeto advertido, habiendo atravesado él mismo su análisis, pasa al acto en el cual se reitera la castración y es desde ahí que se construye el acto que opera en el psicoanalizante. Se trata entonces de un acto a construir desde la tensión misma que se establece entre el sujeto advertido, desde el cual se hace soporte del Sujeto supuesto saber, y aquello de lo cual está advertido: su escisión misma, la ineludible caída del objeto. Se trata de un acto a construir sobre la base de este pasaje al acto del analista, en la reiteración de la castración. Reiteración que remite al corte inaugural del sujeto tanto como a la castración, cuya experiencia ha atravesado el propio analista en su análisis.
No podemos, por tanto, desprender esta utilización de la noción de pasaje al acto del contexto mismo en el cual cobra sentido, legitimándola. Por lo demás, según entendemos, la noción de pasaje al acto conserva su autonomía conceptual respecto de la de acto. Lo cual no obsta para que nos interroguemos ahora, a la inversa, y para mejor establecer dicha autonomía, acerca de cómo podría enriquecerse la noción de pasaje al acto desde esas nuevas conceptualizaciones en torno al acto analítico. ¿Qué conserva del acto el pasaje al acto?
Allouch, trabajando sobre el pasaje al acto de Margarita Anzieu, se interroga sobre la proximidad de ambas nociones, y también sobre sus diferencias. Recorre, en primer lugar, los puntos que definen el acto y que no podríamos negarle a la noción de pasaje al acto: el acto posee siempre una dimensión relativa al lenguaje –es el caso del niederkommen de la joven homosexual, o del crimen de las hermanas Papin, que escenifica, al arrancar los ojos de sus víctimas, las “metáforas más gastadas del odio”–, el acto implica compromiso y el acto es un acontecimiento que acarrea consecuencias. Tres caracteres de innegable presencia en el pasaje al acto, pero que alcanzarán mayor precisión estructural en las siguientes dos determinaciones y de las cuales participan también ambas nociones: en primer lugar, “todo acto –dice Lacan en este Seminario– promete a todo aquel que toma la iniciativa de llevarlo a cabo, ese fin que señalo en el objeto a minúscula”, y, en segundo lugar, el acto “no implica, en su momento, la presencia del sujeto”[9].
Identificación al objeto y ausencia del sujeto en el momento del acto se convierten, por tanto, en las coordenadas que sitúan tanto el pasaje al acto como el acto. Allouch avanza en su interrogación para aproximar luego, de algún modo, el hacer de la tarea psicoanalizante que instauraría el acto, a esa otra batería acting out/pasaje al acto, donde el primero quedaría del lado del hacer transferencial[10]. Ahora bien, ¿dónde, en qué punto, se detendrán las proximidades para hacer lugar a una diferencia decisiva? En aquel que define de qué sujeto se trata, lo cual supone interrogar su posición en relación al lenguaje y al campo del goce.
Un sujeto advertido de su división constitutiva está en las antípodas del sujeto cuyo pasaje al acto homicida fue el objeto de interrogación a lo largo de este texto. Con lo cual, aquellas coordenadas que aproximaban ambas nociones, sin dejar de hacerlo, se vuelven imprecisas a la hora de definir su diferencia, tomando como eje la pregunta por el sujeto. Si la posición subjetiva difiere tan radicalmente, diferirán, en consecuencia, el objeto en juego, aunque siempre hablemos del objeto a, y la ausencia del sujeto de la que se trate.
La no contemporaneidad del sujeto y el acto, presente en ambos casos, no supone el mismo tipo de ausencia del sujeto. Mientras en el acto analítico la no presencia del sujeto supone quedar confrontado a su división constitutiva, y a la caída del objeto, en el pasaje al acto homicida la ausencia del sujeto se define a partir de su identificación masiva a un objeto, no vaciado de goce, sino relativo al goce del Otro. El Otro del que se trata no está barrado, y es esta ausencia de barradura, la que, a falta de otros recursos propios del trabajo de la psicosis, empuja al acto, cobrando la forma de una ley superyoica de la que el sujeto no se puede sustraer.
En el acto loco homicida el sujeto se precipita hacia un abismo, en cuyo fondo sólo puede encontrar la aplastante identificación al objeto. Y esa determinación abismante nada tiene que ver con la escisión a la que se confronta el sujeto –ausente por ello mismo– en el acto, y del que saldrá advertido. Allouch utiliza el término advertidor para precisar la posición del sujeto en el pasaje al acto psicótico. Advertidor, no advertido, en el sentido, entendemos, en que siempre estará en juego allí una relación muy particular con el saber, donde no se trata de una demanda dirigida al Sujeto supuesto saber, sino, de un hacer saber, a través de su pasaje al acto. Hacer saber que hay algo que el sujeto ya no seguirá tolerando respecto de un Otro no barrado, que no deja de ubicarlo, de un modo u otro, según su certeza delirante, como objeto de su goce. Pero el pasaje al acto no dejará de ser una encerrona, donde el sujeto no podrá escapar a aquel aplastamiento por el objeto.
Es como arar en el mar, decían los autores de la fábrica del caso, a propósito del crimen de las hermanas Papin, es un callejón sin salida, decía Pierre Legendre, respecto de la pretendida autofundación del sujeto. De un modo u otro, tras el pasaje al acto homicida el sujeto re-encuentra ese lugar de objeto del que pretendía escapar. El pasaje al acto homicida se entrelaza muchas veces con la idea misma de suicidio, precediéndolo, a veces, otras incluyéndose en la misma planificación homicida, o bien sobreviniendo después.
Wagner quiso primero suicidarse, planificó luego el homicidio que culminaría con su propia muerte, le fue impedida, pero él no dejó de pedirla, clamando por un Tribunal que lo juzgue, y lo decapite. Lortie también quería morir en el ataque perpetrado contra la Asamblea de Quebec. Pierre Rivière había planificado su muerte después del crimen, la esperó luego estando confinado, y se la dio por propias manos, finalmente. La caquexia vesánica en la que caerá Christine Papin y de la que se deja morir no nos habla de nada diferente; así como tampoco el destino último que sufrió Iris Cabezudo.
“Todo acto –decía Lacan– promete, a todo aquel que toma la iniciativa de llevarlo a cabo, ese fin que señalo en el objeto a minúscula”. Sí, pero en el pasaje al acto homicida, tal como lo hemos considerado, no es aquel que se ha vaciado de goce, sino, por el contrario, donde la certeza de goce del Otro no ha dejado de imperar.
- Lacan, J., El acto psicoanalítico, impreso por Discurso Freudiano–Escuela de Psicoanálisis, Traducción: Silvia García Espil, clase 29/11/1967, p. 23.↵
- Ibíd., 22/11/1967, p. 12.↵
- Lacan, J., De un Otro al otro, Libro 16, Editorial Paidós, Buenos Aires, 2008, p. 353. ↵
- Ibíd., 20/3/1968, p. 21.↵
- Ibíd., 17/1/1968, p. 12.↵
- Ibíd., 13/3/68, p. 12 y 13.↵
- Ibíd., 20/3/1968, p. 25.↵
- Ibíd., p. 21.↵
- Allouch, J., Marguerite. Lacan la llamaba Aimée, Editorial Epeele, México, 1995, p. 478. ↵
- Ibíd., p. 479.↵