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3 Mirar la realidad sin prisas

La mirada analítica es necesaria si uno quiere estudiar en serio, de forma científica: Hay que cerrar el foco para examinar con mucha atención algo, y discriminarlo de otras realidades que por su proximidad a aquella que enfocamos nos pueden distraer del asunto. Mas esa perspectiva analítica hay que hacerla converger con una perspectiva sintética, holística, que no pierda de vista el conjunto. La Filosofía presta un servicio importante en esta faceta sintética, ofrece una lente privilegiada para abrir el espectro. Evidentemente, en Filosofía también hay que analizar. En cualquier disciplina hay que fijarse bien en lo que se estudia, estrechar el cerco lo más posible para mirar despacio y bien (eso significa analizar). Pero hay un equilibrio en esto. Si cerramos tanto el foco que nos olvidamos del conjunto, se puede llegar a ser un experto en el tornillo sin fin y un ignorante en todo lo demás. En Europa, a las personas que afrontan la redacción de una tesis doctoral, por ejemplo, se les pide que estrechen tanto el cerco en torno al tema de su investigación que llegan a ser los más sabios del mundo sobre el asunto. Sin duda tiene ventajas, pues acostumbra a trabajar en serio y a examinar despacio los temas, pero si quienes trabajan de esa forma han podido tener en su formación universitaria la oportunidad de asomarse a la Filosofía siempre podrán mantener, incluso en esos estudios tan analíticos, una perspectiva universal.

Otra de las batallas que hemos de luchar los universitarios –probablemente es una batalla perdida, pero, como decía don Quijote, es propio de caballeros perseguir las causas perdidas– es contra la prisa. En nuestro mundo –más en las grandes megalópolis, los que habitamos en ellas– es realmente difícil mitigar la prisa. Es verdad, pero hemos de ser conscientes de que es una dificultad para nuestro trabajo, y en la medida de lo posible –siempre es posible en alguna medida– es bueno tratar de evitar ir atropelladamente. El gran invento de los griegos atenienses del período clásico, del que la cultura europea sigue viviendo en lo mejor de ella, es la teoría. En griego, «teoría» significa mirar despacio (theorein); en su versión latina, contemplatio, contemplación. A menudo empleamos el verbo «contemplar» para referirnos, no sólo a un mirar despacioso, atento, detenido, sino a una forma peculiar de tratar la realidad y a las personas con respeto. Para expresarlo en castellano frecuentemente echamos mano de este giro: «Andarse con contemplaciones».

No se puede contemplar a toda prisa, o quince cosas a la vez. La palabra «estudio» (studium) apunta al cuidado, la atención, el esmero. Los que somos «estudiantes» entendemos bien la diferencia, por ejemplo, entre estudiar una materia académica y atropellarla por la urgencia de un examen. En ocasiones nos vencen otros afanes y acaba uno haciendo lo que puede. Pero intuimos que estudiar pide ir despacio, poner atención, incluso «cariño». También esto resulta hoy difícil, pues el gallinero global en el que vivimos hace que los inputs que nos llegan sean tantos y tan rapsódicos que no sea fácil retenerles la atención. Los mensajes vienen acompañados de mucho ruido ambiental, y eso hace que se vuelvan borrosos. Con tanto mensaje ruidoso que pugna por cautivar nuestra atención no es nada sencillo concentrarla en uno solo.

Tampoco lo es leer despacio. Cuando yo era muchacho se puso de moda dar cursos de lectura rápida. (Creo que esa moda ya pasó). Probablemente interesaría a los negociantes, los ejecutivos o los políticos, gente muy «activa» que necesita estar al día, o al minuto. Por ejemplo, si tienen «activos» en la Bolsa quizá necesitan mantenerse al día del estado del mercado, o de la opinión mayoritaria si son personajes públicos. Estas personas precisan tener habilidad para leer «en diagonal». Pero en la Universidad habría que dar cursos de lectura lenta (los viejos «seminarios de lectura» cumplían muy bien esta función). Hay que leer despacio, y hay que enterarse de lo que se lee.

Lograr que la gente se siente a leer, o a escuchar, es todo un desafío. Los docentes podemos pensar que está en el guión de nuestro trabajo que la gente nos escuche; si vienen a clase, parece lógico. Pues bien: No dejen de asombrarse, porque tiene mucho mérito que alguien tenga la paciencia de escuchar a otra persona. De entrada, quien nos escucha nos hace el maravilloso homenaje de tomarnos en serio, demuestra con su actitud que le importamos algo. Tal vez le importa más lo que le decimos, pero lo que decimos es palabra encarnada, se lo decimos nosotros. Desde el punto de vista ético es un gesto de gran alcance y significado humano. Pero, además, requiere un gran esfuerzo intelectual. Normalmente, las cosas que decimos en la Universidad no son triviales y seguir el discurso exige esfuerzo, primero para lograr decodificar el mensaje, pero luego también para criticar, i.e contrastarlo con otros mensajes que sobre el mismo asunto hemos recibido, y preguntarnos qué me están diciendo y por qué, qué valor de verdad tiene eso, etc. Es un trabajo intelectual y moralmente muy valioso y exigente.



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