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Conclusión

Al cumplir su décimo año de vida, la revista hace una recapitulación sobre su trayectoria. Acepta que no tiene tanta antigüedad como otras, pero que, sin embargo, tiene más que la mayoría, que solo viven algunos pocos números. Habían sido “diez años de zozobras mundiales y de comunicaciones difíciles”. Esto impactó en la reducción de su frecuencia y en algunos retrasos, pero nunca dejó de aparecer, lo cual es importante para cumplir su objetivo: dar a los lectores una serie continua de información amplia sobre lo que se estaba produciendo en historia americana. Es decir, son protagonistas y observadores en un tiempo de cambios vertiginosos. En ese tiempo, y “a medida que la experiencia lo ha aconsejado”, se realizaron algunos cambios en el contenido de las secciones y, sobre todo, en la disposición de la composición. Otro tipo de cambios, reflexiona, se dieron al crearse la Comisión de Historia, la cual hizo sugerencias para mejorar la publicación. La sección de noticias se dedicó a informar sobre la constitución de esa comisión y su secretario se hizo cargo del archivo de la revista y de la atención de los ficheros de suscripciones, canjes y colaboraciones. El propósito seguía siendo el mismo: “Contribuir al conocimiento de la historia del Continente en un sentido amplio” para lograr una “visión de conjunto” que permitiera crear una conciencia continental completa y justa”. Por ello, Zavala les agradeció a todos los que habían participado y al IPGH, el cual, pese a las circunstancias económicas, había logrado mantener la publicación, esperando que la publicación se ampliara en los siguientes años.[1]

Este recuento permite mostrar un momento de cierre y de apertura al mismo tiempo. De cierre, porque se cumplió un ciclo fundacional, uno en el cual se posicionó un proyecto editorial exitoso, al mantener la RHA en años difíciles y conformar una red académica de estudiosos sobre América. De apertura, dado que con el inicio de las labores de la Comisión de Historia, Zavala emprendía un camino de diplomacia cultural en organismos regionales e internacionales. No deja la dirección, la cual mantendría junto con la presidencia de la Comisión durante varios años más. Sin embargo, para 1948 es evidente que el equipo editorial sufrió un ajuste y los miembros que se mantuvieron del período anterior ocuparon un espacio de mayor relevancia en la publicación. El proyecto editorial estaba listo para continuar bajo una dirección más estratégica y menos atada a las vicisitudes técnicas cotidianas de una publicación. Actores clave de la red que dieron vida al primer período de la RHA, como Torre Revello, Rubio Mañé, Valle y el mismo Hanke, desaparecieron o tuvieron una participación mínima para 1948. En cambio, vemos posicionarse a Millares Carlo y a otros jóvenes: De la Torre Villar, Sara Sabor Vila, Susana Uribe y Teresa Amalia Cappa. Así, Zavala puede ser visto no solo como maestro de historiadores, sino también como formador en un mundo editorial que se profesionaliza.

Mantener la publicación durante esos diez años fue una labor ardua, en la cual Zavala tuvo que ejercer una vigilancia constante y liderar, coordinar y dirigir un trabajo colectivo intenso. Ese trabajo se dio en varios planos. Así como hemos abordado el estudio de una revista en sus dimensiones material, de ideas y contenido y humana, en la gestión de una revista pueden percibirse también esas dimensiones, y Zavala estuvo atento a las tres durante su dirección.

Por una parte, la gestión material lo tuvo pendiente de imprenteros, papel, tipografía, composición, erratas, tiempos de impresión, distribución. En su correspondencia es perceptible ese seguimiento constante de la calidad material de la revista. Por otra parte, la gestión de contenidos fue continua: si bien no se acostumbraba a practicar una revisión por pares por doble ciego como en la actualidad, Zavala leía los artículos, separaba en función de la visión editorial los que fueran artículos de investigación de los divulgativos y buscaba una representación continental completa y rica de la historia de América, con suerte diversa, como fue en el caso de Brasil.

Con respecto al mundo de libros y revistas de historia, procuró que estuviera representado completamente, con la producción total del continente y con la detección de las obras que valiera la pena reseñar para el trabajo y la formación del historiador. Su sección Bibliografía, además, fue más allá de un registro editorial de tipo catálogo de novedades: se convirtió en una herramienta gracias a la indización más fina introducida a partir del número once. La dimensión material que mencionamos de la RHA tiene sentido si recordamos que Zavala pensaba la disciplina desde una rigurosidad en la interpretación de los documentos, pero también del cuidado y ordenamiento de las fuentes primarias y secundarias. Preocupado por el trabajo de los profesionales de las ciencias de la documentación, da cuenta de los archivos y bibliotecas, al tiempo que genera un diálogo fluido entre historiadores, archivistas, paleógrafos y bibliógrafos.

Por esto no es extraño que, en relación con la gestión humana, Zavala buscara formar equipos de trabajo con personas que tuvieran capacidad en estas disciplinas y acceso a los materiales. La combinación de ambas le aseguraba a la RHA la actualización permanente de las producciones recientes, al tiempo que generaba una circulación de libros a nivel regional. Al cabo de estos diez años, se consolidó una forma de trabajo, la cual sentó las bases para los siguientes años de la publicación, lo que la convertiría, posiblemente, en un modelo a seguir o por superar por otras publicaciones posteriores.

No pensó solamente en editar una revista para lectores, lo cual es básico en este tipo de empresas humanas, logró también alentar a un conjunto de productores de contenidos genuinos (no de repeticiones), de investigación histórica de Hispanoamérica y, para ello, se valió de contactos propios y de otros que los cercanos le aportaban, conformando una red de confianza. No cejó en pedir colaboraciones para una revista que quería ser plataforma desde la Ciudad de México. Esta gestión humana no estaba exenta de aspectos materiales: la organización de las notas bibliográficas y de las reseñas necesitaba de colaboradores, pero era preciso respetar cuestiones presupuestarias; puesto que se pagaba por colaboración, había que cuidar los contenidos y también la sostenibilidad del proyecto desde el punto de vista económico, de allí que fuera muy selectivo en la incorporación de colaboradores para ambas secciones.

Una clave, además de producir una revista de este alcance temático, es la llegada a los lugares decisivos. La RHA se ofrecía en canje con otras instituciones, lo cual permite pensar la importancia de tejer redes: intelectuales-académicas, editoriales e institucionales. La correspondencia registra el intenso intercambio de datos, gestiones para obtener material y compartirlo o avanzar en publicaciones, como el libro sobre Las Casas, del que da cuenta la correspondencia entre Lewis Hanke y Silvio Zavala. Este ejemplo, como muchos otros que se citaron en notas al pie en el libro, dan cuenta de la imposibilidad de establecer con claridad cuándo terminaba el diálogo de una red intelectual y cuándo iniciaba el de una editorial; en qué momento la institución era solo un apoyo y en cuál la revista, la circulación de los libros, estaba apoyando la creación o consolidación de una institución.

La RHA es expresión de un complejo y vasto metatexto historiográfico, que abarcó los discursos, los textos y sus estructuras y estilo; el método, la administración y el manejo de fuentes, la conformación de una biblioteca y la representación de la figura de un historiador científico. Por ello, Zavala tuvo claro desde su regreso a México que era indispensable recrear el ambiente que había vivido en España, el cual describió como un medio cultural “más propicio y más denso”.[2] La RHA puede ser vista, por tanto, como esta apuesta de Zavala a densificar, a través de un medio académico idóneo, las redes de historiadores que hasta ese momento se encontraban dispersas.

En este sentido, fue estratégico para el mexicano que la publicación tuviera un alcance continental, pero una sede nacional. Geográficamente hablando, cuando se ve la circulación de bienes culturales como libros, revistas, producción científica, la RHA en México conforma un punto geográfico fuerte en esa red, junto con Buenos Aires y, especialmente, con las ciudades del este de Estados Unidos, desde las universidades que tienen scholars investigando historia de América hispánica y publicando en sus editoriales universitarias. Era preciso contar con una visión que superara la coyuntura nacional y ofrecer información de la producción del continente. El cambio de título, desde el proyectado Revista de Estudios Históricos a Revista de Historia de América muestra también ese tránsito de la generalidad temática y la imprecisión de “estudios” al foco temático, la precisión, la singularidad de “América”.

La necesidad de hacer una publicación moderna hace comprensible la búsqueda de Zavala para encontrar una ayuda especial desde la Argentina y los Estados Unidos. Es interesante resaltar que, años después, en una de las entrevistas que le hicieron, recordaría la perspectiva internacionalista del IPGH y cómo quedaban algunas huellas de esto en la RHA y en el programa de historia de América, porque estos trabajos, dijo, “produjeron cierto acercamiento entre los historiadores de las Américas”.[3]

Para ello se buscó el apoyo de un poder político regional como el IPGH, el cual necesariamente buscaría (para no entrar en debate) una interpretación científica neutra, sin los clásicos conflictos de las historias nacionales fuertemente influenciadas por un nacionalismo beligerante. En este sentido, nos hace pensar hasta qué punto la RHA no tomó de este emprendimiento su leit motiv para fundarse no solo como un baluarte para labrar la historia como ciencia, sino también para consolidar una visión americanista que si bien inclinaba la balanza hacia España, no solo no negaba, sino que fomentaba un diálogo con Estados Unidos.

Por todo esto creemos que Zavala no fue un actor ingenuo de lo que significaba acudir en apoyo al IPGH, como tampoco lo sería cuando ganó becas de fundaciones estadounidenses para realizar estancias de investigación en ese país. Supo enmarcar su proyecto académico en una instancia regional que le permitía superar las limitaciones nacionales y encontrar un espacio de actuación dentro de la unión panamericana. En este sentido, nos parece excesivo calificar la revista solo como un proyecto panamericano en el que se les niega agencia a sus participantes para convertirlos en meros instrumentos de la diplomacia imperialista que tenía en la academia a un promotor importante.[4]

Además, como se mencionó antes, había intereses personales y académicos involucrados en la apuesta: afianzar lazos con la academia de Estados Unidos y de Argentina e implementar en México la escuela de Altamira para desarrollar los estudios americanistas desde esta orilla del Atlántico. Por esto, se puede afirmar que la RHA fue un proyecto académico que permitió al IPGH como institución extender su radio de acción, adentrarse en circulos universitarios, pero esto no la convierte ni en un órgano de expresión oficial ni en una imposición en México de los intereses estadounidenses del panamericanismo.[5]

Sin embargo, esto no se tradujo en la incorporación del concepto “Panamérica” o “Inter américa”, al seguir primando el de “Hispanoamérica”. Tampoco significaba que existiera una sola línea interpretativa (como en la estadounidense, que recaía en los liberales internacionalistas), pero sí que buscaba diagnosticar los males de origen durante la colonización (más que de la conquista, porque no abordaban las batallas y los militares, sino las instituciones y sus autoridades). Se debe esto a que no existe un consenso sobre qué es la historia de América, más allá de la diferencia fundamental de que se buscara escribir las historias nacionales antes de que fueran naciones.

Fue marcado el interés por la cooperación con los historiadores de Estados Unidos especializados en Hispanoamérica, pero conviene advertir que no se utilizó el término Las Américas, acuñado por Bolton y utilizado con frecuencia durante la política del buen vecino.[6]

Esto no quiere decir que la producción teórica de estos historiadores revisionistas del pasado colonial hispanoamericano no haya servido de soporte a la política de Estados Unidos hacia América Latina. Junto a otros actores, estos historiadores fueron clave en la construcción de ese nuevo consenso que se basaba en la amistad, la cooperación intelectual y los intercambios culturales. Fueron indispensables para entender a sus vecinos del sur al examinar su pasado colonial desde una perspectiva cultural que sustentaba la expansión hemisférica y la hegemonía de los Estados Unidos:

contrary to the experience of the Spanish empire, the United States should export not just commodities and financial aid to Latin America, but mainly try to understand tis diverse and complex cultures and, through knowledge and superior academic institutions, attempt to exert intellectual-cultural influence.[7]

De hecho, lo que se observa en las páginas de la revista es un intento deliberado por acercar a la academia estadounidense con la latinoamericana porque era en ese país donde se estaba produciendo un cambio significativo en cuanto a la catalogación y conservación de los documentos. De igual modo, este país era pionero en publicaciones especializadas. Este aspecto no es menor. Como mencionamos en varios capítulos, el perfil del historiador incluía uno que no solo supiese el valor del documento para la interpretación histórica, sino que tuviera experiencia en lo que significaba el dominio del documento. No es casual, por tanto, la confluencia en esta publicación de historiadores, archivistas y bibliógrafos ni que se observara una preocupación en varias secciones por dar cuenta de la situación de los archivos y bibliotecas nacionales. La valoración del documento venía acompañada por la preservación del patrimonio documental y bibliográfico, misión que compartieron la mayoría de los miembros de esta red con un fervor casi comparable al compromiso ideológico.

Esta dimensión erudita y coleccionista de los estudios históricos recuerda en mucho a la constitución del americanismo en los países latinoamericanos a mediados del siglo XIX. En aquel entonces, pese a que los trabajos no tenían un “anclaje disciplinario de la americanista”, comenzaron a compartir el rigor académico que provenía del paradigma científico. Aparecieron asociaciones, congresos (la famosa serie de Eventos americanistas) y revistas especializadas en Europa, las que aglutinaban una heterogeneidad de voces, pero articularon redes intelectuales. Así, las “afanosas búsquedas de coleccionistas y eruditos” diseñaron una disciplina científica e inauguraron la “americanística moderna”.[8]

Es evidente que en los personajes que estudiamos en este libro se manifiesta este espíritu de bibliófilo, de erudito, pero a nuestro juicio ese coleccionista dio paso al coleccionista/archivista, en cuanto a que, a diferencia del siglo XIX, existía mayor incentivo para modernizar los acervos nacionales. Aunque el valor de esto no ha sido estudiado, en numerosos pies de página señalamos cómo en esta red se enviaban artículos y libros para ser comentados, pero, por sobre todo, las cartas dan cuenta de que uno de los bienes culturales que más le interesó intercambiar era el de documentos (transcritos, fotografiados, microfilmados).

De este modo, y aunque no nos hemos detenido en el análisis historiográfico, es interesante señalar que la visión de Zavala como historiador fue compartida por los demás colaboradores de la publicación. Por este motivo, no es de extrañar que el período histórico sobre el que más artículos se escribieron fuera la colonia. Esto, además, permitía un punto de encuentro entre Hispanoamérica y su vecino del norte.[9] Quedó clara la influencia del americanismo que predicaba Rafael Altamira, quien esperaba que se superasen los estrechos límites nacionales para invocar, a través de una “neutralidad científica”, una interpretación más conciliadora con el pasado colonial y con la propia España.

Sin embargo, como advertimos desde la introducción, no es posible afirmar que existiera entre los colaboradores un solo americanismo. Si bien partían del supuesto de cierta unidad histórica del continente, no existía un único modelo a seguir. Por decirlo de otro modo, si bien existió alrededor de la década de 1940 un interés creciente por lo americano, las interpretaciones no formaban un coro de voces. Pero esta precaución debe tomarse también al interior de la red que se conformó en torno a la RHA. Resta estudiar esta corriente intelectual a través de los textos y las prácticas implícitas para entender sus guiños y digresiones.

Es interesante señalar cómo, para la década de 1940, existía una proliferación de trabajos en México cuyo título tenía la palabra América desde grupos incluso antagónicos. Por este motivo, Andrés Kozel considera que, para cuando el historicismo “arribó” a México, el debate sobre América “poseía ya un espesor y una consistencia notables. En aquel entonces América era seguramente muchas cosas, pero de ninguna manera era un significante vacío”.[10]

Así, Zavala produjo con la Revista de Historia de América lo que podríamos describir como un espacio de intersección, un lugar de confluencia: un lugar de encuentro de España y América con los maestros y los exiliados españoles –que nutrieron instituciones y que le permitieron agilizar la creación de ese ambiente denso en México– y los discípulos. Un lugar de encuentro de historiadores y científicos del libro y el documento, en el que se sintieron respetados y valorizados; un lugar de confluencia de visiones, la de los scholars estadounidenses y los latinoamericanos; un espacio de encuentro e intercambio académico riguroso desde un lugar institucional no universitario. Clara Lida describió a Zavala como un constructor de puentes; otra cosa es abrir cauces y conectar ámbitos:

Esta inteligencia universal, enemiga de toda exclusión, es la del historiador consciente de que a él le corresponde tender los puentes que comunican a cada hombre con la humanidad, y a todos con su pasado. Esta labor se funda en un difícil tejer y destejer los hilos que entrelazan el tiempo personal del estudioso con el de su sociedad, y estos dos tiempos, a su vez, con el tiempo ya ido de otra gente y otros mundos; tres tiempos que se entrecruzan y mutuamente se enriquecen.[11]

La revista fue el lugar clave donde Zavala armó este tejido, con los tiempos del estudioso, del objeto de estudio, de maestros y discípulos, y consolidó desde México un ámbito abierto a la investigación histórica. Conjugar esos tiempos y, a partir de lo dado, construir una nueva forma de hacer historia fue una labor notable.


  1. Silvio Zavala, “Recapitulación,” Revista de Historia de América, no. 25 (junio de 1948): V-VII.
  2. Andrés Lira, “El ‘tiempo español’ de Silvio Zavala: la vocación. Notas sobre un diálogo epistolar (1934),” en Los empeños de una casa. Actores y redes en los inicios de El Colegio de México, 1940-1950, editado y coordinado por Aurelia Valero Pie (México: El Colegio de México, 2015), 81.
  3. Silvio Zavala, Peter Kakewell y Dolores Gutiérrez Mills, “An interview with Silvio Zavala,” Hispanic American Historical Review 62, no. 4 (noviembre de 1982): 559.
  4. Mostramos desacuerdo con Abraham Moctezuma Franco, quien apunta como “razón aparente” de la revista el “llevar al terreno de la historia las verdades más hondas del continente” mientras asegura que la verdadera razón “tuvo que ver con la incidencia del gobierno de Estados Unidos a través de la creación del IPGH, el cual, bajo la excusa de realizar actividades científicas, buscó dar efectividad a los propósitos de control político de aquel país sobre el continente americano”. Abraham Moctezuma Franco, “Silvio Zavala y la institución historiadora en México, 1930-1950” (tesis para obtener el grado de doctor en Historia, presentada en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, agosto de 2016), 240-243.
    Varios estudios han mostrado las estrategias de las fundaciones y las de la Secretaría de Estado para fomentar un diálogo y acercamiento con América Latina como forma de evitar la resistencia. Pero, como muestra ese tipo de estudios minuciosos, es imposible afirmar que esta política haya sido idéntica desde sus inicios en la década de 1920 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, como tampoco el que hubiera un acuerdo absoluto entre las fundaciones y el Departamento de Estado. Muestran, por decirlo de alguna manera, que la historia siempre es más compleja que una batalla entre poderosos y débiles. Por último, y lo que más nos interesa aquí resaltar, señalan que los actores latinoamericanos no fueron pasivos ante estas estrategias, sino que supieron crear sus propios mecanismos para hacer uso de la situación. Para un estudio que ejemplifica las estrategias de la fundación Rockefeller, remitimos a Gisela Cramer y Úrsula Prutshc, eds., ¡Américas Unidas! A. Rockefeller’s Office of Inter-American Affairs (1940-1946) (Madrid: Frankfurt, Verveut, 2012).
    Por todo esto, consideramos que definir a Zavala como un agente del panamericanismo que respondió a la intervención norteamericana implementada por las fundaciones es una visión simplista tanto del proceso que siguió el panamericanismo, al de la propia historia del IPGH, como, y fundamentalmente, a los actores que participaron de la revista. En especial, le resta a Zavala su capacidad de gestión y acción.
  5. Tratar de panamericanismo merece muchas consideraciones previas para desmitificar premisas que asumen que se trató solo de un movimiento en el que la única voz e interés era el de los Estados Unidos. Investigaciones recientes permiten entender que los países latinoamericanos tuvieron una gran capacidad de negociación, por lo que no es sostenible una imagen simplista del panamericanismo. Ver, para el caso de México, Veremundo Carillo Reveles, “México en la Unión de las Repúblicas Americanas. El panamericanismo y la política exterior mexicana, 1889-1942 (tesis presentada en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, 2018).
  6. A partir de 1919, Bolton incorporó en sus cursos la frase The Americas para implementar una visión sincrónica de la historia colonial e independiente. En ella se enfatizaba la coexistencia de componentes en el continente. Su popularidad fue tal que para 1928 publicó History of the Americas: A Syllabus with MAPS. Cuando se implementó la política del buen vecino, esta expresión, junto con la de interamericanismo, se difundieron aún más. En 1939, Bolton dio una conferencia en el mismo programa en la que hablaron dos altos funcionarios: Hull y Welles. La invitación “representó un reconocimiento de parte del departamento de estado del papel que había jugado Bolton y sus colegas en la determinación de la nueva política exterior de la nación”. José de Onís, “The Americas of Bolton,” The Americas 12, no. 2 (octubre de 1955): 163; Antonio Barrenechea, “Good Neighbor/Bad Neighbor: Boltonien Americanism and Hemispheric Studies,” The Americas 61, no. 3 (verano de 2009): 234.
  7. Estos historiadores revisionistas criticaron la crueldad de los españoles durante la colonia, la explotación y el fanatismo “incrustado” el de la leyenda negra. Por ello, en parte estos académicos destacaron las debilidades del imperio español. Ricardo Salvatore, “Imperial Revisionism: US Historians of Latin America and the Spanish Colonial Empire (ca. 1915-1945),” Journal of Translational American Studies 5, no. 1 (septiembre de 2013): 3-4.
  8. Horacio Crespo, En torno a la historiografía latinoamericana, conceptos y ensayos críticos (Buenos Aires: Editorial Teseo Press, 2020), 105-107, 110-111.
  9. Zavala no consideraba la colonización como el acto de una persona (el rey, la Corona), sino un avance sucesivo de decisiones, interacciones de personas que actuaron en el terreno jurídico y económico. No se trata de una emanación del poder absoluto, sino de la respuesta de las autoridades a un proceso que ocurrió en medio de acciones impulsadas por intereses privados: “Las leyes españolas no determinaron los hechos, pero interactuaron bien con ellos”. Por eso, la historia necesita ser estudiada en su especificidad en cada momento y espacio con una abundancia de fuentes documentales que permitan tener una aproximación parcializada de la verdad. Rodrigo Martínez Baracs, “In memoriam Silvio Zavala (1909-2014),” Colonial Latin American Review 24, no. 3 (2015): 437.
  10. Andrés Kozel, La idea de América en el historicismo mexicano, José Gaos, Edmundo O’Gorman y Leopoldo Zea (Buenos Aires: Editorial Teseo Press, 2012), 26.
  11. Clara E. Lida, “Presentación: Silvio Zavala o la pasión del oficio,” Historia Mexicana XXXVIII, no. 4 (1989): 595.


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