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4 Las ciencias en la construcción de los problemas ambientales

En la construcción social de los problemas ambientales, como se puso en evidencia en los capítulos anteriores, tiene participación el conocimiento científico generado desde distintas disciplinas. Pero la(s) ciencia(s) que está(n) interviniendo en esa construcción pueden no ser las mismas, en todos los momentos históricos y para todos los problemas. Los paradigmas y teorías científicas no son neutrales, se relacionan con esquemas o políticas de desarrollo o macroeconómicas y con los agentes sociales que intervienen en la actividad productiva y en los problemas ambientales. Por ello, este capítulo presenta un recorrido de distintos enfoques y paradigmas y de las propuestas que se fueron desarrollando en el caso de estudio en sucesivos momentos históricos. Los enfoques actuales serán analizados no sólo respecto sus objetivos, características y destinatarios, sino en cuanto al alcance y difusión (con sus limitantes y restricciones) que tiene el conocimiento científico en la actualidad y las tensiones o contradicciones que generan respecto a los técnicos que se encuentran trabajando “en el terreno”.

Paradigmas y enfoques sobre los problemas ambientales en tierras secas

Cuando comenzó la ciencia denominada como ecología, con diferentes enfoques, los investigadores trabajaron en el análisis sobre el funcionamiento de los ecosistemas basados en la idea del equilibrio entre los componentes que los conformaban. Estos estudios generaban modelos matemáticos, inclusive con complejas relaciones entre factores y componentes que permitían, frente a la identificación de desequilibrios, promover recomendaciones de manejo aplicado. De esta manera, hasta mediados de la década de 1950, la mayoría de los enfoques sobre la cuestión ambiental se basaban en una idea de los ecosistemas que los consideraba cerrados, regulados y homeostáticos. No resultaba extraño tampoco, que dentro de los componentes de esos ecosistemas no existieran ni estuvieran presentes los seres humanos. Este tipo de enfoques presentaba similitudes con los predominantes en la sociología (y otras ciencias sociales de la época) o inclusive perspectivas críticas desde el marxismo, que se enmarcaban en un concepto de sociedad como holístico, integrado y regulado, donde sus cambios eran lineales y predecibles, y en los cuales la naturaleza, las características biofísicas del espacio eran escasamente consideradas. Según Scoones (1999), la idea de ambiente basada en el equilibrio fue utilizada tanto en el campo científico como en el de los movimientos sociales para establecer posiciones morales o éticas o justificar proyectos de manejo o tecnocráticos, u otras cuestiones que llevaban a negar la influencia de lo social en lo ambiental.

El predominio de estas teorías centradas en el equilibrio de los sistemas fue perdiendo fuerza en la década de 1970, a partir de avances en la ecología matemática y las propiedades del (des)equilibrio tanto en los modelos como en los sistemas “reales” (Scoones, 1999). Las teorías del desequilibrio se basaron en tres conceptos claves: estados de estabilidad múltiples; dinámica caótica; y sistemas dominados estocásticamente, los cuales no tienen realmente un punto de equilibrio. A partir de ellos, Scoones sostiene que se desarrolla todo un nuevo lenguaje para caracterizar a estos “nuevos” sistemas, con términos como variabilidad, resiliencia[1], persistencia y resistencia, que generaron una ampliación del debate sobre la sustentabilidad y el manejo adaptativo. La llamada “nueva ecología” tiene tres temas importantes en su vínculo con las ciencias sociales: en primer lugar, al considerar la variabilidad espacio- tiempo, los debates sobre las dinámicas poblacionales son analizadas desde una perspectiva más amplia, compleja e incierta. Esto implica también un cambio metodológico al trabajar de forma combinada con distintos métodos (cuantitativos y cualitativos) que permiten considerar la sociedad y la naturaleza de forma integrada. En segundo término, al explorarse la escala de los procesos ecológicos, se desarrolló el estudio de patrones espaciales con escalas más amplias que los estudios microsociales. Esto también implicó la consideración de la interacción entre factores estructurales y la agencia social a distintas escalas, que claramente no podían ser abordados de los enfoques estáticos y funcionalistas previos. Por último, al reconocerse la importancia de la dinámica temporal en los sistemas actuales, se realizaron estudios en paleoecología, ecología evolucionista e historia ambiental.

En lo referido a las problemáticas de las tierras secas, dentro de esta nueva ecología uno de los estudiosos pioneros y sumamente influyente en la Patagonia fue Crawford Stanley Holling, un ecólogo canadiense que elaboró el concepto de manejo adaptativo. Basándose el desequilibrio y la resiliencia, proponía un manejo que enfatizaba en la heterogeneidad y la posibilidad de cambios en el sistema, para lo cual había que considerar una visión más regional en las propuestas. También requería asumir que no había un conocimiento total sobre los sistemas y que, por lo tanto, el futuro estaba abierto a eventos inesperados (Holling, 1973). El carácter adaptativo refería a que los recursos cambiarían como resultado de la acción humana. Aceptar que la intervención del hombre genera cambios en los sistemas ecológicos y que no es posible conocer o predecir cómo será la evolución de los mismos, de forma certera y universal, fue un notable cambio respecto a otros enfoques de las problemáticas ecológicas vinculadas a la producción agropecuaria. Sin embargo, Gunderson (1999) afirma que este enfoque no siempre ha sido adoptado con la flexibilidad que requiere, mostrando serias fallas en lugares con baja resiliencia y/o con sistemas institucionales encargados del manejo que no tienen una actitud proactiva hacia el aprendizaje y el cambio. De esta manera, cuando una medida de manejo adaptativo se aplicaba y era exitosa, no se continuaba buscando nuevas mejoras, eliminando una de las principales características de la teoría que era su flexibilidad.

Otra corriente en el marco de la nueva ecología fueron los estudios basados en la coevolución. Los enfoques coevolucionistas (Norgaard y Redclift y Woodgate son sus principales exponentes) entienden al ambiente y la acción humana como mutuamente constituidos, en un proceso de adaptación evolutiva de largo plazo. Norgaard caracteriza estas relaciones como reflejos de las características de un sistema en el otro. Según Scoones (1999), esta propuesta no deja mucho espacio para problematizar desde la contingencia, la complejidad y la diferencia de las cuestiones ambientales. Esto sucede especialmente al considerar distintas escalas espaciales (a la que se debería agregar temporales) en las dinámicas de los sistemas (Easdale y Domptail, 2014).

Según Easdale y Domptail (2014), en la última década se desarrollaron distintas corrientes para el análisis de los problemas de zonas áridas. En su artículo mencionan la perspectiva de las áreas menos favorecidas, las cuales se encuentran limitadas por constricciones biofísicas y/o socioeconómicas que estarían moldeando la forma del desarrollo en la región. En este enfoque, las regiones áridas tendrían ciertas características intrínsecamente negativas para el desarrollo. También se refirieron al Paradigma del Desarrollo de las Tierras Secas, cuyo concepto clave es el de síndrome del desierto generado por tres causas (variabilidad climática, escasez de recursos y población dispersa). Éstas se ven influenciadas por otras tres características (lo remoto, la variabilidad social, la prevalencia del conocimiento local por el experto y las diferencias culturales). Si bien este concepto tiene la virtud de incluir distintos factores que evidencian la complejidad de los problemas de las zonas áridas, enfatiza en los componentes biofísicos y en dispositivos que parecieran ser universales. Por último, mencionaron los estudios basados en los sistemas socioecológicos, sistemas complejos que relacionan los sociales y ecológicos, caracterizados por el cambio, la incertidumbre y la capacidad de transformación mediante el manejo (Olsson, Folke y Hahn, 2004). 

En un estudio para la Patagonia, Domptail, Easdale y Yuerlita (2013) definen a los sistemas socioecológicos como un sistema ecológico que está influenciado por uno o varios sistemas sociales, donde las interrelaciones entre los humanos son afectadas por lo biofísico. El estudio de estos sistemas requiere una perspectiva de abordaje de las interacciones que las considere en su complejidad, no lineariedad y multiescalaridad. Estos sistemas presentan dos propiedades particulares: la resiliencia y la robustez. La primera remite a las respuestas a shocks o cambios transitorios, que tiene como contrapartida la estabilidad, cuando lo que se hace frente a los shocks es tratar de controlarlos. La robustez es la respuesta al estrés o los cambios paulatinos de largo plazo, mientras que si las acciones son de control, se trabaja en la durabilidad. La importancia de esta distinción es que permite considerar las diferencias en las políticas públicas: porque aquellas que focalizan en el control y manejo de los shocks, contribuyen a frenar la resiliencia de un sistema, pero refuerzan su vulnerabilidad frente a imprevistos externos. Dentro de este enfoque, la sequía o el depósito de cenizas volcánicas serían shocks, mientras que la degradación de los suelos sería parte del estrés al que se encuentra sujeto el sistema, al igual que el deterioro de los márgenes de ganancia de la ganadería. Continuando la línea de esta investigación, Easdale y Domptail (2014) buscaron combinar el enfoque de los sistemas socioecológicos con el síndrome del desierto, para añadir otros factores socioeconómicos a las explicaciones sobre los problemas de las zonas áridas. Un caso aplicado de este enfoque será presentado en el apartado sobre desertificación de este capítulo.

Aunque intenten formas de superación, los problemas de este tipo de enfoques radican en los mismos de cualquier perspectiva sistémica: las dificultades para incorporar las interacciones con otros sistemas, otras escalas distintas a la analizada y para identificar las compensaciones y sinergias entre sistemas. Asimismo, en muchos casos circunscribe lo social a lo natural, donde las estructuras y las acciones sociales deben ir adaptándose, ajustándose o modificando en función de la situación de los ecosistemas. Del mismo modo, sostienen la escisión de la naturaleza y la sociedad, aunque plantee vínculos entre ellos. Sin embargo, hay que reconocer que plantean un cambio respecto al carácter cerrado, “realista” con que habían trabajado las ciencias naturales y la ecología con anterioridad, donde sólo veían “el sistema natural” y sus variaciones.

En los últimos años, desde la ecología se ha trabajado en la reconsideración del papel de las políticas de manejo y la acción de las poblaciones en el tratamiento ambiental. En palabras de Ostrom, “la investigación en múltiples disciplinas, en cambio, ha encontrado que algunas políticas de gobierno aceleran la destrucción de recursos, mientras algunos usuarios de los recursos han invertido su tiempo y energía para alcanzar la sustentabilidad” (2009: 418). A partir de este tipo de replanteos, se empieza a cuestionar la idea de sustentabilidad ambiental separada de social, como se podrá analizar en el siguiente apartado.

Las relaciones entre enfoques ambientales y macroeconómicos: entre los recursos naturales, el desarrollo y la conservación

Habiendo realizado un acotado recorrido por enfoques analíticos que trabajaron la “cuestión ambiental” desde las ciencias naturales, especialmente la ecología, cabe realizar un breve repaso por corrientes económicas que tomaron este tema en las últimas décadas.

A mediados del siglo XX, el pensamiento económico introducía el debate sobre la relación entre la disponibilidad de recursos naturales con el desarrollo de un país. Primero, sosteniendo una relación directa, donde la abundancia de recursos era provechosa para el crecimiento sustentable. Luego, Presbich sostuvo que el deterioro de los términos de intercambio para los productos primarios dificultaba la provisión de fondos para las economías dependientes. En esta época, desde 1950-1960, la meta del desarrollo sostenible era incrementar el producto bruto nacional, mediante el progreso tecnológico que incrementaría el uso de recursos naturales, de las exportaciones y de la calidad de vida. En la década de 1970 esta meta se planteaba difícil de alcanzar, porque el consumo de recursos se ampliaba pero también la desigualdad entre países (Robinson, 1993).

En este marco, surgieron tres corrientes de la economía con suma importancia para los análisis ambientales (Scoones, 1999). En primer lugar, los economistas ambientales analizaron las dificultades generadas por la distribución de los recursos naturales y las externalidades[2] ambientales generadas por las fallas del mercado. Para estos economistas, los problemas ambientales eran fallas, ocasionadas porque el mercado no había podido funcionar como un asignador óptimo y cuya solución se encontraba en el cálculo de valores monetarios (Natenzon y Tito, 2001). Otras propuestas fundamentaron que la extensión de la propiedad privada corregiría las fallas del mercado, sin importar quiénes generaran el daño, porque es el cumplimiento en mayor grado de esos derechos los que primarían en las decisiones para generar el menor “costo social” frente a un problema ambiental (Tsakoumagkos, 2012)[3]. Bajo este enfoque se alinearon las políticas que promueven que los responsables de los daños ambientales paguen por los mismos, comúnmente conocidas como políticas compensatorias y también las propuestas de responsabilidad y estándares ambientales.

Los economistas ecológicos partieron del concepto de co-evolución, criticando el aislamiento y autosostenimiento con que se caracterizó a los procesos económicos desde la economía neoclásica. Si la economía era una ciencia preocupada por la escasez, en el enfoque neoclásico remitía a las necesidades, mientras que en la Economía Ecológica se basaba en la ley de entropía y la energía. Los procesos económicos debían ser considerados como “abiertos”, sujetos a flujos externos de energía, de los cuales se dependía para el desarrollo. Desde este enfoque, los problemas ambientales se producían por las violaciones a las leyes ecológicas y, con ellas, a las condiciones “naturales” del proceso económico. El concepto de externalidad era cuestionado por su carácter incierto, irreversible y/o inconmensurable, siendo los problemas ambientales no factibles de ser solucionados por medio de una cuantificación de su magnitud y de la de su compensación (Tsakoumagkos, 2012). Proponían que las soluciones consideraran múltiples criterios, que iban más allá del económico. En versiones más extremas, postulaban el desarrollo de una economía basada en términos energéticos, ya que la inconmensurabilidad en cuanto a lo monetario de muchos problemas ambientales no podía permitir su medición en precio, pero sí en medidas de energía. Quienes hacen una interpretación más sociológica de este modelo interpretan las diferencias entre el consumo energético según clases sociales.

Por último, los economistas institucionalistas centraron su preocupación en el manejo de los bienes comunes. Consideraban el estudio de la economía como un sistema en evolución y siempre conflictivo, donde quienes actúan eran individuos racionales que evalúan costos y beneficios. Ronald Coase fue uno de los principales impulsores de esta teoría al aplicar el concepto de costo de transacción al análisis ambiental, en el cual el Estado tiene un papel fundamental para establecer “reglas de juego” al funcionamiento económico. En el caso de los bienes comunes, la preocupación se centraba en cómo gestionar su uso, cuando los usuarios eran múltiples, difíciles de excluir y determinar, y se generaba un espiral creciente de degradación a medida que la población se incrementaba. Los enfoques más actuales incluyen la perspectiva de los sistemas socioecológicos para otorgarle complejidad y no linearidad que les faltaban a los estudios de esta corriente en sus inicios. En esta línea, Elinor Ostrom enfatiza en la importancia de la incorporación de los sistemas de recursos y de gobernanza, entre otros para el análisis ambiental (Caballero Miguez y Garza Gil, 2010).

Recién estas últimas propuestas intentaron modificar la mirada estática que tuvieron los enfoques económicos sobre el ambiente. En el mismo sentido trabajaron quienes enfatizaron en la cuestión del desarrollo económico, y lo relacionaron con el sistema ecológico. En la década de 1990 se consolidó una forma predominante de analizar los problemas ambientales en el marco de la economía, que luego la excedió e invadió el campo de la política y la ciencia: el desarrollo sustentable. Esta corriente surgió con fuerza en los 80’s, a partir del mencionado informe “Nuestro futuro común”- comúnmente conocido como el informe Brundtland-, publicado en 1987, en el cual se recapitulaban los problemas más críticos respecto al desarrollo. En el informe, el desarrollo era entendido en un sentido amplio, como aquel que apuntaba a la satisfacción de necesidades y aspiraciones actuales, sin comprometer las que fueran a tener las siguientes generaciones. Según Robinson (1993), esta idea de desarrollo sostenible tenía mayores similitudes con lo que antes se planteaba como conservación, pero también presentaba un tono utilitarista porque le importaba el impacto ecológico sobre las expectativas económicas, sin preocuparse por conservar aquello que no fuera explícitamente útil.

El predominio de este concepto y el supuesto consenso social y académico que generaba hizo que se utilizara en innumerables sentidos[4]. Su polisemia ha provocado, como sostiene Reboratti, la desconfianza desde la izquierda por ser “una forma de gatopardismo de viejas ideas liberales”, y por parte de la derecha, “un intento de adaptarse a la idea evitando definiciones precisas” (2000:197-203). Sin embargo, en términos de Sevilla Guzmán y Alonso Mielgo (1995), se dio una “apropiación tecnocrática del concepto” de forma continua que le permitió alcanzar el predominio en la agenda pública mundial. “Resulta imposible encontrar un solo actor social de importancia en contra del desarrollo sustentable” (Guimarães, 1998:71). Esto sucede a pesar que detrás de su uso estaría una idea básica de fallas, tanto del mercado como del Estado para lograr la sustentabilidad, lo que implicaría que la solución requiera de la intervención de los mercados. Los planteos del desarrollo sustentable se relacionaban con el paradigma económico de la “administración de recursos”, el cual proponía la inclusión de todos los tipos de capital y de recursos en el cálculo de las Cuentas Nacionales, la productividad, el diseño de políticas de desarrollo y planes de inversión (Penna y Cristeche, 2008). Para ello, impulsaba como estrategias de manejo y tecnologías, las evaluaciones de impacto y de manejo de riesgo, el consumo eficiente, la conservación de recursos renovables y su renovación; la investigación a través de modelos y planificaciones biofísicas y económicas; y las políticas como impuestos e inclusive el principio del “contaminador paga”. Desde la Cumbre de Río en 1992, el desarrollo sustentable comenzó a ser entendido en función de tres aspectos:

  • Económico: se logra cuando un sistema es capaz de producir bienes y servicios de forma continua, con cierta gobernabilidad y niveles de deuda externa que evite desequilibrios sectoriales extremos que perjudiquen la producción agrícola o industrial
  • Social: se alcanza mediante la distribución de forma equitativa de los ingresos y oportunidades.
  • Ambiental: es aquel sistema que es logra mantener una base de recursos, evitando la sobreexplotación de recursos renovables, manejando el agotamiento de forma gradual de los no renovables y generando medios para lograr sustitutos a estos últimos bienes.

Estas distinciones son objeto de críticas, tanto desde las ciencias naturales como desde las ciencias sociales, siendo estas últimas consideradas en el siguiente apartado. Un ejemplo desde las ciencias naturales es el de Prescott- Allen y Prescott- Allen (1996) quienes, a través de su modelo de sustentabilidad como huevo, intentan mostrar que el ecosistema y el sistema humano tienen que ser considerados de forma conjunta, con el mismo peso o, mejor dicho, donde el sistema humano es parte integral del ecosistema y no puede haber un “trade-off” (una compensación) entre ambos.

Además de estas dimensiones, suelen distinguirse de otra forma a la sustentabilidad. La sustentabilidad débil busca lograr la conservación de capital (natural y humano) necesaria para el funcionamiento del sistema económico, sin importar su composición interna. Desde esta versión de la sustentabilidad, se enfoca en garantizar a las generaciones futuras el mismo nivel riqueza que tienen las actuales. Desde la economía se estableció una forma sencilla de medición de esta sustentabilidad: se comparan los ahorros de los países con las depreciaciones de los capitales. Si el ahorro es superior, entonces existe sustentabilidad débil.

En cambio, la sustentabilidad fuerte no concibe la posibilidad de sustitución del capital natural por otro tipo de capital. Por ello incluye en sus cálculos medidas para la conservación del capital natural, no sólo determinando límites al crecimiento económico, del consumo y la población, sino elegiendo bienes y tecnologías que no sean contraproducentes para los ecosistemas y su diversidad. También se proponen medidas de mitigación directas o indirectas, para moderar o disminuir la intensidad de un efecto. Respecto a la ganadería suelen incluirse: el manejo, la implantación de pasturas o plantas forrajeras, las clausuras temporarias o permanentes de parcelas, elaboración de alimentos balanceados, entre otras. De esta idea parte el paradigma del valor intrínseco, como la “ética de la tierra” propuesta por Leopold, la cual cae en el extremo de asignarle a la naturaleza no humana un valor intrínseco, beneficiaria de derechos. Como estos no pueden ser calculados, se imponen dificultades a quienes deben tomar decisiones en el plano de la política o la acción social concreta al no poder responder a la pregunta de cuál es preferible (Penna y Cristeche, 2008).

Especialmente en lo referido a la producción agropecuaria, el desarrollo sustentable ha sido utilizado desde distintas corrientes. Por ejemplo, el ecodesarrollo, impulsado por Ignacy Sachs, promovía la búsqueda del desarrollo a través de la utilización de los recursos propios de cada población, sin la necesidad de generar o seguir “modelos” o “recetas” universales. Para ello, era necesario estimular el conocimiento local y generar voluntad de un equilibrio en la relación entre el hombre y la naturaleza. Según Natenzon y Tito (2001), a medida que fue pasando el tiempo, este enfoque fue virando hacia propuestas más globales y generales respecto a la economía (es decir, no tan enfocadas en lo agropecuario). De esta manera, se fue acercando a otra propuesta: la de los estilos de desarrollo. Muchos trabajos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) para Latinoamericana se encuentran dentro de esta perspectiva, donde los textos de Nicolás Gligo, en la década de 1980, son clásicos referentes. A través de conceptos como balance productivo, artificialización del ecosistema y percepción de la alteración ecológica, buscaban evaluar los impactos ambientales de la modernización en el marco de los procesos económicos. Por último, el enfoque del desarrollo agropecuario sustentable se generó a partir de la identificación de los límites a los procesos de modernización agrícola. Éste fue extendido en instituciones e investigaciones que iban más allá de las tradicionales económicas o ecológicas, en muchos casos relacionadas con el sector agropecuario. En Argentina, fue utilizado por diversos estudios del INTA en la década de 1990, convirtiendo a la sustentabilidad en un principio y objetivo de la institución, involucrando al Estado en esta cuestión ambiental (Natenzon y Tito, 2001). Asimismo, plantearon el dilema entre un horizonte ilimitado para la producción agropecuaria y los límites y riesgos que se corren por mantener la base de recursos. En este marco, los análsis de Natenzon y Tito sostenían la existencia de dos lógicas diferentes- empresarial y familiar- entre los productores agropecuarios según su tamaño o estrato al que pertenecen y que modifica su vínculo con la naturaleza. La “lógica empresarial” de los productores de mayor tamaño los lleva a privilegiar la maximización de sus ganancias, no considerar las “externalidades negativas” de sus producciones y buscar una rentabilidad en función de la productividad y el tamaño de sus tierras. Los productores con “lógica familiar” basan sus decisiones en función de poder alcanzar un máximo ingreso total, considerando que suelen tener limitantes respecto a la cantidad y calidad de sus tierras y de otros capitales, y buscando aprovechar al máximo la mano de obra familiar. Más allá de estas diferencias, lo que se enfatiza es que las decisiones sobre las actividades elegidas y las formas e intensidades en el uso de la tierra y los capitales disponbiles claramente tienen impactos en la naturaleza.

Relacionado a la producción agropecuaria y a la economía ecológica, otra corriente difundida en América Latina, trabajó a partir de la idea del metabolismo. Concepto proveniente del mundo de la biología, en este contexto se utiliza respecto a los procesos mediante los cuales una sociedad se apropia, circula, transforma, consume y excreta materiales y/o energía que proviene del mundo natural (Toledo, 2008). A través de este proceso metabólico se produce una determinación recíproca entre la naturaleza y la sociedad, lo que genera, para los difusores de este enfoque, una perspectiva analítica superadora del dualismo. Además, conlleva implícitamente dimensiones concretas de tiempo y espacio, convirtiéndose en otros factores determinantes en cualquier análisis ambiental. En la versión de Toledo, se introduce una doble dimensión del metabolismo: la material, tangible o “dura” y la simbólica, intangible o “suave”, ambas en interrelación y condicionamiento mutuo. Los bienes (renovables y no renovables) y los servicios que se intercambian con la naturaleza en cada determinado ecosistema, y también se identifican funciones ecosistémicas que se producen independientemente de la presencia humana. A partir de sus combinaciones, se pueden analizar diferentes formas de apropiación de la naturaleza según el grado y tipo de acción humana (desde una “naturaleza domesticada” hasta la “no acción” humana en áreas de conservación).

Otros enfoques económicos incorporan valores no monetarios, como especies o sitios que son sagrados para cierta cultura, a través del concepto “servicio cultural del ecosistema”. De esa forma, pueden ser objeto de un método de valoración.

En otro sentido, se han desarrollado corrientes críticas del desarrollo sostenible como la agroecología y las políticas del buen vivir, de influencia en algunos países de América Latina y principalmente entre sectores campesinos. Ambas trabajan en nuevas formas de la agricultura y el cuidado de la naturaleza, considerando otras formas de valoración que van más allá de lo monetario. Recientemente comienzan a ser incorporadas en algunas políticas públicas, pero todavía no han tenido fuerte presencia en las tierras secas de la Patagonia.

En las décadas pasadas, grupos de economistas comenzaron a hablar de la “maldición del recurso”, en la cual se explicaba la relación negativa entre la riqueza en recursos naturales y el desarrollo negativo. Dentro de esta corriente, algunos afirman que la dependencia respecto a la naturaleza impide el desarrollo de otras alternativas económicas o aumenta la vulnerabilidad de la economía respecto a los cambios externos, mientras que otros enfatizaron en el incentivo que genera para que los Estados se vuelvan “rentistas”, mostrando su supuesta independencia respecto a los sectores sociales vinculados a la producción y/o la industria y reforzando las relaciones clientelares con otros grupos. Un último punto que se desprende de este enfoque es la interrogación por el rol del Estado y los grupos de elites en ese uso de los recursos, lo que llevó a cuestionarse por los conflictos, las resistencias, la distribución desigual del poder y las políticas y, por lo tanto, en la caracterización de la naturaleza para poder entender a partir de ella, la relación entre la abundancia de “recursos naturales” y el desarrollo (Pritchard, 2013).

En esta misma línea se encuentran las teorías sobre el decrecimiento. Ellas proponen que las economías hiperdesarrolladas se concentren en la generación de empleos verdes, trabajos cooperativos y solidarios, y reduzcan el consumo (Pengue y Feinstein, 2013).

Este breve recorrido mostró el cambio en los enfoques económicos respecto a la relación sociedad naturaleza desde el siglo XX. Siendo en los inicios, como en otras ciencias sociales, una cuestión relegada, durante el transcurso del siglo fue tomando importancia, variando desde enfoques dominantes que planteaban esquemas estáticos, hasta el dominio, que se traduciría en la escena política, del desarrollo sustentable. Si bien en los últimos años esta perspectiva ha sido cuestionada por otras como la agroecología, el buen vivir, el metabolismo social y el decrecimiento (sólo por mencionar algunas), su vigencia en el ámbito de los organismos, por lo pronto en lo referido al mundo agropecuario, continúa vigente. Pero, como se ha puesto en evidencia en otros puntos de esta investigación, el predominio de una interpretación o un enfoque sobre lo ambiental no significa que esté exento de cuestionamientos y disputas.

Las críticas desde las ciencias sociales

Si bien las ciencias sociales y humanas, como fue analizado en el primer capítulo, en sus orígenes no tuvieron una fuerte preocupación por la relación con la naturaleza, para mediados del siglo XX, comenzaba a integrarse a los temas y discusiones de estas ciencias, así como surgieron importantes críticas a los enfoques científicos y económicos que trataron la cuestión ambiental. Este apartado propone reconstruir algunas de estas críticas a fin de que contribuyan a pensar los enfoques con que se trataron los problemas ambientales de las tierras secas chubutenses.

Una de las críticas principales radicó en la separación o división entre sociedad y naturaleza, donde las ciencias naturales consideraron que podían analizar el ambiente por fuera, primero, de los hombres y las sociedades, y luego de la valoración, las interpretaciones, las percepciones y las acciones que cada sujeto o grupo social tenía sobre la naturaleza. Rozzi retomando a White, muestra el origen cristiano de esta escisión, que no es asumida por los ecólogos actuales. “En vez de la búsqueda de un ideal de contemplación (una actitud intelectualista) como en los griegos y las tradiciones orientales, el cristianismo habría exaltado el valor de la acción (una actitud voluntarista) que favoreció la relación de conquistadores de la naturaleza” (Rozzi, 1997: 82). Leff, y otros autores de la EPL, sostienen que este tipo de propuestas impulsan un mayor desarrollo científico o tecnológico, pero no llevarán a la solución de los problemas ambientales. Para Rozzi, sólo se resolverán si implican un cambio religioso y una revisión de la relación que se ha establecido con la naturaleza en las sociedades occidentales.

Otra de las críticas radica en la ponderación dada al conocimiento científico respecto a otros tipos de conocimientos mediante los cuales también se construye la relación entre la sociedad y la naturaleza. Asimismo, muchas de las posturas científicas antes analizadas, si bien pueden resultar adecuadas o explicativas en el marco de las ciencias naturales, al trasladarse a la explicación social, terminan concibiendo una sociedad homogénea y ahistórica, según sea “adecuada” o “inadecuada” para lo establecido en las leyes naturales (Tsakoumagkos, 2003).

Respecto a los enfoques económicos analizados, desde las ciencias sociales se han desarrollado múltiples críticas. En primer lugar, Tsakougmakos (2003) sostiene que la economía ha utilizado o creado términos que tienen, en su propia conceptualización, contradicciones lógicas y epistemológicas: los recursos naturales intentan presentarse como ajenos a la acción social, cuando el mero hecho de recurrir a existencias naturales, es un proceso de recurrencia social, siendo dicha acción la que determina los objetos que caen dentro y fuera de esa esfera. Para Natenzon, Tsakoumagkos y Escolar (1988), los recursos se definen desde los sujetos, no como valor de uso, sino como posibilidad presente de que las existencias puedan ser apropiadas o no, y para ello, deben ser definidas. Como afirma Mastrángelo, los recursos “son ‘naturalizados’ en el proceso de enunciación” (2009: 4). Esas posibilidades dependen de las relaciones sociales de producción y de los sistemas de necesidades vigentes en un determinado modo de producción y configuración histórica. El capital natural también oculta una confusión entre valor y capital, y riqueza y objeto útil, así como involucra toda la realidad en torno a un principio de valoración económica, de rentabilidad del capital. En el mismo sentido, desde la economía y la geografía, se han establecido clasificaciones y tipologías de los “recursos naturales” (distinguiendo, entre renovables y no renovables, de stock o de flujo, por ejemplo), según el contexto en que se encuentre (las condiciones de dicha naturaleza, las formas legales de uso y apropiación, las estructuras de producción y la organización social).

En línea con esto, una segunda crítica a los enfoques económicos ligados a lo ambiental es porque muchos de ellos suponen una única lógica y racionalidad de los agentes económicos. Asimismo, si consideran a las generaciones futuras a partir de cómo influyen las decisiones presentes, les asignan a dichas generaciones las preferencias actuales.

En tercer lugar, algunos científicos, incluso ambientalistas, han llevado al extremo el planteo economicista mediante la elaboración de metodologías de valoración que se aplican a todo lo que se encuentra visible o no en este mundo (Rozzi, 1997).

En cuarto punto, en muchos casos terminaron promoviendo una sustituibilidad de bienes o servicios sin considerar si realmente lo eran, tanto en términos culturales y simbólicos como en términos económicos (a modo de ejemplo uno podría preguntarse si es lo mismo un bosque, con todos los “servicios ambientales” que provee, su “valoración económica” que pueda brindar a las poblaciones locales, que una cantidad enorme de bonos verdes). Inconmensurabilidad, lenguajes de valoración diferentes y atemporalidad pueden resumir la mayor parte de las críticas que se le realizan a los enfoques económicos, especialmente los de la economía ambiental y heterodoxa.

El problema es que los capitalistas -u otros sujetos en la realidad misma, suelen tratarlas [a las existencias desvalorizadas o no valorizadas] meramente como condiciones materiales que caen fuera del valor económico. Y esto no por su comportamiento como personas individuales sino como sujetos sociales concretos (Tsakoumagkos, 2003: 7)

En función de estas críticas, el planteo adoptado en esta investigación fue analizar los problemas ambientales considerando las propias acciones de los agentes sociales que actúan en un cierto espacio.

Por último, una mención particular cabe respecto al concepto de desarrollo sustentable. Si bien le competen algunos de los cuestionamientos ya realizados, específicamente se lo ha criticado por parte del pensamiento latinoamericano y decolonial respecto a la ausencia de un cuestionamiento a la lógica de acumulación del capitalismo y su modelo industrial (Lander, 2000). También se objetó su utilización como mecanismo para legitimar la globalización neoliberal, y el desarrollo y el avance de formas de apropiación de la naturaleza extractivas y que no contribuyeron a solucionar la denominada “crisis ambiental” en los países de la región (Giraud, Robledo y Rojas, 2013).

Los abordajes científicos en el caso de estudio

La relación entre el conocimiento científico y las zonas áridas de la Patagonia se inició inclusive antes de la llegada de la ganadería ovina a la región y del poblamiento incentivado por parte del Estado Argentino, como fue mencionado en el capítulo anterior. Estas expediciones reflejaban una impronta de época donde el conocimiento científico resultaba legítimo para la justificación de la dominación y se enmarcaban en un contexto donde la Patagonia comenzaba a ser de interés para ciertos grupos dominantes y para los gobernantes nacionales. En general recreaban la idea de un espacio “hostil” relacionado con la imagen de un “desierto”, que servía de sustento o justificaba el fracaso de muchos intentos colonizadores. Siguiendo a Sourrouille (2011) los relatos de estos primeros expedicionarios mostraban una valoración diferencial entre prácticas de producción y de utilización de los recursos naturales según quiénes fueran los ejecutores o beneficiarios: para el explorador galés Llwid Ap Iwan (quien recorriera la Patagonia entre 1894 y 1895) el desmonte para la cría de ganado o la agricultura era legítimo, mientras que se consideraba destructiva la utilización de fuegos intencionales de los campos para la caza que utilizaban algunos pueblos originarios. En 1886, el recorrido de Ramón Lista y del sacerdote salesiano José Fagnano afirmó las cualidades productivas de la región para la cría del ganado ovino, sentando las bases para la ocupación blanca definitiva (Bandieri, 2000). De esta manera, mientras las prácticas de los pueblos originarios resultaban dañinas para la naturaleza, la de los “colonos”, como la utilización de forma extensiva de los suelos para la ganadería ovina, eran razonables en el marco del “desarrollo” de la región (Sourrouille, 2011)

En la década de 1950, una de las primeras investigaciones en el área fue realizada por el ingeniero Alberto Soriano. Estudió el pastoreo y el estado de los pastizales en la provincia, buscando estimar el nivel de carga adecuado. En otros lugares de la región y a nivel patagónico, también se hicieron relevamientos para definir la capacidad de carga en relación al tipo de características biofísicas de los campos. Entre ellos, una investigación realizada por Risso Patrón en 1969 en Santa Cruz permitía concluir que existían campos afectados por el sobrepastoreo y la erosión (Risso Patrón, 1973).

Más allá de estos casos, hasta la creación del INTA en la región, la investigación científica sobre los problemas en las tierras secas chubutenses no tuvo gran desarrollo ni repercusión entre los agentes sociales de la región. Las primeras dependencias del INTA se instalaron en la zona en la década de 1960, trabajando con investigaciones en laboratorio y en los campos. En ese momento, se destacaba su labor en el estudio de los pastizales naturales para evaluar el estado o salud de los mismos y sus posibilidades de recuperación en casos sin pastoreo. Asimismo, también trabajaban en el mejoramiento mediante la introducción de nuevas especies forrajeras de calidad y la prueba de fertilizantes.

Poco tiempo después, el INTA comenzó a hablar de la desertificación de los suelos, entendiéndola como el deterioro de su productividad biológica, en consonancia con la preocupación de los agrónomos de la región por el tema (Esquel, 16/01/1962). Gorraiz Beloqui en la revista Argentina Austral (1961), retomó las investigaciones de los primeros exploradores como Bailey Willis, o posteriores, como Tomás Falkner, sobre el exceso de ganado y la imposibilidad de crecimiento de las plantas. Complementaba su nota con palabras del Alberto Soriano quien, en su visita a la región en el año 1953 como miembro del Instituto Botánico del Ministerio de Agricultura y Ganadería, recomendaba la revisión seria de la carga animal y la implementación de un manejo “más racional” porque si no se iniciaría un camino hacia la desertización. Sobre Chubut, el ingeniero planteaba otro problema adicional: la falta de alambrados. Otros artículos en la misma revista reflejaron la opinión de otros técnicos respecto a estos procesos de degradación, así como las dificultades ocasionadas por las sequías, a las que ya no consideraban un fenómeno repentino, sino un tema recurrente y que se combinaba con la acción de los fuertes vientos (también característicos de la región) para fomentar la erosión.

En este contexto el INTA buscó adherir a algunos ganaderos para que implementen algunas técnicas de manejo novedosas que sirvieran como ejemplo para el resto de los productores (“Planes del INTA…”, 1961). Recomendaban para mejorar los campos:

Disminución de la carga animal; aplicación de pastoreo rotativo-diferido; utilización uniforme del campo mediante la ubicación de saleros en los puntos menos pastoreados; eliminación total del pastoreo en los lugares más erosionados; siembra de pasto malvinero en esos lugares y protección de los faldeos que muestran serias excavaciones en forma de lúnula, dando tiempo a que la vegetación los colonice (Gorraiz Beloqui, 1961: 43)

Inclusive para 1961 ya habían desarrollado tecnologías de fijación de médanos y acumulaciones (Salomone et. al, 2008). Como la gravedad de estos procesos de deterioro o erosión parecía ser cada vez mayor, comenzaba a pensarse en su incapacidad para la recuperación y para volver a ser fértil (Esquel, 24/06/1961: 4). Asimismo, ésta era una causa más que dificultaba la colocación de las lanas por la deficiencia de las fibras (Esquel, 12/04/1961: 3). Por ello, si bien el tema ambiental era una preocupación que estaba comenzando a llegar a los pobladores, se sostenía que estos últimos no podían afrontar los efectos de la naturaleza y reclamaba por la acción del Estado (“Viento, sequía y…”, 1961). Aunque no todos estaban de acuerdo con los aportes que la ciencia y las investigaciones estaban haciendo para los ganaderos del sur en esos años a mediados del siglo XX.

Para el productor ovino, la ciencia es una cosa riesgosa: ayuda a sus competidores. Por medio de la investigación científica nuevos productos artificiales compiten ahora en los mercados que una vez fueron abastecidos exclusivamente por productos agrícolas. La lana está desafiada por las fibras sintéticas; los plásticos han invadido el mercado del cuero; los detergentes sintéticos abarcan una gran parte de la industria jabonera, una vez dominada por las grasas animales. Pero la ciencia también ayuda al criador de ovinos (“Diez descubrimientos…”, 1961:553).

Los aportes mencionados radicaban en las formas para mitigación de la sequía, control de enfermedades y mejoras genéticas, ayudando al productor a asegurarse frente a los cambiantes requerimientos de los mercados.

La investigación sobre la desertificación se volvió más sistemática cuando el INTA incluyó su estudio en un proyecto realizado junto con la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1970. El mismo incluía una sección sobre el manejo de los campos, la cual vinculaba explícitamente la erosión y la degradación del medio al sobrepastoreo de los campos y se sostenía la necesidad del estudio por la importancia que las pasturas naturales tenían para la ganadería ovina (Risso Patrón, 1973).

En esa misma época, desde otros organismos científicos también incluían debates sobre la situación lanera, como por ejemplo en la Primera Reunión Nacional de Ciencias y Técnica- Capítulo Lanas organizada por el Consejo Nacional de Ciencia y Técnica. Según Risso Patrón (1978), las reflexiones del encuentro demostraban que las dificultades del sector no se debían a la ausencia de conocimientos básicos para enfrentarlas, sino que se adolecía de una política nacional y poder político para implementarla. Respecto a la Patagonia, sostenía que los organismos técnicos habían perdido su fuerza o se habían concentrado sólo en proveer servicios a las grandes empresas pecuarias, por lo que había que diseñar nuevas políticas de cursos, que incluían también temas vinculados a la ecología, como la desertificación.

Con la llegada de la dictadura militar, se emprendió un estudio a nivel provincial por parte de la Dirección General de Investigación y Desarrollo (DIGID) del Ministerio de Defensa de la Nación. La coincidencia de este estudio con otros realizados por esta agencia en distintas provincias limítrofes durante los gobiernos militares, mostraba el claro interés geopolítico detrás de la investigación. Entre sus objetivos se encontraba, mediante la utilización de tecnología satelital, la evaluación de “la realidad geográfica y la verdadera potencialidad de los recursos naturales provinciales, facilitando la programación de una planificación inmediata de desarrollo armónico e integral, al igual que la obtención de importantes conclusiones de la dinámica del medio ambiente” (DIGID, 1977: 6). Desde su propósito, el trabajo tiene un aporte interesante al plantear la superación de la escisión entre disciplinas científicas para realizar un estudio ambiental. El diagnóstico de la situación de las zonas áridas contemplaba la complejidad del abordaje, donde se ponía un especial énfasis en el sobrepastoreo como el factor que interviene en la intensidad de la erosión. En este proceso también se afirmaba la acción de las características del suelo (textura, pendiente), del viento (frecuencia y velocidad) y la vegetación para determinar el grado de deterioro. En los lugares de erosión acelerada (en el sudoeste provincial) ya se detectaban formación de médanos, excavaciones, carcavones y acumulación de arena. Como consecuencia, “la disminución de la producción de biomasa derivada de estos fenómenos va desde un 100% en lugares destruidos por la erosión, hasta la disminución potencial ligada a un deterioro que bloquea la regeneración de la vegetación” (DIGID, 1977: 113). Los campos con mayor deterioro eran los que originalmente tenían mayor productividad y, por lo tanto, fueron sujetos a exceso de carga animal. El informe incluyó medidas para realizar en función del estado de avance del deterioro como: gran reducción de la carga o su eliminación, mejoramiento de pasturas, remodelamiento de alambrados para generar rotación permanente, control de drenaje y emparejado de cárcavas. En esta línea, proponían la utilización de las técnicas “más modernas” para el uso y manejo de los predios y en los casos más extremos, la suspensión del pastoreo y la siembra “al voleo” con especies con probada capacidad de resistir al clima. Éstas son probablemente algunas de las mayores diferencias respecto a enfoques actuales sobre el problema, según se analizará en el resto del capítulo. Otro punto importante del informe sostenía que los productores consideraban los niveles graves de degradación como normales, no como producto de una forma de explotación que podía ser mejorada.

En esta misma línea, otro informe señaló que los productores no estaban acompañando las acciones y recomendaciones de los organismos técnicos, por factores como la falta de agrupamiento en entidades intermedias, de inversiones en infraestructura y mejoramiento de campos y cuidado del suelo, la crisis económica y la ausencia de precio (Pritzker, 1993).

Hacia finales de la década de 1980 se amplió el conocimiento sobre la erosión cuando se estimó la superficie afectada en 19%, siendo la segunda provincia más afectada de la Patagonia, después de Santa Cruz. El sudoeste era la región más perjudicada, pero también se identificaban procesos más leves en las mesetas centrales debido al “manejo inadecuado” de los procesos naturales por la sobrecarga animal y la ausencia de rotación. Esto generaba el sobrepastoreo y la posterior voladura de la capa fértil, y con el deterioro de la cobertura vegetal, la reducción de la receptividad ovina (Brigone y Corvi, 1989).

Después de la Convención Internacional de Lucha contra la Desertificación (CNULD), en la década de 1990 se desarrollaron tres grandes proyectos, cuyas características serán descriptas en el próximo capítulo pero cabe en este momento repasar sus objetivos y aportes científicos. PRECODERPA, LUDEPA y PRODESAR tuvieron tres objetivos principales: la instalación de la problemática de la desertificación en la provincia; diagnosticarla y cuantificarla; desarrollar, ajustar y validar prácticas de manejo y de recuperación de los recursos para lograr un sistema de producción mejorado en términos ecológicos y económicos. Mientras los primeros trabajaron bajo la finalidad de la sustentabilidad, el PRODESAR partió del concepto hegemónico de su época: el desarrollo sustentable, proponiendo una clara interdependencia necesaria entre el desarrollo económico y social y el control de la desertificación.

Respecto al dimensionamiento de la problemática, se logró establecer una tipología de grados de avance, según el impacto en la vegetación y en la productividad. Para una sencilla interpretación, se establecieron tres estados de la desertificación (PRODESAR, INTA-GTZ, 1997):

  • Leve: más del 50% de la superficie está cubierta por vegetación. Puede presentar signos incipientes de erosión laminar hídrica y de acumulación de material por erosión eólica, pero el manejo adecuado de las existencias puede posibilitar una actividad pecuaria económica y ecológicamente sustentable.
  • Medio: la cobertura vegetal del suelo está entre un 50 y un 20% del total, evidenciando procesos de erosión eólica e hídrica avanzados. El potencial productivo está seriamente afectado, debiendo modificarse el manejo para evitar el agravamiento del deterioro.
  • Grave: más de 80% de la superficie está desprovista de vegetación (formación de los denominados peladales), habiendo perdido totalmente la capacidad de sustentación de la actividad agropecuaria. Sus posibilidades de recuperación con costos y/o plazos razonables son prácticamente nulas.

Los resultados de este estudio demostraron que Chubut es la segunda provincia de la Patagonia más afectada por la desertificación, luego de Río Negro, con un 94,3% y 96,9% de su superficie con grados de leve a graves de desertificación, respectivamente (Tabla 6).

Tabla 6: Grados de desertificación por provincia, Patagonia (1997)

Grados de desertificación (%)

Provincia

Neuquén

Río Negro

Chubut

Santa Cruz

T. del Fuego

Leve

5,9

16,6

6,6

5,0

32,4

Medio

49,0

54,5

57,0

49,3

40,1

Grave

37,1

25,8

30,7

38,4

31,8

Subtotal

92,0

96,9

94,3

92,7

72,5

Bosques y Lagos

8,0

3,1

5,7

7,3

27,5

Fuente: Programa de Acción Nacional de Lucha contra la Desertificación (1997)

Dentro de la provincia del Chubut, el grado de desertificación varía según cada departamento, siendo los cordilleranos los menos perjudicados por la presencia de zona de bosques y/o de la precordillera que cuenta con mayores precipitaciones y cobertura vegetal (Ilustración 17). En el caso de la meseta central, los niveles son muy elevados, encontrándose la mayor parte de la superficie departamental en estado medio o grave de desertificación. Los departamentos de la zona del VIRCh- Valdés también se encuentran altamente afectados, con excepción de un mínimo porcentaje de sus superficies que presentan grados leves y que se encuentran localizados en los valles irrigados del Río Chubut.

Ilustración 17: Mapa de estado de grados de desertificación en Chubut, por departamento

mapa desertificación 1997

Fuente: PRODESAR, GTZ-INTA (1997:15)

Estos grandes proyectos respecto a la desertificación fueron acompañados de otras investigaciones que no coincidían en los diagnósticos, las consecuencias asignadas y, sobre todo, las soluciones propuestas para trabajar en la remediación o mitigación de la desertificación. Para citar algunos casos, en 1992 desde la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (UBA), realizaron un estudio en la provincia, específicamente en una gran estancia localizada en la zona de Leleque, para evaluar la relación y los efectos del pastoreo en la vegetación y la productividad lanera (Paruelo, Golluscio y Deregibus, 1992). En predios determinados modificaron el sistema de pastoreo continuo tradicional por uno rotativo. Los resultados de su estudio mostraron que el pastoreo continuo afectaba el pastizal y fomentaba la selectividad que tienen los animales por determinadas plantas forrajes. Con el rotativo, se había podido modificar el sobre y subpastoreo, por la disminución de la selectividad y la presión, logrando una reversión del deterioro y el incremento de la producción de lana en un 14% en tres años. Así, a través del manejo de vegetación y majadas se podía lograr revertir síntomas de deterioro, sin que la primera medida fuera la reducción de la carga. El nuevo sistema de pastoreo implicaba la separación de lotes con distintos requerimientos, permitía un uso más eficiente de los recursos en el tiempo y, en algunos casos, la suplementación de los animales con una fuente de nitrógeno no proteico para mejorar el consumo. Por último, para evitar pérdidas de animales, se estableció un esquema de cuidados de la hacienda mediante el uso de equipos de pastoreos. Para ello, se reorganizó el trabajo de la mano de obra disponible: se conformaron equipos de tres personas, dos para controlar continuamente la hacienda y mejorar la distribución de los animales dentro de los potreros, reduciendo el monto de las inversiones en alambrados. Entonces, desde este grupo promovían el método de pastoreo rotativo, mediante el cual se podían ir compatibilizando las demandas forrajeras de los animales con la disponibilidad del mismo según los distintos momentos del año, la capacidad de rebrote y la respuesta al descanso. Asimismo, en los momentos de menor productividad de los pastizales, proponían la utilización de suplementos para incentivar el consumo de las plantas de menor calidad y no generar la pérdida de peso de los animales. Golluscio, Deregibus y Paruelo (1998) proponían 4 herramientas: identificación y mapeo de las comunidades de plantas; conocimiento de su fenología; desarrollo de técnicas objetivas para la estimación de la capacidad de carga; e implementación de métodos de manejo que asignen períodos de descanso a cada cuadro. Pese a que el artículo demuestra las ventajas de estas medidas, especialmente del sistema de rotación, reconoce que se encuentra sujeto a constricciones de diverso tipo. En el plano ecológico, la variabilidad de las precipitaciones, la coincidencia del período de crecimiento con el verano y otras generan que, cuanto más árida la zona, más difícil sea aplicarlo. Estas constricciones podrían reducirse con buenos sistemas de alerta temprano respecto a los cambios en el forraje. El movimiento de la hacienda en ese período también puede incrementar la mortalidad de los corderos, con lo cual se deberían desarrollar métodos alternativos para reducir este riesgo. Respecto a lo socioeconómico, se reconoce que la mayoría de los campos no cuentan con subdivisiones para separar la hacienda. El alambrado eléctrico, junto con la suplementación estratégica o y la creación de bebederos pueden ayudar a reducir la heterogeneidad en el uso, pero los autores reconocían que era económicamente imposible para gran parte de los productores. Por último, aunque las anteriores eran importantes, sostenían que la mayor dificultad provenía de la cuestión cultural, la tradición y falta de conocimiento de los ganaderos que restringían la difusión de técnicas alternativas.

En lo referido a la relación entre la fauna silvestre y la desertificación también había divergencias. Por un lado, algunos culpabilizaban a una especie autóctona, como el guanaco por su consumo forrajero, al punto de considerarlo una plaga (Masera, 1998), mientras que un informe del INTA Bariloche en 1990 sostenía que, aunque era discutible si el minifundio era la principal causa de la erosión, era incontrovertible el hecho de que ese tipo de productores estaban “incapacitados de realizar las inversiones necesarias para la recuperación del suelo. Por otra parte tampoco podrán mantener, en el largo plazo, la mayor parte de las inversiones que realizare el Estado para combatir la degradación del recurso” (Barrera, 1990: 2-3), lo cual se debía tener en cuenta a la hora de diseñar planes de lucha contra la erosión.

Estos antecedentes históricos de los enfoques científicos se relacionan claramente con la evolución de la producción ovina y de las interpretaciones sobre los problemas ambientales. Hasta mediados del siglo XX, el análisis científico fue encarnado solamente por algunos expedicionarios y naturalistas puntuales y, si bien fueron tempranas las referencias a cuestiones como la erosión o el sobrepastoreo como fenómenos causados por la acción del hombre, en general las investigaciones estudiaban de forma escindida lo “natural” de lo “social”, enfatizando en lo primero. Asimismo, como sucedió con las interpretaciones de los agentes sociales laneros, las investigaciones científicas ligaron directamente el problema de largo plazo de la erosión, la desertización o la desertificación (como se fue denominando a través del tiempo), con la ganadería ovina. Se mencionaban medidas para mitigar sus efectos y/o revertirlos, enfatizando en la necesidad de adopción de técnicas o un manejo “racional” en la ganadería[5].

En lo específico respecto a la desertificación comienza a ser investigada más sistemáticamente hacia fines de la década de 1980, cuando en el contexto internacional comenzaban a hacerse presentes estos problemas y cuando la situación de la ganadería ovina mostraba una tendencia decreciente que ya no parecía que iba a poder detenerse. En estas investigaciones, el fenómeno es entendido de forma compleja, sosteniendo la multicausalidad de factores naturales y antrópicos que lo genera y de las consecuencias que produce. Los objetivos de exploración estuvieron principalmente centrados en el diagnóstico y en la evaluación del grado de avance del deterioro de los suelos y los espacios afectados. Luego, en la generación de técnicas de manejo y tecnologías, aunque muchos de los estudios reconocían las dificultades económicas o las razones culturales por las cuales los productores no adoptaban dichas medidas.

Cabe considerar a continuación cómo los problemas ambientales actuales son analizados por los ámbitos científicos.

Enfoques científicos respecto a la desertificación

Los primeros registros de la desertificación se encuentran en el análisis del ecólogo francés Aubreville sobre el África tropical en 1949, cuando observó el cambio del ambiente desde tierras productivas hacia “desiertos” producto de la acción del hombre en los bosques, el fuego y el cultivo (Dregne, 1986). A partir de esa vez, se ha utilizado de múltiples maneras: un proceso físico, caracterizado por la pérdida de productividad biológica, como consecuencia de cambios climáticos y ecológicos; un proceso generado por el mal uso de zonas áridas; un proceso que es producto de la desigualdad social; un proceso generado por cambios en el ecosistema, como sucede en otros ambientes además de los áridos; o un proceso interactivo, que combina cambios ecológicos y sociales (Johnson, 1977). 

La desertificación es un proceso natural o inducido por el hombre, de irreversible cambio de suelo y vegetación de zonas áridas en la dirección de la aridificación y disminución de la productividad biológica, la cual en casos extremos, puede orientarse hacia la total destrucción del potencial biológico y conversión de la tierra hacia un desierto. (Peralta, 1992, en Andrade, 2005:115)

La desertificación es el empobrecimiento de ecosistemas terrestres bajo el impacto del hombre. Es el proceso de deterioro en estos ecosistemas que puede ser medido por la productividad reducida de las plantas deseables, alteraciones indeseables en la biomasa y la diversidad de micro y macro flora y fauna, deterioro acelerado del suelo, y riesgos crecientes para la ocupación humana. (Dregne, 1986:2, traducción propia)

El proceso irreversible de disminución de la productividad biológica en zonas áridas y semiáridas derivado de presiones causadas por las actividades humanas (ej. aumento de la población) y por factores abióticos (ej. cambios en el régimen de precipitaciones). (Reynolds et. al, 2005:4)

Esta polisemia en el concepto de desertificación también se encuentra entre los estudiosos de la Patagonia. Un trabajo presentado en el Taller Internacional sobre recursos fitogenéticos, desertificación y uso sustentable marcaba las diferentes formas de entenderla:

Entendemos por desertificación ‘la degradación de las tierras en áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de un impacto negativo (Dregne, 1991). Este concepto parece el más adecuado a la hora de plantear estrategias para revertir la desertificación. Si bien es mucho más difícil de caracterizar a campo que el presenta por otro auctor en esta reunión (Oliva et al., en este mismo volumen) tiene la ventaja de excluir la aridez intrínseca de cada sistema, prácticamente inmodificable. Por otra parte, es más amplio que el presentado por Okada (en este mismo volumen) que, al estar restringido a los casos de irreversibilidad, no resulta útil para evaluar cuán factible es revertir la desertificación (Golluscio y Mercau, 1994:61)

Reynolds et. al (2005) sostienen que esta diversidad refleja los componentes, focos o temas, escalas temporales y espaciales que han sido priorizados en cada ocasión, así como responde a la complejidad del proceso, con facetas que no siempre son fácilmente identificables o abordables empíricamente. Inclusive, para Reynolds y Stafford Smith (2002), los cálculos sobre tasas y magnitud global de la desertificación son producto de datos con una autenticidad y consistencia variables.

Si bien en el capítulo anterior se mencionaron las principales causas y consecuencias que desde las investigaciones científicas se asignaron a la desertificación, cabe desarrollar las que fueron un rol central en la explicación del fenómeno en la Patagonia Argentina.

Entre los factores naturales y estructurales, se pueden encontrar los climáticos, ligados a la ausencia o reducción de lluvias. El agua, debido a procesos torrenciales, también puede producir cambios mediante la aparición de cárcavas, erosión laminar, denudación y arrastre de material. La acción del viento, por su parte, genera erosión del suelo con las consecuentes formaciones de lenguas de avance, médanos y acumulaciones. En algunos casos se sostiene que la propia fauna silvestre también puede haber aportado a la desertificación del suelo. Este argumento afirma que el guanaco (Lama guanicoe) es una especie dañina, entre otros motivos, por un consumo de las pasturas naturales mayor que el de la oveja.

Lo anterior lleva a otro factor de carácter estructural, aunque vinculado con la acción humana: la introducción del ganado ovino en la región modifica el equilibrio ecosistémico natural preexistente. Previo a este hecho, los pastizales naturales permitían la satisfacción de las demandas forrajeras de la fauna silvestre y protegían el suelo de los agentes naturales erosivos. Sin embargo, el nivel de carga de animales foráneos que se introdujo, no necesariamente se correspondió con la receptividad de los terrenos.

La causa principal de la erosión es la sobrecarga animal provocada por distintos factores tales como inestabilidad económica del país, desconocimiento del manejo racional y falta de precio adecuado para la carne ovina que orientó al productor a la mayor producción de lana (Rapp y otros, citado en Andrade, 2003:4).

La sobrecarga, generada tanto intencionalmente como por desconocimiento o por necesidad de subsistencia, habría ocasionado el sobrepastoreo. Este último provocaría la degradación de la vegetación natural, “desnudando” el suelo, perdiendo sus componentes orgánicos, su fertilidad y su capacidad de absorción y retención de humedad. El suelo también se puede ver perjudicado por el pisoteo de los animales que lo compactan, reduciendo su capacidad de infiltración (Andrade, 2005).

Siguiendo con las implicancias de la ganadería ovina, el uso abusivo de los sectores con mayor potencial productivo, como mallines y pastizales, sufren un grave deterioro por desecación y salinización.

En otro plano, la extracción de vegetación (arbustos, principalmente) para el uso como leña para calefacción y combustible también contribuye a la denudación y al deterioro del suelo, con un uso que no incluye planes de reforestación u otras medidas para compensar lo extraído.

Existe un factor sumamente importante que suele ser considerado como coyuntural, pero en realidad, por el largo plazo que lleva, es un factor estructural de la desertificación: la caída de los precios internacionales de la lana. Como fue mencionado en el segundo capítulo, este deterioro comenzó claramente en la década de 1960 (aunque algunos autores, como Andrade- 2005-, lo consideran desde el fin de la Segunda Guerra Mundial) y, pese a cierta recuperación luego de la devaluación del peso en el 2001, suele ser menor a lo esperado y fomenta la carga de los campos para “compensar” con mayor volumen los menores ingresos.

Entre los factores coyunturales naturales, se encuentran los incendios y las inundaciones. Pese a no ser muy frecuentes, una vez que afectan un área de la vegetación y el suelo, la recuperación de los mismos suele ser muy lenta. Los factores coyunturales sociales pueden ser la remoción y extracción de suelos para obras viales, la expansión urbana y la construcción de obras de infraestructura.

Para Alfaro Catalán (2005) existen, además, causas indirectas que fomentan la desertificación. Entre otras, menciona las deficiencias en la distribución del bienestar en las zonas áridas y las fallas en los mercados, en las instituciones y en las políticas públicas. Baetti, Cornaglia y Salvia (1999) plantearon la existencia de desigualdades entre los distintos estratos de productores para el acceso a tecnologías para frenar o combatir el deterioro. Montaña et. al (2005) denominan a estas causas de la desertificación como no visibles o que han permanecido invisibilizadas, generando un círculo dilemático entre la pobreza y la desertificación: “la ‘pobreza’ conduce a la explotación indiscriminada de los recursos que provoca la degradación general del sistema y vuelve a acentuar la primera” (Montaña et.al, 2005:217).

Así como las causas que originan este proceso ambiental son múltiples, también lo son las consecuencias que generan para el ecosistema y la estructura socioeconómica. El sobrepastoreo y el corte de leña producen el gradual deterioro de la vegetación, que se tradujo en la disminución de la cobertura vegetal y del número de plantas, la desaparición de especies forrajeras valiosas, la proliferación de plagas (o especies no deseadas por el hombre) y, por último, la disminución de la oferta forrajera. A modo de ejemplo, en la Ilustración 18, se observa un campo con fuerte presencia de la Coliguaya intergérrima, que es la única especie que subsiste en áreas sumamente degradadas. Esta pérdida de vegetación afecta los suelos, generando un círculo negativo.

Ilustración 18: Área desertificada en Cushamen, donde sólo subsiste la Coliguaya intergérrima

Cushamen

Fuente: Marisa González (2009)

A medida que avanza, este proceso también puede llevar a la formación de médanos, cárcavas o zanjones en áreas de pendientes o pavimentos de erosión. Estos últimos son grandes peladeros o peladales, en cuya superficie sólo se encuentran piedras (Ilustración 19).

Ilustración 19: Peladero y médano en Paso del Sapo, Chubut

Piedra Parada2

Fuente: Marisa González (2011)

Otro impacto posible radica en la pérdida de valor paisajístico en áreas con potencial turístico o la extinción de especies de flora y fauna que podrían ser manejados para obtener productos de valor comercial.

Esta problemática también modifica funcionamiento social y cultural (Alfaro Catalán, 2005). En cuanto a la producción se reduce la calidad de la producción ovina por falta de forraje que dificulta la alimentación, genera un menor crecimiento, reduce la procreación de los animales e incrementa la mortandad. Así contribuye a disminuir el stock ganadero, influyendo generalmente sobre los ingresos de los productores.

Según se ha analizado en distintas regiones, la desertificación no sólo pone en riesgo la capacidad productiva sino también la permanencia de una explotación ganadera rentable y sustentable. Esta pérdida de rentabilidad puede afectar diferencialmente a cada estrato de productores, según su grado de conocimiento sobre técnicas de manejo, capacidad económica para aplicación de esos métodos de producción y/o tecnologías que ayudaron a los suelos y no los siguieron perjudicando y/o su reconversión o incorporación de otras actividades económicas. En los grados extremos, la desertificación puede generar el abandono de los establecimientos y el desarrollo de actividades extraprediales (Abraham, Laurelli y Montaña, 2008; Andrade 2005; Macagno et.al, 2005; Torres et. al, 2005; Torres, 2008), colaborando con las tendencias a la desaparición de los pequeños productores, fomentando la concentración de tierras (Baetti, Cornaglia y Salvia, 1999) y las migraciones (estacional o definitiva). Según sostiene Morales (2005), la pobreza, la desertificación y las migraciones son fenómenos que coexisten y que son causa y efecto al mismo tiempo, generando lo que Scherr y Yadav (citado en Morales, 2005) denominan un espiral creciente de degradación y pobreza (o un conocido círculo vicioso). La población rural que emigra, ante la dificultad o imposibilidad de encontrar nueva ocupación, inicia un proceso de marginación social, económica y cultural y pasa a engrosar los sectores menos privilegiados de los centros urbanos, con las consecuencias ambientales y económicas que esto produce. Como contracara de esta situación, la migración puede posibilitar alivio para los recursos naturales y la generación de nuevos ingresos para la sobrevivencia del núcleo familiar.

Las anteriores son características generales sobre la desertificación que se dieron desde la investigación científica. En la última década, acompañado por instrumentos de fomento a la actividad lanera y la mejora en el mercado de la actividad, se han desarrollado dos nuevos proyectos de investigación sobre la desertificación y su relación con la producción ovina patagónica. Por un lado, el proyecto Manejo Sustentable de Ecosistemas Áridos y Semiáridos para el Control de la Desertificación en la Patagonia del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la SAyDS, que es financiado por el Global Environment Facility y de donde deriva el nombre coloquial con el que se conoce el proyecto, GEF. La elaboración de este proyecto contó con la participación del INTA y de sus especialistas en la Patagonia, basándose en el conocimiento generado por los proyectos previos (Entrevista a técnico, Trelew, 2012).

El proyecto identificó tres amenazas y sus barreras para lograr la sustentabilidad ambiental (SAyDS, 2007):

  • El mal manejo de los pastizales en relación a la distribución y carga animal: producto del “limitado conocimiento y conciencia de los productores con respecto a los signos y efectos de la degradación de los pastizales” (SAyDS, 2007: 6). También es consecuencia de las restricciones institucionales para hacer más efectivas las tareas de extensión y el restringido acceso a créditos y programas por parte de pequeños productores sin títulos de propiedad y escasa representación gremial.
  • La sobredependencia de la ganadería para lograr los medios de vida: por falta de información para el pronóstico y toma de decisiones, inclusive sobre opciones alternativas a la ganadería y la ausencia en el ámbito provincial de incentivos para la adopción del Manejo Sustentable de Tierras Secas (MST) y protocolos de productos diferenciados.
  • El aumento de la carga animal a niveles no sostenibles como producto del incremento de los precios de mercado y otros incentivos económicos: la mejora de los costos relativos de producción con la devaluación y la disponibilidad de los fondos de Ley Ovina no necesariamente han llevado a un manejo de los pastizales más adecuado, sino que inclusive puede generar el incremento de la carga animal. A esta situación no contribuye la falta de concientización de la problemática del MST y la baja conectividad por las amplias distancias entre las organizaciones.

Ante estos diagnósticos, el proyecto GEF buscó “aplicar el MST en sistemas de producción ganadera para mejorar la estructura, integridad y función de los ecosistemas áridos y semiáridos de la Patagonia” (SAyDS, 2007: 16) para contribuir al desarrollo sustentable dentro del contexto del PAN. Este objetivo se lograría a través de diferentes medidas como la generación de una Red Patagónica para la difusión de información para la toma de decisiones tanto de los productores como en políticas ambientales; un sistema de monitoreo de pastizales y otro de alerta temprana; proyectos modelos y capacitación a pequeños productores sobre evaluación de pastizales para que puedan acceder a Ley Ovina; e incentivos para que los productores adopten las tecnologías de manejo extensivo (TME). Las TME es un método elaborado por la EEA del INTA en Santa Cruz entre las décadas de 1980 y 1990. Si bien se basa en las propuestas de manejo adaptativo desarrolladas por Holling, que fueron mencionadas en el primer apartado, tienden a promover las mismas estrategias para distintas áreas o estratos de productores (es decir, no se plantea como flexible, necesario de ser adaptado a cada caso), como las que fueron implementadas para el sitio piloto chubutense durante el LADA.

Dentro de las actividades realizadas, se encuentra la elaboración de un sistema de soporte de decisiones de cuatro componentes: el sistema de alerta temprana de sequías (que será descripto en el apartado sobre la política de sequías); el sistema MARAS para el monitoreo ambiental de las zonas áridas y semiáridas, instalados directamente en el terreno; el sistema de información geográfica; y el Modelo de Gestión Ovina, donde se incluyen herramientas económicas para que utilicen los extensionistas en sus proyectos. Otro punto en el que se ha trabajado es en la creación de áreas demostrativas y en la realización de capacitaciones y talleres para la difusión de las TME, ante la imposibilidad de consolidar un sistema integrado. A nivel región, el SAyDS se encargó de la conformación de la Red Productiva Ambiental (para que, aprovechando las estructuras y redes existentes se pudiera crear una visión conjunta de la problemática de la desertificación e intercambiar información y servicios del proyecto) y de la Educación Ambiental. 

El segundo proyecto es de Evaluación de la Degradación de la Tierra en Zonas Secas (LADA), que buscó “evaluar el alcance y las causas de la degradación de tierras en zonas áridas” para “contar con una metodología estandarizada” para la medición de la desertificación, su progresión y sus impactos y con ella poder diseñar y planear intervenciones (Corso, Pietragalla, Abraham y Pérez Pardo, 2011: 65). Comparado con los proyectos anteriores, tuvo tres particularidades. Por un lado, los lugares seleccionados debían presentar antecedentes en el uso de indicadores para evaluar la desertificación que les permitieran construir una línea de base. Segundo, los procesos de degradación a relevar tenían que estar asociados a la pobreza rural, para evaluar cómo la adopción de técnicas de manejo podía contribuir no sólo al mejoramiento del proceso de degradación biofísica, sino también al de las condiciones de vida de sus habitantes (Entrevista a técnico, Esquel, 2011). Tercero, se trabajó en zonas de pequeños productores, bajo el supuesto que estos grupos son los más afectados por la degradación porque no tienen opción de irse y/o ver afectada su calidad de vida, más allá de lo productivo (Entrevista a técnica, Buenos Aires, 2011).

En Argentina, el proyecto eligió siete sitios pilotos, dos en la región patagónica: Ingeniero Jaccobacci, en la Río Negro y Colonia Cushamen en el área de estudio de esta tesis, en el noroeste de Chubut. En Cushamen, la EEA Esquel del INTA estuvo a cargo de la ejecución, que incluía la realización un análisis integral y participativo de indicadores biofísicos y socioeconómicos. Para ello, se utilizaron diferentes mapas y una matriz de causas- presiones- estado- impactos- respuestas de la degradación de la tierra. Los técnicos del proyecto seleccionaron diversas medidas de MST para cada lugar de estudio determinando sus contextos de aplicación, costos aproximados y adaptabilidad. En el caso chubutense, se consideró que si bien se encontraba relativamente estable la gravedad del deterioro, son ecosistemas con baja resiliencia por lo que se debían reducir las presiones generadas por el pastoreo intenso continuo de la ganadería de bajo nivel tecnológico. Los técnicos seleccionaron algunas TME: la intersiembra y el alambrado de mallines, la plantación de montes forrajeros, la siembra de Elymo para la fijación de médanos, la sedimentación de cárcavas, la protección de áreas ribereñas, la determinación de la receptividad de los campos, el compost para abonar las huertas y el manejo de hacienda en años de sequía (Pietragalla y Corso, 2011).

En el proyecto se evaluaron el impacto de algunas de esas técnicas de manejo, a través de contrastar indicadores en áreas denominadas brillantes (bright spots, donde se aplicaba un manejo mejorado) y calientes (hot spots, donde no se aplicaban dichas técnicas). La comparación arrojó que, aunque el estado de los recursos naturales mejora con la implementación de prácticas de manejo sustentable, la situación socioeconómica de pobreza de las familias de los productores con las que se trabajó sólo presentaba mejoras limitadas. En esta última estarían teniendo un peso importante algunas variables estructurales de larga data, como el déficit de infraestructura, el tamaño acotado de los predios y el restringido acceso al crédito (Entrevista a técnico, Esquel, 2011; Codesal, Clari, Nakamatsu y Bottaro, 2011). De esta forma, la conclusión del informe del sitio piloto en Chubut cuestiona, por lo menos para el caso de los pequeños productores, la relevancia de la adopción de técnicas de manejo extensivo ya que, si bien pueden colaborar en reducir o frenar el deterioro de los suelos, no modifican la situación económica estructural o la calidad de vida de los productores. Entonces, cabe interrogarse: si no les va a modificar su situación, ¿sería “racional” o “sustentable” modificar sus formas de producir o trabajar?

Como resultado del LADA, también se realizó una serie de los mapas de degradación de las tierras secas a nivel nacional. Debido a que uno de los objetivos era desarrollar una metodología estandarizada para la medición (que todavía no fue realizada) lo que se hizo fue generarlos en base la opinión de expertos. Se estimaron cuatro grados de degradación: leve: etapa inicial donde la rehabilitación de la tierra es posible con menor esfuerzo; moderado: control y rehabilitación posible; fuerte: etapa avanzada, donde la rehabilitación es difícil en un límite de tiempo razonable; y extrema: donde la rehabilitación es imposible. La Ilustración 20 muestra en el área analizada en esta investigación el predominio de grados fuertes, aunque en algunas zonas del centro norte la rehabilitación todavía sería posible con leves esfuerzos. Sin embargo, la tasa de crecimiento de degradación calculada en el proyecto (en base a la opinión de expertos, en función de la evolución entre 2001 y 2010), no se encuentra en retroceso pese a las políticas realizadas en las últimas décadas.

Ilustración 20: Mapa de Chubut, según grados de degradación

Ilustración 16: Mapa de Chubut, según grados de degradación

Fuente: Proyecto LADA / WOCAT Argentina (2010)
Referencias: Rojo: extremo; Naranja: fuerte; Amarillo: moderado; Verde claro: leve; Verde oscuro: no degradado; Gris: no evaluado.

Como en momentos históricos pasados, las conclusiones de este tipo de proyectos no son consensuadas por todos los científicos. Por un lado, trabajos recientes de investigadores de la FAUBA, como el de Golluscio et al (2009), muestran que dos métodos de cálculo de receptividad (el Método de la Productividad Primaria Neta Aérea y el Método del Valor Pastoral) arrojan distintos resultados en términos de la receptividad. Sin embargo, pese a las inconsistencias, la determinación de la receptividad con cualquiera de ellos brinda información diagnóstica de interés, para la toma de decisiones de manejo, al menos hasta que se elabore un método que sintetice las ventajas de los dos analizados. Asimismo, Golluscio (2009) concluye que el cálculo de receptividad no responde únicamente a fórmulas matemáticas y a modelos universales, sino que se debe definir en función de la locación, del estado de la vegetación y de la producción individual de los animales para los fines productivos; teniendo que, además, mantener un monitoreo continuo y flexibilidad frente a cambios que pueden surgir y/o a las condiciones climáticas. Por otro, desde el enfoque de la coevolución de los sistemas socioecológicos y en una propuesta que afirma combinarla con la ecología política, Easdale y Domptail (2014) analizan el problema de marginalización ligado a la desertificación a partir de tres factores económicos y políticos que consideran que contribuyen a ella. En primer lugar, el predominio de una visión occidental del mundo sobre el manejo de las zonas de pastoreo y sus efectos. Esta visión, aplicada en las zonas áridas latinoamericanas a partir de la colonización, promovió la consideración como un problema de la baja productividad de los sistemas agrícolas tradicionales y culpabilizó a la propiedad común o los regímenes de acceso abierto por la sobrecarga y el pastoreo. Este problema debía ser combatido con propiedad privada y sistemas productivos especializados, medidas que fallaron en lograr un manejo de la variabilidad de las zonas de pastoreo. Luego, ante evidencias de la degradación, se aplicaron modelos basados en el equilibrio, por lo que la solución radicaba en la reducción de la carga ganadera, la cual, este estudio afirma que se ha demostrado ineficiente. Las medidas apropiadas consisten en la adaptación y manejo de la variabilidad de los sistemas socioecológicos, considerando los conocimientos tradicionales en el manejo, y no en el establecimiento de mayores medidas que intentan su control. En segundo lugar, la Revolución Verde amplió la competencia para los productos elaborados en esta región y redujo su competitividad. En el mismo sentido, cambios en los mercados (como la difusión de los sintéticos y el consumo de productos elaborados con bajos niveles de energía) impactan en las posibilidades comerciales de los productos ovinos. Por último, los análisis de los costos ambientales, que serán explicados a continuación, no han resultado eficientes ni fáciles de incorporar de forma concreta en los precios de venta. En función de estos factores, los autores concluyen que el espiral de marginalización y desertificación como un destino inevitable es producto de decisiones políticas y económicas, y las oportunidades para solucionarlo estarían en cambios en la racionalidad económica e incrementar el conocimiento de los efectos ambientales y la calidad de los productos para superar las dificultades comerciales y de demanda de las producciones de las zonas áridas.

Estas propuestas no concuerdan con las formas de tratamiento enunciadas por Ciano, Salomone, Nakamatsu y Luque (2014). Ellos sostienen que los esfuerzos de remediación deben concentrarse en las áreas críticas (aquellas que tienen comprometida su biodiversidad y/o la calidad de vida de su población), donde promueven la recomposición de la cobertura vegetal, pero también la clausura a todo tipo de actividad. De todas maneras, reconocen que la remediación de este tipo de lugares no resulta viable económicamente si sólo se está buscando solucionar un problema de producción forrajera por los altos costos y escala.

Desde la agrupación OVIS XXI promueven otra forma de manejo en tierras secas para no fomentar la desertificación: el manejo holístico. Con orígenes en la TME desarrollada por el INTA, modificada luego por la organización y con los aportes de la ONG The Nature Conservancy, el manejo holístico incluye un sistema de rotación del pastoreo, estableciendo períodos cortos con alta carga animal, que promueve una descomposición rápida de la vegetación muerta y la reducción de la selectividad animal. La propuesta de manejo holístico va acompañada de la adopción de un estándar de manejo denominada GRASS. Este estándar “implementa el manejo adaptativo a dos escalas a la vez: área ecológica y predio”, introduce un Índice de Salud de Pastizales que trabaja con 15 indicadores biológicos que son evaluados por un técnico acreditado y comparados respecto a los valores de áreas de referencia para definir cuán degradado o si se está degradando o se está recuperando, procedimientos de auditoría ambiental, un comité científico para revisar el mismo estándar y una base de datos georreferenciados y herramientas de sensores remotos para validar los resultados (Borrelli, 2014). Según los profesionales de esta organización, esta técnica reproduce lo que sucedía en el pasado con las migraciones de manadas salvajes de herbívoros, como los guanacos en la Patagonia.

En el manejo holístico en lugar de tener menos animales, tenemos más animales, cambiás la lógica, es decir, los principios son que vos en vez de preocuparte tanto por la cantidad de animales, tenés que preocuparte por el tiempo en que están en cada lugar, ¿por qué? porque estos pastizales coevolucionaron durante cientos de miles de años con millones de herbívoros. Muchos más herbívoros que los que hay hoy. El suelo, las plantas, los animales, coevolucionaron juntos, no unos antes que otros. Entonces las plantas necesitan que las pastoreen. No es que… y eso es lo que hablábamos de las clausuras, si vos no pastoreas, te falta algo. Lo que no estaba preparado el ambiente éste era para que alguien venga, le ponga un alambrado y le ponga mil ovejas todo el año. Porque lo que genera la degradación de las tierras, fundamentalmente, es el pastoreo continuo, es decir una planta la comen y cuando está queriendo rebrotar, viene el animal la come de vuelta y quiere rebrotar y la come de vuelta, en algún momento la mata. Esto empieza a generar suelo desnudo, el suelo desnudo genera erosión, la erosión hace que se pierda suelo fértil, y se pierde la capacidad de retener humedad, entonces hoy, por ejemplo, la mayor parte de la provincia, hay tanto suelo desnudo y tan poca vegetación que… la efectividad de la lluvia se ha reducido a un tercio o a un cuarto. Yo veo gente que está muy preocupada por el cambio climático porque va a cambiar 20, en los próximos 50 años puede llegar a llover 20 mm menos. Y nosotros en la costa de Chubut, por ejemplo en lugares que tienen 200 mm de lluvia por año no estamos aprovechando más de 40 mm. O sea, estamos desperdiciando 160 mm. ¿Por qué? Porque como está todo pelado, cae la lluvia, el agua escurre o se evapora, desde la superficie del suelo. Entonces, este, digamos, hay que arreglar eso, si arreglamos el ciclo del agua, está bien, el cambio climático va a venir, pero por lo menos nos va a pescar más preparados. Entonces el manejo holístico ha sido la revolución más grande que hemos visto en todo este tiempo y es la esperanza más grande que tenemos de tener algún tipo de área sustentable. (Entrevista a técnico, Trevelin, 2014)

Esta extensa cita muestra el desacuerdo en el diagnóstico que promueven desde esta agrupación respecto a algunas causas asignadas desde otros enfoques científicos a la degradación de las tierras secas y de las dificultades productivas de la ganadería ovina patagónica. Principalmente cuestionan el peso otorgado en las causas a la presencia de ovinos, el sobrepastoreo, el cambio climático o la sequía y la ausencia de alambrados. El manejo holístico no incluye la exclusión de tierras destinadas al pastoreo:

Las clausuras no son la mejor expresión de un pastizal tampoco (…) Porque te falta una parte que es el animal. El animal cumple un rol, vos le sacás el animal, y las pasturas empiezan a, los primeros años se ven bárbaras y después empiezan a declinar. Se frena el ciclo de los nutrientes, el ciclo del carbono descansa. Toda la biota del suelo descansa, y al final todo eso empieza a ponerse decrépito, gris, no crece, no semilla. No se ocupan los espacios vacíos porque no hay disturbio. Es la paz de un cementerio digamos la clausura. (Entrevista a técnico, Trevelin, 2014)

Otro punto de desacuerdo entre los científicos, radica en el rol de la fauna originaria de la región: los guanacos. Algunos autores ya mencionados promovían la eliminación del guanaco porque comía más que las ovejas y para reducir la competencia. Para Baldi, Campagna y Saba (1997) este animal posee almohadillas en sus patas, lo cual genera un menor impacto sobre los pastizales que los ovinos y también son más eficientes en su alimentación porque, al digerir mejor los pastos secos, consume menos. Asimismo, como especie nativa, el tamaño de su población estuvo en relación a las posibilidades que le brindaba el ecosistema para mantenerse. Es decir que su consumo de vegetales difícilmente podría haber llevado al grado de degradación actual de la tierra en la zona y considerarse una especie causante de la desertificación[6].

A modo de síntesis, en los últimos años, el trabajo científico en la zona en lo referido a la desertificación continuó trabajando en el diagnóstico y cuantificación del deterioro, con tecnologías más modernas y basándose en las experiencias y conocimientos generados en etapas anteriores. Los marcos conceptuales de los proyectos más generales se encuentran entre el desarrollo sustentable y la vulnerabilidad, especialmente el GEF que se concentró en la situación y en medidas específicas para los productores más pequeños. Sin embargo, diversos factores, especialmente la sobrecarga, que se asignaron de forma dominante a la desertificación por parte de los enfoques científicos, como causales de la desertificación son objeto de cuestionamiento en otras investigaciones o por parte de otros grupos de técnicos. La misma situación se presenta respecto a las medidas a adoptar para revertir, frenar o mitigar los efectos en la producción ganadera ovina. De todas maneras, como se observará en el siguiente capítulo, son las visiones de los grandes proyectos científicos las que se constituyen como dominantes y que intervienen en la política pública.

Enfoques científicos respecto a la sequía

La sequía es un fenómeno cíclico recurrente en la región patagónica, cuya predicción no es sencilla. Por este motivo, frente al episodio concreto que afectó a Chubut desde 2007, los esfuerzos científicos se concentraron, en primer lugar, en el monitoreo y, en segundo término, el desarrollo de tecnologías y prácticas de manejo para afrontar los períodos secos con las menores consecuencias productivas negativas posibles.

Respecto al primer punto, cabe mencionar que en la provincia, y en la Patagonia en general, existe consenso entre científicos de distintos organismos que hay un déficit respecto a las estadísticas y el control meteorológico de los niveles de lluvias, debido a la baja cantidad de estaciones meteorológicas y/o de registros continuos y sostenidos a través del tiempo. Algunos datos históricos se encuentran en el CENPAT, pero es difícil reconstruir una serie histórica de varias décadas. En un informe realizado por la EEA Chubut del INTA en el marco del proyecto GEF, se presentan cuadros comparativos entre 2012 y 2006 para mostrar las diferencias en los niveles de lluvias que producen la sequía (Tabla 7). Este informe muestra los niveles reducidos en las zonas del VIRCh y la Meseta Central, mientras que en la región más cercana a la cordillera de los Andes, las precipitaciones fueron superiores al promedio histórico, pero menores a 2006 y con una distribución a lo largo del año que difiere de lo sucedido históricamente, ya que se observaron mayores niveles durante los meses primaverales o estivales.

Tabla 7: Promedio anual de precipitaciones (mm), Chubut, histórico, 2006-2012

Localidad

Histórico

2006

2012

Puerto Madryn

202,3

194,6

170,4

Trelew

181,7

200,4

171,4

Gaiman

146,9

s/d

123,8

Telsen

204,4

241

189,2

Paso de Indios

180,2

216,1

117,1

El Maitén

413,8

879,4

684,2

Fuente: Elaboración propia en base a datos de INTA (2013)

Frente a la última sequía, considerando las dificultades antes mencionadas, se desarrolló el proyecto de Monitoreo de la Provincia de Chubut, que permite seguir de forma sistemática las condiciones de la vegetación en toda la superficie según datos que son obtenidos por sensores remotos (Mohr Bell y Siebert, 2008). Dichos sensores se ubicaron en diversos lugares de la provincia, permitiendo obtener imágenes satelitales sobre la cobertura vegetal de los suelos y evaluar, cada 16 días, sus cambios respecto a una media calculada con los datos de años anteriores (del 2000 al 2006) del Índice de Vegetación Mejorado (EVI, siglas del inglés Enhanced Vegetation Index). Las diferencias entre cada toma y la media se representó de forma gráfica en mapas: cuando los desvíos fueron positivos (mayor cobertura vegetal vs. el promedio histórico), se utilizó una escala de verdes; rojos cuando los desvíos fueron negativos; y amarillos cuando no se presentaron cambios en la vegetación en la zona. A modo de ejemplo, la Ilustración 21 evidencia la crítica situación de la vegetación en el período abril 2009/ abril 2010, donde la mayor parte del territorio provincial tenía menos cobertura vegetal que la media histórica, dando cuenta del intenso proceso de sequía que sucede desde, por lo menos, el 2007 (en algunas regiones el período abarcado podría ser mayor). En el último año, 2012, la sequía se ha reducido, sólo restando algunas áreas puntuales donde los índices de vegetación mantienen los tonos rojizos (Ilustración 22). Este método para evaluar la sequía había sido comprobado en otros estudios antecedentes pero, además, permitía complementar y en algunos casos subsanar la ausencia de información meteorológica en la zona, ya que ésta no es muy abundante (Mohr Bell y Siebert, 2008).

Ilustración 21: Mapa de Chubut según Índice de Vegetación Mejorado Acumulado, período 2009/2010

EVI Acumulado_2009-2010

Fuente: Centro de Investigación y Extensión Forestal Andino Patagónico- CIEFAP- (2011)

Ilustración 22: Mapa de Chubut según Índice de Vegetación Mejorado, 1ra. Quincena de Noviembre de 2012

mapa noviembre 2012

Fuente: INTA (2012)

La posibilidad de trabajar con sensores remotos y con estas tecnologías han mostrado diferencias notables con el pasado respecto al monitoreo de la sequía, principalmente por su amplia cobertura y la obtención de resultados en un corto período de tiempo, sin tener que recurrir a extrapolaciones como se hacía anteriormente con los niveles de precipitaciones.

La información obtenida mediante estas tecnologías resultó compatible con la posibilidad de que, desde los organismos técnicos especializados en cuestiones agronómicas y productivas vinculadas a la actividad ganadera, se pudieran desarrollar recomendaciones sobre prácticas y decisiones de manejo del ganado a corto plazo. Para ello, en Chubut, los organismos encargados del sistema de monitoreo elaboraron informes quincenales, donde se incluía la actualización del mapa y las recomendaciones acordes a los cambios de situación. Estos informes se difundieron en sus páginas de Internet, en los programas de televisión o radio que había en cada región, en boletines que se enviaban por mail o mediante gacetillas a productores, técnicos y políticos (Entrevista a técnico, Esquel, 2011).

Los organismos técnicos en la provincia promovieron una diversidad de técnicas y prácticas de manejo para trabajar en períodos secos. Una de las primeras fue el diagnóstico del estado de la majada, tanto de su condición corporal (que se mide con niveles de gordura, el desgaste de los dientes y la falta de dificultades para el desplazamiento), como en la cuestión sanitaria, aprovechando los momentos en que se realizaban otras labores culturales. En función de la revisión se podían retirar los animales que no estuvieran en condiciones o aquellos que excedieran la carga; manejar el servicio, la lactancia o la suplementación y, para los momentos de parición, definir lo lugares más adecuados (Bottaro, 2012). El traslado de hacienda hacia valles o campos con mayores pasturas también era recomendado, así como los arreos de forma tranquila y los recorridos luego de la parición para evitar el abandono de corderos y aguachamiento (muerte de madres que dejan a los corderos solos, “guachos”). Estas medidas, en mayor o menor grado, requerían de la planificación por parte del productor o del encargado del campo, que no siempre se encontró en la zona de estudio.

A medida que el período seco extendía su duración, y algunos referentes de la política y la ciencia cambiaban su percepción respecto al carácter coyuntural de este fenómeno, se comenzaron a realizar propuestas de medidas que apuntaban más que a mitigar los efectos, a estar preparados para nuevas sequías y evitar los impactos negativos. El principal objetivo que se enunciaba desde los ámbitos científicos radicaba en la generación de obras de infraestructura para la provisión de agua. Éstas incluían desde tajamares a pozos, jagüeles y molinos.

Más allá de las investigaciones concretas sobre la sequía, entre los técnicos resultó recurrente la idea de la inevitabilidad del fenómeno, especialmente de sus efectos.

Lo técnico puede aportar algunas medidas paliativas, en esta, en esta situación. Pero estamos en una, milagros no se pueden hacer. Llueven 150 milímetros. En ningún lugar del mundo que llueve 150 milímetros puede vivir la cantidad de gente que intenta vivir del campo. (Entrevista a técnico, Esquel, 2011)

El clima está cada vez más cambiante y cada vez, por lo menos en esta zona, en la meseta, cada vez, más… estricto, más lo que es… el tema de la lluvia, es fundamental. O sea, la producción extensiva se basa en que llueva, y el pasto no lo podés regar. Las zonas bajo río son pocas, son chicas, no son extensiones de 20.000, 30.000 hectáreas, 40000 hectáreas como hay, que vos decís, ¿las riego? No. Para regarlas necesitás millones de pesos, inviable totalmente. Dependemos de la lluvia, y bueno, en tanto y cuanto la lluvia no nos acompañe, o habrá que repensar la forma de producir, con suplementaciones y bueno, o este… ponderar otros beneficios, no solamente el económico. (Entrevista a técnico, Rawson, 2011)

Esta última cita se refiere a una cuestión sobre la meseta central que se encuentra bastante difundida en el ámbito de los organismos técnicos, pero que no es planteada masivamente de forma oficial, sino que surge principalmente en conversaciones informales: el hecho de que la producción ovina en las tierras secas resulta prácticamente inviable en términos económicos. Por ello, se considera que el Estado debería tomar la decisión de sostener a la población habitante de la meseta y/o a su actividad ganadera con otros fines- territoriales, sociales, culturales-, y no por motivos económicos o productivos.

Aunque esta interpretación dominada, no oficial, se encuentra en los ámbitos técnicos y en las entrevistas con sus integrantes, desde sus organismos presentaron el amplio abanico de medidas para mitigar los efectos actuales de la sequía, mencionado en el capítulo anterior. En este sentido, algunos sostuvieron la importancia de la modificación de ciertas cuestiones de la producción a ser desarrolladas por los ganaderos, que les permita “adaptar” a las situaciones de sequía “recurrentes” y que, con ellas, sus efectos sean menos notorios (Entrevista a técnico, Esquel, 2011). Sin embargo, este tipo de planteos, a veces, fue asociado a las frecuentes dificultades de los productores para adoptar estas técnicas y/o para que los encargados de los gobiernos propongan y financien planes y programas que difundan estos avances tecnológicos o técnicos.

Ellos [los políticos] le llaman sequía y la verdad es que la sequía, la sequía es recurrente, es un componente de los sistemas semiáridos. Va a existir, existió, va a existir, existe y va a existir, digamos, la sequía va a seguir existiendo, va a seguir causando este problema, pero nosotros no hacemos nada para adaptarnos a esta situación. Entonces lo único que hacemos es poner plata cuando viene la sequía. Llueve y nos olvidamos. Nos olvidamos [tono irónico]. (Entrevista a técnico, Esquel, 2011)

En contraposición, otros técnicos y funcionarios plantearon sus cuestionamientos, o por lo menos, dudas respecto a la efectividad de este tipo de medidas cuando los niveles de precipitaciones son tan bajos o cuando la merma en las lluvias se sostiene por tanto tiempo. En el mismo sentido algunos técnicos “de terreno” afirmaron que muchas de las tecnologías o técnicas recomendadas durante años no eran viables de ser aplicadas en pequeña escala o por parte de productores de bajos recursos.

Capaz que el tipo hizo todo lo que debería hacer tecnológicamente con lo que hay disponible hoy, y capaz que hizo todo bien, pero no llovió…estuvo un año sin llover, y bueno… y es más, todo lo que vos le propusiste que tenía que hacer lo hizo. (Entrevista a técnico, Rawson, 2012)

Entonces, cobró vigencia también en los discursos técnicos la importancia de medidas como la ayuda por la Emergencia Agropecuaria, sancionada desde 2007, u otros planes o subsidios que otorgó el gobierno provincial o el nacional vía Ley Ovina para sostener la actividad y/o la población en el campo.

Enfoques científicos respecto al depósito de cenizas volcánicas

Las erupciones volcánicas y los materiales que ellas desprenden tienen distintas consecuencias para el ambiente, según las particularidades de cada caso. Con el Cordón Caulle- Puyehue, la mayoría de las investigaciones se realizaron en el territorio rionegrino o neuquino, muchas de ellas concentradas en un programa de financiamiento específico- PROEVO- diseñado por la Universidad de Río Negro y el Ministerio de Ciencia y Técnica, pero como las cenizas fueron las mismas en toda la zona, se retoman algunos de sus hallazgos. Por las características de los materiales, a corto plazo no se previó un “efecto fertilizante” pero podía existir la posibilidad de que incorporara algunos nutrientes al suelo si se meteorizaban. En cuanto a las consecuencias en el agua, si bien se encontraban dentro de los parámetros normales aptos para el consumo, en los depósitos de agua a cielo abierto se apreció turbidez afectando su accesibilidad (Cremona, Ferrari y López, 2011). También disminuyó la disposición forrajera, por lo tanto desde el INTA se sugirió la suplementación alimentaria de los animales, especialmente para los corderos y madres. Por los valores estimados de ceniza también se previó una presencia prolongada en la región, especialmente debido a su clima semiárido (Ghermandi y González, 2012). Por último, de acuerdo a los primeros análisis realizados sobre el material caído por el Centro Atómico Bariloche, el laboratorio INVAP e INTA no se detectaron sustancias tóxicas como arsénico o cianuro (Robles, 2011). Sin embargo, por sus características, tuvieron efectos en la sanidad animal: dificultades para mantener la temperatura corporal, ceguera e irritabilidad en los ojos, malestares respiratorios, problemas digestivos, producción de abortos, problemas dentarios y muertes por inanición.

Las universidades de Cambridge (Inglaterra), Canterbury (Nueva Zelanda), el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medio Ambiente del CONICET y la Universidad del Comahue y el Servicio Geológico Minero Argentino, analizaron en forma conjunta, los impactos en la salud y el medio ambiente de esta erupción, localizando su trabajo de campo en los centros urbanos principales de Neuquén y Río Negro y en algunas zonas rurales de la Línea Sur rionegrina. Sus conclusiones mostraron que los componentes de las cenizas podrían producir a largo plazo enfermedades respiratorias y/o agravar las preexistentes, especialmente considerando la volatilidad de las partículas. En cuanto a las consecuencias productivas, detectaron pérdidas de hacienda entre el 40 y 60%, efectos que sostienen se deben a la acción combinada con la sequía previa. También identificaron impactos en las redes de servicios y comunicaciones que, si bien su resolución dependió de un grupo comprometido de personas capaces de manejar una emergencia, daban cuenta de la ausencia de una articulación entre los niveles del Estado para gestionar la situación. Inclusive demostraron que no hubo una correcta o eficiente difusión de las alertas generadas por organismos científicos o, si la recibieron, no dimensionaron claramente sus consecuencias, por lo que estos investigadores recomendaron mejorar la integración entre organismos (Wilson, Stewart, Bickerton, Baxter, Outes, Villarosa y Rovere, 2012)

En Chubut, la investigación científica estuvo acotada a la tarea realizada por el INTA y el MAGyP, quienes elaboraron periódicamente durante cinco meses un informe sobre el efecto en las cenizas, incluyendo los grados de deposición en las diferentes partes de la provincia y su relación con el estado de otro problema ambiental que afectaba a la provincia que era el ciclo de sequía. En su análisis, retomaban los efectos analizados por la Estación Experimental Agropecuaria Bariloche del INTA para la ganadería y algunas recomendaciones elaboradas en sus informes. Muchos de estos informes, sobre todo a medida que el tiempo avanzaba e iban reduciéndose los efectos, iban incluyendo de forma combinada el diagnóstico y las recomendaciones tanto para la sequía como para las cenizas (cabe recordar que también en los discursos de los agentes ambos procesos se encontraban muy estrechamente relacionados).

El informe de la EEA Chubut del INTA puso en evidencia las diferencias territoriales con las que afectó esta caída a distintas regiones de la provincia. Hubo zonas más expuestas y de mayor altura, donde la cobertura vegetal está menos concentrada, las cenizas se esparcieron más rápidamente, mientras que en los sectores más bajos y con cobertura vegetal, se acumularon en mayor cantidad. Años después inclusive todavía persisten cenizas en lugares puntuales. También a medida que transcurrió el tiempo, por efecto del viento y las lluvias las cenizas se fueron relocalizando. Sin embargo, estos cambios no fueron contemplados en las políticas públicas.

En octubre de 2011, INTA y MAGyP junto con SENASA, PROLANA Chubut y la Subsecretaría de Agricultura Familiar analizaron los impactos en la hacienda, el proceso de esquila y la calidad de la lana. Según lo expuesto en su informe, se esquilaron en toda la provincia un 5% menos de animales, aunque en la región central norte (la más afectada por el depósito), el número rondó entre un 10 y un 15% menos respecto a la zafra anterior (2010/2011). En términos de la calidad de la lana, se redujo el rinde, aunque en los departamentos de Gastre y Telsen, la pérdida fue mayor (en promedio, alrededor del 14% respecto a valores de rinde obtenidos en la zafra anterior). También se vio afectada la resistencia a la tracción, una medida importante al momento del procesamiento industrial y se dificultó la clasificación, ya que las cenizas enmascaraban las características de las fibras que permiten distinguir las distintas clases. Respecto al proceso de la esquila, si bien era posible seguir realizando las nueve posiciones de la esquila desmaneada Tally Hi, requería más tiempo (25%) y más fuerza, con un mayor nivel de desgaste de los peines (50%) y cuidado requerido en el manejo del vellón para que no se desarme y no genere nubes de polvo en los galpones (Cárcamo, Galer y Pazos, 2012). Este estudio sirvió para ajustar algunas recomendaciones para productores sobre el manejo de la hacienda y para contratistas y trabajadores, sobre cómo realizar la esquila, los cuidados que debía tenerse con el personal y también con la hacienda.

En base a lo anterior, es posible sostener que fueron los organismos vinculados a los aspectos productivos y de la ganadería ovina los que principalmente se encargaron de la investigación del fenómeno. Las universidades de la Patagonia San Juan Bosco y de Chubut no intervinieron el análisis del fenómeno o sus efectos. Cabe mencionar que la Universidad de Chubut inició sus actividades en 2010 y cuenta con tres carreras (Enfermería, Desarrollo de Software y Redes y Telecomunicaciones) cuya orientación no es principalmente la investigación, por lo que la universidad todavía no ha desarrollado formalmente esa área. Inclusive, las universidades nacionales que trabajaron en el tema, localizaron el trabajo de campo en las zonas de Neuquén y Río Negro.

El “conocimiento científico” y su difusión: alcances y ausencias

El conocimiento científico respecto a los tres problemas ambientales en esta investigación presenta algunas características que son importantes mencionar para comprender el rol de las ciencias en su construcción social.

Los enfoques que predominaron en la historia del análisis científico enfatizaron en los “componentes” o “cuestiones” naturales de los problemas ambientales, relegando la dimensión antrópica y social. Es decir, que la complejidad del abordaje de una perspectiva ambiental recién comenzó a trabajarse en estas dos décadas pasadas. Sin embargo, en algunos de estos últimos casos, inclusive, la acción de los productores ganaderos sólo fue considerada por su culpabilidad en el deterioro de los suelos o los “recursos naturales”. Ésta fue especialmente asignada a los pequeños productores, o por la falta de adopción de las recomendaciones, tecnologías y/o la “racionalidad” impulsada por los ámbitos científico- técnicos.

En la actualidad el conocimiento está generado por organismos cuyos objetivos principales van más allá de la producción científica, sino que tienen, además, fines técnicos y tecnológicos (INTA, SENASA y PROLANA). Las universidades con sede local tienen poca presencia respecto a estos temas y sólo en los últimos años, algunos proyectos de investigación, principalmente a través de tesis de posgrado comienzan a contribuir al análisis de las problemáticas tanto de la ganadería ovina como a las más generales del ambiente. Las investigaciones desarrolladas por integrantes del CONICET o de universidades nacionales, de tipo básica y/o con trabajo empírico realizado en esta región, no suelen contar con una amplia difusión o una “traducción” para su utilización en prácticas en el terreno o para la formulación de políticas públicas.

Tampoco se observa una articulación o complementariedad institucional clara entre la producción de conocimiento en Chubut y otras provincias patagónicas, tanto con la denominada Patagonia Norte (Río Negro y Neuquén) como con la Austral (Santa Cruz y Tierra del Fuego). Sin negar que cada provincia y sus regiones internas tienen particularidades tanto en la producción ovina como en la evolución y en las características de los problemas ambientales que los afectan, presentan puntos en común de los cuales podrían beneficiarse. Uno de los motivos de esta desarticulación se encuentra en la diferenciación jurisdiccional en que se divide a la Patagonia en los organismos científicos- tecnológicos nacionales.

Los enfoques científicos presentan la misma tensión entre el corto y el largo plazo que la analizada en las interpretaciones de los agentes sociales. El conocimiento sobre la sequía y las cenizas se focaliza en la actualidad y en sus características particulares, sin considerar su relación con la desertificación y/o con otros episodios pasados que podría contribuir para desestimular aquellas interpretaciones “fatalistas”.

La ausencia de una proyección de largo plazo también se evidencia en la discontinuidad con que se ha analizado la desertificación. Asimismo, en la mayoría de los casos se ha estudiado a través de proyectos y programas con financiamiento proveniente del exterior, con la salvedad respecto a la política del INTA que incluye desde la década de 1990 al tema en muchos de sus trabajos. Un cambio radical en este sentido pareciera haberse iniciado con la constitución del Observatorio Nacional de la Desertificación, el cual se espera que dé continuidad a las investigaciones de monitoreo y a la prueba en campos experimentales y a la difusión. Se está constituyendo en un repositorio de información generada en el país y a nivel internacional sobre la problemática de acceso bastante amplio, así como en un espacio de intercambio entre científicos.

De esta manera, en la dimensión simbólico-cultural de la construcción de los problemas ambientales, influyen las formas y alcances de la distribución y apropiación del conocimiento científico entre otros agentes vinculados a la producción ovina. El desconocimiento o la información parcial es una limitante para la adopción de interpretaciones complejas sobre los problemas ambientales y para estrategias de producción y de trabajo que promuevan el cuidado de la naturaleza.

Y en algún lugar se ve cómo han percibido los usuarios de esos recursos esa capacitación constante, otros cómo lo han hecho por mutus propio y otros cómo… y todavía no están muy seguros de que no sé, tuvo un año de sequía y es el clima, y el año siguiente, no sé, mucha lluvia, llueve buenísimo y aprovecho y me olvidé de lo que pasó el año pasado. (Entrevista a técnica, Buenos Aires, 2011)

Sin embargo, el alcance del “conocimiento científico” a los agentes sociales laneros, por el momento, continúa presentando restricciones. En primer lugar, porque los organismos que lo producen no se encuentran en la zona, o a lo sumo se concentran en los grandes centros urbanos de la provincia, en la costa (Trelew y Rawson) y en la cordillera (Esquel). Las grandes superficies de influencia de estos organismos reducen las posibilidades de llegar a distintas zonas de forma frecuente para hacer charlas, conferencias, reuniones o intercambios con productores, trabajadores, funcionarios o inclusive técnicos de terreno sobre los resultados de sus investigaciones. En segundo lugar, los campos de experimentación o modelos respecto a técnicas que se consideran pertinentes para reducir la degradación son escasos y no siempre resultan de un acceso sencillo a productores, trabajadores, funcionarios o técnicos de terreno, para que puedan conocer de primera mano los resultados. Esta cuestión no es menor debido al peso de las formas “tradicionales” de producción y la reticencia a los cambios asignada a los agentes del sector, especialmente a los productores y registrada en las fuentes de esta investigación.

Internet puede contribuir a reducir esta restricción, siendo, en efecto, utilizada por organismos como el INTA para circular informes periódicos o boletines. Sin embargo, la accesibilidad en la región es muy limitada: inclusive en los centros urbanos, el servicio tiene problemas de conectividad y en muchos de los pueblos o comunas rurales de la meseta central no hay acceso, o está restringido a las escuelas y las dependencias gubernamentales. Existe una desigualdad en el acceso al conocimiento- entre quienes pueden acceder a esas instancias o modos de difusión y quienes no- que interviene en la construcción de los problemas ambientales de los agentes sociales. 

Las tensiones o contradicciones entre y con los científicos y los técnicos

Entre los enfoques científicos que fueron dominantes en la región y las interpretaciones de los técnicos de terreno se encuentran divergencias que permiten afirmar que los problemas ambientales son parte de una construcción social. Una de las principales contradicciones se presenta en lo referido a las formas de manejo y la adopción de las ya mencionadas tecnologías de manejo extensivo. Varios técnicos de terreno entrevistados sostuvieron las dificultades concretas de que los productores las implementen, especialmente en aquellos con escasas cabezas de ganado y predios acotados. Los condicionamientos estructurales respecto a la distribución de la tierra, de acceso a agua y/o a terrenos de mayor productividad, como mallines, se hacen presentes en estos casos.

Estos cuestionamientos también se encuentran en los técnicos vinculados a las propuestas de manejo holístico y a la ONG The Nature Conservancy, críticos de que sea la sobrecarga ganadera la principal, o por lo menos una de las más importantes, causas de la desertificación. Asimismo, su crítica es desestimada desde los organismos científicos por no encontrarse sustentada en investigaciones científicas, en papers o artículos que puedan comprobar su “veracidad” o eficacia para la reducción de la degradación.

Entonces el nivel de resistencia es casi patológico digamos, porque ni siquiera probar un poquito, llamarlo al tipo, “ché, aunque sea callado ¿puedo ir a ver lo que estás haciendo?”. Entonces tenés, digamos, los técnicos de las organizaciones formales como el INTA, la Universidad, totalmente a la defensiva. Digamos, ¿cómo puede ser?, esta gente que no tiene un paper, para respaldar lo que hace, que es más o menos como si vos tenés un campo acá que le está yendo bien, vos vas, ¿necesitás un paper? Esto es como que vos me digas, necesito un paper que me diga en realidad si los aviones vuelan. Estás parado frente al aeropuerto, están despegando, pero vos querés ver un paper. ¿Si? y tenés un boarding pass acá en el bolsillo, porque estás por viajar (Entrevista a técnico, Trevelin, 2014)

Esta disputa respecto a las propuestas de manejo no es novedosa: en la década de 1990, mientras el INTA ponía énfasis en el ajuste de carga, sin cuestionar el manejo “tradicional” o el pastoreo continuo (que no realizaba movimientos de la hacienda según la disponibilidad de forraje y los requerimientos nutricionales, como ya fue mencionado), otros autores como Soriano, Paruelo, Golluscio y Deregibus promovían el cambio hacia el manejo “no tradicional”, rotando los animales según sus requerimientos y el estado de los pastizales (Román, 1993).

Los técnicos e investigadores han descripto los procesos generales de desertificación a escala de comunidad o ecosistema, y poco se ha hecho para avanzar en comprender la biología de algunas de las especies que tempranamente fueron identificadas como decrecientes (Soriano, 1956 b). A escala de comunidad se ha propuesto la utilización diferencial de distintas comunidades –mallines y estepas– mediante el uso de alambrados. Esto claramente permite optimizar el uso y la conservación de mallines que, como se dijo anteriormente, constituyen un ecosistema clave. (…) Sin embargo, aún falta comenzar la tarea más ardua de mantener y recuperar las poblaciones de las especies más afectadas por el sobre y el subpastoreo. Bajar la carga animal, como se ha propuesto reiteradamente, no permitirá (y no ha permitido) lograr los objetivos generales de la lucha contra la desertificación. El problema básico es que, como se indicó anteriormente, los herbívoros son selectivos y su dieta se integra por un conjunto de especies con diferentes biologías. Disminuir la carga no asegurará que las especies vegetales no sean consumidas por el ganado o que la tasa de herbivoría disminuya. Comprender los cambios que ocurren a nivel de la comunidad vegetal es importante para entender lo que ocurre con otros niveles tróficos, ya que los cambios estructurales que se generan por pastoreo impactan de manera directa sobre las poblaciones animales al perderse o al degradarse el hábitat. (Paruelo et al, 2006:308)

Las producciones más recientes siguen promoviendo esta línea, mientras que desde OVIS XXI sostienen un planteo similar a través del denominado manejo holístico. La postura de esta organización es una más dentro de los enfoques científicos y representa una visión dominada, con escasa influencia en las formas de intervención del Estado y cuestionadas por los organismos de trayectoria histórica en la zona y con relación con los proyectos y programas que provienen del exterior.

Tenemos resistencia muy fuerte, desde el punto de vista de los técnicos, tanto en cuanto a la genética como en la parte de manejo de pastizales, una resistencia que no viene de conocimiento de causa, de ir a ver. Si a mí viene un tipo y me dice, esto que vos decís del manejo holístico, fíjate esto, fíjate esto, vos estás exagerando o la estás torciendo, esto es un sesgo porque vos querés ver las cosas así, pero no están sucediendo, fíjate, fíjate. Me parecería totalmente respetable. O sea, es bueno que haya debate, que haya críticas, que haya opiniones distintas, hasta sería bárbaro que empiecen a pensar otra forma mejor que lo holístico. Pero lo que hay es una crítica desde el escritorio. O sea, gente que no ha ido nunca a ver un campo manejado holísticamente, y tiene una opinión formada desde la oficina, por un paper que leyeron, por no sé qué cosa que leyeron (…) hasta ahora, también combinado, bueno, con las asociaciones de criadores, el INTA. De alguna manera el trípode se configura con la, con los decisores políticos provinciales y nacionales, pero como estos dos de alguna manera influencian al tercero, que no tiene demasiado liderazgo, ideas propias, termina siendo que las políticas son reflejo de todo esto (Entrevista a técnico, Trevelin, 2014)

Asimismo, estas propuestas de manejo “no tradicionales” se enmarcan o tienen influencia de otros enfoques o paradigmas científicos, especialmente el coevolucionismo y los sistemas socioecológicos. Si bien estos se encuentran en boga en los ámbitos académicos y cuentan con el respeto de amplias comunidades científicas, no suelen ser retomados por los organismos que elaboran y financian proyectos macro en las zonas áridas del mundo, como la CNULD, el PNUMA y la FAO. Como se evidencia en los objetivos de las investigaciones realizadas por los últimos proyectos en la región, se sigue trabajando desde el paradigma del desarrollo sustentable o la sustentabilidad, adaptándose a los modelos hegemónicos de ciencia y con las dificultades de estos enfoques para tratar de forma compleja la degradación.

Las divergencias no sólo se producen entre diferentes organismos, sino que al interior de los mismos también existen investigadores o técnicos de terreno que no coinciden con los planteos generales de las instituciones a las que pertenecen, especialmente los que tienen trabajo “en terreno”. Estas divergencias hacia el interior del Estado no refieren sólo a los problemas ambientales, sino también a los modos en que debería intervenir.

Lo que yo el año pasado, lo comentaba con algunos compañeros, les decía que yo tenía la sensación de que los técnicos estábamos haciendo lo mismo que los productores. Y bueno, es un año malo, es otro año malo. No nos estábamos sentando a trabajar seriamente y a pensar seriamente qué ideas se nos ocurrían en vez de estar dando las mismas respuestas que los productores. Que ya vendrá otro año que llueva más. (…) No es sencillo… digamos… proponer cambios, miradas, qué sé yo.. Cuando vos estás metido en un esquema, tampoco es sencillo que te broten las ideas y decir, bueno, a ver ¿qué hay? Y entonces, bueno, en general, uno tiene la tendencia a repetir lo que venía haciendo. (…) Vencer la inercia y decir, bueno, a ver cómo nos paramos y bueno, generalmente en estos cambios también tenés que hacer una parte de autocrítica. De lo cual nadie está dispuesto, en general. (Risas) Pero son estos tiempos que corren (Entrevista a técnica, Esquel, 2011)

Paruelo et. al (2006) sostienen que el Estado no sólo podría trabajar en la promoción y difusión del conocimiento sobre lo ambiental, sino que debería generar marcos regulatorios y de control que modifiquen la toma de decisiones basada únicamente en las relaciones costo-beneficio económico o, como fue mencionada en esta investigación, un lenguaje de valoración no productivista de la naturaleza.

Especialmente entre los pequeños productores que en los últimos años han sido los destinatarios de un amplio abanico de políticas y de intervención de organismos técnicos del Estado, la tensión respecto al rol del conocimiento científico y de los técnicos resulta evidente. En algunos parajes y poblados no tienen una opinión al respecto debido a que no estuvieron presentes, o “fue algún técnico hace años”. En cambio, otros productores mencionan estar “cansados” de recibir a especialistas, especialmente porque van y prometen proyectos, les hacen firmar papeles o completar formularios y luego no se concreta nada y siguen sufriendo de los problemas ambientales.

Bueno está, que se hizo esas cosas, yo le digo ¿sabe por qué? Hay un proyecto acá que se hizo por el asunto del agua. Que nosotros hace dos años que estamos esperando. Que vinieron para la comunidad de Las Salinas, se había bajado un proyecto. Que según por la Ley Ovina había bajado $3,5 millones de pesos. Y eso está perdido, no sabe dónde está. La que tenía… dice que tenía la plata que había recibido del fondo ese, porque tenía era A. Y ahora nosotros tuvimos reunión el otro día, no se sabe, que si eso bajó, o no bajó nada. Y nosotros hace dos años que estamos con el proyecto. Fotocopias, otra vez fotocopias del campo, de los animales, de todo. (Entrevista a productor, Las Salinas, 2014)

El lenguaje técnico científico también es objeto de críticas porque, a veces, puede no resultar sencillo para la comprensión del público lego.

Entrevistado1: Pa’ hablarle a la gente hay que ser muy claro, preciso, con cuidado.
Entrevistado2: Claro, para hablarle a la gente tenés que tener un buen tiempo de… ponele acá nosotros hagamos una reunión, viene la gente, escucha y cuando se fue no… alguno no entendió nada, ¿viste?, tenés que ir, hablar con ellos qué se habló y no ir a hablar tampoco, tenés que tener un día entero pa’ explicarles bien (Entrevista a productores, Blancuntre, 2014)

Creo que se va a mantener esos commodities y van a mantener su, su nivel de demanda. Lo que pasa que, volviendo al caso nuestro, necesitamos primero que, justamente, la ciencia y la tecnología esté al servicio para cuidar a los recursos forrajeros, eh, ¿si? Y poder mejorar las tecnologías que nos hagan mantener el recurso, mantener y cuidar el medio ambiente, ¿si? (Entrevista a productor, Esquel, 2011)

Ciencias y científicos: interpretaciones heterogéneas sobre los problemas ambientales y sus soluciones

En función de lo analizado, el conocimiento científico producido respecto al ambiente en las tierras secas chubutenses ha atravesado distintos enfoques y fases. El lenguaje de valoración productivista que es predominante en los agentes laneros que fue analizado en el capítulo anterior, también se presenta en los enfoques científicos actuales y encuentra sus raíces históricas, tanto en la evolución del pensamiento científico como en la realidad de la generación del conocimiento en la zona.

Respecto a la evolución del conocimiento científico, las ciencias naturales fueron variando desde enfoques basados en el equilibrio de los componentes naturales, a los del desequilibrio, para ahora preguntarse por los sistemas socioecológicos u otros modelos que progresivamente están intentando incorporar lo social o lo político a los problemas ambientales. En la economía también hubo un camino similar, aunque siempre preguntándose por los recursos, su escasez y la contribución que realizan, o no, al desarrollo. En este recorrido, el carácter hegemónico de ciertos modelos o paradigmas resulta evidente. El concepto de desarrollo sustentable resulta emblemático en este sentido, especialmente por el supuesto consenso no sólo científico que logró, sino por su amplia traslación al ámbito político. Sin embargo, en todos los períodos estas posturas dominantes fueron cuestionadas por otras perspectivas, marginales en el discurso y en la práctica, pero que también se inscribían en el campo científico.

En base a que la ciencia no se constituye como un campo uniforme, las interpretaciones que tanto investigadores como profesionales o técnicos tienen sobre los problemas ambientales no siempre coinciden con las visiones hegemónicas de los principales centros de investigación ni con las definiciones que suelen traducirse en las políticas públicas.

También es importante tener en cuenta que en la región, el conocimiento científico sobre los problemas ambientales de las tierras secas fue desarrollado principalmente por organismos vinculados directamente en sus objetivos con lo productivo y tecnológico, con lo cual se comprende que se enmarque en el mencionado lenguaje productivista. Esta situación, sin embargo, podría tener un aspecto positivo: es frecuente dentro de los estudios ambientales la crítica al conocimiento científico, debido, entre otros motivos, a que no está basado en el contexto local. En este caso de estudio, la ciencia es local pero esta situación no pareciera ser suficiente para dar respuestas a los problemas ambientales que frenen el deterioro y mejoren la condición de vida de las poblaciones afectadas. De esta manera, los planteos que dicotomizan la ciencia y el conocimiento local, demonizando al primero y sobrevalorando al segundo no contribuyen a la solución de los problemas, a la modificación de prácticas para mitigar, combatir o reducir sus efectos o para adaptarse a las “nuevas situaciones del clima”. El sostenimiento del deterioro puede relacionarse con la persistencia de la recomendación de determinadas medidas técnicas y tecnológicas por parte de algunos organismos y técnicos que, aunque no logren resultados relegan o no toman en consideración los resultados de otras investigaciones que podrían resultar viables. Azuela (2006) sostiene que existe una visión pragmática sobre lo ambiental, que intenta ir basando en un modelo científico la resolución de los problemas, sin demasiada consideración de otros saberes o los cuestionamientos sociales. Así, como se verá en el siguiente capítulo, la intervención del Estado incorpora los modelos y las propuestas científicas dominantes, más allá de la eficiencia de sus resultados, de los cuestionamientos dentro del campo y de las posibilidades de adoptarlas por parte de los agentes sociales en la actividad ganadera.


  1. La resiliencia es la capacidad de un ecosistema para volver a su equilibrio anterior luego de recibir un impacto.
  2. Las externalidades o costos y beneficios externos son aquellos generados por un determinado emprendimiento pero que son soportados u obtenidos por sujetos ajenos al mismo. Este concepto implica la existencia de interdependencias entre sujetos que exceden lo contabilizado o considerado dentro de un sistema económico (Natenzon y Tito, 2001).
  3. Tsakoumagkos cita un párrafo muy clarificador de este enfoque: “El problema se formula comúnmente como uno en el que A ocasiona daño a B y lo que tiene que decidirse es: ¿Cómo se puede restringir a A? Pero esto es erróneo. Estamos tratando un caso de naturaleza recíproca. Evitar daño a B infligiría un perjuicio a A. La cuestión real que debe decidirse es: ¿Debe permitirse que A dañe a B o que B dañe a A? La cuestión es evitar el daño mayor” (Coase, 1960: 2, en Tsakoumagkos, 2012: 4).
  4. Hace una década, Guimarães identificaba más de cien definiciones de la noción de sustentabilidad y Christian Comeliau contaba más de sesenta de desarrollo durable (Guimarães, 1998).
  5. Esta trayectoria no pareciera ser particular del tratamiento en la región, como muestra Lampis (2013) respecto a la evolución de los enfoques sobre los desastres para pensar la problemática del cambio climático.
  6. Recientemente este tema ha llevado la discusión a importantes revistas de ciencias naturales de nivel internacional.


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