De cara a ir recuperando algo el norte, otro suministro interesante que la Filosofía puede proveer –ciertamente según qué filosofía, no precisamente la cartesiana– es una cierta vacuna contra el metodologismo, y en particular contra lo que llamaría «monismo metodológico».
En una proporción que, sin pensarlo mucho, situaría en torno al 80%, la literatura pedagógica que cae en mis manos es para ir al cesto: No aporta casi nada. No quiero ser grosero: Una «aportación» puede ser modesta pero, por definición, siempre «aporta». Ahora bien, mi impresión es que muchas aportaciones no aportan tanto, aunque cumplan los requisitos de las agencias de evaluación, aunque se publiquen en medios bien situados en las bases de datos internacionales u otros rankings varios, aunque las citen otros colegas –a menudo más por compromiso que porque en realidad sea pertinente–, o aunque metodológicamente estén bien construidas.
En el mundo de las ciencias sociales son frecuentes los monismos metodológicos, que pueden acabar siendo muy dogmáticos. En general, el método es importante, pero su valor es el de un camino, una vía de acceso (eso significa, en griego, la palabra «método»), y por tanto en último término se justifica por la meta a la que conduce. A veces viene bien –sobre todo nos viene bien a los de Filosofía, que solemos ser más anárquicos– que haya alguien que se dedique a la metodología, que nos llame al orden y ponga un poco de disciplina en el discurso. Pero engolfarse tanto en la metodología, o en preciosismos instrumentales, consume energías que podrían dedicarse a mejores causas, sobre todo cuando algunos llegan al extremo de plantear que hay una vía maestra por donde todos tienen que ir.
Muchos trabajos de investigación –incluso tesis doctorales– que debo leer incurren en estos excesos, quizá por los escrúpulos metodológicos que se han instalado en nuestras meninges. A menudo casi la mitad del trabajo son detalles metodológicos, pero luego resulta que a lo que lleva ese método es a una conclusión trivial, tanto que se podría haber ahorrado el autor el trabajo de escribirlo y a los lectores la penalidad de leerlo. En vez de tanta verborrea metodológica es mejor decir algo consistente y significativo, mas para eso hace falta estudiar en serio una temporada. Una vez que se ha dicho algo serio viene bien contar, en un anexo, cómo se ha llegado hasta ahí. Hacerlo al revés es comenzar la casa por el tejado.
Lo importante de una «aportación» universitaria no es qué camino ha seguido, o dónde se publica, sino qué «aporta», qué dice en definitiva y por qué. Lo demás interesa si da luz sobre esto.
Hasta el momento lo que he leído es muy interesante y como estudiante de Filosofía, siempre es bueno tener una perspectiva distinta. Quisiera poder tenerlo en mi tablet para seguir leyendo hasta el final, pero no he podido bajarlo en PDF
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