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Investigación documental y acervos nacionales: los artículos

La RHA se iniciaba con la sección de artículos, que ocupaban aproximadamente un tercio de la cantidad de páginas de cada número, con un promedio de tres artículos por número. En el total de páginas, estaba pareja con las otras dos secciones regulares: Reseñas y Revistas-Bibliografía. Sin embargo, en un sentido cualitativo, esta sección otorga rasgos fundamentales al perfil de la publicación. Por una parte, aporta prestigio, porque es en ella donde aparecen los nombres de colaboradores destacados, muchos de los cuales no figuran en ninguna otra sección. Por otra parte, expresan en acto un sentido de lo que debe ser un trabajo académico y, por tanto, da indicios de la posición que pretende ocupar en el campo historiográfico.

En este caso, los artículos dan muestra del peso que tenía para los colaboradores la investigación documental en la disciplina, lo que se observa a través de tipos de artículos: el de investigación documental y el de relevamiento bibliohemerográfico. Esto nos permite pensar en la sección como el espacio de un diálogo, de una interacción de una sola comunidad discursiva,[1] la de los historiadores habitualmente considerados “positivistas”, pero desde distintas vertientes que conducen a la misma visión. Por una parte, se publican artículos de investigación, de teoría historiográfica y de técnica ya consolidadas; por otra, se publican relevamientos continentales de centros documentales que son considerados como canteras de tesoros para establecer, cuidar y estudiar, y se enuncian visiones historiográficas, expresadas de forma programática o por vía del análisis y la crítica.

Esto no es una novedad si consideramos que, como expuso los propósitos en el primer número, la publicación buscaba hacer una historia “científica”, postura que, además, como sabemos, defendió Zavala frente a las críticas de los historicistas en la década de 1940. Menos evidente es el que, al hacerlo, se diera cuenta de la necesidad de posicionar a los archivos nacionales como instituciones relevantes.

Que esto se diera durante la década de los 40 no es casual. Si hay un común denominador entre los historiadores que colaboraron en esta publicación fue que la gran mayoría había pasado una o más temporadas en el Archivo de Indias de Sevilla porque en él se resguardaba la documentación administrativa de la colonia. El acervo se convirtió en una especie de meca a la que debían asistir al menos una vez en su vida para demostrar sus habilidades. Tras el ascenso del franquismo y el exilio de numerosos republicanos a otras tierras, estos viajes de peregrinación se interrumpieron[2] y fue difícil incluso mantener contacto con alguien del archivo que facilitara la reproducción de material.[3] Esta dificultad no fue el único factor que influyó, pero sin duda favoreció que los historiadores/archivistas se volcaran con mayor ímpetu a consultar los archivos nacionales.

La dimensión panamericana

La RHA publicó 84 artículos en los primeros diez años. De estos, solo 16 estaban en inglés, uno en francés, uno en portugués y el resto en español. Ante esto se puede pensar que la dimensión panamericana era limitada, sin embargo, es necesario tener ciertas precauciones relacionadas al contexto para relativizarlo. Lo primero que hay que tomar en cuenta es que la revista no contaba con presupuesto para traducciones y tenía una política clara con respecto a publicar trabajos originales, no traducciones al español de artículos que originalmente hubieran sido publicados en una revista en inglés.[4] Esto significa que los colegas estadounidenses debían decidir qué trabajos serían publicados en las prestigiosas revistas de su país dedicadas a la historia hispanoamericana (como Hispanic American Historical Review) y cuáles se publicarían en la RHA para que algunos de los colegas latinoamericanos (que sabían inglés) los leyeran. Tal vez por este motivo solo dos autores de esa nacionalidad publicaron en español, mientas que los demás decidieron publicar en su idioma original.[5]

Aun así, como puede observarse en el siguiente cuadro, proporcionalmente fueron los estadounidenses quienes representaron el grupo mayoritario de autores de artículos, lo cual señala la dimensión panamericana y marca una clara diferencia con otras publicaciones de historia en América Latina.

Si se observa este cuadro, se comprende por qué la revista tuvo una dimensión continental. Incluyó a scholars estadounidenses como Lewis Hanke, figura con un papel fundamental en la red de la publicación, Arthur Whitaker (University of Pennsylvania), Robert S. Smith (Duke University), Alva Curtis Wilgus (George Washington University), John Tate Lanning (discípulo de Herbert Bolton, editor de The Hispanic-American Historical Review, Duke University), Henry R. Wagner (bibliógrafo, coleccionista e historiador),[6] Charles Salit, Charles W. Centner (Tulane University), Arthur S. Aiton (University of Michigan), Robert S. Chamberlain (División de Investigaciones Históricas del Instituto Carnegie), C. Harvey Gardiner (Washington University), Chester L. Guthrie, Roland Dennis Hussey (University of California, Los Ángeles).

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5. Cuadro de autores por nacionalidades con representación proporcional de participación.

El otro grupo de extranjeros fue el de los españoles María Castelo de Zavala, Emiliano Jos, Rafael Altamira, José de la Peña Cámara, Francisco Gamoneda, Pedro de Leturia, Julio Le Riverend Brusone (nacido en España, cubano por adopción), José Moreno Villa, José Ignacio Mantecón, Agustín Millares Carlo, José Miranda (exiliados españoles radicados en México).[7] Fuera de estos europeos, solo publicó François Chevalier (francés, que publicó desde México, desde el Institut Français d’ Amérique Latine) y Luís Norton (portugués).

Entre los colaboradores de Hispanoamérica se destacaron numéricamente los mexicanos, los argentinos y los peruanos, seguidos por los cubanos y de otras nacionalidades. Los mexicanos que publicaron artículos en el decenio fueron: Alfonso Reyes, Juan Bautista Iguíniz, Raúl Carrancá y Trujillo, Arturo Arnáiz y Freg, Rubio Mañé, Enriqueta López Lira Castro, Carlos Bosch García, Pablo González Casanova, Sergio Méndez Arceo y Silvio Zavala. Entre los de otras nacionalidades contamos con Isidro Américo Lugo Herrera (República Dominicana); Carlos Monge M., Manuel Moreyra Paz-Soldán, Marcelo Sánchez Espinoza, Federico Schwab y Raúl Porras Barrenechea (Perú); Juan Mújica y Ricardo Donoso (Chile); Sergio Elías Ortiz y Guillermo Hernández de Alba (Colombia); Herminio Portell Vilá, Emeterio S. Santovenia y Armando Álvarez Pedroso (Cuba); Fernando Romero (Panamá); Humberto Vázquez-Machicado (Bolivia); Ricardo Levene, Ricardo Caillet-Bois, Julio César González, José Torre Revello, Enrique M. Barba, Walter B. L. Bose e Ismael Bucich Escobar (Argentina); Mario Briceño-Iragorry (Venezuela); Rafael Heliodoro Valle (hondureño, aunque publicó siempre desde México).

Hay varios países ausentes: casi todos los de Centroamérica y algunos del Caribe y de Sudamérica (Paraguay, Uruguay, Ecuador y Brasil). Sobre todo, este último preocupó a Zavala, quien ideó un número dedicado a la colonización portuguesa en el Nuevo Mundo y comenzó a invitar a colegas. Para mostrar el perfil de la publicación, envió un ejemplar del último número junto con la carta, como un ejemplo de que el tipo de artículos que publicaban era de investigación documental, no de divulgación. Le escribió a Aníbal Mattos (de Belo Horizonte), a quien le dijo que sería un “honor” contar con un trabajo suyo para ese número especial. Le repasó los datos generales: entre 30 y 40 páginas, que debía estar en México a más tardar a finales de octubre, escrito en portugués y que el IPGH pagaría 1 dólar por página, aproximadamente, por colaboración.

El historiador brasileño respondió al llamado enviando una colaboración titulada “O descubrimiento e a colonización do Brazil”. El trabajo fue devuelto y con tacto le explicaron que había un malentendido porque en su carta anterior se le había comunicado que se trataba de artículos de investigación y no de divulgación. Al parecer, Mattos entendió lo contrario, porque el trabajo enviado era una excelente síntesis de un tema de mucho interés, pero requerirían que se profundizara con documentos para entender la obra colonizadora de Portugal. Le comentaron que el número se retrasaría por dificultades de comunicación con Europa, de donde esperaban que llegaran trabajos, por lo que tenía tiempo para enviarles otro trabajo suyo sobre la historia de Brasil basado en investigación documental.[8] Finalmente, Mattos no publicó en la revista.

El número quedó en suspenso, seguramente porque no consiguieron los materiales esperados. Zavala les escribió nuevamente a un par de colegas para darle un nuevo impulso. Entre ellos a Manuel Murias, del Archivo Histórico Colonial en Lisboa, a quien invitó a colaborar. En principio, el número aparecería en diciembre de 1940, por lo que se debía recibir su trabajo a fines del mes de octubre a más tardar. También le advertía que se trataba de artículos de investigación, no de divulgación, y que el Instituto pagaba a razón de 1 dólar por hoja impresa.[9]

Finalmente, consiguieron también que Luís Norton, desde Lisboa, enviara un artículo acerca de la colonización portuguesa en Brasil, pero su trabajo no se publicó en el número especial, el cual fracasó, sino como artículo en el número 11. Zavala tuvo que conformarse con ir publicando a medida que llegaban estos trabajos, por lo que le expresó a Norton que esperaban seguir teniéndolo como colaborador y lo animó a que hiciera extensiva esa invitación a otros historiadores portugueses “de calidad, que escriban sobre la colonización americana objetiva y documentadamente”.[10]

De Brasil también escribió Astrogildo Rodrígues de Mello, de la Facultad de Filosofia, Ciencias y Letras de la Universidad de San Pablo, quien felicitó a Zavala por la revista. Le manifestó su interés en suscribirse para recibir los números anteriores y los que seguían, que le serían de utilidad para dar su clase de Historia Americana en su universidad. Manteniendo el tono amable, observó que, aunque la sección de bibliografía era sumamente interesante, Brasil estaba casi ausente. Zavala aceptó su crítica, por lo que con gusto recibirían las notas que ofreciera sobre su trabajo “O comercio europeu nos seculos XV e XVI e o florescimiento de Espanha e Portugal”, publicada en el Boletín de su Facultad.[11]

Rodrígues de Mello, finalmente, solo contribuiría con una reseña del libro O Brasil na Administração Pombalina (Economia e Política Externa) de Antonio de Sousa Pedroso Carnaxide, en el número 13. Podríamos concluir con que el mundo académico de Brasil, con todo lo potente y significativo que resulta para una visión panamericana de la revista, quedó subrepresentado, aun con las gestiones de su director.

Otro dato significativo de este conjunto de autores es su diferencia generacional. Casi todos ellos eran autores que habían nacido entre 1880 y 1900; el mayor era Wagner (1862), y los menores eran González Casanova (1922), Bosch García (1919), López-Lira Castro (1918), Arnáiz y Freg (1915), Chevalier (1914) y Le Riverend Brussone (1912), varios de ellos, discípulos. De edad intermedia, publicaron Zavala (1909), Méndez Arceo (1907), Hernández de Alba (1906), Juan Mújica (1905), Vázquez Machicado (1904), Schwab (1902), Portell Vilá (1901), Smith (1904) y John Tate Lanning (1902). En los artículos, pues, se puede ver el amplio rango etario de los autores, aun cuando el mayor número de producciones fueron de madurez. Es infrecuente que en esta sección publicaran los jóvenes, tal como lo hicieron en Reseñas y Bibliografía. Esta diferencia se puede observar también por la rúbrica que indica al autor de un artículo, su ciudad de procedencia o desde dónde se firma el trabajo y la institución donde trabajaba o estudiaba. Por ello, es significativo ver a unos pocos estudiantes del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.[12]

El proceso de selección

Aunque se buscaba tener una amplia representatividad del continente americano, hubo un notable proceso de selección. Casi todos fueron invitados por el propio Zavala o eran recomendados por los miembros del equipo editorial o del Consejo Directivo, quienes solían enviar en sus cartas sugerencias de nombres (con direcciones e instituciones) para que se les enviara una carta formal de invitación. Para ello, fue fundamental la labor de los miembros del Consejo Directivo y del equipo editorial. Este círculo cercano tenía entre sus funciones la de incorporar colaboradores que, a su vez, pertenecieran a su red intelectual, para con ello asegurar la calidad de los trabajos.

Algunos pocos se enteraron posiblemente a través de contactos compartidos y decidieron escribirle a Zavala una carta para solicitar que se publicara su contribución. Desde Cuba le escribió Emeterio S. Santovenia por indicación de un colega, Herminio Portell Vilá, quien le expresó los deseos de Zavala de que los historiadores cubanos publicaran en la RHA y le pidió que le especificara qué tipo de colaboración deseaban; le anticipó que estaba escribiendo la historia de Cuba (un proyecto de varios tomos) y no perdió la oportunidad de contarle que también había estudiado las relaciones históricas entre México y Cuba. Un dato no menor antes de despedirse: reconoció que se había apoyado en muchos de los trabajos de Zavala, por lo que desde hacía tiempo se sentía “obligado” a expresarle su gratitud.[13] Ambos continuaron escribiéndose,[14] hasta que el cubano envió su artículo. Consciente de que era muy extenso, le avisó a Zavala que, si eso era un impedimento para la publicación, lo querría de regreso.[15]

Dado que el trabajo había sido enviado mientras Zavala estaba fuera de México, lo recibió Rubio Mañé, quien le escribió al director de la publicación para comentarle que le parecía muy interesante el trabajo porque relataba las actividades de las autoridades españolas en relación con la misión de la primera intervención europea, lo cual estaba sustentado en numerosos documentos. El problema radicaba en que era demasiado extenso (95 páginas), por lo que le pedía que decidiera si se publicaría así y en qué número saldría.[16] No tenemos más correspondencia que nos aclare cómo se realizó el proceso de selección, pero sabemos que fue publicado en el número 7 de diciembre de 1939 con una reducción de 30 páginas (63 en total).

Pocos años después, le escribió Charles W. Centner para ofrecer su ayuda desde la Universidad de Tulane de la ciudad de Luisiana, donde se encargaba de la supervisión de la instrucción de Historia Hispanoamericana. También era agregado a las comisiones directivas del Middle American Research Institute. Adjunto con la carta, envió el trabajo titulado “The Chilean Failure to obtain British Recognition, 1823-1828”, el cual fue leído con rapidez por el mexicano, quien le respondió que le parecía “bien fundado y con gusto”, por lo que lo publicarían en la RHA. Se aseguró de que el trabajo fuera inédito y exclusivo, porque eran las dos condiciones que siempre pedían para los artículos. Les aclaró que a los autores les enviaban 25 ejemplares de sobretiro. En respuesta, el estadounidense le comentó que se sentía honrado de publicar un artículo “pues muy alto crédito académico goza en este país la Revista”. Le aclaró que se trataba de un trabajo original que había terminado hacía poco tiempo.[17] El trabajo fue publicado en el número 15, de diciembre de 1942.

Pese a que los autores eran invitados, Zavala realizaba un proceso de selección. Se cercioraba de que los trabajos fueran adecuados por su temática, por su calidad, por su extensión. Cuando se trataba de textos muy largos, si era apropiado por ser un “trabajo histórico de mérito”, le solicitaba al director del Instituto que lo publicaran como libro por separado).[18] En su papel de director, se ocupaba también de designar el orden en que aparecerían los artículos, siguiendo un criterio de calidad, incluso si estos textos trataban sobre documentos y archivos. Esto permite observar la diferencia jerárquica que existía para estos historiadores entre los archivos. Por ello, el Archivo General de Indias siempre tenía prioridad sobre los archivos nacionales, y estos sobre los provinciales; este era un criterio de orden.[19]

Los artículos que hacían referencia a archivos o bibliotecas tenían que ser originales y producto de la investigación. Es decir, no se aceptaban artículos de difusión. Los destinados a “dar a conocer las principales instituciones de cultura histórica de los países de América” habían constituido una preocupación de la revista y se había visto reflejada sobre todo en los artículos escritos sobre estas instituciones en la Argentina y, en mucho menor medida, sobre archivos y bibliotecas de otros países. Se exigía que fueran artículos de investigación originales siguiendo un orden determinado.[20]

Al parecer no hubo rechazos de material, pero sí una lectura atenta de parte de Zavala, quien realizaba una especie de dictamen y enviaba observaciones si le parecía pertinente. En algunos casos, esto llevó a modificar los textos originales por sugerencia del equipo editorial. En esta situación encontramos al español José María de la Peña Cámara, a quien Zavala le pidió que moderara algunos párrafos de su artículo porque estaban “algo acalorados”; en él, De la Peña Cámara hacía una crítica de una interpretación de Altamira de documentos del Archivo de Indias. Zavala le garantizó que, si lo moderaba, lo publicaría en el siguiente número.[21] Poco después le comentó que los sobretiros que solían enviarles a los autores salían caros en su caso, no solo porque se trataba de un artículo extenso (67 páginas), sino porque entonces el agente de Nueva York cobraba por su mediación.[22]

El dictamen de Zavala era puntilloso, sugería cambios antes de aceptar un trabajo, incluso de aquellos que le parecían interesantes. El estadounidense Arthur Scott Aiton envió un artículo sobre las Ordenanzas de Minas de Mendoza de 1550, el cual fue aceptado al ser considerado un aporte al conocimiento sobre la minería (junto a su colega y compatriota Wagner, quien escribió “Early Silver Mining in New Spain”). Sin embargo, Zavala le hizo preguntas y sugerencias: le preguntó si había leído el trabajo de Maffe y Encinas para las Ordenanzas de 1550; si al hablar de las de las primeras disposiciones mineras de América, sería conveniente prestar mayor atención a lo relativo a las Antillas; y si no era “aventurado” decir: “The indies were conceived as the property of the Crown of Castile”, dado que consideraba que no podía demostrar esto; de igual manera consideraba no preciso su afirmación sobre las “ordenanzas de minas por la Segunda Audiencia”; por último, le advertía que en la nota 7 “convendría añadir las Ordenanzas de 30 de junio de 1536”.[23]

Las sugerencias de modificaciones fueron consideradas por otros como una ofensa para los autores, que retiraron sus trabajos. Este fue el caso de Alberto María Carreño,[24] quien había enviado un artículo que fue leído por Zavala y Rubio Mañé, quienes encontraron problemas en su escrito y le pidieron que realizara cambios con los que el autor no estuvo de acuerdo, por lo que retiró el escrito. Al respecto, Rubio Mañé le informó a Zavala que se había encontrado con Carreño y había intentado convencerlo. Ante su negativa, dice Rubio Mañé: “Tuve que devolverle los originales, porque no quiso entrar en razón. Es difícil hacer que personas de su edad vean puntos de vista ajenos a los suyos. Lo traté de la mejor manera y creo que no puede quejarse de las consideraciones guardadas”.[25]

Los autores

La publicación de artículos se concentró en un grupo pequeño: Altamira y Torre Revello, con ocho artículos, seguidos por Ricardo Caillet-Bois y Silvio Zavala, con tres; con dos artículos, Arturo Arnaiz y Freg, Emiliano Jos, Ricardo Levene, J. I. Rubio Mañé, Robert S. Smith, John Tate Lanning y Henry R. Wagner. El resto contribuyó con uno.[26]

Altamira y Levene cumplieron además un rol legitimador, al igual que lo hizo Alfonso Reyes. Esto se observa sobre todo en el primer número, en el que se publicaron siete artículos de colegas que gozaban de prestigio: Rafael Altamira, maestro de Zavala, quien envió un trabajo original: “La legislación indiana como elemento de la historia de las ideas coloniales españolas”; Lewis Hanke, quien también envió un escrito en inglés: “The Requerimiento and its interpreters”, y fue el único artículo con el que colaboró; Ricardo Levene, que entregó un plan de una colección que estaba en marcha sobre la historia de la nación argentina; José Torre Revello, quien antes que un artículo crítico presentó un estado del arte de la situación del Archivo General de la Nación en la Argentina; José Moreno Villa, que entregó una nota sobre documentos de México y otros países que se encontraban en el Archivo del Palacio Nacional de Madrid, Alfonso Reyes, quien escribió un artículo titulado “Reseña sobre el erasmismo en América”, y Zavala, con su trabajo “Las encomiendas de Nueva España y el gobierno de don Antonio de Mendoza”.

Empecemos por Reyes. Como sabemos, para 1938 era el presidente de La Casa de España, pero el contacto entre ambos es anterior y se basaba en la confianza y respecto intelectual, por lo cual Reyes medió cuando estaba de embajador en la Argentina en varias ocasiones a favor de Zavala, proponiéndolo como un historiador que, pese a su juventud, se encontraba altamente capacitado.[27] El trabajo de Reyes era sumamente interesante por varios motivos. Por una parte, se trataba de reflexionar a partir del libro de Zavala. No se trataba de un trabajo original, pues había sido publicado dos meses antes en el Boletín del Instituto de Cultura Latino-Americana (en Buenos Aires), pero su reproducción en la RHA le daba mayor difusión a la obra de Zavala. El título es un tanto equívoco por el uso de la palabra “reseña”. En realidad, se trataba de un ensayo en el que, con el vuelo intelectual del autor, se hacía gala no solo de un profundo conocimiento del tema, el erasmismo, sino, sobre todo, de las interpretaciones que había sufrido a través del tiempo por varios autores. Por otra parte, el publicar en el primer número una contribución sobre un libro de Zavala era una señal de apoyo tanto para el historiador como para el emprendimiento académico. Un mes después de aparecida la publicación, en una entrevista que le realizó Rafael Heliodoro Valle, aplaudió el primer número, asumiendo que representaba la tradición de estudios históricos que buscaba remediar el escaso conocimiento que existía entre los países americanos sobre lo publicado. Por ello afirmó: “Deseaba que en México se publicara una revista así”.[28] Al año siguiente, Zavala le preguntó si no había podido redactar un nuevo artículo “apropiado” para la revista, de preferencia sobre historia diplomática hispanoamericana.[29] Reyes no publicó ninguna otra contribución, pero se convirtió en un lector crítico de la revista y le hacía llegar a Zavala sus comentarios.[30]

El caso del argentino Ricardo Levene también es relevante. Su prestigio en la Argentina y su posición alcanzada lo convertían en un actor destacado entre los historiadores que componían la red de la revista.[31] La relación entre Levene y Zavala era previa y estaba asociada a la publicación de la colección de libros sobre historia de América que había coordinado el argentino (publicados por la editorial Jackson) entre 1940 y 1941 (14 tomos), obra que no fue bien comentada en la propia revista.[32] La colaboración de Zavala en esta colección consistió en escribir sobre la historia de México.[33]

Levene también sirvió de nexo entre otros autores y la revista, quienes se “animaban” a participar dado que veían sus firmas en ella. Este fue el caso de Enrique de Gandía, otro historiador argentino, quien le respondió a Zavala que sería un honor participar, sobre todo, dijo, “hallándome espiritualmente vinculado por la amistad con los señores Ricardo Levene y José Torre Revello”.[34] Si bien De Gandía fue un autor reseñado y comentado en los artículos de la sección Revistas, no colaboró en el decenio con artículos.

Otro de los nexos entre Zavala y Levene se relacionaba con Altamira. Ambos se preocupaban por su situación al terminar la guerra, mientras se encontraba en Francia, por lo que se movilizaron para realizar su traslado al continente americano. Es significativo que para ambos Altamira era considerado el maestro.[35] Era evidente que representaba una instancia oficial, que era útil a la diplomacia que desarrollaba el IPGH. Por ello, al morir William Bowie, presidente honorario del IPGH, el director, Pedro Sánchez, propuso su nombre para suplir la vacante. El interés radicaba en la necesidad de establecer “vínculos institucionales de cultura” entre ambos países.[36] Ricardo Levene fue nombrado presidente honorario.[37]

Altamira, por su parte, merece un tratamiento especial por varios motivos. El primero se relaciona con su prestigio en el ámbito de la historia y, junto con ello, con la capacidad que mostró durante las primeras décadas del siglo XX de formar a numerosos historiadores hispanoamericanos que visitaron España en busca de documentos del Archivo de Indias. Esto no es poco. En términos de redes intelectuales, esto implica que Altamira se convirtió en un mediador insustituible, porque a través de él se conocieron numerosos historiadores que, una vez que regresaron a su país de origen, mantuvieron estos contactos a través del tiempo, lo cual fortaleció el lazo con nuevos proyectos. Como mencionamos, este fue el caso de Lewis Hanke y Silvio Zavala, quienes se habían conocido gracias a Altamira en España durante la década de 1930. Esto implica, también, que Altamira, en su papel de maestro, construyó un lazo fuerte con Zavala, el cual se refleja en la cantidad de intercambios epistolares que mantuvieron antes de su arribo a México.[38]

A partir de 1938, las contribuciones de Altamira se volcaron a la RHA. El que su nombre apareciera en sus páginas le otorgaba un espaldarazo de autoridad a la publicación. El primer número empieza con su artículo “La legislación indiana”, un texto de 23 páginas en el cual analiza cómo esta legislación es un elemento clave para entender las ideas del período colonial. Su formato no es el de un artículo común.[39] Zavala se apresuró a enviarle a Altamira el número 1 de la publicación junto con la separata de su artículo. En respuesta, él le agradeció el trabajo realizado en la corrección de puntuación y lo felicitó por la publicación al considerar que tenía una buena estructura y presentación; en especial llamó su atención la información sobre libros y revistas, indispensable para los lectores. Esperaba seguir recibiéndola y publicar en ella[40]

Tras cumplirse el primer año de la RHA, Altamira se mostró preocupado por su posible cierre, lo cual significaría una gran pérdida. En apoyo, le envió un trabajo suyo inédito para el número de septiembre de 1939.[41] En cartas sucesivas se quejaba de que no llegaban todos los números a tiempo (por la irregularidad del correo), pero que seguía enviando artículos para publicar, previa consulta con Zavala sobre si era conveniente que trabajos con una extensión apta para libros se convirtieran en artículos.[42]

Como autor participó publicando cinco artículos (que salieron en ocho números); el primero ya mencionado; el segundo, poco después: “El texto de las Leyes de Burgos de 1512” (diciembre de 1938); el tercero, al año siguiente: “El manuscrito de la Gobernación espiritual y temporal de las Indias” (diciembre de 1939); un año más tarde, “El cedulario como fuente histórica…”, el cual, por ser muy extenso, se continuó años después en junio de 1945; de igual forma su trabajo “Estudio sobre las Fuentes de Conocimiento del Derecho indiano”, que se publicó en tres partes entre junio de 1947 y junio de 1948.[43]

El segundo aspecto relacionado con Altamira en la RHA tiene que ver con un elemento casi imperceptible, pero no por ello menos significativo en el análisis de las redes intelectuales: la creación de lazos fuertes basados en la confianza. Si bien esto se puede explicar como una buena amistad, servirá, como veremos, para explicar la interacción entre varios miembros de la red con motivo de ayudar a Altamira. Al lograr trasladar a Altamira a México en 1945,[44] tras su llegada, se le rindió un homenaje en el que participaron funcionarios del Comité Mexicano de Cooperación Intelectual y Silvio Zavala, entre otros.[45]

Las temáticas

A partir de la revisión de los títulos de los artículos se pueden establecer los aspectos generales de sus contenidos. Estos encabezados tienden a ser concretos, registran el nombre del personaje, obra y período histórico. Esto permite un primer registro temporal y geográfico: casi todos los artículos versaban sobre el período colonial (temprano, siglos XVI y XVII) y sobre los dos grandes virreinatos (Nueva España y Perú). Casi todos abordaban personajes relevantes de la administración colonial y había una preocupación importante por la legislación indiana. Es evidente que existe un predominio de la historia del derecho, pero también se encuentran trabajos sobre historia de las ideas y, en menor grado, de historia económica. El resto de los artículos se dedican a los siglos XVIII y XIX, y aunque no hay trabajos que analicen procesos históricos del XX, sí hay diagnósticos actualizados sobre los archivos nacionales. En conjunto trasmiten la preocupación que tuvieron los colaboradores de la publicación por poner énfasis en un tipo de escritura de la historia en la que predomina la investigación basada en la crítica de numerosos documentos y la necesidad de visibilizar el valor de los acervos. Esto nos permite identificar dos líneas de tipos de artículos: el de investigación documental y el de relevamiento bibliohemerográfico.

La investigación histórica documental

Es evidente que este grupo de historiadores buscaba desmarcarse tanto de los amateurs de la historia como de los copistas de documentos. Para ellos, las fuentes históricas eran insustituibles, pero debía existir algo más allá de la transcripción y el ordenamiento de los documentos. A manera de pasos, la transcripción era solo el primer momento, al que debía seguir la descripción y la interpretación de obras y de sus autores, motivo por el cual, junto a los trabajos históricos (“de primera mano”), encontramos también algunos historiográficos sobre aquellos que interpretaron la historia.

Es evidente que en todo esto tuvo una gran influencia Altamira, quien no solo fue uno de los autores que más publicó, sino también el maestro de varios colaboradores de la publicación. Como ya dijimos, Rafael Altamira publicó varios artículos, entre ellos “El Manuscrito de la Gobernación Espiritual y Temporal de las Indias, y su Lugar en la Historia de la Recopilación”, trabajo que estudia un códice (proyecto de recopilación de documentos relativos al gobierno de las colonias de ultramar). También de Altamira son, como ya se detalló más arriba, “Los Cedularios como fuente histórica de la Legislación Indiana”, que se publicó en dos números, y “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano”, en tres. La publicación de estos y otros tantos trabajos previos hicieron de Altamira uno de los historiadores más reconocidos en el estudio de las instituciones jurídicas desde una preocupación social que recuperaba aspectos no jurídicos, y se convirtió en una de las grandes enseñanzas de Altamira y también en un eje temático para la publicación.[46]

No es de extrañar entonces que, como su discípulo, los artículos de Zavala también se inscribieran en esta línea, porque, como le gustaba recordar, “para llegar a la historia, su camino inició con el derecho”.[47] De este modo, y a manera de ejemplo, podemos mencionar su artículo sobre la encomienda en Nueva España, el cual le dio continuidad a sus trabajos anteriores: Fuentes principales de la Historia de la Conquista (tesis doctoral de 1933), Las instituciones jurídicas en la conquista de América (1935), en especial la de La encomienda indiana (1935). Muestra con ello su pericia para reconstruir las formas jurídicas al analizar instituciones de una manera original, como le gustaba decir a Altamira. Da señales también de lo que aprendió en cuanto al método de sus maestros en España y su habilidad de darle una dimensión humana, al introducir al indígena como sujeto histórico.[48]

También debemos contemplar los artículos de carácter historiográfico. Por una parte, están aquellos que se dedican a analizar a otros historiadores, como fue el caso del historiador colombiano Sergio Elías Ortiz, que publicó una bibliografía sobre Eduardo Posada, colega y compatriota fallecido en 1942. Se reproduce, incrementada y actualizada, una bibliografía ya publicada en el Boletín de Estudios Históricos de la ciudad de Pasto, en 1934, una publicación que, por cierto, se registraba en la sección Bibliografía.

Por la otra, más nutrida, se encuentran aquellas que, de corte más tradicional de historia política o atreviéndose a avanzar en el terreno de la historia de las ideas, se preocupan por reflejar el problema historiográfico: “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”,[49] “La Historia de las ideas sociales y la nueva escuela histórica argentina”,[50] “La conquista de México y su problema historiográfico”,[51] “Apuntes sobre los estudios históricos en Venezuela”.[52]

Ricardo Levene publicó en el primer número el plan de su Historia de la Nación Argentina, obra de catorce volúmenes (proyectada en doce, desde los orígenes a 1910), que comenzó a publicarse en 1938; al momento de salida de la revista, ya se habían agotado los tres primeros. El texto, tomado de la introducción del primer número, es programático en un doble sentido: programa de la obra editorial y programa historiográfico. El tono es institucional, fundador: “Técnicamente, la historia está fundada en la investigación y crítica documental y su ideal es la verdad. En este sentido el método debe aplicarse severamente en la reconstrucción de los sucesos”.[53] La obra, además, está fundada en una ley, la 12114, y la editó la Junta de Historia y Numismática Americana, antecedente de la Academia Nacional de la Historia Argentina.

El plan es orgánico, la historia es orgánica; los autores, maestros y jóvenes trabajan en torno de “la unidad del concepto”, que “se refiere al criterio formado sobre una historia institucional, que es política, económica, cultural, religiosa, militar y naval, y también a la visión de una historia comprensiva humana”.[54] Es orgánica en un sentido de cuerpo y de proporciones, de la relación entre sus partes y el todo (la nación y las provincias): busca ser completa, armónica y definitiva.

También hay un párrafo para el historiador, persona de ciencia, que debe estar alejada del conflicto banal:

Llamaremos historiador espectacular –condecorándole con el título– al que le interesa únicamente los detalles de la explosión de pasiones y apetencias que existen en el pasado humano y quiere traer a la vida actual –ápices y hez de la historia– y busca al contendor y promueve la controversia con escándalo, sentenciando dogmáticamente de un modo opuesto al generalmente demostrado y admitido.[55]

El segundo artículo de temática historiográfica, también de Levene, examina las ideas del historiador argentino Juan Agustín García, fallecido en 1923; jalona su artículo con varios libros de García, que le dan pie para observar las lagunas (que García se concentrara en la historia de las ideas y no de los acontecimientos, como la Revolución de Mayo), las conclusiones erróneas (el olvido de una línea de tradición de pensamiento por enaltecer otra), la concepción de la sociedad como un único individuo, de pensamiento uniforme. Levene sopesa el aporte de García, sus limitaciones y su valor, “más por su inspiración que por sus resultados”, dado que “sobre todo alentó la labor de los investigadores que le siguieron en su orientación.[56]

Enriqueta López Lira Castro, de los colaboradores más jóvenes que tuvo la RHA en su primer decenio (había nacido en 1918), discípula de la cohorte fundadora de El Colegio de México, publica “La conquista de México y su problema historiográfico”, un artículo sobre Antonio de Solís y su Historia de la conquista de México, de 1684.[57] Incluye bibliografía y obras de Solís. López Lira abre con algunas preguntas en relación con la distancia temporal del hecho, su materia, su posible exactitud o imparcialidad y las fuentes. La autora juzga el trabajo con las fuentes de Solís, que se ha basado en Bernal Díaz, pero que utiliza las demás fuentes sin ponerlas en su propio contexto. A partir de lo que enuncia Solís, López Lira va escudriñando el revés de la trama, por omisiones, por discrepancias, por los datos: qué material usó de primera mano o no; para ello, recurre a un abundante aparato crítico de citas de las fuentes para refrendar sus hallazgos e interpretaciones. También examina su visión de la historia, que parece más un relato de lo que debió suceder antes de lo que sucedió realmente, según el comportamiento esperable de los personajes; su concepción de unidad de tono (la retórica) y relato, que cancela, omite aquello que es confuso, inesperado o de un nivel no acorde al hecho narrado, que es de carácter heroico; además, interpreta, Solís está “condicionado” por el ambiente de ideas de su tiempo. El trabajo termina con una conclusión; es un texto que tiene la forma de una monografía. López Lira ha realizado un análisis minucioso, ha compulsado fuentes, ha empleado un profuso y preciso aparato crítico y su texto tiene la tripartición habitual en este tipo de trabajos. De hecho, su firma va seguida de la inscripción institucional del Centro de Estudios Históricos.

El último artículo de temática historiográfica del decenio es de Mario Briceño-Iragorry, que se titula “Apuntes sobre los estudios históricos en Venezuela”:[58] aborda las escuelas históricas y las características de los estudios históricos en aquel país, como el trabajo de fuentes y archivos. Comienza con una expresión que denota la falta: hay buenas fuentes documentales, pero carece del trabajo sistemático, del criterio; no hay método. Se ha forjado una historia en torno a la independencia, con héroes y exaltación de la providencia. Antes que historia crítica, se hizo historia política, sostiene Briceño-Iragorry, que traza una cartografía de historiadores y tendencias, marca aciertos y señala lo que aún hay que producir, especialmente para superar el individualismo. Alienta:

Urge dar al trabajo histórico un carácter de comunicatividad y de cooperación que lo aleje de la vieja actitud silenciosa que hacía mirar en el estudioso de historia una especie de mago, guardador de los secretos del tiempo, a quien pareciera mover un candoroso deseo de ganar albricias.
Se necesita formar un recto concepto historicista que busque para la exposición y la crítica de los hechos la aportación de las nuevas conclusiones filosóficas ensayadas para la explicación de los complejos procesos sociales…[59]

Justamente, fue misión de la RHA darle visibilidad a la investigación histórica de América y hacerlo seriamente.

El relevamiento bibliohemerográfico

La revista mantuvo el hilo temático de la archivística y la documentación a lo largo de todas las secciones. Al cuantificar la presencia de expresiones referidas a los temas preferentes en los títulos de los 84 artículos, se destacan, además de las que designan países, las palabras que se incluyen en el campo semántico de las ciencias de la información; una cuarta parte de ellos se dedican a la archivología y la bibliotecología: archivo, biblioteca, documentos, fuentes.

Varios de esos artículos son la historia y la descripción de archivos (de distinto alcance geográfico y de nivel: nacionales, provinciales, de instituciones); tienen estructuras similares de contenido (fundación, autoridades, fondos, estructura, personal, presupuesto, cuestiones edilicias y publicaciones) y preocupaciones recurrentes (el expolio, la pérdida, la conservación, la necesidad de catalogar y permitir su recuperación, la importancia de su disponibilidad). No se trata de artículos de investigación histórica, aunque cuentan una historia: son puestas al día sobre el estado de situación, son un mapa para orientar al investigador y un reporte.[60] Los recorre igual preocupación que la que aparece en otras secciones: establecer un documento es una parte sustantiva del trabajo; los archivos no son documentos sueltos, su orden, su clasificación, su contexto son parte también de su sentido. Por su parte, museos, bibliotecas y archivos son también, a su modo, textos que pueden leerse e interpretarse, objetos de una cultura material que pueden describirse y ámbitos que se pueden proyectar, ordenar y dominar.

Podemos identificar dos grandes grupos de temas en este corpus de artículos: descripción de centros de documentación (archivos, museos y bibliotecas); y documentos y biobibliografías. Los artículos referidos a centros de documentación provienen de la Argentina, México, Chile y Perú. Se titulan “El Archivo General de la Nación Argentina”,[61] “La Biblioteca Nacional de la República Argentina”,[62] “El Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires”,[63] “Museo Mitre”,[64] “La Biblioteca Nacional de México”,[65] “El Archivo General de la Nación: México, Distrito Federal”,[66] “El Archivo Nacional de Chile”,[67] “El Archivo Municipal de la Ciudad de México, hoy del Departamento del Distrito Federal”,[68] “Museo Histórico Sarmiento (Calles Juramento y Cuba, Buenos Aires)”,[69] “El Archivo de Notarias del Departamento del Distrito Federal (México, D. F.)”,[70] “El Archivo Nacional del Perú”,[71] “El Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda y Comercio del Perú”.[72] Todos conforman parte de un programa continental que buscaba dar con el estado de situación de estos centros.[73]

En primer lugar, se cuenta su historia: autoridades del Estado que fundaron el centro, la fecha, los documentos respaldatorios; los datos biográficos de las autoridades fundadoras o los directores más destacados,[74] las autoridades actuales; se describe el edificio (plantas, estado general, ubicación de archivos, seguridad contra incendios);[75] su acervo, la forma de organización, las divisiones, secciones especiales; la bibliografía relativa al centro; sus publicaciones. Se detalla el material de interés y se cuenta la historia de los documentos: pérdidas, hallazgos, rarezas. Por ejemplo, Torre Revello cuenta cómo Pedro de Angelis, durante el rosismo, vendió documentos al Gobierno de Brasil, que se encontraban entonces en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro;[76] él mismo destaca que en el Museo Mitre hay copias originales del Archivo General de Indias.[77] Para estos artículos se cuenta con documentos de su origen y de su funcionamiento en el presente, y con la presencia del autor en el lugar: “La presente noticia ha sido redactada a la vista de distintas memorias y trabajos que quedan citados en las notas que acompañan a este escrito, y en los que van anotados en la Bibliografía. Además del conocimiento personal que tenemos del establecimiento…”.[78] También autoriza la narración en primera persona el hecho de trabajar o de haber trabajado en la institución, como lo hace Francisco Gamoneda, entonces director de Bibliotecas del Distrito Federal, con el Archivo Municipal de la Ciudad de México:

Se insistía, asimismo, en que el Catálogo facilitaría y divulgaría el conocimiento de cuanto existía en el Archivo, imposibilitando, por lo menos sin que dejaran de notarse, pérdidas y extravíos; y auxiliaría en el manejo de toda la documentación, en forma tal, que sería consultado el Archivo cual la biblioteca mejor organizada. Efectivamente llegaron a imprimirse tres tomos.
Respecto a éstos dice Genaro Estrada en la N° 75 de sus interesantísimas 200 Notas de Bibliografía Mexicana Nº 31 de las “Monografías Bibliográficas Mexicanas” México. MCMXXV. Pág. 49: “Muy pocos saben que existe un catálogo impreso del archivo del Ayuntamiento de la Ciudad de México. De este catálogo es autor Don Francisco Gamoneda y solo se imprimió el tomo primero en 1921.
Los ejemplares desaparecieron casi en su totalidad”.
Fueron tres los impresos; Genaro Estrada sólo conoció el primero, pues éste se encuadernó; los otros dos quedaron en rama. Del tomo I conozco únicamente la existencia de tres ejemplares. La explicación de la desaparición absoluta de la edición es muy sencilla. Al dejar yo el Archivo del Ayuntamiento para pasar a encargarse del de la Secretaría de Hacienda, quedó toda la existencia, así como la de tomos publicados de Actas de Cabildo de la que hablo más adelante, en una habitación del entonces último piso del Palacio Municipal, hoy del Departamento del Distrito Federal. Al hacer las reformas de este monumental edificio, aumentando sus pisos, persona no muy culta encontró aquel montón de papel, al que no se le ocurrió darle otro destino que venderlo a una fábrica de cartón.[79]

Los museos también son objeto de la narración y la descripción de su acervo. Es el caso del Museo Mitre y del Museo Histórico Sarmiento (en Buenos Aires). Como parte de la cultura material, los museos son también fuentes de la historia, por sus edificios, por los archivos y por los objetos: mobiliarios, prendas personales, cuadros, ilustraciones, fotografías, esculturas. De todo ello dan cuenta los autores, que seleccionan y componen el mundo de objetos para destacar o que refieren a la manera de inventario (un catálogo).

El Archivo de Notarías de la Ciudad de México es descrito en un artículo por Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón, un año antes de la publicación, también conjunta, del libro Índice y extractos de los protocolos del Archivo de Notarías de México, D. F., publicado en 1945. En nota al pie en el artículo se anticipa la publicación que, según dicen, se ha redactado “por encargo del Centro de Estudios Históricos del Colegio de México”.[80]

También se vinculan unas instituciones con otras, como en el artículo referido a la Biblioteca Nacional de México, cuando se registran el Instituto Bibliográfico Mexicano, la Biblioteca Romero Rubio de Tacubaya, el Instituto Bibliográfico Mexicano, la Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archiveros.

Cierran el decenio dos artículos sobre centros documentales peruanos: sobre el Archivo Nacional del Perú de María Castelo de Zavala, y sobre el Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda y Comercio del Perú de Federico Schwab, en el número siguiente. Castelo elaboró el texto que es el resultado de un relevamiento de centros documentales del continente que realizó durante su viaje de marzo de 1944-febrero de 1945.[81] Schwab, por su parte, traductor y bibliógrafo alemán, ya nacionalizado entonces como peruano, trabajó realizando varias tareas durante los años que desempeñó el cargo de director de la biblioteca de la Universidad de San Marcos Jorge Basadre, miembro del Consejo Directivo de la RHA desde el primer número. Schwab fue el fundador y organizador del Archivo Histórico de Hacienda, luego incorporado al Archivo General de la Nación.[82]

Cuando se registran las sucesivas historias de descuidos, expolios, deterioros, mala administración, lo que interesa es develar y establecer cuál es la concepción que sostiene las prácticas, criticar las malas y alentar las buenas. Jorge I. Rubio Mañé lo observa en su artículo sobre el Archivo General de la Nación:

No sabemos cuál pudo ser la conciencia historiográfica que prevalecía en aquella época, porque a un personaje ilustrado, como Lorenzo de Zavala, que cultivó la Historia, lo acusaba Bustamante de lo siguiente:
“Cuando se entregó el archivo de la Audiencia de México al gobernador [del Estado de México] D. Lorenzo [de] Zavala, éste dispuso casi de todo él vendiéndolo por papel viejo a los coheteros y tenderos de México, y boticarios”.[83]

Del mismo modo, Rubio Mañé transcribió en el apéndice un documento completo de 1792: las “Ordenanzas para el Archivo General que ha de establecerse en el Palacio de Chapultepec”. Es una lista de 81 ordenanzas que, según observa Rubio Mañé, no parecen haber sido ejecutadas, atinentes al cuidado, el orden, el inventariado, la custodia. El acto de publicar las Ordenanzas es más que el documental: es una denuncia de la incuria, del insuficiente trabajo profesional en la historia del Archivo y un recordatorio de lo imprescindibles que son para el presente y el futuro.

Ricardo Donoso, miembro del Consejo Directivo por Chile a partir del número 9, publicó en el número 11 un artículo de tipo informe sobre el Archivo Nacional de Chile: es, más bien, una recopilación de testimonios y de documentos hilvanados con narraciones; se cierra con una lista de índices y catálogos del archivo. Es una fuente más para el estado de situación de los archivos del continente, pero su valor respecto a otros relevamientos es menor.

El segundo grupo de artículos aborda temáticas documentales, biográficas y biobibliográficas, como “Nota sobre algunos documentos referentes a México y otras repúblicas americanas del tiempo de Fernando VII, existentes en el Archivo del Palacio Nacional de Madrid”;[84] “Documento”;[85] “El Manuscrito de la Gobernación Espiritual y Temporal de las Indias, y su Lugar en la Historia de la Recopilación”;[86] “Documentos inéditos que ilustran los orígenes de los obispados Carolense (1519), Tierra Florida (1520) y Yucatán (1561)”;[87] “Los Cedularios como fuente histórica de la Legislación Indiana” (dos artículos, con una diferencia de cinco años entre cada uno);[88] “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano” (tres artículos);[89] “Bibliografía de Eduardo Posada (1862-1942)”.[90]

El primero de este grupo, “Nota sobre algunos documentos referentes a México y…” de José Moreno Villa, tiene apenas dos páginas. Es un texto en primera persona, que cuenta que hay documentos relativos a América sin investigar en el Archivo del Palacio Nacional de Madrid. Moreno Villa era archivero y había sido nombrado director de ese archivo por la Segunda República, en 1931. Comparte con el estudioso una lista de quince documentos y da hasta su localización.[91]

El segundo, que lleva una nota al pie en la que se indica que el documento fue proporcionado por Torre Revello, es la transcripción de la Relación de méritos de Juan Joseph de Eguiara y Eguren (1757), obtenida del Archivo General de Indias. Tiene una ficha descriptiva al final y la indicación en los márgenes de folio, recto y verso.

Por su parte, Sergio Méndez Arceo publicó un estudio sobre la primitiva organización de la Iglesia en Yucatán en su artículo “Documentos inéditos que ilustran los orígenes de los obispados Carolense (1519), Tierra Florida (1520) y Yucatán (1561)”.[92]

Es necesario destacar aquí el protagonismo de Torre Revello en este tipo de artículos de carácter documental. Como veremos en otros capítulos, fue un actor clave para varias secciones de la revista.[93] Este argentino, que se hizo historiador como otros de su generación a través del trabajo de archivo (primero en Sevilla y después en la Argentina), fue partícipe también de la institucionalización y profesionalización en su país. Vivió durante 17 años en España (1918-1935), durante los cuales recopiló miles de documentos para la Sección de Investigaciones Históricas (luego, Instituto de Investigaciones Históricas) de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Al regresar, Torre Revello asumió como director del Instituto de Investigaciones Históricas (cargo que ocuparía hasta 1948).[94] Así, empezó como copista y se convirtió en investigador.

Publicó relevamientos del Archivo General de la Argentina, de la Biblioteca Nacional, del Archivo Histórico de la provincia de Buenos Aires y del Museo Mitre, todos de la Argentina. También publicó otro tipo de artículos, de carácter documental y biobibliográfico: “El Acta de la Independencia Argentina y el Manifiesto a las Naciones (Quiénes fueron sus redactores)”, “Noticia sobre Jose Eusebio de Llano Zapata, Historiador Peruano del Siglo XVIII”, “Relación de los Méritos y Ejercicios Literarios del Doctor don Eusebio Ventura Beleña” y “Don Hernando Colón. Su vida, su biblioteca, sus obras”.[95]


  1. La noción de “comunidad discursiva” remite a un conjunto indisociable de seres humanos y de discursos, de grupos que administran, gestionan esos discursos y establecen institucionalmente el campo de lo que es posible decir y la forma en cómo es posible decirlo. En este caso, es una comunidad discursiva con dominante científica y técnica que produce conocimiento. Ver la descripción que hace Dominique Maingueneau en: Patrick Charaudeau y Dominique Maingueneau, dirs., Diccionario de análisis del discurso (Buenos Aires: Amorrortu, 2005), 101-102.
  2. Rubio Mañé se fue a España en 1946 y lo invitó a Zavala a participar de una convención de americanistas con una ponencia. Luego daría unas conferencias en el curso de verano de la Escuela de Estudios Históricos de Sevilla y podría estar en una estancia en el Archivo. Pero Zavala no viajó. BNAM, ASZ, serie correspondencia general, caja 3. exp. 101, carta de Jorge I. Rubio Mañé a Silvio Zavala, 31 de diciembre de 1946.
  3. Por la correspondencia entre Zavala y otros historiadores sabemos que les preocupaba la falta de comunicación con el Archivo de Indias. Tras varios intentos, el mexicano consiguió establecer contacto con Imelda Peña, quien trabajaba allí, pero la comunicación debía triangularse a través del estadounidense Hanke. Peña publicó un artículo en la RHA y envió fotografías de documentos solicitados. BNAM, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 22, carta de Imelda Peña a Silvio Zavala, 6 de marzo de 1941.
  4. El estadounidense Arthur Preston Whitaker esperaba traducir un artículo para publicarlo en la RHA y Zavala fue contundente: Hanke insistió en que no se publicarían traducciones ni reediciones de textos aparecidos en otras publicaciones, solo originales. BNAM, ASZ, serie correspondencia general, caja 2, exp. 37, carta de Silvio Zavala a Artur Preston Whitaker, 11 de septiembre de 1942.
  5. J. Robert S. Smith, “Antecedentes del Consulado de México, 1590-1594,” Revista de Historia de América, no. 15 (diciembre de 1942). John Tate Lanning, “El sistema de Copérnico en Bogotá,” Revista de Historia de América, no. 18 (diciembre de 1944).
  6. “Wagner was the first to grasp the importance, that some years later was generally recognized, of the narratives of travel and exploration in the west and of early material on the Spanish southwest”. Thomas W. Streeter, “Henry R. Wagner. Collector, Bibliographer, Cartographer and Historian,” California Historical Society Quarterly 36, no. 2 (junio de 1957): 165-175.
  7. No todos escribían desde España; por ejemplo, De Leturia dató su artículo en Roma; Castelo de Zavala y Gamoneda, en México; Rafael Altamira dató los suyos en varias ciudades hasta que logró llegar a México.
  8. BNHM, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 16, fol. 6804, carta de Silvio Zavala a Aníbal Mattos, 18 de mayo y 4 de noviembre de 1940.
  9. Al parecer, llegaron a este colega a través de otro, Serafim Leite, quien dijo: “Nos ha hecho anticipar la esperanza de que contaremos con la valiosa colaboración de Usted”. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 16, fol. 6804, carta de Silvio Zavala a Manuel Murias, 18 de mayo de 1940.
  10. BNAH, ASZ, serie caja 2, exp. 22, fol. 6816, carta de Luís Norton a Silvio Zavala, 29 de octubre de 1940; carta de Silvio Zavala a Luís Norton, junio de 1941.
  11. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 2, fol. 6825, carta de Manuel I. Mesa Rodríguez a Zavala, 20 de septiembre de 1941; carta de Silvio Zavala a Manuel I. Mesa Rodríguez, 8 de noviembre de 1941.
  12. Para entender la importante participación de los estudiantes del CEH en la RHA –en esta y, sobre todo, en la sección Reseñas y notas–, remitimos a Alexandra Pita González, “La Revista de Historia de América como un laboratorio de prácticas,” Historia Mexicana, no. 281 (julio-septiembre de 2021). La función pedagógica de Silvio Zavala para los estudiantes del CEH también fue resaltada por un egresado de aquella época, Luis González y González, quien afirmaba que no se podía entender el aumento de historiadores profesionales que desplazaban a los improvisados sin las “prédicas y las prácticas de los historiadores españoles transterrados a México, la vuelta a su país del treintañero Silvio Zavala y la traducción y la lectura de los modernos teorizadores de la historia”. Luis González y González, “Silvio Zavala y el quehacer histórico en México,” Historia Mexicana XXXIX, no. 1 (julio-septiembre de 1989): 8.
  13. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 1, fol. 8676, carta de Emerio S. Santovenia a Silvio Zavala, 17 de septiembre de 1938.
  14. Zavala respondió y el cubano volvió a escribir para dar respuesta a sus comentarios. Le agradecía su inclusión entre los suscriptores de la revista, pero le aclaraba que no había podido conseguir todos los números. Le comentó que en su investigación había encontrado documentos inéditos relacionados con la expedición que España envió a México (al mando del militar Prim en 1862), los cuales no habían sido incluidos en el volumen que Genaro Estrada le había dedicado a esta cuestión diplomática, porque dichos documentos se encontraban resguardados en el Archivo Nacional de Cuba (donde hay oficios y cartas reservadas de varias autoridades). Le avisaba que, con ese material, prepararía el artículo para la RHA. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 1, fol. 8676, carta de Emeterio S. Santovenia a Silvio Zavala, 18 de noviembre de 1938.
  15. Aprovechó para preguntarle por los sobretiros que se enviaban a los autores y por último le comentó sobre su amigo en común, el cubano Chacón y Calvo. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 3, fol. 8676, carta de Emérito S. Santovenia a Silvio Zavala, 31 de marzo de 1939.
  16. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 3, fol. 8676, carta de Jorge I. Rubio Mañé a Silvio Zavala, 24 de abril de 1939. En casi todas las cartas, durante las ausencias de Zavala, hay menciones como estas, en las que intercambian opiniones sobre la calidad de los trabajos enviados, pero, como siempre, la decisión final era de él. Por ejemplo, en junio de 1940, le enviaron una colaboración de Vázquez-Machicado, también una publicación de Santo Domingo. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 3, fol. 1876, carta de Jorge I. Rubio Mañé a Silvio Zavala, 11 de junio de 1940.
  17. BNAH, ASZ, serie IPGH, caja 1, exp. 3, fol. 1876, carta de Charles W. Centner a Silvio Zavala, 30 de octubre de 1941; carta de Silvio Zavala a Charles W. Centner, 11 de noviembre de 1941; carta de Charles W. Centner a Silvio Zavala, 19 de noviembre de 1941.
  18. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 13, fol. 6801, carta de Silvio Zavala a Jorge I. Rubio Mañé, 14 de noviembre de 1938.
  19. Por ejemplo, para el número 5 de la revista (marzo de 1939) le pidió a Rubio Mañé que dispusiera el siguiente orden: primero el de Ricardo Caillet-Bois, luego uno de Henry Wagner (sobre el Archivo de Indias) y por último el de Torre Revello sobre el archivo de la provincia de Buenos Aires. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 13, fol. 6801, carta de Silvio Zavala a Jorge I. Rubio Mañé, 11 de enero de 1939.
  20. Así le aclaró Zavala a Delfino Moreno, de la Universidad de Puebla, quien había escrito para preguntar cuánto se pagaba cada contribución y qué tipo de artículos se recibían. Tras la aclaración que mencionamos en el cuerpo del texto, terminaba la carta invitándolo a enviarles su material sobre la biblioteca La Fragua (recordando no pasarse de 25 páginas incluyendo notas). Le recordó que la revista se reservaba el derecho a examinar los trabajos y decidir su inclusión y se comprometía a pagar el trabajo el mismo día de publicación del artículo). BNHM, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 16, fol. 6804, carta de Silvio Zavala a Delfino Moreno, 24 de octubre de 1940.
  21. Efectivamente, salió publicado en el número 12 de agosto de 1941 con el título “El Manuscrito llamado ‘Gobernación Espiritual y Temporal de las Indias’ y su verdadero lugar en la historia de la Recopilación”, p. 5-72.
  22. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 22, fol. 6811, carta de Silvio Zavala a José María de la Peña Cámara, 16 de diciembre de 1940.
  23. Se publicó con el título “Ordenanças hechas por el Sr. Visorrey don Antonio de Mendoça sobre las Minas de la Neua España Año de M.D.L.”, en el número 14, p. 73-95. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 2, exp. 35, fol. 6824, carta de Silvio Zavala a Ascott Aiton, 10 de junio de 1941.
  24. Alberto María Carreño (1875-1962) fue un escritor, historiador y profesor mexicano en varias instituciones, pero sobre todo en la Escuela Nacional Preparatoria. Fue secretario del embajador Joaquín Cassasús en Estados Unidos, intermediario en el litigio con ese país por El Chamizal y entre la Iglesia católica y el presidente por la guerra Cristera. Descubrió en 1946 los restos de Cortés. Fue presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, miembro de la Academia Mexicana de Lengua (donde fue designado archivero, bibliotecario y luego secretario hasta su muerte) y miembro de la Academia Mexicana de la Historia, donde fue director (desde 1958).
  25. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1, exp. 13, fol. 6801, carta de Jorge I. Rubio Mañé a Silvio Zavala, 29 de mayo y 7 y 30 de junio de 1939.
  26. Publicaron un artículo: Walter B. L. Bose, Mario Briceño-Iragorry, Ismael Bucich Escobar, Raúl Carrancá y Trujillo, María Castelo de Zavala, Charles W. Centner, Robert S. Chamberlain, François Chevalier, José de la Peña Cámara, Pedro De Leturia, Ricardo Donoso, Francisco Gamoneda, C. Harvey Gardiner, Pablo González Casanova, Chester L. Guthrie, Lewis Hanke, Guillermo Hernández de Alba, Roland Dennis Hussey, Juan B. Iguíniz, Bert James Loewenberg, Enriqueta López Lira C., Américo Lugo, José Ignacio Mantecón, Sergio Méndez Arceo, Agustín Millares Carlo, J. Miranda, Carlos Monge M., Manuel Moreyra Paz-Soldán, Juan Mújica, Luís Norton, Sergio Elías Ortiz, Raúl Porras Barrenechea, Herminio Portell Vila, Alfonso Reyes, Fernando Romero, Charles R. Salit, Marcelo Sánchez Espinosa, Emeterio S. Santovenia, Federico Schwab, Rafael Heliodoro Valle, Humberto Vázquez-Machicado, José Moreno Villa; Arthur P. Whitaker, Alva Curtis Wilgus.
  27. Zavala le escribió a Reyes para enviarle su trabajo titulado “Indigenistas del siglo XVI”, el cual, tras su lectura, consideró excelente y se lo entregó a Victoria Ocampo para que fuera publicado en el siguiente número de su revista Sur. Aprovechó para manifestarle que hacía poco en el Congreso de Historia de América que se había realizado en Buenos Aires (1936), hizo referencia a los trabajos de Zavala. Poco después, Reyes recomendó a Zavala para que escribiera un capítulo sobre México en la Colección Historia de América dirigida por el historiador argentino Ricardo Levene. Alberto Enríquez Perea, comp., Fronteras conquistadas. Correspondencia Alfonso Reyes/Silvio Zavala 1937-1958 (México: El Colegio de México, 1998), 33, 34-35, 38.
  28. Entrevista que le realizó Rafael Heliodoro Valle a Alfonso Reyes, publicada en abril de 1938. Raquel Mosqueda Rivera, coord. gral., ed. y estudio preliminar, Edición anotada de las entrevistas de Rafael Heliodoro Valle en la revista Universidad. Mensual de Cultura Popular, 1936-1938 (México: UNAM, 2015), 116.
  29. Streeter, “Henry R. Wagner…”, 165-175. Enríquez Perea, Fronteras conquistadas, 66. Carta de Silvio Zavala a Alfonso Reyes, 15 de abril de 1939.
  30. Al año de aparecer la RHA, Reyes le comentó que era importante para las reseñas “que no se abusara del procedimiento de copiar índices y sumarios”. Enríquez Perea, Fronteras conquistadas, p. 66, 90.
  31. Ricardo Levene (1885-1959) había sido uno de los historiadores con mayor reconocimiento oficial: había sido decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Fue también presidente de la Junta de Historia y Numismática Americana (luego llamada Academia Nacional de la Historia) e impulsó el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Ya en 1924 había propuesto en el III Congreso Científico Panamericano la publicación de un manual de historia americana para el segundo nivel de enseñanza (primaria), el cual sería redactado por cinco historiadores de distintas nacionalidades. Esta no se llevó a cabo, pero siguió insistiendo. Tras firmarse el convenio con Brasil en 1933 para la revisión de los libros de historia, el Gobierno argentino lo designó integrante de una comisión revisora junto a otros cuatro especialistas. En 1937, por las resoluciones del II Congreso de Historia reunido en Buenos Aires, se aprobó la redacción de un diccionario biográfico americano. También recomendaron sobre la enseñanza de la historia americana contemporánea a través de adherirse al convenio entre la Argentina y Brasil. Justificó el golpe militar de 1930, por lo cual los Gobiernos de esa década facilitaron sus gestiones, como el de Historia de América y la Historia de la Nación Argentina. Durante la década siguiente tuvo una relación conflictiva con el presidente Perón y, poco después, el revisionismo argentino lo criticó. Ricardo Alberto Rivas, “Historiografía de América entre 1865-1941,” Trabajos y Comunicaciones, no. 24 (1996): 167, 198, 199. Era miembro de la Academia Argentina de la Historia y de la Comisión de Cooperación Intelectual de ese país. Había sido uno de los principales organizadores del II Congreso de Historia de América realizado en Buenos Aires en 1937 y, poco después, comenzó la publicación de una colección de Historia de América (1940-1941).
  32. La RHA publicaría un comentario sobre los primeros cinco tomos en el número 10, de diciembre de 1940. En el número 12, de agosto de 1941, comentó sobre los siguientes tomos. Ambos eran neutros. Sin embargo, en diciembre de ese año y en junio del siguiente (1942), se reseñó con detalle la obra, pero de una manera negativa por Francisco Monterde, miembro del equipo editorial. Se cuestionaba su unidad como colección porque existían diferencias significativas entre los capítulos, la falta de mesura en el uso de palabras no adecuadas (las cuales citaron para demostrar incoherencias), la falta de cuidado en la puntuación, el papel poroso (hubiera requerido uno satinado para las ilustraciones y grabados), entre otros problemas editoriales. Francisco Monterde, “Historia de América. Publicada bajo la dirección de Ricardo Levene (tomos IX a XIV),” Revista de Historia de América, no. 14 (junio de 1942): 127-130. Ver la incomodidad del chileno Donoso con el libro en el primer capítulo, apartado “Lazos débiles: el caso chileno”.
  33. La correspondencia cruzada sobre este tema es numerosa. Por ello, solo mencionaremos que era evidente que Zavala estaba interesado en participar, pero Levene le pidió que escribiera sobre una Historia de México con dos cortes: desde la revolución de independencia hasta la constitución de 1824, y desde 1824 hasta 1930. El último período fue un tire y afloje entre ambos, en el que ganó Levene, porque a Zavala, que no era especialista en ese período, le disgustaba tener que escribir sobre esto.
  34. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1. exp. 15. fol. 6803, carta de Enrique de Gandía a Silvio Zavala, 15 de abril de 1939.
  35. Zavala le escribió para comentarle que varias personas en México y Estados Unidos estaban trabajando para que Rafael pudiera pasar a América, pero que no se había conseguido moverlo de Bayona a una zona no ocupada en Francia ni a Portugal. El principal obstáculo era que ni México ni Estados Unidos tenían buenas relaciones con las autoridades alemanas. Por ello, le pidió que Argentina interviniera, no para dejarle todo el trabajo, sino para contar con un importante punto de apoyo. Levene respondió que, al recibir su carta, se comunicó con el ministro de Relaciones Exteriores de su país, quien “inmediatamente” envió instrucciones al embajador argentino en Vichy para que hiciera todo lo posible para facilitar el viaje de Altamira. Un año después, aún no se concretaba el traslado, por lo que Levene, a través de la Academia Nacional de la Historia, podría hablar con el presidente para que Altamira pudiera ser trasladado a Argentina. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 2, exp. 33, fol. 6822, carta de Ricardo Levene a Silvio Zavala, 16 de diciembre de 1941; 17 de noviembre de 1942; carta de Silvio Zavala a Ricardo Levene, 13 de agosto de 1941.
  36. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 1. exp. 14. fol. 6802, carta de Silvio Zavala a Ricardo Levene, 21 de octubre de 1940.
  37. Archivo Ricardo Levene. RLP epistolario. Carta comunicando nombramiento de Levene como Presidente Honorario del Instituto Panamericano de Geografía e Historia. Tacubaya, D. F., julio de 1941. http://www.bnm.me.gov.ar/catalogo/Record/000122695.
  38. Como señaló Andrés Lira, entre la correspondencia guardada en la Biblioteca Nacional de Historia y Antropología, el número más significativo de cartas resguardadas da cuenta de la importancia de esta amistad, ya sea por el intercambio directo entre ambos o el indirecto con otros contactos con los que se trató sobre la delicada situación de Altamira durante la guerra. Este intercambio epistolar inició desde que Zavala regresó a México en 1937, luego de terminado su doctorado en España y de haberse desempeñado como investigador en la sección americanista del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Entre los variados temas a tratar en ellas, el de la producción académica es el más importante. Por ello, hay numerosas referencias a la elaboración de trabajos, su publicación y la necesidad de documentos, entre otros. En esta correspondencia, tras tratar temas de actualidad como la guerra, los cuales provocan una angustia significativa por el cauce que tomaba, el término “vayamos a los asuntos históricos” era imprescindible en la correspondencia e implicaba un intercambio intenso de opiniones que se traducían en una obra prolífica de ambos. Tal parece que, junto a los temas de la guerra y la delicada situación que vivió su familia durante esos años, los temas históricos otorgaban una continuidad de proyectos que brindaban tranquilidad en momentos difíciles. La riqueza de los comentarios entre ambos sobre sus manuscritos dan cuenta de ello. Así, Zavala se dedicó a apoyar a su maestro gestionando la publicación de trabajos suyos en revistas nacionales como Universidad de México, en 1937 y gracias a su relación con su editor, Salvador Azuela, así como de otras numerosas obras. Lira menciona que son cerca de 80 documentos, de los cuales 49 son cartas entre Zavala y Altamira; y 19, entre Zavala y otras personas, con motivo de asegurar el traslado de Altamira para salvarlo a él y a su familia. Andrés Lira, Exilio político y gratitud intelectual. Rafael Altamira en el archivo de Silvio Zavala (1937-1946) (México: El Colegio de México, 2012), 14-19.
  39. Dividido por numerales (y estos, a su vez, en subapartados con numerales) plantea dilemas y llega a conclusiones (a modo de demostraciones) para sustentar su hipótesis general. Rafael Altamira, “La legislación indiana como elemento de la historia de las ideas coloniales españolas,” Revista de Historia de América, no. 1 (marzo de 1938): 1-24.
  40. Carta de Rafael Altamira a Silvio Zavala, 7 de julio de 1938, citada en Lira, Exilio político y gratitud intelectual…, 59.
  41. Carta de Rafael Altamira a Silvio Zavala, 7 de febrero de 1939, citada en Lira, Exilio político y gratitud intelectual…, 65. Pocos días después, le escribió nuevamente para decirle que acababa de llegar el número 4 de la RHA, y lo felicitó por la minuciosa labor de corrección porque su artículo sobre las Leyes de Burgos tenía mínimos errores (culpa suya de no pasar de letra manuscrita a imprenta y leerlo nuevamente antes de enviar). Celebró el que la publicación continuara. Carta de Rafael Altamira a Silvio Zavala, 19 de febrero de 1939, citada en Lira, Exilio político y gratitud intelectual…, 68.
  42. Por ejemplo, la monografía La descentralización y la autonomía del régimen colonial tiene 200 páginas, por lo que sugiere que se divida en dos extensos artículos o se publique como libro en Porrás (sic por Porrúa). Carta de Rafael Altamira a Silvio Zavala, 6 de febrero de 1940, citada en Lira, Exilio político y gratitud intelectual…, 91.
  43. Andrés Lira coloca estas obras en un anexo de su libro, ver Lira, Exilio político y gratitud intelectual…, 167. Sin embargo, hay una pequeña confusión porque la tercera parte se divide, a su vez, en dos artículos; Lira anota en su anexo solo uno y no el otro. Ver Rafael Altamira, “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano: Parte Tercera Penetración del derecho castellano en la Legislación indiana (Continuación),” Revista de Historia de América, no. 24 (diciembre de 1947): 313-341.
  44. Entre la correspondencia publicada por Andrés Lira se transcriben varias cartas que dan cuenta del genuino interés del mexicano por ayudar a su maestro a salir de Europa. Ver Lira, Exilio político y gratitud intelectual
  45. Andrés Lira, “Introducción,” en Silvio Zavala, Primeras jornadas, 1931-1937, recopilación y notas de Alberto Enríquez Perea (México: El Colegio de México, 2009). Javier Malagón y Silvio Zavala, Rafael Altamira y Crevea, el historiador y el hombre (México: UNAM, 1971).
  46. Un discípulo suyo y colaborador de la RHA, Javier Malagón, recordaba las palabras de Altamira: El historiador del derecho, decía Altamira, “no debe tampoco olvidar el tratar de historiar la vida jurídica de los hechos circundantes como fuente del derecho, es decir, los hechos no jurídicos del hombre –a veces también de la naturaleza superiores a la voluntad humana– que originan derecho, pertenecientes a todos los órdenes de nuestra vida”. Javier Malagón y Silvio Zavala, Rafael Altamira y Crevea, el historiador y el hombre (México: UNAM, 1971), 36.
  47. Jean Meyer, dir., Egohistorias: El amor a Clío, nueva edición (México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, 1993), 127.
  48. François Chevalier, “Silvio Zavala, primer historiador de la América Hispano-Indígena. El caso del trabajo de la tierra,” Historia Mexicana XXXIX, no. 1 (153) (julio-septiembre de 1989): 21-23.
  49. Ricardo Levene, “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina,” Revista de Historia de América, no. 1 (marzo de 1938): 35-39.
  50. Ricardo Levene, “La Historia de las ideas sociales y la nueva escuela histórica argentina,” Revista de Historia de América, no. 18 (diciembre de 1944): 267-277.
  51. Enriqueta López Lira C., “La conquista de México y su problema historiográfico,” Revista de Historia de América, no. 18 (diciembre de 1944): 307-333.
  52. Mario Briceño-Iragorry, “Apuntes sobre los estudios históricos en Venezuela,” Revista de Historia de América, no. 24 (diciembre de 1947): 303-312.
  53. Levene, “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”, 35.
  54. Levene, “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”, 36.
  55. Levene, “El plan orgánico de la Historia de la Nación Argentina”, 38.
  56. Levene, “La Historia de las ideas sociales y la nueva escuela histórica argentina”, 276.
  57. Enriqueta López Lira Castro, “La conquista de México y su problema historiográfico,” Revista de Historia de América, no. 18 (diciembre de 1944): 307-333.
  58. Briceño-Iragorry, “Apuntes sobre los estudios históricos en Venezuela”, 303-312.
  59. Briceño-Iragorry, “Apuntes sobre los estudios históricos en Venezuela”, 309 y 311.
  60. Por ejemplo, en el artículo sobre la Biblioteca Nacional de México, Juan B. Iguíniz comenta una noticia reciente, como es la misión de catalogar la sección de Teología y Ciencias Eclesiásticas de la biblioteca, por Agustín Millares Carlo y Jorge Fernández Millares. Juan B. Iguíniz, “La Biblioteca Nacional de México,” Revista de Historia de América, no. 8 (abril de 1940): 57-86.
  61. José Torre Revello, “El Archivo General de la Nación Argentina,” Revista de Historia de América, no. 1 (marzo de 1938): 41-52.
  62. José Torre Revello, “La Biblioteca Nacional de la República Argentina,” Revista de Historia de América, no. 2 (junio de 1938): 9-92.
  63. José Torre Revello, “El Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,” Revista de Historia de América, no. 5 (abril de 1939): 55-68.
  64. José Torre Revello, “Museo Mitre,” Revista de Historia de América, no. 6. (agosto de 1939): 97-115.
  65. Iguíniz, “La Biblioteca Nacional de México”, 57-86.
  66. Jorge I. Rubio Mañé, “El Archivo General de la Nación: México, Distrito Federal,” Revista de Historia de América, no. 9 (agosto de 1940): 63-169.
  67. Ricardo Donoso, “El Archivo Nacional de Chile,” Revista de Historia de América, no. 13 (abril de 1941): 47-78.
  68. Francisco Gamoneda, “El Archivo Municipal de la Ciudad de México, hoy del Departamento del Distrito Federal,” Revista de Historia de América, no. 13 (diciembre de 1941): 101-128.
  69. Ismael Bucich Escobar, “Museo Histórico Sarmiento (Calles Juramento y Cuba, Buenos Aires),” Revista de Historia de América, no. 16 (diciembre de 1943): 85-122.
  70. Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón, “El Archivo de Notarias del Departamento del Distrito Federal (México, D. F.),” Revista de Historia de América, no. 17 (junio de 1944): 69-118.
  71. María Castelo de Zavala, “El Archivo Nacional del Perú,” Revista de Historia de América, no. 20 (diciembre de 1945): 371-386.
  72. Federico Schwab, “El Archivo Histórico del Ministerio de Hacienda y Comercio del Perú,” Revista de Historia de América, no. 21 (junio de 1946): 29-44.
  73. Esta práctica continuaría. Por ejemplo: Sara Sabor Vila, “La Biblioteca del Congreso de la Nación Argentina,” Revista de Historia de América, no. 27 (junio de 1949): 77-99.
  74. En algunos casos, esas notas biográficas son extremadamente detalladas, como para todo lector.
  75. En el artículo sobre el Archivo General de la Nación, Rubio Mañé inserta planos históricos y actuales del edificio.
  76. Torre Revello, “El Archivo General de la Nación Argentina”.
  77. Torre Revello, “Museo Mitre”.
  78. Torre Revello, “La Biblioteca Nacional de la República Argentina”, 92.
  79. Gamoneda, “El Archivo Municipal de la Ciudad de México, hoy del Departamento del Distrito Federal”, 107-108.
  80. Millares Carlo y Mantecón, “El Archivo de Notarías del Departamento del Distrito Federal (México, D. F.)”, 75. Sobre este libro hay un cierto recelo documental mutuo entre Millares Carlo-Mantecón y José Miranda, autor de un libro sobre tributos indígenas, ver Aurelia Valero Pie, ed. y coord., Los empeños de una casa. Actores y redes en los inicios de El Colegio de México, 1940-1950 (México: El Colegio de México, 2015), 129.
  81. De ese relevamiento da cuenta su artículo: María Castelo de Zavala, “Noticias sobre algunos archivos hispanoamericanos,” Anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia 6, no. 2 (1947): 373-419.
  82. Estuardo Núñez, “Federico Schwab (1902-1986): bibliógrafo, traductor ejemplar y peruanista insigne. (Amberg, Baviera, 1902-Lima 1986),” Alma Mater, no. 15, (1997): 75-79.
  83. Rubio Mañé, “El Archivo General de la Nación”, 97. Las aclaraciones son del autor.
  84. José Moreno Villa, “Nota sobre algunos documentos referentes a México y otras repúblicas americanas del tiempo de Fernando VII, existentes en el Archivo del Palacio Nacional de Madrid,” Revista de Historia de América, no. 1 (marzo de 1938): 57-58.
  85. “Documento,” Revista de Historia de América, no. 3 (septiembre de 1938): 89-94.
  86. Rafael Altamira, “El Manuscrito de la Gobernación Espiritual y Temporal de las Indias, y su Lugar en la Historia de la Recopilación,” Revista de Historia de América, no. 7 (diciembre de 1939): 5-38.
  87. Sergio Méndez Arceo, “Documentos inéditos que ilustran los orígenes de los obispados Carolense (1519), Tierra Florida (1520) y Yucatán (1561),” Revista de Historia de América, no. 9 (agosto de 1940): 35-39.
  88. Rafael Altamira, “Los Cedularios como fuente histórica de la Legislación Indiana,” Revista de Historia de América, no. 10 (diciembre de 1940): 5-86. Rafael Altamira, “Los Cedularios como fuente histórica de la Legislación Indiana,” Revista de Historia de América, no. 19 (junio de 1945): 61-129.
  89. Rafael Altamira, “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano,” Revista de Historia de América, no. 23 (junio de 1947): 1-53. Rafael Altamira, “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano,” Revista de Historia de América, no. 24 (diciembre de 1947): 313-341. Rafael Altamira, “Estudios sobre las fuentes de conocimiento del Derecho Indiano: Parte Tercera (Conclusión),” Revista de Historia de América, no. 25 (junio de 1948): 69-134.
  90. Sergio Elías Ortiz, “Bibliografía de Eduardo Posada (1862-1942),” Revista de Historia de América, no. 16 (diciembre de 1943): 123-132.
  91. Moreno Villa, “Nota sobre algunos documentos referentes a México y otras repúblicas americanas del tiempo de Fernando VII, existentes en el Archivo del Palacio Nacional de Madrid”, 57.
  92. Méndez Arceo, “Documentos inéditos que ilustran los orígenes de los obispados Carolense (1519), Tierra Florida (1520) y Yucatán (1561)”, 31-61.
  93. Torre Revello se encargó de que las contribuciones de la Argentina llegaran en tiempo y forma. Los artículos de su país eran escritos por varios autores a los que él contactaba para asegurarse de la calidad y se trataba siempre de trabajos originales o segundas versiones ampliadas que se justificaban. Así, sumó artículos de Caillet-Bois y uno de Caillet-Bois en coautoría con Julio César González. BNAH, ASZ, serie correspondencia general, caja 2, exp. 32, fol. 526821, carta de José Torre Revello a Silvio Zavala, 16 de diciembre de 1940.
  94. En Sevilla, conoció a los bolivianos José y Humberto Vázquez Machicado y a los norteamericanos Herbert Eugene Bolton, Roscoe E. Hill, Clarence H. Haring, Arthur Aiton, Lewis Hanke, Francis Scholes, Irving Leonard, Rafael Altamira y José María Ots de Capdequí. Guillermo Furlong, Biografía y bibliografía de José Torre Revello (Buenos Aires: Facultad de Historia y Letras. Instituto de Historia Argentina y Americana, Universidad del Salvador, 1968), 35-36.
  95. Torre Revello, “El Archivo General de la Nación Argentina”. Torre Revello, “La Biblioteca Nacional de la República Argentina”. Torre Revello, “El Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires”. Torre Revello, “Museo Mitre”. José Torre Revello, “El Acta de la Independencia Argentina y el Manifiesto a las Naciones (Quiénes fueron sus redactores),” Revista de Historia de América, no. 4 (diciembre de 1938): 81-95. José Torre Revello, “Noticia sobre Jose Eusebio de Llano Zapata, Historiador Peruano del Siglo XVIII,” Revista de Historia de América, no. 13 (diciembre de 1941): 5-39. José Torre Revello, “Relación de los Méritos y Ejercicios Literarios del Doctor don Eusebio Ventura Beleña (1772),” Revista de Historia de América, no. 15 (diciembre de 1942): 315-323. José Torre Revello, “Don Hernando Colón. Su vida, su biblioteca, sus obras,” Revista de Historia de América, no. 19 (junio de 1945): 1-59.


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