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La South American Missionary Society, los agentes del Estado y las misiones salesianas en los territorios del sur argentino (ca. 1860-1900)

Eric Morales Schmuker

La South American Missionary Society constituye una de las experiencias misioneras protestantes más relevantes en el escenario sudamericano. Sus trabajos iniciales en la Patagonia, primer campo de misión, tuvieron lugar en una fecha temprana. Después de una serie de acciones en Tierra del Fuego y Santa Cruz entre las décadas de 1840 y 1850, la entidad inglesa logró establecer con éxito estaciones estables que perduraron al menos hasta la Primera Guerra Mundial.

En este capítulo proponemos una revisión del accionar de la empresa misionera en la Patagonia durante la segunda mitad del siglo xix[1]. En especial, prestaremos atención a los vínculos establecidos por el cuerpo misionero con los agentes del Estado argentino y su redefinición a partir de la expansión de las misiones salesianas, en el marco de la reorganización de los territorios nacionales y su reocupación. La propuesta nos permitirá reflexionar sobre los alcances y los límites de las iniciativas misioneras cristianas en el marco de los procesos de construcción de los Estados nacionales y el lugar de la religión/lo religioso en las sociedades en formación. Asimismo, constituye un insumo para evaluar la dinámica del campo misionero y las redes tejidas por las/os propias/os misioneras/os y voluntarias/os en los ámbitos locales.

La SAMS, sus agentes y misiones

En el marco del “entusiasmo misionero” decimonónico (Neylan, 2002; Porter, 2001, 2003; Strong, 2017), la Patagonia emergió como una “tierra prometida” para diversas iniciativas cristianas. Entre las primeras de ellas, podemos incluir los viajes del almirante Robert Fitz-Roy, de los cuales participó el joven catequista de la Church Missionary Society Richard Matthews, y la efímera experiencia de William Arms y Titus Coan, enviados por la Junta Americana de Comisionados para las Misiones Extranjeras. Sin embargo, la empresa más relevante, sin lugar a dudas, resultó aquella fundada en 1844 por un grupo de ministros y laicos anglicanos evangelicals[2]: la Sociedad Misionera de la Patagonia (Patagonian Missionary Society).

La entidad, con sede en Londres, inició su proyecto evangelizador/civilizador sin el apoyo oficial de la Iglesia de Inglaterra –interesada en resolver problemas internos y respaldar las acciones de otras sociedades misioneras en espacios más promisorios para el Imperio, como la India y Australasia–. Un comité estuvo encargado de la organización de su estructura, la diagramación de las misiones, la recaudación de fondos, la elección y contratación de sus agentes, y la resolución de los problemas emergentes, que no fueron pocos. El cuerpo sobrellevó al menos dos episodios luctuosos que tuvieron como resultado la pérdida de varios agentes e inclusive de su ideólogo, el capitán retirado de la Marina británica Allen Gardiner (1794-1851).

Refundada como “South American Missionary Society” (en adelante SAMS), la empresa replanteó su esquema de trabajo. El comité negoció con la Corona una concesión de tierras en las Islas Malvinas para establecer una sede misional. La estación Cranmer, como fue denominada, devino centro de entrenamiento para sus agentes. En paralelo, la entidad reanudó su boletín mensual (entre 1863 y 1866, llamado A Voice for South America; luego, The South American Missionary Magazine, en adelante SAMM) para difundir su tarea y contar con la “estimación pública”, reclutar voluntarias/os e incrementar las contribuciones de amigas/os y supporters (“partidarias/os”). Su plantel de agentes creció, situación que facilitó el desarrollo de itinerarios de reconocimiento y el ensayo de nuevas estrategias para la evangelización de la población indígena.

Tales avances recibieron el reconocimiento oficial: en 1869 la Iglesia de Inglaterra creó la Diócesis de las Islas Malvinas y América del Sur y nombró al entonces superintendente de la misión, Waite Hockin Stirling (1829-1923), como su primer obispo. A partir de esa fecha, la entidad contó con una compleja estructura de patrons (encabezada por el arzobispo de Canterbury), vicepresidentes y más de cuarenta miembros del comité, con tesoreros y secretarios honorarios en Inglaterra, Irlanda y Escocia. Las responsabilidades continuaron a cargo de un secretario general, quien administraba el organismo desde Londres. Además, incluyó un comité financiero que celebraba reuniones periódicas para promocionar la obra y recibir contribuciones. Con ello, la empresa pasó a integrar una dinámica red interdenominacional que podía auxiliarla en determinadas circunstancias, a través de iglesias reformadas u otras sociedades misioneras y bíblicas –anglicanas y no confesionales–, como la London Missionary Society, la Church Missionary Society, la Mission to Seamen’s Society, la Society for Promoting Christian Knowledge y The Bible Society.

Consecuentemente, en ese tiempo se produjo una expansión del radio de acción de la empresa y un fortalecimiento del cuerpo misionero. En las islas y canales australes, la SAMS sostuvo cinco mission stations: la base Cranmer de la isla Keppel (Vigía), en el archipiélago de Malvinas (1855-1911); Ushuaia, la estación más importante (1869-1907); y las experiencias de Bayly, en la isla Wollaston (1888-1892), Tekenika, en Hoste (1892-1907) y Río Douglas, en Navarino (1907-1916), que serían las sucesoras de la segunda. El sucesor de Stirling, Thomas Bridges, su familia y otros agentes se instalaron en Ushuaia. Desde la Christian village, futura capital del territorio, recorrieron las islas del Atlántico Sur y viajaron a Punta Arenas periódicamente.

En la Patagonia continental, el proyecto más exitoso resultó la estación del “Fuerte del Carmen”, en la desembocadura del río Negro. Allí, la entidad incorporó, a partir de 1864, al médico George A. Humble (ca.1830-1897), quien asumió la coordinación de la obra local junto a su familia. Con el crecimiento de los poblados de frontera y los procesos de reocupación y repoblamiento de los territorios sureños, la SAMS renovó su interés por la región. La Colonia del Chubut, establecida en 1865, resultó un foco receptor de migrantes angloparlantes y protestantes. La posibilidad de consolidar su presencia condujo al envío de misioneros/as –incluyendo la visita asidua del obispo diocesano– para la atención y ampliación de la feligresía. Con el tiempo, la experiencia se extendió a la ciudad y puerto de Bahía Blanca.

La SAMS intentó organizar una división en el sur de Chile, con el nombramiento del hijo de Allen Gardiner como capellán de Lota. También, extendió sus redes a través de marineros y familias británicas. Buenos Aires, Panamá, Callao, Bogotá, Montevideo y Bahía constituyeron puntos estratégicos en ese proceso. Entre 1870 y 1900, la entidad envió a sus primeros agentes a la Amazonia y el Chaco, y en 1894 celebró su jubileo con la organización de la Misión de la Araucanía (tema abordado en el capítulo 5).

En un lapso de cuarenta años, la SAMS superó el medio centenar de misioneras/os y voluntarias/os lay and clericals en los territorios sureños. Sin contar a voluntarias/os locales e indígenas cristianizadas/os que colaboraron con la empresa, podemos identificar una treintena de varones y más de 25 mujeres vinculados/as formal e informalmente a las acciones desarrolladas por la SAMS en la Patagonia entre fines de la década de 1860 y principios del siglo xx (Seiguer, 2009, 2017b; De la Fuente Stranger, 2014).

El crecimiento de la entidad se vio facilitado por el clima ideológico, el beneplácito de los funcionarios públicos y la débil presencia del Estado y la Iglesia católica, ambos en construcción. Además, la SAMS no solo contó con el auspicio directo de la Iglesia de Inglaterra, sino que su accionar pudo ser acompañado directamente por el mismo Stirling, hombre con experiencia en el terreno e interesado en la obra misionera. La paulatina puesta en funcionamiento de los engranajes administrativos nacionales, el despliegue de las misiones salesianas y el crecimiento de la población no protestante aminoraron la influencia de la empresa hasta que, finalmente, hacia 1910 reorientó sus energías a otras áreas, como el Chaco. Tal como ha sido considerado por especialistas como Paula Seiguer (2009, 2017a), ello coincidiría, primero, con la decisión de la Conferencia Misionera Mundial (Edimburgo, 1911) de excluir a América Latina del grupo de “territorios de misión” (por ser una región “cristianizada” y para evitar conflictos con la Iglesia católica), y, segundo, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, que impactó tanto en la obra de la SAMS, como en la dinámica de las comunidades británicas locales.

La SAMS frente al Estado argentino y las misiones salesianas

En las décadas de 1860 y 1870, los agentes de la SAMS no tuvieron mayores problemas en su desenvolvimiento frente a los funcionarios públicos del naciente Estado argentino. Dada su frágil (y tardía) presencia en los territorios sureños y la falta de personal capacitado e instituciones públicas como escuelas y centros de salud, los misioneros pudieron ocupar espacios de vacancia y asumir un liderazgo local. Las iglesias y estaciones misioneras constituyeron un espacio de sociabilidad privilegiado para las comunidades locales. Representaron instancias de promoción cultural, regulación social y práctica ciudadana. En sociedades en formación y en entornos mayormente rurales como la Patagonia, lo público y lo privado no supusieron límites inmóviles y compactos. Lo religioso trascendió los muros de templos y hogares e, inicialmente, empañó distintos aspectos de la vida social territoriana.

En el marco del despliegue de la SAMS, el único inconveniente registrado aconteció a raíz de la ausencia de un lugar de enterratorio para “disidentes” en el valle del río Negro. Mientras que la comunidad protestante de Buenos Aires contaba con su cementerio –espacio fortalecido luego del tratado de libre comercio firmado por las Provincias del Río de la Plata con Gran Bretaña en 1825–, y los funcionarios de la ciudad legislaban sobre el asunto, la situación exhibía sus particularidades más allá de la frontera.

En 1854 Carmen de Patagones fue organizada como municipio al amparo de la Ley Orgánica Municipal (n.° 35). La vecina Mercedes mantuvo la condición de “barrio sur”, pero su dinamismo no se correspondía con ello. La fisonomía del poblado sufrió notables cambios a partir del establecimiento de familias de origen europeo, muchas de ellas italianas, y la expansión de asentamientos cercanos como Guardia Mitre, Fortín Conesa, Zanjón de Oyuela y Cubanea y Boca de la Travesía (Ruffini, 2000, pp. 65-66). En 1864, cuando falleció la primera esposa de Stirling de paso por la localidad, los agentes de la SAMS tuvieron que negociar un lugar de sepultura en Mercedes, pues los enterratorios del otro lado del río estaban supeditados a la buena voluntad del párroco. El consejo municipal de Patagones (entonces presidido por un juez de paz nombrado por el gobierno bonaerense y cuatro propietarios elegidos entre los vecinos) aceptó la propuesta de los/as misioneros/as y determinó el lugar de sepultura en un terreno que, con el correr de los años, resultó el primer cementerio de la futura capital territoriana. Para sorpresa de Stirling, los referentes locales “presentaron su respeto” y “dieciséis caballeros, todos católicos romanos, incluyendo al juez de paz”, participaron del servicio fúnebre y llevaron a la mujer a su última morada terrenal[3].

Si bien la resolución de las autoridades encontró el rechazo de sectores “romanistas”, la porosidad de los espacios de frontera condujo al establecimiento de relaciones fluidas entre los distintos actores religiosos. Marcelino Crespo, presidente de la comisión municipal provisoria de 1854 y una figura clave de la política local, expresó que, a pesar de “lo delicado y celoso que el señor cura Tomatis se había mostrado en cuanto a la Misión Protestante Inglesa”, no dudaba en “asegurar que la mayor parte de este vecindario había mostrado una buena disposición y mostraría su aquiescencia por generosidad humanitaria” (Canclini, 1980a, p. 28).

Entre la organización de la Gobernación de la Patagonia y la aplicación de la Ley de Territorios Nacionales (1878-1884), las relaciones de los funcionarios públicos y los/as misioneros/as no parece haber sufrido cambios significativos. Es más, el desarrollo de las campañas militares contra la población indígena, la creación de las delegaciones marítimas de Puerto Deseado, Puerto Santa Cruz y Río Gallegos y el asiento de las nuevas autoridades reforzaron los vínculos existentes.

En Viedma, ex-Mercedes de Patagones y flamante capital de la nueva jurisdicción, el gobernador coronel Álvaro Barros designó al primer juez de paz, Isaías Crespo, y a los integrantes de la primera comisión municipal, nombrando al mismísimo George Humble como uno de sus miembros más ilustres. Se esperaba que, bajo la ley n.° 576 de 1872, toda población que superase los mil habitantes pudiera elegir sus autoridades municipales. Sin embargo, esta normativa no se cumplió hasta dos años después de la sanción de la ley n.° 1.532. Barros, un destacado masón que estuvo al frente de la fundación de la logia de la ciudad de Azul y se casó con una mujer de la comunidad británica porteña, Adela Eastman Isla, no dudó en recurrir al misionero. Durante su gestión (1879-1882), le delegó los departamentos de Higiene e Instrucción Pública, además de los cargos de médico interino de la Gobernación y juez de menores. Tales posiciones permitieron reforzar la obra anglicana mediante el nombramiento de maestros protestantes en las escuelas del Estado.

En Ushuaia, los responsables de la Subprefectura Marítima en la Isla de los Estados y Tierra del Fuego manifestaron no solo el deseo de estrechar lazos con la empresa misionera, sino, además, acompañar sus iniciativas bajo las “ideas de ilustración y progreso” que animaban al gobierno argentino y que habían “colocado a la Nación en el elevado rango de civilización” al que había llegado (Canclini, 1951, p. 229). Esta voluntad quedó reflejada durante el asiento de las nuevas autoridades, ceremonia en la que participaron Thomas Bridges y sus colegas Lawrence y Whaits.

Augusto Laserre, al frente de la instalación de la Subprefectura, reconoció “debidamente la importancia de los servicios que la Misión aquí establecida” podía seguir prestando “en la benéfica y cristiana obra de la catequización de los naturales de esta parte de nuestro territorio”. Como emisario del gobierno nacional, expresó su compromiso de prestar “todos los auxilios y ayuda” que pudiera necesitar durante su permanencia allí, “dejando órdenes en igual sentido” a su partida. Además, les brindó “la seguridad de la decidida protección [del] Gobierno en todos aquellos casos compatibles con las leyes” que regían al país; no casualmente los/as misioneros/as recibieron como primer presente una bandera argentina y un reglamento para su uso (Canclini, 1951, p. 233). Mientras que, para un sector “liberal” de la elite política e intelectual argentina, el camino de la “civilización” estaba vinculado al “cristianismo”, tal como expresaron algunos funcionarios y legisladores en los debates parlamentarios de la época (Seiguer, 2009; Morales Schmuker, 2019), en el sur argentino era posible hablar directamente del anglicanismo.

En respuesta al mensaje de Laserre, el superintendente de la misión renovó el objetivo de “hacer de estas tribus una comunidad, gobernada por leyes, honrada, industriosa y feliz”, con la “esperanza ardiente” de que la Argentina ocupase un lugar de primer orden mundial como “potencia cristiana”. Para garantizar esa meta, Bridges presentó una serie de peticiones, desde la autorización para la explotación pesquera por parte de grupos indígenas hasta un código para la buena convivencia entre los/as miembros de la misión y la división militar. La misiva, elevada al comandante de las Subprefecturas Marítimas capitán Carlos Méndez, estuvo sustentada en la voluntad de “proteger por todos los medios posibles la Misión establecida en este puerto en razón de sus fines humanitarios y civilizadores”, que compatibilizaban con “sus ideas progresistas de colonización”. En particular, tuvo como finalidad “reglamentar las relaciones entre el personal subalterno de la Sub-Prefectura y de los buques de la Nación con los indios catequizados, alimentados y vestidos por los Misioneros”, y prevenir, en cuanto se pudiera, “todo motivo de queja, de una u otra parte, estableciendo el mutuo respeto y consideración” (Canclini, 1951, p. 231).

No sería fácil para los agentes de la SAMS sostener la dinámica establecida en las lejanas tierras del sur, por lo que Bridges debió reforzar su solicitud. El superintendente de la misión presentó una serie de “sugestiones” que penaban ciertas prácticas, como la venta de alcohol, la ebriedad, la inmoralidad y el robo de ganado, y pautaban otras, como el empleo de indígenas y la protección de sus tierras de labranza y pastoreo. El misionero pretendía que las autoridades incorporaran el “sábado inglés” y el domingo como “día de reposo” y alentaran y permitieran la asistencia al servicio religioso del personal angloparlante[4]. Tal como relata L. Bridges, el subprefecto Alejandro Virasoro y Calvo había sido educado en Inglaterra y tenía bajo sus órdenes a veinte hombres, algunos de ellos marineros ingleses (Bridges, 2010 [1948], p. 119). De esta manera, los/as misioneros/as trataron de regular por todos los medios la vida social de su Christian village con el consentimiento de los agentes del Estado, recurriendo a su autoridad y las afinidades ideológicas y étnico-religiosas.

El escenario patagónico asumió un matiz distinto con el despliegue de las misiones salesianas. Luego de confiar la obra de evangelización a los lazaristas, el arzobispo de Buenos Aires Federico Aneiros autorizó la instalación de la congregación fundada por Giovanni Bosco. En 1879, como veremos en el capítulo siguiente, los salesianos integraron la campaña militar de Roca y aceptaron el Curato de Patagones. Giuseppe Fagnano ocupó ese cargo y, junto a él, Emilio Rizzo fue designado al frente de la parroquia de Viedma. Al cumplirse un año del tratado de límites con Chile (1883), la Santa Sede creó, por un lado, el Provicariato Apostólico de la Patagonia (que abarcó los territorios de Río Negro, Neuquén, Chubut y, desde 1896, la Pampa Central), con sede en Viedma y la dirección de Giovanni Cagliero, y, por otro, la Prefectura Apostólica de la Patagonia Meridional y Tierra del Fuego (Magallanes, Tierra del Fuego y Malvinas), con sede en Punta Arenas y a cargo de Fagnano. Desde esas posiciones, la congregación salesiana desplegó una red de instituciones y misiones sustentadas en dos modelos de evangelización: la misión volante o itinerante, que se extendió por toda la Patagonia continental, y las reducciones, circunscritas a la isla de Tierra del Fuego (Nicoletti, 2004). En gran medida, la estrategia delineada siguió los pasos previos de los agentes protestantes.

En 1880 las parroquias de Carmen de Patagones y Viedma estaban activas bajo la dirección de Fagnano y Domingo Milanesio, quienes realizaban giras misioneras desde ambas posiciones. El primero de ellos, además, asumió una posición destacada dentro de la ciudad, como concejal y presidente fundador de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos. En 1884, desde Viedma, José María Beauvoir respaldó a sus colegas con una serie de excursiones en el área circundante; luego, asumió el cargo de capellán de Santa Cruz y extendió las acciones en ese distrito. En el transcurso de los años siguientes, las principales localidades norpatagónicas contaron con colegios salesianos. La capital del Territorio Nacional de Río Negro dispuso de uno en 1884, al que fueron anexadas las secciones de Artes y Oficios en 1889 y Enseñanza Agrícola en 1890. Para entonces, los salesianos organizaron su primer hospital en la Patagonia (1892).

En Chubut, el salesiano Bernardo Vacchina desarrolló una notable obra con la fundación del primer colegio de la congregación, la reconstrucción del templo y la apertura de una sala de primeros auxilios. En la monumental Historia de la Iglesia en la Argentina, Cayetano Bruni remite a una serie de registros que evidencian vínculos cordiales entre el misionero, la población de Rawson y sus autoridades; no ocurrió lo mismo en el caso de su sucesor, Luis Saggiorato, quien tuvo que retirarse al poco tiempo por diferencias con el gobernador José Eugenio Tello (1895-1898). En su lugar llegó el presbítero Juan Franchini, exdirector de Santa Rosa, acompañado del padre Nicolás Garrena y el clérigo Fortunato Giacomuzzi. Estos misioneros mantuvieron buenas relaciones con las autoridades locales, aunque no encontraron todo el apoyo esperado. En 1899, cuando solicitaron a la Gobernación la ayuda necesaria para reconstruir el templo de Rawson afectado por la gran inundación de ese año, recibieron una respuesta negativa: el edificio no era estimado como un bien público (Bruno, 1983, pp. 278-280).

En la Patagonia Austral, José Fagnano fundó la primera misión salesiana entre los alacalufes de Dawson (Chile) en 1889. Bastarían unos años más para que, junto a Beauvoir, inaugurara la misión “Nuestra Señora de la Candelaria”, a 12 km de Río Grande. La experiencia se prolongó desde 1893 hasta la década de 1920; en ese tiempo, Fagnano intentó replicarla en Cabo Inés y en el lago que luego recibiría su nombre. Con el beneplácito del gobernador de Tierra del Fuego, Pedro Godoy, el misionero italiano llevó adelante la apertura de la capilla de Ushuaia (1894). También, organizó una capellanía en las Islas Malvinas; allí, Santiago Foran oficiaba el culto católico desde 1874. En la década de 1880, Fagnano envió a los irlandeses Patricio Diamond y Patricio O’Grady, quienes organizaron la capellanía de Stanley. Durante el periodo de los “padres irlandeses”, que se extendió hasta 1904, los salesianos Guillermo del Turco, Francisco Forcina, Mario Migone y el coadjutor Pablo Frattini recorrieron la isla. Entre 1905 y 1937, Migone continuó la obra como capellán. Su trabajo fue complementado con el establecimiento de las Hermanas de María Auxiliadora al frente del colegio homónimo hasta la Segunda Guerra Mundial (1907-1942) (Bruno, 1983; Nicoletti, 1998, 1999)[5]. Por su parte, el establecimiento de la Prefectura Apostólica en Punta Arenas aseguró la expansión de la Iglesia católica en el extremo sur del continente, aunque la posición de la obra anglicana y los emprendimientos mineros y ganaderos (entre ellos, los establecidos por las familias Bridges y Lawrence) ralentizaron su desarrollo.

La SAMS y sus agentes no fueron indiferentes al complejo institucional, educativo y de salud montado por la congregación salesiana. El médico misionero Humble rápidamente manifestó su preocupación, pues afectaba la obra evangelizadora, en general, y su posición como referente local, en particular. En sus últimos diarios, expresó el anhelo de que la región recibiera empresas y migrantes anglosajones/as y protestantes. La esperanza abrigada por el agente era razonable; el repoblamiento del espacio norpatagónico había favorecido el crecimiento de la comunidad católica local. Según el Segundo Censo de la República Argentina (1895), Río Negro contaba con 9.182 habitantes identificados como católicos/as, y 56, como protestantes. En este marco, la expansión salesiana reforzaba aún más el lugar de la tradición romana en desmedro de otros actores religiosos. No es extraño que, en consecuencia, Humble tuviera que exigir al municipio de Carmen de Patagones un espacio dentro del cementerio local para el entierro de residentes protestantes ante una aparente política discriminatoria contra la feligresía de otros cultos[6]. La evidencia disponible permite pensar que el avance de la “obra de Don Bosco” y la masiva inmigración no protestante perjudicó a la empresa anglicana. Tras la muerte del médico misionero, en 1897, la SAMS desistió de enviar un nuevo agente.

Respecto a la situación en el valle del Chubut, durante los últimos lustros del siglo xix, el SAMM publicó una serie de notas donde promocionaban la obra de H. Davies. Dos líneas de acción fueron estimuladas visiblemente: aquellas relativas a la contención del catolicismo, para evitar su crecimiento, y otras destinadas a la ampliación de la feligresía, ya sea a través de la evangelización de la población indígena –piedra angular de la entidad– o por medio de la conversión de inmigrantes. Con respecto al primer punto, desde el boletín se instó a mantener vínculos con las iglesias inconformistas. En este sentido, lejos de reproducir las disputas religiosas entre galeses e ingleses, celebró la estrechez de lazos entre los representantes de la SAMS y sus pares congregacionalistas y valoró positivamente la vida cultural de las familias colonas[7]. El interés de los encuentros estuvo justificado por un común denominador, la oposición al catolicismo, más que por las afinidades políticas o culturales. En una nota dirigida al obispo Stirling, el capellán del HMS Triumph opinó que los galeses de otros credos debían considerar a H. Davies como “un aliado ante el catolicismo romano de la República Argentina”. Al igual que en otras ciudades sudamericanas, el observador sostenía que “los hombres de Iglesia y los presbiterianos” se unían “en muchas cosas en las que” en casa no se habrían unido[8].

Sobre el segundo punto, el comité de la SAMS ideó –o al menos publicitó– acciones de evangelización entre la población no galesa del Chubut. Intentó evitar el influjo de los “sacerdotes” a través de las “imágenes idólatras” y prácticas cristianas consideradas erróneas. En un artículo en el que se resaltó la buena aceptación de la sociedad misionera en Inglaterra y la posibilidad de expandir su campo de acción, H. Davies solicitó adoptar la metodología de trabajo de “muchos romanistas de esta república, procedentes de Italia y de otros lugares”[9]. El misionero planteó que la utilización de biblias o evangelios en español e italiano, tal como eran instrumentados en otras ciudades del país, facilitaría el acceso entre las muchas familias de extranjeros/as, “desaprendidos” e “iletrados”[10]. Según su experiencia, cuando algunas de esas personas asistían “ocasionalmente” a los servicios en la capilla, no dudaban en brindarle muestras sinceras de agradecimiento, con expresiones como “Gracia Señor por una gran favor [sic]”[11].

Del mismo modo, la SAMS estimó la posibilidad de evangelizar a grupos indígenas del Chubut, situación que daría mayor sentido a la presencia de uno de sus agentes[12]. Así, en 1890, su órgano de difusión publicó una nota del mismo H. Davies en la que menciona un intercambio de cartas con el obispo Stirling sobre el asunto[13]. El ministro afirmó que “ahora no sería una empresa precipitada para un hombre, o para dos hombres bastante jóvenes, ir entre ellos”. Según su opinión, “los indios aprenderían el galés tan pronto como el español”, pero el trabajo tendría que hacerse a través de la niñez; Davies tenía en cuenta los problemas de la conversión de personas adultas –más aún de aquellas “bautizadas por los sacerdotes romanos que solían acompañar a los soldados”–[14]. Dicho esto, rogaba que sus consejos fueran escuchados para “dedicarse a la tarea de llevar a los indios” que vivían “al pie de los Andes al redil del Buen Pastor” [15].

El SAMM volvió sobre el tema cinco años después al publicar una nueva misiva del agente. En esta ocasión, el pastor remitió a una carta que había recibido de la viuda de Allen Gardiner. La distinguida mujer le propuso “llevar a unos cuantos indios a ser entrenados en conocimiento cristiano en la colonia”[16]. Davies entendió que esto no era posible, pero sí consideró la idea de enviar una persona a trabajar entre los grupos indígenas locales. Así, intercedió ante con el comité de la SAMS para concretar su anhelo[17]. Finalmente, el proyecto no se concretó; aun así, este tipo de planificación exhibe estrategias que excedieron los límites de la feligresía local y respondieron a la presión ejercida por el avance salesiano.

De la misma manera, las relaciones entre los funcionarios y los misioneros (anglicanos y salesianos) asumieron diversas modalidades según los escenarios emergentes. En Río Negro, los agentes del Estado, muchos de ellos oficiales del Ejército iniciados en la masonería, no disimularon su fuerte anticlericalismo anticatólico y, desde su posición, combatieron a los representantes locales de la Iglesia de Roma. Durante las gobernaciones de los militares masones Félix Benavidez (1891-1894) y Liborio Bernal (1894-1897), expresaron su malestar ante la influencia perniciosa de los salesianos en la niñez y el sostenimiento de prácticas “contrarias a nuestra constitución”, que no debían ser toleradas “sin menoscabo del respeto” que se le debía. Tal parecer quedó registrado en la Memoria que el secretario de la Gobernación elevara a Benjamín Zorrilla, ministro del Interior y anteriormente presidente del Consejo Nacional de Educación. El documento, en el que intervino también el hijo de Humble (por entonces oficial del gobierno), planteó una visión particular de la Constitución al sostener que el Estado “[protege a] todas las religiones o sectas, pero no [obliga] ni [impone] ninguna, dejando al criterio de todos y cada uno de los habitantes de la República qué hagan en su hogar, su culto” (Ministerio del Interior, 1895, p. 99).

Los funcionarios criticaron la rutina escolar de las instituciones salesianas, sustentada en el rezo, la enseñanza de la doctrina cristiana mediante explicaciones “antojadizas” y el castigo de “las pequeñas faltas escolares” (con penas consistentes en “un número más o menos grande de padre nuestros u otras oraciones”). Además, llamaron la atención sobre un tipo de educación “completamente perjudicial”, porque tendía solamente, “como el verdadero jesuitismo, a dominar las conciencias para gobernar a su antojo la sociedad por medio del confesionario”; más aún en poblaciones “como éstas”, que no estaban “suficientemente ilustradas para oír con desprecio las doctrinas de esos ministros del retroceso y del oscurantismo”. Ante esta situación, solicitaron el cumplimiento del programa oficial, formulado “bajo el espíritu liberal de la ilustrada época” en que se encontraban, y la intervención del ministro para “remediar el mal” y que esas escuelas quedasen desiertas y se llenasen las nacionales (Ministerio del Interior, 1895, pp. 99-100).

Del mismo modo, el documento dejó constancia de la preocupación en torno a la ausencia de un hospital público en la capital territoriana. Las autoridades señalaron que los salesianos se valían de su institución de salud “para imponer religión cristiana, no recibiendo en él sino a las personas” que se sometían “a sus exigencias”. Más allá de que era “pequeño para las necesidades de la población”, subrayaron el hecho de que, antes de preocuparse por las enfermedades de la población local, los “Padres Salesianos” utilizaban el espacio para entrometerse en la vida personal de quienes recurrían a ellos, movilizados por “el deseo de dominar en todo” (Ministerio del Interior, 1895, p. 123).

Este manifiesto “liberal” en pos de la educación nacional y el cuidado de los “servidores de la patria” fue contemporáneo al reconocimiento público del trabajo realizado por George A. Humble. A pesar de que la presencia de la SAMS languidecía con su último hombre en la ciudad de Viedma, el médico misionero recibió una “agradable expresión de gratitud” de parte de la familia del exgobernador, Lorenzo Vintter. Por intermedio de su hija mayor, Vintter, de ascendencia alemana y una destacada trayectoria político-militar, le hizo entrega de un bastón por haber salvado las vidas de su esposa y su hija. En un contexto de fuerte anticlericalismo, tal distinción no debió pasar desapercibida para los salesianos y los sectores procatólicos del territorio. Con tres décadas dedicadas al desarrollo de la obra misionera y el progreso de la ciudad, la familia Humble-Williams había logrado posicionarse dentro de la sociedad local, vinculándose con las familias de ascendencia europea (ingleses, galeses y alemanes) y las figuras más destacadas del valle.

Ahora bien, mientras que la obra salesiana era combatida en Río Negro, la situación en el extremo sur era totalmente opuesta. Para la misma época, los funcionarios de Tierra del Fuego, bajo la administración de Pedro Godoy (1893-1899), expresaron su angustia al no poder garantizar la instrucción pública por la falta de recursos y solicitaron la promoción de misiones católicas que contrarrestaran la presencia anglicana. Las nuevas autoridades reconocieron que la instrucción “hubiera sido nula, si no fuera por la misión inglesa”, que tenía “una escuela bien instalada”, y que había tomado “sobre sí la instrucción de los indígenas”; y, “por más que fuera humillante, tuvieron que dejar las cosas como estaban, porque hubiera sido inhumano sacar los indios de la tutela de los misioneros ingleses”. En sus términos, los enviados de la SAMS “les proporcionan educación, abrigo y alimentos, en escuelas confortables”; en cambio, ellos solo podían “llevarlos a sufrir penalidades en la pieza desmantelada de la gobernación”, única en la que hasta ese momento había podido funcionar “la escuela argentina, careciendo de muebles, útiles” y cuanto podía “necesitar para su funcionamiento regular” (Ministerio del Interior, 1895, pp. 230-231).

Dicho esto, en el informe elevado al Ministerio del Interior por el secretario del gobernador, Mariano Muñoz, se expresa la imposibilidad de atraer a los grupos indígenas “a causa de su frecuente trato con los misioneros”. Los representantes del Poder Ejecutivo sostuvieron que los fueguinos habían incorporado “el idioma de éstos” y “nociones comerciales”, perdiendo “sus hábitos nómades”. Como contraparte, el “idioma nacional de la República [era] poco practicado en estas regiones, siendo más usual el inglés”, y “el pequeño comercio” que tenían los/as indígenas estaba vinculado directamente a las estaciones de la SAMS, a donde acudían “de preferencia para hacer sus transacciones”. Asimismo, los funcionarios expusieron que la entidad hacía “un culto del agasajo al indígena”, primero, al contar “con salas dotadas de estufas para calentarlos, de buenas provisiones para obsequiarlos”, segundo, al educar a sus hijos “en escuelas llenas de comodidades y de atractivos”, y tercero, al predicar “su religión en salones confortables, aseados, usando en sus pláticas hasta el propio idioma de los indios”. En este punto, en el documento oficial, se remite al estudio lingüístico realizado por el exsuperintendente Bridges (Ministerio del Interior, 1895, pp. 232-233).

A una década de que Laserre pronunciara palabras elogiosas sobre el accionar de la SAMS, sus sucesores plantearon preocupación. ¿Qué podían hacer frente a la aparentemente perniciosa influencia anglicana? Las autoridades de Tierra del Fuego entendían que, a pesar de que su culto era “más grande, más verdadero”, ante “los ojos de los indios [era] quizás el más pobre, y su ejercicio no les [ofrecía] como premios sino fríos y privaciones”. No se podía “luchar con los misioneros ingleses” directamente, porque gastaban “ingentes sumas […] en presentar su culto lleno de esplendores, probando prácticamente a aquellas almas sencillas” que la Iglesia de Inglaterra poseía “abundantes alimentos y abrigos, y que [era] dueña de casas que allí [eran] verdaderos palacios”. Por tal motivo, los agentes del Estado vieron necesario animar “la formación de misiones católicas, instaladas convenientemente y con recursos suficientes para poder competir con las de protestantes en la catequización de indígenas”; el punto de referencia obligado era la obra de Fagnano en Río Grande. En efecto, informaron al ministro Zorrilla que incluirían en su presupuesto la construcción de una capilla en la que los/as pobladores/as que profesaban “el culto oficial de nuestra constitución, [tuvieran] un templo donde ir a elevar, conforme a sus creencias, sus preces al Todopoderoso”. Detrás de ese proyecto, estaba su afán de “iniciar con éxito la campaña civilizadora de la catequización de los indígenas”, de manera simultánea a la erección de “otros” edificios públicos (Ministerio del Interior, 1895, pp. 232-234).

Experiencias supletorias, acuerdos y tensiones

La clase dirigente argentina de la segunda mitad del siglo xix no cuestionó el perfil cristiano que debía asumir la Patagonia. Tal como señalan Roberto di Stefano y Loris Zanatta (2009 [2000]), apreció la función “civilizadora” del clero siempre y cuando su accionar no fuera en contra del “proyecto de nación”. Este principio no se limitó a los/as católicos/as. Las iniciativas protestantes también se contemplaron dentro del proyecto de “integración” de los espacios extraídos de la “barbarie”, aun con los recelos de aquellos/as que advertían sobre la radicación de súbditos de la Corona británica y los peligros de la expansión imperialista en la región.

A raíz del aluvión de migrantes, el despliegue de las instituciones salesianas y el montaje del aparato estatal-territoriano, este planteo inicial fue revisado. Hacia 1900, las ideas anticlericales y laicistas perdieron peso dentro de la élite política e intelectual. Además, por muy anticlericales y admiradores de las naciones protestantes que fueran, varios integrantes de la clase dirigente no habían dejado de compartir una serie de valores e intereses con la Iglesia católica. En este sentido, no consideramos que la etapa abordada esté signada por un “liberalismo integral” (Mallimaci, 2004, 2008). Coincidimos con la propuesta de Di Stefano (2012), quien reduce el “empuje laicista” a unos años de la década de 1880. Esta situación nos permite ver las variadas relaciones que establecieron los funcionarios del Estado con los actores religiosos en un espacio de incorporación tardía y con una distintiva presencia protestante.

De este modo, distinguimos al menos tres etapas en las relaciones estudiadas. Hasta al menos el año 1878, la SAMS y los/as misioneros/as anglicanos/as trabajaron en la Patagonia sin encontrar mayores obstáculos que un grupo de “romanistas” en Patagones y la resistencia de la población indígena. El accionar de la empresa misionera estuvo facilitado por el clima ideológico, la frágil presencia de las estructuras estatales y la Iglesia católica, sin contar el apoyo del obispo Stirling. Es más, la posición asumida en ese tiempo permitió que algunos de sus agentes, como Bridges y Humble, ocuparan una posición clave dentro de la sociedad local durante la organización de los territorios nacionales, hasta fines de la década de 1880. El Estado necesitó montar sus estructuras jurídico-administrativas y satisfacer las demandas de una sociedad en formación, y fueron los/as misioneros/as anglicanos/as quienes estuvieron allí para satisfacer tales objetivos. Esta experiencia supletoria encontró sus límites a corto plazo. Entre la década de 1890 y los primeros años de la centuria siguiente, la SAMS debió revisar su plan de acción ante los cambios dramáticos resultantes de los procesos de reocupación y repoblamiento –protagonizados mayormente por migrantes y familias católicas– y el impacto de la expansión de la obra salesiana, a través de sus instituciones educativas y de salud.

Asimismo, los casos considerados exhiben panoramas totalmente opuestos en las postrimerías del siglo xix. Las autoridades de Tierra del Fuego consideraron urgente reforzar el culto católico ante la notable incidencia de los/as misioneros/as anglicanos/as. Encontraron en el despliegue de la obra salesiana el mejor contrapeso. Contrariamente, sus pares de Río Negro realizaron una lectura crítica sobre las acciones de la congregación nacida en Italia. Tales planteos dan cuenta de las divergencias existentes dentro de la administración pública y los sectores gobernantes frente al lugar de la religión y en particular de la Iglesia católica en el marco de la organización de estos territorios. Todos ellos tenían una meta clara: la evangelización/civilización de los/as indígenas asociada a la construcción de la soberanía de un territorio amplio e incorporado recientemente al Estado nacional. Sin embargo, los caminos para lograrlo se presentaban disímiles. Al menos hasta 1890, el Poder Ejecutivo nacional no estuvo interesado en el perfil religioso de aquellas empresas que asumieron esa responsabilidad siempre y cuando fueran cristianas. Pero el avance gradual de las instituciones estatales y sus agentes derivó en la redefinición de ese principio.

Después de la década de 1880, el momento más álgido de la “Argentina laica”, las relaciones entre Buenos Aires y Roma se encauzaron. El crecimiento de la población católica en los territorios sureños y la expansión salesiana a través de sus instituciones y una activa práctica misionera entre la población indígena fueron simultáneos a un cambio de actitud de la clase dirigente respecto a la obra de la SAMS. Por entonces, la empresa anglicana auspició iniciativas en toda América del Sur y concentró sus energías en otros campos de misión, como la región chaqueña. El fin del obispado de Stirling, en 1900, también conllevó a que las acciones en la Patagonia perdieran el apoyo directo de la Diócesis más austral de la Iglesia; su sucesor, Edward Francis Every (1902-1937), priorizó la atención de las comunidades anglicanas establecidas (entre ellas la galesa, aunque no de manera sostenida).

Bibliografía

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  1. Este capítulo es el resultado de una relectura de aspectos abordados en la tesis doctoral titulada “La Patagonia protestante. Minorías religiosas, Estado y sociedad en los territorios del sur argentino (1862-ca.1966)” (Universidad de San Andrés, 2019).
  2. El término “evangélico”, derivado de la palabra griega del Nuevo Testamento euangelion (“buena noticia”), ha tenido diversas connotaciones en los últimos siglos, derivadas de su asociación con ciertos grupos e iglesias del mundo cristiano. Durante el siglo xvi, la palabra se aplicó a los reformadores protestantes debido a su énfasis doctrinal en la justificación por la fe, el sacerdocio de todos/as los/as creyentes y la autoridad de la biblia. Hacia fines del siglo xviii, fue adoptada por quienes compartían el énfasis en la necesidad de una experiencia de conversión, la promoción del Evangelio y un enfoque riguroso hacia la santidad personal. En este contexto, la expresión también se usó para identificar una tendencia en particular dentro de la Iglesia establecida, simpatizante de la renovación metodista y las campañas evangélicas. Bruce L. Guenther (2003, pp. 327-330) presenta un recorrido histórico del término en el segundo volumen de la Encyclopedia of Protestantism, editada por Hans J. Hillerbrand.
  3. A Voice for South America, vol. xii, 1865, p. 28, pp. 32-33. Archivo de la Iglesia Anglicana Argentina (Catedral San Juan Bautista), Buenos Aires, Argentina.
  4. SAMM, 2 de febrero de 1885, pp. 36-37.
  5. Los últimos capellanes de Malvinas fueron Hugo Brumm (1937-1947) y Juan Kelly (1948-1952). Desde entonces, el clero secular pasó a atender a los/as católicos/as malvinenses.
  6. SAMM, 1.° de noviembre de 1887, p. 248.
  7. SAMM, 1.° de mayo de 1886, pp. 105-110; 1.° de abril de 1897, p. 62.
  8. SAMM, 1.° de mayo de 1886, p. 106.
  9. SAMM, 1.° de enero de 1898, pp. 14-15.
  10. SAMM, 1.° de septiembre de 1871, p. 121.
  11. SAMM, 1.° de enero de 1898, 14-15.
  12. No sería el primer intento. En 1875-1876 la Sociedad Misionera de la Patagonia (Cymdeithas Genhadol Patagonia) desarrolló su fugaz experiencia en el Chubut con el fin de apoyar la labor del reverendo David Lloyd Jones, a quien se le había encomendado una obra entre los indígenas locales.
  13. SAMM, 1.° de noviembre de 1890, p. 253.
  14. SAMM, 1.° de noviembre de 1890, p. 253.
  15. SAMM, 1.° de noviembre de 1890, p. 253.
  16. SAMM, 1.° de julio de 1895, p. 123.
  17. SAMM, 1.° de julio de 1895, p. 123.


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