“Si estuviera en mis manos haría revivir a los vecinos de Mühlhausen que he matado. Pero mis hijos deberían permanecer muertos. Ya que me produce un gran dolor pensar que podrían sufrir aunque sea una mínima parte de lo que yo he sufrido. […] La muerte de mi familia sigue siendo, hasta hoy, el mayor consuelo para mi miseria. Mis hijos eran como yo, así que, ¿qué podían esperar de la vida?”[1]
Ernst Wagner
Basándonos en el texto del psiquiatra alemán Robert Gaupp (1870–1953), consagrado al caso Wagner, expondremos los ejes fundamentales del mismo con el propósito de trazar las coordenadas que nos permitirán situarlo –según nuestra lectura– en el marco de las locuras parricidas. La singularidad de este caso nos conduce, por lo demás, a interrogar tres cuestiones de capital importancia: el vínculo melancolía/paranoia, la relación del delirio con el pasaje al acto homicida, y el gran tema de la responsabilidad subjetiva.
¿Quién fue Ernst Wagner? ¿A partir de qué hecho su nombre cobra celebridad? ¿Quién era antes de que esto aconteciera?
Wagner era un maestro de escuela, que cumplía con su trabajo seria y disciplinadamente. Aunque un tanto presuntuoso y arrogante, su trato con la gente era muy correcto. Se destacaba sí por un rasgo: él hablaba en un alemán literario, no hablaba el suabo, su lengua materna –su “lengua vulgar”, como diría Dante Alighieri–. Fue también dramaturgo. Escribió numerosas tragedias, cuya publicación no fue aceptada por los editores a quienes él se las enviaba. Él se había costeado la publicación de algunas de ellas. Hasta el día de consumar su trágico pasaje al acto, desempeñó “normalmente” su vida laboral y familiar. Al menos esto era lo que parecía.
El acto loco
Un amanecer, cuando apenas “la luz alcanzaba para recortar los contornos de los cuerpos”, Ernst Wagner, a los 38 años de edad, mató a su esposa y a sus cuatro hijos. No fue un acto impulsivo, no fue algo que irrumpiera en el momento cobrando el carácter de un arrebato. Los niños dormían, la esposa también, y cada detalle del acto que estaba consumando estuvo silenciosa y finamente planeado durante algo más de cuatro años, mientras continuaba regularmente con su vida cotidiana. Claro que éste sería sólo el primer acto del plan homicida que habría dado lugar a esta tragedia.
Que la luz fuera suficiente sólo para recortar el contorno de esos cuerpos, y no ver más que eso, formaba parte del plan. Eso fue lo que el autor de estos crímenes dijo después. Él no quería ver, siempre le impresionó la sangre, pero tampoco quería dejar de ser certero en su acto.
Mató a sus hijos “por compasión”, a su mujer –a quien no quería, pero tampoco odiaba– la mató para que “no sufriera por la muerte de sus hijos”.
El segundo acto de esta tragedia se consumó unos cuantos kilómetros más allá del pueblo donde él vivía. Luego de matar a su familia, Wagner tomó su bicicleta y se encaminó hacia esa localidad con el fin –también largamente premeditado– de matar a los “habitantes de Mühlhausen…”. A ellos, a plena luz, los mataría “por venganza”. Su puntería debía afinarse fundamentalmente hacia los hombres, él no quería matar mujeres, ni niños. De todos modos, comenzada la matanza, que arrojó un saldo de 8 muertos en el acto y 12 heridos de gravedad, él estaba enceguecido, sólo veía caer cuerpos –la sangre siempre le impresionó–. Incendió varios lugares. Tenía previsto, como tercer y póstumo acto, matarse él, morir envuelto en llamas en el Palacio de Ludwigsburg.
Fue atrapado y golpeado por algunas personas de Mühlhausen, quienes en medio de la furia y la impotencia lo golpean tanto en su brazo, que le fue posteriormente amputado. No llegó a cumplir, como se ve, con el último acto.
Cuando se encaminaba hacia Mühlhausen, luego de asesinar a toda su familia, envía unas cuantas cartas, cuyos destinatarios debían leer una vez concluida la matanza, y su propia muerte. En una de ellas, dirigida a alguien a quien le pide editar todas sus obras, le dice: “Tendrá que ayudarme a mí, el Muerto, a tomar la palabra…, quiero que sea el editor de mis obras”[2]. Claro que, cuando efectivamente esta persona lee la carta, Ernst Wagner no está muerto, sino preso y en pleno interrogatorio judicial.
Algunas de sus otras cartas tenían como destinatarios a su familia, hermanas y hermanos, a quienes lisa y llanamente les decía: “¡Tomen veneno!” Les aconsejaba, les pedía, que se maten. Había planificado también matar a parte de su familia de origen, no llegó a hacerlo.
Entre la planificación del crimen –desde hacía cuatro años– y su ejecución hubo momentos de vacilación. Estaba por hacerlo y no lo hacía. En esos momentos en que “los días transcurrían sin que él lograra pasar a la acción”, como él mismo decía, trataba también de aclararse que su acto no tendría que ser el fruto de un arrebato o de la embriaguez, ya que, en ese caso: “los responsables serían entonces un imponderable, una desgracia, un accidente, no yo mismo […] Y mi esperanza y mi ancla será –lo sé perfectamente– el propósito de actuar con seguridad el próximo otoño…”[3]
Luego de consumado el acto homicida, dos cuestiones fundamentales se modificarán en su posición subjetiva: la idea del cumplimiento de una misión para con la humanidad[4] y su culpa sexual –de la cual hablaremos luego–; se siente, en relación a esta última, más purificado[5]. Ahora bien, lo que no caerá es su certeza de pertenecer a una “estirpe enfermiza” y, en consecuencia, el imperativo de eliminar a toda la descendencia[6]. Nunca abandonó, por tanto, la certeza que fuera el eje de su delirio, y que obró certeramente en el empuje al acto homicida.
Los motivos
La carátula legal de “asesinato múltiple” no debe extraviarnos; bajo la misma, se hace necesario descubrir y reconstruir la lógica de este acto loco. Para lo cual, en principio, prestaremos especial atención –tal como lo hizo Gaupp– a las palabras del autor de esta tragedia. Él distinguía claramente los dos primeros momentos de su plan asesino, y los motivos que lo obligaban a consumarlo: fue por compasión que debía matar a su familia, y por venganza que debía atacar a los habitantes de Mühlhausen.
Matar por venganza puede resultar algo, en cierta forma, más al alcance de nuestro entendimiento. Pero ¿matar por compasión? Wagner nunca tuvo una mala relación con sus hijos. De hecho, la noche anterior a la consumación de su acto la familia se reúne a cenar, comen y charlan como habitualmente lo hacían. No obstante, más allá de esta aparente normalidad en que se desenvolvía la vida familiar, Wagner siempre afirmó en relación a sus hijos lo siguiente: “nunca quise tenerlos”[7], y jamás se arrepintió de haberlos matado.
Iremos viendo, poco a poco, cómo los motivos de un acto se van entrelazando delirantemente con los del otro, permitiéndonos de ese modo conjeturar cuál es la lógica de este pasaje al acto homicida.
La intervención de Gaupp en el caso
Gaupp es llamado para realizar una pericia psiquiátrica, necesidad que surgió a partir del interrogatorio judicial. Él diagnostica a Wagner como paranoico y lo declara “irresponsable de sus actos criminales”: “Wagner no es ningún delincuente brutal, sino un hombre enfermo que sólo era peligroso para los otros a causa de su enfermedad”[8].
Pero no finalizará allí su relación con Wagner, seguirá atendiéndolo durante 30 años, tiempo en el que Wagner estuvo internado hasta su muerte. Escribió numerosos trabajos acerca de su paciente. Aún más: en cierto momento, en el cual tuvo lugar un encendido debate sobre la paranoia, Gaupp va a realizar una presentación de enfermos a la que llevará a Wagner.
Este último jamás quiso que se lo declarara irresponsable y luchó denodadamente contra esto. Llegó a decirle a Gaupp que él era su peor enemigo. Wagner quería la pena de muerte, quería ser decapitado y conocía a pies juntillas el artículo del Código Penal que se aplicaba en casos como el suyo. Su peor condena era que se lo declarara inimputable. Se abre acá todo un nudo de cuestiones que desplegaremos con más detenimiento cuando articulemos la noción de superyó, dejando planteados –por el momento– los siguientes interrogantes: ¿se trata sólo de dirimir si el sujeto de un acto homicida, de estas características, es loco o normal, declarándolo por ende irresponsable o responsable del mismo? Polarizar de este modo las cuestiones ¿no nos deja en un callejón sin salida en cuanto al sujeto?
Wagner quería ser condenado por sus crímenes, jamás se arrepintió de los mismos. Y esta situación, en principio paradojal –en tanto el reconocimiento de su responsabilidad y la espera de la condena no implican para él ni culpa ni arrepentimiento–, él la resumía en una frase: “soy responsable, pero no culpable”:
“Ya he dicho en muchos pasajes de mis cartas y de mis obras que la vida va haciendo al hombre, que cada cual es guiado por los hilos de su destino, que todo está predeterminado y que niego, por tanto, cualquier culpabilidad. Con esta filosofía no quiero, sin embargo, sustraerme a mis responsabilidades ante el tribunal”[9].
“Yo declaro que asumo por entero la responsabilidad prevista en el Código penal y que me siento plenamente responsable”[10].
¡Qué modo tan paradójico supone esta posición del sujeto ante la ley! ¿Cómo situar esta enunciación donde la responsabilidad, el hecho de querer responder por su acto, no supone para el sujeto culpabilidad? Volveremos en un próximo capítulo sobre esto. Veamos, en principio, cuándo aparecen en Wagner los primeros trastornos.
Los primeros trastornos
Cuando Wagner tiene 18 años se produce en su vida, tal como dijo Gaupp, una grieta: fuertemente perturbado por el momento del desarrollo sexual –tardío en su aparición, por cierto– y el onanismo, que irrumpe de modo compulsivo en ese momento, se desencadenarán en él los primeros trastornos. Encuentro con la sexualidad que engendra angustia y perplejidad, y que lo sitúa frente a un enigma, un ¿qué es…? profundamente desestabilizador. Grieta que denota ya una falla en el orden simbólico y, en consecuencia, en sus respectivos anudamientos con los otros registros constitutivos de la subjetividad.
Recordaremos, en este punto, algunos señalamientos de Lacan cuando planteaba el carácter devastador que suele tener en el paranoico la primera sensación orgásmica completa:
“Hace mucho que insistí –tanto en mi tesis como en un texto casi contemporáneo– en el carácter devastador, muy especialmente en el paranoico, de la primera sensación orgásmica completa. ¿Por qué en el paranoico? Trataremos de responder a esto de paso. Pero en determinados sujetos encontramos constantemente el testimonio del carácter de invasión desgarradora, de irrupción perturbadora, que presentó para ellos esta experiencia. Con eso basta para indicarnos, en este rodeo en el que nos encontramos que la novedad del pene real debe jugar su papel como elemento de difícil integración”[11].
Podríamos sostener, evocando también precisiones posteriores de Lacan, que el encuentro con su propia erección, en Wagner, no fue autoerótico en lo más mínimo, fue lo más hetero que podríamos suponer, sumiéndolo en un estado de perplejidad devastadora. Al no poder tramitar dicho goce, vía la metáfora paterna, la paranoia sólo contará con la posibilidad de una elaboración delirante del goce.
Dice Wagner en su Autobiografía: “[…] Lo que me hizo perder mi juventud, lo que acabó hundiéndome cada vez más en el fango fue el hecho de sucumbir al onanismo… se me notaba […] Todo el tiempo escuchaba alusiones. Una vez encontré frente al espejo: ‘¡levántate, juerguista!’ […] La vergüenza y el pesar me mantenían en una depresión constante…” [Las cursivas son nuestras][12].
La visita a un neurólogo que intentará “consolarlo”, como él mismo dijo, y minimizar los motivos de su culpa, provocarán en él un gran enojo.
Gaupp va situar en relación a este momento los primeros síntomas de la enfermedad, más específicamente señalará que empieza a asomar allí el síntoma de “significación personal patológica”[13], que cobraría consistencia más adelante y que habría de “fecundar” su delirio.
Durante esos años el joven Wagner vivirá atormentado por el autorreproche, ligado a la presencia compulsiva de su onanismo, y en la convicción de que “los demás se daban cuenta”, “se le notaba”. Así hasta sus 26 años.
La primera inflexión en el trabajo de su psicosis
La autoacusación de Wagner adquirirá nuevos ribetes cuando otra cuestión venga a tomar el relevo del onanismo al que originariamente quedaba ligada, cobrando ahora el estatuto de certeza. A sus 26 años, cuenta Wagner, empieza a cometer ciertos actos de zoofilia. Prácticas de bestialismo que permanecerán en estado de enigma, ya que jamás quiso decir en qué consistían, y frente a lo cual no dejaría de atormentarse por una culpabilidad que invadía su vida de desazón y desesperación, a punto de asociarse a este particular autorreproche sus ideas e intentos de suicidio, los cuales precedieron su plan criminal.
También a estos actos de zoofilia se anudarían de inmediato los mismos síntomas que habrían surgido en relación al onanismo: tenía la certeza de que los demás se daban cuenta, sabían de estos actos y hablaban de él burlándose y difamándolo. Esto surge inmediatamente después de haberlos cometido. Decía Wagner que, por aquel entonces, llevaba siempre un revolver en el bolsillo, ya que si alguna autoridad venía a detenerlo por su “delito sexual”, él se pegaba un tiro. Desde ese momento Wagner habría vivido en la certeza de que los demás aludían a él en sus risas y miradas, en sus cuchicheos y murmuraciones, en torno a estas acciones cargadas de reprobación y burla. Vivió perseguido y atormentado por estas supuestas habladurías.
El psiquiatra alemán E. Kretschmer, discípulo de Gaupp, retomará el caso Wagner, vinculándolo al delirio del masturbador: “[…] el pecado sexual exageradamente sobrevalorado se elabora en el sentido de la insuficiencia vergonzante, y se invierte en delirio de referencia”[14]. Delirio sensitivo de referencia, según los propios términos del psiquiatra, que pone claramente de manifiesto ese “pegoteo imaginario” en el cual consiste la paranoia: “Es la voz que se sonoriza, la mirada que se vuelve prevalente, es un asunto de congelación del deseo…”[15]
Después de cierto tiempo Wagner deja embarazada a la hija del tabernero. En ese pueblo pequeño, en el que vivía, la noticia llega rápido a la escuela donde él trabajaba y se decide su traslado a una localidad cercana –de Mühlhausen a Radelstetten–. Un año después, ya nacida su primera hija, Klara, él se casa con esta mujer, por “obligación moral”. Nunca la quiso, así como tampoco quiso tener a ninguno de sus hijos. No se cansará de repetir sobre todo esta última afirmación. Así, en una carta a su cuñado, escrita días antes de sus crímenes, y depositada junto a las demás cartas en el correo luego de asesinar a su familia, dice:
“A los niños nunca quise tenerlos, no quería tener ni uno solo. Cuando pienso que algún día hubiera podido irles la mitad de mal que a mí, considero que muertos están perfectamente protegidos y a buen recaudo”[16].
Wagner afirmaba que, al contraer matrimonio, sus prácticas de zoofilia habían quedado atrás hacía bastante tiempo. Sin embargo, esto no modificará en nada la fuerza de actualidad que cobraba su autorreproche, al cual se ligaba indisolublemente la persecución que sufría a causa de las alusiones y habladurías, que él atribuía a los habitantes de Mühlhausen.
El delirio de significación personal adquiría entonces otra consistencia, en la medida en que localizaba más claramente a su perseguidor: “los habitantes de Mühlhausen” o, como también él diría, “el pueblo causante de mi desgracia”.
Wagner pasa todo este período de su vida muy atormentado por sus autorreproches y perseguido por dichas alusiones. En determinado momento –habiendo nacido ya sus cuatro hijos– se va de su casa con el firme propósito de suicidarse. Vuelve abatido por la incapacidad de llevar a cabo este acto. No obstante, sus ideas de suicidio habían comenzado mucho antes. Consignemos, por el momento, algo que él sostenía ya a sus 18 años, haciendo suyas las palabras de Edipo: “Lo mejor sería no haber nacido, y si se nace, haber llegado rápido a la meta”[17].
Una vez producido el desencadenamiento, podríamos distinguir tres momentos en el trabajo de su psicosis. Un primer momento vinculado a la irrupción del onanismo y sus primeros trastornos, un segundo momento donde acontecen sus supuestos actos de zoofilia, dando lugar a una primera inflexión en dicho trabajo, donde cobra un nuevo estatuto el delirio de significación personal; y, un tercer momento, a partir de una segunda inflexión[18]. De este último período, en el que se suceden unos tras otros los embarazos de su mujer, Wagner dirá: “Ella estaba embarazada de hijos, yo de pensamientos asesinos”.
Segunda inflexión en el trabajo de su psicosis: la confesión y la planificación del acto
Luego del retorno de aquel viaje en el cual habría intentado suicidarse, y meses después de la muerte de su quinto hijo al poco tiempo de nacer, se producirá un viraje en Wagner que la psiquiatría clásica reconocería en la figura del perseguido–perseguidor. Viraje del que tendremos el más vivo testimonio en tanto coincide con el comienzo de la escritura de su Autobiografía[19], que será, al mismo tiempo, la planificación de su acto criminal. Curiosa manera de empezar a contar-se[20] en una historia.
Así comienza su Autobiografía:
“De entrada quiero hacer esta confesión: soy zoofílico[21]. Pues nada, dicho está, y no me apetece seguir hablando del asunto; vuestra lubricidad no contrapesa un solo minuto de autodesprecio…”[22]
Destaquemos que esta autoacusación estará siempre revestida de hermetismo, cerrada –umbilicada– sobre sí misma, conectada con algo informulable para Wagner: él se negará siempre y contundentemente a especificar o dar detalles de estos actos, así como a revelar el contenido de las alusiones de que fuera objeto y que referían, como sabemos, a los mismos. Éste será su secreto inconfesable, el cual se llevará a la tumba[23].
A Gaupp no dejaba de llamarle la atención el misterio que rodeaba esta inamovible afirmación de Wagner. Se preguntaba si los actos habrían sido realmente cometidos o sólo eran el producto de su imaginación. Finalmente, los situará como actos perversos, a los cuales el onanismo habría preparado ya el camino. Apenas cometido el delito sexual, como lo llamaba Wagner, sentirá que “se le notaba”, que los demás “se daban cuenta”.
Dice Gaupp: “debemos considerar que inmediatamente después de la comisión del delito –sexual– se produjera una profunda transformación en la conciencia del acusado: la percepción del mundo exterior es falseada bajo los efectos de un sentimiento exacerbado de angustia y culpabilidad”, “Wagner empezó a proyectar hacia afuera la angustia y los remordimientos que lo atormentaban”[24].
Consideramos nosotros, más bien, que tras esa férrea afirmación –más allá de la comisión efectiva de tal acto de zoofilia– se esconde una certeza de orden delirante ligada al horror al incesto, al nudo de serpientes que supone el magma indiferenciado de los lazos de parentesco, como efecto de la forclusión del nombre del padre. Aquella irrupción de goce –momento de desencadenamiento de su psicosis– en el despuntar tardío de su desarrollo sexual, y el onanismo concomitante, se anudarán –según nuestra lectura– a la convicción delirante de haber cometido un delito sexual atroz.
Dice Wagner: “Mis delitos sexuales me han parecido siempre algo horrible. Puede que las habladurías y cuchicheos de los habitantes reforzaran todavía más esta idea de haber hecho algo atroz, pero seguro que no la provocaron. A mediados de mi estancia en Radelstetten, es decir entre 1904 y 1908, cuando no percibía ningún tipo de burlas o acosos a mi alrededor, me despertaba cada mañana pensando en ello. Y me decía: aunque nadie supiera nada, deberías sentir vergüenza de haber hecho todo eso y suicidarte. Y la idea de que los habitantes de Mühlhausen sabían algo jamás me abandonó del todo, ni siquiera durante los tranquilos años que pasé en Radelstetten. Tenía un miedo constante por mis hijos, miedo de que hubieran heredado mis tendencias inmorales bajo una forma todavía peor, si cabe. Cierto es que no advertía nada raro en ellos. Pero yo mismo y toda mi familia éramos, a mi juicio, gente degenerada. Nunca me he sentido totalmente a gusto en mi cuerpo, he padecido muchas jaquecas y neurastenias, y la neurastenia es peor que todas las otras enfermedades”[25].
Wagner calificará su onanismo y su zoofilia como “actos contra natura”. Una vez cometido sus crímenes, dirá que “se había apaciguado por completo su impulso sexual” y que ahora se sentía “totalmente puro”[26].
Pero lo fundamental del viraje que señalábamos, como segunda inflexión en el trabajo de su psicosis, está cifrado en ese anudamiento de su autobiografía con la planificación de su acto criminal, que incluía su propia muerte, y al cual llamaría su “gran obra”: “Quiero ponerme a trabajar como quien realiza una tarea cotidiana. Perspicaz deberá ser mi ojo, seguro y sereno mi brazo, para disparar, apuñalar y golpear […] Quiero obligar a mi brumoso cerebro a pensar sólo en las exigencias del momento […] No deberá faltar la voluntad de destruir, […] el hombre ha de tener suerte, sobre todo el ‘asesino’ […] Y cuando haya realizado la gran obra, me gustaría entonar una canción neroniana y morir”[27].
Viraje, por tanto, de sus ideas e intentos de suicidio hacia la planificación del asesinato-suicidio[28]. Punto donde situamos esta inflexión a partir de la cual su paranoia deviene locura parricida.
¿Qué lo habría llevado a Wagner a este callejón sin salida? ¿Qué sabemos de Wagner, de su historia familiar, de su historia en tanto hijo?
Referencias de su historia familiar
Wagner fue el noveno de diez hijos. Cuatro de sus hermanos murieron a edad muy temprana: el cuarto, el séptimo, el octavo y el décimo[29].
De la madre de Wagner dirá Gaupp lo siguiente: “Sobre su madre sabemos algo más por las actas. Parece haber sido una mujer frívola que, tras la muerte del marido, no tardó en mantener relaciones sexuales con otros hombres y, en febrero de 1877, es decir a los cinco meses de morir su marido, se casó con B., un campesino, aunque ya por entonces esperase un hijo de P.[30], un guardavías casado que vivía en E. Parece ser que por aquel tiempo también mantuvo relaciones con W., un mesonero […]. B. impugnó el matrimonio ya en marzo de 1880 […], por adulterio de la mujer. En el expediente del divorcio se lee que la mujer pasó una temporada deprimida y quiso quitarse la vida cuando B., su segundo marido, intentó repudiarla. […] El propio asesino llegó a contarme que su madre tenía más bien una concepción melancólica y pesimista de la vida, así como recelo y animadversión hacia los tribunales y las autoridades […]”[31].
La madre de Wagner muere, “de un infarto o una apoplejía”[32], cuando él tiene 28 años.
Así sintetiza Gaupp su propia investigación sobre la historia familiar de su paciente:
“Estas constataciones nos permiten, pues, deducir claramente que en la familia del acusado había habido varios casos patológicos. Dos hermanos de la madre eran enfermos mentales, la madre misma era neurasténica y moralmente voluble, padecía de migrañas y tenía un temperamento melancólico y, al parecer, proclive a padecer vagos delirios persecutorios: el padre era veleidoso, inclinado a la bebida, presuntuoso e insatisfecho”[33].
A su vez, también nos transmite la posición de Wagner en torno a esta pesquisa de su psiquiatra:
“El propio Wagner no proporcionó mucha información sobre estos parientes. Sabía muy pocas cosas de ellos y se negó a hablar de su madre en términos desfavorables; le indignaba que se rastrearan cosas tan lejanas ya en su pasado. También le parecía erróneo cualquier intento por descargar una parte de culpa sobre sus antepasados cuando creían descubrir en él alguna tara hereditaria. Se burlaba de los criterios modernos que pretendían responsabilizar a los antepasados de un individuo de cualquier tara que lo aquejase. Se veía obligado a rechazar de plano, decía, que buscaran en sus padres los motivos de su conducta. Por otro lado hacía hincapié en que tanto él como toda su familia constituían una estirpe enfermiza que debería desaparecer de la faz de la Tierra. Todos eran, según él, neurasténicos, aunque la debilidad y la enfermedad eran las ‘mayores taras'” [La cursiva es nuestra][34].
Se destaca en lo anterior cierto punto de controversia entre la teoría hereditaria del psiquiatra y la fuerte oposición de su paciente a descargar la responsabilidad en sus antepasados. No obstante, la teoría –delirio– de la estirpe enfermiza de Wagner viene más bien a coincidir con aquélla, dejando en nosotros abierta la pregunta, desde otras coordenadas, por el campo paranoico en que esta psicosis cobró forma. Tomemos, por el momento, algunos extractos de su Autobiografía y escuchemos al propio Wagner en el relato de su historia. ¿Qué nos dice de su madre y de él mismo?:
“En general a una edad muy temprana empecé a aborrecer a la autoridad en general y a sus representantes. Mi madre me decía que los alcaldes y los jueces sólo ayudan a la gente rica y torturan a los pobres […]. Estaba firmemente convencido de que los jueces y todos los abogados eran unos pillos. Y aborrecía a los ricos. Es cierto. Habría poca gente que nos tuviera afecto. El ‘hijo de la viuda’ era algo que escuchaba a menudo en la calle, incluso en boca de gente mayor, y en la voz no se advertía el menor asomo de compasión”[35].
Continúa Wagner:
“Por mucho que respete la memoria de mi madre y lamente haberle causado pocas alegrías y muchas preocupaciones, permítaseme decir que fue en gran parte la culpable del ensombrecimiento de mi espíritu. Ella lo veía todo desde el ángulo más sombrío, y con su matrimonio no se marcó ningún tanto. Su marido murió dejando hijos y deudas (no quiero que se diga esto de mí)…”[36].
Efectivamente, antes de su pasaje al acto, se preocupó muy bien de no dejar ninguna deuda, además de ningún hijo.
Respecto de su padre, ¿qué le llegaría al niño Wagner de boca de su propia madre? Nos dice:
No conocí a mi padre, que murió cuando yo tenía dos años. Es muy poco lo que he oído sobre él, pero ese poco no me permitió forjarme una imagen paradigmática de su persona. Mi madre decía que fue una suerte que muriera. Muchas veces lo he maldecido por haberme traído a este mundo. Pero para que no se anoten demasiadas deudas en su haber juzgando al palo por la astilla, quisiera decir que lo único malo que se comentaba de mi padre, era: ‘Jacob W. era un hombre presuntuoso y descontento, al que más le valdría ocuparse de las labores del campo que pasarse la vida bebiendo cerveza’. Que cada cual juzgue si este es también mi caso” [La cursiva es nuestra][37].
Notemos allí esta función de la escritura a partir de la cual se apela a un Tercero –el lector, en este caso– que juzgue. Pero que juzgue precisamente ¿qué?: el lazo filiatorio entre el palo y la astilla.
Wagner escribía en su Autobiografía que la mayoría de la gente eran hijos de la embriaguez y la estupidez, que eran hijos no deseados.
Wagner hijo también frecuentaría la taberna. De hecho, decía que sus actos de zoofilia fueron cometidos en estado de embriaguez. Las alusiones que lo atormentaban –cuchicheos, risas, miradas…–, siempre emanadas de hombres, se asociarían muchas veces a la taberna.
Retomemos ahora cada uno de los motivos esgrimidos por Wagner en relación a sus crímenes, los cuales, según creemos, pueden guiarnos en la dilucidación de este acto loco.
La venganza
Sólo después de haber consumado su pasaje al acto homicida, Wagner dejará de sentirse atormentado y perseguido por las murmuraciones de “los habitantes del pueblo de Mühlhausen”. La venganza habría sido uno de los motivos de sus crímenes, convirtiéndose así de perseguido en perseguidor. Vemos allí cómo el “delirio de significación personal” –o, “de referencia”, según lo bautizará Kretschmer, discípulo de Gaupp–, bajo un matiz claramente reivindicativo, se anuda al acto y funciona como empuje al mismo.[38].
Para Gaupp se trata, en Wagner, de un delirio de persecución crónico y sistemático en el que interviene fundamentalmente la “significación personal patológica”, basado en la creencia en estas alusiones relacionadas con una supuesta falta sexual de su juventud.
¿Cómo podemos situar nosotros este crimen?
Wagner localiza claramente en “los habitantes de Mühlhausen”, “sus únicos y verdaderos difamadores”, la imagen de una Alteridad, o de una Referencia[39] en términos de Legendre, que se torna persecutoria. “Habitantes de Mühlhausen”, a los cuales también nombraría como “el PUEBLO causante de mi desgracia”.
¿Qué rostro, qué imagen tiene para él esta Alteridad persecutoria hacia la cual dirige su venganza? En una de sus cartas enviadas al periódico y dirigida a su Pueblo, dice:
“¡A MI PUEBLO!”: “[…] hay demasiada gente en este mundo; habría que matar ahora mismo a la mitad, no merece ser alimentada porque su cuerpo es malo […], ¿de dónde viene la miseria? En mi opinión nadie lo podría decir mejor que yo. Viene de las prácticas sexuales antinaturales. El género humano actual está enfermo de sexo […]. He tenido que sufrir mucho, he sido objeto de las mofas y acosos de gente vulgar. Podría decir una serie de cosas sobre la insondable infamia de los hombres, si no creyera que al hacerlo me pondría a mí mismo en ridículo […] ¿que os escandaliza mi pecado? ¡Vaya mentira! ¡Os ha procurado la mayor de las alegrías! ¡Ha sido una golosina para vuestra inmunda trompa!” [La cursiva es nuestra] [40].
Wagner abrigará, por tanto, la convicción de ser el objeto de goce en la “inmunda trompa” de este perseguidor, de este Otro gozador. Père-secuteur, como escribe muy atinadamente Maleval[41].
Sin embargo, si bien podemos reconocer algo del orden de esta Referencia en la imagen del Pueblo de Mühlhausen, que se torna emblemática para Wagner, esto aún no termina de situar para nosotros el nudo último de este acto parricida. Para ello debemos internarnos en la otra faceta de su acto: el crimen de su familia, “por compasión”. Al mismo tiempo que preguntarnos si el delirio de Wagner se halla solamente “fecundado” por estos “síntomas de significación personal patológica”, como puntúa Gaupp, o si alguna otra certeza delirante viene allí a constituirse en su piedra basal, en el núcleo primordial de este delirio.
El crimen por compasión
Wagner dice que mata a su familia por compasión, por las burlas que reciben él y su familia, debido a los actos que cometió. Pero, precisamente, dada la relevancia que cobra para él su supuesto “delito sexual”, podríamos conjeturar que en el meollo de esta compasión anida otra certeza más fundamental y, quizás, la línea de fuerza más importante de su delirio.
Wagner escribía lo siguiente en su Autobiografía:
“Adiós pues vosotros que me habéis querido y detestado. No me voy de buen grado, pero es preciso que me vaya. También es preciso que me lleve a los míos. Mi mujer podría seguir con vida ¿pero cómo podría yo matar a los niños? –ella no lo permitiría–. Además será mucho mejor para ella no sobrevivir. Mataré a los cinco por compasión. Dentro de mil años regresaré tan virtuoso que no me reconoceré…” [La cursiva es nuestra][42].
Con los años, Wagner reblandeció su odio hacia los habitantes de Mühlhausen, pero jamás se arrepintió en lo más mínimo de haber matado a sus propios hijos. Así, en 1919, seis años después de cometidos los crímenes, escribía:
“Mi estado anímico ha mejorado considerablemente. Si estuviera en mis manos haría revivir a los vecinos de Mühlhausen que he matado. Pero mis hijos deberían permanecer muertos. Ya que me produce un gran dolor pensar que podrían sufrir aunque sea una mínima parte de lo que he sufrido yo […]. La muerte de mi familia sigue siendo, hasta hoy, el mayor consuelo para mi miseria. Mis hijos eran como yo, así que ¿qué podían esperar de la vida?”[43]
Wagner decía provenir de una “estirpe enfermiza”, construyendo de este modo su propia genealogía, en la cual reina la indiferenciación y la continuidad: todos serán iguales –o peor–, en cuanto a la degeneración y la inmoralidad. Y será este núcleo de su delirio, la idea de “la estirpe enfermiza”, el que obrará en el empuje hacia su acto loco: su misión con la humanidad era la de eliminar a los débiles y enfermos, él se llamaba “salvador de los justos” y “ángel exterminador”.
¿Qué intenta matar el parricida?, se pregunta Legendre. El parricida, nos dice, intenta impugnar la Referencia, el fundamento del que surge la idea de paternidad.[44] Mata a una Referencia que impide operar al principio separador[45].
Wagner hacía directamente responsable a su padre de lo que él llamaba “la estirpe enfermiza”, la degeneración a la que no escapaba nadie de su familia. La “estirpe enfermiza” tenía, podríamos decir, parafraseando aquí al cabo Lortie, el rostro de su padre –y de quien Wagner no tendría, recordémoslo, “una imagen paradigmática”–. La idea de la “estirpe enfermiza”, a la cual pertenecía, cobra en él el estatuto de certeza, anudándose a ella la imagen no paradigmática de su padre, y es a partir de esto mismo que podríamos situar esta locura como parricida.
La degeneración era, según su delirio, el rasgo filiatorio a esta “estirpe enfermiza” y la zoofilia –entendida como degeneración– se constituía en la prueba de pertenencia a este linaje[46]. Claro que esta construcción de su delirio es al mismo tiempo la denuncia del fracaso de ese proceso filiatorio que intenta restituir: la “degeneración” va de la mano de la indiferenciación del sujeto. Por lo demás, a aquel “delito sexual”, piedra angular de su delirio, se anudaba su inexorable e indesarraigable autoacusación –cuestión a la que ya volveremos–.
Legendre se preguntará cómo se puede matar la Referencia, ya que no se pueden matar palabras. Se mata la Referencia matando la imagen de la misma, un objeto al que se habría promovido al rango de imagen, de efigie viviente de dicha Referencia: “La locura es una confrontación con las imágenes […]”, “sobre el terreno de los emblemas, tan importantes para las prácticas identificatorias, la locura también juega su partida”, “un loco es aquel que dispone soberanamente de los emblemas, […] es un maestro de los emblemas”[47].
Wagner tenía la certeza de que no sólo él, sino toda su familia era “gente degenerada”, temía que hubieran podido heredar la mismas “tendencias inmorales”, incluso bajo una forma aún más aberrante, e “ir contra natura era el más grande de todos los crímenes”[48]; por ello se sentía en la obligación –“es preciso que…”– de asesinar a sus descendientes–[49]. Ataca de este modo el lazo filiatorio mismo, mata a sus hijos y quiere matarse él, como representantes de la estirpe, como la imagen misma de la “estirpe enfermiza”. La “estirpe enfermiza”: he aquí el nuevo rostro de la Alteridad, el cual “es preciso que” él elimine de la faz de la Tierra. Rostro que, más directa que emblemáticamente, se reflejaría en la imagen de sus hijos –y de toda su familia: sus hermanos–. Él tenía la firme convicción de que sobre la familia Wagner pesaba una maldición, de ahí su plan homicida/suicida, y su deseo de que sus otros hermanos y hermanas se quitaran igualmente la vida: “Todo el que sea un Wagner y lleve este apellido está condenado a la desgracia. Todos los Wagner deben desaparecer, todos deben ser redimidos”[50], “hay que cortar de raíz la mala hierba”[51].
En el relato mítico de la Biblia sobre el crimen de Caín podemos leer un comentario que no carece de interés. Se dice allí que al matar a su hermano Abel, Caín mata a un hijo con toda su descendencia.
Un parricida, dice Legendre, es un hijo que mata a un hijo y con él “a toda su descendencia”[52]. El parricida en su acto “mata a todo el mundo, incluido él mismo”[53]. Paradójicamente, en este acto, el parricida busca reivindicar, restaurar al Padre con mayúsculas[54].
El delirio de persecución de Wagner localizaba en “el Pueblo causante de su desgracia” la imagen misma del perseguidor. Pero “su indignidad melancólica”[55] no sería menor. Por el contrario, dicha posición subjetiva constituyó lo más profundamente indesarraigable, cifrándose en atormentadores autorreproches relativos a su delito sexual, vía por la cual se sostiene su argumento delirante de pertenencia a una “estirpe enfermiza”: la zoofilia le proporcionará una constatación, una prueba de pertenencia a este linaje enfermizo que hay que borrar de la faz de la Tierra[56]. Recordaremos, en ese sentido, algunas de sus afirmaciones ante el juez instructor y en entrevistas con Gaupp, luego de cometido su acto loco: “aunque nadie hubiera sospechado nada de mis delitos sexuales, yo habría perdido de todas formas mi autoestima, pero no hubiera, eso sí, llegado al crimen”[57], “quizá sea ridículo, pero el ser humano es así: transfiere el odio y la cólera provocados por su delito al lugar donde lo cometió”[58], “en este momento ya no siento odio por los habitantes de Mühlhausen, siento esas muertes, pero no me arrepiento en absoluto de la muerte de mis hijos”.
Lógica de este acto loco
¿Cómo precisar la lógica de este acto parricida, cuya particularidad es la de asestar un doble golpe a la Referencia o, si se quiere, mata dos veces a la Alteridad?
Por un lado, el golpe recae sobre la imagen que toma esta Alteridad en el Pueblo de Mühlhausen –mera proyección de su autoacusación– y, por otro, aún más fundamental, recaerá en la imagen de la estirpe enfermiza que Wagner ve reflejada en sí mismo tanto como en sus hijos, y hermanos. Juego mortífero de espejos detrás del cual se perfila, oscuramente, el “rostro de su padre”, a quien él haría responsable de la degeneración[59]. Rostro desconocido, azogue del espejo.
Wagner no sólo maldice al padre por haberlo hecho nacer, sino que hablará en términos de “maldición de la herencia”. Solía mencionar a Edipo como su compañero de infortunios[60].
Convicción en la continuidad sin falla y la transmisión de una identidad de la que sólo se puede escapar con el exterminio de toda la descendencia. Genealogía delirantemente construida. Decía Wagner: “Tenía un miedo constante por mis hijos, miedo de que hubieran heredado mis tendencias inmorales bajo una forma todavía peor, si cabe. Cierto es que no advertía nada raro en ellos. Pero yo mismo y toda mi familia éramos, a mi juicio, gente degenerada…”[61]
En este orden delirante de filiación el tú invocante está forcluido, en su lugar sólo aparece la tercera persona: él, objeto de las habladurías y alusiones. Objeto también de una continuidad sin apelación, sin diferencia y sin réplica posible del sujeto. Desde muy tempranamente nombrado como “el hijo de la viuda”, “él”, en boca de otros, sintiéndose desde entonces despreciado; objeto más tarde –por su propio “delito sexual”– de murmuraciones y burla; pero también, tal como lo dijera el mismo Wagner, cuando él se despreciaba se trataba en tercera persona.
Certeza inamovible en torno a esta idea de la “estirpe enfermiza” que, curiosamente, viene a superponerse con la teoría de la degeneración que sostendría Gaupp en relación a Wagner:
“[…] La madre era una degenerada en el sentido psiquiátrico del término […]. Podemos afirmar que Wagner heredó las taras mentales de sus padres […]”. Y cuando hace mención a los sueños angustiantes y aterradores que habría padecido Wagner, dirá que “son frecuentes en los degenerados congénitos”[62].
¿Cómo podría Gaupp, munido de este instrumento teórico –Teoría de la degeneración–, siquiera sospechar que detrás de esta idea de la “estirpe enfermiza” se podría esconder lo más inquebrantable de la certeza delirante de Wagner? Tan fuerte, o tal vez más, que su certeza en las alusiones y las difamaciones atribuidas a los habitantes de Mühlhausen.
Cuando la psiquiatría habla de herencia, está remitiendo, desde siempre, y más aún hoy, a la biología. Para el Psicoanálisis la noción de herencia es de sustancial importancia, pero remite a algo radicalmente diferente. La herencia para el Psicoanálisis tiene que ver con la transmisión de la ley y la castración simbólica: nudo filiatorio que funda la posibilidad del sujeto del inconciente, articulándose al enigma del deseo del Otro. Los significantes en función de significantes del nombre del padre son el soporte de dicho mecanismo filiatorio.
Hemos situado, sin renunciar a esta precisión diagnóstica de Gaupp, una certeza que viene a trazar más fuertemente el surco de este delirio: “la estirpe enfermiza”, poniendo con ello paradigmáticamente de relieve la necesidad de todo sujeto de un acto, de palabra o fuera de ella, que venga a instituirlo en tanto sujeto filiado, enlazado a la cadena de las generaciones. Así, trágicamente, la estirpe enfermiza –y su prueba de pertenencia por la zoofilia– es a Wagner, lo que Dios o el Sol –y la correspondiente prueba de linaje– era a Schreber[63]. Si la metáfora delirante no es suficiente para proveer al sujeto psicótico de un surco más ordenador de su posición subjetiva, estará siempre la posibilidad y el riesgo de un acto fuera de la palabra, más allá de su eficacia –incluso delirante–, en el intento de restituir tal función subjetivante.
Sujeto del goce y paranoia
Intento filiatorio, sea por la vía de la metáfora delirante, sea por la trágica vía del acto loco, que supondrá una cierta posición del sujeto en relación al goce. Lacan alude a la posibilidad de una definición más precisa de la paranoia, si la pensamos en términos de sujeto del goce, en tanto desde dicha posición subjetiva el goce queda localizado en el lugar del Otro. El Otro, persecutorio –père–secuteur–, juega en la paranoia su papel fundamental.
El delirio, entonces, se define no sólo por una convicción inquebrantable, sino porque la misma se articula al goce, es una certeza de goce. Maleval, siguiendo en esto a Colette Soler, caracteriza el delirio como “un proceso de significantización”, mediante el cual el sujeto consigue elaborar y fijar una forma de goce aceptable para él o, en todo caso, menos inaceptable[64]. El delirio de Wagner se habría revelado totalmente insuficiente para este fin.
¿De qué está enferma “la estirpe enfermiza”? Wagner decía saberlo mejor que nadie: de sexo. Paul Elouard escribió, a propósito de una parricida célebre, Violette Nozière, quien mata a su padre incestuoso, un bello poema donde hablaba de la necesitad de cortar en ese acto parricida el “nudo de serpientes” que supone la no-diferenciación como consecuencia del incesto. Podemos decir entonces que, donde no hay “nudo filiatorio”, habrá “nudo de serpientes” –magma indiferenciado–. Wagner hablaba de las sierpes venenosas que debía exterminar. En el acto parricida, el hijo pide al padre el límite. Todo padre debe el límite –castración simbólica– a su hijo. Esta fue la deuda fundamental que el padre de Wagner deja impaga en relación a su hijo, impidiendo a este último la construcción del propio camino de la castración y la deuda simbólica. Consumado su acto, Wagner dirá que su impulso sexual se había apaciguado y que ahora se sentía “totalmente puro”.
Decía Wagner en el momento más encendido de su locura, cada vez más cerca de su acto loco, en la Tercera parte de su autobiografía, lo siguiente: “mi ley y mi evangelio son: ‘destruid la vida’, ‘¡Matad!’…” Cuando el asesinato del padre, instaurador de la ley y la subjetividad, no se cumple en el nivel simbólico de la palabra y la representación mítica, habrá de retornar, entonces, como imposición del superyó en lo real: “¡mátalo!”
- Gaupp, R., El caso Wagner, Ed. Asociación Española de Neuropsiquiatría, España, 2001, p. 12.↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 143.↵
- Ibíd., p. 122.↵
- Ibíd., p. 158.↵
- Ibíd., p. 168.↵
- Ibíd., p. 159 y 160.↵
- Ibíd., 150.↵
- Ibíd., p. 11 n.12.↵
- Ibíd., p. 157.↵
- Ibíd., p. 13.↵
- Lacan, J., El Seminario. Libro IV – La relación de objeto, Ediciones Paidós, Buenos Aires, 2010, p. 260.↵
- Gaupp, R., El caso Wagner, Op. Cit., p. 47.↵
- Neisser, psiquiatra alemán, es quien introduce esta noción. Lacan hace referencia al mismo en su tesis: “Neisser encuentra el síntoma primitivo de la paranoia en experiencias de significación personal”. Lacan, J., De la psicosis paranoica en su relación con la personalidad, Siglo Veintiuno, México, 1976, p. 126. ↵
- Citado por Claudio Godoy en La paranoia en la enseñanza de Lacan, Ed. por CID Bogotá, Centro de investigaciones y docencia en Psicoanálisis, 2004, p. 19.↵
- Lacan, J., Seminario R.S.I., Clase 8 de abril.↵
- Gaupp. R., Op. Cit., p. 150.↵
- Ibíd., 42.↵
- Surgirá mucho después, ya confinado en la internación psiquiátrica, un cuarto momento en el trabajo de su psicosis cuando aparece en su delirio la cuestión judía.↵
- Hasta el momento, Wagner sólo había escrito –y seguiría escribiendo– tragedias. Su escritura cobra ahora otro estatuto.↵
- Contar como relato, historia, pero también contar, en tanto cuenta generacional. ↵
- En su lengua: “Ich bin Sodomit”. En la introducción al texto citado de Gaupp, José María Alvarez nos aclara que el sustantivo Die Sodomie nombraba en la literatura psiquiátrica de la época tanto las prácticas perversas de zoofilia como la homosexualidad. Wagner se refería a la zoofilia. ↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 73.↵
- Este hombre trágico, autor de esta devastadora tragedia, a su vez autor de tragedias literarias, parece una vez más ponerse en la piel del personaje trágico, e invocar, en ese silencio, aquel de Áyax. Una vez cometido su acto loco, nos recuerda Legendre, este último se mata diciendo en su desesperación: “Lo demás, iré a contárselo a las sombras” –Cf. Legendre, P., El crimen del cabo Lortie. Tratado sobre el Padre, Op. Cit., p. 75–. Claro que, a diferencia de Áyax, este silencio se plantea no tras el acto loco, sino como punto de partida en la planificación del mismo, que viene a coincidir con la escritura de su autobiografía. ↵
- Gaupp., R., Op. Cit., p. 202.↵
- Ibíd., p. 190.↵
- Ibíd., p. 12 y 13.↵
- Ibíd., p. 69.↵
- Para Kretschmer, la singularidad de este caso remite al modo en que se entrelazan la culpa y el delirio de referencia con la megalomanía y el pasaje al acto homicida, desembocando en una “acción liberadora”: a través de una violenta catástrofe externa intenta dar solución a un tormento íntimo (Cf. Godoy C., Op. Cit., p. 19).↵
- Él quedará así situado en la cuenta de sus hermanos entre tres muertos.↵
- Hijo que muere al poco tiempo de nacer.↵
- Gaupp, Op. Cit., p. 37 y 38.↵
- Ibíd., p. 37.↵
- Ibíd., p. 39.↵
- Ibíd., p. 39.↵
- Ibíd., p. 44.↵
- Ibíd., p. 44.↵
- Ibíd., p. 37.↵
- ¿Difiere esto, al mismo tiempo, su otro acto: el suicidio? Dejemos abierta esta cuestión↵
- Pierre Legendre dilucida, a través de claras nociones, y retomando plenamente la letra freudiana, la lógica del parricidio, a la que se adscribiría el acto loco homicida. Una de esas nociones claves remite a la “Referencia”, punto de tránsito obligado para acceder a una reflexión profunda sobre este último: “Ese punto de tránsito es la Referencia dogmáticamente construida, de la que procede el sistema de filiaciones en una cultura determinada y la que da al homicidio su sentido último. Pantalla en la que se diseñan ritos y discursos mitológicos tan opacos como los sueños: así se proponen a la humanidad las construcciones de la Referencia. […] Las grandes prohibiciones se fundan y despliegan sus efectos no sólo mediante enunciados jurídicos explícitos, sino más comúnmente mediante formas y puestas en escenas que tienen por característica desbordar la palabra”, manejar “lo inhablable”. Esto supone, por tanto, la puesta en escena mítica de la Referencia absoluta, soporte de la ley simbólica, lugar Tercero que excede a cualquier padre particular, que está sobre él, y al cual debería subordinarse, haciendo de ese modo efectiva la transmisión de la ley al hijo. La forclusión del nombre del padre supone el fracaso de este proceso filiatorio, la no transmisión de la ley simbólica, y en el acto loco homicida –vinculado en este caso, a su vez, con la psicosis– el sujeto entabla una relación directa con la Referencia –enferma–, en lugar de mantenerla a distancia, llevando a cabo el acto que, en su dimensión mítico-simbólica no ha tenido lugar. El parricidio, homicidio de la Referencia, es la subversión de aquella construcción. Cf. Legendre, P., Op. Cit., p. 25 y 26. ↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 148.↵
- Maleval, J. C., Lógica del delirio, Ediciones del Serbal, España, 1998, p. 118.↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 72.↵
- Ibíd., p. 12 (Introducción de José María Alvarez).↵
- Legendre, P., Op. Cit., p. 35.↵
- Ibíd., p. 143.↵
- Comparable quizás a la ordalía en Schreber.↵
- Legendre, P., Op. Cit., p. 71.↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 12.↵
- Es interesante la noción de “suicidio ampliado” con la cual Gaupp caracteriza este pasaje al acto homicida de Wagner. Veremos más delante de qué modo se entroncaría a la lógica misma del parricidio.↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 215.↵
- Ibíd., p. 81.↵
- Cf. Legendre, P., Op. Cit., p. 116.↵
- Ibíd., p. 92, 93 y 136.↵
- Ibíd., p. 158.↵
- Cf. Soler, C., Inocencia paranoica e indignidad melancólica, en Estudios sobre las psicosis, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 1991. ↵
- En otro texto hemos remitido a las diferencias planteadas por Maleval en relación al diagnóstico de paranoia de Gaupp, referido a Wagner. Para aquél, en función del lugar central que ocupaba en su delirio la falta cometida, se trataba más claramente de una posición melancólica. De nuestra parte, consideramos que otra complejidad está en juego, en cuanto a su posición subjetiva, teniendo en cuenta que dicha falta sexual, que da sustento a la autocondena delirante de Wagner, se funda más profundamente en la certeza de pertenecer a una “estirpe efermiza”: es a la vez inocente, dado que la culpa es de la estirpe, del lazo filiatorio enfermo, pero a su vez indigno por pertenecer a ella. Al mismo tiempo, sus querellas contra la estirpe encuentran una vía de proyección en el Otro que se tornará persecutorio –los habitantes del pueblo de Mühlhausen–, conservando para sí el sujeto el lugar del objeto degradado, culpable e indigno. Así, el reproche circula entre el sujeto y el Otro, encontrando su punto de fijación en la identificación del sujeto al objeto rechazado: la melancolía es allí, claramente, el reverso de su posición paranoica. Cf. De Biasi, M. C., Ser nada. Formas clínicas de la melancolía en Psicoanálisis, Letra Viva, Buenos Aires, 2013, p. 44.↵
- Gaupp, R., Op. Cit., p. 214.↵
- Ibíd., p. 212, n.1.↵
- Ibíd., p. 196.↵
- Ibíd., p. 141 y 142.↵
- Ibíd., p. 12.↵
- Ibíd., p. 196 y 197.↵
- Cf. Freud, S., Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber), Op. Cit., p. 74 y 75.↵
- Maleval, J.C., Op. Cit., p. 22.↵