Otras publicaciones:

12-2022t

12-2771t

Otras publicaciones:

9789877230543-frontcover

12-3046t

1 La Filosofía inmuniza frente a la autosatisfacción

Una de las aportaciones de más peso humano y humanístico que la Filosofía puede hacer estriba en que nos ayuda a tomar conciencia de que lo ignoramos casi todo. Es lo que decía Sócrates: Sólo sé que no sé nada. El discurso filosófico que se reconoce en el linaje socrático, y que en cierto modo ha llegado hasta nosotros, se lleva a cabo con la convicción implícita de que siempre estamos en los comienzos. Aprender a echar de menos está en el nervio del ethos intelectual que inauguró el socratismo y que aún alienta a los mejores filósofos; en definitiva, siempre tenemos más por lograr, cognoscitivamente, que lo que ya hemos logrado.

Esa crisis, no tanto en la identidad de la propia Filosofía como en la percepción sociocultural de su valor humano y humanizador, tal vez tiene algo que ver con la llamada «sociedad del conocimiento», o «sociedad de la información». No poca gente piensa que hoy ya sabemos mucho sobre casi todo, pues estamos conectados a las redes informáticas y nos pasamos el día –hay gente que también la noche– on-line. Tenemos accesible cualquier información por el hecho de estar hipervinculados. Esas palabras o textos azules que aparecen constantemente en la pantalla del ordenador, y que hacen tan difícil leer un texto de corrido y seguir un discurso con coherencia, por un lado pueden ser muy útiles en el trabajo académico, sobre todo a efectos de facilitar las labores de documentación –conectando al lector inmediatamente con vínculos relacionados, diccionarios, bases de datos o «wikis» varias–, pero por otro invitan a dispersar la atención en mil cosas distintas. Estar hiperconectados, hiperenlazados e hiperinformados tiene grandes ventajas, pero también el inconveniente de que puede suscitar en más de uno la sensación de que ahora sabemos más que las generaciones anteriores que no disponían de estos aparatos.

Un servicio que la Filosofía puede prestar en nuestro momento consiste en familiarizar, a quienes se acercan a ella, la idea de que intelectualmente siempre estamos comenzando; sabemos muy poco de casi todo. Platón lo explica en El banquete: La Filosofía es una forma de amor (philein), el amor a la sabiduría (sophía). Es un tipo de deseo (eros), el deseo de saber. En la mitología griega, Eros es hijo de dos dioses: Poros, que representa el exceso, la abundancia, y Penía, que personifica la escasez, la penuria. Como hijo de ambos, está en medio de los dos: Por un lado la riqueza, por otro la pobreza[1]. Se mantiene como en equilibrio inestable. También Aristóteles señala, al comienzo de la Metafísica, que todo hombre, por naturaleza, desea saber[2]. Lo que en el fondo desea no es saber un poco: Aspira a saberlo todo de todo, i.e nunca se conforma con lo que ya sabe. El concepto de sophía es muy ambicioso entre los griegos del período clásico.

Cualquiera se da cuenta –por supuesto Sócrates, Platón y Aristóteles– de que es un ideal utópico. Por afortunada que sea la capacidad intelectual de un ser humano, nunca llegará a saberlo todo de todo, intensiva y extensivamente. Aspiramos a ser sabios pero nos quedamos en «filósofos», i.e aspirantes: Buscamos una plenitud que –eso sí lo sabemos– nunca hemos de alcanzar. En esa búsqueda puede haber hallazgos, pero siempre son parciales. Ahora bien, quien busca, busca encontrar lo que busca, mas eso requiere saber qué es lo que uno busca. Sin saber lo que se busca, y sin querer encontrarlo, no se busca. Por tanto, buscar implica ambas cosas: 1) saber adónde va uno (de lo contrario no va, al menos inteligentemente), y 2) querer encontrar lo que se busca[3].

No es poco saber esto. Supone, al menos, estar un paso más allá de la absoluta ignorancia, i.e el estado –ciertamente lamentable para un ser humano– en el que se encuentra quien piensa que ya lo sabe todo. Es absoluta la ignorancia de quien eso piensa, pues ni siquiera sabe que no sabe. Por lo menos el filósofo eso lo sabe, y tal vez dicho saber le faculta, como en el mito platónico, para tratar de despertar a quienes están ciegos pensando que pueden quedarse satisfechos con las sombras que ven en la caverna on-line.

Hoy somos muy vulnerables a la autosatisfacción, a pensar que ya sabemos mucho, o que tenemos suficiente con lo que sabemos, que cada vez se restringe más a cómo acudir a las fuentes del saber. Fácilmente podemos llegar a pensar que somos muy listos porque, si no sabemos algo, tenemos acceso inmediato –mediante un par de clicks– a la información. La Filosofía puede inmunizar bastante contra la arrogancia, puede proveer a los universitarios de alguna defensa eficaz frente a la triste condición de ignorante bien informado, mono con pantalones o bestia promocionada.

Desde luego, la autosatisfacción es la muerte de la Universidad. Saber no es lo mismo que estar conectado a una fuente de información. Si la información no es asimilada, i.e si no reobra sobre nuestra propia estructura cognoscitiva convirtiéndose en formación, en poco queda. No se trata tan sólo de estar informados, sino de que esa información nos suministre una nueva forma mentis. En definitiva, no basta que la información nos llegue a través de un terminal; hace falta que nos forme y nos conforme para que llegue a suponer un auténtico aporte intelectual. He de seleccionar, contrastar y metabolizar los datos que obtengo para que devengan riqueza intelectual, para que supongan un real añadido, algo que me hace crecer, no un quiste. Si nos quedamos en lo otro, cualquier máquina podría ser más inteligente, pues tiene más datos, bytes, memoria, etc. Pero la inteligencia humana posee una singularidad frente a las máquinas, que tan sólo manejan información, se limitan a contener significantes sin «entender» el significado.

Se habla mucho de la innovación tecnológica. Creo que ese lenguaje significa más en el mundo de la empresa que en los espacios académicos. Disponer de más y mejores recursos tecnológicos no garantiza automáticamente que nuestro trabajo tenga más calidad. Los medios informáticos suponen sin duda una ventaja funcional, sobre todo en aspectos relativos a la documentación. Es extraordinario poder navegar por una biblioteca virtual sin tener que desplazarse ni viajar, o el correo electrónico, etc. Pero no se debe olvidar que nuestra tarea en la Universidad no es sólo manejar instrumentos de forma eficaz. Se insiste demasiado en la «innovación tecnológica», que es periférica, pero no en lo que de verdad importa. Es más «innovador» –y universitariamente más interesante– tener ideas nuevas que contar con nuevos cachivaches que aventajan en features a los de la generación anterior. Está muy bien contar con mejores medios, pero si nos azacanamos tanto en eso que llegamos a olvidamos de leer libros gordos, nos despistamos de lo esencial. Quienes aún no han perdido el norte saben que para evacuar una aportación de calidad hace falta embaularse varias monografías consistentes y artículos de categoría; cuando uno estudia despacio se le ocurren ideas nuevas. El problema es que con tanta cosita estudiamos cada vez menos.


  1. Banquete, 201 d, ss.
  2. Metafísica, I, 1, 980 a 1.
  3. Obviamente también un supuesto de toda búsqueda es no haber encontrado lo que se busca, o no haberlo encontrado plenamente. En griego, amar (philein) tiene estas dos formas cardinales: 1) El amor oblativo, que da o comparte (ágape) y 2) el deseo posesivo (eros). A diferencia del amor oblativo, cuya plena satisfacción es posible –darlo o compartirlo todo–, sólo cabe desear tener lo que aún no se tiene, o bien retener lo obtenido siempre que aún no se posea en plenitud.


Deja un comentario