El papel de los diarios La Mañana (1921-1928) y La Voz de Entre Ríos (1936-1943)
Nicolás Daniel Motura (IHUCSO, CONICET-UNL)[1]
Introducción
Los diarios son el espacio por antonomasia de la política: su origen está estrechamente ligado a la promoción de candidaturas, al moldeado de ideas y al reforzamiento doctrinario de los miembros de un grupo. Nacen con la intención de influir puertas adentro de la agrupación, de fijar los principios rectores, pero también hacia afuera, dando a conocer los posicionamientos partidarios sobre algún tema de la agenda pública. Como ya han señalado Borrat (1989) y Kircher (2005) los diarios además de ser una fuente de obtención de información, también constituyen un objeto de estudio en sí mismo, que requieren de ciertos recaudos al momento de analizarlos. El modo de construcción de los acontecimientos, la jerarquización de la información y la forma a la que se apela a un sector de la audiencia, facilitan una cierta identificación que, en palabras de Eliseo Verón (1987), establece determinados “contratos de lectura”.
Con la renovación historiográfica operada a finales del siglo XX, nuevos temas y enfoques nutrieron el campo de la historia política, siendo la prensa uno de los objetos más visitados. Trabajos como los de Ricardo Sidicaro (1993), Silvia Saítta (1998) o María Inés Tato (2005), resultan pioneros en el tratamiento de la prensa no como mero repositorio de datos, sino como actor político con peso específico. La provincia de Entre Ríos, muy estudiada para el siglo XIX, posee escasos trabajos referidos al siglo XX. De todas formas, radicales, peronistas e inclusive hasta la izquierda, han captado la atención de la comunidad historiadora local,[2] a diferencia de otros actores políticos, que pese a haber sido importantes en su tiempo, hoy no cuentan con la misma consideración.
Muchas veces, en los espacios locales, la prensa constituye el único registro con el que cuentan los historiadores al momento de abordar un período. La utilización de los medios de comunicación, nos permite percibir el modo en que se establecieron prácticas, identidades y espacios de organización política, en lugares poco explorados por la historiografía de alcance nacional (Solís Carnicer y Maggio, 2019; Lanzilotta, 2019).
Los diarios locales han adquirido en estos últimos años una importancia crucial como forma de acceder a la historia de los espacios provinciales. La escasez y dispersión de trabajos para Entre Ríos, así como de documentos específicos para determinados períodos, dificulta la tarea de reconstrucción historiográfica. Es por ello que la prensa escrita cumple un rol fundamental como fuente, pero también como objeto de estudio al momento de cubrir esa vacancia.
En el presente capítulo, buscaremos dar cuenta del modo en que los conservadores entrerrianos se constituyeron como actores políticos, los posicionamientos que fueron tomando durante la etapa de entreguerras y los interlocutores a los que buscaron llegar. Para ello analizaremos dos publicaciones locales de la ciudad de Paraná: una para la década del veinte (La Mañana) y otra para la segunda mitad del treinta y principios de los cuarenta (La Voz de Entre Ríos). Esta selección no fue para nada azarosa: ambas son de las pocas fuentes disponibles para este espectro político, en una provincia donde el radicalismo gobernó interrumpidamente entre 1914 y 1943, con un fuerte peso del antipersonalismo.
Pese al crecimiento de publicaciones en clave local y regional que se ha producido en los últimos años,[3] aún resultan escasos desde ese enfoque análisis donde se abordan determinadas trayectorias y organizaciones. Los conservadores están dentro de ese lote de pendientes. Este capítulo constituye un primer avance con miras a subsanar ese vacío.
Los conservadores: actores políticos escurridizos
Por definición, consideramos como conservadores a los defensores de la concepción que tiende a salvaguardar las estructuras políticas y sociales tradicionales, de los cambios bruscos producidos en un contexto histórico determinado.[4] No es una ideología que contenga conceptos claros y absolutos, sino que se define por la negativa al cambio y al sostenimiento de un ordenamiento social establecido (Di Tella et al., 2008). El espectro conservador respetuoso de las reglas democráticas inauguradas tras la reforma electoral de 1912, ha concitado poca atención, en relación con otros protagonistas del arco político argentino.[5] Englobados bajo el rótulo de “derechas”[6] han experimentado un desarrollo historiográfico en sus vertientes más extremistas y autoritarias. Esta vacancia es mucho más evidente si miramos los espacios provinciales (Bohoslavsky, Echeverría y Vicente, 2021).
Varias razones explican este descuido. En primer lugar, el prejuicio subyacente por la asociación de estos actores a los sectores sociales más conspicuos del siglo XX y a las ideologías más reaccionarias. A su vez, y como señala María Inés Tato (2013) los conservadores argentinos constituyen un actor político “evanescente”. En parte porque ellos mismos no se reconocen de esa manera, dejando esa adjetivación a sus adversarios; y, por otro lado, por las dificultades a lo largo de su historia de articular un partido conservador de alcance nacional, que hicieron complicado su abordaje de manera “homogénea” (Cornblit, 1975; Malamud, 1995). Ahora bien, ¿desde cuándo empezamos a hablar de los conservadores como actores políticos en el país y particularmente en las provincias? Podríamos afirmar que empezaron a denominarse de esa manera desde el mismo momento en que aparecieron las disidencias dentro del elenco de gobierno surgido en la década del ochenta, para diferenciarse entre sí (Cornblit, 1975: 605).
Un actor es aquella entidad cuyos miembros están integrados en torno a intereses, creencias y representaciones comunes. Poseen cierto grado de organización y recursos, que le permiten incidir en el espacio público de manera cohesionada. Tienen atributos que los identifican y diferencian del resto, así como un discurso unificador que procesa los conflictos internos (Guerra, 1989; García Sánchez, 2007). Ese discurso, a su vez, configura identidades. Las identidades son entendidas aquí como una construcción que se da en articulación de un plano biográfico y relacional, donde se combinan aspectos individuales y grupales. Las identidades políticas no son preexistentes, sino que son construidas y reconstruidas constantemente durante la socialización. En este sentido, siguiendo a Aboy Carlés, entendemos a las identidades desde un punto de vista relacional:
[…] como el conjunto de prácticas que establecen, mediante un mismo proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables, capaces de definir orientaciones gregarias de la acción (2001: 54).
Estudiar la transformación de una identidad política implica para nosotros, de este modo, analizar los complejos procesos de agregación de elementos que marcan su constitución, la definición de sus precarios límites frente a alteridades presentes, y la constante reinvención de la propia tradición. Hacia 1870-1880, en el país y en la provincia, un grupo de notables dirigentes se hizo de los resortes del poder, inaugurando un régimen político que Natalio Botana (1977) denominó “Orden Conservador”. Este grupo, que en Entre Ríos se configuró tras la muerte de Urquiza y la consecuente intervención nacional de 1870-1872, estaba compuesto por personalidades salientes de las localidades de la provincia, que rotaban en sus puestos gracias a una serie de acuerdos y negociaciones intra élite (Motura, 2021).
En el discurso de la época, este elenco de notables, venía a la política para dejar atrás el período de anarquía y sentar las bases del progreso material y humano. Diarios como El Argentino, El Demócrata, El Constitucional, El Combate o La Opinión de Entre Ríos, daban cuenta del quehacer de un gobierno, centrado en acompasar los tiempos de la provincia con las necesidades de un Estado Nacional cada vez más poderoso y omnipresente (Vázquez, 1970; Andreetto, 2009). Por lo general, estas publicaciones tenían una vida efímera, ya que desaparecían una vez que pasaban las elecciones o perdían el sustento económico de sus promotores.
Hacia 1890, una serie de disidencias internas dentro de la élite de gobierno comenzaron a cuestionar el sistema de sucesión, potenciando alternativas revolucionarias. Una de ellas fue el radicalismo, pero también surgieron otras expresiones menores. Cada una contó con alguna publicación afín, en donde se expresaron los lineamientos generales de las agrupaciones y se publicitaron las candidaturas hacia la opinión pública.
Fracasados los levantamientos de 1890 y 1893, que en Entre Ríos no encontraron eco, en 1896 se produjo una fractura importante dentro del oficialismo. El gobernador Salvador Maciá (1895-1899) se distanció de su vicegobernador, Francisco Gigena, quien fue desplazado mediante juicio político. Poco tiempo después, y sin que sanaran las heridas que dejó el enfrentamiento, los apartados del régimen organizaron dos levantamientos armados para provocar la intervención nacional. Estas facciones dieron origen a agrupaciones políticas, como la Coalición Popular y el Partido Independiente, que buscaron diferenciarse de los “gobiernos de familia” y que tuvieron su correlato en los órganos de prensa y difusión.
Como respuesta, dentro del arco oficialista, se sancionaron leyes que buscaron incorporar progresivamente a las minorías al juego político (Motura, 2022). Había un convencimiento de que la formación de partidos orgánicos a instancias de la legislación, permitiría dejar atrás el faccionalismo y encauzar a sus dirigentes. Sin embargo, lejos de ocurrir esto se acrecentó la ola de descontento y muchas figuras emergentes, empezaron a nutrir a agrupamientos opositores (Zimmerman, 1995; Castro, 2012).
Fue por aquellos tiempos donde comenzó a tomar forma un discurso contrario a los cambios, defensor de las jerarquías establecidas a finales del siglo XIX, y con una visión conspirativa de los sectores que promueven las reformas. A este espectro político poco a poco se lo denominó conservador, no de manera peyorativa, sino como forma de diferenciación frente a los radicales y reformistas.[7]
Con la sanción de ley nacional de elecciones (Ley 8871) en 1912, los conservadores de provincia se encontraron en la encrucijada del cambio.[8] Pese a las resistencias en dejar de lado ciertas prácticas de viejo cuño -como la compra de votos o el uso del aparato policial para amedrentar a los opositores- el cambio de las reglas de juego que impuso la ley Sáenz Peña, obligó a un realineamiento del personal político, que comenzó a concentrarse en dos grandes tendencias: el radicalismo y el conservadurismo.
Los radicales entrerrianos, mezcla de dirigentes provenientes del racedismo,[9] como así también de los sectores medios en ascenso, fueron delineando desde finales del siglo XIX una narrativa, que exaltaba las bondades del sufragio libre. Desde la primera década del siglo XX, en el marco del ascenso de Hipólito Yrigoyen como figura del partido a nivel nacional, fue tomando forma un discurso que establecía una dicotomía entre lo que los radicales denominaban “la causa” y su opuesto, o lo que decían combatir: “el régimen”. La causa era la identificación del radicalismo con la nación, con sus líderes y con la reparación política a través del sufragio libre (Persello, 2007). El régimen -una expresión ambigua para englobar a todo lo que no fuera radical- prontamente se asoció a los vicios de un gobierno que se valía del fraude y la corrupción para lograr sus objetivos (Aboy Carlés, 2001).
Pese a los intentos de algunos miembros del oficialismo entrerriano de sostener la normativa vigente, a mediados de agosto de 1913 fue remitido a la Cámara de Senadores el proyecto de reforma electoral provincial. Como la provincia ya contaba con el sistema de proporcionalidad, la cuestión pasaba en cómo implementar el secreto, la obligación y los padrones nacionales. Y es en estos puntos donde la discusión versó en la Cámara de Diputados. En un tratamiento bastante rápido, dado que los gruesos de las discusiones de fondo se habían dado en intentos previos, y que las presiones desde la presidencia eran ineludibles, el despacho de comisión obtuvo aprobación el 5 de septiembre de 1913.[10]
La ley de elecciones de la provincia de Entre Ríos (Ley 2471) fue sancionada definitivamente el 17 de octubre y promulgada por el gobernador cinco días después. Estableció, al igual que la Ley Sáenz Peña, la universalidad del voto, así como la obligatoriedad, entre los varones mayores de 18 años, argentinos y/o naturalizados. Eliminó el Registro Cívico de la provincia y adoptó los padrones militares nacionales. El mecanismo del cuarto oscuro, siguió las mismas directivas que la norma nacional. Se sostuvo el sistema de mayorías y minorías para electores de gobernador y vicegobernador y de diputados, subdividiendo a la provincia en 9 círculos electorales. En cuanto a las sanciones, fueron muy similares a la ley nacional, aunque se ampliaron en normativas posteriores.
Pese a la urgencia de dar forma a una maquinaria electoral que le hiciera frente a los radicales, las disputas facciosas dentro del oficialismo impidieron la conformación de un frente unificado para las elecciones de junio de 1914. Desplazados del gobierno provincial, los conservadores poco a poco se fueron dispersando. Muchos de ellos se retiraron de la política activa, otros se sumaron al reciente elenco ganador y otros, trataron de reorganizarse para hacerle frente al nuevo gobierno desde un nuevo partido político. Nucleados en torno a personalidades como los hermanos Alejandro y Enrique Carbó, Sabá Hernández y Enrique Sobral, en 1915 dieron vida a la Concentración Popular, que participó en las elecciones provinciales y nacionales de 1916 y 1918, con resultados alentadores.
En las elecciones legislativas nacionales de marzo de 1918, los conservadores obtuvieron un triunfo resonante frente al radicalismo dividido, al conseguir seis de ocho bancas en disputa. Este resultado envalentonó a los concentracionistas, que veían grandes posibilidades de retornar al sillón de Urquiza en la elección de gobernador de junio de ese año. Sin embargo, el oficialismo comandado por Miguel Laurencena –que tenía serias diferencias con el presidente Yrigoyen– resolvió pronto sus disidencias, presentando una candidatura unificada.
La victoria del binomio Marcó-Mihura fue un duro golpe a las aspiraciones de la oposición. La dispersión conservadora fue tal, que en 1920 no presentaron candidatura a diputado, siendo Herminio Quirós electo con el 85% de los votos (Reula, 1971). A medida que el tiempo fue pasando y que los conservadores siguieron sin resolver sus diferencias, la posibilidad de retornar al poder se les fue haciendo cada vez más esquiva. La necesidad de forjar una nueva maquinaria electoral y una nueva identidad, en un contexto de hegemonía del radicalismo, llevó a los conservadores a embarcarse en la empresa de configurar un nuevo discurso. Muchas de las banderas sustentadas en los principios del liberalismo político de finales del siglo XIX, fueron apropiadas por sus contrincantes. Es por ello que, en 1921, apareció La Mañana como órgano periodístico oficial del partido.
La Mañana (1921-1928)
Luego de dos elecciones a gobernador perdidas en manos del radicalismo y la no presentación de una candidatura para las legislativas nacionales de 1920, en septiembre de 1921 vio la luz La Mañana, diario defensor de los principios de la Concentración Popular. Su nombre es una clara referencia a la publicación homónima fundada por Francisco Uriburu[11] en 1911 en la ciudad de Buenos Aires, de perfil conservador y anti yrigoyenista (Tato, 2005), y que los conservadores locales tenían como modelo a seguir. Durante sus años de vida, La Mañana debió luchar contra el avance del radicalismo sobre su electorado. De base ideológica liberal, centró su discurso en la defensa de los principios constitucionales, la transparencia en el gobierno y la constante denuncia de los errores del oponente.
Desde su aparición, el diario buscó aglutinar el discurso opositor en un contexto de división del oficialismo radical en las tendencias personalista y anti personalista. Este faccionalismo, lejos de favorecer a los conservadores, esmeriló su caudal electoral, dado que en las elecciones legislativas nacionales fueron por separado (1918 y 1922), pero en las ejecutivas provinciales acordaron listas en pos de fortalecer su oferta política. Si bien esta actitud ambigua era denunciada una y otra vez por los concentracionistas, en el electorado se produjo una dispersión del voto, en favor del radicalismo que oficiaba de gobierno, pero también de oposición (Persello, 2004). Por ejemplo, en una editorial de 1924 se expresaba
Nuestra oposición no ha sido nunca inspiración de rivalidad política ni de ambiciones de mando. De rivalidad por cuanto si hay malos no podemos sino a riesgo de rebajarnos ser rivales de malos, y en cuanto a ambiciones de mando, jamás la conquista del poder será nuestro objetivo. Que gobierne quien gobierne, siempre que lo haga bien, poco nos importa. Al advertir muchas veces al gobierno errores cometidos y al partido gobernante transgresiones inconvenientes, lo hemos hecho bajo la única inspiración del deber, exigible a ellos como a todos y más todavía a ellos por el hecho de ser gobernantes. Más que opositores por la crítica y el ataque, hemos sido colaboradores por la advertencia (La Mañana, 2/09/1924).
Dirigido por Francisco Martínez, quien sería diputado nacional por la Concentración Popular en 1924, sirvió como trampolín para una nueva generación de figuras, en una etapa donde la “vieja guardia” estaba muriendo o se encontraba casi fuera del juego político. Los fallecimientos de Enrique Carbó (1920), Antonio Medina (1924), Ramón Arigós (1925), Romeo Carbó (1925), Emilio Marchini (1925) y Faustino Parera (1926), entre otros, fueron debilitando fuertemente al viejo elenco y apuntalando nuevas figuras, como por ejemplo la del director del matutino.
En una provincia donde permanentemente se estaba compitiendo electoralmente, La Mañana buscó insistentemente ordenar el conglomerado conservador, dotándolo de herramientas discursivas críticas al oficialismo. Presa de la polarización de la Unión Cívica Radical (UCR) durante la década del veinte, el matutino intentó ser una tribuna de doctrina que encauzara un discurso opositor, en un contexto de dispersión de las fuerzas conservadoras a nivel nacional.
Hay, pues, en la derrota del domingo una porción considerable de culpa imputable a la propia marcha de la Concentración Popular que debe urgentemente integrar sus autoridades superiores a fin de estudiar a fondo la situación actual y a fin de restablecer la disciplina necesaria para la vida y el desenvolvimiento de la agrupación.
Nuestra situación de órgano de opinión del partido no es óbice para formular estas apreciaciones, desde que ellas consultan precisamente los intereses superiores del mismo y no envuelven nada más que una síntesis rigurosa y exacta de los hechos (La Mañana, 5/06/1924).
Si bien La Mañana es un ejemplo de pervivencia de un tipo de prensa facciosa, en un contexto de modernización de los medios (Saítta, 1998), es importante señalar que añade ciertos elementos que le permiten convertirse en una empresa sustentable desde lo económico. La incorporación de publicidad, así como la presencia de secciones dedicadas a las mujeres y el deporte, dan muestras del reconocimiento de una cultura de masas en expansión (Karush, 2013).
La apelación al denominado “régimen”, del que se sentían orgullosos de ser herederos, los posicionó en el espectro que más le convenía al radicalismo: el de la periferia política.
Ahí están las dos obras frente a frente: la del régimen y la de la causa, la oprobiosa y la virtuosa, la nuestra y la de ellos. En la primera, realizada en la época más difícil, surgen industria, comercio, legislación, códigos, ferrocarriles, bancos, escuelas…la lista es larga y como larga honrosa. En la segunda, queremos decirlo […] solo surge la personalidad de Hipólito Yrigoyen, sin otro pedestal que una ciega idolatría que lo proclama prócer, mártir y dios (La Mañana, 26/10/1924).
La cada vez más difícil condición de opositor por fuera del partido gobernante, hizo que el discurso de La Mañana se tornara cada vez más virulento con el pasar del tiempo. Esto se percibe en la elección de gobernador de 1926, donde el antipersonalismo, comandado por Eduardo Laurencena (1926-1930),[12] tensionó al máximo el clima político. En julio de 1926 expresaba al respecto:
El veredicto de las urnas cuando nace falseado por la ignorancia y la venalidad, vengan de donde vinieron, no es a la sazón un fallo inapelable. El régimen de tales mayorías pudiera ser corregido por la acción regular de una minoría distinguida, en contradicción suprema. Una masa enceguecida no tendría derecho a extraviar al país […]. El antiguo régimen, es decir los partidos nativos, decentes e históricos, constantemente tuvieron un principio y un entusiasmo (La Mañana, 3/07/1926).
Rezagados de los espacios de decisión y cada vez más empujados a los márgenes electorales, los conservadores se volcaron hacia posiciones cada vez más destituyentes. La victoria de Yrigoyen en 1928 marcó el fin de la publicación. Este fin coincide con el comienzo de una nueva estrategia conservadora a nivel nacional, que confluye con la de sus antiguos adversarios: la de conformar un frente electoral anti-yrigoyenista que articulara conservadores, radicales antipersonalistas y las incipientes fuerzas nacionalistas que hacen su irrupción en la arena pública desde 1927.
Venido a la vida periodística investido del privilegio de ser heraldo de un partido que conquistó gran arraigo en la opinión pública, su existencia dependía de la suerte que ese mismo partido corriera. Las primeras horas fueron de ascensión segura y brillante. Parecía que las fuerzas políticas opositoras estaban en el camino de una definitiva consolidación. Pero se instaló el actual gobierno de la Nación, que envenenó el ambiente y perturbó el cerebro de los hombres que dirigían los partidos agrupados en las derechas parlamentarias, adormeciéndolos con la visión tentadora de poder alcanzar sin esfuerzos el goce sibarita de las posiciones culminantes del país.
Desde entonces estaba decretada la suerte, o cuando menos el debilitamiento extremo, de las fuerzas de oposición. No escapó a esa influencia funesta la Concentración Popular de Entre Ríos (La Mañana, 7/08/1928).
En este contexto el concentracionismo local quedó desdibujado. Sin un adversario definido, dado que el oficialismo radical era antipersonalista en la provincia, las diferencias dentro de la oposición conservadora no se saldaron del todo y los resultados electorales no acompañaron el proceso, es que el partido –y por ende su publicación oficial– desaparecieron al final de los veinte. Habrá que esperar casi una década, para que una nueva empresa periodística con estas características, viera la luz en la provincia de Entre Ríos.
El quiebre institucional y las ambigüedades del radicalismo
Con el retorno de Hipólito Yrigoyen a la presidencia, las relaciones entre el gobierno provincial en manos del radicalismo antipersonalista y el gobierno nacional se tensionaron al extremo. La amenaza permanente de la intervención nacional, azuzada por los medios nacionales y los personalistas locales,[13] contribuyó a crear un clima que desdibujó aún más al espectro conservador, ya en clara dispersión a finales de los veinte.
La defensa de la autonomía provincial y la victimización permanente que el gobierno entrerriano llevó adelante, puso en la encrucijada a los concentracionistas: si se apoyaba la intervención, se legitimaba el reclamo de los yrigoyenistas. Si se rechazaba, se daba el visto bueno a los antipersonalistas. Esta disyuntiva tendió a esmerilar al conservadurismo puertas adentro, sumiendo a la agrupación en una profunda crisis de identidad. Esto aparece reflejado en una de las últimas ediciones de La Mañana:
Resulta indudable que es ya una aspiración general, que se trata de un anhelo muy justificado, se lleve a cabo cuanto antes la formación de una entidad política, de completa oposición al radicalismo. La Concentración Popular de Entre Ríos, por órgano de su más alta autoridad, hace tiempo ya, mucho antes que las fuerzas conservadoras se embarcaran en esa desgraciada aventura que se dio en llamar frente único, dio un primer paso, haciendo un llamado a las agrupaciones provinciales de su misma ideología política, para constituir ese organismo nacional por el cual hoy se viene trabajando. Tales reclamaciones fueron desoídas para embanderarse, las demás fuerzas afines, en una causa en completa contraposición a nuestra tradición cívica (La Mañana, 6/05/1928).
El golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, una alianza entre militares, conservadores y radicales antipersonalistas, volvió a poner en la disyuntiva a los conservadores entrerrianos. Si bien el gobierno provincial pertenecía a la misma fuerza política del presidente, el gobernador Laurencena, decidió apoyar el levantamiento militar. Su adscripción antipersonalista le permitió sortear las intervenciones federales decretadas ese mismo año. Junto a San Luis, Entre Ríos fue la única provincia que mantuvo sus instituciones bajo el sello partidario, proscrito en el resto del país.
De acérrimos rivales, los conservadores debían cogobernar con los radicales en un frente denominado la Concordancia de Partidos, una coalición conformada por el Partido Demócrata Nacional (conservadores), el Partido Socialista Independiente y el radicalismo antipersonalista que permaneció en el poder durante toda la década del treinta a través del fraude y el acuerdo entre cúpulas (Melón Pirro, 1996; Macor, 2001; De Privitellio, 2001). El temor al retorno del yrigoyenismo oficiaba de factor aglutinante de una oposición dispersa, con ideas a veces contradictorias acerca de la marcha que debía emprender la coalición.
Producto de las restricciones impuestas por Uriburu para las elecciones de 1931,[14] el radicalismo nacional –ahora comandado por el ex presidente Marcelo T. de Alvear– decidió abstenerse de participar en los comicios, dejando el camino libre para la victoria de Agustín P. Justo.[15]
Mientras duró la abstención en Nación, la convivencia entre las fuerzas políticas provinciales fue cordial. Pero con la vuelta al ruedo electoral nacional de la UCR, y la reunificación partidaria provincial de 1935, esas buenas relaciones comenzaron a mostrar sus grietas (Persello, 2007; Piñeiro, 2014; López, 2017).
A comienzos de 1936, debido a un cambio de estrategia en el arco de las izquierdas, se produjeron una serie de diálogos entre las cúpulas del radicalismo, el socialismo y el Partido Demócrata Progresista, para la conformación de un Frente Popular para las elecciones del año siguiente. Como reacción ante lo que se consideraba “una avanzada del comunismo”, se comenzaron a movilizar las fuerzas conservadoras y nacionalistas, con la intención de conformar un Frente Nacional que sirviera de contrapeso (López, 2017). A nivel internacional, en julio de ese año estalló la Guerra Civil Española, un conflicto entre dos bandos ideológicamente diferenciados, que constituyó la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Es en este contexto de efervescencia donde tiene origen el proyecto periodístico que desarrollaremos a continuación.
La Voz de Entre Ríos (1936-1943)
En 1936 el marco de la campaña electoral para las elecciones presidenciales del año siguiente, apareció en la ciudad de Paraná, La Voz de Entre Ríos, periódico que apoyó los principios del Partido Demócrata Nacional. Organizado por Ramón Parera y dirigido por Francisco Antelo, pretendía contribuir a sentar las bases de un frente electoral de derechas, que desafiara la amenaza de un Frente Popular, promovido desde la izquierda y que pretendía incluir a la UCR, el Partido Socialista y al Partido Demócrata Progresista.[16] En palabras del intelectual Juan Emiliano Carulla,[17] en el acto realizado en octubre de 1936 en el teatro Select de la ciudad de Paraná:
Señores, del enemigo el ejemplo. Opongamos al Frente Popular el Frente Nacional. Conservadores, demócratas nacionales, nacionalistas y patriotas de todos los matices, reunámonos en un solo haz, como lo están del otro lado yrigoyenistas, radicales de izquierda, socialistas y comunistas. Sepamos dejar de lado por un tiempo lo que nos separa para tener en cuenta solamente lo que nos une. Es necesario por un lado salvar al país de la demagogia y del comunismo y por otro asegurar los beneficios de la revolución de septiembre. ¿No es esto un enorme programa para los argentinos que no quieren ver su patria esclavizada al imperialismo soviético y que no se resignan a la renuncia de sus más caras tradiciones espirituales? (La Voz de Entre Ríos, 8/10/1936).
Si bien la idea de conformar un Frente Popular que aglutine a la oposición, por la negativa de los grandes partidos de cobijar a las expresiones comunistas, finalmente se truncó, poco a poco se fue esbozando una narrativa que asociaba al radicalismo con el comunismo.
En nuestra tierra entrerriana, tan llena de gloriosas tradiciones, ha tomado carácter alarmante la infiltración comunista, hasta el extremo de que el partido que responde directamente a las orientaciones de Moscú se solidarizó y resolvió apoyar, en la última renovación de autoridades provinciales, al partido que obtuvo el triunfo. […]
En la llanura montielera cuando al ponerse el sol, el paisano de 1850 veía nubes rojizas en el horizonte, decía: son las luminarias de la victoria que se aproxima. Hoy, con pena en el alma, dice: es Stalin el que viene. Pero sabremos atajarlo (La Voz de Entre Ríos, 12/01/1937).
La construcción de un enemigo -el comunismo- asociado al partido gobernante funcionó como un factor aglutinante para el arco opositor. Esta estrategia discursiva de corte conspiracionista, se complementó con una legitimación abierta al fraude electoral practicado por el gobierno nacional desde el retorno del radicalismo al ruedo político.[18] Como contrapartida, acusaban al oficialismo de fraudulento y de querer victimizarse, ante los resultados adversos.
Como en vísperas de toda elección, el oficialismo de Entre Ríos ha puesto en movimiento su formidable máquina electoral, esa máquina perfeccionada a través de veintitrés años de funcionamiento. De un extremo a otro de la Provincia, a estas horas, están movilizados todos sus efectivos de hombres a sueldo en el presupuesto y se ha iniciado la acción de sus elementos más especializados en la presión y en las triquiñuelas a que están acostumbrados, para que en las urnas luego, los resultados les sean propicios.
[…] Tenemos así un cuadro y un escenario que se repite, es cierto, pero es quizás único en el país. El de un gobierno que ha renunciado a sus funciones para convertirse en un comité. En un comité criollo, típicamente criollo, donde tras la cortina de una mentida y artificial democracia, se utilizan los medios y las prácticas más anacrónicas y aberrantes (La Voz de Entre Ríos, 14/08/1937).
Al igual que La Mañana décadas antes, la posición denunciadora de La Voz de Entre Ríos, lo caracteriza como un periódico faccioso, pero aggiornado a los nuevos tiempos. Secciones dedicadas al deporte, la moda y las novedades, permitieron que la publicación pueda sustentarse económicamente, al margen del aporte generoso de la política. No obstante, la nueva identidad conservadora, de tipo nacionalista y anti-liberal, tensionó fuertemente con las antiguas bases ideológicas de la primera época.
El panorama institucional que presenta la Provincia no puede ser más desolador. […] Se vislumbra, sin embargo, en medio de este cuadro poco halagador, una nube más sombría que pareciera representar el pensamiento gubernativo: el poder ejecutivo de la Provincia acentúa su tendencia demagógica de franca simpatía al comunismo.
Nuestra ideología es clara. No toleraremos que se pretenda mancillar nuestro ideal de vida democrática, con exóticas teorías y actitudes comunizantes. Lejos de todos los extremismos, exigiremos cuentas a los gobernantes que se desorbitan o pierden la noción de responsabilidad (La Voz de Entre Ríos, 30/09/1936).
Los ecos de la Guerra Civil Española, junto al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, constituyen momentos clave en el posicionamiento del periódico en la vereda de enfrente de los radicales. Mientras El Diario de Paraná,[19] era abiertamente republicano y aliadófilo, La Voz de Entre Ríos apoyaba al bando sublevado y defendía la neutralidad en la guerra (La Voz de Entre Ríos, 18/09/1936).
No obstante, y pese a la insistencia en el pedido de intervención federal para purgar a los radicales, los conservadores entrerrianos no pudieron desplazarlos del Ejecutivo durante toda la década. Presa de los acuerdos preexistentes, en donde la Concordancia se reservaba el plano nacional, y los radicales el provincial, los conservadores locales quedaron nuevamente desdibujados en el reparto de poder.
Seguiremos, pues, en nuestra posición de combate. Nos alienta un ideal: la redención de Entre Ríos a la que queremos volver a ver un día en la posición que es digna de ocupar en el escenario de la Nación. Defendemos los postulados de un partido: el Demócrata Nacional, cuyo ideario gana terreno día a día en el corazón del pueblo, y a cuyo frente figuran hombres honestos, de vida clara y transparente, que se han jugado por el bienestar de la Provincia.
Nos incita a seguir en nuestra predica el aplauso del pueblo y no nos atemorizan las iras de los puños crispados del comunismo, que apaño de un oficialismo electoralista, prolifera en nuestro suelo generoso. Estamos satisfechos de nuestra obra y del lugar que ocupamos en el periodismo de Entre Ríos (La Voz de Entre Ríos, 1/09/1941).
Meses antes del golpe de 1943, el proyecto empresarial de La Voz de Entre Ríos, vio su fin. Nunca se explicó el abrupto cierre de la publicación. Algunos de sus redactores fueron firmes entusiastas del gobierno revolucionario surgido de la revolución del 4 de junio (Consoli, 1946). Esto significó una nueva sangría de nombres del elenco conservador entrerriano, tal como había sucedido décadas antes con el arribo del radicalismo al poder.
Algunas reflexiones provisorias
Tanto La Mañana como La Voz de Entre Ríos son intentos de tratar de dotar al conservadurismo de armas para atacar y defenderse de las diatribas de su histórico rival: el radicalismo. Ambas publicaciones demuestran la persistencia de la prensa militante en los espacios provinciales. Las dificultades para diferenciarse dentro de las opciones políticas locales, así como la lejanía con los recursos provinciales, se tradujo en las derivas ideológicas del espectro. Las ambigüedades del radicalismo entrerriano –producto de su excesivo pragmatismo– durante el periodo de entreguerras (1914-1945), obligaron a los conservadores a tener que forjar una nueva identidad que los diferenciara de sus oponentes. La base discursiva del liberalismo, que había servido como bandera durante la etapa previa a la Ley Sáenz Peña, luego de 1914, fue apropiada por los radicales.
Este desplazamiento explica el discurso zigzagueante de los conservadores: por momentos se volvieron férreos defensores de las instituciones y las libertades, pero a medida que fueron siendo cada vez más marginados de la arena electoral, confluyeron en posicionamientos autoritarios y reaccionarios, provistos por un discurso nacionalista y antiliberal. El fracaso sistemático durante todo el periodo analizado, en constituir una alternativa electoral potente que hiciera frente al radicalismo en el gobierno, fue esmerilando el caudal y las bases del proyecto conservador. La Mañana y La Voz de Entre Ríos, buscaron contribuir a esa empresa. Esta fue la historia de un proceso frustrado y poco conocido por la historiografía reciente.
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Fuentes
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La Voz de Entre Ríos, Paraná, 1936-1943. MHER
- Profesor y Licenciado en Historia y en Ciencia Política, por la Universidad Autónoma de Entre Ríos y la Universidad Nacional de Entre Ríos, respectivamente. Es becario doctoral del CONICET con sede de trabajo en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Litoral (IHUCSO-UNL). Desarrolla líneas de investigación vinculadas a la historia política argentina de la primera mitad del siglo XX.↵
- Sobre la Unión Cívica Radical ver Pereira (1992), Argachá (1998), Motura (2021); sobre el Partido Justicialista: Henchóz y Batto (2015), Ferro Piérola (2020) y sobre la izquierda: Gilbert y Balsechi (2008) y Leyes (2019), entre otros. ↵
- Para tener un panorama de la producción historiográfica reciente ver entre otros Bandieri (2005); Fernández (2015), Leoni (2018), Carbonari y Carini (2020).↵
- El vocablo conservador hace su aparición a finales del siglo XVIII, como reacción a los cambios introducidos por la Revolución Francesa. Con posterioridad, muchos partidos adoptarán esa denominación como forma de diferenciación de las opciones revolucionarias.↵
- La primacía de la historia social y la influencia del materialismo histórico en las producciones de la academia argentina durante las décadas de 1960-1990, restó importancia a las producciones que no atendieran el problema de las clases populares. Es por ello que el estudio de las elites, tuvo mayor repercusión en el campo de la sociología histórica de los sesenta y setenta del siglo XX (Devoto y Pagano, 2009: 431).↵
- Como señala Olga Echeverría las derechas se definen por su elitismo contrario a los valores democráticos e igualitarios, su desconfianza hacia las mayorías, su defensa acérrima de la propiedad privada y la reivindicación constante de los valores occidentales. Dentro de este abanico, tres tradiciones pueden englobarse: la católica, la nacionalista y la liberal-conservadora (2021: 38).↵
- En línea a lo señalado en la introducción, el concepto carece de un sentido absoluto, en tanto su definición es relacional, contingente, ocasional, no esencialista y, por tanto, aplicable a una variedad de situaciones históricamente desarrolladas. (Bohoslavsky, Echeverría y Vicente, 2021: 11).↵
- Provincias como Buenos Aires o Corrientes, adecuaron sus legislaciones para mitigar el impacto del sufragio libre (Tato, 2005; Fernández Irusta, 2009; Solís Carnicer, 2015).↵
- El Partido Popular o racedismo, constituye una de las facciones conservadoras en pugna bajo el auspicio del general Eduardo Racedo, gobernador entre 1883-1887. Se disolvió en 1890 cuando su líder se reincorporó a las filas oficialistas.↵
- Poco tiempo después de aprobada la Ley 8871, el gobernador Prócoro Crespo (1910-1914) introdujo el proyecto de reforma electoral en la legislatura. La oposición al mismo, estuvo encabezada por los diputados Arturo Leguizamón y Damián Garat que rechazaban la introducción del secreto y la cláusula de la obligatoriedad del sufragio. La falta de acuerdos entre de varios miembros del elenco gobernante –que contaba con mayoría en ambas cámaras– puso freno a la intentona reformista a finales de octubre de 1912 y nuevamente en abril de 1913.↵
- Francisco Uriburu (1872-1940), fue un influyente político y periodista perteneciente a una de las familias más encumbradas de la Argentina. Hijo de un senador nacional, sobrino nieto del ex presidente José Evaristo Uriburu y primo del dictador José Félix Uriburu, fue cuatro veces diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires y ejerció como periodista. Fundó los periódicos La Mañana en 1911 y La Fronda en 1919.↵
- Eduardo Laurencena (1885-1959) fue un destacado político entrerriano, que se desempeñó como gobernador (1926-1930), ministro provincial, senador nacional y presidente del Comité Nacional de la UCR. Hijo de Miguel Laurencena, primer gobernador radical de Entre Ríos en 1914, comandó los destinos partidarios hasta mediados de la década del cuarenta con un marcado perfil antipersonalista, antifascista y posteriormente antiperonista. ↵
- En 1927 los diputados nacionales yrigoyenistas Carmelo Artesiano y Ambrosio Artusi, solicitaron la intervención federal de la provincia al presidente Alvear. Esta iniciativa no prosperó, pero adquirió más fuerza con la victoria electoral de Yrigoyen en 1928. En esta ocasión, el impulsor fue Enrique Mihura, quien años después (entre 1939 y 1943) fue electo gobernador del radicalismo reunificado. También en esta ocasión, el proyecto fue rechazado en la Cámara de Senadores (Gasió, 2006; Piñeiro, 2014).↵
- José F. Uriburu le exigió al ex presidente Alvear que, para presentarse como candidato, las listas radicales no debían tener candidatos yrigoyenistas. Alvear no aceptó la exigencia y vertió fuertes críticas a la dictadura. Uriburu ordenó la detención de varios dirigentes radicales, que debieron pasar a la clandestinidad o exiliarse. Algunos de ellos protagonizaron levantamientos armados como el de los Hermanos Kennedy de 1932 en el departamento La Paz. ↵
- Es importante advertir que la década que inicia en 1930 suele tener una imagen negativa por parte de la historiografía militante. Denominada peyorativamente como “Década Infame” o “Restauración Conservadora” en ella se hace hincapié en el fraude y la corrupción. Cabe señalar que el recurso del fraude fue utilizado de manera sistemática a partir de 1936-1937, cuando el radicalismo volvió a la arena electoral (Macor, 1995; Romero, 2011).↵
- Tras el viraje del VII Congreso de la Internacional Comunista, que propiciaba en las fuerzas de izquierda la formación de Frentes Populares para desafiar a las amenazas fascistas (Iñigo Carrera, 2011; Camarero, 2007), los radicales entrerrianos adoptaron una postura más contemplativa hacia el socialismo. Esta potencial amenaza obligó a los conservadores a la conformación de una fuerza política de derechas como contrapeso.↵
- Juan E. Carulla (1888-1968) fue un médico e intelectual entrerriano de proyección nacional, ubicado dentro del campo nacionalista y antidemocrático. Promotor de los golpes de Estado de 1930 y 1943, se lo reconoce junto a los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio, como uno de los referentes del campo de derechas. Participó en La Nueva República y publicó libros en defensa de sus ideas antiliberales y militaristas (Rey y Rodríguez, 2020).↵
- La elección de 1937 según Luciano De Privitellio (2001; 2011) fue de las más fraudulentas de la historia argentina. Comenzó en 1935 con la vuelta al ruedo del radicalismo a los comicios, por lo que se intervino a Santa Fe, para asegurar sus electores, y se modificó la ley electoral para asegurarse las mayorías (eliminación de la lista incompleta para electores de presidente).↵
- El Diario fue la publicación del oficialismo radical desde el mismo momento de su consagración en 1914. Constituye la contraparte periodística a donde se dirigían la mayoría de los dardos de La Voz de Entre Ríos. De marcado corte liberal-reformista, es la mayor empresa periodística del siglo XX entrerriano.↵