Algunas consideraciones metodológicas
Es notorio que para un genealogista de la moral debe resultar un centenar de veces más fundamental que el fulgor de las mayores teorías el gris y apagado tono de aquello que puede ser documentado.
Friedrich Nietzsche, Genealogía de la moral
Historia natural de un proyecto de investigación
La investigación etnográfica sobre la base de la cual fueron producidos los datos que nos permitieron construir el argumento del presente libro tuvo lugar, como ya señalamos, entre finales de 2008 y comienzos de 2015. Como ya adelantáramos en la introducción, fue llevada adelante desde una perspectiva inductiva que, partiendo de una amplia interrogación en torno del lugar de la moral en la configuración de procesos colectivos de diferenciación social, procuró construir las preguntas, los objetos y las hipótesis específicas en simultáneo con la producción y el progresivo refinamiento de los instrumentos teóricos, conceptuales y metódologicos usados en el análisis, y ambos en un diálogo en tiempo real con los datos etnográficos.
Siendo que la habitual proliferación de obligaciones docentes, institucionales y familiares que suelen acumularse a lo largo de una trayectoria académica típica nos vedaron la posibilidad de establecernos en Villa Gesell para llevar adelante nuestro trabajo de campo etnográfico –como de hecho lo hiciéramos para con su antecesor inmediato durante nuestro período de formación doctoral–, optamos por una razonable solución de compromiso que consistió en trasladarnos a la ciudad varias veces al año para estadías relativamente breves –por regla general cinco o seis viajes, con una duración de entre tres y diez días– a los efectos de realizar las respectivas entrevistas, observación y recolección de fuentes.
Como los lectores podrán imaginar con facilidad luego de haber recorrido nuestro texto, ninguno de esos viajes tuvo lugar durante la temporada estival. Intentar hacer trabajo de campo en los meses de verano no hubiese tenido el menor sentido (al menos no desde el punto de vista etnográfico) dado que durante la temporada la mayor parte de los geselinos que hemos conocido suelen o bien trabajar un promedio de 20 horas al día, o bien ocultarse hasta que la canaille turística vuelva a sus lugares de origen.[1] Por el contrario, en los largos y frecuentemente tediosos inviernos los residentes de tiempo completo de la ciudad suelen contar con tiempo de sobra para dedicarse a las pertinaces e inoportunas solicitudes del investigador, de manera tal que una serie de operaciones inverosímiles en otros contextos –como la reconstrucción de una historia de vida a lo largo de una serie de media docena de encuentros de cuatro horas cada uno– no era recibida con la resignación o el estoicismo habituales, sino con alivio e incluso con alborozo.
Como quiera que sea, a lo largo de poco más de seis años de trabajo de campo etnográfico, entrevistamos intensivamente a un total de 60 informantes –el número no por redondo es menos exacto–, de los cuales aproximadamente tres cuartas partes correspondieron a la cabecera del partido y el resto a las otras tres –o cuatro, si contamos la liminal y fugazmente nominada Colonia Marina– localidades que lo conforman. Además, un tercio de nuestros entrevistados fueron sometidos al ya mencionado procedimiento de la historia de vida (Balan y Jelin, 1979; Sautú, 2004). La mayor parte de las entrevistas tuvieron lugar in situ, pero –como hemos mencionado a lo largo del texto– a medida que la investigación fue avanzando nos encontramos con que ciertas clases de actores no siempre estaban disponibles en el paisaje local: esto nos sucedió en particular con quienes frecuentaron la Villa durante la abundantemente mencionada primavera hippie de los 60 y los 70 –pocos de los cuales, como hemos dicho, permanecieron o volvieron a la Villa luego de esos años– y sobre todo con la franja etaria de los sectores medios más o menos acomodados situada entre los 20 y los 30 años de edad, que en general migran para proseguir estudios superiores.[2] Unos y otros debieron ser rastreados y acorralados fuera de la Villa (casi siempre en Buenos Aires, pero a veces en diversas localidades de varias provincias distintas). A estas entrevistas sistemáticas y semiestructuradas, deben agregarse decenas de horas de conversación, cuyo carácter frecuentemente indisciplinado no excluye, por supuesto –más bien al contrario–, su fecundidad etnográfica. Asimismo, como ya hemos mencionado, utilizamos un recurso metodológico cuya eficacia hemos comprobado en repetidas ocasiones, y que consistió en ‘seguir a los recién llegados’ a medida que atravesaban el proceso de socialización en sus nuevos colectivos de referencia. A estos fines, procedimos a realizar una serie de entrevistas recurrentes a varios inmigrantes recientes a las distintas localidades del partido, que comenzó con los prolegómenos de las mudanzas respectivas y prosiguió a lo largo de los primeros dos años de radicación efectiva a través de sucesivas entrevistas separadas por lapsos de tres meses durante el primer año de residencia y de seis meses durante el segundo.
Para los obsesivos de la precisión, podemos agregar que realizamos unas 530 horas de observación formal en las diversas localidades del partido (en particular en Villa Gesell y en menor medida en Mar de las Pampas) incluyendo –la lista no es taxativa– los principales espacios de sociabilidad pública de las localidades del partido –bares y cafés, casi siempre–, reuniones de diversos organismos públicos, semipúblicos y particulares, manifestaciones y movilizaciones, conferencias y presentaciones de libros, actos eleccionarios –siguiendo de cerca asimismo sus prolegómenos y sus consecuencias inmediatas en los espacios públicos– y rituales diversos de conmemoración (en particular los correspondientes al mencionado 80º Aniversario de la Fundación de la Ciudad).
Tanto los resultados de observación como los de conversaciones y entrevistas fueron procesados y transformados en un total de 2128 notas de campo (que ocupan 2239 páginas), procesadas con Microsoft Word y Microsoft Excel –aun a riesgo de ser acusados de ludditas quisiéramos dejar en claro que jamás hemos sentido la necesidad de utilizar herramientas más complejas que esas. En aras de la exhaustividad, a las 2239 páginas de notas pueden agregar las 148 páginas de nuestro diario personal, cuyo contenido, por supuesto, no compete a nadie más que a quien suscribe.
Por otro lado, a lo largo de nuestra investigación la red social Facebook se fue transformando en un instrumento etnográfico cada vez más valioso, en la medida en que nos permitía permanecer al tanto –hasta cierto punto, claro está: conocemos de sobra los sesgos implicados tanto en la posesión de una cuenta de Facebook como en los algoritmos que la aplicación utiliza para filtrarnos información– de los principales sucesos de notoriedad pública que tenían lugar en la ciudad entre sucesivas expediciones etnográficas. A estos efectos, nuestra cuenta de Facebook incluía como “amigos” en forma exclusiva a informantes, contactos, conocidos, conocidos de conocidos, simples extraños potencialmente interesantes, portales, periódicos, instituciones, causas, trolls y perfiles misceláneos relacionados directa o indirectamente con las localidades del partido de Villa Gesell. Nuestro perfil de Facebook era utilizado tanto para permanecer al corriente de los principales eventos de la ciudad como para localizar aquellos referidos por uno u otro de nuestros informantes; para ampliar nuestra red de contactos en busca de ‘figuritas difíciles’ que nos permitieran ampliar nuestro álbum etnográfico, para alentar y dejar lugar a la serendipity que llevaba ocasionalmente a uno u otro habitante de la localidad a enviarnos una solicitud de amistad tras leer la escueta pero exacta descripción de nuestro perfil y, last but not least, claro está, para permanecer en contacto cercano con aquellos de nuestros informantes con los cuales la inicial relación de cortesía profesional fue derivando hacia una de recíproca bonhomía o incluso de cálida amistad.
Al principio nuestra posición en Facebook era la de pasivo voyeur: no posteábamos, y es posible que una mayoría notoria de nuestros informantes llegara a olvidar nuestra presencia allí –lo cual, por supuesto, era en gran medida nuestra intención. Con el tiempo, y a medida que comenzaba a vislumbrarse el final de nuestra investigación, empezamos a postear links a noticias periodísticas o eventos que suponíamos podían desencadenar repercusiones morales entre nuestros contactos. Cabe aclarar que nunca llegamos al extremo de trollearlos y que ni siquiera se nos ocurrió la idea de crear perfiles espurios a esos efectos, como nos sugirieron algunos colegas con una malicia o una voracidad etnográfica indudablemente mayor que la nuestra: lo que hicimos fue simplemente desarrollar una suerte de test proyectivo utilizando materiales realmente existentes que hacíamos públicos en nuestro perfil de manera deliberada y con esos fines específicos.
Confesiones de ignorancia y fracaso
Como saben muy bien los que nos conocen, estamos muy lejos de ser fundamentalistas del método: no creemos ni nunca creímos que no hubiera salvación fuera de la etnografía, y las Methodenstreiten entre los ‘cualis’ y los ‘cuantis’ nos parecen tan absurdas como las de guerras de religión entre los liliputienses que preferían cascar el huevo por el extremo grueso y quienes favorecían el extremo delgado, o las de putativos fundamentalistas del destornillador contra potenciales fanáticos del martillo. Las herramientas metodológicas son eso: herramientas metodológicas, y la elección de una u otra depende en gran medida del problema que uno quiera resolver –y en medida ciertamente no menor, de la soltura que uno tenga con una u otra herramienta específica. Así las cosas estamos convencidos de que la marca distintiva de todo antropólogo que se precie de tal no es tanto –como suele repetírsenos desde los días de Malinowski (o de Rivers, o de Marett)– la práctica de la etnografía, sino más bien un omnívoro eclecticismo metodológico –con los consiguientes reparos, claro está, que nos enseñan a precavernos de la clasificación espuria de frutas sobre la base de sus semejanzas superficiales.
Así las cosas, fue nuestra intención desde el principio movilizar en el marco de nuestra investigación datos cuantitativos que nos permitieran reconstruir algunas de las dimensiones sociodemográficas más abstractas (vulgo “duras”) que configuran regularidades importantes y sustantivas de los procesos que constituían el objeto de nuestro proyecto. Ahí fue donde nos encontramos con varios obstáculos imprevistos, que tienen que ver principalmente con las ausencias y omisiones mencionadas en nuestra introducción en todo lo referido a las aglomeraciones urbanas que caen por debajo del radar de la EPH, y en particular con las limitaciones en la recolección y el procesamiento de los datos censales. Quisiéramos dejar en claro que no nos referimos a potenciales errores ni manipulaciones: nos referimos a que muchos de los datos recogidos no se procesan en el nivel de agregación correspondiente a la localidad, o se procesan muy tarde,[3] hecho difícil de subsanar en virtud de la inexistencia virtual del sistema estadístico provincial en la jurisdicción a la que pertenece nuestro escenario etnográfico.
A los fines de que no se tome por hiperbólica nuestra jeremiada metodológica, permítasenos un breve ejemplo: cuando comenzamos a encontrarnos con la tan familiar reconstrucción de “invasión de la ciudad a mano de las hordas de desposeídos del conurbano”, pensamos que sería relativamente fácil –estadísticamente hablando– poner a dialogar esas representaciones con datos censales sobre las migraciones hacia la ciudad de Villa Gesell. Sin embargo, esta expectativa pronto habría de mostrarse tan prematura como ingenua. Los Censos Nacionales de Población recogen, en efecto, la cantidad de migrantes de otros países que residen en la ciudad de Villa Gesell –podemos saber, por tanto, con tanta exactitud como queramos concederle al censo cuántos inmigrantes procedentes de Uruguay, Chile, Paraguay o Nueva Zelanda residen en Gesell al momento del operativo censal–, pero en la mayor parte de los casos nada nos dicen acerca de la cantidad de migrantes procedentes de otras provincias o del propio interior de la provincia de Buenos Aires. Puesto de la manera más cruda posible: no hay forma alguna de saber sobre bases censales, de manera consistente, nada acerca de las migraciones internas a nivel de la localidad. No solo no podemos saber de dónde provienen los migrantes internos de las últimas cuatro décadas, sino que con frecuencia ni siquiera podemos determinar cuántos había al momento de cada uno de los censos. Como resulta evidente de la lectura de los capítulos precedentes, la cuestión no es menor, y nuestra preocupación no es objeto de un exceso de celo empirista: no es lo mismo que Villa Gesell esté recibiendo la mayor parte de la afluencia migratoria de Santiago del Estero o Tucumán que de la provincia de Buenos Aires o del Área Metropolitana; y tampoco es lo mismo que la migración intraprovincial provenga de la cercana ciudad de Mar del Plata (una ciudad de más de 600.000 habitantes aquejada en buena parte por procesos análogos a las de las restantes áreas metropolitanas de la Argentina) que de los partidos rurales aledaños como General Madariaga, Maipú o Dolores, o de otros centros urbanos de mediano porte de la región como Balcarce o Tandil, cuyos habitantes se cuentan en las decenas o centenas de miles. Pero en ausencia de datos fehacientes, cualquier reflexión relativa a la composición, cronología o peso relativo de las migraciones internas a nivel de la localidad pertenece al dominio de la conjetura. Los datos de esta naturaleza sí se recogen en el marco del operativo censal por medio de un cuestionario ampliado, pero este es desplegado sobre una muestra y no sobre el total de la población objeto del operativo censal, y en cualquier caso sus resultados no pueden ser desagregados a nivel localidad.[4]
Armando el rompecabezas etnográfico
Como solemos afirmar toda vez que tenemos ocasión de dar cursos introductorios a la Antropología, la respuesta más empíricamente exacta –al menos en términos de representatividad estadística– a la pregunta “¿Qué hace un antropólogo?” es sin duda “Contestar a la pregunta ‘qué hace un antropólogo’”. Habida cuenta por otra parte de que esa misma pregunta es formulada casi inequívocamente por nuestros informantes la primera vez que los contactamos –sobre todo porque no es sencillo imaginar por qué alguien podría o querría pagarnos por una actividad manifiestamente tan poco académica como tomar café, cenar, beber cerveza y conversar mientras se hace any or all of the above–, hemos desarrollado a lo largo de los años una caracterización metafórica que nos parece representa bien y de una manera potencialmente comprensible para los legos nuestro trabajo –al menos según la modalidad clásica, inductiva y naturalista con que solemos practicarlo– y que por tanto creemos oportuno reproducir aquí.
Imaginemos –comenzamos– una gran mesa con una pila enorme de piezas de rompecabezas. No hay caja, modelo, ni instrucciones de ningún tipo, y tampoco sabemos exactamente a cuántos rompecabezas pertenecen las fichas (sabemos sin embargo que no pertenecen todas a un único rompecabezas, y que aunque tampoco son demasiados, el número de rompecabezas involucrados probablemente se encuentre entre una y varias decenas). También podemos razonablemente suponer que ninguno de los rompecabezas está completo.
¿Qué hacemos, entonces? Nos ponemos a trabajar, con el viejo y sencillo método de agrupar las piezas por color o por semejanza aparente, y empezamos a armar por los bordes. No necesito decirles que en la medida en que la agrupación de piezas es conjetural, cometeremos muchos errores en los primeros agrupamientos –juntaremos, por ejemplo, el azul del cielo con el del mar; o el rosa del vestido de una cortesana con el del vestido de una persona pintada en un retrato–, por lo cual deberemos proceder a reagrupar varias veces a medida que vayamos descubriendo nuestros errores iniciales.
Como quiera que sea, a lo largo del tiempo, iremos armando pedazos de una veintena, treintena o cincuentena de piezas en los cuales comenzarán a percibirse algunas formas, al punto que podremos determinar qué es lo que representan. Algunos pedazos, luego de un comienzo promisorio, habrán de quedar truncos. Otros, que sugieren formas que no llegamos a adivinar del todo, pero que nos causan enorme curiosidad, no nos permitirán avanzar. Sin embargo, al cabo de un tiempo más o menos prolongado, una de esas porciones avanzará lo suficiente como para adquirir una dimensión claramente mayor del resto, mostrando además una imagen que podemos describir con un mínimo de precisión. Llegado ese momento abandonaremos los bloques menores, por sugestivos que pudieran parecer en su momento, y nos dedicaremos a completar, hasta donde eso sea posible –y como ya aclaré, nunca es posible del todo: siempre quedan huecos, bordes irregulares, secciones enteras para las cuales no dispondremos de las piezas necesarias para llenarlas– esa imagen. Y una vez que hemos avanzado hacia donde nos es humanamente posible y que hemos alcanzado un punto de saturación –con frecuencia en el doble sentido del término: teórico pero también intelectual/motivacional, es decir “hasta que nos aburrimos, nos cansamos, o se nos ocurre una idea mejor”–, le sacamos una foto y la posteamos a la vista del público interesado.
Todo el proceso de armado, tal como lo he descripto, suele llevar entre unos tres años y una década –casi siempre más cerca de lo segundo que de lo primero, pero como en el caso del armado de un rompecabezas, el proceso no se lleva a cabo de un tirón. Al contrario, se divide en una serie de mojones que representan reconstrucciones más o menos logradas que uno espera poder ensamblar después en un cuadro mayor. Esas reconstrucciones se van encarnando en una serie de presentaciones a congresos, que una vez discutidos y revisados se transforman a su vez en papers o capítulos de libro que van mostrando los resultados parciales obtenidos en el transcurso de la investigación.
Generalmente, o al menos eso queremos creer, luego de esta exposición nuestros putativos informantes entienden mejor (o al menos están un poco menos confundidos) acerca de la naturaleza de nuestro trabajo, y del carácter profesional y deliberado de nuestra ignorancia y nuestra incompetencia. Como quiera que sea –y como en cualquier caso nuestros lectores más fieles y asiduos no habrán dejado de notar–, el presente libro en buena parte no hace más que reensamblar y reunir en un argumento unificado una serie de hallazgos previamente publicados y que representan esas porciones parciales y más o menos extensas del rompecabezas que hemos conseguido armar previamente. Como consideramos que la sucesión de esas publicaciones, su contextualización y sus diferencias con el resultado final representado por el libro que antecede a este apéndice pueden ser constructivas en términos de la comprensión de ese proceso de ensamblado progresivo, procedemos a enumerarlas y glosarlas:
- Noel, Gabriel D. (2011a), “Cuestiones disputadas. Repertorios morales y procesos de delimitación de una comunidad imaginada en la costa atlántica bonaerense”, que representó un primer intento –en gran medida conjetural– de presentar un mapa general de los repertorios de identificación moral en la ciudad de Villa Gesell. “Cuestiones…” reencarnó a los efectos del presente libro en una serie de intercalaciones en el capítulo I y en la última parte del capítulo V, aunque con modificaciones sustantivas deudoras del desarrollo ulterior de la investigación.
- Noel, Gabriel D. (2011b), “Guardianes del Paraíso. Génesis y genealogía de una identidad colectiva en Mar de las Pampas, provincia de Buenos Aires”, que constituyó nuestro primer intento por abordar el proceso moral y político de construcción identitaria colectiva en Mar de las Pampas, y que habría de formar el esqueleto del capítulo IV del presente libro.
- Noel, Gabriel D. (2012), “Historias de pioneros. Configuración y surgimiento de un repertorio histórico-identitario en la costa atlántica bonaerense”, en el cual realizamos un análisis detallado de la bibliografía canónica de la Villa y sus condiciones de emergencia y circulación como repertorio de identificación moral, posteriormente incorporados al capítulo II de la presente obra (y en menor medida al capítulo V).
- Noel, Gabriel D. (2013a), “De la ciudad slow al ‘vivir sin prisa’: algunos encuentros, desencuentros y disputas en torno del movimiento slow en una localidad balnearia de la costa atlántica argentina”, en el cual realizáramos una reconstrucción del intento (frustrado) de Mar de las Pampas por adquirir el estatuto de ciudad slow, y de la aparente anomalía involucrada en la ausencia de una identificación slow en su propuesta gastronómica. Con la omisión de esta última sección, el texto ha sido incorporado a nuestro capítulo IV.
- Noel, Gabriel D. (2013b), “La adjudicación de centros y periferias en una ciudad balnearia de la costa atlántica bonaerense”, un trabajo presentado en la X Reunión de Antropología del Mercosur que parcialmente sería incorporado después a un trabajo escrito en colaboración con Lucía de Abrantes intitulado “La gran división. Crecimiento y diferenciación social en una ciudad de la costa atlántica bonaerense”. Porciones sustantivas del texto fueron incorporadas a los capítulos II y III del presente libro, y algunos fragmentos adicionales a su capítulo V.
- Noel, Gabriel D. (2013c), “De los códigos a los repertorios: algunos atavismos persistentes acerca de la cultura y una propuesta de reformulación”, una propuesta de síntesis teórica de nuestros últimos diez años de trabajo en torno de la antropología de las moralidades, y una suerte de manifiesto de nuestra posición actual en el marco del debate estructura-agencia, que fuera incorporado en forma notoriamente estilizada a nuestra introducción.
- Noel, Gabriel D. (2014), “La autoctonía como garantía moral de la política: retóricas de la legitimidad en una ciudad intermedia de la provincia de Buenos Aires (Argentina)”, una reconstrucción analítica del modo en que autoctonía y forastería son esgrimidas como recursos de legitimación e impugnación en la escena política de la Villa y que reencarnara en el principal sustento argumental de nuestro capítulo I.
- Noel, Gabriel D. (2014), “La horda dorada: tensiones y ambigüedades en torno de recursos y repertorios ligados al hippismo, la bohemia y los movimientos contraculturales de los 60 y los 70 en la ciudad de Villa Gesell (Argentina)”, un trabajo presentado en el XI Congreso Argentino de Antropología Social en torno del hippismo, la contracultura y su cambiante relación con los principales repertorios morales e identitarios de Villa Gesell en los últimos 40 años, y que fuera absorbido en partes iguales por los capítulos II y III.
- Noel, Gabriel D. (2016a), “La prosperidad y la codicia. Transformaciones en los repertorios morales y políticos en una ciudad intermedia de la costa atlántica bonaerense”, que recoge la discusión sobre el repertorio de los “fenicios” presentada en la última sección del capítulo III.
- Noel, Gabriel D. (2016b), “Los llamados y los elegidos. Los cambiantes sentidos morales de la categoría ‘pionero’ en una ciudad de la costa atlántica bonaerense”, que enhebra en un único argumento la evolución del concepto de “pionero” y sus repertorios asociados presentada en los capítulos II y III.
Como ya adelantáramos en nuestros agradecimientos, los primeros intentos por ensamblar los hallazgos sustantivos de esos textos en un argumento más amplio y sistemático tuvieron lugar con ocasión del IVº Seminario-Taller de Investigación sobre Clases Medias del CIS-IDES, en una ponencia que llevaba el ambicioso título de “Sociogénesis de la estratificación social en una ciudad intermedia de la costa atlántica bonaerense”, y que se prolongó en una serie de experimentos ulteriores con motivo de una estancia de intercambio en Río de Janeiro y Campos dos Goytacazes en el marco también mencionado previamente de un proyecto REDES. La versión mejorada, depurada y reescrita de esa intervención fue publicada en un capítulo de libro que lleva por título “Morfología urbana, trayectorias sociales y repertorios morales. Sociogénesis de la desigualdad en una ciudad intermedia de la costa atlántica bonaerense” (Noel, 2018a).
Cabe agregar que en principio optamos por no difundir los textos entre nuestros informantes geselinos a medida que iban siendo publicados –salvo entre una minoría notoria y discreta que nos sirvieron de comentaristas y sparrings intelectuales– por temor a que una vez que los leyeran, la doble hermenéutica giddensiana se impusiera y empezaran a devolvernos nuestras propias interpretaciones (problema al que tuvimos que enfrentarnos a lo largo de la investigación correspondiente a nuestra tesis doctoral). No se los ocultamos activamente –estaban de hecho disponibles online y al alcance de cualquier buscador de contenidos–, no les impedimos leerlos, se los enviamos en todos los casos en los que nos los pidieron –con la correspondiente advertencia de que no los difundieran entre potenciales entrevistados futuros–, pero no los promocionamos ni los enviamos en forma rutinaria hasta tanto comenzamos el proceso de retirada del campo. En ese momento, sí, posteamos los links respectivos en nuestra página de Facebook, enviamos mails con las listas y los links a varios de nuestros interlocutores y los alentamos a leerlos y a enviarnos sus comentarios, objeciones y críticas (cosa que varios de ellos hicieron y con la esperable vehemencia del caso). También hicimos circular entre una serie de informantes seleccionados –y entre todos aquellos que explícitamente lo solicitaron en un momento u otro– el manuscrito inicial del presente libro, invitando una vez más a sus lectores a enviar comentarios, objeciones y críticas, e incorporándolas siempre que nos fuera posible. Los resultados –no siempre agradables, pero sin duda instructivos– del mencionado experimento fueron publicados en Noel (2016c).
Algunos aspectos adicionales de la selección de Villa Gesell como escenario etnográfico
Aun cuando tenemos poca paciencia para los abusos sobreactuados y atormentados de confesionalismo etnográfico que en no pocas ocasiones se pretende ofrecernos bajo la coartada espuria de la reflexividad metodológica –y que nuestro colega y amigo brasileño Alexandre Werneck califica con la magnífica e intraducible expresión de antropologice–, y no solo porque suelen adolecer de una pésima prosa que para más INRI se pretende inspirada, sino porque al fin y al cabo resulta verosímil pensar que los sacrificados contribuyentes que financian nuestra investigación no tienen el menor interés en saber cómo nos sentimos, qué tan atormentados nos sentimos, qué horrorosamente culpables nos sentimos de nuestros privilegios de clase, procedencia étnica o geográfica, etc., sino más bien en qué podemos agregar –por provisoria que sea la adición– al conocimiento que tenemos de algún aspecto de la vida social, quisiéramos agregar algunas precisiones acerca de los motivos que nos llevaron en su momento a considerar Villa Gesell como potencial escenario de nuestra investigación etnográfica.
A las razones teóricas, metodológicas y heurísticas ya mencionadas en nuestra introducción se suman dos de naturaleza más bien biográfica. Por un lado, una larga historia como turistas –entre 1973, cuando teníamos tres años de edad, y 2015, año de finalización de nuestro trabajo de campo, veraneamos en Villa Gesell sin solución de continuidad a excepción de un breve interregno entre 1990 y 1993– que, aunque lejos de permitirnos aspirar a una posición de privilegio que en algún sentido pudiera compararse con la de los residentes, sí nos otorgaba cierta familiaridad con la ciudad, su trama urbana, sus transformaciones y ciertos hechos, personajes y lugares emblemáticos que resultó ser una fuente sumamente productiva de conjeturas primero y de hipótesis después, aunque al precio, claro está, de redoblar la reflexividad y la vigilancia epistemológicas. Por otro, contábamos con la presencia de parientes en la ciudad, que migraran allí a comienzos de la década del 70 y que aunque lejanos en términos de parentesco –de hecho se trataba en términos técnicos de lo que una época menos esclarecida antropológicamente denominara un ‘parentesco ficticio’– y algo menos en lo que hace a nuestra frecuentación de ellos, han ocupado en ocasiones lugares prominentes en la historia política y social de la Villa. Sus nombres –que lamentablemente no estoy en condiciones de revelar– fueron de hecho con frecuencia una llave fundamental a la hora de abrir algunos de los círculos más recalcitrantes de los powers that be de la ciudad, y por ello, aunque en forma anónima, les agradezco retrospectivamente los beneficios de mi descarado name dropping.
La cuestión de la confidencialidad
Luego, borro discretamente con el pie todo lo que he escrito, para no despertar la curiosidad de los guardias”.
Eduardo Goligorsky, “A la sombra de los bárbaros”
Aun cuando en anteriores investigaciones optamos por cambiar los nombres de las localidades en las que hicimos trabajo de campo, una breve reflexión en los albores del proceso de investigación nos reveló que en el caso que nos ocupa, no tenía mayor sentido y esto por dos razones obvias y fuertemente relacionadas. En primer lugar, porque no había forma de hacerlo de manera verosímil: la singularidad de Villa Gesell ocupa un lugar central en varias porciones del argumento, y cualquier lector mínimamente esclarecido hubiese reconocido la ciudad en cuestión a la lectura del segundo párrafo de cualquiera de nuestros textos. En segundo lugar porque si bien en proyectos anteriores la identidad de las ciudades que fueran escenarios de nuestra etnografía no eran relevantes ni ocupaban un lugar sustantivo a los efectos del argumento que intentábamos desplegar, nada de esto era cierto en el caso presente: que Villa Gesell sea Villa Gesell, o Mar de las Pampas, Mar de las Pampas es central para el abordaje de nuestro caso.
Así las cosas, hubo ciertas operaciones adicionales relacionadas con la confidencialidad que nos estuvieron vedadas desde el principio: cambiar los nombres de los intendentes, por ejemplo, o de determinados actores políticos, funcionarios o personajes históricos o emblemáticos de la ciudad no tenía mayor sentido. Sí lo hicimos, no obstante, cuando citamos testimonios suyos obtenidos en el marco de entrevistas realizadas por nosotros: allí les cupieron las generales de la ley, y sus identidades aparecen cubiertas por seudónimos, variaciones mínimas de sus edades en un sentido o en otro y atribuciones inexactas de sus profesiones o sus géneros –todo lo cual vale, de hecho, para el universo más amplio de nuestros informantes.
- Aun así, aproveché mis ocasionales estadías de veraneo en Villa Gesell para realizar un puñado observaciones puntuales –en particular cuando involucraban eventos destinados a la autopresentación de la ciudad, su “esencia” o sus “valores” emblemáticos. La ya mencionada muestra Villa Gesell, el Paraíso de la Juventud (cf. capítulo III) fue quizás el más notorio de esas improvisadas incursiones etnográficas estivales.↵
- Como lo señalaran varios de nuestros informantes, “es sabido que Villa Gesell importa familias y exporta jóvenes”.↵
- Con frecuencia este es el caso del procesamiento de datos a nivel de radio censal: los datos del Censo 2010 que nos hubiesen permitido establecer, por ejemplo, una aproximación razonable a la población actual de Mar de las Pampas, correspondían a un procesamiento de esta clase, y que seguía sin materializarse al momento de la escritura del presente libro, nueve años después de dicho censo. ↵
- Como ha señalado Velázquez (2004), las investigaciones de esta naturaleza se enfrentan de continuo a una “suerte de ‘paradoja de la información geográfica’ [que] hace que la información más interesante esté solo disponible para escalas poco interesantes y [que] a medida que el nivel de análisis espacial se incrementa, la disponibilidad de información se ‘evapora’” (énfasis del autor).↵