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2 Las representaciones en las ciencias sociales y en la política social

1. Representaciones y Ciencias Sociales

Hicimos en el capítulo anterior un recorrido por las principales visiones filosóficas, religiosas y de las Ciencias Sociales sobre pobres y pobreza, observamos que en ellas están implícitas de una forma directa o indirecta, representaciones sobre la temática. Resulta necesario ahora presentar algunas perspectivas y debates en torno a dicha noción de representaciones, de manera de puntualizar algunos aspectos y nociones que tendremos en cuenta en nuestro análisis.

Realizando una revisión de diferentes perspectivas teóricas Ansart (1993) señala que se ha avanzado en la consideración de que ninguna práctica social es reductible a sus elementos materiales, y que toda sociedad crea un imaginario a través del que se reproduce y se identifica, distribuyendo papeles e identidades colectivas, expresando las necesidades sociales y los fines a realizar. En su ya clásico trabajo “La institución imaginaria de la sociedad”, Castoriadis (1999) plantea que este imaginario da respuestas organizadoras de la identidad social, respuestas que ni la realidad ni la racionalidad pueden dar: ¿quiénes somos como comunidad? ¿qué somos los unos para los otros?, ¿dónde y en qué estamos?, ¿qué queremos, qué deseamos, qué nos hace falta? El imaginario está conformado por un conjunto más o menos coordinado de representaciones (Baczko, 1991), cuando hablamos de imaginario nos estamos refiriendo, entonces, a una trama, a cierta forma de organización de representaciones, vinculadas a objetos, personas, situaciones, identidades, diferencias, etc.

Si bien, como dijimos, se ha avanzado en la consideración de que ninguna práctica social es reductible a sus elementos materiales, sin embargo, desde las diferentes corrientes y paradigmas son diversas las maneras de analizar las representaciones. El concepto de representaciones es multiforme y poliédrico, se relaciona con los conceptos de imaginario y con los de simbolización, actitudes, ideologías, sentido, creencias, etc. Desde distintas disciplinas, Sociología, Psicología, Antropología y Filosofía, y desde sus múltiples enfoques, presenta diversas acepciones y perspectivas, haciéndose central en todas, la relación entre los elementos objetivos y subjetivos de los procesos sociales y el vínculo entre lo individual y lo social, entre las formas de conocer “objetivas” e “intersubjetivas”.

Desde la Sociología, Durkheim (1986), al acuñar el concepto de representaciones colectivas, las definió como formas de conocimiento o ideaciones construidas socialmente y que no pueden explicarse como epifenómenos de la vida individual ni tampoco recurriendo a la psicología individual. Para este autor las representaciones poseen una existencia objetiva, exterior a los individuos y ejercen al mismo tiempo, una fuerza compulsiva y restrictiva sobre ellos. Así, desde el positivismo, se acentúa la concepción de representación colectiva como cuerpo normativo que determinaría fuertemente toda posible elección de opinión por parte de los individuos. Sin embargo, con esta comprensión Durkheim deja ya planteado el carácter dual de la sociedad, la facticidad objetiva, el significado y los elementos subjetivos de la misma. A diferencia del positivismo, el materialismo histórico considera que los hombres son los productores de sus representaciones, las ideas son las cosas transpuestas, interpretadas en la cabeza de los hombres (Vasilachis, 1993). Sin embargo, la estructura (relaciones de producción, propiedad de los medios de producción, etc.) influye fuertemente en la determinación de la super estructura (ideología): “No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia”, apareciendo la superestructura como algo separado de la estructura, y más ligada a formas de percepción que de construcción (Bourdieu, 1996a). El paradigma interpretativo, paradigma en construcción, y con el que se relacionan de maneras diferentes numerosos autores, se ha replanteando las articulaciones entre lo macro y lo micro, Giddens (1993) introduce la idea de la estructura como dual, como medio y resultado de las prácticas que constituyen el sistema social. Critica al positivismo al considerar la reproducción como un resultado mecánico, antes que como un proceso activo de constitución, realizado por los procederes de los sujetos.

Bourdieu (1996b), quien se autodefine como estructural contruccionista o construccionista estructural, y que puede también enlazarse al paradigma interpretativo, plantea, que los objetos de conocimiento son construidos y no registrados pasivamente. Existen en el mundo social estructuras objetivas, independientes de la conciencia y de la voluntad de los agentes, que son capaces de orientar y coaccionar sus prácticas y representaciones, siendo los momentos objetivo y subjetivo dialécticos, pero constituyendo las estructuras objetivas el fundamento de las subjetivas. En el pensamiento Bourdiano (Martínez, 2007) aprender lo que pasa objetivamente es solo un primer momento, que se completa al discernir como esa objetividad se transforma en subjetividad, en cómo la estructura es interiorizada por los agentes, rompiendo así con el subjetivismo que esencializa a los agentes y con el objetivismo que los minimiza a favor de estructuras anónimas que se transforman en estructuras actuantes.

No solo desde la sociología sino también desde la psicología se han realizado importantes aportes a la comprensión de las representaciones, autores como Piaget y Vygotzki (citado en Botero y Salazar, 2008), relacionados al enfoque de la construcción interactiva, con puntos de divergencia y convergencia, reconocen los elementos constitutivos de la naturaleza de la especie humana que se van cualificando en la interacción con el ambiente en una relación dialéctica entre sujeto y objeto. Moscovici (1984), fue sin embargo desde la Psicología Social quien profundizó el concepto de representaciones sociales, introduciendo un elemento importante, al sostener que las representaciones tienen una ubicación estratégica en la intersección de nociones de origen sociológico y otras de procedencia psicológica. Para este autor las representaciones sociales son construcciones simbólicas que se crean y se recrean en el curso de las interacciones simbólicas, no tienen carácter estático, ni determinan inexorablemente las representaciones individuales. Las representaciones simbólicas son teorías del sentido común, más que simples opiniones o actitudes, no solo formas de adquirir y reproducir conocimiento, sino que tienen la capacidad de dar sentido a la realidad social, teniendo la finalidad de transformar lo desconocido en algo familiar. Las define así: “En tanto que fenómenos, las representaciones sociales se presentan bajo formas variadas, más o menos complejas. Imágenes que condensan un conjunto de significados; sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso dar un sentido a lo inesperado; categorías que sirven para clasificar circunstancias, fenómenos e individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre ellos” (Moscovici, 1986), también dice respecto de las representaciones que son un “conjunto de conceptos, declaraciones y explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones interindividuales. Equivalen, en nuestra sociedad, a los mitos y sistemas de creencias de las sociedades tradicionales; puede, incluso, afirmarse que son la versión contemporánea del sentido común” (Moscovici, 1981). Una representación hace circular y reúne experiencias, vocabularios, conceptos, conductas, que provienen de orígenes muy diversos. Así, reduce la variabilidad de los sistemas intelectuales y prácticos, y también de los aspectos desunidos de lo real (Moscovici, 2002).

Las representaciones sociales se generan a través de dos procesos, el primero es definido como anclaje y supone un proceso de categorización a través del cual clasificamos y damos un nombre a las cosas y a las personas. Este proceso permite transformar lo desconocido en un sistema de categorías que nos es propio. El segundo proceso es definido como objetivación y consiste en transformar entidades abstractas en algo concreto y material, los productos del pensamiento en realidades físicas, los conceptos en imágenes (Moscovici, 1981). Moscovici (2002) sostiene también que una representación social es una preparación para la acción, no solo en la medida en que guía el comportamiento, sino sobre todo en la medida en que remodela y reconstituye los elementos del medio en el que el comportamiento debe tener lugar.

Algunos autores, entre ellos Botero Gómez y Vázquez (2008), marcan que a pesar de que la tradición moscoviciana se declare como interaccionista y a pesar también de sus aportes para comprender las representaciones como formas de conocimiento y pensamiento sociales, como marcos de interpretación de la realidad, esta teoría permanece ligada a representaciones de corte cartesiano que dividen el mundo y el yo y que le dan a este último el carácter de realidad. Para mostrar más claramente esto citan a Jodelet (1986), continuadora de la obra de Moscovici: “Representar es sustituir a, estar en el lugar de”. En este sentido, la representación es representante mental de algo, objeto, persona, acontecimiento, idea, etc. Por esta razón, la representación está emparentada con el símbolo, con el signo, al igual que ellos, la representación remite a otra cosa. No existe ninguna representación social que no sea la de un objeto aunque éste sea mítico o imaginario. Además, representar es re – presentar, hacer presente a la mente, en la conciencia. En este sentido la representación es la producción material de otra cosa, ya sea persona, objeto, acontecimiento material o psíquico, idea”. Desde esta perspectiva la tradición teórica moscoviciana sostiene que las representaciones son construcciones, sin embargo, están ligadas a una “realidad”, son representaciones de cierta realidad (materialismo). Ibañes (1988), siguiendo la misma línea de argumentación, trae otro texto de Jodelet: “así pues, la noción de representación social antes que nada concierne a la manera en que nosotros, sujetos sociales, aprendemos los acontecimientos de la vida diaria, las características de nuestro medio ambiente, las informaciones que en él circulan y las personas de nuestro entorno próximo o lejano”.

Berger y Luckman (Botero Gómez, Ospina Serna, Gómez Serna, 2008), desde la sociología del conocimiento, con la noción de sentido, en contraste y complemento a la noción de representaciones, planteada por Moscovici, enfatizan en los procesos afectivos que permiten a los sujetos además de interpretar y apropiar la realidad, dar cargas de valor que conducirán a la acción de los sujetos y legitimar los procesos sociales. Estos autores trascienden la visión transmisionista y homogeneizante de la noción de representaciones sociales, desde su postura estas incidirán en las formas tanto de interpretar la realidad, como de configurar identidades, relaciones sociales, legitimación de valores y prácticas plurales. Podría inferirse la noción de sentido como un aglomerado de experiencias que expresan el proceso de representarse la realidad y las representaciones como la objetivación en prácticas, valores, creencias y orientaciones de la realidad que se generan en la intersubjetividad. Para Moscovici las representaciones sociales se explican desde los procesos cognitivos, la noción de sentido, enfatiza en los procesos afectivos que permiten a los sujetos además de interpretar y apropiar la realidad, dar cargas de valor que conducirán a la acción de los sujetos, legitimar los procesos sociales y conducir a la configuración de identidades individuales y colectivas. En este mismo sentido Gouldner (1979) al desarrollar el concepto de “supuestos básicos subyacentes”, sostiene que es en la primera socialización cuando aprendemos categorías y supuestos asociados a esas categorías y que por los agentes que intervienen en esta primera socialización lo aprendido está fuertemente ligado a lo afectivo.

Cada miembro de la sociedad construye representaciones y las trasmite, recibiendo de otros a través de la comunicación; por esta actividad las representaciones individuales se convierten en colectivas y las sociales en individuales (Raiter, 2002). Si bien cada persona forma su propia opinión y elabora una particular visión de la realidad, no significa que dicha elaboración constituya un proceso individual, la realidad de la vida cotidiana es una construcción intersubjetiva, que supone procesos de interacción y comunicación mediante los cuales las personas comparten y experimentan a los otros y las otras y las inserciones de las personas en el espacio social inciden con fuerza en la elaboración individual de la realidad social (Araya Umaña, 2002). Como afirman Alejandro y Socarrás (2000) es común subvalorar las motivaciones de los sujetos que interactúan en la experiencia comunitaria y las representaciones y clasificaciones simbólicas, que estructuralmente inciden en la acción. Es importante tener en cuenta que la pertenencia a un grupo y la categorización grupal, van a influir fuertemente en las representaciones, no solo la posición grupal de los integrantes, sino también que las representaciones inter grupo van a intervenir en la forma de insertarse socialmente. El estudio de los procesos grupales evidencia cómo las representaciones emergentes no son la simple suma de los pensamientos individuales y que las formas de pensamiento grupal poseen una textura y consistencia propia.

Vasilachis (2003a) señala fundamentalmente algunos elementos claves a tener en cuenta para el abordaje de las representaciones sociales, que estas son formulaciones sintéticas de sentido, descriptibles y diferenciables, producidas por actores sociales como formas de interpretación y simbolización de aspectos clave de su experiencia social, como construcciones simbólicas que los sujetos crean o a las que apelan para interpretar el mundo, reflexionar sobre su propia situación y la de los demás y determinar el alcance y la posibilidad de su acción histórica. Como forma de explicar a los otros y al mundo, fijando identidades, posiciones sociales y formas de acción. Así las representaciones son construidas en la interacción de una trama estructural y una simbólica, condicionadas por la posición del sujeto en la primera, y consideradas sociales porque en la construcción y reconstrucción intervienen tanto los elementos objetivos de la sociedad como la interacción simbólica entre actores, traduciéndose o vehiculizándose en acciones o modos de acción concretas y particulares.

Nos resulta interesante a su vez el enfoque de Saintout (2010) en cuanto a la posibilidad de poner en relación la mirada de las representaciones desde la psicología social con la idea de habitus[1] de Bourdieu. Para esta autora esa articulación permite profundizar la problematización de las relaciones sociales de poder que constituyen lo social y que aparecen estructurando las percepciones y el conocimiento que los actores tienen del mundo. Aclarando también que no es que Moscovicci no dimensione un plano material de los modos de construcción del conocimiento, sino que este es el tópico más fuertemente específico de la propuesta de Bourdieu. También la puesta en común de las ideas de habitus y de representación social se potenciarían, en lo que se refiere a la capacidad de explicar los modos en que los sujetos incorporan lo novedad. El concepto de habitus (Saintout, 2010) vehiculiza la articulación objetivo/subjetivo, siendo también oportuno sumar que las representaciones que tienen los actores del mundo y sus acciones en él están marcadas desde sus estar dotados de determinados habitus, configurados de acuerdo al lugar histórico que ocupan dentro del espacio social, dado a su vez por un volumen y una estructura de capital particular que permite hablar de trayectorias posibles. Las respuestas del habitus pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin que se haga explícito este fin ni las operaciones necesarias para alcanzarlo, «colectivamente orquestadas sin ser producto de la acción organizada de un director de orquesta». El habitus como especie de hipótesis prácticas fundadas sobre la experiencia pasada, que permiten respuestas inscriptas en el presente en relación a un porvenir probable. Pero cabe aclarar también que las prácticas y percepciones no son exclusivamente la ejecución del habitus: son producto de la relación dialéctica entre una situación y un habitus. En las prácticas y percepciones del mundo se hacen actos las disposiciones del habitus, y si bien los agentes tienden a reproducir las condiciones que engendraron sus habitus, en circunstancias nuevas, estas disposiciones pueden ser transformadas. Así, las dimensiones estructurales de la vida social se recrean.

Hemos presentado hasta aquí algunas comprensiones de las representaciones, y su análisis de la relación entre los elementos objetivos y los subjetivos, lo individual y lo social; desde nuestra perspectiva podemos considerar la existencia de dos tramas, una más ligada a lo estructural (condiciones objetivas de existencia, relaciones de producción, propiedad de ciertos bienes, etc.), y otra subjetiva; además nos parece importante resaltar en la primera de las tramas el elemento geopolítico[2], útil para comprender particularidades regionales, nacionales y de zonas internas o locales. Estas tramas estarían en constante interacción y en esta interacción se irían configurando y reconfigurando las representaciones. Consideramos también que no hay una realidad a representar sino diversas maneras de interpretar y simbolizar la experiencia social. Compartimos con Raiter (2002) que las representaciones no están limitadas a ser un reflejo del mundo, sino que pueden ser algo diferente, en las representaciones los seres humanos completan el mundo o le agregan elementos. Altamirano afirma:

…al destacar el carácter imaginario de determinada representación, o constelación de representaciones, símbolos, significaciones, lo que se subraya es no sólo la línea que la separa de lo considerado real, sino también su carácter no reflejo […] lo imaginario es, pues, inventivo, productivo, no meramente reproductivo… (1990: 12).

En esta interacción de tramas es importante también considerar el peso de la posición que tenga la persona en la trama más vinculada a lo estructural y la relación de esta posición con sus producciones simbólicas. Introducimos entonces el concepto o la categoría de “experiencia”, sosteniendo que diferentes experiencias estimulan diferentes tipos de representaciones, y diferentes tipos de interpretaciones promueven diferentes modos de interpretar situaciones compartidas, convirtiéndolas en diferentes tipos de experiencias (Raiter, 2002). El sujeto no solo reproduce, las representaciones no se le imponen como algo externo, sino que también produce, y que si bien la estructura no es determinante, sí es condicionante. El sujeto produce y reproduce desde determinada posición en el espacio social y la “experiencia” está estrechamente ligada a la “posición”. Al hablar de “experiencia” estamos diciendo que no todos recibimos los mismos estímulos (vivimos en diferentes lugares, nacimos en diferentes momentos, ocupamos diferentes posiciones, etc.), a esos estímulos los recibimos además mediados lingüísticamente (lo que condiciona la propia percepción y construcción) y no todos tenemos los mismos intereses, deseos, ambiciones, necesidades, etc. (Raiter, 2002).

2. Las representaciones y la designación de identidades

Ya hemos presentado algunos elementos que contribuyen para acercarnos al concepto de representaciones. Sumamos una función de las representaciones fundamental para el tema que estamos trabajando, la designación de identidades. Baczko (1991) sostiene que las representaciones designan también identidades colectivas, fijando modelos formadores como el de “jefe”, “buen súbito”, “valiente guerrero”, “militante”, etc., modelos que no funcionan como simples tipologías descriptivas, sino que marcan estos “territorios” y fronteras de las que hablamos, definiendo relaciones con los “otros”, formando imágenes de “amigos” y “enemigos”, de rivales y aliados. Esta institución de identidad (Bourdieu, 1985), es fundamental porque impone un nombre, asigna una esencia social, impone un derecho de ser y hacer, marca límites y fronteras. Es importante destacar en este punto, que como muestra Raiter (2002), los contenidos de las representaciones no son neutros, se toman decisiones, se planifica la vida, se elijen objetivos, a partir de, teniendo en cuenta o condicionados por las imágenes que tienen de los acontecimientos y hechos del mundo, las representaciones construidas. Nunca se actúa desde los hechos u objetos en sí, sino desde las representaciones. Brewer y Kramer (1985), se refieren a las representaciones sociales como creencias compartidas, como imágenes y sentimientos que las personas de una sociedad particular poseen sobre diferentes subgrupos o categorías reconocidas socialmente. Planteando que desde esta perspectiva el estudio de los estereotipos grupales y de su influencia en el proceso de información constituyen un eje central.

Cuando dijimos que el concepto de representación se vincula a muchos otros, hicimos mención al de creencias, en la medida que la representación acerca de alguna cosa, evento o acción, es conservada y no reemplazada por otra, constituye una creencia y es la base del significado que adquiere cada nuevo estímulo relacionado con esa cosa, evento, acción o proceso. En la construcción de imágenes el sujeto es necesariamente activo, y estas imágenes constituyen las creencias del sujeto sobre el mundo, el papel de las creencias previas es fundamental en la construcción de nuevas representaciones (Raiter, 2002), el sujeto tiene creencias acerca de “los otros”, de las “identidades” y de las “diferencias”. Las representaciones y las creencias se relacionan así con la institución de identidades, con la esencia social, que Bourdieu (1985) define como el conjunto de atributos y atribuciones sociales que produce el acto de institución, y con el concepto de identidad existencial que Vasilachis (2003a) plantea como uno de los dos elementos de la identidad. Esta autora, sostiene que la identidad está conformada por el elemento existencial y por el esencial o identidad esencial. En el primero los sujetos que poseen bienes económica o socialmente valiosos, marcan la diferencia en la posesión y en la privación de otros, asignando acciones, atribuciones y calificaciones, que legitiman y justifican posiciones, consolidando relaciones de poder y dominación, negando el segundo elemento (identidad esencial), lo común que es propio y que puede ser desarrollado por todos, a lo que sumaríamos que estas acciones, atribuciones y calificaciones, se constituyen en creencias sobre la identidad de la persona, y se generalizan conformándose como estereotipos. Cuando hablamos de la igualdad en la identidad esencial no estamos retomando posiciones del individualismo sino reafirmando justamente que las desigualdades son relacionales[3], que son creaciones sociales.

Así, si bien todos los sujetos son esencialmente iguales, los poseedores de bienes económica o socialmente valiosos tienen más posibilidades de nombrar e imponer sus significaciones/ representaciones, provocando el advenimiento de esa realidad, por la eficacia propia de la evocación, de lo que representan (Bourdieu, 1985), en palabras de Foucault (1993) el poder produce, produce lo real, produce campos de objetos y rituales de verdad, por lo que se hace aún más interesante analizar las representaciones de los actores o grupos con poder de nombrar. Es relevante para profundizar esta afirmación, una de las hipótesis centrales de Tilly (2000), para este autor las grandes y significativas desigualdades en las ventajas que gozan los seres humanos corresponden principalmente a diferencias categoriales como negro/blanco, varón/mujer, ciudadano/extranjero o musulmán/judío, más que a diferencias individuales en atributos, inclinaciones o desempeños, resaltando así un fuerte componente relacional. Aún cuando se usan marcadores biológicos, estas categorías dependen de la organización, la creencia y la imposición social. La desigualdad persistente entre categorías surge porque las personas que controlan el acceso a recursos productores de valor resuelven problemas organizacionales por medio de distinciones categoriales. Una categoría aglutina actores considerados semejantes y define relaciones entre ambos, las categorías se centran en límites (Tilly, 2000). El trabajo categorial siempre implica atribuir cualidades distintivas a los actores, a uno y otro lado de los límites (Tilly, 2000). Y en los límites que separan de los miembros de otras categorías, los sujetos recurren a la interacción, el miedo, la esperanza y la imaginación para construir historias que mantengan esos límites. Así las creencias compartidas desempeñan un papel significativo en el funcionamiento de la desigualdad categorial y limitan las alternativas organizacionales, que los participantes consideran, temen o desean (Tilly, 2000). Las representaciones y las creencias de los sujetos con poder de nombrar, intervienen entonces más fuertemente en la creación de categorías y clasificaciones, de estereotipos, en la delimitación de fronteras y posibilidades, manteniendo y justificando las desigualdades sociales.

3. Representaciones y Política Social

La fragmentación y la desigualdad de la que hemos hablado es provocada y se manifiesta de diferentes formas, así como ya sostenían, en la década del noventa, Barbeito y Lo Voulo (1998) las divisiones sociales que se observan en el país no son la mera acción de un mercado más libre, sino fundamentalmente de acciones políticas concretas que desmantelaron las bases del sostenimiento de la red de seguridad laboral y los componentes universalistas de las políticas públicas, con el objeto de profundizar las desigualdades funcionales de las personas. Falsamente el modelo que se instaló en los noventa se presentó como más equitativo porque supuso que en él cada uno recibe aquello que le corresponde por sus méritos personales. Por lo contrario, por un lado se fortaleció el acceso de ciertos grupos a seguros sociales corporativos (públicos y privados), mientras por el otro se desmantelaron los componentes universales del sistema, de forma tal de distribuir de manera más desigual las capacidades necesarias para que cada persona desarrolle sus propios méritos.

Esta fragmentación (Isuani, 1996) la vemos también claramente en lo político, si bien en la sociedad argentina se han desarrollado organizaciones que expresan intereses sectoriales y que cuentan con un poder organizacional no despreciable, frente a ellas no han podido emerger sistemas de alianzas relativamente estables o fuerzas sociales y políticas que agreguen intereses al punto de asegurar la viabilidad de un proyecto, sea este del signo que fuere. Siguiendo con lo planteado por Barbeito y Lo Voulo (1998) estos cambios no son una mera reforma impuesta por abstractos factores incontrolables (la “globalización”, o la “mano invisible” de los mercados), sino una acción racional con arreglos a fines y en la cual se identifican actores, ganadores y perdedores. Y si interpretamos a las políticas públicas como resultado de negociaciones sociales, podemos considerarlas como indicadores de la distribución del poder dentro del mismo Estado así como así de la sociedad (Escolar, Besse y Lourido, 1994). Fragmentación social y fragmentación de la Política Social, son características del modelo neoliberal, debilitado, transformado, en vías de poder hablar de un Estado “post neoliberal”, pero aún presente e instalado en prácticas, políticas, imaginario, etc.

De este modo podemos plantear como los diferentes modelos de políticas sociales van a tener relación con diversas representaciones sobre la pobreza. Algunos autores dan particular importancia a las representaciones sobre la pobreza presentes en los programas, así por ejemplo Álvarez Leguizamón (2001) al proponer una tipología de programas para gestionar la pobreza en la Argentina, toma tres dimensiones, la forma de articulación, relación jerárquica y funciones asignadas a las distintas instituciones participantes (organismos gubernamentales federales o nacionales, provinciales y municipales; comisiones asesoras, intergubernamentales, intersectoriales o inter instituciones, organismos internacionales financiadores; organizaciones no gubernamentales), la manera en que se asignan y canalizan los fondos a los destinatarios, la relación y responsabilidad de las instituciones intervinientes y la representación que tiene el programa de la pobreza, considerando a esta la más importante. Ampliando esta visión Cardarelli y Rosenfeld (2000) sostienen que todo programa o proyecto social opera sobre la base de una concepción social y política convalidada sobre quiénes son “los otros”, no solamente en términos de cuáles son las categorías de personas en “condiciones de riesgo” que requieren intervención estatal, sino a partir de una representación social de la vida cotidiana de los “diferentes”, de sus necesidades y expectativas. Para ilustrar esto podemos mencionar un ejemplo dado por Le Grand (1998), quien al profundizar sobre las características del Estado de Bienestar observa, que los socialistas democráticos presuponían que tanto el Estado como sus agentes eran competentes y benévolos, por lo que podía confiarse que trabajarían a favor del interés público, también se pensaba que los contribuyentes que pagaban el Estado de Bienestar participaban de la creencia de que “el altruismo prevaleciente garantizaría la justicia social”, por lo que aceptaría una carga creciente de impuestos progresivos; y los beneficiarios que eran considerados como pasivos, subordinados, no caballeros, suponiéndose entonces que se contentarían con un patrón universal de servicios, a menudo bastantes elementales. En esta línea Tenti Fanfani (1992) afirma que las políticas asistenciales contemporáneas, proclamándose participativas, promocionales, centradas en las necesidades, etc., por lo general también presuponen una serie de necesidades, prioridades y preferencias de las poblaciones.

En el ámbito de las Políticas Sociales tanto, decisiones, diseños, implementaciones forman parte de procesos, no siendo momentos lineales ni determinados, sino interacciones múltiples, con participación de diversidad y pluralidad de actores. En este proceso intervienen y establecen determinadas articulaciones diferentes actores, vinculados al plano internacional, nacional, provincial y municipal (estos dos últimos adquirieron más relevancia a partir de los procesos de descentralización), cada uno de ellos con pesos diversos en las etapas mencionadas, pudiendo entonces hablar de la política pública como el resultado de la forma en que se lleva adelante la disputa entre diversos actores en el marco de cierta distribución de poder y reglas de juego (García Puente, 2011). Cómo dijimos inicialmente, al hablar del neoliberalismo y de las políticas sociales que implementó, los organismos internacionales tuvieron y tienen injerencia en los programas sociales de los diferentes países latinoamericanos. Estos organismos comenzaron a auspiciar, implementar, apoyar, etc. programas sociales con una lectura propia de la pobreza, con énfasis en dos modalidades: programas de emergencia, vinculados al empleo, orientados a aliviar los efectos de los ajustes y crisis económicas, o desastres naturales; y los programas de transferencia condicionada, que combinan el alivio de la pobreza en el corto plazo (mediante transferencias) con objetivos de largo plazo a través del desarrollo simultáneo de distintos componentes del “capital humano”: educación, salud, alimentación, o programas de capacitación. Estos programas de emergencia han sido fortalecidos y se ha buscado darles un carácter permanente, pero paralela y paradójicamente la distribución de los recursos, se inscribe en una lógica de “proyectos”, es decir en una definición de cursos de acción limitados en el tiempo y en el espacio, así la localización y el corto plazo dominan la acción, no permitiendo nunca que algo sea “conquistado” de una vez y para siempre (Merklen, 2010), los programas tendrían que ver entonces con la permanencia de lo provisorio, de la asistencia como permanente. Es también fundamental tener en cuenta la observación de Mato (2001) en cuanto a que los organismos internacionales promueven sus propias representaciones y orientaciones de acción asociadas a ellas, contando con recursos económicos y de otros tipos que los colocan en posiciones de mayor fortaleza que los actores locales con los cuales interactúan. Pero los actores locales no necesariamente adoptan las representaciones sociales que promueven los actores globales, sino que estos elaboran, recomponen y articulan sus propias representaciones en el marco de sistemas de relaciones transnacionales. Las representaciones de los actores locales se relacionan de manera significativa, pero de formas diversas, con las de los actores globales. En algunos casos supone adopción de ciertas representaciones y de las orientaciones de acción asociadas a ellas, en otros implica rechazo o resistencia, negociación o apropiación crítica o creativa. La producción social de representaciones que juegan papeles significativos en la constitución de actores sociales como en la orientación de sus prácticas se relaciona de diversas maneras con la participación de esos actores en sistemas de relaciones trasnacionales en los cuales intervienen también actores locales de otros países y actores globales, esto implica no considerar las transformaciones en ámbitos locales cerrados pero también la limitación del reduccionismo monocausal de teorías asociadas a ideas de imposición imperial de cambios sociales, las cuales dejan de lado la importancia de las prácticas de actores locales y nacionales.

Sostenemos entonces que encontramos que la Política Social y los programas sociales condensan, manifiestan, y vehiculizan representaciones sobre la “generalidad del orden”, “los modelos socialmente deseables” (Danani, 1996), “los modelos imaginados”, sobre quiénes son “los otros” (Cardarelli y Rosenfeld 2000), siendo también la imposición de determinadas representaciones objeto de luchas simbólicas. Como dijimos inicialmente, siguiendo a Danani (1996), en las políticas sociales, aunque no siempre sea inminentemente evidente, está en juego la generalidad del orden, un orden simultáneamente económico, político y socio cultural. Entonces el sentido y orientación de estas políticas debe ser analizado en términos de los distintos proyectos socio políticos en pugna, y como venimos argumentando en estos proyectos en pugna es importante analizar también las representaciones que están presentes en esa lucha.

3.1. Actores de la Política Social: planificadores e implementadores

Por la temática y problemática que construimos como objeto de estudio, investigamos en un campo particular, el campo en el que se deciden, planifican, diseñan e implementan las políticas sociales. Este campo y particularmente el de las representaciones de los diferentes actores que intervienen en el mismo ha sido poco analizado, lo que conlleva por una parte dificultades para su abordaje, pero simultáneamente lo hace más interesante y fecundo para la compresión de las interacciones sociales. En este campo intervienen actores con características diferentes, actores que deciden, participan y que en sus interacciones preparan y condicionan las decisiones centrales de una política (Aguilar Villanueva, 1996) y actores que implementan y desde esa implementación también construyen y reconstruyen las políticas sociales, analizamos entonces un habitus particular. Es interesante recordar que ya Bourdieu (1996a) enfatiza la necesidad de tener en cuenta la existencia de los agentes especializados de producción, observando que a diferencia de los marxistas que, aun cuando pueden invocar el texto de Engels que dice que para comprender el derecho hay que interesarse por el cuerpo de juristas, pasan por alto la existencia de agentes especializados de producción. Asimismo Weber recuerda que, para comprender la religión, no basta con estudiar las formas simbólicas de tipo religioso, sino que es necesario considerar a los productores del mensaje religioso, por los intereses específicos que los animan y por las estrategias que emplean en sus luchas.

Con la categoría “actores sociales” designamos a todos, individuos y organizaciones que accionan en la producción de procesos sociales (Mato, 2000), esta categoría se asume ya que permite incorporar actores como el gobierno, los ministerios y demás organizaciones encargadas del diseño y ejecución de políticas sociales, que otras corrientes teóricas llaman “actores políticos” (Gutiérrez Briceño, 2001). Consideramos que un programa social (concepto que ahondaremos posteriormente) no se termina de definir en el diseño, sino que se va haciendo y rehaciendo en los sucesivos momentos, y por la participación de diferentes actores, lo que, de alguna manera, reafirma el peso de los mismos en las características del programa y de las acciones. Decimos entonces que actores con diversas características, jerarquías, posiciones, y pertenecientes a diversos ámbitos participan e inciden en la definición de un programa. Para Tamayo Sáez (1997) el modelo de implantación de políticas concebido como maquinaria burocrática en movimiento donde las esferas políticas y administrativas permanecen separadas y sin líneas de contacto puede cuestionarse considerando que la implantación es un proceso de interacción entre objetivos y resultados, un proceso y no un momento, y además un proceso difícilmente distinguible de la decisión, puesto que en él se adoptan multitud de decisiones. Así las relaciones de jerarquía entre los distintos actores tienen una influencia muy limitada, siendo sustituidas por relaciones de interdependencia. Paralelamente Hintze (1996) hace referencia a las mediaciones que intervienen entre la elaboración de un programa y la puesta en práctica, siendo el diseño final resultado de una compleja y conflictiva articulación, afectado muchas veces por pugnas inter e intra burocráticas respecto de cómo realizarlo y cuáles son las “mejores soluciones”, decisiones políticas combinadas con influencias coorporativas, junto con intereses clientelares operando sobre efectores.

Si bien remarcamos entonces esta interdependencia de actores de diferentes esferas y jerarquías, y con representaciones también diferentes, observamos que con el neoliberalismo los agentes del Estado comenzaron a ser considerados como “técnicos”. Grassi (2003b) muestra que en la escisión de la economía de lo socio político, forjada por este modelo (a la que nos referimos en más de una vez) los técnicos fueron investidos de la objetividad del saber y de un comportamiento distanciado de los “intereses políticos”, un conocimiento supuestamente objetivo y verdadero permite tomar medidas más ajustadas a la realidad en función de objetivos trascendentes y de largo plazo, contrariamente a los políticos a los cuales se les atribuyen motivaciones signadas por su interés de poder, que los conduce a acciones de dudosa coherencia con los objetivos de principio y de largo plazo que aducen en sus declaraciones. El saber de los técnicos pareciera ser inmune al debate de ideas, pero requiere la gracia de los políticos para realizar o promover sus propuestas. Para los políticos los “equipos técnicos” son un recurso para la gestión y la garantía que ofrecen acerca de su propia eficacia. Así mismo esta autora (Grassi, 2003b) sostiene que, cada conjunto de agentes se necesita, se rechaza y desconfía, al mismo tiempo, pero conforman (y confirman) la compleja trama de relaciones del campo político y participan de la producción de los universos simbólicos y categorías de representación del mundo que se disputan la hegemonía y la realización de proyectos políticos concretos.

En nuestro trabajo nos centramos en los decisores/planificadores e implementadores de la Política Social, comprendiéndolos fundamentalmente como los actores que intervienen en el diseño e implementación de los programas sociales. Consideramos así que sus decisiones, planificaciones e intervenciones, a pesar de ser “técnicos”, de estar influidas y tener elementos de los paradigmas vigentes, y estar enmarcadas en determinados entramados institucionales, implican también elementos subjetivos, más o menos relacionados con su saber “técnico”, “científico” y por lo tanto “objetivo”, entendiendo aquí objetivo como un tipo de apreciación supuestamente desligada de representaciones personales. Afirmamos entonces que los “técnicos” más allá de su relación con la “academia” y con el poder político, poseen representaciones, subjetividades y experiencias, y que su conocimiento no es meramente “científico”, ni determinado exclusivamente por los paradigmas dominantes, sino que está atravesado y mediado por estas representaciones, subjetividades, experiencias, posiciones y trayectorias, las que se darán en un marco de conflicto e intervendrían de maneras diversas en la construcción, reconstrucción e implementación de los programas sociales y las que es necesario analizar para lograr una mayor comprensión de este campo.

Le Grand (1998) plantea, como ya mencionamos anteriormente, que en el diseño de una Política Social, los supuestos acerca de las motivaciones y comportamientos humanos son fundamentales. Las respuestas de las políticas públicas las diseñan basándose en el supuesto de que los individuos afectados por ellos se conducirán de cierta manera y que obrarán así debido a que tienen determinadas motivaciones. Subraya también que a veces estos supuestos sobre motivaciones y conductas son explícitos, pero con mayor frecuencia son implícitos y trasuntan los valores o creencias inconscientes de esos agentes. Tilly (2000) llega a hablar incluso de que “toda narración científico-social invade un terreno que ayuda a explicar la pasión que a menudo agita en los corazones de personas al margen de la profesión”.

En estas políticas se inscriben los programas o proyectos, conjunto de instrumentos (Cardarelli y Rosenfeld, 2000) que operan e implementan los distintos modelos imaginados y que atienden a la ciudadanía, estos al “definir” la identidad de la “población objetivo” marcan el territorio y las fronteras de la pobreza y establecen relaciones entre los actores. Si bien en un programa lo que más rápidamente identificamos son las posiciones teóricas, políticas y técnicas, en estas están implícitos los supuestos sobre “la realidad”, los problemas sociales, las ideas acerca de lo socialmente deseable, las maneras de definir la identidad de la “población objetivo”, de los actores que deciden, planifican, diseñan o implementan programas[4]. Consideramos este espacio donde se diseñan e implementan las políticas como lugar de producción y reproducción, y a los sujetos que participan del mismo no solo como reproductores de ideologías dominantes. Al respecto es interesante lo planteado por Escolar (2000: 32): “En la medida en que los individuos se identifican con los fines de la institución aceptándolos como válidos, en esa medida la institución existe y se reproduce. Sin embargo, en cuanto cada individuo imprime en su relación con la institución su historia personal y su vinculación con otras instituciones esta reproducción siempre será algo diferente, y por lo tanto, siempre será creación producción de algo nuevo, en la medida en que su inserción en estas instituciones adopta formas organizacionales específicas y singulares, tampoco se trata de una mera proyección subjetiva y aislada”. Los actores, intervinientes en este espacio vienen de recorridos y trayectorias heterogéneos, como asegura también Aguilar Villanueva (1996) operan con supuestos y categorías relativas a la comparación y comportamientos de la “realidad”, que configuran “modelos conceptuales”, “marcas de referencia”, implícitos o explícitos, que determinan la manera de describir los hechos, de definirlos y problematizarlos, de clasificarlos y explicarlos, condicionando las acciones. Es también importante resaltar, por los objetivos de nuestro trabajo, que muchos de los agentes de la Política Social, son parte del personal permanente de las administraciones públicas, muchos de los programas que se van creando, reciben de los anteriores lineamientos, beneficiarios y también agentes, estas continuidades suelen tener una lógica poco proclive al cambio, el contexto en que se desarrollan y las condiciones institucionales actúan también como limitantes a ese cambio, dificultándose el hacer algo diferente a lo planteado por las lógicas predominantes[5]. Tamayo Sáez (1997) analiza que para el modelo incremental de Lidblon el decisor solo toma en consideración aquellas alternativas que difieren muy poco de las políticas que ya se llevan a cabo, rechazando las demás, y analiza sólo los aspectos en que la opción nueva y sus consecuencias difieren de la actual, obviando el resto. No se atacan los verdaderos problemas, ni sus causas, no se buscan soluciones definitivas, sino pequeñas variaciones respecto de la situación presente[6]. Los supuestos (Gouldner, 1979) encierran implicaciones acerca de lo que es posible hacer y modificar en el mundo y cursos de acción preferibles. Son incorporados tanto a una teoría social como a una metodología, la experiencia personal de los científicos sociales se expresa en la teoría social, la elabora y está impregnada por ella, pero si bien toda teoría social es, tácitamente política, toda teoría es también personal. Las teorías derivan de supuestos y se basan y son sostenidas por ellos y la adopción de supuestos no se da por razones instrumentales, sino que son internalizados y se funden con preparación técnica. Las categorías analíticas que constituyen las bases de las teorías y en general de los discursos académicos (que algunos prefieren llamar “científicos”) no son sino un tipo especial de “representaciones sociales”, aquellas que producen en los marcos institucionales de las prácticas académicas, o “científicas”, lo cual marca otra diferencia con la idea de que las representaciones sociales son propias del mundo de la vida cotidiana y no del de la “ciencia” (Mato, 2001).

Como venimos sosteniendo tanto en las Ciencias Sociales como en las distintas visiones filosóficas y religiosas están presentes las representaciones sobre pobres y pobreza. Decimos entonces que el espacio institucional en que estos actores se reúnen está atravesado por el paradigma vigente y dominante y por una construcción política, técnica y social de la pobreza, construcción vinculada a una historia y a este período histórico particular, construcción que cristaliza y legitima las percepciones y modalidades de intervención del Estado y la sociedad como paradigma de políticas sociales (Cardarelli y Rosenfeld, 2000). Pero de acuerdo también a lo que venimos desarrollando, si bien es importante el peso de este discurso dominante, son quizá igual o más importantes las representaciones de quienes tienen poder y autoridad de nombrar y clasificar a las personas pobres, en los ámbitos nacionales, provinciales y locales, Álvarez Legizamón (1998) analiza que las nuevas clasificaciones de las “poblaciones objeto” se sustentan en el poder simbólico de los actos clasificatorios que el Estado produce, entre otros aspectos por los actos de nombramiento de los expertos o por las instituciones que el Estado asigna con este fin, produciendo distinciones entre el grupos de excluidos y el resto de la sociedad. Cada actor tendrá representaciones acerca de los “pobres” y “la pobreza”, en la conformación de estas representaciones habrán intervenido su posición en el espacio social, la socialización, la preparación técnica, etc., e intervendrán, de maneras diversas, tanto en la conformación como en la reelaboración, los postulados del paradigma vigente, las lógicas de los organismos internacionales, del propio Estado nacional, y del espacio concreto en que se diseñan e implementan las políticas. El Estado no puede ser considerado un espacio homogéneo, sino que pueden identificarse diferentes cosmovisiones en cuanto a la percepción de la pobreza y de las prácticas destinadas al abordaje de la problemática (Pavcovich, 2008). Es también necesario subrayar que las representaciones y los supuestos de los agentes, estarían relacionados a esta tendencia de permanencia y continuidad, pudiendo entonces influir, obstaculizar, etc. los cambios de perspectivas y paradigmas en la Política Social. Decimos entonces que tanto en visiones religiosas, como en paradigmas de las Ciencias Sociales están presentes o son constitutivas de los mismos, determinadas representaciones y/o creencias. También que los actores sociales, incluso los agentes del Estado, reproducen y producen, desde su posición en el espacio social, representaciones que interactúan con las que se vehiculizan en el aparato del Estado, y que es importante comprender estas representaciones y esta interacción para comprender otro de los aspectos que tanto están presentes en complejidad de la Política Social y los mecanismos de reproducción de las desigualdades.


  1. Bourdieu (1996) propone el concepto de habitus para superar la oposición entre “objetivismo” y “subjetivismo”. Por habitus entiende el conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él. Estos están socialmente estructurados, han sido conformados a lo largo de la historia de cada sujeto y suponen la interiorización de la estructura social. Pero al mismo tiempo son estructurantes: son las estructuras a partir de las cuales se producen los pensamientos, percepciones y acciones del agente.
  2. Esta afirmación va más allá de sostener que las distancias sociales coinciden con las espaciales y que cuando más proximidad más propiedades en común (Bourdieu, 1996b), considerando el suelo como elemento importante en la configuración de representaciones, (puede verse al respecto Kusch, 1976).
  3. Puede verse al respecto Tilly (2000).
  4. Molina (1999) entiende los programas sociales como prácticas organizadas y sistemáticas, que conllevan explícita o implícitamente nociones de justicia, de derecho, de sujeto, de sociedad, etc. que se “traducen” en ciertos sentidos implícitos en la acción y que todo programa o proyecto participa de la construcción social del ethos y del sujeto moral.
  5. Si bien no referido a la Política Social sino a los períodos de crisis De Piero (1999) observa que en estos momentos se trata de echar mano de lo conocido para poder nombrar lo no conocido, mecanismo similar al que estamos haciendo referencia en cuanto a las lógicas poco proclives al cambio.
  6. Es interesante la observación de Edelman (1991), respecto a que la construcción de los problemas a veces lleva consigo un efecto perverso de más largo alcance, ayuda a perpetuar o intensificar las condiciones definidas como el problema, un desenlace que típicamente proviene de los esfuerzos tendientes a superar una condición o la conducta de los individuos, mientras se preservan las instituciones que generan conducta y conciencia. Asimismo, Fernández y Rozas Pagaza (1987) observan que los cambios están relativamente limitados por los intereses de la clase dominante de una sociedad, la cual controla en última instancia la acción estatal en la medida que ella constituye el apoyo social hegemónico.


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