Las pirámides de edades
Uno de los cambios más significativos durante el proceso de transición demográfica es el que se da en la estructura de edades. Dicho en forma sumaria, se pasa de una población predominantemente joven a una población envejecida. Una forma usual de observación de este proceso es a través de las pirámides de edades.
Comencemos, como ocurrió ya en los capítulos previos, considerando los casos de Inglaterra y Gales y de Suecia (gráficos 3.1, 3.2, y 3.3). La pirámide de la población inglesa en 1850 tiene la forma triangular típica, lo que implica que, a medida que aumenta la edad, disminuye regularmente el número de habitantes; después de los 70 años, la cúspide se vuelve muy aguda y se convierte en una aguja en los últimos tramos de edad. La forma revela una estructura de edades relativamente joven, con una edad mediana de 16,6 años; recuérdese, para fijar las ideas, que esto significa que la mitad de la población inglesa tiene, en 1850, menos de 16,6 años de edad. En 1900 la pirámide aumenta notablemente de tamaño, un resultado del incremento en el ritmo de crecimiento, y mantiene la forma estrictamente triangular; la edad mediana sube levemente, a 17,5 años. El cambio es notable cuando se observan las pirámides de 2000 y la pirámide proyectada para 2050 (gráfico 3.2). La base se ha contraído –esta es una clara consecuencia de la caída en la fecundidad–, mientras que la población adulta y anciana crece regularmente en número. En el conjunto la población ha aumentado en tamaño y ha envejecido: la edad mediana es de 32,6 años en 2000, y será de 38,3 años en 2050.[1]
Gráfico 3.1. Pirámides de edades, Inglaterra y Gales, 1850 y 1900.
Otro aspecto notable es que el aumento en el tamaño de la población inglesa ocurre básicamente en las edades adultas.[2] Nótese, por ejemplo, que la base de la pirámide, representada por los grupos de población menor de 15 años, fue mayor en 1900 que en 2000 y lo seguirá siendo también, probablemente, en 2050. De nuevo, este es un resultado del descenso continuo en la fecundidad.
Gráfico 3.2. Pirámide de edades, Inglaterra y Gales, 2000 y 2050.
El caso de Inglaterra y Gales muestra bien lo que ocurre con la estructura por edades de la población en el curso de la transición demográfica. Durante el período de descenso de la mortalidad y aumento de los ritmos de crecimiento, la población se mantiene relativamente joven y la forma de la pirámide de edades se asemeja a un triángulo. En cuanto inicia el descenso en la fecundidad, la base comienza a achicarse y la pirámide se asemeja, según los casos, a una cebolla o a un cilindro.
Las pirámides de la población sueca entre 1800 y 2000 se pueden ver en el gráfico 3.3. Se repite lo ya observado en el caso de Inglaterra y Gales: una población relativamente joven en 1800 y 1900, frente a una población envejecida en 2000 y 2050. La sueca, sin embargo, es relativamente más vieja que la inglesa. La edad mediana en 1800 era de 25,2 años, muy parecida a los 24,9 años observados en 1900. En 2000 la edad mediana de la población sueca era de 34,1 años, y en 2050 alcanzará, probablemente, 37,3 años. El resultado final es pues muy similar al de Inglaterra y Gales, en el siglo xxi. Las edades medianas relativamente elevadas en 1800 y 1900 obedecen a una fecundidad sueca más baja que la inglesa, durante el siglo xix (ver los gráficos 1.2 y 1.3).
Gráfico 3.3. Pirámide de edades, Suecia, 1800-2050.
Hemos elegido los casos de México, Argentina y Guatemala para ilustrar los cambios en la estructura por edades de las poblaciones latinoamericanas durante la transición demográfica. Como se indicó en el capítulo 2, México ejemplifica lo que podemos llamar la “transición demográfica típica”. Las pirámides de edades mexicanas (gráfico 3.4) muestran en 1900 y 1950 las típicas formas triangulares de poblaciones predominantemente jóvenes, con edades medianas de 15,13 y 18,7 años, respectivamente. En 2000 la población ha apenas envejecido, con una edad mediana de 23,4 años, aunque, en la base de la pirámide, se observa una leve contracción en el primer escalón, que representa el grupo de 0-4 años. La reducción de la base será muy notable en 2050, como lo será también el aumento de la población mayor de 30 años; la edad mediana habrá subido, probablemente, a 43,8 años. En suma, se espera un fuerte proceso de envejecimiento en un lapso de apenas cincuenta años.
Gráfico 3.4. Pirámide de edades, México, 1900-2050.
Una compresión más lenta de la pirámide de edades se observa en el caso argentino (gráfico 3.5), representativo de lo que hemos llamado una “transición demográfica latinoamericana temprana”. En 1950 se observa ya una población que experimentó una reducción paulatina de la fecundidad veinte años antes, y por ende una edad mediana de 25,7 años. El descenso gradual en la fecundidad continuó, con breves fluctuaciones, y se sigue observando en las pirámides del 2000 y el 2050; en esta última fecha, la población argentina tendrá una edad mediana de 40,6 años.
Gráfico 3.5. Pirámide de edades, Argentina, 1900-2050.
El caso guatemalteco (gráfico 3.6) ejemplifica bien lo que hemos llamado, en el capítulo anterior, una “transición tardía”. Las pirámides de 1900, 1950 y 2000 exhiben la típica forma triangular, de poblaciones predominantemente jóvenes, lo cual se refleja también en las edades medianas: 16, 17,5 y 17,7, respectivamente. Solo en 2050 se observará, probablemente, un cambio en la forma de la pirámide, con el típico abultamiento de las edades adultas, propio de una población en la que ya ha caído regularmente la fecundidad.
Las pirámides de México, Argentina y Guatemala ilustran también una situación latinoamericana típica: en los siglos xx y xxi, las poblaciones crecen fuertemente. Ello se puede seguir directamente observando la superficie de las pirámides, ya que, al graficarse cifras absolutas, los tamaños relativos de estas expresan directamente los aumentos en la población total: en los tres casos, es notable el incremento de 1900 a 1950, la virtual explosión que ocurrió entre 1950 y 2000, y el crecimiento moderado entre 2000 y 2050.
Cuadro 3.1. Edades mediana de poblaciones seleccionadas
Países | 1800 | 1850 | 1900 | 1950 | 2000 | 2050 |
Inglaterra y Gales | 16,6 | 17,5 | 32,6 | 38,3 | ||
Suecia | 25,2 | 24,9 | 34,1 | 37,3 | ||
México | 15,1 | 18,7 | 23,4 | 43,8 | ||
Argentina | 17,4 | 25,7 | 27,9 | 40,6 | ||
Guatemala | 16,0 | 17,5 | 17,7 | 32,3 |
Gráfico 3.6. Pirámide de edades, Guatemala, 1900-2050.
Los grandes grupos de edad
Para examinar los cambios en la estructura por edades a lo largo del tiempo es conveniente también considerar la evolución de la población clasificada por grandes grupos de edades. El caso inglés se presenta en el gráfico 3.7.
Gráfico 3.7. Inglaterra y Gales: grandes grupos de edad y relación de dependencia, 1850-2050.
El grupo de 0-19 años incluye los niños y jóvenes que en su mayoría no están todavía en edad de trabajar. Los límites de edad de este grupo han variado a lo largo del tiempo. Convencionalmente, en demografía este grupo se limita a los menores de 15 años, y así se considera en el cálculo de la relación de dependencia, como se verá más adelante. Sin embargo, dadas las tendencias presentes en el mercado laboral y la educación hacia finales del siglo xx e inicios del siglo xxi, parece conveniente extender ese grupo de edad a los menores de 20 años. El grupo de adultos en edad de trabajar se extiende entre los 20 y los 64; parece conveniente también dividir este grupo entre los adultos jóvenes, es decir, los menores de 40 y los adultos maduros de 40-64. El grupo de 65 y más incluye los adultos mayores; aunque el límite inferior es convencional, corresponde en casi todos los países a la edad promedio de retiro laboral.
Gráfico 3.8. Suecia: grandes grupos de edades y relación de dependencia, 1800-2050.
La relación de dependencia es una proporción que considera en el numerador a la población que no trabaja (grupos de 0-14 años más el grupo de 65 y más), y en el denominador, a la población en edades productivas (grupo de 15 a 64 años). Así, por ejemplo, una relación de dependencia de 0,6 significa que hay 6 dependientes por cada 10 personas en edad de trabajar, o sea, potencialmente activas. Si se prefiere interpretar la relación en porcentajes, se diría que hay 60 dependientes por cada 100 potencialmente activos. La relación de dependencia es un índice sintético que expresa el peso relativo de los jóvenes y los viejos con respecto a las personas potencialmente activas. En el caso de Inglaterra y Gales (gráfico 3.7), la relación de dependencia es muy alta a mediados del siglo xix, reflejando el fuerte peso de los menores de 15 años, producto de una fecundidad todavía elevada; nótese que en esa época el peso relativo de los mayores de 65 años casi no varía. Con el descenso de la fecundidad, la relación de dependencia cae ya que disminuye la proporción de jóvenes (véase la declinación en el grupo de 0-19 años). La relación de dependencia llega a un mínimo hacia 1940; luego se eleva de nuevo como producto del aumento continuo en la proporción del grupo de 65 y más; este incremento se debe, obviamente, al crecimiento sostenido de la esperanza de vida al nacimiento. Así las cosas, la relación de dependencia en el siglo xxi alcanzará niveles similares a los que tuvo a mediados del siglo xix, aunque el origen de ello estará, esta vez, en el aumento relativo de los adultos mayores. Una situación especial y enteramente nueva se producirá hacia 2040, cuando la curva que expresa la proporción de los adultos mayores corte la que representa la de los menores de 20 años. Una situación como esta no se ha observado en el pasado, y podría tomarse como un indicador de que la transición demográfica ha concluido.
Gráfico 3.9. México: grandes grupos de edades y relación de dependencia, 1900-2050.
La evolución de los grandes grupos de edad y la relación de dependencia en Suecia (gráfico 3.8) es muy similar a la ya observada en Inglaterra y Gales. En los casos latinoamericanos, la evolución es bastante distinta y refleja peculiaridades ya señaladas: una fecundidad exuberante, con una drástica caída a finales del siglo xx, y un aumento gradual en la esperanza de vida al nacimiento. En el caso de México (gráfico 3.9), la relación de dependencia se incrementa fuertemente durante la primera mitad del siglo xx, y llega a una cúspide hacia 1970, con valores en torno a 1, es decir, una situación en la que había 100 adultos en edad de trabajar por cada 100 dependientes; estos últimos eran sobre todo niños y jóvenes, como se puede apreciar al comparar las curvas de los menores de 20 años y de los mayores de 65 años. Después de esa cima, la relación de dependencia cae abruptamente hasta las primeras décadas del siglo xxi. La intersección entre las proporciones de los menores de 20 años y los mayores de 65 no se observa todavía hacia 2050, pero la tendencia parece inequívoca.
Gráfico 3.10. Chile: grandes grupos de edades y relación de dependencia, 1850-2050.
Chile (gráfico 3.10) muestra tendencias parecidas a las mexicanas, aunque, con series que se inician en 1850, el lapso de observación es considerablemente más amplio. La relación de dependencia se mantiene estable y elevada desde 1850 hasta 1945, y se observan, en esos casi 100 años, pocos cambios en las proporciones de los grandes grupos de edad; la estructura por edades es la típica de un país con alta fecundidad y mortalidad en leve descenso. La situación cambia fuertemente en las décadas de 1950 y 1960 debido al aumento coyuntural en la fecundidad y la caída notable en la mortalidad; la relación de dependencia crece reflejando el aumento en la proporción de jóvenes y viejos. La fuerte y sostenida caída en la fecundidad desde la década de 1970 conduce inevitablemente a la caída en la proporción de jóvenes y el aumento en la proporción de adultos y adultos mayores. La relación de dependencia se incrementará de nuevo en las primeras décadas del siglo xxi, y la proporción de ancianos igualará a la de jóvenes hacia 2040.
Gráfico 3.11. Costa Rica: grandes grupos de edades y relación de dependencia, 1900-2050.
En Costa Rica (gráfico 3.11), las tendencias son similares a las chilenas, y muestran el patrón evolutivo que podemos considerar como el más típico de la transición demográfica latinoamericana. Argentina (gráfico 3.12), Uruguay (gráfico 3.13) y Cuba (gráfico 3.14) evidencian las experiencias ya citadas de una transición demográfica temprana, siempre dentro del contexto latinoamericano. En los tres casos, se observa una caída regular de la proporción de jóvenes y un aumento sostenido en la de los adultos mayores. La relación de dependencia varía directamente en relación con las fluctuaciones de dichos grupos. Argentina y Uruguay muestran variaciones suaves que reflejan fluctuaciones igualmente moderadas en la fecundidad y la mortalidad. El caso cubano, en cambio, presenta cambios más dramáticos, con una caída muy drástica en el número de jóvenes desde la década de 1970 y una rápida elevación de la proporción de adultos mayores. Hacia 2030, mucho antes que en cualquier otro país de América Latina, la proporción de jóvenes será igual que la de los ancianos, y Cuba habrá así completado la transición demográfica.
Gráfico 3.12. Argentina: grandes grupos de edades y relación de dependencia, 1870-2050.
Gráfico 3.13. Uruguay: grandes grupos de edad y relación de dependencia, 1900-2050.
Gráfico 3.14 Cuba: grandes grupos de edad y relación de dependencia.
El dividendo o bono demográfico
Los cambios en la estructura de edades que acaban de analizarse, y en particular la evolución de la relación de dependencia, han dado lugar también a la noción de “dividendo” o “bono demográfico”. Con esto se focaliza la atención en lo que sería una ventana de oportunidad o período particularmente favorable para el desarrollo económico, determinado en gran parte por estos cambios.
Las relaciones entre la población y el desarrollo económico han sido planteadas en forma muy general y a menudo con formulaciones simplistas. Malthus, a finales del siglo xviii, inauguró una línea de pensamiento que enfatiza el crecimiento demográfico como un obstáculo o limitante para el crecimiento económico.[3] Formuló su famosa ley afirmando que, mientras que la población crecía en progresión geométrica (2, 4, 8, 16, 32, etc.), la producción de alimentos lo hacía en progresión aritmética (2, 3, 4, 5, etc.); de esto se deduce que el crecimiento rápido de la población provocará con prontitud una crisis de subsistencia (y, eventualmente, un aumento de la mortalidad); en su visión, el crecimiento económico dependía del control sobre el tamaño de la población. Las ideas de Malthus resultaron equivocadas una vez que cobró auge la Revolución Industrial, pero adquirieron nuevo relieve en relación con la explosión demográfica y el desarrollo del tercer mundo, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.
En la década de 1960, los trabajos de Ester Boserup[4] invirtieron la causalidad malthusiana: el crecimiento demográfico era visto como un factor positivo del desarrollo agrícola ya que empujaba a un uso más intensivo de los recursos disponibles. No faltaron tampoco autores que consideraron el tamaño de la población como un factor no relevante o neutral en relación con el crecimiento económico. En todos estos enfoques, el énfasis recae en el tamaño o el ritmo de crecimiento de la población total; no existe ninguna consideración sobre el posible efecto económico de los cambios en la estructura de edades. Una excepción importante, que no puede dejar de mencionarse, han sido los trabajos de Richard A. Easterlin. En su análisis, basado sobre todo en la experiencia de los Estados Unidos entre 1940 y 1980, el tamaño de una cohorte[5] influye negativamente en su ingreso relativo y bienestar económico; se producen ciclos de fecundidad, nacimientos y grupos de edades que duran al menos dos generaciones, y se conocen como “ciclos de Easterlin”. Otro aporte de este autor ha sido la llamada “hipótesis del ingreso relativo”; en este caso, las aspiraciones que se forman en la adolescencia y derivan del estándar de vida del hogar influyen en su fecundidad futura.[6]
A finales del siglo xx, algunos economistas que trataban de explicar el fuerte crecimiento económico de algunos países de Asia Oriental, después de la Segunda Guerra Mundial, integraron dichos cambios como parte de los motores del crecimiento; fue precisamente en ese contexto en el que surgió la idea del “bono” o “dividendo” demográfico.[7] El argumento es muy sencillo: al disminuir la mortalidad y la fecundidad, en el curso de la transición, hay un aumento en la proporción de la población en edad de trabajar; dicho efecto dura un cierto período de tiempo, hasta que la situación tiende a equilibrarse, dado el proceso de envejecimiento. Un esquema estilizado de este proceso se puede ver en el gráfico 3.15. Ese rápido y persistente aumento de la población en edad de trabajar es lo que se ha denominado “bono” o “dividendo” demográfico, y determinaría la existencia de condiciones particularmente favorables para el crecimiento económico: antes de la transición demográfica, la existencia de una fuerte proporción de población joven (menores de 15 años) implicaba una carga financiera considerable que pesaba sobre la población económicamente activa; al concluir la transición, con una población en rápido proceso de envejecimiento, ocurre algo parecido, solo que ahora la carga financiera proviene del aumento en la proporción de los mayores de 65 años, ya retirados de las actividades productivas.
Gráfico 3.15 El “bono” demográfico: crecimiento de la población y estructura de edades según Bloom y Williamson (1998).
El bono o dividendo demográfico debe entenderse apenas como una posibilidad favorable para el desarrollo económico; la existencia de una mayor proporción de gente en edad de trabajar tendrá un efecto positivo sobre el crecimiento solo si existen inversiones apropiadas en cuanto al capital humano (educación, salud pública), la planificación familiar y la generación de empleo; de otro modo, podría causar únicamente desempleo y pobreza; no se puede perder de vista que el crecimiento económico depende básicamente del aumento en la productividad.
El gráfico 3.16 presenta la evolución del porcentaje de población en edad de trabajar en Chile, Venezuela, México, Costa Rica y Guatemala. Los países en el gráfico con una transición demográfica latinoamericana típica, tal como se ha definido en las páginas anteriores, Chile, Venezuela, México y Costa Rica, muestran trayectorias muy similares; pocos cambios, entre un 55 % y un 60 %, hasta la década de 1950; sigue una corta caída en los porcentajes de la población en edad de trabajar originada en el rápido descenso de la mortalidad (sobre todo infantil), sucedida por un aumento continuo en la década de 1970, una vez que empieza a consolidarse el descenso en la fecundidad; la proporción se mantiene alrededor de un 65 % del total, he ahí el bono o dividendo demográfico, situación que se sostiene hasta mediados del siglo, pero con tendencia decreciente; dicho decrecimiento indica el fin del bono demográfico. La población de Guatemala muestra un patrón similar, pero desplazado en el tiempo, debido a que, como ya se indicó, en dicho caso la transición demográfica es más tardía.
Gráfico 3.16. Porcentaje de población de 15-64 años en Chile, Venezuela, México, Costa Rica y Guatemala.
Gráfico 3.17. Porcentaje de población de 15-64 años en Argentina, Cuba y Uruguay.
El gráfico 3.17 muestra el mismo indicador en los casos de Argentina, Cuba y Uruguay, los países latinoamericanos que experimentaron una transición demográfica temprana y relativamente pausada, y una fuerte inmigración hasta por lo menos la década de 1930. En los tres casos, el efecto del bono demográfico solo podría presentarse una vez concluido el impacto positivo de la inmigración sobre el aumento de la población en edad de trabajar; en el caso de Uruguay, parece imperceptible; en el argentino, es visible a partir de la década de 1960 y se prolonga hasta mediados del siglo xxi, con aumentos moderados. Es fuerte, en cambio, en el caso de Cuba, donde la proporción de la población en edad de trabajar crece en más de un 10 % en las décadas de 1960 y 1970, y se mantiene en torno a un 70 % de la población total hasta la década del 2010; luego, dicha proporción cae con una intensidad similar a la de su crecimiento, décadas atrás. Esta particular evolución de la población cubana tiene que ver con la temprana y persistente declinación de la fecundidad, algo que también se comentó antes.
El espacio estratégico del envejecimiento
Para concluir este capítulo, vamos a retomar los gráficos del espacio estratégico del crecimiento, ya utilizados en el capítulo 2. En este caso, trataremos de ver el espacio estratégico del envejecimiento. En el eje vertical del gráfico, se indican los valores, en porcentajes, de la población mayor de 65 años; en el eje horizontal, la esperanza de vida al nacimiento. Al igual que en los gráficos del espacio estratégico del crecimiento, agregamos un conjunto de isocuantas, provenientes de las poblaciones estables de las tablas de Coale y Demeny[8] (poblaciones femeninas del modelo oeste), que sirven como marco de referencia; se trata de las combinaciones del porcentaje de mayores de 65 años y la esperanza de vida al nacimiento que se observan en las poblaciones estables femeninas indicadas, para las siguientes tasas intrínsecas de crecimiento anual: -1 %, 0, +1 %, +2 %, +3 % y +3,5 %. En el espacio así definido, se representan luego los valores observados para América Latina y el Caribe en su conjunto en 1950, 2000, 2050 y 2100, y por países (solo América Latina), para 2000 y 2050. Las cifras de 1950 y 2000 son estimaciones; las de 2050 y 2100, por su parte, corresponden a las proyecciones revisadas en 2019.[9]
En el cuadro 3.2, se pueden consultar las cifras del gráfico 3.18 por países, para 2000 y 2050; en dicho gráfico fue imposible rotular todos los países. En 1950 la situación observada indica un envejecimiento ausente y una esperanza de vida al nacimiento apenas mayor de 50 años, en las poblaciones estables estos valores se ubican en la curva de isocrecimiento de casi 3 % anual; en 2000 se observa una enorme ganancia en la esperanza de vida, la cual supera ahora los 70 años; la proporción de mayores de 65 años apenas es mayor que en 1950, y estas cifras se sitúan por encima de la curva de isocrecimiento del 2 %. Los datos por países en 2000 reflejan, sin embargo, una dispersión de valores bastante grande, desde Haití (e0 = 57,7 y 65+= 4,1 %) hasta Cuba (e0= 77,2 y 65+ = 9,9 %); en el espacio del isocrecimiento, las cifras varían desde menos del 1 % anual (Uruguay) hasta casi un 3,5 % anual (Nicaragua y Honduras). Esta dispersión indica, claramente, que los países considerados se encuentran en diferentes fases del proceso de transición demográfica. El cambio es dramático en 2050: la dispersión se reduce mucho en la esperanza de vida al nacimiento, la cual ahora oscila en casi todos los países alrededor de los 80 años, mientras que el porcentaje de mayores de 65 años sigue variando bastante, entre un 30 % o más en los casos de Cuba y Puerto Rico, y apenas un 10 % en los casos de Haití y Guatemala. En las curvas de isocrecimiento, casi todos los países se ubican entre el 0 % y el 1 % anual; y algunos, como Cuba, Puerto Rico, Brasil, Costa Rica, Chile y Uruguay, se sitúan en la banda de decrecimiento del -1 % anual. En 2100, el conjunto de América Latina y el Caribe experimentará un decrecimiento cercano al -1 % anual, el porcentaje de mayores de 65 años superará el 30 % y la esperanza de vida al nacimiento será de casi 87 años.
Gráfico 3.18. El espacio estratégico del envejecimiento en América Latina y el Caribe (1950-2100). Población mayor de 65 años (%) y esperanza de vida al nacimiento.
Fuente: Datos del Observatorio Demográfico, 2019.
El escenario de 2050, treinta años adelante del momento de la proyección (2019), es bastante probable; el de 2100 es, por supuesto, mucho más conjetural. Si ocurriera como lo predice la proyección, en América Latina y el Caribe habría concluido el proceso de transición demográfica y se avecinaría una nueva, y en buena parte desconocida, trayectoria.
Cuadro 3.2. América Latina. Población mayor de 65 años (%) y esperanza de vida al nacimiento en 2000 y 2050
Países | 2000 | 2050 | ||
Esperanza de vida al nacimiento | % de población mayor de 65 años | Esperanza de vida al nacimiento | % de población mayor de 65 años | |
Argentina | 74,0 | 9,7 | 81,6 | 17,3 |
Bolivia | 63,9 | 5,2 | 77,9 | 12,7 |
Brasil | 71,0 | 5,2 | 82,1 | 22,7 |
Chile | 77,0 | 7,7 | 85,5 | 24,9 |
Colombia | 73,6 | 5,2 | 82,8 | 21,0 |
Costa Rica | 77,8 | 5,6 | 85,5 | 23,7 |
Cuba | 77,2 | 9,9 | 83,9 | 29,8 |
Ecuador | 73,5 | 4,9 | 83,1 | 16,2 |
El Salvador | 69,6 | 5,5 | 79,7 | 16,3 |
Guatemala | 68,9 | 4,0 | 80,7 | 10,9 |
Haiti | 57,7 | 4,1 | 70,1 | 10,1 |
Honduras | 71,4 | 3,7 | 80,7 | 12,8 |
Mexico | 75,1 | 5,2 | 80,5 | 17,0 |
Nicaragua | 70,5 | 3,8 | 80,8 | 14,9 |
Panama | 75,5 | 5,5 | 83,9 | 17,8 |
Paraguay | 71,2 | 4,4 | 78,1 | 12,8 |
Peru | 72,1 | 4,9 | 83,1 | 18,9 |
República Dominicana | 70,1 | 4,8 | 79,4 | 16,0 |
Uruguay | 75,2 | 13,1 | 82,8 | 21,7 |
Venezuela | 72,6 | 4,5 | 77,3 | 15,3 |
Puerto Rico | 76,8 | 11,4 | 84,8 | 32,6 |
América Latina y el Caribe | 72,2 | 5,7 | 81,3 | 19,0 |
Fuente: Datos del Observatorio Demográfico, 2019.
- Nótese que, aunque las cifras de 2050 son proyectadas a partir de 2010, un porcentaje muy elevado de la población ya ha nacido en la fecha inicial de la proyección; de hecho, solo los menores de 40 años en 2050 son una población enteramente calculada.↵
- La población total de Inglaterra y Gales pasó de 18 millones en 1850 a 32 millones en 1900, 52 millones en 2000 y 66 millones en 2050.↵
- Malthus, Robert S. Ensayo sobre el principio de población. Trad. Ortiz, Teodoro. Segunda edición revisada. México: Fondo de Cultura Económica, 1951 [1798-1890].↵
- Boserup, Ester. The Conditions of Agricultural Growth. Chicago: Aldine, 1965.↵
- Todos los nacidos en un mismo año o período.↵
- Easterlin, Richard A. Birth and Fortune. Nueva York: Basic Books, 1980.; Smith, D. P. “A reconsideration of Easterlin cycles”. Population Studies, 35 (1981): 247-264.↵
- Bloom, David E. y Williamson, Jeffrey G. “Demographic Transitions and Economic Miracles in Emerging Asia”. The World Bank Economic Review, 12, n.º 31 (1998): 419-455.; Bloom, David E., Canning, David, y Sevilla, Jaypee. Economic Growth and the Demographic Transition. Working Paper 8685. Cambridge, Mass.: National Bureau of Economic Research, 2001.; Williamson, Jeffrey G. “Demographic Dividends Revisited”. Asian Development Review, 30, n.º 2 (2013): 1-25.↵
- Coale, Ansley J., Demeny, Paul George, y Vaughan, Barbara. Regional model life tables and stable populations. 2.º ed. Nueva York: Academic Press, 1983.↵
- Cepal. Observatorio Demográfico 2019. América Latina y el Caribe. Proyecciones de Población. Santiago de Chile: Naciones Unidas, 2020.↵