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Emilio Olsson contra la Alianza Cristiana y Misionera

Las misiones de fe y los dilemas de la profesionalización

Paula Seiguer

En noviembre de 1896, el colportor y misionero Emilio Olsson se reunió con la Junta Directiva de la Alianza Cristiana y Misionera (ACM) para proponerle un plan para la evangelización de América del Sur. La Junta contrató a Olsson como su primer superintendente de misiones en el subcontinente. El misionero se lanzó a realizar sus planes. Sin embargo, en 1899 estalló un enfrentamiento escandaloso entre las partes, y, el 1 de julio de ese año, la ACM anunció el despido de Olsson.

El conflicto llevó a una feroz crítica de la política misionera y de los manejos financieros de la Alianza, y nos revela algunos de los dilemas que enfrentaron las grandes empresas misioneras supradenominacionales de fines del siglo xix. Permite también analizar dos cuestiones muy poco trabajadas: las tensiones entre un misionero y la lejana organización que lo enviaba, y el manejo del dinero destinado a las misiones. También muestra el lugar particular que América del Sur tenía en el escenario misionero mundial de expansión protestante en torno al cambio de siglo.

El capítulo presenta primero a los protagonistas, Emilio Olsson y la recientemente formada Alianza Cristiana y Misionera, y al proceso de conformación de la misión en América del Sur. A continuación, describe la secuencia del conflicto, y analiza los motivos de este. Finalmente, busca extraer conclusiones sobre la difícil transición de las misiones de fe en un contexto de creciente profesionalización y burocratización.

Los actores

Según su relato, Emilio Olsson nació en Gothenburg, Suecia, en 1859 (Olsson, 1899a, p. 17).[1] Siendo muy joven, partió para trabajar como marinero. Tenía algún interés superficial por la religión, sin ser demasiado practicante. Durante sus viajes, hizo escala en Malvinas, y allí fue convertido por la prédica del Sr. Ewen, misionero de la organización de Henry Grattan Guinness (Simpson y Olsson, 1897, p. 6).[2] Esta conversión debe ser entendida como el descubrimiento de una conexión personal con Dios, ya que la cuestión denominacional no parece haberle importado nunca. No menciona la iglesia en la que se crio (probablemente la luterana sueca) y trabajó dentro de la estructura de múltiples organizaciones. En 1885 llegó a Buenos Aires, hizo contacto con la iglesia bautista a través de Pablo Besson, e ingresó en ella. Trabajó un tiempo en la Misión a los Marinos, para luego dedicarse al colportaje en el interior argentino, Bolivia, y Chile (Canclini, 2004, pp. 230-231). Se casó con una mujer francesa, una de sus primeras conversas, con la cual tuvo dos hijos (Olsson, 1899a, pp. 27-28). En los años siguientes, hizo varios viajes repartiendo biblias, y terminó instalándose en Chile, donde consiguió trabajo como colportor de la Sociedad Bíblica de Valparaíso (fundada por el congregacionalista David Trumbull) y de la misión chilena de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos, acompañando a diversos pastores (algunos de ellos metodistas) en sus campañas a distintas partes de Chile durante el período 1894-1896 (Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos, 1895, pp. 195-196).[3]

Durante sus viajes, este sueco-sudamericano asociado a diversas iglesias norteamericanas concibió un plan propio de acción, por lo cual hizo un viaje a los Estados Unidos buscando apoyos económicos. Aunque la Junta de Misiones de la Iglesia Presbiteriana fue poco receptiva por razones económicas, es probable que algún miembro de aquella iglesia lo haya referido a Albert Benjamin Simpson (Simpson y Olsson, 1897, pp. 13-16).

Simpson, un canadiense presbiteriano nacido en 1843, había fundado en 1887 dos organizaciones paralelas: la Christian Alliance, dedicada a las misiones dentro de los Estados Unidos, con sucursales locales en donde evangélicos de diversas denominaciones podían reunirse para profundizar su vida cristiana; y la Evangelical Missionary Alliance, solventada por la anterior, dedicada a enviar misioneros que extendieran el protestantismo evangélico en otras partes del globo. Para 1896 ya estaba en marcha la unificación de estas dos ramas de trabajo en la Christian and Missionary Alliance, que se constituyó formalmente en abril de 1897 (Moreau, Netland y Van Engen, 2000, pp. 185, 877).

La Alianza no era una iglesia, sino una organización independiente que reunía a evangélicos entusiastas en pro de la expansión de las misiones. Parte importante de ese entusiasmo derivaba de una teología premilenarista que postulaba que la segunda venida de Cristo estaba cercana, y podía ser acelerada por la presentación del Evangelio a toda la humanidad. La generación actual de cristianos debía cooperar en el establecimiento del reino de Dios sobre la Tierra, llevando misioneros a los más recónditos rincones del mundo (Robert, 1986, pp. 146-149; 1984, pp. 120-125).

El plan desarrollado por Olsson encajaba con la teología y las ambiciones de expansión de la Alianza. Consistía en enviar 100 misioneros a América del Sur para conseguir su evangelización en cuatro años. Olsson calculaba que un misionero podía predicar el Evangelio a unas 100.000 personas por año, repartiendo biblias, organizando reuniones al aire libre de pueblo en pueblo. Suponiendo que la población de América del Sur fuera de 40 millones de personas, 100 misioneros dedicados podrían alcanzar a todos sus habitantes en cuatro años (Simpson y Olsson, 1897). Su conocimiento del terreno le permitiría identificar las localidades ideales para asegurar el acceso de los misioneros a las masas indígenas del interior, receptoras privilegiadas de la misión.

América del Sur tenía un atractivo renovado en los círculos evangélicos de la segunda mitad de la década de 1890. La publicación en 1894 del libro de Edward C. Millard y Lucy E. Guinness The Neglected Continent había popularizado la visión de América del Sur como “el continente descuidado”, erróneamente considerado como cristiano cuando contenía población indígena que nunca había sido evangelizada y católicos nominales que nunca habían tenido acceso a la Biblia (Millard y Guinness, 1894). El libro provenía además de la organización británica comandada por Henry Grattan Guinness, un famoso predicador irlandés que compartía una afinidad teológica con la Alianza, había sido crucial en la experiencia religiosa del mismísimo Simpson y cuyo misionero había sido responsable por la conversión de Emilio Olsson.[4]

Una vez se acordó adoptar el plan del misionero, la revista de la Alianza destacó su entusiasmo y las buenas referencias de su trabajo previo para asegurar a los suscriptores y simpatizantes de la Alianza de la seriedad de la empresa. En un presagio del conflicto por venir, la revista explicó:

… le hemos dicho a nuestro hermano francamente que no podemos usar ninguno de los fondos actualmente disponibles para obligaciones existentes para inaugurar este nuevo movimiento, sino que debemos depender de contribuciones especiales para este objetivo. Estas ya han comenzado a llegar, y cerca de 3000 dólares han sido prometidos para este trabajo especial.[5]

Sin embargo, la misma revista había afirmado que la mitad de los fondos reunidos durante la convención de los primeros días de 1897, donde Olsson había participado como conferenciante, serían destinados a la misión.[6]

Para encontrar los fondos y los misioneros, Olsson hizo un circuito de predicación y propaganda por las diversas sucursales de la Alianza y por instituciones vinculadas a ella, donde reunió cerca de una docena de voluntarios. Las publicaciones de la Alianza alentaron las donaciones con notas que destacaban las deficiencias espirituales de América del Sur. El pedido establecía posibilidades de contribución especial para los más pudientes:

Costará 400 dólares sostener a un misionero norteamericano en Sudamérica, y quien desee tener el honor y el privilegio de sostener a uno de estos trabajadores salientes tendrá un misionero en América del Sur que le será asignado, con el cual podrá comunicarse de tanto en tanto y sentirse asociado a su trabajo.[7]

La opción más barata era la de sostener a un native worker por 100 o 150 dólares anuales. De esta manera, se establecía un sistema directo de patronazgo, algo que, como se verá, se prestaba a muchísima confusión.

A principios de 1897, Olsson partió hacia Europa. Recorrió Inglaterra, Escocia y Suecia invitado por pastores y laicos con contactos con la Alianza, y por conocidos que había hecho en sus años en Chile y Argentina, incluyendo directivos de la British and Foreign Bible Society. Ofreció conferencias para interesar donantes, lo que culminó en la constitución de un comité permanente que continuaría promoviendo la misión y recaudando fondos para ella, que serían enviados directamente a Buenos Aires.[8] La gira fue presentada como un éxito, aunque luego saldría a la luz que existieron decepciones, como la de Robert Arthington, quien se retractó de su compromiso de donar tierras en Paraguay, posiblemente influenciado por Grattan Guinness (Olsson, 1899b, p. 9).[9]

En cualquier caso, cinco misioneros partieron rumbo a Venezuela y Perú antes de la vuelta de Olsson, y seis más salieron hacia distintas partes de América Latina con él. Las fechas son dudosas, ya que la revista de la Alianza hizo afirmaciones contradictorias, pero, para mediados de 1897, la misión estaba en marcha.[10] Los misioneros se distribuyeron en diferentes localidades. Olsson hizo un recorrido general organizando el trabajo, y luego se estableció en Buenos Aires, que se convirtió en el centro de la misión sudamericana. En agosto de 1897, la revista de la Alianza proclamaba:

… hace unos meses el Señor nos envió un líder de lo más sincero y entusiasta en la persona del Rev. E. Olsson […]. Dios nos ha dado una oportunidad maravillosa en América del Sur y un líder especialmente adecuado, además de un bendito grupo de trabajadores pioneros.[11]

La misión fue expandiéndose lentamente. Para mayo de 1898, había doce misioneros en la Argentina, tres en Brasil, tres en Venezuela, uno en Perú, otro en Bolivia, tres en Ecuador, tres en Chile (junto a nueve colaboradores locales), y dos que estaban momentáneamente en los Estados Unidos.[12] Algunos habían sido reclutados por la Alianza, otros eran misioneros que Olsson había conocido sobre el terreno y sumado al emprendimiento, como el matrimonio Nelson, misioneros bautistas independientes establecidos en Pará, Brasil.[13] Una característica interesante de la organización de la Alianza es que contaba a las mujeres, incluidas las esposas de los misioneros varones, como parte del personal. Esto les confería el derecho a una anualidad propia, aunque su monto era menor que la de los hombres, quienes recibían 400 dólares por año, contra los 300 de las mujeres. Los colaboradores locales mientras tanto debían arreglárselas con 150 dólares.[14]

En Buenos Aires se organizó un espacio en Barracas al Sud y otro en La Plata,[15] y la familia Olsson se estableció en Adrogué. Sin embargo, en 1898, según el relato posterior del misionero, las cosas comenzaron a agriarse con W. D. Smart, a quien había nombrado tesorero de la misión. En abril Smart escribió una carta a la Junta de la Alianza donde se quejaba de Olsson. En junio reunió firmas y las envió al superintendente, diciendo: “… los siguientes misioneros y trabajadores de la misión no podemos someternos a su superintendencia en vista de su incapacidad para administrar los asuntos de la misión de forma satisfactoria”. En julio le anunció que había decidido retener todo el dinero hasta que se hubieran aclarado los problemas que tenía con la Junta (Olsson, 1899b, pp. 31-34).

A pesar de todo, Emilio Olsson decidió realizar un largo viaje por el interior de la Argentina, Bolivia y Brasil. Según su relato, el viaje duró seis meses, desde el 20 de julio de 1898 hasta enero de 1899. Siguió ríos interiores en canoas con guías locales, buscando visitar como colportor y predicador a poblaciones indígenas poco frecuentadas por los viajeros, incluyendo las zonas caucheras, que le produjeron profunda impresión por los niveles de crueldad que alcanzaba la explotación de los pueblos originarios. Concluyó navegando el Amazonas hasta su desembocadura, para luego volver a Buenos Aires a preparar un nuevo viaje a los Estados Unidos (Olsson, 1899a). Según su relato, escribió varias veces a la Alianza sin recibir respuesta, y al volver encontró que los misioneros habían dispuesto del dinero de la misión, habían cerrado la sede de Barracas al Sud y no habían enviado nada a su esposa y sus hijos para su manutención. A su modo de ver, la rebelión se explicaba porque los demás misioneros lo culpaban de una escasez de fondos que se debía a la falta de envío de estos. Ante esta situación, decidió que debía volver a los Estados Unidos y aclarar la situación con la Junta, que no solamente aparecía como causante del problema, sino que apoyaba a quienes desconocían su autoridad.

Conflicto y escándalo

Emilio Olsson llegó a Nueva York el 8 de abril de 1899 y se reintegró al calendario de reuniones de la Alianza en su convención de Pascuas, como un orador destacado. Desde las publicaciones de la institución, seguía presentándoselo como un “querido hermano”, elogiándose el “muy alentador progreso” de la misión, y programándose la próxima gira de conferencias que haría por las sedes de la Alianza para juntar fondos.[16]

Detrás de bambalinas, sin embargo, las tensiones aumentaban. Según Olsson, el 20 de abril, confrontó por primera vez con la Junta respecto del funcionamiento económico de la misión sudamericana, y ofreció su renuncia. Colérico, Simpson la habría rechazado y lo habría amenazado diciendo que, si llevaba sus acusaciones al terreno público, él las desmentiría y “lo destruiría”. Una segunda ronda de reuniones culminó en un segundo intento de renuncia el 20 de mayo. El 7 de junio, Simpson se habría negado a una última mediación en Boston en presencia de testigos (Olsson, 1899b, pp. 7-8).

Olsson reclamaba que su contrato no se había cumplido, que la Alianza no había enviado los fondos necesarios para la manutención de su familia a lo largo de 1898 y 1899, y que lo mismo había sucedido con otros misioneros. La institución retrucaba que había recibido quejas de Smart de que Olsson se quedaba con los fondos enviados desde Inglaterra y los usaba para sus gastos, mientras los demás misioneros pasaban penurias.

Este desacuerdo inicial terminó incluyendo una multitud de elementos menores muy escandalosos y que servían como munición a las partes: la responsabilidad del suicidio de un misionero en Paraguay (Hathaway) y quién había pagado por recuperar sus efectos personales; la situación de una pareja misionera en Brasil (los Nelson) que jamás recibió dinero y pasó hambre en Matto Grosso; el destino de las donaciones de la Sra. Ropes de Nueva York, cuyos 800 dólares nunca llegaron a América del Sur; el estatus del comité de recaudación de Londres (¿era o no parte formal de la estructura de la Alianza?); la desaparición de los materiales fotográficos producidos por Olsson y enviados a Simpson, entre otros condimentos de una conversación cada vez más compleja donde el objetivo principal era causar el descrédito del oponente y ganar el apoyo del público.

Según Olsson, la Alianza habría publicado el 12 de junio un panfleto llamado “Mr. Olsson and the Christian and Missionary Alliance. An Explanation”, en donde se decía que había sido traído a Nueva York para responder acusaciones de misioneros que lo habían repudiado como superintendente por su mal manejo de los fondos y del personal. La fecha atribuida a la publicación resulta dudosa: el ataque de la Alianza parecería hacer referencia a una nota publicada en el diario bautista The Examiner que solo salió publicada el 22 de junio, en la misma fecha en que el congregacionalista The Independent sacó una larga y feroz crítica donde acusaba a la Alianza del abandono de los misioneros que enviaba a lugares lejanos y deslizaba de paso dudas acerca del destino de los fondos recaudados, que parecían terminar en las cuentas privadas del matrimonio Simpson.

Mientras que The Examiner reproducía una carta firmada por Olsson que solo se refería a los problemas en América del Sur, el editorial de The Independent, escrito por el Rev. Edwin Munsell Bliss, incluía la situación de la misión sudamericana en un contexto más amplio y atacaba “el carácter peculiar de la Sociedad” y la dificultad de conseguir que se publicaran sus cuentas, porque “el Sr. Simpson” era “un hombre de un poder peculiarmente magnético, casi hipnótico”, y “rara vez” fallaba “en desarmar a la crítica personal”.[17]

La Junta culpó a Olsson por el artículo de The Independent, que fue reproducido por periódicos laicos en otras partes de los Estados Unidos, con el daño consecuente a la imagen de la Alianza.[18] El 26 y 27 de junio, varios medios de prensa neoyorquinos (como The Evening Post, The New York Times o The World) publicaron declaraciones de Simpson y otros miembros de la Junta en que descartaban las acusaciones como falsas y provenientes de un misionero que había sido traído a Nueva York bajo denuncias graves. El 28 y 29, Olsson respondió con una carta publicada en varios de los mismos diarios en que se identificaba como ese misionero y desafiaba a Simpson, la Junta, Smart o quien fuese a probar cualquier tipo de mala conducta por su parte, o que hubiese sido convocado bajo acusación. El 29 recibió una nota de Simpson en que le anunciaba su despido a causa del “espíritu” que había mostrado “hacia el trabajo”, y “los ataques amargos y no cristianos [unchristian]” que había hecho “contra la Alianza en la prensa pública”, y “las mentiras” que había expresado “reiteradamente”. El 1 de julio, este despido se comunicó en la revista de la institución, que el 8 de julio dedicó varias páginas a dar su versión de los hechos.[19] Esto no terminó con el escándalo. The Examiner insistió el 29 de junio en que la cuestión no era la personalidad de Olsson, sino los métodos de la ACM, y otras publicaciones también cuestionaron la transparencia financiera de la Junta.[20]

El conflicto entre la Junta y Olsson venía a sumarse a denuncias previas, referentes a las misiones en China. The Examiner había publicado unos meses antes una carta anónima que se quejaba del abandono de los misioneros suecos enviados por la Alianza al que era su más importante campo de misión.[21] La Alianza respondió a esas acusaciones diciendo que había enviado a China un promedio de 400 dólares por misionero. El 17 de junio de 1899, la revista institucional comunicó que el Rev. Nichols, recientemente vuelto de China, había sido “retirado” como misionero de la Alianza, y que se había “aceptado” la renuncia de su esposa.[22] Los motivos eran sus denuncias por el trato dado a los trabajadores de las misiones chinas (Pierson, 1899). El 6 de julio, en pleno escándalo por el tema de Olsson, The Examiner publicó dos nuevas cartas en donde misioneros en China relataban la penuria extrema en la que se encontraban y la falta de respuesta de la Junta. Denunciaban que las aperturas de estaciones misioneras reportadas en los medios oficiales de la Alianza eran falsas, las renuncias se multiplicaban y muchos trabajadores en China intentaban pasarse a otras organizaciones que pudieran pagarles.[23]

Este trasfondo de preocupación por las denuncias sobre China hizo que la Alianza percibiera a Olsson como la figura visible de una oposición más amplia, la de otros actores del campo evangélico norteamericano asociados a exmiembros de la Junta que se habían retirado disconformes en los meses previos (ACM, 1899a, pp. 16-17). La idea resultaba verosímil porque existía una competencia por los recursos entre las iglesias establecidas y esta nueva organización misionera. The Independent reconocía que consideraba erróneas las ideas de Simpson sobre las misiones, y The Examiner sostenía que las donaciones bautistas debían ir a las juntas misioneras bautistas en lugar de a la Alianza. La rápida expansión de una organización supradenominacional, dirigida por un predicador carismático como Simpson, ese “maravilloso prestidigitador” que hacía que las mujeres entregasen “sus joyas” y que los hombres contribuyeran “millones a la causa de las misiones extranjeras”,[24] alarmó a iglesias que intentaban organizar misiones propias. En varios de los artículos de la Alianza sobre este conflicto, se aprecia una mentalidad defensiva, que recurría a las insinuaciones, las denuncias y las teorías conspirativas y a desacreditar a los interlocutores, con altos niveles de agresión personal. El conflicto fue agrio porque había mucho en juego.

Es concebible que Olsson fuese consciente de esta situación antes de llegar a los Estados Unidos, sobre todo siendo sueco, como los misioneros que lideraban las quejas en China. Ubicó rápidamente a quiénes podía acudir para difundir sus acusaciones, y movilizó apoyos muy efectivos. El punto culminante de su campaña fue un panfleto de 43 páginas, probablemente publicado en septiembre de 1899, que relataba su versión de los hechos y refutaba en detalle la de Simpson y la Alianza. El folleto, titulado “The Christian and Missionary Alliance. The Rev. A. B. Simpson’s Misstatements Refuted by Emilio Olsson, Missionary to South America”, resulta una fuente de enorme valor, porque reúne extractos de los artículos publicados en periódicos durante la controversia, y de las cartas que intercambió con miembros de la Junta, así como testimonios de aliados que le manifestaban su apoyo o aportaban datos.[25]

La más valiosa de esas adhesiones fue la de Arthur Tappan Pierson, un pastor de enorme peso, con largos años de involucramiento en la Alianza y de amistad con A. B. Simpson, aunque había tomado distancia en tiempos más recientes.[26] Pierson no tenía intereses sectarios, resultaba una fuente creíble sobre los manejos internos de la institución, y dedicó un artículo largo y muy citado a la controversia en la sección editorial de su revista, The Missionary Review of the World. Mucho más medido que The Independent o The Examiner, lamentó que la ofensiva de la Alianza contra Olsson hubiera convertido la cuestión en un debate sobre mentiras y verdades, e indicó que se sentía obligado a hablar porque conocía de primera mano la falsedad de algunas acusaciones contra el misionero.

Pierson dio un diagnóstico mucho más general sobre esta crisis, que atribuyó en primer lugar al crecimiento desmedido:

El trabajo de la Alianza ha crecido […] más rápidamente de lo consistente con una conducta sabia, económica y exitosa. Puede que la tentación de los números y la expansión hacia el exterior la hayan superado y que los misioneros hayan sido enviados apresuradamente al terreno en mayor número de lo que la organización estaba preparada para equipar o mantener.

Un segundo problema era el excesivo poder de Simpson:

ha llegado el momento de que el Sr. Simpson y su esposa entreguen el trabajo de la Alianza a un grupo de hombres y mujeres grande, competente y confiable, sin retener ningún control sobre los fondos, los trabajadores o los métodos […]. Después de un estudio cuidadoso de la Alianza y su modelo empresarial [mode of business] estamos totalmente persuadidos de que demasiado poder es esgrimido por un solo hombre [sic].

Aunque no hubiera habido un desfalco del dinero de las misiones, era muy posible que pudiera haber “falta de regularidad e incluso insuficiencias en los envíos a los trabajadores sobre el terreno, y que pudiera haber una falta de conducta empresarial económica sistemática, sacando dinero de un fondo temporariamente para cubrir las emergencias de otro, etc.”. La solución era hacer públicas las cuentas y que fueran inspeccionadas por personas ajenas a la organización. El último problema era un apremio en la forma de reunir los fondos y enviar misioneros que le parecía “poco sabia y poco acorde con las Escrituras”: “… los trabajadores misioneros han sido aceptados con demasiada facilidad, preparados demasiado superficialmente y enviados con demasiada prisa, en no pocos casos” (Pierson, 1899).

Este cuestionamiento general del modelo teológico, organizativo y económico de la Alianza permite pensar que, detrás de la disputa con Emilio Olsson, estaba no solo la competencia con las misiones denominacionales, sino una discusión sobre las formas correctas de hacer misión en un período de cambio social y cultural intenso.

El modelo de la Alianza en debate

Los artículos reclamaban la adopción de métodos empresariales de administración: cuentas transparentes, el uso de contadores públicos, una división clara entre personas y funciones. The Independent decía que los informes de cuentas de la Alianza eran demasiado generales y que la política era enviar una suma al tesorero de la misión para que fuera dividida entre los trabajadores, sin distinguir salarios de gastos de alquiler, viajes, impresión de literatura religiosa, etc., y sin tener en cuenta los gastos generales que se descontaban antes de proceder al reparto. Al mismo tiempo, argüía, los negocios privados de Simpson y los de la Alianza estaban tan mezclados, que resultaba difícil distinguirlos. Cuando el predicador afirmaba que la Alianza no le pagaba, y que se mantenía con los beneficios privados de su periódico e imprenta, resultaba engañoso, porque estos negocios llevaban el nombre de la Alianza y recibían constantemente donaciones solicitadas en nombre de la institución. Finalmente, reclamaba como The Missionary Review una política de formación y sostenimiento responsable de misioneros:

… la Alianza envía misioneros ignorantes y sin entrenamiento a China, la India o África con tan poca consideración por las necesidades financieras de su trabajo y de su sostén que los círculos misioneros están llenos de historias de su sufrimiento […]. Se les dice que confíen en el Señor. Pero eso no es fe, es crueldad e insensatez.[27]

El reclamo de la adopción de prácticas empresariales sanas (sound business practices) iba en paralelo al abandono del fundamento carismático y de la fe ciega en la provisión que Dios haría de las necesidades de los misioneros. El reclamo de Olsson se asentaba sobre las mismas bases: en su folleto publicaba su contrato, junto con minuciosas cuentas de lo recibido, y expresaba su indignación por haber tenido que tomar dinero enviado con fines misioneros para suplir su salario: “… ningún misionero o junta tiene derecho a usar el dinero dado por donantes para finalidades específicas en el campo de misión si no es para el solo propósito para el cual fue tributado” (Olsson, 1899b, p. 10).

La Alianza sostenía que, aun si el contrato no se hubiese cumplido, Olsson quedaba sujeto al artículo 13 de los estatutos, que estipulaba:

La Alianza requerirá en todos sus trabajadores un espíritu de absoluta dependencia de Dios únicamente para su sostén, sin garantizar ningún salario fijo a ningún misionero […] solo proveyéndolos de las asignaciones moderadas para sus gastos y necesidades que los fondos provistos por los regalos voluntarios del pueblo de Dios nos permitan suplir […]. Si bien los candidatos […] pueden ser asistidos en sus preparativos de viaje, pueden recibir el pago de sus pasajes y pueden ser sostenidos en su totalidad o en parte por los fondos de la misión, su fe debe estar puesta en Dios […]. Los fondos pueden fallar o la misión dejar de existir, pero si ponen su confianza en Él nunca les fallará ni los decepcionará.[28]

La documentación interna de la institución había recalcado lo mismo en instancias anteriores.[29]

Estas provisiones podían tener algún efecto legal, pero no resultaban convincentes para Olsson ni para ninguno de los críticos. Desde su perspectiva, una misión de fe no consistía en confiar ciegamente en que los fondos aparecerían, absolviendo a una organización que debía hacerse responsable del bienestar de sus trabajadores. Además, apuntaban a la prosperidad de una Alianza que compraba tierras y construía edificios nuevos mientras sus misioneros pasaban hambre.

El conflicto en torno a la misión sudamericana agregaba un tema más a esta discusión: el de la organización interna de las misiones y los poderes de superintendentes y tesoreros. Smart parece haberse molestado porque el superintendente se quedaba con el dinero de Londres en lugar de depositarlo en el fondo común. En los debates subsiguientes entre Olsson y la Junta, se discutió mucho sobre si el comité de Londres era o no parte del entramado institucional de la Alianza. Si lo era, los fondos de ese origen debían haber ido a parar a la tesorería para ser repartidos entre todos los misioneros, y debía descontarse su importe de aquello que la Alianza proveía desde Nueva York. Si se trataba de un comité creado específicamente para apoyar la misión individual de Olsson, era lógico que ese dinero fuese manejado por él y no tuviese ninguna incidencia sobre lo que tenía derecho a esperar de la Alianza. Pero la realidad era confusa: el comité se había formado durante un viaje hecho por Olsson, pagado por la Alianza, y donde había recurrido a redes previas que eran tanto personales como institucionales. Henry Ridings, quien presidía el comité, era un viejo amigo de Olsson de sus días en Chile, pero para 1899 la Alianza lo había nombrado como uno de sus vicepresidentes (aunque renunció a ese cargo en defensa de su amigo).[30]

La acusación de la Alianza sobre las contrataciones y los despidos que Olsson hiciera sin consultar tenía el mismo tipo de problemas. Olsson se quejaba en su panfleto de que había pedido varias veces instrucciones sobre cómo organizar el trabajo y sobre el destino que debía darse al dinero, sin recibir respuesta. Agregaba: “cuando salí de Nueva York […] la Junta me dio plenos poderes para actuar y la promesa verbal de apoyarme” (Olsson, 1899b, p. 13). En pleno conflicto, la Junta admitía: “Nuestra competencia se extiende no tanto a dirigir las misiones locales en los diferentes campos como a sostenerlas, y esperamos que ellas con sus propios oficiales ejecutivos dirijan su propio trabajo local bajo nuestra supervisión”.[31] Como apuntaba Olsson, el nombramiento del matrimonio Nelson (único caso en donde admitía haber hecho una contratación o un despido) había recibido la aparente aprobación de la Alianza, que publicó sus nombres a lo largo de un par de años como misioneros en Brasil, sin enviarles dinero nunca.[32]

¿Cuáles eran entonces los límites del poder y la responsabilidad de un superintendente? ¿Podía contratar y despedir misioneros? ¿Le debían obediencia sus compañeros de misión? ¿Debía rendir cuentas al tesorero, o solo a la Junta? ¿Cuán responsable era del bienestar económico de los trabajadores a su cargo? Nada de esto estaba claramente estipulado, lo que permitía abusos de poder de todos los implicados: de Olsson como superintendente, que podía gastar dinero en un viaje de predicación de seis meses mientras había misioneros que pasaban hambre; de Smart como tesorero, que retenía dinero que reconocía le correspondía a Olsson; de la Junta, que se desentendía del bienestar de sus empleados.

Estos dilemas muestran muy bien el cambio en las misiones protestantes hacia fines de siglo. Por un lado, la bonanza económica de los países protestantes y su poderío político expansionista permitían la multiplicación de campos de misión y el optimismo sobre el futuro. Al mismo tiempo, la creciente especialización profesional y el aumento de tamaño de las empresas en la era de los cárteles y los trusts apuntaba hacia la profesionalización de las misiones como la vía natural del éxito. Las misiones testimoniales o exploratorias de las décadas previas dejaban lugar a proyectos más ambiciosos, que requerían de planificación, de formación profesional, de coordinación con otras instituciones. Las misiones supradenominacionales fueron parte de este proceso.

Además, la expansión imperialista europea durante el siglo xix había llevado a que las iglesias protestantes pudieran acceder a escenarios nuevos de Asia, Oceanía y África, pero el lugar de América del Sur en la imaginación misionera era ambiguo. La imagen del “continente descuidado” tuvo repercusión porque se oponía a una idea ampliamente difundida que presentaba a la región como ya cristianizada. Presentarla como un ámbito que había sido descuidado o abandonado resultaba una herramienta útil para quienes buscaban legitimarla como espacio de misión. La discusión sobre la cristiandad en la región no se saldó con la publicación del libro de Millard y Guinness, pero este representó un momento simbólico de toma de responsabilidad por parte del movimiento evangélico. Su repercusión indica que esa fórmula resultaba representativa no solo de lo que las agencias misioneras estaban haciendo o comenzando a hacer, sino de aquello que deseaban que su público creyese para permitirles seguir haciéndolo. Es decir, el “continente descuidado” era tanto una descripción del lugar que la región ocupaba en la imaginación misionera, como una fórmula de marketing para poder financiar sus actividades.

Dentro de este marco, había objetivos misionales más controvertidos que otros. Algunos protestantes podían objetar a la búsqueda de hacer conversos entre los católicos, pero difícilmente alguien pudiera impugnar la prédica del Evangelio entre los pueblos indígenas considerados paganos. La insistencia de Olsson sobre la necesidad ir al “interior de América del Sur” resultaba de una convicción sobre la necesidad de alcanzar a los pueblos que habían sido verdaderamente “abandonados”: los indígenas del Chaco, del Amazonas, de las tierras altas de Bolivia o Perú, de las zonas caucheras en la frontera entre Bolivia y Brasil. Puede entenderse así su frustración ante su estadía en Buenos Aires, y su decisión de gastar dinero en un viaje de seis meses por aquellas regiones en el momento en que la misión sudamericana tenía problemas. Esta perspectiva resultaba probablemente de un cruce entre su conocimiento previo de los contrastes entre las regiones más prósperas y las más pobres, la urgencia milenarista en presentar el Evangelio a la mayor cantidad de gente posible, y las críticas comunes a América del Sur como territorio de misión.

La Alianza Cristiana y Misionera frente a las demandas de la profesionalización

A lo largo de 1899, la exposición al escándalo dañó la imagen de la Alianza. La actividad de Olsson lo mantuvo en las noticias, multiplicando las referencias impresas al conflicto. Primero fue su aparición en camp meetings metodistas promocionando su misión en América del Sur y criticando los métodos de la Alianza.[33] Luego la publicación de su panfleto.[34] Más tarde, sus intentos de repartir estos folletos en la reunión general de la sociedad, lo cual resultó en su expulsión del local y su posterior arresto.[35]

The Independent expuso sospechas sobre el destino de los fondos recaudados en las convenciones, y reprodujo una carta de una misionera en Sudamérica, quien testificaba que la misión estaba en un estado desastroso: algunos se habían pasado a los metodistas, otros amenazaban con dedicarse al trabajo secular, otros estaban enfermos. Hacía un año que no recibían nada de la Alianza, y se alegraba de haber traído telas para hacerse ropa y de tener amigos que le enviaran dinero, porque su marido recibía muy poco y ella nada, a pesar de haber sido reconocida como misionera antes de salir.[36]

La sensibilidad de la Alianza a este tipo de publicidad negativa puede apreciarse en el “Souvenir and Survey of the Work of the Christian and Missionary Alliance”, un documento breve que fue publicado a finales del año en lugar del acostumbrado informe anual. Buena parte de él estuvo dedicado a informar sobre el conflicto, y a lamentarse por las críticas (ACM, 1899a, p. 3).

Finalmente, la Alianza decidió llegar a un acuerdo extrajudicial. Olsson comunicó que la sociedad le había pagado $ 450 a cambio de una carta en la que él renunciaba a cualquier reclamo futuro, aunque sin retractarse de sus acusaciones previas, ni disculparse por sus acciones o sus escritos.[37] Meses más tarde, la Alianza daba su propia visión del conflicto, reconociendo que lo pagado al misionero eran salarios adeudados.[38]

Más allá de esta victoria circunstancial, la naturaleza asimétrica de la relación entre misionero y sociedad misionera puede observarse en las consecuencias que el conflicto tuvo para cada uno de los contendientes. Mientras que la disputa con la Alianza terminó más o menos efectivamente con la carrera misionera de Olsson, que no logró nunca más construir un apoyo institucional que le permitiera dedicarse a ello a tiempo completo (sus intentos de establecer una misión independiente no tuvieron gran éxito, y terminó dedicándose a la agronomía experimental),[39] la sociedad continuó creciendo en el siglo xx. No se nombró, sin embargo, un superintendente para toda América del Sur, señal de que el caso había puesto en duda la estructura organizativa previa, y quizás había hecho tomar conciencia a la Alianza de la imposibilidad de controlar un territorio tan extenso desde un único punto. En 1910 A. B. Simpson recorrió la región, y publicó en la revista de la Alianza un largo comentario en donde mostraba su incertidumbre sobre el rol de la organización en ella. Esta reflexión parecía reconocer la validez de las críticas de Olsson:

Estos estados sudamericanos no son tierras semi-civilizadas o paganas con las que se pueda lidiar como con el Congo, o incluso la India o China. Son naciones civilizadas, prósperas, agresivas, jóvenes gigantes en el mundo político, y están pasando rápidamente al frente en la carrera comercial de nuestro tiempo […]. La vida es muy cara en estos países, y nuestros misioneros deben ser mantenidos de acuerdo con un estándar más alto que en otros lugares […]. La educación está generalizada, y no podemos ignorar la escuela y la prensa […]. Nuestro trabajo está más adaptado al evangelismo pionero en campos nuevos y no ocupados que a implantaciones elaboradas en centros más antiguos, más establecidos y más caros[…] Otra cosa es la población indígena del interior, que deberíamos intentar alcanzar.[40]

Enfrentado con el costo de vida de Río de Janeiro o Buenos Aires, Simpson tomó conciencia de que los salarios que estaba enviando a los misioneros eran insuficientes. Como Olsson, Simpson consideró que los pueblos indígenas debían ser la prioridad, aunque, a diferencia de él, no descartó la educación o los periódicos como accesos a la población urbana. Fundamentalmente, consideró a América del Sur como parte de “la civilización”. Esto implicaba un replanteo de la relación que la Alianza o cualquier otra organización misionera establecía con la región.

El conflicto impulsó algún cambio en el manejo del dinero de la institución: las cuentas publicadas en 1899 llevaban la rúbrica de contadores externos (ACM, 1899a, pp. 8-10). Pero no se observa que Simpson y su esposa hayan dejado de ocupar lugares clave de control, ni que hayan diferenciado sus fuentes de ingresos personales de las institucionales.

Más allá de características personales, los problemas de la Alianza derivaban de la creciente profesionalización del campo misionero, que imponía contradicciones y tensiones. Existían dos tendencias opuestas que se desarrollaban dentro de ella. Por una parte, había disposiciones que apuntaban a poner bajo el control de la Junta lo recaudado, separando a los misioneros de los donantes y volviendo a la institución una intermediaria necesaria (ACM, 1898, p. 82; 1899a, p. 14). Implicaban una centralización del dinero, y una mayor discrecionalidad potencial, pero también reforzaban la idea de que los misioneros eran empleados de la institución y de que esta era responsable de su bienestar.

En dirección contraria iba la práctica de impulsar a los misioneros a conseguir sus propios apoyos económicos para solventar las deficiencias de la tesorería, y a confiar en Dios y no en la Alianza. Convertía a los misioneros en agentes que se comunicaban directamente con los donantes, desdibujando la intermediación institucional, y dando lugar a situaciones confusas como la del comité de Londres. Pero también era un mecanismo que permitía crecer a la institución ilimitadamente, desconociendo la deuda que tomaba a futuro respecto de esos misioneros.

Otra práctica alentada por la organización y que iba en este mismo sentido era la del mecenazgo directo, cuando ofrecía a ricos donantes que auspiciaran “su propio misionero”, con quien podrían intercambiar cartas que los harían sentir parte del trabajo. Esto no solo tenía la ventaja de estimular el interés y la generosidad, sino que era coherente con el mensaje general de la Alianza, que establecía que quienes no fuesen personalmente a las misiones podían redimir su obligación cristiana a través de donaciones. También generaba problemas cuando los donantes daban dinero a la tesorería central a nombre de un misionero o una misión específica, y luego surgían dudas sobre si esto se había respetado, lo que abría a la Alianza al reclamo de mayor escrutinio de sus cuentas.

La tendencia a auspiciar donantes que sostenían misioneros individuales era fácilmente reconciliable con la teología de la misión de fe premilenarista. Pero el modelo de la Alianza requería que la institución fuese ejecutora responsable de esas misiones, no solo recaudadora, asegurando que se llevaran a cabo de acuerdo con sus principios y su supervisión, y obteniendo prestigio de ellas. Esto implicaba una institucionalización mucho mayor, y generaba conflictos, tanto con los trabajadores, que se sentían explotados en beneficio de la gloria y prosperidad de Simpson, como con los fieles, que reclamaban una transparencia que podía ser difícil de ofrecer. Un funcionamiento burocrático complejo demandaba fondos que no se destinaban directamente a las misiones, y esto era difícil de traducir al lenguaje de la fe.

El éxito de la empresa supradenominacional de la Alianza la situó en un lugar incómodo de tensión con sus orígenes. El carisma personal del predicador, la perspectiva de un pronto fin de los tiempos y la fe en la guía divina que resolvería los problemas sobre la marcha habían impulsado una multiplicación de las donaciones y los misioneros contratados. La expansión creó una burocracia de comités, secretarios, contadores, supervisores, etc., que al mismo tiempo era necesaria y amenazaba a la posibilidad de control del líder carismático que la legitimaba. Como solución, sus críticos reclamaban más burocracia, o “métodos empresariales” modernos. Pero esto no solamente debilitaría el poder individual de Simpson, que él no estaba dispuesto a ceder, sino que corría el riesgo de destruir el atractivo de la Alianza para los donantes que la sostenían. Al fin y al cabo, lo que atraía el dinero era la fe en individuos inspirados por Dios para llevar a cabo Su misión sostenidos por individuos igualmente inspirados que podían quedarse en casa felicitándose de haber cumplido con su deber. Era difícil renunciar a esa especie de “voyeurismo” cristiano del misionero individual, en favor de un mensaje más institucionalizado, sin reducir el atractivo de la Alianza.

Estos dilemas deben haber recorrido en mayor o menor grado a muchas instituciones religiosas de la época, y en especial a las evangélicas misioneras. En última instancia, las preguntas eran qué significaba hacer misiones de fe en la era de los cárteles y los trusts y cómo podía reconciliarse la misión con base en los dones carismáticos personales con la administración científica y la profesionalización creciente. Este proceso de modernización de las instituciones misioneras no ha sido enfocado por la bibliografía, en buena medida porque no es fácil de encontrar en fuentes diseñadas para mostrar fachadas de unanimidad. Justamente por ello creo que el caso de Olsson nos muestra la importancia crucial de examinar los fracasos misioneros tanto como los éxitos, a la búsqueda de aquello que estos pueden enseñarnos sobre las dificultades y los conflictos que las instituciones religiosas pueden sentirse tentadas a barrer debajo de la alfombra.

Bibliografía

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Simpson, A. y Olsson, E. (1897). Our Sister Continent, The Evangelization of South America in the Next Four Years. Board of Managers of the International Missionary Alliance.


  1. La grafía de la ciudad varía en diferentes fuentes, Gothenburg es el sitio más probable. Las publicaciones sobre este misionero son extremadamente desprolijas en cuanto a nombres propios, tipografías y datos concretos, incluso en el contexto de los habituales errores de impresión de la época.
  2. El nombre del misionero aparece como Ewen o Ewing en distintas fuentes. Sin embargo, el candidato más probable es John H. L. Ewen (Espinosa, 2014).
  3. The Church at Home and Abroad, vol. xviii (noviembre de 1895), pp. 394 y 399, y vol. xx (noviembre de 1896), p. 343; The Gospel in All Lands (diciembre de 1898), p. 565.
  4. CMAW (9 de julio de 1910), p. 240.
  5. CMAW (9 de julio de 1910), p. 84.
  6. CMAW (8 de enero de 1897), p. 36.
  7. CMAW (22 de enero de 1897), p. 76.
  8. CMAW (30 de abril de 1897), p. 421.
  9. La organización de Guinness emprendió misiones en América del Sur en el mismo período, y es posible que viera a la Alianza como una competidora.
  10. CMAW (23 de abril de 1897), p. 387. Según la CMAW (21 de mayo de 1897), pp. 481-483, Olsson salió para Europa el 20 de enero, estuvo afuera cuatro meses y cuatro días (algo imposible), fue ordenado pastor el 9 de mayo y salió con el segundo grupo misionero el 10 de mayo. Sin embargo, en el número del 14 de julio de 1897, p. 49, dice que habían salido de Nueva York hacía “unos seis meses”, en lugar de hace dos. Es un ejemplo de la poca credibilidad que debe darse a los detalles en esta publicación, notoriamente desprolija.
  11. CMAW (4 de agosto de 1897), p. 124.
  12. CMAW (18 de mayo de 1898), p. 478.
  13. CMAW (14 de julio de 1897 y 25 de agosto de 1897), pp. 49, 194-195; (13 de abril de 1898), p. 340, entre otros.
  14. CMAW (13 de abril de 1898), p. 340.
  15. CMAW (9 de febrero de 1898 y 23 de marzo de 1898), pp. 122-123, 283.
  16. CMAW (1 de abril de 1899 y 1 de mayo de 1899), pp. 144, 178 y 183.
  17. The Independent (22 de junio de 1899), pp. 1710-1711; Olsson, E. (22 de junio de 1899). A Missionary’s Experience. The Examiner, pp. 26-27.
  18. Por ejemplo, The Portland Daily Press (27 de junio de 1899), p. 6. Disponible en Chronicling America: https://chroniclingamerica.loc.gov/.
  19. Según Olsson (1899b, pp. 3, 4 y 7); The New York Tribune, 13 de julio de 1899, p. 7 (disponible en Chronicling America); CMAW (1 de julio 1899), p. 73.
  20. The Indianapolis Journal (2 de julio de 1899), p. 16; The Independent (6 de julio de 1899 y 13 de julio de 1899), pp. 1840-1843, 1904.
  21. CMAW (8 de julio 1899), pp. 86-88. El trabajo de la Alianza en China incluía un importante contingente de misioneros suecos.
  22. CMAW, 17 de junio de 1899, p. 41.
  23. The Examiner (6 de julio de 1899), citado en Olsson (1899b, p. 18).
  24. The World (1 de agosto de 1899), citado en Olsson (1899b, p. 17).
  25. En donde ha sido posible, estos extractos han sido cotejados con los originales. Olsson fue meticuloso con las citas y las fechas, probablemente porque sabía que estos materiales serían revisados por los abogados de la Alianza. En donde ese cotejo no ha sido posible, se aclara que lo citado corresponde a lo escrito por el misionero.
  26. Para Pierson véase Robert (1986, pp. 146-149; 1984, pp. 120-125). Para su distanciamiento con Simpson, The Indianapolis Journal (2 de julio de 1899), p. 16 (disponible en Chronicling America), y The Missionary Review of the World (agosto de 1899), pp. 617-621.
  27. The Independent (6 de julio de 1899), pp. 1840-1843.
  28. CMAW (8 de julio de1899), pp. 86-88.
  29. En la “Fraternal Letter” de 1898, se reflejan conflictos previos en donde se recordó a los misioneros que reclamaban deudas y atrasos en sus asignaciones que su principal sostén era la fe. Un año antes la institución había encontrado que sus fondos no alcanzaban para sostener las misiones existentes. Como quería enviar nuevos misioneros, había pedido a estos que obtuvieran por su cuenta promesas de sostén por un año por parte de terceros. 50 misioneros habían partido hacia sus destinos sin apoyo de la tesorería, enrolados en ese esquema (Alianza Cristiana y Misionera, 1898, pp. 82-83).
  30. CMAW (30 de abril de 1897), p. 421; Alianza Cristiana y Misionera (1899b).
  31. CMAW (8 de julio de 1899), p. 87.
  32. Olsson (1899b, pp. 12-13); CMAW (14 de julio de 1897 y 25 de agosto de 1897), pp. 49, 194-195.
  33. The Sun (28 de agosto de 1899), Nueva York, p. 8. Disponible en Chronicling America.
  34. The Independent (31 de agosto de 1899), p. 2386; The Presbyterian Standard (12 de octubre de 1899), p. 4, artículo original de The New York Observer.
  35. The Independent (14 de septiembre de 1899), pp. 2518-2519.
  36. The Independent (24 de agosto de 1899 y 14 de septiembre de 1899), pp. 2518-2519. J. P. Price se pasó a la obra de los metodistas (Iglesia Metodista Episcopal, 1901, p. 306). Múltiples estaciones fueron cerradas, CMAW (19 de mayo de 1900), pp. 324-325.
  37. The Evangelist (14 de diciembre de 1899), p. 8.
  38. CMAW (19 de mayo de 1900), pp. 324-325.
  39. Cámara de Diputados de la República Argentina (Sesión del 14 de septiembre de 1905, pp. 963 y 965); Boletín Oficial de la República Argentina (30 de octubre de 1907), p. 504, acta 21.777; (5 de febrero de 1908), p. 403, patente 5.784; (7 de abril de 1909), p. 796, patente 6.392; (6 de abril de 1910), p. 775, patente 7.170; International Review of the Science and Practice of Agriculture (1911), año 2, n.º 7, pp. 1974-1976; Scientific American (15 de julio de 1911), p. 60; (3 de agosto de 1912), p. 91; Knowledge. A Monthly Record of Science (octubre de 1911), p. 412; The Christian Herald (6 de noviembre de 1912), p. 1096; Park and Cemetery and Landscape Gardening (enero de 1913), vol. xxii, n.º 11, p. 282.
  40. CMAW (9 de abril de 1910), p. 23.


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