Final de temporada
I used to like to go to work, but they shut it down
I’ve got a right to go to work,
but there’s no work here to be found
Yes, and they say we’re gonna have to pay what’s owed
We’re gonna have to reap
from some seed that’s been sowed.
Dire Straits “Telegraph Road”
El Lejano Oeste
Como acabamos de ver, la trama urbana de Villa Gesell experimentó a lo largo de la década del 70 un visible y explosivo proceso de expansión en dirección hacia el sur. Al mismo tiempo, la ciudad registró un crecimiento demográfico sostenido e intenso que duplicó la población a lo largo del decenio, y que la elevó por encima de la marca de los 11.000 habitantes: diez veces más que los de comienzos de la década inmediatamente anterior.
Ahora bien: aun cuando las zonas de expansión edilicia mencionadas en el capítulo precedente –y que comprenden, grosso modo, el polígono delimitado por el Paseo 115, el frente costero, el Paseo 141 y la Av. 8– donde proliferan los chalets que constituyen la residencia veraniega de propietarios ausentes durante gran parte del año, así como las propiedades destinadas al alquiler (y que abarcan desde las viviendas multifamiliares de seis o siete unidades y los pequeños edificios de dos o tres plantas hasta las primeras torres de departamentos) sean las responsables de un crecimiento visible, o incluso explosivo de la infraestructura turística de la ciudad a partir de la década del 60 (y sobre todo de los comienzos de la del 70), erraría quien pensara que es allí donde se asienta la mayoría de la población cuyo incremento los sucesivos censos van registrando. Aunque los datos de los que disponemos sean fragmentarios, todo indica que si bien durante la década que va desde 1960 a 1970 esta población nueva se sigue desplegando sobre esas zonas más o menos centrales de la ciudad que aparecían sombreadas en nuestro mapa de 1959 –esto es, el “Barrio Norte” y sobre todo en derredor de la zona céntrica de la ciudad, entre la Av. 3 y la Av. 8 y entre la Avenida Buenos Aires y el Paseo 115–, quienes se establecen en la década siguiente comienzan a asentarse de manera preponderante en terrenos que corresponden a otro frente de expansión, un frente que aunque comparado con el del sur aparece como invisible –o más bien invisibilizado– en los relatos y crónicas locales, comienza a acompañar en forma casi simultánea, siempre silenciosa, y cada vez con mayor ímpetu, el de la expansión de la infraestructura turística y de los desarrollos inmobiliarios que acabamos de reconstruir. Este segundo avance, paralelo al primero, involucra un proceso que corresponde a la última de las fronteras en expansión, y de la que no hemos hablado aún: la del oeste.
En efecto: nuestro mapa de 1959, relativamente escrupuloso en lo que se refiere a sus fronteras norte, este y sur así como a todo lo comprendido entre ellas, presenta una imagen trunca de la frontera oeste, donde si camináramos alejándonos de la Av. 3 encontraríamos más o menos en paralelo y a unas diez cuadras de distancia en promedio una segunda avenida, presente en el trazado original de la ciudad, y que rompiendo la nomenclatura numérica de las restantes arterias de la ciudad se denomina “Boulevard Silvio Gesell”. Como puede imaginarse, su nombre da cuenta de la importancia que esta vía tenía en los designios del fundador, y su trazado precede de hecho al de la propia Av. 3 –igual que el de una Avenida de Circunvalación inconsistentemente recta a unas diez cuadras adicionales al oeste del Boulevard– y nos enfrenta a una aparente anomalía cartográfica. En efecto, con una simple mirada sobre los primeros croquis presentados al municipio y dibujados a mano alzada por el mismo Don Carlos (Fig. 4), o a la cronología de los sucesivos loteos reconstruida por uno de sus amanuenses tres décadas más tarde (Fig. 5) (Masor ,1975) se podrá constatar que las primeras subdivisiones inmobiliarias, correspondientes a una fecha tan temprana como 1941-1942, son precisamente las que se extienden entre el Boulevard y la Avenida de Circunvalación, al oeste del actual centro de la ciudad y a más de un kilómetro del frente costero.[1] Y sin embargo, ni la cuadrícula ni los lotes aparecen en nuestro mapa de 1959, siquiera como trazado, mientras que el nombre “Boulevard” se extiende en un amplio arco, sobre un indefinido fondo blanco y allende los limes, a la manera del “Hic sunt dracones” de las cartas medievales.
Como veremos en breve, esta elisión está lejos de ser fortuita: en marcado contraste con ese crecimiento poblacional –y sobre todo de infraestructura– de la mitad este de la ciudad del que ya hemos dado cuenta y que los geselinos ‘históricos’ evocan permanentemente como “el avance hacia el sur”, este crecimiento correlativo y perpendicular en dirección oeste que se dará, como hemos adelantado, a partir de los comienzos de la década del 70 y que acelerará su marcha a mediados del decenio siguiente, permanecerá invisibilizado en los discursos y las narrativas de una mayoría significativa de los habitantes de la zona costera y residencial de la ciudad durante al menos los veinte años subsiguientes.
Fig. 4. Mapa de los primeros loteos de Villa Gesell[2]
Fig. 5. Evolución cronológica de los loteos[3]
Así como la zona comprendida entre la Av. 3 y el frente costero estaba caracterizada por la proliferación de residencias de veraneo y de emprendimientos hoteleros y gastronómicos, mientras que la propia Av. 3 –que el fundador bautizara con el nombre tan apto como efímero de “Del Comercio”[4]– alterna galerías y paseos de compras, emprendimientos dirigidos a la oferta de bienes y servicios para el turista estival, y locales emblemáticos del comercio local, el Boulevard Silvio Gesell se desarrolla en forma temprana como eje de la provisión de servicios correspondientes a lo que podríamos llamar el backstage de la expansión y mantenimiento de la infraestructura de la ciudad (y en menor medida de su actividad mercantil) con establecimientos que incluyen –entre otros rubros– mayoristas varios, envasadoras de bebidas, corralones de materiales y aserraderos, talleres mecánicos o proveedores de gas envasado, a los que se irán agregando no pocos comercios al menudeo.
Ahora bien: si nos remontamos a fines de la década de 1960, encontraremos que más allá de la presencia tentativa de las primeras de estas instalaciones comerciales situadas sobre una y otra de las aceras del Boulevard, concentradas sobre todo en las primeras quince o veinte cuadras de su trazado, la ocupación de terrenos hacia el oeste, en dirección a la Avenida de Circunvalación, es en el mejor de los casos incipiente y esporádica: más allá del Club de Golf, de la porción noroeste del pinar histórico, del Club Italiano, del primer basural a cielo abierto de la ciudad y de un puñado de campings que constituyen una suerte de derrame satelital del “Barrio Norte” allende la Av. Buenos Aires, solo hallaríamos en esa zona unos pocos establecimientos comerciales –distribuidoras de gas envasado, fábricas de soda, talleres mecánicos– y un comienzo de edificación residencial dispersa que corresponde a la prolongación de los paseos que diez cuadras hacia el este constituyen el centro comercial y turístico de la ciudad –esto es, del 101 al 110 aproximadamente. A medida que nos alejamos de estos paseos céntricos en dirección al sur, los médanos vivos característicos de las primeras dos décadas de existencia de la Villa –esto es, dunas con una escasa vegetación o aún desprovistas de ella–, y que constituyen los antagonistas principales en la épica fundacional de Don Carlos reconstruida en la literatura analizada en el capítulo precedente, aparecerán durante mucho tiempo en una posición muy cercana a la de la trama urbana previamente consolidada, prácticamente contiguos al trazado del Boulevard.[5]
A partir de los comienzos de la década siguiente, sin embargo, comenzarán a establecerse en las adyacencias del Boulevard primero y de allí a extenderse hacia el oeste –en una oleada cuyo frente de avance, al igual que el de su homóloga más visible, recorre la Villa de norte a sur– una serie de residentes permanentes de la ciudad de una extracción social claramente distinta no solo de la de los “pioneros” originales, sino también de la de los urbanitas de clase media y media baja que descubren la Villa en forma tardía, dos décadas más tarde, como consecuencia de su súbita notoriedad hippie y sesentista. La evidencia de la que disponemos (Tauber, 1998) revela un cuadro en el cual sucesivas oleadas de pobladores de bajos recursos provenientes de zonas económicamente deprimidas de diversas regiones del país –y en menor medida de países vecinos– irán estableciéndose sucesivamente en estos terrenos del oeste de la ciudad, relativamente desprovistos de interés turístico e inmobiliario por su lejanía del mar y por la falta de infraestructura, y cuyos precios por tanto permanecen relativamente accesibles para compradores de menor poder adquisitivo.
Las razones por las que estos nuevos migrantes se establecen en la ciudad no corresponden en su mayoría al proceso de amenity migration reportado con frecuencia para migrantes de sectores medios y medio altos en localidades turísticas, esto es, el que implica visitantes que las frecuentan con propósitos recreativos y que deciden a posteriori establecerse en ellas para prolongar esa experiencia y ese disfrute en forma permanente (Domínguez de Nakayama y Marioni, 2009; Matarrita-Cascante, Stedman y Luloff, 2010). Se trata, en cambio, en buena parte de los casos, de personas o familias de regiones económicamente deprimidas del país y en menor medida del resto de la región –sobre todo de la propia provincia de Buenos Aires, seguida a cierta distancia por las provincias de las regiones noroeste y noreste, a los que se agrega un pequeño pero visible número de migrantes de Bolivia, Chile y Paraguay (Müller, 2004; Oviedo, 2004)– atraídas como ya hemos adelantado por la abundancia estacional de puestos de trabajo y por la gran actividad económica de la ciudad durante la temporada.[6] Finalizada esta, muchos de ellos deciden apostar a que la acumulación estival extraordinaria les permita un excedente que, sumado a actividades laborales o de subsistencia contracíclicas durante el resto del año –en particular la construcción o los oficios relacionados con el mantenimiento de las viviendas como la plomería, la pintura, la reparación y mantenimiento de techos, la jardinería, la electricidad o incluso la custodia y la vigilancia de propiedades que permanecen vacías durante muchos meses al año junto con diversas variedades de cuentapropismo– les permita mantenerse hasta la temporada siguiente. Aun cuando las condiciones de esta subsistencia puedan parecer precarias a primera vista –y en la inmensa mayoría de los casos efectivamente lo sean[7]–, estos residentes destacan una y otra vez que tanto los recursos materiales y laborales disponibles como las condiciones residenciales y de vida en la Villa hacen de los resultados de su elección una ganancia neta respecto de la de sus lugares de origen:
Cuando estás en la lona, pero en la lona en la lona… y todo el año igual… qué sé yo: acá tenés la temporada, y aunque la temporada no te alcance para tirar todo el año, como decían que era antes, aunque sea sabés que hay dos, tres meses al año en que hacés diferencia. Allá, en (…) donde vivíamos, no había ni siquiera temporada, la malaria duraba todo el año… entonces acá, aunque sea tenés dos, tres meses bien y nueve, diez de malaria. Allá eran doce meses de malaria (Gerardo, 46 años, cuentapropista proveniente de una localidad del interior de la provincia y establecido en la Villa en 1987).
Ta’ bien: acá corrés la coneja también, no te digo que estamos bien, porque te miento… pero también es cierto que cuando nos vinimos había mucho menos gente, y la gente te conocía más y si laburabas bien te llegaba laburo, te recomendaban. Sí, te negreaban, como en cualquier lado… pero laburo, gracias a Dios, nunca nos faltó. Y siempre sabés que la temporada te da revancha: como cocinera, como bachera, laburando en un hotel, donde sea. Allá, en cambio, no conseguías nada… la gente estaba sin un mango, y lo primero que largaba era la mucama… y en verano era peor, porque la gente se mandaba a mudar y no conseguías nada en ningún lado (Alicia, 38 años, empleada doméstica proveniente del oeste del conurbano bonaerense y establecida en la Villa en 1999).
Como quiera que sea, el establecimiento de una serie de residentes permanentes de recursos relativamente bajos al oeste del Boulevard habrá de configurar en las décadas sucesivas los que habrán de ser los barrios populares más antiguos de Villa Gesell, y los primeros en recibir un nombre propio: La Carmencita y Monte Rincón –situados no solo allende el Boulevard, sino incluso más allá de la Avenida de Circunvalación en un frente de expansión paralelo al lejano centro de la ciudad, así como el asentamiento que prácticamente todos los residentes reconocen como la primera “villa miseria” de Gesell, y que denominan, siguiendo sus coordenadas geográficas, “115 y 15”, situada en los terrenos del antiguo basural. Aun cuando desde mediados de los 90 estos tres nombres comenzarán a resultar familiares para los habitantes del este de la ciudad –al punto de que serán movilizados en lo sucesivo como sinécdoque de toda la población de sectores populares de la Villa–, en buena parte el proceso de su consolidación inicial, que tendrá lugar entre comienzos de los 70 y mediados de los 80, permanecerá invisibilizado durante las primeras décadas de su expansión, eclipsado como hemos visto por la explosiva expansión de la infraestructura turística (ya que no residencial) en dirección al sur. La naturaleza paradojal de la persistencia de esta invisibilidad se vuelve evidente si consideramos que el peso demográfico de estos barrios deviene decisivo en el crecimiento de la ciudad en forma relativamente precoz, al punto que incluso para una fecha tan temprana como 1980 más de uno de cada cuatro geselinos vivirá en los barrios al oeste del Boulevard (Tauber, 1998: 40).[8] Las consecuencias ulteriores de esta invisibilización, sin embargo, no se harán esperar y habrán de irrumpir con fuerza a lo largo de las dos décadas subsiguientes.
Crecimiento y transformaciones en la Villa Gesell postautonomía
Como hemos adelantado, la ciudad de Villa Gesell, dependiente desde su fundación del municipio de General Madariaga, obtendrá su autonomía –junto con dos municipios costeros adyacentes[9]– de la mano del entonces gobierno de facto de la provincia de Buenos Aires el 1º de julio del año 1978 (AA.VV., 2008).[10] Ante la situación de una ciudad cuya superficie edificada había crecido, como hemos visto, de manera explosiva a lo largo de la década precedente, las primeras administraciones municipales deberán enfrentarse a serias deficiencias de infraestructura urbana, que comenzarán a ser paliadas de forma más o menos sistemática.[11]
Huelga decir que estas primeras obras de mejoramiento urbano se concentrarán sobre todo en la mitad oriental de la ciudad, no solo en las zonas ocupadas por los residentes permanentes con mayor antigüedad –esto es el “Barrio Norte” y el Centro– sino también a lo largo y a lo ancho del área residencial y de servicios al turista que se extiende en torno de la Av. 3, a unos trescientos metros en una y otra dirección. A modo de evidencia de esta concentración de la obra pública y de infraestructura en la franja oriental y turística de la ciudad podemos destacar que a más de una década de distancia de la concesión de la autonomía municipal subsisten diferencias persistentes en la provisión de servicios básicos entre el este y el oeste de la trama urbana, algunas de ellas muy notorias. Así, para el censo de 1991 casi un 10% de la población radicada al oeste del Boulevard declara carecer de acceso a la red de agua potable –cuya cobertura aparece como total en los barrios del este de la ciudad–, y mientras que casi el 85% de las unidades habitacionales situadas entre el Boulevard y el frente costero cuenta con acceso a las cloacas, estas se encuentran ausentes por completo en sus contrapartes más occidentales (Tauber, 1998: 93 ss.).
La tendencia de la población permanente a concentrarse al oeste del Boulevard, por su parte, habrá de profundizarse en las décadas sucesivas, en un contexto en que la afluencia migratoria a la ciudad –que prolonga las condiciones generales detalladas en la sección precedente– registra un ritmo constante, en el que resalta en particular el peso de los migrantes de las localidades del interior de la propia provincia de Buenos Aires (Mantero, Bertoni y Barbini, 1999: 182), lo que sugiere un efecto de push en un período caracterizado por el empobrecimiento de los pequeños productores rurales. A medida que la crisis de mediados de la década comienza a hacer sentir sus efectos de manera generalizada entre los habitantes del país en general y del Área Metropolitana de Buenos Aires en particular, la ciudad registrará también un incremento notorio del volumen de la migración proveniente del AMBA y en particular del conurbano bonaerense (Benseny, 2011b).
A estas migraciones de origen externo, debe agregarse también un proceso de desplazamiento al interior de la propia ciudad, que una vez más permanecerá invisibilizado durante mucho tiempo para sus residentes de larga data, pero que ha contribuido en no poca medida a concentrar de modo progresivo a un porcentaje sustantivo de la población en los barrios de su franja más occidental. Como el lector podrá fácilmente imaginarse, una vez que Villa Gesell se consolida como localidad turística a mediados de los 60 y comienzo de los 70, el precio de la propiedad inmueble y de la tierra en general se elevan de manera dramática, y aparecen desde entonces afectados por una perpetua distorsión suscitada por la competencia que los residentes de la ciudad se ven forzados a sostener tanto con los especuladores inmobiliarios de pequeña, mediana o gran escala, como con los veraneantes de mayor poder adquisitivo provenientes de las áreas metropolitanas de la Argentina que buscan adquirir una propiedad de veraneo en la Villa.[12] Por estas razones, la adquisición de una propiedad inmueble suele estar vedada a una inmensa mayoría de geselinos –incluso entre las clases medias más o menos acomodadas– que no pueden abonar los exorbitantes precios reclamados por una oferta inmobiliaria cuyos costos son empujados hacia arriba por el mercado turístico.
Al mismo tiempo, alquilar no suele ser una alternativa demasiado estable para los habitantes de la Villa: en primer lugar, porque como nos señalaran varios de nuestros informantes, muchos propietarios consideran preferible soportar las pérdidas –o al menos el lucro cesante– que implica mantener su propiedad vacía durante el invierno, antes que correr el riesgo de “meter una familia” a la que después no puedan desalojar llegada la temporada, con la consiguiente pérdida de la renta extraordinaria que ello supone. Pero aun cuando no sea del todo imposible conseguir propiedades para alquilar a un precio relativamente bajo durante la mayor parte del año, con la llegada de la temporada los inquilinos se enfrentan a la alternativa de tener que abonar durante los meses de verano los montos astronómicos exigidos a los turistas en concepto de alquiler –y que pueden bien multiplicar por tres, por cuatro o incluso por más sus contrapartes invernales– o bien empacar sus cosas y buscar alternativas más modestas fuera de las zonas preferenciales de la ciudad o en condiciones de precariedad estructural que impedirían el alquiler a potenciales veraneantes. Muchos geselinos –y que conste que no estamos hablando aquí (o al menos no exclusivamente) de los pertenecientes a los sectores más desfavorecidos– atraviesan año a año este proceso de trashumancia estacional, y muchos de entre ellos terminan finalmente por desistir de esa inestabilidad perenne y procuran solucionarlas de modo definitivo estableciéndose en las únicas condiciones en las que tienen acceso a la vivienda: en los barrios más modestos y precarios de la franja oeste de la ciudad y en condiciones frecuentemente irregulares.
Como quiera que sea y como ya adelantáramos, los datos del censo de 1991 reportan que el 39% de la población local vive en esa zona, cifra que apenas cinco años más tarde abarcará a más de la mitad de los geselinos. Al mismo tiempo, a medida que las oleadas sucesivas de migrantes externos e internos se establecen no solo en los dos barrios ‘históricos’ ya mencionados –La Carmencita y Monte Rincón– sino en loteos y asentamientos sucesivos que se expanden una vez más en forma longitudinal y en dirección al sur, el paisaje social y urbano se vuelve más heterogéneo. Como acabamos de ver, los migrantes que pueblan estas nuevas urbanizaciones no replican ni en sus orígenes sociales ni en sus trayectorias biográficas los de las primeras oleadas que consolidaron a Villa Gesell como ciudad –migrantes pobres de las diásporas europeas, trabajadores rurales convertidos a los trabajos de forestación y urbanización y ni siquiera migrantes urbanos de clase media o media baja que se establecen en busca de mejores condiciones de vida– sino que, tal como hemos visto, se trata grosso modo de trabajadores rurales proletarizados y migrantes de sectores populares metropolitanos, en momentos en que estos mismos actores están sufriendo una serie de transformaciones estructurales, biográficas y culturales tan profundas como inéditas (Torrado, 2004; Svampa, 2004 y 2005; Merklen, 2005; Del Cueto y Luzzi, 2008; Kessler, Svampa y González Bombal, 2010).
Fig. 6. Los barrios de Villa Gesell y su densidad neta de población a mediados de la década del 90[13]
Así, para el momento en que la década del 90 se aproxima hacia su fin, la otrora pequeña villa balnearia se ha transformado en una ciudad que supera largamente los 20.000 habitantes y cuya trama urbana así como su estructura demográfica y social han devenido incomparablemente más complejas y heterogéneas que la que nos revelara ese plano de comienzos de la década de 1960 que constituyera el punto inicial de nuestro recorrido. Como lo muestra al mapa adjunto (Fig. 6), la ciudad incluye ahora decenas de barrios, muchos de ellos al oeste de un Boulevard ahora asfaltado e incluso más allá de la Avenida de Circunvalación, cuyo trazado efectivo –que otrora se detuviera rápidamente a unas pocas cuadras de su origen– también avanza rápidamente hacia el sur, materializando la promesa de lo que no era más que una línea imaginaria en el mapa original de la Villa.
Considerado en sí mismo, este proceso de crecimiento y heterogeneización tiene poco de sorprendente, ya que como hemos visto en nuestra introducción, replica tanto en su dinámica como en su volumen lo sucedido durante las últimas décadas en numerosas ciudades medias de la Argentina en general y de la costa atlántica de la provincia de Buenos Aires en particular, a la luz de un doble proceso de contracción de la actividad productiva y de la crisis del empleo –y en particular del empleo no calificado– en las áreas metropolitanas así como de empobrecimiento de los pequeños y medianos productores sumado a una correlativa expulsión de la mano de obra rural (Beccaria y Vinocur, 1999; Beccaria et al., 2002; Torrado, 2004; Svampa, 2005). Lo que definitivamente sí debería llamar nuestra atención es la persistencia y la intensidad de su invisibilidad relativa para amplios sectores de la población del resto de la ciudad. Como hemos ya señalado, durante los años correspondientes al cuadro que hemos esbozado –e incluso durante bastante tiempo más– el proceso de crecimiento y expansión de la ciudad será reconstruido por fuentes e informantes –tal como se lo hemos visto hacer a Hugo en el capítulo precedente– como si se hubiera dado exclusivamente en las inmediaciones del frente costero, y en relación con esa transformación de la infraestructura turística que buscaba adaptarla a las condiciones de una oferta masiva que habría de reposicionar a Villa Gesell como la segunda localidad balnearia de la Argentina. Aun cuando resulte obvio incluso para el observador menos perspicaz que la (hiper)actividad turística estival en una ciudad que multiplica la cantidad de sus residentes por varios órdenes de magnitud no puede sostenerse sin la actividad de esos sectores que han sido denominados “proletariado urbano de servicios” (Svampa, 2005) –y la enumeración de cuyas actividades replica la de las competencias y nichos laborales de estos nuevos residentes de los barrios del oeste de la Villa: handymen de diversa clase, jardineros, pintores, electricistas, mucamas, cocineros, parrilleros, mozos, lavaplatos y un largo etc.–, la actitud hacia ellos por parte de la mayoría de los residentes de sectores medios de la ciudad en lo que hace a su proveniencia y condiciones de existencia (e incluso de aquellos que en verano devienen sus empleadores directos) será durante mucho tiempo una de desconocimiento e incluso de indiferencia notoria: todo lo que parece importar es que a la hora de la verdad –esto es, a comienzos de la temporada– estos recursos humanos aparecen como por generación espontánea, así como parecen desaparecer de un modo igualmente mágico y misterioso cuando las ventanas de los locales comienzan a ser cubiertas por diario, pintura a la cal, o papel madera.[14] Así, la metáfora teatral y goffmaniana del backstage que movilizáramos al principio de la presente sección revela un carácter literal: en la masiva y superpoblada ciudad balnearia de temporada de los 70 y los 80, la presencia persistente de la inmensa mayoría de las personas que constituyen la fuerza de trabajo que hace posible esa masividad y esa prosperidad permanece invisible para buena parte de los que se benefician de ella ni bien los turistas vuelven a sus lugares de origen. Sin embargo, veremos que esta ceguera selectiva no podrá sostenerse durante mucho tiempo en el cambiante paisaje social de la Argentina de finales del siglo XX y comienzos del XXI.
La tercera crisis: la convertibilidad y el quiebre del modelo turístico
A la luz del cuadro que acabamos de presentar resulta comprensible que a la hora de establecer prioridades en lo referente a la obra pública, las primeras gestiones municipales favorecieran explícitamente las áreas afectadas a la infraestructura turística, incluso cuando una porción considerable de ella haya de permanecer ociosa durante tres cuartas partes del año. Ciertamente esta preferencia no aparece como demasiado discutible ante la evidencia de una ciudad cuyos habitantes, en su inmensa mayoría, viven directa o indirectamente de los beneficios del turismo estival y que depende, por tanto, de la captura de la preferencia de los veraneantes en competencia con localidades análogas, cercanas y muy similares de la misma región.
A partir del año 1991, sin embargo, la situación de este mercado turístico de sol y playa más o menos consolidado se modificará no solo para Villa Gesell sino para todas las localidades de la costa atlántica bonaerense que constituyen los principales y habituales destinos turísticos de verano de los sectores medios de la argentina urbana, ya que a raíz de la sanción de la Ley de Convertibilidad (Roig, 2016)[15] y de la consiguiente expansión del crédito, el mercado turístico se diversifica a través de una serie de destinos en el exterior otrora reservados a los sectores con ingresos elevados –el litoral brasileño, la Riviera Maya o República Dominicana, para señalar solo los más frecuentados– y que ahora se vuelven accesibles a sectores con capacidades de consumo mucho más modestas.
Así fue que en el contexto de este desafío y ante la evidencia de una crisis en el modelo de oferta de servicios turísticos sobre la base del cual la localidad de Villa Gesell –y a fortiori toda la costa atlántica bonaerense– había alcanzado una sustentabilidad relativa durante las primeras cinco décadas de su existencia, la administración municipal, al frente de la cual se encontraba el ya mencionado Luis Baldo, pondrá en marcha un Plan Estratégico, en el marco de una iniciativa colectiva para toda la región (AA.VV., 2002b) y con la asesoría de un equipo técnico de la Universidad Nacional de la Plata dirigido por su secretario de Extensión Universitaria, el arquitecto Fernando Tauber (AA.VV., 2002c), responsable de la redacción de un informe diagnóstico.
La versión final del informe del equipo de la UNLP (Tauber, 1998) es sumamente reveladora, puesto que es allí donde encontramos por vez primera un reconocimiento explícito (y abundantemente documentado) de la existencia de esa Villa ‘fantasmal’ situada al oeste del Boulevard, así como una serie de análisis sistemáticos de su población e infraestructura urbana (incluyendo sus déficits) presentados mediante datos georreferenciados del censo de 1991. El informe Tauber asimismo plantea con claridad los principales problemas y desafíos implicados por esta coexistencia paralela y asimétrica de lo que a partir de ese momento comenzaría a popularizarse bajo el sintagma “las dos Villas”, a uno y otro lado del Boulevard, a la vez que alerta explícitamente acerca de la necesidad de dar respuesta a la profundización de una serie de desigualdades que replican a nivel local un conjunto de procesos de polarización, precarización y empobrecimiento generalizado de amplios sectores de la población urbana a nivel nacional (Beccaria y Vinocur, 1999; Svampa, 2000 y 2005; Torrado, 2004; Del Cueto y Luzzi, 2008).
Las recomendaciones finales del informe, traducidas a siete ejes o líneas de acción estratégicas, dan testimonio de la importancia que se les otorga a los problemas derivados de un desarrollo fuertemente desequilibrado, y merece que se las cite verbatim:
Eje N° 1: Preservar y potenciar la “Marca Villa Gesell”, reentendiendo que su identidad constituye un atributo diferencial de la ciudad, y por lo tanto un valor estratégico.
Eje N° 2: Resignificar el turismo como motor del desarrollo económico y social de Villa Gesell y rearticular el resto de las actividades económicas en un nuevo concepto de red productiva diversificada.
Eje N° 3: Promover el acceso al trabajo, tendiendo a su sostenibilidad todo el año.
Eje N° 4: Propiciar una ciudad ambientalmente sustentable y territorialmente integrada.
Eje N° 5: Construir y consolidar una sociedad crecientemente inclusiva y solidaria.
Eje N° 6: Gestionar y construir la infraestructura de soporte que haga viable el modelo de desarrollo.
Eje N° 7: Articular el Plan de Villa Gesell, en una estrategia de desarrollo conjunta entre los municipios integrantes de la región (La Costa, Lavalle, Madariaga, Pinamar y Villa Gesell)” (AA.VV., 2002a).
Como puede verse, el cuarto, quinto y sexto eje –así como en menor medida el tercero– hacen referencia a la necesidad de integrar social, territorial y estructuralmente una ciudad que este informe preliminar denunciaba como atravesada por desequilibrios tan visibles como persistentes. Sin embargo, ante la percepción generalizada de una profundización de la crisis del mercado turístico local respecto de los destinos extranjeros, la gestión Baldo –que como hemos visto habrá de prolongarse durante otros dos períodos sucesivos– optará por una estrategia de fuga hacia adelante que se concentrará en los dos primeros puntos del plan, proponiéndose como objetivo reposicionar a Villa Gesell como destino turístico de verano, y que implicará una continuidad e incluso una profundización de la (auto)imagen de la Villa como ciudad balnearia.
Así es que en una década de épica neoliberal en la que el marketing y el management adquieren cada vez más ascendencia como repertorios de racionalización exitosa de las prácticas mercantiles y de gestión, incluidas por supuesto las turísticas, la administración Baldo lleva adelante estudios de mercado y organiza focus groups, se preocupa por construir una estrategia de marca (Tkachuk, 2007; Calvento, 2008) y participa de eventos nacionales e internacionales sobre management turístico que tienen como objetivo presentar un producto atractivo al turismo local, en una búsqueda tan desesperada como fútil de criterios de diferenciación que posicionen a Villa Gesell aparte y por encima de la casi veintena de localidades análogas distribuidas en los algo más de 100 km del corredor norte de la Atlántida Argentina. Al mismo tiempo, la obra pública se concentra en una serie de iniciativas que tendrán como escenario el frente costero, y en menor medida la infraestructura turística del centro de la ciudad.[16] Así, en una sucesión de medidas fundamentadas tanto en cuestiones de política turística –la remodelación de la infraestructura de la zona céntrica de la ciudad, en especial en la zona comprendida entre la Av. 3 y el frente costero– como en razones ecológicas y ambientales destinadas a revertir un proceso avanzado de deterioro de la playa –el desmantelamiento de la Av. Costanera y su reemplazo por un sistema de ramblas articuladas de madera, la demolición de balnearios de cemento y su reemplazo por estructuras de madera sobre pilotes, una serie de ‘enquinchados’ erigidos a los efectos de reconstruir la anteduna costera y, a fortiori, compensar los efectos de la erosión sobre la playa–, se buscó que Villa Gesell reafirmara su vocación y su destino de ciudad balnearia. La contracara de esta huida hacia adelante, por supuesto, es la prolongación del proceso de invisibilización de los sectores de la ciudad situados más hacia el oeste que seguían siendo pensados (y esto solo cuando su presencia es de hecho reconocida) como proveedores ocasionales de mano de obra de baja calificación en temporada, precisamente en el momento en que, como hemos visto, estos sectores incrementan enormemente su tamaño, su volumen y su extensión en el paisaje urbano de la Villa.
Un mapa turístico[17] de los últimos años de la g estión Baldo ilustra con eficacia la imagen que la administración municipal –y junto con ella los residentes del norte y centro de la ciudad– tenía de ella:[18]
Fig. 7. Folleto turístico de Villa Gesell, año 2006
El retorno de lo reprimido
Más allá de sus consecuencias estructurales de mediano y largo plazo –sobre las que tendremos ocasión de explayarnos a su debido tiempo–, uno de los efectos más notorios y en parte imprevistos de las políticas de la gestión Baldo tendientes a reforzar la popularidad turística de la Villa tendrá que ver con la constitución de un nuevo repertorio identitario –que implica al menos en parte una reelaboración del repertorio preexistente que reconstruyéramos a lo largo del capítulo II, con el que habrá de coexistir en lo sucesivo.
Como ya señaláramos en nuestra introducción, el lugar central que Villa Gesell ocupa en esas caracterizaciones tan generalizadas como ubicuas que sus protagonistas y sus cronistas hacen del ‘momento hippie’ y de los albores del “rock nacional” –y que abrevan a su vez en las extendidas representaciones de “los 60” como una suerte de plenitudo temporis en la escena social, cultural y política del siglo XX (Terán, 1991; Provéndola, 2010 y 2017; Manzano, 2014a y 2014b)– constituye una de las razones principales por las cuales la ciudad goza de una notoria y persistente popularidad en la Argentina metropolitana. Como ya hemos visto en el capítulo precedente, sin embargo, esta asociación, establecida con firmeza apodíctica en las representaciones metropolitanas (y sobre todo porteñas) de Villa Gesell, como resultado de la machacona insistencia de una serie de topoi tanto literarios como periodísticos que han contribuido a consolidar un sentido común sobre la “Villa bohemia” y “hippie”[19] y que uno puede encontrar reproducido con fidelidad unánime en turistas de hoy y de antaño, así como en migrantes recientes de la ciudad provenientes de los sectores medios urbanos, ha estado notoriamente ausente hasta hace muy poco tiempo de las representaciones de la ciudad producidas y movilizadas en el ámbito local. Así, tanto turistas como migrantes recientes se han topado una y otra vez con la misma paradoja: el hecho de que el atributo distintivo y singular que ha posicionado a la ciudad en la conciencia de la inmensa mayoría de la Argentina urbana no haya formado parte hasta tiempos relativamente recientes –o lo haya hecho de modo muy marginal– en el modo en que sus pobladores decidieron representar y representarse su ciudad, su historia y su ethos.
Ya hemos visto hasta qué punto y por qué razones el ‘momento hippie’ estaba ausente en los primeros textos canónicos dedicados a narrar la historia de la ciudad (Sierra, 1969; Masor, 1995), ausencia que se prolonga de modo significativo en producciones más cercanas en el tiempo que se reivindican como parte de la misma serie, que movilizan los mismos recursos y que aspiran al mismo registro canónico. A título de ejemplo podemos citar Las fundaciones de Villa Gesell (Palavecino y García, 2006), un texto reciente en el que la enumeración de “fundaciones” sucesivas subraya por contraste la ausencia de un momento que ya para entonces, como veremos, muchas voces autorizadas comienzan a recuperar como fundacional,[20] y en el cual la sección que lleva por título “Los 60 y los 70” caracteriza ambas décadas –como lo hiciera Hugo, nuestro informante citado en el capítulo precedente– exclusivamente en términos de expansión urbana y crecimiento edilicio.[21]
Así, es siempre una y la misma la consigna que atraviesa tres décadas de continuidad histórico-literaria, aunque siempre por vía de omisión e implicatura: la putativa ‘revolución hippie’ de mediados de los 60 y comienzo de los 70 no tiene nada que ver con la ciudad, con su identidad o con su historia, y esto por las razones ya señaladas: en la medida en que este fenómeno resulta fundamentalmente extraño e incompatible –por su origen foráneo y adventicio, por su carácter fugaz “de temporada”,[22] por su incompatibilidad moral con el espíritu de trabajo y austeridad que engendró e hizo posible la existencia misma de la ciudad– con la ciudad, con su espíritu y con su quidditas, no puede y no debe ser asimilado a la definición de lo que la Villa fue, es o pretende ser. Como ya tuviéramos ocasión de señalar, el ‘momento hippie’ es leído por quienes fueron sus testigos y contemporáneos en la hasta entonces somnolienta Villa de comienzos de los 60 como un desborde tan imprevisto como fugaz –y en cualquier caso irrelevante– en el marco de un proceso histórico de crecimiento autónomo y virtuoso, como una inconsistencia que representaba una afrenta o incluso una amenaza al perfil que el fundador había decidido darle a ‘su’ Villa y que se presumía compartido por quienes se habían establecido allí a lo largo de las tres primeras décadas de su existencia. Por consiguiente, apenas puede caber duda de que este episodio heterónomo no merece ser incorporado como parte de la vera historia de la Villa, en especial en la medida en que esta es ante todo pensada y narrada en términos de una continuidad moral, delineada con los ya mencionados trazos de una moralidad ascética del esfuerzo, del sacrificio, de la templanza, de la disciplina y de la capacidad de superar la adversidad y la frustración incluso ante desafíos imposibles –en una palabra, de la “ética protestante”– manifiestas y encarnadas en el temperamento de “Don Carlos”, el héroe civilizatorio que concibió primero y engendró después –literalmente con sus propias manos– la ciudad. Lo que en este sentido los primeros y más importantes de los textos canónicos se propusieron –y en buena medida consiguieron– fue consagrar esta continuidad histórica y moral en letras de molde, dejando en claro para quienes quisieran y pudieran entenderlo que Villa Gesell no es ni tiene nada que ver con esa “juventud desaforada” que vino de fuera, atraída por falacias, exageraciones y falsedades del libelo sensacionalista de Kuhn, y que al final de la temporada retorna a sus lugares de origen, sin echar raíces, sin dejar impronta ni herederos en un proyecto que nunca fue, que sigue sin ser y que nunca podrá ser el suyo.[23]
Hasta aquí no hemos hecho más que insistir en la ya mencionada elisión de este momento de efervescencia contracultural –glorificado y canonizado en las narrativas metropolitanas– en las narrativas históricas producidas en el ámbito local y que funcionaban hasta entonces en forma prácticamente exclusiva como repositorios de recursos identitarios y morales para delimitar la pertenencia genuina a la Villa. Como hemos visto, la incompatibilidad sustantiva entre la inspiración moral de este momento y la alteridad de sus protagonistas y producciones, por un lado, y el proyecto de Don Carlos, sus ejecutores y sus herederos auténticos establecidos en ella a posteriori por el otro, vuelve imposible incorporarlo a una historia que –escrita a partir del contrapunto y el mutuo refuerzo del destino y el designio, de la necesidad y de la contingencia, de la fatalidad y de la singularidad de una voluntad– se desenvuelve en un registro de profecía/consumación que demanda la rigurosa consistencia de un teorema, y que no deja lugar a imprevistos, irrupciones o agencias distintas de las del Conditor, su visión omnisciente y su voluntad inquebrantable. Allí, en esa Villa debida a su genio y a su persistencia y devenida a la vez consecuencia y transcripción de sus virtudes a escala del paisaje, la “década del 60”, su misticismo, su magia, su espíritu irreverente, su iconoclasia, su cultivo del experimento existencial, estético y moral, su fecundidad artística y musical, ciertamente no tienen ni han tenido lugar.
Ahora bien: esta situación bifronte que acabamos de caracterizar, en la cual Villa Gesell se instala en las representaciones metropolitanas como sede de una “primavera hippie” que dio origen a una vanguardia artística y musical, al tiempo que los residentes permanentes de la localidad (o al menos sus principales emprendedores morales) sedimentan la construcción de un colectivo sobre bases morales en abierta oposición a las de esa ‘juventud maravillosa’, aparece consolidada al menos desde mediados de la década de 1970, cuando los ecos de esa efervescencia se encuentran prácticamente extinguidos y su optimismo impertinente se presta a ser reemplazado por la brutal Realpolitik de los años de plomo. La dualidad en cuestión habrá de prolongarse durante los primeros años de vida democrática de la ciudad, en los cuales los gobiernos municipales, surgidos de una alianza con las “fuerzas vivas” de la ciudad –en particular los comerciantes y empresarios vinculados a la actividad turística y al desarrollo inmobiliario, a quienes podemos agregar una serie de profesionales liberales prominentes– seguirán recurriendo en sus discursos y manifestaciones públicas a las virtudes ligadas al repertorio canonizado por Don Carlos a través de sus amanuenses –el trabajo, el sacrificio, la abnegación, el tesón– y a un relato en el cual las décadas del 60 y del 70 fueron, antes que ninguna otra cosa –no: con exclusión de cualquier otra cosa– años de crecimiento edilicio, de desarrollo inmobiliario y, last but not least, de lucha por la autonomía municipal (AA.VV., 2008).
Los primeros indicios de que este repertorio monocorde comienza a perder su carácter hegemónico aparecen a mediados de la década del 90, en el marco de la ya mencionada crisis suscitada por la convertibilidad, y de los intentos de la gestión Baldo por huir de ella mediante esa suerte de reductio al absurdum que implicaba una profundización obsesiva y hasta el paroxismo del mismo modelo turístico en crisis sobre la base del cual la Villa creciera y se posicionara como destino privilegiado de veraneo en la Argentina metropolitana. En un escenario de esta naturaleza, en el cual ya no se trata de definir y delimitar moralmente un ‘nosotros’ que caracterice por vía de contraste la singularidad colectiva de la ciudad y sus habitantes, sino de atraer clientes en una competencia crítica por las apetencias turísticas de los consumidores de sol y playa en un mercado súbitamente ampliado y en el cual la ciudad se encuentra de repente en desventaja, resulta claro que las representaciones de la ciudad que circulan entre estos potenciales destinatarios extramuros cobran un nuevo e indiscutible relieve. Puesto de manera algo más directa: cuando los focus groups organizados por los consultores contratados por la gestión Baldo revelan una y otra vez la ubicuidad de la inscripción de Villa Gesell en una generalizada y romantizada cronología nacional de la bohemia juvenil –particularmente allí donde el mercado-objetivo se superpone con el nicho demográfico cuya juventud coincidió con esos mismos ‘años dorados’ y cuya nostalgia por esos ‘good old days’ puede por tanto ser movilizada con fines comerciales–, la tentación de reconstruir la Villa a imagen y semejanza de esas representaciones foráneas que en la víspera aparecían como irrevocablemente ajenas resulta muy difícil de resistir.
Los hechos subsiguientes sugieren que de hecho tal resistencia no tuvo lugar, ya que en un movimiento que habrá de extenderse a lo largo de sus tres mandatos sucesivos, el intendente Baldo alentará y llevará adelante una serie de iniciativas que aparecen como destinadas a inscribir en la historia consagrada de la ciudad varios de los principales elementos presentes en esas extendidas representaciones metropolitanas a las que hemos estado haciendo referencia. Más aún: a medida que la crisis se profundice y comience a ser acompañada por los estertores terminales del proceso desencadenado por la convertibilidad, los gestos de inscripción e incorporación de esos recursos a los repertorios de identificación pública de la ciudad se irán multiplicando y acentuando, de lo cual dan testimonio una serie de iniciativas emanadas del Ejecutivo municipal tales como la identificación pública –en una suerte de patrimonialización trunca– de lugares emblemáticos como el Juan Sebastián Bar, que se adjudica el origen del rock nacional (Fig. 8),[24] o el trabajo de investigación sobre “la influencia de la ciudad en la historia del rock argentino” que sobre el final del tercer y último período de Baldo le fuera encomendada a un cronista local (Provéndola, 2010, 2014a, 2014b y 2017).
Fig. 8. Placa conmemorativa del Juan Sebastián Bar, hoy Hotel Arco Iris, en Av. 2 y Paseo 107
Asimismo, las iniciativas oficiales dirigidas a la inscripción de este nuevo repertorio en la historia canónica de la ciudad registran afinidad electiva con una literatura histórico-identitaria de nuevo cuño, cuyo contraste –o cuando menos contrapunto– con la épica fundacional desplegada en las ‘historias de pioneros’ que la precedieron no podría ser más manifiesto. Los textos que componen este nuevo corpus no resultan asimilables a la serie ya existente de ‘evangelios sinópticos’ que recogen la historia de la Villa y su fundador, ni sus autores son ni pueden ser ya amanuenses de Don Carlos (fallecido como hemos visto hace más de una década) ni recibir su imprimatur. Se trata, por el contrario, de contemporáneos de la ‘primavera hippie’ –esto es, pertenecientes a la generación de sus principales protagonistas– que migraron a la ciudad desde el Área Metropolitana de Buenos Aires en la década inmediatamente posterior a su eclipse. Llegan a Villa Gesell por tanto atraídos por y como portadores de ese repertorio de idílicas representaciones metropolitanas acerca de ‘los años locos’ en la Villa y en esa medida –y ante la imprevista constatación de su elisión en las construcciones colectivas de la ciudad y de la decepcionante ausencia de su impronta– procederán a canonizar ese momento, su ‘espíritu’ y sus valores en términos de una historia olvidada, silenciada o trunca de la ciudad, o incluso como su esencia genuina –aunque reprimida–,[25] pretensión que como puede preverse recibirá legitimación adicional y creciente a partir de su afinidad electiva con las ya mencionadas políticas de ‘marca ciudad’ de la administración municipal.
Así es que en 1994, en las vísperas del advenimiento de Luis Baldo al Ejecutivo local, el más conocido de los sellos editores de la ciudad lanza en formato de libro una serie de columnas sobre la historia de la Villa –centradas en torno de la figura de Don Carlos– que Guillermo Saccomanno, escritor de fama internacional y sin duda alguna el más célebre entre los migrantes metropolitanos de la Villa de fines de siglo, escribiera a lo largo del año 1992 para Página/12, un matutino porteño de circulación nacional.[26] La obra en cuestión, El viejo Gesell (Saccomanno, 1994) representa la primera aparición en letras de molde –y de manos de un escritor consagrado, nada menos– de esa representación singular de la Villa bohemia característica de la intelligentsia porteña, enhebrada de manera tan hábil como casual –y con una efectividad que aparece subrayada por la economía de recursos exigida por el formato periodístico original– en el marco de un relato histórico que responde en líneas generales a los trazos canónicos de las ‘historias de pioneros’:
Campings. Pensiones. Albergues. Boliches que se llaman Traca Traca, Tom Tom Macoute, Los Picapiedras y El Huevo. Hippies, mochileros y estudiantes acuden respondiendo al llamado de la naturaleza, el amor libre y las corrientes contestatarias. Café concerts y fogones. Solidaridad con Cuba y poemas de Nicolás Guillén. Allende y Quilapayún. Cortázar en el mismo estante que Gyap y Mao. Para el pueblo lo que es del pueblo, se canta. Para el pueblo, liberación. Y en las paredes posters del Che, Chaplin y Freud (…) sus moradores, al respirar la informalidad de este lugar se sienten libres (…) El placer, el goce, como dicen algunos, es revolucionario y cuestionador (…) Y pronto invierten en la Villa los psicólogos que, después de la dictadura, pasarán de la crítica del sistema a conectarse con la propia identidad, de Laing y Cooper a Lacan y las terapias alternativas, integrando la meditación con las flores de Bach. No falta tampoco el montonerismo esclarecido, signado por su estigma de clase, el de los jóvenes creyentes en la teología de la liberación (…) Y en la Villa de los 70 ahora cantan también presente los futuros sociólogos, atribulados por las miserias de los condenados de la tierra (…) De noche, en la playa, se ama junto al fuego, engendrando hijos que se llamarán Camilo, en homenaje al cura guerrillero Camilo Torres; Federico, en homenaje al fusilado García Lorca; Violeta, en homenaje a Violeta Parra; o Paloma, en homenaje a Picasso (Saccomanno, 1994: 131-132).
Como puede bien imaginarse, la aparición y posterior circulación de El viejo Gesell en el marco del proyecto municipal de inscripción del repertorio hippie en la historia consagrada de la ciudad contribuyó significativamente a su inclusión en el canon histórico-literario local, particularmente cuando la Revelación aparecía ya clausurada: no solo porque ni el viejo ni sus amanuenses estaban ya presentes para desmentir o desautorizar visiones alternativas de la ciudad, su naturaleza o su historia, sino porque los “pioneros” a partir de los cuales y en torno de los cuales se había cerrado el círculo original estaban retirándose o se encontraban efectivamente retirados de la vida pública. Sea cual fuere la causa, lo cierto es que para los numerosos migrantes que se establecerán en la ciudad a partir de mediados de la década del 90 –como nos lo han señalado con insistencia muchos de entre ellos–, El viejo Gesell aparece pacíficamente incorporado entre los dispositivos de socialización moral y sentimental de quienes aspiran a convertirse en “geselinos auténticos”, cuando no ocupa un indiscutible lugar de primacía, adjudicable en gran medida no solo a la fama tanto del autor como del biografiado, sino a su registro didáctico y a una prosa tan económica como efectista.
Ahora bien, si el texto de Saccomanno representa un gesto de inscripción prematura de la ‘primavera contracultural’ de fines de los 60 y comienzos de los 70 en el relato histórico consagrado a nivel local, el ejemplo más audaz, ambicioso y acabado a la hora de reclamar un lugar identitario y moral central para esta época, su ‘espíritu’ y sus valores lo provee El alma perdida de Gesell, escrito y editado en 2002 por Juan Jesús Oviedo, prolífico escritor, cronista e intelectual local establecido en la Villa desde fines de los 70 y a quien ya tuviéramos ocasión de citar en abundancia. Como lo sugiere desde su título, el texto de Oviedo –escrito cuando la circulación de este repertorio ya está avanzada aunque no consolidada– invita a pensar el ‘momento hippie’ como expresión de la Villa auténtica, de su ‘alma’ singular, de su fibra más íntima. Movilizando recursos retóricos análogos a los de las ‘historias de pioneros’ –en particular, la articulación convergente y afortunada entre dos determinismos, el del paisaje y el de un ‘clima de época’ importado desde la metrópoli de cuya combinación resultara una ciudad tan excepcional como sobredeterminada (Oviedo, 2002: 118)–, Oviedo propone un repertorio moral-identitario alternativo en el que las virtudes fundamentales ya no son las de la ética protestante encarnadas en Don Carlos y los pioneros sino aquellas ligadas a otra serie de valores modernos, en muchos casos contrapuestos o incluso incompatibles con aquellos: la “libertad”, el “amor a la naturaleza”, la “espontaneidad”, la “creación”, el “espíritu de rebeldía”, el “anticonvencionalismo”, la “autenticidad”, incluso la “locura”. Los demiurgos de este nuevo paraíso ya no son esas figuras fáusticas a quienes hemos encontrado en el capítulo II, que transforman y reconstruyen el paisaje a su imagen y semejanza, doblegando manu militari una naturaleza indómita y rebelde a su titánica voluntad, sino héroes “homéricos”, “seres sensitivos, con valores e instintividad, seres creadores, reformuladores y revolucionarios” (Oviedo, 2002: 25). Más aún, los “pioneros”, afirma Oviedo en un gesto que habrá de ampliarse en textos sucesivos, no pueden reclamar privilegio alguno en la construcción del “alma” de la ciudad, ya que “no fueron tales por su espíritu aventurero sino por su ímpetu comercial. Hallar una fuente de trabajo o un posible enriquecimiento rápido fueron motivos para acudir a este lugar (…) [y] una visión financiera no implica necesariamente la creación de una determinada identidad” (Oviedo, 2002: 47).
Como puede verse, el texto de Oviedo representa una apuesta de máxima expresada en una tesis audaz: la de que Villa Gesell, una empresa turístico-comercial iniciada por un entrepeneur visionario y secundada por un conjunto de inversores de riesgo, habría sido un “cuerpo sin alma” (Oviedo, 2002: 24, 48-49) hasta tanto no recibió el hálito fecundador de esa suerte de Dionisos colectivo, advenido desde la metrópoli y encarnado en los jóvenes rebeldes e irreverentes de mediados de los 60, su ethos y sus prácticas. Solo a partir de la fecundación de ese cuerpo estéril, surgido de un banal espíritu de lucro, por parte de un espíritu “auténtico” y “honesto” encarnado en esos nuevos sátiros homéricos, estos Übermenschen nietzscheanos, habría nacido “la Villa”, encarnación hipostática de ese momento mágico en el que la sociedad capitalista pareció a punto de sacudirse las cadenas del materialismo, de la moral burguesa, del convencionalismo y de la hipocresía. Ciertamente, como nos lo recuerda el autor una y otra vez con insistencia, ese ethos fue finalmente derrotado por el espíritu de lucro y la especulación cortoplacista en él fundado, y por ello el crecimiento sucesivo del cuerpo de la Villa que hará de ella una ciudad –Villa Gesell– sepultó su alma única y singular.[27] Mas en la medida en que esa alma fue y es indisociable de la esencia de “la Villa”, siempre podemos volver a ella y, renovados por ella, redimirla y redimirnos.
Aun cuando pueda pensarse que el texto de Oviedo representaría una posición idiosincrásica y excéntrica cuya ambición argumental corre el riesgo de volver su argumento refractario a posiciones más conciliadoras o eclécticas como la de Saccomanno o las de la gestión Baldo, lo cierto es que los modos en que su texto y sus argumentos serán recibidos e incorporados al canon histórico local sugieren lo contrario, comenzando por el prólogo –escrito una vez más por el director del Museo y Archivo Histórico local–, que coloca la obra en una serie, legitimándola al tiempo que habilita potenciales lecturas en clave continuista:
Desde hace algunos años, las décadas de los sesenta y los setenta están siendo objeto de un redescubrimiento, de una nueva valoración crítica, especialmente en la historia de esta ciudad. Este ensayo llega en un momento especial, digo, porque viene a ocupar un vacío en la historia cotidiana que fue muchas veces señalado. Se habla, se dice y se comenta que estas décadas fueron en verdad años de muchos cambios cruciales en la Historia de Villa Gesell, pero no existía hasta ahora ninguna obra escrita que intentara mostrar cuán importantes fueron estos años y cuáles en realidad los cambios operados (Rodríguez en Oviedo, 2002: 9).
Quizás el efecto más notorio, dramático e imprevisible del texto de Oviedo sea el proponer –en un movimiento en parte insinuado en el texto de Saccomanno (1994)– una reescritura, no exenta de ambigüedades, de la figura del viejo Gesell en una nueva clave hippie/ecologista. Así, si es cierto por un lado que Oviedo procura, como hemos visto, desmitificar las construcciones idealizadas de Don Carlos, los pioneros y su gesta reduciéndolos con frecuencia al rol prosaico de venture capitalists, al tiempo que insiste una y otra vez en que el “alma de Gesell” le fue insuflada desde fuera y enfrentando la indiferencia, la indolencia o incluso la oposición solapada y abierta de Don Carlos y los suyos (Oviedo, 2002: 62), también es cierto que en determinadas porciones de su argumento, llevado por la retórica determinista propia del género en el cual el texto se inscribe y que le provee sus principales tropos y recursos narrativos, el autor propone lecturas novedosas del ‘viejo’ en clave de afinidad electiva con el hippismo y la bohemia sesentista.
Así, las referencias a la “locura” que aparecen presentadas con frecuencia como sinécdoque de esa época de oro (Oviedo, 2002: 126) en contigüidad con la evocación de la figura del “loco de los médanos” (Oviedo, 2002: 26) permiten habilitar una semejanza fundada en la autenticidad, la honestidad con uno mismo y el anticonvencionalismo, en un paralogismo que no por flagrante es menos efectivo: si estos jóvenes fueron llamados “locos”, al igual que el viejo antes que ellos, no puede dudarse de que hay algo fundamentalmente afín entre unos y otro. De modo similar, si el paisaje de la Villa constituyó el lienzo necesario sobre el cual el amor por la naturaleza y el protoecologismo de estos jóvenes urbanos pudo expresarse y fecundarla con su hálito, no debemos olvidar que ese paisaje “natural” es producto –en una paradoja que suele pasar desapercibida a quienes más insisten en ella– de la visión de un genio singular que la engendró tal cual estos jóvenes la encontraron tres décadas más tarde. Si es cierto, como querían los escolásticos, que operatur sequitur esse, entonces el paisaje de Gesell, expresión del habitus de su fundador, habla de un amor por la naturaleza que prefigura el de sus impensados e imprevistos acólitos futuros.[28]
Aun cuando tentativa e inverosímil al momento de la publicación del texto de Oviedo, esta reconstrucción de la imagen del viejo Gesell en clave ecologista no dejará de profundizarse. De ese modo, recogiendo una serie de recursos hasta entonces dispersos y subterráneos, un Don Carlos que todas las fuentes disponibles, orales y escritas –así como lo que sabemos de sus posiciones morales y políticas– sindican como firmemente opuesto al hedonismo y al espontaneísmo del ethos de los 60, se aproxima con intensidad creciente –por mediación de la relectura de su libertarianismo naturalista, waldeniano, ascético e indiscutiblemente conservador en clave hippie– al de un Ur–hippie y proto-ecologista. Asimismo, en una operación de concordatio que sin duda alguna hubiese obtenido la aprobación exegética de los padres de la Iglesia, su oposición y su indiferencia son interpretadas como parte de una táctica y un designio: no alienar a sus aliados tradicionales –los pioneros y los inversores– al tiempo que se simpatizaba secretamente y desde siempre con el ethos libertario y anticonvencional de esta ‘juventud maravillosa’, legítimos herederos y continuadores de un espíritu que estuvo presente ab initio pero que solo entonces se habría finalmente manifestado.
Algunos indicios de la preexistencia de esos recursos podemos encontrarlos en el texto de Saccomanno, en el cual su hija Rosemarie –quien, como ya hemos visto, caracterizara en términos menos que elogiosos la ruptura representada por la llegada de esa ‘horda’– argumenta: “mi padre fue un hippie (…) El primer hippie que llegó aquí. Y a su manera era medio socialista” (Saccomanno, 1994: 138). En la misma vena, una de nuestras informantes que tuvo un papel protagónico en la eflorescencia cultural de fines de los 60 hizo hincapié sobre el carácter anticonvencional de Don Carlos, y hasta llegó a presentarlo como un precursor del amor libre:
Carlos Gesell fue el primer transgresor. Ubicate en la época y pensalo: ¡dejar a su mujer y venir acá con su amante a hacer el amor en los médanos![29] ¡Eso es transgresión! (Estrella, 68 años, artista).
A su vez, estos movimientos de aproximación, cada vez más audaces, encontrarán su complemento en una convergencia correlativa –y en principio igualmente inverosímil– entre “hippies” y “pioneros”. Allí donde la locura atribuida a Don Carlos por sus contemporáneos pudo ser movilizada, como señalábamos en los párrafos precedentes, como puente retórico para postular su afinidad con el espíritu de delirio y bacanal de los 60 –en principio incompatible con su severo ethos protestante–, una operación similar basada en una serie de deslizamientos en torno del sentido del lexema ‘pionero’ permitirá enhebrar sin solución de continuidad el ‘momento hippie’ en la historia consagrada de la Villa (Noel, 2016b). De esta manera, si al momento de la escritura y publicación de las obras que inauguraron y cimentaron el canon de las ‘historias de pioneros’ el término en sentido propio se reservaba para aquellos que acompañaron a Don Carlos en su gesta civilizatoria –y secundum quid en forma transitiva y hereditaria para sus descendientes directos–, comienza a movilizarse con fuerza en estos nuevos repertorios un segundo sentido igualmente posible –y de hecho ya presente y en circulación en la ciudad desde al menos hacía una década– que extiende el mote de “pionero” a los “primeros” o “predecesores” en alguna actividad o profesión, incluso cuando su llegada hubiese tenido lugar en fecha relativamente tardía:[30] el primer maestro, el primer médico, el primer fotógrafo, el primer bañero.[31]
Sobre esta base, la creciente insistencia pública a nivel local respecto del rol central de Villa Gesell en la génesis del rock nacional hace posible una sugestiva y nuevamente efectiva operación de asimilación retórica. Allí donde antes los ocasionales “hippies” de temporada se oponían a la presencia sostenida de los “pioneros” residentes en la ciudad, los primeros devienen ahora “pioneros del rock nacional”, y en tanto tales parte integral y legítima de un colectivo ampliado de pioneros en el cual las virtudes originales de la ética protestante son desplazadas por elementos comunes entre ambos conjuntos, otrora disjuntos: la rebeldía, el inconformismo, el anticonvencionalismo, la inclinación a correr riesgos, la fidelidad a los ideales. La rapidez y la eficacia con las cuales se consolida esta continuidad quedan puestos de manifiesto por el aire matter of course con el que una serie de textos publicados en la última década y escritos por miembros de una generación nacida mucho después de esos ‘años locos’ incorporan a sus protagonistas en un lugar central y en una coexistencia pacífica con los “pioneros” y sus historias.[32]
Mas sin duda alguna, la constatación definitiva del éxito y el alcance de la asimilación pacífica y continuista de ese momento originalmente revulsivo a la historia consagrada de la ciudad habría de tener lugar entre fines de 2011 y comienzos de 2012, donde en el marco de los festejos por el 80º Aniversario de la Fundación de la Ciudad –conmemorado el 13 de diciembre de 2011– se llevó a cabo en el Museo y Archivo Municipal la muestra “El paraíso de la juventud. Los años sesenta y setenta en Villa Gesell”,[33] que habría de extenderse a lo largo de toda la temporada de verano –más específicamente entre el 19 de diciembre de 2011 y el 20 de marzo de 2012– y fue montada con el apoyo de la cooperativa de telefonía, el canal de televisión local, varios comercios emblemáticos y la Fundación OSDE,[34] con ayuda de la cual se produjo un cuidado catálogo a cargo del Lic. Carlos Manuel Rodríguez, por entonces responsable del Museo y Archivo y a quen ya hemos visto prologar los libros de Oviedo y Palavecino y García (Rodríguez, 2011).[35] La muestra contó con fotografías y postales, tapas de discos, recortes de publicidades y textos periodísticos extraídos de publicaciones emblemáticas de la prensa metropolitana, cartelería y prendas de vestir, en salas presididas por placas con citas tanto del catálogo como del libro de Oviedo –y en particular del prólogo de Rodríguez– aunque sin acreditar la referencia. Asimismo, en este marco se llevaron a cabo charlas y conferencias, tales como “Los boliches de la Villa” –mesa redonda presidida por el mismo Oviedo, y de la cual participaron Carlos Barocela, el poeta y cantautor emblemático de la Villa, Mario Tegli, pianista del legendario Jazz Club La Mouche Verte y su esposa, la entonces habitué Eva Sarka–, “Villa Gesell y los orígenes del rock nacional”, a cargo del reconocido periodista e historiador del rock nacional Marcelo Gobello, y “Reflexiones sobre Villa Gesell, paraíso de la juventud”, a cargo del propio Rodríguez, así como proyecciones de los ya mencionados films de Kuhn, Los inconstantes y Los jóvenes viejos, prolongados en sendas instancias de debate.
La ambiciosa propuesta encarada por el Museo y Archivo local –ciertamente uno de los emprendimientos de mayor envergadura en sus casi dos décadas de historia– encontró un éxito resonante, no solo entre los visitantes de temporada que constituían su público-objetivo, sino entre una audiencia local tan masiva como inesperada. Durante varios meses –y tanto antes como después de su despliegue efectivo– la muestra capturó con intensidad la imaginación de los residentes de la ciudad, que se mostraban atravesados por un súbito fervor contracultural que eclipsaba incluso el de su supuesto marco más amplio: los 80 años de su fundación. Así, no solo los medios gráficos y audiovisuales aparecían súbitamente invadidos por entrevistas, evocaciones y columnas de protagonistas o analistas de esa década devenida súbitamente emblemática de la esencia de la ciudad, sino que nuestros informantes se explayaban a la menor excusa –o incluso sin necesidad de una– con un entusiasmo no exento de lirismo sobre los méritos de esa recobrada edad de oro, movilizando con soltura y eficacia los mismos tropos consagrados por los textos y dispositivos que acabamos de reseñar, ausentes de su discurso unos pocos años antes. Sirvan de ejemplo las siguientes intervenciones, elicitadas entre octubre de 2011 y julio de 2012 en el marco de nuestro pedido de una caracterización global de la ciudad y su historia:
Es así. Gesell fue una ciudad hippie siempre, fue siempre la ciudad de los jóvenes. Gesell es hippie. ¡Gesell es hippie! (…) Gesell no es Pinamar, no es Cariló, ¿entendés?, Gesell tiene otra onda. Vos de entrada, en Capital, por ejemplo, para ir al cine, necesitás vestirte mejor. Acá, vas en jogging, zapatillas, y todo el mundo va así… es todo mucho más informal… qué se yo, es más cómodo (Franco, 39 años, diseñador).
… primero, a mediados de los 60, lo que sucedió a nivel mundial, [es] que surgió el hippismo y a nivel nacional… (…). Yo tengo esta teoría, que estos jóvenes no eligieron… no fue casualidad que hayan elegido este lugar y no Pinamar. Ellos se sentían muy cómodos en este lugar, se sentían libres, y en el imaginario de Buenos Aires estaba que Villa Gesell es el lugar para que ellos pudieran sentir (…) nosotros somos un poco esos hippies (Lorena, 27 años, empleada municipal).
… yo creo que nosotros somos un poco de todo, de todo lo que de los que vinieron, nosotros somos un poco de esos pioneros, de esos italianos, de esos españoles, de estos hippies –no es casualidad que haya una Feria de Artesanos, de las más grandes que hay [en el país, o] que cada uno en su casa, en la familia se dedique a una actividad. En la Casa de Cultura, hay creo que 120 especialidades, uno puede estudiar saxo, tallado en madera… gratis, y eso alimenta un montón de herencias que somos hoy lo que somos… [o la informalidad], porque nosotros somos muy informales, nos vestimos [informal] (Florencia, 31 años, empleada de comercio).
Creemos que estos fragmentos de entrevista –que podríamos multiplicar sin mayor esfuerzo– muestran con suficiencia hasta qué punto la asimilación pacífica de varios de los recursos identitarios y morales pertenecientes al repertorio del hippismo se encuentra consumada para el momento en que ese dispositivo denominado “El paraíso de la juventud” los despliega en la institución que reclama para sí quizás no el monopolio pero sí la preeminencia en la representación legítima y autorizada de la ciudad y su identidad. La consagración resulta posible y la operación verosímil, porque luego de dos décadas de políticas municipales, de inscripción literaria, y de una población engrosada por migraciones procedentes del área metropolitana que importan y movilizan las representaciones canónicas sobre la Villa construidas desde Buenos Aires, los hilos contrapuestos de dos narrativas otrora incompatibles –la endógena de Don Carlos, de los pioneros y de la ética protestante, la exógena de esa ‘horda dorada’ que durante, tres, cinco, diez temporadas invadió las playas geselinas con su estética exuberante y su hedonismo impertinente– forman ahora parte de una misma historia ampliada, la historia de una Villa “mágica” y singular, en la cual el designio –“locura” y “delirio”– de un visionario libertario, anticonvencional y ecologista avant la lettre, incomprendido por sus contemporáneos –e incluso por los más cercanos– fue fecundado por una juventud maravillosa imbuida de ideales semejantes a los suyos y que encontró en el paisaje “natural” engendrado por su genio el campo de cultivo de uno de los más maravillosos experimentos culturales, artísticos y existenciales de la historia. Esta edad de oro no solo inscribió en la ciudad una serie de virtudes singulares, que la distinguen de otras localidades vecinas o pretendidamente similares y le dan su tonus característico –su informalidad, su libertad, su anticonvencionalismo, la abundancia de su producción artística y literaria, la “cultura” de sus habitantes– sino que legó por añadidura a la Argentina toda su más característico, influyente y duradero movimiento estético, poético y musical: el rock nacional.
Los fenicios y su factoría turística
La emergencia, circulación y consolidación progresiva de este nueva síntesis de recursos morales e identitarios –la cual implica como hemos visto una suerte de concordatio entre la reelaboración de varios de los recursos presentes en las ‘historias de pioneros’ y la incorporación de los elementos centrales de la leyenda dorada y metropolitana de los swinging sixties– encontrará una reverberación adicional y en principio adventicia en una serie de armónicos que, presentes a modo de contrapunto en argumentos como los recogidos en el texto fundamental de Oviedo que acabamos de reseñar, se abrirán paso a través de una serie de reelaboraciones y movilizaciones sucesivas que conocerán amplia vigencia a lo largo de la década siguiente. Como veremos en breve, este repertorio será esgrimido ante todo en el marco de una serie de operaciones ofensivas y defensivas de impugnación y crítica, y su núcleo central está ocupado por una serie de recursos que serán movilizados en el marco de una condena moral al lucro, el materialismo, la codicia y el economicismo cortoplacista y predatorio que caracterizaría a determinados comerciantes y emprendedores turísticos e inmobiliarios que ocupan (o incluso monopolizan) lugares de privilegio en la estructura económica de la ciudad, y en el extremo al propio impulso original que diera origen a la ciudad de Villa Gesell y a sus homólogas de la costa atlántica bonaerense.
Aun cuando sea cierto, como en el caso precedente, que la emergencia y circulación de muchos de los recursos de este repertorio pueden remontarse a décadas pasadas, su consolidación y articulación creciente confluirá de manera análoga con un conjunto de condiciones objetivas que le darán un ímpetu y una verosimilitud crecientes –no solo en sus formas más moderadas, sino incluso en sus modalidades más radicalizadas– a medida que se aproxime el cambio de siglo. Nos referimos particularmente a la vigencia cada vez mayor que habrá de encontrar entre amplios sectores de las clases medias movilizadas en los años inmediatamente posteriores a la ya mencionada ‘Crisis de 2001’ (Svampa, 2002; Visacovsky, 2009; Pereyra, Vommaro y Pérez, 2013) la crítica virulenta y las afectadas retractaciones en torno del “neoliberalismo salvaje” y del “consumismo desenfrenado” hegemónicos durante la década precedente. Esta inflexión será acompañada por una nueva rutina retórica, en el marco de un paisaje intelectual en el que las referencias a críticos anticapitalistas de amplia resonancia mediática como Naomi Klein, John Holloway, Toni Negri y Michael Hardt o el subcomandante Marcos reemplazan la precedente popularidad de Francis Fukuyama, Guy Sorman o el Manual del perfecto idiota latinoamericano. Al mismo tiempo, este repertorio crítico representará por vez primera la consagración –a veces en escorzo, a veces con prolijo detalle– de una serie de recursos que configuran la percepción pública de muchas de las transformaciones sociales que recogiéramos en las secciones precedentes de este capítulo y que configuraron ese escenario de polarización creciente que hemos reconstruido y al que, como ya hemos visto, los geselinos se refieren con frecuencia bajo el sintagma de “las dos ciudades” o “las dos Villas”
Más allá de que, como veremos en breve, los recursos de este nuevo repertorio circulen en forma más o menos dispersa entre amplios sectores de la población local, encontramos una vez más su articulación más explícita, su sistematización más completa y su defensa más elocuente en dos textos sucesivos del ya mencionado Juan Oviedo: No todo lo que reluce es oro (primera y segunda parte) (Oviedo, 2006 y 2007) y Balneario rico, pueblo pobre (Oviedo, 2009), en los cuales el autor despliega, reelabora y amplía las imputaciones iniciales que lo hemos visto introducir en El alma perdida… acerca del papel deletéreo que el materialismo cortoplacista, la especulación inmobiliaria y la voracidad económica habrían tenido en la disolución del ethos singular y virtuoso suscitado por ese momento mágico de finales de los 60 y comienzos de los 70 en el que Villa Gesell se transfiguró en “La Villa”. En este empeño y a lo largo de estos dos textos más recientes Oviedo desafiará, desmitificará e impugnará con vehemencia creciente la visión romántica, fáustica y épica de la historia de la ciudad que reconstruyéramos en el capítulo precedente, procurando desacralizar estos relatos mediante la apelación a una serie de motivaciones menos heroicas y más mezquinas para sus protagonistas, que subrayan su putativo y prosaico carácter comercial, especulativo, egoísta e interesado y –en el límite– pernicioso para el desarrollo pasado y sobre todo futuro de la ciudad.
No todo lo que reluce es oro…, subtitulado Reflexiones sobre el pasado, el presente y el futuro de algunos balnearios de la costa atlántica argentina y publicado en dos partes en 2006 y 2007, es presentada por su autor como una obra exploratoria que busca plantear a título interrogativo y en clave comparada algunos de los principales desafíos a los que se enfrentarían las localidades balnearias de la costa atlántica bonaerense en relación con su desarrollo integral, y en particular los putativos límites de la estrategia balnearia para su crecimiento sostenido. En este proceso, Oviedo nos enfrenta por vez primera en letras de molde con la ya mencionada oposición entre “balneario” y “pueblo”, que es inscripta en términos de la estacionalidad constitutiva configurada por la actividad turística (Oviedo, 2006: 11-12).
Si bien la primera parte de la obra es principalmente descriptiva –concentrándose particularmente en un análisis comparativo de los desarrollos de Pinamar y Villa Gesell (y en menor medida de otras localidades de la costa atlántica bonaerense) que recoge los principales contrastes que entre una y otra ciudad suelen establecer los residentes de esta última[36]–, la segunda parte asume desde el comienzo un tono más explícitamente crítico, y su argumento se abre con una caracterización de los procesos de devenir histórico de estas ciudades que es calificado como “crecimiento sin desarrollo” (Oviedo, 2007: 12 ss.). Las razones detrás de este diagnóstico implican la percepción por parte del autor de que cualquier posibilidad original de desarrollo de estas localidades habría sido paralizada en forma temprana por
… el hecho de tener en cuenta una sola visión de las fuerzas productivas (…): la concepción del crecimiento como un hecho basado en el progreso del vigor comercial. Y tal manera de pensar el progreso induciría a una visión unidimensional, la de entender a estos lugares solo desde la mera condición de lucro, visión cautivadora de las sociedades locales, por la cual estas nacerán y crecerán satelizadas bajo tal concepción.
Así, la sociedad en su generalidad creció en función de la estructura comercial al servicio del balneario. Desde esta unidimensionalidad se potenciaron las fuerzas a favor de tal concepción. Esto fue la negación del desarrollo. Tal instancia de crecimiento paradójicamente posicionó cierta parálisis del mismo (Oviedo, 2007: 13, subrayados del autor).
Así, según Oviedo, estas ciudades están marcadas desde su concepción misma por el pecado original de “la renta y la búsqueda de la riqueza (…) expresión de una preconcebida concepción, la comercial” (Oviedo, 2007: 17), que las hicieron surgir primero y crecer después de manera inorgánica y desordenada “a partir del fenómeno de la renta y de la venta (…) bajo (…) condiciones tales como los loteos, las ventas de terrenos y la correspondiente edificación” de manera tal que “su impulso supremo (…) tuvo un a priori determinado por un mercado inmobiliario” (Oviedo, 2007: 19-20). Aun así, el autor se encarga de aclarar que en los comienzos de este proceso el primum movens del lucro no fue necesariamente perjudicial, en la medida en que el crecimiento original del “balneario” subsidió al de la “ciudad”. Sin embargo, a partir de cierto momento este círculo virtuoso se habría roto, produciéndose una discontinuidad, un desequilibrio, que habría tenido como consecuencia que esa ciudad, otrora subsidiaria del balneario, “lo desborde”, con lo cual el modelo de crecimiento turístico pierde sustentación y comienza a entrar en pérdida (Oviedo, 2007: 12-13). Como consecuencia, el autor concluye que aunque resulta claro que el turismo como generador de desarrollo hace tiempo que ha encontrado su límite (Oviedo, 2007: 72), las ciudades balnearias de la costa atlántica bonaerense parecen no haberse percatado de ello, obcecadas por un atavismo ciego y suicida que bloquea la búsqueda de potenciales alternativas.
La preocupación terapéutica y el tono reflexivo y mayéutico que caracterizan a Todo lo que reluce… serán reemplazados en su sucesor –Balneario rico, pueblo pobre. Una mirada crítica a los centros turísticos de la costa bonaerense– por una precisión diagnóstica y una sorda indignación moral, que transforma en certezas muchos de los interrogantes del libro precedente, y a cuyo furor crítico no se sustraen ni siquiera las obras anteriores del propio autor. Como puede advertirse, Balneario rico, pueblo pobre consagra y cristaliza desde su título mismo la oposición polar entre “las dos Villas”, oposición que será reconstruida con prolijidad levistraussiana al interior del texto mediante una serie de oposiciones al menos parcialmente homólogas que incluyen de modo eminente las de “balneario/pueblo, verano/invierno, turista/residente, calle peatonal/barrio periférico, servicios/ausencia de servicios, edificios/villas” (Oviedo, 2009: 12).
Más importante aún, el eje central del argumento del libro presenta la preocupación original del precedente acerca de la omnipresencia pasada y presente de un “sentido de la renta” y de “la ganancia” que “al terminar por imponerse, se constituye a posteriori en una barrera para el desarrollo social de la población costera” (Oviedo, 2009: 33), pero desplegándolo ahora en el formato de una denuncia caracterizada en la clave de una cierta vulgata marxista. Así, Oviedo afirma que la visión vernácula presentada por las múltiples ‘historias de pioneros’ que procuran reconstruir los orígenes de las diversas localidades balnearias (y entre las cuales la de Villa Gesell, que el mismo autor reconstruyera en su obra anterior, no es más que un caso particular) (Oviedo, 2009: 13), no es más que la máscara mitológica de una falsa conciencia que busca –y peor aún: consigue– encubrir una realidad subterránea más fundamental y menos halagadora: el hecho de que los balnearios surgieron con un fin estricto de lucro, “de un pragmatismo económico basado en servicios y pequeños negocios que son el eje económico del lugar” (Oviedo, 2009: 15), y que generan “un tipo de sociedad precarizada” (Oviedo, 2009: 33). Tales ‘mitos de origen’, continúa Oviedo, proponen y postulan una solidaridad ficticia, inverosímil y a fortiori estructuralmente imposible entre los emprendedores-fundadores-capitalistas –a la que se suman luego los turistas-burgueses– y su mano de obra proletaria, mistificación que encubre con un manto de pretendida armonía las auténticas relaciones socioeconómicas de explotación y dominación que entre ellos se establecen y que configuran la infraestructura del negocio turístico (Oviedo, 2009: 16-17). A su vez, en la medida en que esta falsa conciencia mitológica permanece vigente a partir de su consolidación hegemónica ulterior en los cánones locales, su despliegue permite justificar, legitimar y prolongar una situación de explotación perenne, en la cual una serie de patrones-propietarios viven, prosperan y disfrutan de la ciudad y sus beneficios a expensas de las grandes masas de trabajadores proletarizados, precarizados y no calificados exigidos por la actividad turística –producto por su parte de un alienante y alienado ocio burgués (Sebreli, 1970)– y cuya prolongación en el tiempo impide, como hemos visto ya en el libro precedente, cualquier desarrollo genuino a futuro.
Además, si en el libro anterior (Oviedo, 2006) el propio Carlos Gesell –aun cuando sometido a una primera operación de desmitificación en clave euhemerista– era todavía presentado como una figura cuya concepción y cuyo designio otorgaron cierta singularidad y ciertas ventajas comparativas a Villa Gesell respecto de sus localidades vecinas, en esta ocasión le caben las generales de la ley –incluso de manera eminente– y las referencias a su persona o a sus textos buscan mostrarlo simplemente como un mezquino especulador inmobiliario, una suerte de pequeño tendero con sueños de vuelo bajo, al punto que Oviedo se refiere a él simplemente como “el empresario Carlos Gesell” (Oviedo, 2009: 62) en un furor iconoclasta que como puede imaginarse no habrá de encontrar demasiado eco –ni mucho menos simpatía– entre la población local.
Al mismo tiempo, el texto afirma que estas narrativas románticas proveerían a su vez una de las principales coartadas de los emprendedores turísticos y sus aliados políticos, coartada que representaría una suerte de versión local de la ‘teoría del derrame’:[37] la de que el crecimiento turístico sería la base del ulterior desarrollo de estas ciudades, lo cual no sería en el fondo más que una forma de proteger los intereses de clase de los principales propietarios y comerciantes de la ciudad, y el sometimiento de los proletarios que constituyen la mano de obra estacional de aquellos:
Las bases de otro tipo de discurso funcional, tal como es el manejado por las voces triunfalistas de comerciantes y funcionarios sobre las bondades económicas y propulsoras del desarrollo que el turismo representa. Las mismas pertenecen al tono interesado en mantener el monopolio de la clase a la que ellos sirven o pertenecen, cuando de hecho el balneario, por ese turismo, es un espacio trazado por una situación endémica: la estacionalidad.
Veamos algunos ejemplos de los efectos de esta estacionalidad: empleos y empleados no cualificados, recesión invernal, mano de obra desocupada, cultura del entretenimiento, escuelas de contención y una mentalidad paralizante que pivota en términos de temporada y que ha naturalizado tal condición. Esta mentalidad oculta al balneario como construcción burguesa, hecho por y para esa clase, por lo tanto nacido como espacio cautivo de apellidos que tomaron posesión de los medios de producción –en este caso servicios– a través de hoteles, restaurantes, supermercados, paradores y balnearios en la playa, accionistas en cooperadoras y responsables de que la sociedad en su conjunto gire satelizada en el único interés vigente que son los intereses del balneario y de los suyos (Oviedo, 2009: 33 ss., subrayados del autor).
Como ya se sabe, continúa el autor, el motor ideológico de este mito sería el concepto de progreso, reducido a una dimensión unidimensional y cuantitativa “en términos de crecimiento urbano –entiéndase edificación horizontal y condiciones para que se alberguen mayor cantidad de turistas–” (Oviedo 2009:78) y desprovisto por tanto de toda racionalidad estratégica. De esta manera, en estas localidades “el crecimiento obedeció a una ley –la del mercado–, a quién rigió e impulsó las acciones con la venta de lotes, más la construcción y venta de lo construido por el cual el estatus de ciudad implicó la mera condición acumulativa de casas, edificios o expansión edilicia de a parches. Ese emparchamiento [sic] no es planificación sino mera construcción sujeta al eje de la renta” (Oviedo, 2009: 82-83). Aun así, el autor se apresura a señalar –reproduciendo casi verbatim la análoga reserva expresada en el texto precedente– que no siempre los efectos de este proceso fueron deletéreos, y que hasta cierto punto en la historia de estas localidades habría sido posible pensar sin contradicción ni disimulo en un crecimiento virtuoso que estimulara el desarrollo, en un mecanismo en el que “el pueblo, al crecer, es dinamizado por la construcción, no hay demasiada población residente [y] el dinero ganado en la temporada permite pasar los siguientes meses hasta el inicio de la nueva temporada” (Oviedo, 2009: 49). Sin embargo, como ya hemos visto, en determinado momento –que el autor sitúa previsiblemente en los 70, al comienzo de la expansión inmobiliaria que como viéramos le costó su alma a la ciudad– ese equilibro se pierde y empiezan a aparecer en consecuencia los fenómenos de pauperización, heterogeneización y desarrollo desigual que configuran el perfil de “las dos ciudades” y su progresiva naturalización ideológica en la conciencia de sus habitantes (Oviedo, 2009: 50).[38]
Asimismo, el turismo –alfa y omega económico e identitario de estas localidades– es caracterizado a lo largo del texto en términos de una actividad depredatoria, no solo porque los putativos beneficios y mejoras relativas al mejoramiento, mantenimiento y expansión de la infraestructura turística no tendrían impacto alguno sobre la inmensa mayoría de los residentes del “pueblo” (Oviedo, 2009: 89) sino porque la visión que busca hacer de la actividad turística la base de un potencial modelo de desarrollo encubre una serie de consecuencias deletéreas e inherentes a la propia naturaleza alienante de esa actividad. La crítica guenoniana de Oviedo coloca como raíz de esta múltiple alienación a la ya mencionada concepción unidimensional “del éxito como cantidad a la que tuvieron que subordinarse todos, a las estadísticas, a lo mensurable” a partir de la cual “se incorporó sin crítica alguna ese principio utilitario, tal como sucede en la promoción del destino turístico, aunque la misma sea alienante para el lugar” (Oviedo, 2009: 136). A esto cabe agregar la alienación adicional producida por un proceso de escenificación falaz y artificioso que implica un ocultamiento selectivo de la población y de la trama urbana, la ya mencionada generación de empleo precarizado y poco calificado, el carácter improvisado y cortoplacista de una parte notoria de los emprendimientos comerciales y económicos de temporada y el “aturdimiento” persistente que esta actividad genera en muchos de sus habitantes de tiempo completo (Oviedo, 2009: 136).
Ahora bien, como ya tuviéramos ocasión de señalar, este argumento que Juan Oviedo despliega en forma extensiva y en su versión más radicalizada en las dos obras que acabamos de reseñar –y de manera eminente en la segunda– está lejos de representar una posición idiosincrásica del autor –por más que la singularidad sí se aplique a su marco retórico y a su inspiración teórico-moral. Más bien al contrario: recoge de manera particularmente sistemática una serie de recursos que, como hemos visto, aun cuando hunden sus raíces en las últimas décadas de la historia de la ciudad, han conocido particular vigencia en la Villa Gesell del cambio de siglo.
Algunas veces, estos recursos aparecen movilizados por nuestros informantes en el marco de una caracterización descriptiva en la que solo de manera muy elíptica puede reconocerse una cierta clase de crítica moral:
… esta es una comunidad muy diferente, porque es una comunidad comercial, una comunidad que ha tenido otro origen (…) nosotros con [mis amigas] siempre comentamos que Gesell es [por un lado] muy joven, y por otro una comunidad un poco fenicia… y digo “fenicia” [en el sentido histórico de la palabra, ¿no?] navegantes, comerciantes, que iban y venían, que lo que querían era una factoría, e iban y venían [y] hasta ahí nomás (…) me parece que es una comunidad [a la] que le falta raíces… y eso no solo tiene que ver con poco o mucho tiempo de creación, sino también con una identidad y una característica propia, en la que cuesta producir arraigo (Martha, 51 años, docente de escuela media).
Sin embargo, no es infrecuente que aparezcan explícitamente enunciados en el marco de esa oposición crítica que ya encontráramos en El Alma Pérdida de Gesell. Así nos lo presenta Guillermo, un contemporáneo de Oviedo:
[A ver] siempre hubo dos villas, también en la historia: la de los fenicios y la de los soñadores. Yo una vez hice una nota, en un semanario que tuve… “Fenicio” era [el título de] la nota. Como decíamos [recién] estos tipos vinieron a… muchos vinieron a escaparse, [pero] muchos vinieron a hacer guita y no les importaba demasiado [dónde y cómo: vinieron como podrían haber ido a cualquier lado]. ¡[Así son] los fenicios! Vos rascás y el fenicio, en el fondo dice “Vamos a hacer negocios”. No hay otra alternativa entonces… y la de los soñadores, y ya la [Villa] de los soñadores se ha ido terminando o han ido entendiendo que la felicidad pasa por ser fenicio y no por ser soñador. No tiene nada que ver esa Villa [con la de antes], porque la Villa no… los lugares no son entornos ni contornos sino gente, si la gente acá no pisa más no importa si vos tenés bosque, tenés mar o tenés dunas inmensas… entonces al modificarse [las circunstancias]… por ahí los pibes de estos chicos [ie. los soñadores] son diferentes, se meten en otro engranaje [más fenicio] (Guillermo, 61 años, periodista).
A su vez, muchos de nuestros informantes nos señalaron un desmejoramiento de la situación social y económica que habría sido suscitado por la llegada de la autonomía –y en particular con el advenimiento de la primavera democrática a partir de la cual las autoridades municipales son electas mediante el sufragio popular– en la medida en que esa coyuntura habría permitido a “los fenicios” consolidar de modo definitivo y conservar en lo sucesivo el control político de la ciudad. A partir de ese momento, lo ejercerán de manera exclusiva para la defensa de sus propios intereses mezquinos y en correlativo detrimento del bien común que debería constituir el objetivo de toda política rectamente entendida:
Los políticos de verdad estaban en Madariaga; los viejos radicales… conservadores… acá eran todos comerciantes [ninguno era político de verdad], hay concejales de acá que se han hecho la peatonal para favorecer a algunos correligionarios [suyos]… esa peatonal cortita que tenés en 107… para llevarle calle y vereda [hasta la puerta del local] (…) los radicales son comerciantes, pero comerciantes en serio: si vos ves todo emprendimiento grande hay un radical atrás (Ramiro, 73 años, artesano).
Fernando, un habitante de larga data de la ciudad, amplía esta caracterización de Ramiro, narrando la transición hacia la autonomía y la sucesión entre las dos primeras administraciones municipales –que tuvieron lugar, como ya señaláramos, en el marco del gobierno de facto de la dictadura cívico-militar– como una puja en la cual los poderes fácticos disputan –y finalmente consiguen– el control del poder político:
[Lo que hay que tener en cuenta es que antes de la Autonomía] acá había mucha inorganicidad [sic], [la Intendencia de] Madariaga nunca se dio cuenta de lo que tenía, de que acá había un potencial de la puta madre: eran tipos que hacían trigo, vaca y maíz, eso era todo de lo que sabían y esto no les importaba un carajo. Había [un delegado] (…) [la Municipalidad lo había puesto] como delegado de Turismo, que no sé qué carajo hacía, no hacía nada, pero en el poder concreto lo manejaba lo que es la UCI ahora, que antes era la agrupación donde estaban todos los tipos pesados, [y] manejaban esto como se les cantaban las bolas, [tenían un] poder absoluto para hacer negocios, de todo.
[Y como me contó después un muchacho amigo] cuando los milicos lo ponen al Pidal, que era cana… era comisario… Pidal llamó a este muchacho, que me contó esta historia, lo llama, los atiende [a los representantes de la Agrupación de Comerciantes] y estaban contentos, porque este les dice “Ustedes son el poder acá”. [Pero Pidal lo interrumpe y les dice:] “No. La idea es corregir [eso]. El poder ahora es este”, dijo Pidal, tiró el fierro[39] sobre la mesa –eso que te cuentan como una anécdota fue real acá–, “acá se acabó, acá ahora mando yo, así que listo, olvídense”. Lo empezó a manejar él (…) Hay un gran debate acá entre el Pidal funcionario que cumplió pautas [y las hizo cumplir] y el Pidal como representante de la dictadura, pero acá fue útil Pidal porque puso orden y le dio [forma] a esto… si no hubiera sido un quilombo. Porque estos tipos de acá manejaban el poder de forma discrecional. [Por eso] si vos hablás con los viejos te van a decir que muchos lo querían y bueno, [también] después por eso le tenían mucho odio, por eso acá –yo tampoco quiero decir los nombres pero están todos vivos, salvo uno– cuando Pidal queda viudo, se juntó con una mujer acá no sé si se casó o no, pero murió de cáncer, Pidal. Y estos representantes de la Cámara de Comercio de ese momento y algunos empresarios de medios de comunicación de hoy, descorcharon botellas y brindaron por la muerte de Pidal.
Después este grupo [de Comerciantes] se consolidó. Cuando muere Pidal el contacto político hace que lo sucediera Federico Schmidt, Freddy Schmidt –que tenía un corralón acá… la Casa Madre está por el norte, por ahí [vive] uno de los viejos– pero ahí se consolida todo este poder, porque (…) cuando viene Freddy Schmidt se consolida otra vez el modelo de control comercial y el crecimiento desmedido de cuestiones [especulativas], porque ahí aprovechan para hacer mucha especulación inmobiliaria. Ahí (…) logran (…) modificar en La Plata [la zonificación] y logran hacer una traza de lo que fue la Costanera. Entonces ahí se abren un montón de especulaciones [inmobiliarias]. Y con ese poder que tenían aprovecharon para apretar al viejo Gesell. Ahí crecieron desmesuradamente en la cuestión económica porque tenían las dos cuestiones, tenían el poder económico [y] el poder para manejar cuestiones que tenían que ver con la sucesión [del viejo]. Hicieron lo que quisieron, porque había cierto descontrol administrativo. Pero todos los papeles de lo que era catastro, el registro de quién tenía qué cosa, tenían todos los datos, e hicieron lo que quisieron. Tenían todo a su disposición. Así que si había terrenos que no pagaban impuestos, ellos [los apretaban] o pagaban los impuestos [y los adquirían por usucapión], hicieron moratorias [para los amigos], fue un descontrol. [La gestión] de Freddy Schmidt fue la consolidación de eso (Fernando, 73 años, jubilado).
Hasta aquí hemos visto estas imputaciones morales funcionar en el marco de una serie de oposiciones tajantes, implícitas o explícitas. Sin embargo, algunos de nuestros interlocutores introdujeron una serie de distinciones al interior del propio colectivo de comerciantes que las versiones más radicales de esta crítica calificaran de modo indiferenciado como “fenicios”, y que las explican en términos de la sucesión de diversas generaciones de “empresarios”, con filosofías alternativas.
… tenés [dos clases de] personas, [la gente como] Hugo por su lado a las que yo los llamo… emprendedores… tratando de desarrollar, de crecer [y por el otro] tenés comerciantes de otra clase. Hace muy poquitos días, por ejemplo, [estaba con] un empresario de acá, una persona que está en la gastronomía, que vino hará… 15 años –una persona importante– y salió el tema, estábamos comiendo en un cumpleaños. Había 3 o 4 empresarios de estas características, que vinieron en los últimos 20 años. Les fue muy bien porque ya vinieron empresarios. Su afán era empresarial. El nuestro tal vez es familiar. Y entonces, dice él: “Che, ¿cómo puede ser que Uds. son viejos geselinos y no hayan hecho fortuna?”. El viejo geselino, el pionero, vive bien, muy bien, pero no hay muchos que tengan fortuna, salvo que hayan tenido el apoyo de sus padres. Excepcionalmente. Y saltó uno de los [interpelados] diciendo “¿Vos viniste a disfrutar? Nosotros estábamos perdiendo el tiempo haciendo este pueblo grande para que vos vinieras a disfrutar”. Y tal vez, no tan violentamente, pero tal vez pasó. Cuando murió el viejo Padula… el viejo Padula, el que te nombré recién, trabajó tanto para la Villa, que no tuvo tiempo de ganar plata. Y murió pobre. Un tipo que estuvo 50 años trabajando para este pueblo, más que para él. La cantidad de obras que tiene Hugo, las comisiones que tiene… eso me refiero. Pero no por un afán de acumular, sino de participar y de ser [útil] y una pasión por su pueblo, por su gente. Fantástico. No es tan fácil. Te tiene que satisfacer un poquito (…) Villa Gesell ofreció tanto, tanto, pero costó mucho esfuerzo para hacer todas esas cosas. Yo lo digo por lo que viví. O porque yo he visto trabajar a mi gente, a mis padres… (Ángel, 77 años, gasista jubilado).
Sobre esta base no tiene mayor sentido confundir –afirma Ángel– a quienes han prosperado sobre la base del compromiso, el trabajo duro y sostenido y el amor por el lugar que habitan con quienes conciben el mundo meramente en términos de oportunidades de negocios, ganancia y disfrute: solo a estos –en general “empresarios” que han llegado a una ciudad construida por sus predecesores más virtuosos para “hacer negocios”– les cabría en sentido propio la etiqueta de “fenicios”. Resulta significativo en este sentido el hecho de que sobre la base de una distinción de esta clase, algunos comerciantes y emprendedores que confiesan sin embozo haber venido a la ciudad a hacer fortuna, y a quienes por tanto muchos de sus coterráneos no dudarían en incluir de modo eminente en esa caracterización de “fenicios”, sean quienes nos han ofrecido las formas más radicalizadas de esta crítica –al menos fuera de sus ya mencionadas encarnaciones literarias. Este es el caso de Francisco, un comerciante sumamente exitoso radicado hace más de cuatro décadas en la Villa:
… esto no te lo va a decir nadie. Vos en la sociedad geselina podes encontrar tres clases de personas: por un lado tenés a los que estamos desde siempre, como yo, que estoy hace 40 años. Luego están los que llegaron ahora… hace siete, ocho años, que están detrás del Boulevard. Y luego están los comerciantes, que vienen a hacer negocio, a poner un comercio y a hacerse ricos. Y mira lo que te digo: aun cuando sean los villeros quienes trajeron la inseguridad, el delito, lo que vos quieras, yo te digo que los comerciantes son peores aún que los villeros, porque estos al menos tienen algún [tipo de] arraigo. Los comerciantes no… todo el tiempo ellos te están diciendo: “yo soy geselino, yo estoy enamorado de Gesell”… ¡y yo hace cuarenta años que estoy y no estoy enamorado de Gesell! Así que te mienten, no lo sienten aquello que te dicen, que no jodan, vienen a hacer guita como sea, si es rápido, fácil y cagando gente mejor… y la ciudad y lo que le pase les chupa un huevo (Francisco, 74 años, comerciante).
Como puede verse a partir de estos ejemplos particularmente ilustrativos, los recursos morales fundados en una impugnación al espíritu de lucro y el materialismo ramplón –encarnación local de una serie de tropos que encuentran su fundamento no solo en la ya mencionada crítica postneoliberal al desenfadado y frívolo materialismo de los 90 sino también en la perenne sospecha moderna hacia el dinero y sus efectos potencialmente disolventes del lazo social (Wilkis, 2013)– se encuentran sumamente presentes en varias de las operaciones críticas que nuestros nativos realizan a ciertas formas de posicionarse en y ante la Villa. No obstante, el principal despliegue de este repertorio y de sus recursos no tendrá lugar en la propia ciudad de Villa Gesell, sino unos cinco kilómetros al sur de su límite meridional, donde a partir de los comienzos del nuevo siglo, una localidad que hasta entonces se reducía a un punto en el mapa –y durante mucho tiempo ni siquiera a eso– registrará un crecimiento explosivo que reproduce en forma ampliada y acelerada el sufrido por la Villa en los tempranos 70, pero ante el cual sus pobladores responderán activamente movilizándose sobre la base de lo que consideran una obligación de evitar la repetición de este precedente funesto. La configuración y el desarrollo de ese proceso constituirán el objeto del siguiente capítulo.
- Varios de nuestros informantes adjudican las razones de la aparición prematura de este loteo así como de la forma geométrica de su trazado –inconsistente con la del resto de la ciudad– a una de las infinitas astucias de la razón atribuidas a Don Carlos, en respuesta a una imposición legal que forzaba una estructura en grilla o cuadrícula incongruente con los proyectos del fundador, que prefería un trazado de calles que respetara la topografía original de dunas y valles (Castellani, 1997). Así, a los fines de satisfacer los requerimientos burocráticos, se argumenta que Don Carlos habría presentado un loteo cuadriculado en una zona que no tenía la menor intención de desarrollar, al menos por el momento.↵
- Adaptado de Masor (1995: 36).↵
- Adaptado de Masor (1995: 36). Las referencias de la leyenda corresponden sucesivamente a los años 1941, 1942, 1947, 1952, 1956, 1961, 1965, 1972 y 1974.↵
- La Av. 3 recibirá en forma temprana el nombre de “Avenida del Libertador General San Martín” –acortada habitualmente a “San Martín”– en virtud de una ordenanza emanada del Municipio de General Madariaga. Esta será refrendada en 2010 por el Concejo Deliberante local con ocasión del Bicentenario de la Revolución de Mayo. ↵
- Aún a principios de la década de los 90, a la altura del Paseo 130 la trama urbana se detenía abruptamente a una o dos cuadras del Boulevard, y los médanos vivos comenzaban apenas unos 200 o 300 metros más hacia el oeste, extendiéndose sin solución de continuidad hasta la Ruta 11.↵
- A esta motivación principal puede agregarse para varios casos notorios el exilio tanto externo como interno de quienes huían de la persecución política de las sucesivas dictaduras del Cono Sur, incluyendo la Argentina (qv. Müller, 2004, 2007; Oviedo, 2004).↵
- Como ya hemos mencionado y como tendremos ocasión de ver en detalle más adelante, esta expectativa de “vivir de la temporada” rara vez resulta satisfecha.↵
- La magnitud y extensión de este proceso de crecimiento de la franja oeste de la ciudad puede verse con claridad en las fotografías aéreas disponibles para la época (para un ejemplo, véase Tauber, 1985).↵
- Se trata de los municipios de Pinamar y de la Costa, los que junto con Villa Gesell se dividen la franja norte del litoral atlántico bonaerense. Una cuarta localidad balnearia, al sur de la provincia –Monte Hermoso, hasta entonces dependiente de Coronel Dorrego– obtendrá también su autonomía junto con los tres precedentes.↵
- Casi un año exacto más tarde, el 6 de junio de 1979, fallece Don Carlos Gesell –seguido pocos meses después por Doña Emilia, su consorte.↵
- Las dos primeras administraciones de la Villa, entre 1978 y 1983, corresponden a dos intendentes designados por el gobierno de facto: el comisario Esteban Pidal, en primer lugar, y Federico Schmidt, que lo sucede luego de su fallecimiento. ↵
- Un análisis reciente de este problema y sus consecuencias, acompañado de una serie de propuestas se recuperaron del sitio del Observatorio de Políticas Públicas de Villa Gesell, en <http://oppgesell.com.ar/> (consultado el 30 de octubre de 2019. Actualmente el link no se encuentra disponible).↵
- Adaptado de Tauber (1998: 36).↵
- Una buena parte de los dueños de los empleadores de temporada estuvo convencida hasta hace muy poco de que estos trabajadores correspondían a “migrantes golondrina” que hacían su aparición en la Costa Atlántica durante los meses de verano para “hacerse la temporada” y después volverse a sus lugares de origen. Aun cuando, como ya mencionáramos, la prominencia de esta clase de migrantes en el empleo estival haya sido crucial y notoria en las primeras décadas de expansión de la actividad turística de la ciudad –al punto que hemos visto que muchos de ellos decidirán en consecuencia establecerse en la ciudad en forma permanente– la evidencia muestra que su peso relativo disminuye respecto del de los residentes locales (excepción hecha de nichos específicos como el de los jóvenes que trabajan como camareros, barmen, tarjeteros u otros trabajos no calificados ligados a la industria del entretenimiento nocturno). ↵
- La Ley de Convertibilidad, que los argentinos suelen denominar “el 1 a 1”, fue sancionada el 27 de marzo de 1991 bajo los auspicios del entonces ministro de Economía del presidente Carlos S. Menem, Domingo Cavallo, en un intento de detener el proceso hiperinflacionario iniciado en 1989. La ley estipulaba una paridad cambiaria fija entre el peso argentino y el dólar estadounidense, para lo cual exigía la existencia de respaldo en reservas para el circulante en pesos. Si bien la convertibilidad consiguió su efecto inmediato y trajo una relativa liquidez a los sectores medios y medio altos, sus efectos en el mediano y largo plazo fueron ruinosos para la economía argentina, y causa inmediata de la ya mencionada “crisis de 2001” (Torrado, 2004; Pereyra, Vommaro y Pérez, 2013). Volveremos sobre esto en los párrafos subsiguientes.↵
- Uno de nuestros informantes, residente en la Villa desde los tempranos 90, describió a Baldo y a su gestión de manera tan sucinta como gráfica: “gobernaba para la [Av.] 3”.↵
- La cuestión de la representación de la ciudad a través de los mapas merecería un capítulo aparte. Los mapas de Villa Gesell, desde sus orígenes mismos, rompen la habitual convención cartográfica de orientarlos con el norte hacia arriba –cosa que sucede con otras localidades balnearias de la zona– colocando el mar abajo (esto es, ‘al frente’) de manera tal que el oeste queda por encima y por ‘detrás’. Interesantemente, esto invierte la concepción original de estas tierras ‘improductivas’ desde el punto de vista de la ganadería y la agricultura pampeanas, que eran llamadas ya desde el siglo XIX los ‘fondos de estancia’ (esto es, el ‘patio trasero’) y que por eso fueron las que los estancieros eligieron ceder cuando la agrimensura estatal de las primeras décadas del siglo XX señaló un excedente fiscal (Noel, 2016a). Resulta sugestivo en este mismo sentido que los primeros mapas de las localidades vecinas de Cariló y Pinamar –localidades vecinas fundadas por estancieros y terratenientes– preservaran esta orientación en sus mapas, que colocan el mar ‘encima’ y ‘atrás’.↵
- Varios de nuestros informantes hicieron referencia a un putativo mapa turístico publicado en la gestión Baldo que “cortaba a la Villa en el Boulevard”, condenando a una suerte de desaparición simbólica a los barrios del oeste. Aun cuando no hayamos conseguido hallar el mapa en los archivos locales, la mención persistente y enfática de su existencia por parte de nuestros informantes –y esto tanto entre los políticamente afines a Baldo como entre quienes le son hostiles– es de por sí reveladora en la medida en que imputa a esta administración la misma visión de la ciudad que hemos reconstruido analíticamente.↵
- Un excelente ejemplo de este tipo de evocaciones puede encontrarse en una nota periodística publicada en 2001 en el matutino de circulación nacional Página/12, y que lleva por título “Hubo un tiempo que fue hermoso” (disponible en <https://bit.ly/36YwUsI>, consultado el 30 de octubre de 2019). Cabe destacar que el título hace referencia al primer verso de “Canción para mi muerte”, de Sui Generis, una de las baladas más emblemáticas del ‘rock nacional’.↵
- Resulta notorio en este sentido que el prólogo del libro –a cargo de Carlos Rodríguez, director por entonces del Museo y Archivo Histórico local– sí incluye el “momento hippie” en la enumeración, así más no sea por vía de implicatura bajo un sintagma que como mostraremos en breve funcionará en los años sucesivos como contraseña de ese momento: el de “Paraíso de la juventud”. ↵
- Más cerca de nosotros, Los incautos. Historia de Villa Gesell y sus alrededores (Ortiz, 2010), un texto cuya lógica de presentación es la de una serie de fragmentos ordenados cronológicamente, condensa el ‘momento hippie’ en un párrafo que enumera una serie de topoi característicos y deslocalizados –“la revolución hippie; el comienzo de la guerra de Vietnam; los Beatles, el LSD, los gobiernos militares; Woodstock; el comienzo de la televisión y la música rock” así como “la bikini” y su impacto en la sociedad– a la vez que lo diagnostica como una crisis de “pubertad” de la ciudad “alimentada por Carlos Gesell durante dos décadas”, fundada en la emulación de “estímulos externos” (Ortiz, 2010: 147). ↵
- La ya señalada oposición entre “la temporada” y “el invierno” es utilizada con frecuencia por los geselinos como sustituto metonímico de la oposición entre “turistas” y “residentes”. La importancia del “primer invierno” pasado íntegramente en la Villa (o incluso de los primeros dos inviernos) es obsesivamente señalado por los residentes permanentes de la ciudad como un rito de paso necesario –aunque claro está que no suficiente– para aspirar a ser considerado un “auténtico geselino”; de allí que los turistas, sin importar su fidelidad ni sus protestas, no puedan aspirar a formar parte de su redil.↵
- Contrariamente a las representaciones que hemos encontrado y recogido en un cierto sentido común porteño y metropolitano, que da por sentada la existencia de una oleada migratoria de hippies y artesanos establecidos en Villa Gesell como consecuencia de la efervescencia contracultural de los 60 y los 70, cabe señalar que son muy pocos los protagonistas de ese momento que efectivamente se radicaron en la Villa, tal como lo señalara uno de nuestros informantes: “yo no conozco ningún hippie que haya perdurado en Villa Gesell con sus costumbres”. Una buena parte de quienes entre sus residentes se identifican con ese momento y sus valores (qv. capítulo V) llegan de hecho sobre el final o incluso pasado este apogeo, atraídos en forma póstuma por sus ecos, o incluso por sus estertores. Aunque no podamos extendernos aquí sobre el particular, cabe señalar que la constatación de este doble desencuentro –los que estuvieron no están, los que están no estuvieron– planteó particulares desafíos a un trabajo de campo hasta entonces fuertemente localizado (Ortner, 1997).↵
- Qv. “Moris vuelve a Gesell y está contento de verdad”, en el matutino porteño Página/12 del 19 de diciembre de 2000 (disponible en <https://bit.ly/2CDALxg>, consultado el 30 de octubre de 2019). La referencia musical del título es, en este caso a “El oso”, tema emblemático del músico en cuestión. ↵
- Acerca de la eficacia retórica del recurso del ‘develamiento’ en la legitimación de una presunta verdad histórica antes silenciada sobre la base de fines dudosos o interesados puede consultarse Semán, Merenson y Noel (2009).↵
- Página/12 es de hecho el tercer matutino metropolitano en volumen de circulación, y su contrato de lectura presume un lector cosmopolita, de clase media urbana, profesional y progresista.↵
- Como veremos en breve, Oviedo profundizará esta parte de su tesis en obras subsiguientes (Oviedo, 2006, 2007 y 2009).↵
- Varios de nuestros informantes, pioneros o hijos de pioneros, reconocen esta paradoja, como es el caso de Ángel: “Don Carlos,… todos conocemos su historia. Él no viene a hacer principalmente un balneario sino a plantar para conseguir madera” (Ángel, 77 años, gasista jubilado). Ángel agrega que si bien Don Carlos suele ser presentado con frecuencia como una suerte de ecologista avant la lettre, “a su manera, agrede la naturaleza. Tapando los médanos, moviendo árboles. Lo que todo el mundo defiende como la ‘naturaleza’ es, para mí, para mí, supresión brutal… Lo de él es casi estrictamente comercial…”. Sin embargo, como ya hemos señalado, en versiones más recientes de la historia el proyecto del aserradero es presentado como “una excusa” que el viejo Gesell habría pergeñado para “tranquilizar a su familia” (Ortiz, 2010: 73-74) y deviene inverosímil. Como lo señalara una de nuestras informantes, mientras recorríamos el bosque fundacional en torno del Museo y Archivo Histórico:
“Matilde: hasta hace muy poco yo creía que Don Carlos vino acá a hacer un aserradero.
Entrevistador: ¿y no as así?
Matilde: No. Algunas personas siguen creyendo eso [pero yo no].
Entrevistador: ¿por qué no?
Matilde señala la vegetación a su alrededor y afirma, contundente: “[Mirá a tu alrededor]: vos ves todo esto… ves las 120 especies en el bosque [y te ponés a pensar]: si querés hacer un aserradero no plantás 120 [especies], plantas eucaliptos y dos o tres más”.↵ - Nuestra informante alude, de manera idiosincrásica, al hecho de que Carlos Gesell comenzó un romance en Buenos Aires con la que sería su segunda esposa, Emilia Luther, mientras estaba aún casado con Marta Tommys, su primera esposa. De hecho, fue Marta la que permaneció “en los médanos”, en condiciones no precisamente idílicas, mientras Don Carlos y su amante se frecuentaban públicamente en Buenos Aires, para escándalo del hermano de este.↵
- Como ya hemos sugerido, aquellos “pioneros” que argumentan la propiedad de la categoría sobre la base de un límite cronológico lo colocan casi unánimemente en el año 1951, cuando la Villa “dejó de ser una promesa y comenzamos a darnos cuenta de que ya éramos una realidad” (Antonio, 79 años, comerciante jubilado).↵
- Esta nueva acepción del lexema “pionero” ha sido recientemente consagrada en la toponimia de la ciudad. Así, si como ya señaláramos la regla es que las calles de la ciudad no tengan nombre, diversas arterias de importancia variable han comenzado a recibir nombres relacionados con ‘pioneros’. A modo de ejemplo baste con nombrar la Avenida 5 (denominada “Dr. Luciano Corti”, en homenaje al presidente de la Comisión Pro-Autonomía Municipal de Villa Gesell en 1976), la Calle 305 (denominada “Emilio Stark”, en homenaje al “pionero de los turistas” de Villa Gesell), el Paseo 105 (que recibe el nombre de “Leonel J. Sutton”, uno de los primeros pobladores de Villa Gesell), el Paseo 109 (llamado “Diego Pérez Esquivel”, nombre del primer bioquímico y farmacéutico de Villa Gesell), el Paseo 113 (que lleva el nombre de “Don Omar Enrique Masor”, creador de los primeros medios en Villa Gesell y uno de sus primeros historiadores, a quien ya hemos citado), el Paseo 135 (“Juan Carlos Ruiz”, un dirigente vecinal, desarrollador “pionero” de la Zona Sur), el 137 (“Susana Rosa Jaime”: “docente pionera”, fallecida en 2008) y el 139 (denominado “Juan José Antón”, en honor de quien fuera dueño de la primera empresa de transportes con servicios a Villa Gesell).↵
- A modo de ejemplo pueden consultarse Contame de Gesell, una recopilación de entrevistas realizadas por la periodista Romina Magnani entre 1993 y 2010 (Magnani, 2011) y que en su primera sección, denominada sugestivamente “Pioneros, bohemios y residentes”, incluye reportajes a figuras de esa escena originaria como Celeste Carballo, Alejandro Lerner, Moris y Piero; o Historias de Villa Gesell, del periodista e investigador local Juan Ignacio Provéndola (2014a y 2014b), cuya primera edición incluye sendos capítulos sobre Sui Generis y Luis Alberto Spinetta (entre otras figuras más tardías), ampliado y complementado en la segunda con un capítulo específico dedicado a Moris y su lugar como pionero del rock nacional (Provéndola, 2014b: 67 ss.). Cabe recordar que, como ya hemos señalado, Provéndola fue el responsable de la investigación sobre el papel de Villa Gesell en los orígenes del rock nacional encargada por la gestión Baldo (Provéndola, 2010 y 2017). ↵
- Como hemos ya adelantado, el sintagma “Paraíso de la juventud” para referirse a la Villa aparece en los dos prólogos que Carlos Rodríguez escribe para los textos de Oviedo (2002) y Palavecino y García (2006), atribuida en forma generalizada a un modo característico de percibir la ciudad.↵
- Como consignara en su sitio web al momento de la muestra, la Fundación es creada en 1991 por OSDE, una empresa de medicina prepaga “con la intención de apoyar y generar actividades en los campos de la salud y la cultura. A través de distintas acciones que abarcan diferentes ámbitos como el de la capacitación profesional, la prevención, las acciones sociales, el estímulo al arte, la producción editorial y la creación de nuevos espacios para el debate, la Fundación amplía el compromiso que OSDE tiene con la comunidad. Para llevar adelante estas iniciativas, la Fundación OSDE estableció acuerdos y líneas de trabajo con universidades e instituciones públicas y privadas de la Argentina y también de América Latina. Continuando una de las características esenciales del Grupo OSDE, estas actividades también se realizan en todo el país”. La presentación ha sido posteriormente reformulada y estilizada.↵
- Las secciones del catálogo recogen y anticipan los principales contenidos de la muestra. La sección introductoria, a cargo de Carlos Rodríguez, lleva por título “La locura y los sueños”, y allí este reelabora parte de los argumentos vertidos en su prólogo a la obra de Oviedo en una prolija contextualización de la década a escala global, nacional y local. Siguen secciones sobre “La playa y los campings”, “Esparcimiento”, moda, artesanías y artesanos, música y danza, a cargo del equipo del Museo y de la ONG local Construyendo Identidad, corresponsable de la muestra.↵
- Cf. nota 129, supra.↵
- ‘Teoría del derrame’ es la traducción local e hiperbólica popularizada en la Argentina neoliberal de los 90 de lo que en la literatura anglosajona se conoce con el nombre más modesto de ‘trickle-down effect’ [efecto de goteo] y que implica la afirmación de que los beneficios extraordinarios de los sectores más prósperos del mercado terminarían descendiendo por vía de ‘goteo’ sobre los sectores más desfavorecidos. ↵
- Cabe señalar que este cuadro presentado por Oviedo y que reconstruye un equilibrio pretérito en el cual la ciudad crecía impulsada por un círculo virtuoso en el cual la generación de riqueza durante la temporada le permitía planear en forma controlada durante “el invierno” sin discontinuidades ni privaciones está ampliamente extendida entre los residentes de larga data de la ciudad, particularmente entre quienes tienen una posición económica desahogada. La cronología del colapso de este modelo de sustentabilidad local varía bastante entre nuestros informantes: si bien muchos comparten la posición de Oviedo y colocan el punto de inflexión en la década del 70, son varios los que discrepan de esa adjudicación temporal y colocan el quiebre a mediados de los 80, a principios o mediados de los 90 o incluso –como puede preverse –en el advenimiento del ernetismo. Aun así, aunque la perspectiva de “vivir de la temporada” forme parte del horizonte aspiracional de buena parte de los geselinos, y aunque esta sea predicada con frecuencia como una posibilidad real “hasta hace no tanto tiempo” para la mayor parte de los geselinos ‘respetables’, tenemos razones para creer que contrariamente a ese supuesto, esa expectativa no fue de hecho nunca verosímil más que para una ínfima minoría de los sectores mejor acomodados de la ciudad, y que quienes afirman lo contrario no hacen más que extender indebidamente la singularidad que les da su posición excepcional a una mayoría de la población que nunca gozó de ella.↵
- “Fierro” en este contexto se refiere a un arma de fuego.↵