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7 El envejecimiento y sus consecuencias

El envejecimiento, 1950-2100

En el capítulo 3, se examinaron los cambios en la estructura de edades provocados por la transición demográfica. Vamos a estudiar ahora algunas consecuencias de largo plazo derivadas del proceso de envejecimiento.[1] Consideraremos el envejecimiento como un hecho consumado, así que nos limitaremos a presentar los datos básicos referidos al conjunto de América Latina y el Caribe en el período 1950-2100; hasta 2019 los datos vienen de estimaciones, mientras que entre 2020 y 2100 resultan de las proyecciones de población; las cifras provienen del Observatorio demográfico de América Latina y el Caribe 2019, publicado por Cepal-CELADE, disponible también para consulta en línea en el sitio web de la Cepal.

El gráfico 7.1 muestra datos anuales sobre la población total y la edad mediana de la población. En las décadas de 2050 y 2060, la población total se estabiliza, y deja de crecer; en 2060 la tasa de crecimiento natural será probablemente cero, después negativa, y hacia 2100 la población total regresaría a niveles similares a los de la década de 2020. La evolución proyectada es, por supuesto, conjetural, pero bastante probable. La edad mediana, es decir, la cifra que divide en dos partes iguales la distribución de la población por edades, muestra un aumento continuo, desde casi 20 años entre 1950 y 1980, hasta casi 50 años en las últimas décadas del siglo xxi. Este indicador es suficiente para hacerse una idea rápida de la magnitud del proceso de envejecimiento.

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Gráfico 7.1. América Latina y el Caribe, población total y edad mediana de la población (1950-2100).
Fuente: Cepal. Observatorio demográfico, 2019.

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Gráfico 7.2. América Latina y el Caribe, distribución de la población por grandes grupos de edad (1950-2100).
Fuente: Cepal. Observatorio demográfico, 2019.

El gráfico 7.2 presenta la evolución de la población por grandes grupos de edad; se puede observar la disminución relativa de los niños y jóvenes menores de 15 años y el aumento correlativo de los mayores de 65 años, mientras que la población adulta y activa, de 15 a 64 años, oscila entre 56 % en 1950 y 55 % en 2100, pasando por un máximo de 67 % en 2020. Sin embargo, el significado de estas proporciones de la población adulta y activa debe verse con relación a los otros grupos de edad: en 1950, los menores de 15 años son el 40 %, mientras que los adultos mayores apenas llegan al 3,5 %; en 2100 la situación será inversa: los menores de 15 años descenderán a un 14 %, y los adultos mayores habrán llegado al 31 %.

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Gráfico 7.3. América Latina y el Caribe, relación de dependencia e índice de envejecimiento (1950-2100). Relación de dependencia: (menores de 15 años + mayores de 65 años) / población de 15 a 64 años) por 100; índice de envejecimiento: (mayores de 65 años / menores de 15 años) por 100.
Fuente: Cepal. Observatorio demográfico, 2019.

Este panorama se completa con los datos del gráfico 7.3, donde se presentan la relación de dependencia y el índice de envejecimiento. La primera compara, en porcentajes, la población económicamente dependiente, o más bien inactiva (menores de 15 años y mayores de 65 años) con respecto al grupo en edad laboral (población de 15 a 64 años). El índice de envejecimiento relaciona, también en porcentajes, la población mayor de 65 años con la menor de 15 años. La relación de dependencia es muy elevada en las décadas de 1950 y 1960, dado el fuerte peso de la población menor de 15 años, pero luego desciende en forma pronunciada hasta la década de 2020; este descenso se origina en el incremento relativo de la población de 15-64 años, dada la caída de la fecundidad, y el aumento moderado de los mayores de 65 años; la situación se invierte hacia 2020, debido a la declinación continua y consolidada de la fecundidad y al aumento sostenido de la esperanza de vida al nacimiento, con el consiguiente crecimiento relativo de la población mayor de 65 años; las proyecciones indican una elevación continua de dicha relación hasta 2100. El índice de envejecimiento crece muy poco hasta la década de 1990; luego se observa un aumento continuo hasta fin del siglo xxi, cuando dicho índice superará el 200 %, es decir, por cada 10 personas menores de 15 años, habrá más de 20 personas mayores de 65 años. Como se indicó en el capítulo 3, este descenso progresivo en la relación de dependencia creó las condiciones favorables para el llamado “bono demográfico”, es decir, el período en el cual hay mucha más gente en edad de trabajar que inactivos. Hacia 2020 este momento favorable se termina para el conjunto de América Latina y el Caribe.

En años recientes, la División de Población de las Naciones Unidas ha comenzado a utilizar algunos indicadores más precisos relativos al envejecimiento. Algunos de ellos se presentan en el cuadro 7.1, comparando la situación en 2019 con la proyección de lo que será en 2050. El límite para separar niños y jóvenes de adultos en edad laboral ha sido elevado a 20 años; los indicadores de envejecimiento que se agregan son tres. El primero se refiere a la relación de dependencia de los mayores de 65 años con respecto a la población de entre 20 y 64 años, es decir, lo que en CELADE denominan “índice de envejecimiento”, pero ajustando el límite entre jóvenes y adultos a 20 años. El segundo considera la esperanza de vida a los 65 años, un dato mucho más preciso sobre el proceso de envejecimiento mismo; en esto las Naciones Unidas siguen la metodología propuesta por Warren Sanderson y Sergei Scherbov.[2] El tercer indicador es una medida de la relación de dependencia económica teniendo en cuenta la proporción entre los consumidores mayores de 65 años y los trabajadores activos de todas las edades. En este último aspecto, siguen los trabajos recientes sobre las transferencias intergeneracionales liderados por Ronald Lee y Andrew Mason.[3]

Cuadro 7.1. América Latina, el Caribe y Estados Unidos, indicadores del envejecimiento según las Naciones Unidas (2019-2050). Primera parte

Regiones y países

% mayores de 65 años

Esperanza de vida al nacimiento, 2010-2015

Esperanza de vida a los 65 años, 2010-2015

2019

2050

Hombres

Mujeres

Hombres

Mujeres

América Latina y el Caribe

8,7 %

19,0 %

71,2

77,7

16,3

19,1

El Caribe

10,4 %

18,8 %

69,1

74,2

16,6

18,8

Cuba

15,6 %

29,8 %

76,5

80,4

17,3

19,6

Haití

5,1 %

10,1 %

59,3

63,5

13,6

15,1

República Dominicana

7,3 %

16,0 %

69,6

75,9

16,5

18,9

Costa Rica

9,9 %

23,7 %

76,7

81,7

18,3

20,8

El Salvador

8,5 %

16,3 %

67,0

76,3

16,1

18,1

Guatemala

4,9 %

10,9 %

69,2

75,6

17,0

18,7

Honduras

4,8 %

12,8 %

71,6

76,3

17,1

19,4

Nicaragua

5,5 %

14,9 %

69,8

76,4

15,9

18,5

Panamá

8,3 %

17,8 %

74,4

80,4

18,9

21,2

México

7,4 %

17,0 %

72,0

77,9

16,7

18,8

Argentina

11,2 %

17,3 %

72,2

79,0

15,9

19,1

Bolivia

7,3 %

12,7 %

66,7

71,9

16,6

18,5

Brasil

9,3 %

22,7 %

70,7

78,0

16,0

19,2

Chile

11,9 %

25,9 %

76,3

82,1

17,5

20,8

Colombia

8,8 %

21,0 %

73,1

78,9

17,5

19,4

Ecuador

7,4 %

16,2 %

72,8

78,5

17,8

19,8

Perú

8,4 %

18,9 %

72,6

77,7

16,3

18,7

Paraguay

6,6 %

12,8 %

71,3

75,1

16,2

18,1

Uruguay

14,9 %

21,7 %

73,2

80,7

15,4

20,6

Venezuela

7,6 %

15,3 %

69,4

77,0

14,9

17,7

Estados Unidos

16,2 %

22,4 %

76,5

81,3

18,1

20,7

Fuente del cuadro 7.1: United Nations. World Population Ageing, 2019. Nueva York, 2020.

Cuadro 7.1. América Latina, el Caribe y Estados Unidos, indicadores del envejecimiento según las Naciones Unidas (2019-2050). Segunda parte, en porcentajes

Regiones y países

Dependencia mayores de 65

Depend. prospectiva de los mayores

Depend. económica de los mayores de 65

2019

2050

2019

2050

2019

2050

América Latina y el Caribe

14,8

32,8

9,2

16,2

17,0

36,2

El Caribe

18,1

33,1

11,7

18,7

19,5

35,0

Cuba

24,9

56,3

15,3

31,5

24,7

54,5

Haití

9,7

17,0

9,3

14,3

10,9

19,2

República Dominicana

13,0

27,6

7,5

14,2

13,0

26,5

Costa Rica

16,0

41,6

8,0

17,3

19,9

51,2

El Salvador

15,3

27,3

10,6

15,2

18,2

31,6

Guatemala

9,8

18,6

6,2

8,9

9,5

17,4

Honduras

9,1

21,4

5,4

10,1

9,5

21,6

Nicaragua

9,8

25,4

6,4

12,0

11,1

27,9

Panamá

14,7

32,0

6,8

13,1

19,1

39,4

México

12,9

28,9

8,7

15,6

13,2

28,3

Argentina

20,0

30,3

14,0

16,5

24,3

36,4

Bolivia

14,1

21,9

7,9

11,2

15,1

21,9

Brasil

14,9

39,5

8,6

18,0

18,2

46,2

Chile

19,2

44,6

10,1

19,8

26,2

59,7

Colombia

14,6

36,0

8,1

17,1

17,0

40,4

Ecuador

13,2

28,3

7,4

13,0

13,6

27,3

Perú

14,3

33,4

9,3

15,8

17,8

41,1

Paraguay

12,1

21,5

8,3

12,7

12,5

21,4

Uruguay

26,0

38,7

16,5

19,5

33,5

49,0

Venezuela

13,5

26,1

10,6

17,0

11,8

22,0

Estados Unidos

27,6

40,4

14,4

19,6

42,3

62,1

Relación de dependencia de los mayores de 65 años = (pobl. 65 y más/pobl. 20-64 años) por 100.
Relación de dependencia prospectiva de los mayores = Número de personas por encima de la edad en la cual la esperanza de vida restante es 15 años por cada 100 personas entre 20 años y dicha edad.
Relación de dependencia económica de los mayores = Número efectivo de consumidores de 65 años y más por cada 100 trabajadores de todas las edades.

Consideremos ahora los datos del cuadro 7.1. En el primer panel, se presenta el porcentaje de población mayor de 65 años en 2019 y 2050; entre esas fechas la proporción crecerá aproximadamente en un 10 %, de un 8,7 % a un 19,0 % en el conjunto de América Latina y el Caribe. En 2019 la mayoría de los países se concentran en torno a un 9 % o 10 %; en algunos, como Cuba, Estados Unidos y Uruguay, se observa un proceso de envejecimiento más avanzado, con un 15 % o 16 % de mayores de 65 años; otros, como Haití, Honduras, Guatemala y Nicaragua, oscilan alrededor de un 5 %, es decir, apenas comienzan el proceso de envejecimiento. La esperanza de vida al nacimiento se sitúa en 2010-2015 en torno a los 71 años para los hombres y 77 años para las mujeres; este diferencial por sexos de 5 o 6 años se observa luego en todos los casos; Costa Rica, Cuba, Panamá, Chile y Estados Unidos muestran esperanzas de vida más elevadas que el resto de países, seguidos de cerca por casi todos los demás; solo en Haití se registra una esperanza de vida considerablemente más baja, de 59,3 para los hombres y 63,5 para las mujeres. El tercer indicador del primer panel es la esperanza de vida a los 65 años, que se ubica entre 16 años para los hombres y 19 para las mujeres; el diferencial por sexos, de unos 3 años, se observa en todos los países; Haití, de nuevo, muestra un indicador bastante más bajo que en los demás casos.

En el segundo panel del cuadro 7.1, se presentan los indicadores más específicos e innovadores, que comparan la situación en 2019 con la proyección a 2050. El primero es el ya conocido que se refiere a la proporción de población de más de 65 años con relación a la población activa de 20-64 años; en general, el porcentaje de dependientes se duplica, pasando de un 15 % en 2019 a un 33 % en 2050; como ya se observó en la primera parte del cuadro, las variaciones entre países son notables: mientras que unos, como Cuba, Estados Unidos, Chile y Uruguay, muestran un envejecimiento más avanzado, otros como Haití, Guatemala, Honduras y Nicaragua apenas inician dicho proceso. El segundo indicador que se presenta es mucho más específico y considera el envejecimiento en un contexto de aumento de la esperanza de vida; relaciona el porcentaje de personas por encima de la edad en la cual quedan 15 años de esperanza de vida con las personas que tienen entre 20 años y dicha edad. Este umbral permite considerar, dentro del cálculo del índice, el avance en el proceso de envejecimiento; para hacerse una idea de este umbral, conviene examinar las columnas de la esperanza de vida a los 65 años en el primer panel del cuadro 7.1. Los valores de este indicador son, en general, aproximadamente la mitad del índice de envejecimiento convencional, recién considerado. Entre 2019 y 2050, este índice tiende a duplicarse, salvo en el caso de los países de envejecimiento más avanzado.

El tercer indicador se refiere a la dependencia en términos económicos. Relaciona el porcentaje de consumidores por encima de los 65 años con el número de trabajadores de todas las edades; es una medida sintética de la carga económica que significa la población no activa mayor de 65 años. En todos los casos, este índice es algo mayor que el de la dependencia prospectiva y parece que tenderá a duplicarse entre 2019 y 2050. Su cálculo y los datos requeridos para hacerlo nos remiten al tema de las transferencias intergeneracionales, el cual consideraremos en la siguiente sección.

Transferencias intergeneracionales[4]

Criar y educar niños y jóvenes y mantener los ancianos que ya no trabajan implica una organización económica y social que ha variado a lo largo de la historia, pero que merece una atención especial dado el actual proceso de envejecimiento de la población y sus desafíos. El tema requiere combinar el análisis económico con la demografía del envejecimiento para estudiar apropiadamente la reproducción y la transferencia del patrimonio inter e intrageneracional; a la vez, se ha planteado la necesidad de contar con datos adecuados, lo cual ha dado origen al proyecto National Transfer Accounts (NTA), liderado por Ronald Lee y Andrew Mason, ya mencionado líneas atrás. Los datos básicos de NTA consisten en flujos económicos por país, para uno o más años recientes, medidos en términos monetarios nominales y luego estandarizados o normalizados para hacer factibles las comparaciones; las cuentas se construyen garantizando, en lo posible, la consistencia con las cuentas nacionales corrientes. Las NTA incluyen datos detallados para 23 países alrededor del año 2000; se siguen sumando nuevos países y existen ya varios sitios regionales para las NTA en Asia, Europa y América Latina; además, se ofrecen datos demográficos y simulaciones que permiten proyecciones desde 1950 hasta 2050.[5]

Los datos de las NTA cuantifican cómo las personas en cada edad adquieren y usan recursos económicos para satisfacer sus propias necesidades materiales, apoyar a otros y garantizarse el futuro; los menores de 15 o 20 años (según el umbral que se elija) y los mayores de 65 años consumen más de lo que producen; lo opuesto ocurre, por lo general, para los mayores de 15-20 años y menores de 65 años; este ciclo vital es posible porque hay arreglos institucionales y económicos que reasignan recursos (transferencias, activos, deudas, etc.) a lo largo de la vida, básicamente a través de las familias y los gobiernos. Los gráficos 7.4, 7.5, 7.6 y 7.7 presentan datos del ciclo vital en 2004 para Costa Rica y México. En 7.4 y 7.6 se muestran el consumo y los ingresos laborales, en términos per cápita, y medidos en unidades de ingresos normalizadas;[6] en 7.5 y 7.6 se pueden apreciar las principales fuentes de financiamiento del consumo, siempre en términos per cápita, y medidas en unidades de ingresos normalizadas. En 7.4 y 7.6 se puede observar cómo el consumo crece notablemente durante la niñez y juventud, alcanza un máximo hacia los 20 años, y queda luego más o menos estable en esos niveles hasta aproximadamente los 60 años; después tiende a declinar levemente y se mantiene más o menos constante en niveles altos. Los ingresos laborales, es decir, derivados del trabajo (salarios y remuneraciones en su sentido más amplio), son cero durante los primeros años de vida y suben notablemente con el ingreso de la gente a la población activa; alcanzan por lo general un máximo entre los 30 y los 60 años y declinan cuando se produce el retiro de las personas de la vida laboral. Estas curvas del consumo y los ingresos laborales, una vez que son expresadas en unidades de ingreso normalizadas, son comparables y muestran formas relativamente parecidas en todos los países. ¿Cómo se financia el consumo? A esta pregunta responden los gráficos 7.5 y 7.7, referidos a Costa Rica y México en 2004, respectivamente. Se indican las tres formas principales de financiamiento, es decir, transferencias privadas, públicas y reasignación de activos; las transferencias privadas se refieren a todos los pagos de las familias y los individuos en beneficio de los dependientes, es decir, niños, jóvenes y eventualmente ancianos; las transferencias públicas son los gastos del gobierno en salud, educación, servicios, jubilaciones y pensiones; la reasignación de activos hace referencia a las transferencias privadas derivadas de propiedades, recursos financieros, préstamos y deudas, valores, ahorros, etc., orientadas también a satisfacer las necesidades del consumo. El peso relativo de estos tres componentes varía a lo largo del ciclo vital y permite caracterizar la forma en que las sociedades enfrentan la carga económica de la población inactiva; volveremos más adelante sobre el tema; por lo pronto, conviene notar que estos tres componentes tienen, en Costa Rica y México, comportamientos relativamente similares: las transferencias públicas son importantes, las privadas decaen notablemente entre los 25 y 30 años, y la reasignación de activos cobra peso a partir de los 30 años y así se mantiene en lo que resta del ciclo vital.

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Gráfico 7.4. Costa Rica, 2004. Consumo e ingresos per cápita durante el ciclo vital.
Fuente: NTA, Country Profiles, Costa Rica.

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Gráfico 7.5. Costa Rica, 2004. Financiamiento del consumo per cápita durante el ciclo vital.
Fuente: NTA, Country Profiles, Costa Rica.

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Gráfico 7.6. México, 2004. Consumo e ingresos per cápita durante el ciclo vital.
Fuente: NTA, Country Profiles, México.

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Gráfico 7.7. México, 2004. Financiamiento del consumo per cápita durante el ciclo vital.
Fuente: NTA, Country Profiles, México.

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Gráfico 7.8. Déficit per cápita del ciclo vital en Estados Unidos, Suecia, Indonesia, México y Costa Rica hacia 2004.
Fuente: NTA, Country Profiles, Indonesia, Estados Unidos, Suecia, México y Costa Rica.

El comportamiento observado en los casos de Costa Rica y México aparece también en muchos otros países, con variantes relativas al nivel del desarrollo económico y cambios en la estructura de edades. En forma más general, esto puede verse examinando gráficamente la diferencia entre el consumo y los ingresos laborales, algo que Lee y Mason denominan “déficit del ciclo vital” y que se presenta en el gráfico 7.8. Se han incluido también datos sobre Indonesia, Suecia y Estados Unidos, además de los de Costa Rica y México. Conviene comentar ahora la similitud relativa de dichas curvas, y entender también sus importantes diferencias.

El eje del cero indica ausencia de déficit; los valores positivos reflejan la magnitud del déficit, mientras que los negativos señalan su ausencia. Es importante ver las edades en que las curvas cortan el cero: observando las curvas extremas, Suecia y México, se constata que en Suecia el déficit de los jóvenes dura hasta los 25 años, y en México se prolonga más allá de los 30 años; el déficit de las personas que se retiran de la vida laboral empieza muy temprano en México (un poco antes de los 50 años) y bastante tarde en Suecia (bien pasados los 60 años). Otro hecho significativo es que, en el caso de México, el excedente generado en las edades activas es relativamente pequeño, mientras que en Suecia es mucho mayor; de hecho, mucho mayor que en cualquiera de los otros países. Los demás países se mueven entre estas dos curvas de México y Suecia, y sus trayectorias resultan ser bastante parecidas, independientemente del nivel de desarrollo económico; la curva del déficit de un país de bajo nivel de ingreso per cápita como Indonesia es muy parecida a la de Costa Rica (ingreso per cápita medio) y la de Estados Unidos (ingreso per cápita muy alto). Las diferencias sí son muy notorias a partir de los 62 o 63 años: después de esas edades, el déficit de Indonesia casi no aumenta, reflejando sin duda un número menor de ancianos (esperanza de vida 10 años menor que la de Estados Unidos, Suecia y Costa Rica). Por otro lado, más allá de los 80 años, el déficit de Estados Unidos y Suecia crece verticalmente, indicando un número mayor de ancianos y un gasto muy elevado en salud y cuidados.

El informe de las Naciones Unidas sobre el envejecimiento de la población mundial de 2019 presenta, siempre a partir de las cuentas disponibles en NTA, una comparación entre países relativa a las fuentes de financiamiento del consumo de los mayores de 65 años, y propone una tipología interesante.[7] Hay un grupo de países (datos hacia 2005), sobre todo de Europa y América Latina, en los cuales la principal fuente de financiamiento son las transferencias públicas; dentro de este grupo, se ubican Costa Rica, Chile, Uruguay, Perú, Ecuador, Brasil, Suecia, Italia, Alemania, Finlandia, Francia, Hungría, Polonia y Austria. En otro conjunto de países, predominan, en cambio, las reasignaciones de activos: Indonesia, Filipinas, Tailandia, India, Camboya, El Salvador y Sudáfrica; en estos casos se observaría la acción limitada del Estado y también la debilidad de las transferencias privadas, por lo cual los mayores de 65 años dependen de sus propios ahorros acumulados en el pasado. En otro grupo de países, se observa una situación más balanceada, particularmente entre las transferencias públicas y la reasignación de activos; dentro de él se ubican Estados Unidos, Australia, México, España y el Reino Unido. Otro aspecto de interés en la comparación es el hecho de que los ingresos laborales siguen pesando entre un 15 y 25 % del consumo, salvo en Europa; esto quiere decir que el retiro total de la actividad económica de los mayores de 65 años se estaría, en todos estos casos, retrasando un poco.

Luis Rosero ha estudiado con cierto detalle el déficit del ciclo vital en Brasil, Chile, Costa Rica, México y Uruguay (datos entre 1996 y 2004), siempre utilizando la fuente y metodología de las NTA.[8] Vale la pena presentar sus principales conclusiones: 1) los mayores de 65 años, contrario al mito popular, no son una carga económica para sus familias; las transferencias económicas que proveen a otros miembros de sus familias son mucho mayores que las que reciben de ellos; 2) los mayores de 65 años son relativamente ricos; su ingreso per cápita derivado de activos es tan alto, o incluso supera, lo que fueron sus ingresos laborales en sus mejores años; 3) los mayores de 65 años reciben una proporción muy elevada de las transferencias públicas per cápita; probablemente, el envejecimiento tornará esta circunstancia insostenible; y 4) mientras que las transferencias familiares son la principal fuente para financiar el consumo de los niños y jóvenes, el ingreso proveniente de los activos y las transferencias públicas (sobre todo pensiones) financian el consumo de los mayores de 65 años; esto permite incluso ahorros sustanciales y transferencias a otros miembros de la familia.[9] Dos precauciones son pertinentes: es posible que en 2021 las circunstancias hayan variado y la validez de estas conclusiones sea relativa al período 1996-2004; en la muestra solo se han incluido países de ingreso per cápita medio, en términos del desarrollo económico, lo que implica que, en países de ingreso bajo, como Honduras, Haití o Nicaragua, puede que la situación sea diferente. De todos modos, la perspectiva de una creciente presión fiscal, a nivel de los gobiernos, es una conclusión fuerte que se deriva de los datos recién mencionados.

Otro aspecto considerado por Luis Rosero, con datos específicos referidos a Costa Rica, son los costos y requerimientos de cuidados de la población anciana. La información proviene de un proyecto denominado CRELES, con muestras representativas a nivel nacional, incluyendo también la población de más de 90 años.[10] De acuerdo con estos datos, se puede concluir que la principal carga económica que enfrentarán las familias latinoamericanas en los próximos años será el rápido aumento de los costos y requerimientos de cuido de sus familiares de mayor edad.

En suma, el tema de las transferencias inter e intrageneracionales es un aspecto crucial para entender y explicar los cambios en la reproducción demográfica en un contexto de envejecimiento sostenido de la población. Para hacerlo en forma apropiada, se requieren nuevos datos, y, en este sentido, el esfuerzo de las NTA liderado por Lee y Mason es un avance pionero de la mayor importancia científica.

Cambios en las relaciones familiares

Las relaciones familiares se han modificado profundamente en el curso de la transición demográfica, particularmente durante la así llamada “segunda transición demográfica”; el tema ya fue tratado al final del capítulo 5. Conviene señalar ahora sus características más importantes en el contexto del envejecimiento: pocos hijos, o, en todo caso, menos que en las generaciones anteriores, y una vejez mucho más larga que la que tuvieron los abuelos; y, dentro del ciclo vital, se alargan la adolescencia y la juventud, con una incorporación plena más tardía al mercado laboral. El aumento de los divorcios y las nupcias sucesivas ha dado lugar a lo que se ha llamado “familias ensambladas”, es decir, un espacio en que conviven “mis hijos, los tuyos y los de ambos”. La cohabitación es frecuente, culminada o no en un matrimonio legal, y la edad a la primera maternidad tiende a elevarse. Los mayores de 65 años conviven a veces con alguno de los hijos, pero también viven solos, o en parejas u otros arreglos; económicamente, dependen menos de los hijos de lo que era corriente en el pasado, y, en más de un caso, subvencionan o apoyan a hijos y nietos.

El empoderamiento de las mujeres, estrechamente relacionado con su incorporación al mercado laboral remunerado y la independencia sexual derivada del uso extendido de la contracepción, es un cambio estructural de primera importancia. Es, sin duda, un factor clave en la modificación de las relaciones de pareja y los nuevos arreglos familiares; ¿será este el comienzo del fin del patriarcado? La pregunta es más que pertinente, y muchos factores apuntan en esa dirección; sin embargo, el tema traspasa en mucho los límites de este capítulo.

La aprobación creciente del matrimonio entre personas del mismo sexo, o matrimonio igualitario, es otro indicador preciso de la profundidad de los cambios en las relaciones familiares en los umbrales del siglo xxi. El cuadro 7.2 indica las fechas y los países en que ha sido aprobado; se agregan los datos de Estados Unidos, Canadá, España y Portugal, para que el lector pueda ampliar fácilmente la perspectiva comparativa; a título de simple referencia, conviene recordar que en 2022 el matrimonio igualitario ha sido aprobado, a nivel mundial, en 31 países.

Las relaciones de poder y la violencia intrafamiliar constituyen otro tema fundamental, nada nuevo como tal, pero sí diferente en lo que se refiere a la creciente consciencia de su importancia, reflejada en la agenda de las Naciones Unidos (quinto de los Objetivos del Desarrollo Sostenible 2030), las políticas públicas y los medios de comunicación de masas.

El otro gran tema es el de la vejez y el cuido de los mayores, en sus aspectos económicos, sociales y emocionales. Al envejecer, las personas enfrentan tres cambios básicos: a) el retiro de la vida laboral; b) la modificación de los roles en la familia y la sociedad; y c) el enfrentar mayores riesgos de enfermedades crónicas, incluyendo la pérdida parcial de funcionalidad vital. La edad al retiro laboral tiene, por lo general, una definición legal, y ocurre alrededor de los 60 años, aunque, dependiendo de las personas y profesiones, puede haber muchas variaciones; el cambio de roles se refiere a papeles que solo se pueden desempeñar a partir de cierta edad o relación familiar; las enfermedades crónicas, acompañadas muchas veces de pérdida en ciertas funcionalidades vitales, son las más frecuentes a partir también de cierta edad. La edad a que ocurren todos estos cambios varía mucho de persona a persona y también de sociedad a sociedad, pero es un hecho que dichos cambios se presentarán en algún momento, y en diferentes combinaciones. El final de la vejez será, obviamente, la muerte de la persona.

Cuadro 7.2. Algunos países que han aprobado el matrimonio igualitario, con indicación de la fecha de vigencia

Argentina

2010

Brasil

2013

Colombia

2016

Costa Rica

2020

Ecuador

2019

México (25 estados de 32)

2010-2022

Uruguay

2013

Chile

2022

Canadá

2005

España

2005

Portugal

2010

Estados Unidos

2015

Los tres tipos de cambios señalados implican una carga social y familiar y también una fuerte carga emocional. La geriatría y la gerontología son nuevas especialidades médicas asociadas al estudio y tratamiento de estos cambios. Hay que tener en mente que el envejecimiento de la población es algo relativamente reciente, y por eso todos estos cambios, incluyendo las necesarias adaptaciones institucionales, apenas se están delineando. Conviene notar que una población comienza a envejecer por el descenso de la fecundidad, pero el efecto de un aumento en la proporción de gente mayor de 65 años solo será evidente cuando, además de un acercamiento de la fecundidad a la situación de remplazo (tasa global de fecundidad de 2), durante un período prolongado, la esperanza de vida al nacimiento supere los 70 años. Este umbral de los 70 años es significativo; debe notarse que las ganancias en la esperanza de vida al nacimiento por debajo de él afectan la sobrevivencia de los niños, jóvenes y adultos, pero no la de los adultos mayores; para que aumente efectivamente la proporción de los adultos mayores en el total de la población, se requiere que la esperanza de vida al nacimiento supere los 70 años.

Para fijar las ideas, conviene recordar el caso de Suecia; durante el siglo xx, la esperanza de vida al nacimiento masculina subió de 51 años hacia 1900 a 77 años un siglo después; en las mujeres el cambio fue de 54 a 82 años; pero el umbral de los 70 años solo fue alcanzado en la década de 1970; así las cosas, solo hacia finales del siglo xx, el tema de la carga económica de una población creciente de adultos mayores, retirados de la vida laboral, comenzó a plantearse. De alguna manera, el ejemplo sueco se repetirá, tarde o temprano, en los países cuyas poblaciones están en proceso de envejecimiento.

Futuro del Estado benefactor

El Estado benefactor o Estado de bienestar puede definirse como un “conjunto de políticas estatales que buscan asegurar un mínimo bienestar a sus ciudadanos”, incluyendo la protección de riesgos (desempleo, enfermedad, maternidad, vejez) y asegurando la acumulación de capital humano a través de inversiones en salud y educación.[11] Como se sabe, este se desarrolló en Estados Unidos y Europa Occidental a partir de la crisis de 1930, y fue considerablemente reforzado después de la Segunda Guerra Mundial. Los países de América Latina, con diferentes estilos e intensidades, trataron de emular estas pautas.

La creación y expansión inicial del Estado benefactor en América Latina ocurrió al inicio de la transición demográfica, es decir, en una época en que predominaban los menores de 15 años y los adultos; el gasto estuvo orientado a la educación, la atención primaria en salud y los beneficios de los asalariados. En un segundo momento, cuando comenzó a descender la fecundidad, la disminución en la proporción de menores de 15 años favoreció el consumo y los ahorros de los adultos; en un tercer momento, cuando la esperanza de vida al nacimiento superaba los 70 años, el aumento en la proporción de mayores de 65 años empezó a presionar los sistemas de jubilaciones y pensiones, establecidos, como se sabe, por el Estado benefactor. Al mismo tiempo, el aumento en los gastos de salud originado por el predominio de las enfermedades crónicas y degenerativas se sumó a la carga económica ya mencionada. Las proyecciones indican para el resto del siglo xxi, como hemos visto, un aumento sostenido en la proporción de mayores de 65 años. Así las cosas, se plantean tres preguntas: a) ¿la creciente carga económica implicada por la vejez llevará al fin del Estado benefactor?; b) ¿hay soluciones demográficas para el envejecimiento de la población?; y c) ¿hay soluciones económicas para los desafíos implicados por el envejecimiento?

Las respuestas son obviamente tentativas, y dependerán de un conjunto de factores políticos, sociales, económicos y ambientales.[12] A la primera pregunta, se le puede responder que no necesariamente ocurrirá una quiebra del Estado benefactor, pero que sí habrá cambios importantes. La segunda pregunta es más simple de contestar. La primera solución demográfica sería un aumento en la fecundidad; sin embargo, esto es algo difícil de lograr porque depende de las decisiones individuales de las parejas; todas las políticas de incentivo de la fecundidad que conocemos, tanto en Europa Occidental durante el siglo xx como en la antigua Unión Soviética y sus satélites de Europa del Este, fracasaron. Para lograrlo, parece que se requeriría de un cambio sociocultural mayor, que no depende de los gobiernos, sino de fuerzas sociales más profundas. La otra solución demográfica al envejecimiento es un aumento de la inmigración; esto ofrece al menos la posibilidad de un incremento temporal de la fecundidad, aunque, como se ha observado sobre todo en Europa Occidental, en la segunda generación los inmigrantes tienden a adaptarse a las costumbres y pautas vigentes en el país receptor. En el capítulo anterior, hemos visto cómo, en el análisis de Alejandro Canales, la inmigración desde el sur compensó los déficits demográficos en los países desarrollados del norte. La tercera pregunta es mucho más complicada porque implica una reorganización del mercado de trabajo, con un retiro laboral diferenciado, una elevación de la edad al retiro laboral y un aumento en la productividad de la población activa, entre otras cosas. El desafío es muy grande y también lo es el hecho de que las sociedades humanas que conocemos enfrentan, por primera vez, un envejecimiento pronunciado.

¿Un declive futuro de la población?

Este es un interrogante inevitable y también sin respuesta definitiva. Si las proyecciones de población elaboradas por CELADE-Cepal (datos presentados en el gráfico 7.1) son certeras, la población de América Latina comenzará a reducirse hacia 2060. Habrá, sin embargo, importantes variantes por países. El descenso estará presente en 8 países antes de 2059: Cuba (2017); El Salvador y Brasil (2045); Chile y Uruguay (2049); Colombia (2050); Costa Rica (2051); y República Dominicana (2058). En 12 países el declive se iniciará después de 2060: México (2062); Venezuela (2063); Perú (2067); Nicaragua y Paraguay (2068); Haití (2072); Honduras (2076); Argentina (2078); Ecuador (2079); Bolivia (2085); Guatemala (2088) y Panamá (2089). El Caribe no hispano alcanzará el máximo de población en 2033, mientras que Puerto Rico lo hizo en 2001.

Obviamente que este panorama depende de la certeza de las proyecciones, y sobre todo de la calidad de los datos en que se basaron; como bien se sabe, esto varía mucho de país a país; una precaución conveniente es simplemente ver las cifras de la proyección como una estimación probable dentro de un rango o una banda de posibilidades. Un indicador de los errores posibles se puede ver comparando cifras de las proyecciones del pasado;[13] un ejercicio de este tipo se presenta en el gráfico 7.9, donde se comparan las estimaciones proyectadas de la población total de América Latina y el Caribe, tal como fueron elaboradas por la ONU-CELADE en 1958, 1968, 1973, 1992, 2010 y 2019. Conviene focalizar la atención en las cifras previstas para el año 2000; en el caso de las proyecciones de 2010 y 2019, la cifra relativa al 2000 no es una proyección, sino una estimación. Las diferencias, en términos absolutos y porcentuales con respecto a la población estimada por la proyección de 2019, que podemos estimar como la más exacta, se consignan en el cuadro 7.3. La variación de 7,3 % entre las proyecciones de 2010 y 2019 se puede considerar como un simple error de estimación; en 2019 había más datos disponibles para estimar y ajustar el cálculo que en 2010. Las proyecciones de 1968 y 1973 llegan a una cifra relativamente parecida, pero muy por encima de la obtenida en 2019 (24,9 % y 27,3 %, respectivamente); las diferencias se pueden atribuir a la sobrestimación de la fecundidad futura, implícita en las proyecciones de 1968 y 1973; como también se puede apreciar en el gráfico, esa sobrestimación infla a su vez los cálculos de la población total en las décadas de 1980 y 1990. La proyección de 1958, basada en menos datos y metodológicamente más simple que las de 1968 y 1973, llega paradójicamente a cálculos más cercanos a los de la proyección de 2019. La de 1992 apenas difiere de la cifra estimada en 2010, pero luego parece sobrestimar la población entre 2000 y 2025; de nuevo, la sobrestimación parece provenir sobre todo del cálculo de la trayectoria de la fecundidad.

Algo que llama también la atención es que las cifras de la proyección de 2019, desde 1950 hasta 2025, van por debajo de las estimaciones y proyecciones de 1968, 1973, 1992 y 2010; esto se debe tanto a la disponibilidad de mejores datos, cuanto a una visión más cuidadosa con relación a los ajustes por subregistro y subnumeración; además, debe notarse que se abandonó el supuesto de un descenso límite en la fecundidad (fijado en una tasa global de 2,1), y se pudieron incluir, según los casos, cifras más bajas de 2,1.

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Gráfico 7.9. Proyecciones comparadas de la población total de América Latina y el Caribe (años seleccionados). Fuente: proyecciones ONU-CELADE de 1958, 1968, 1973, 1992, 2010 y 2019.

Dicho todo esto, creo que se pueden afirmar dos cosas. En primer lugar, el escenario de que hacia 2060 la población total de América Latina y el Caribe comience a descender es relativamente probable; en segundo lugar, de lo que sabemos, se puede deducir que, una vez en operación el descenso de la fecundidad, los cambios futuros en el comportamiento no serán drásticos; la migración puede modificar el panorama, pero difícilmente lo hará en el conjunto del subcontinente; más bien esto puede ocurrir solo en algunos países capaces de atraer la inmigración.

Cuadro 7.3. Diferencias en las estimaciones de la población total del año 2000, según las proyecciones de 1958, 1968, 1973, 1992, 2010 y 2019

Año de la proyección

Estimación en 2000 (millones)

Diferencias con respecto a 2019 (en millones)

Diferencias con respecto a 2019

2019

522

0

0

2010

560

38

7,3 %

1992

565

43

8,2 %

1973

665

143

27,4 %

1968

652

130

24,9 %

1958

592

70

13,4 %

Fuente: proyecciones ONU-CELADE de 1958, 1968, 1973, 1992, 2010 y 2019.

La perspectiva de un declive de la población tiene significados e implicaciones sociales muy diversas.[14] En el caso de América, basta retrotraerse a la catástrofe demográfica del siglo xvi que diezmó las poblaciones indígenas para tener una cierta perspectiva; sin embargo, en este caso es obvio que el principal motor del declive fue la mortalidad, seguida de lejos por la caída de la fecundidad. En el siglo xxi, las cosas son muy distintas porque lo que tenemos es, ante todo, la disminución en el número de hijos en un contexto de descenso de la mortalidad y aumento de la esperanza de vida; dicho en dos palabras: menos niños y jóvenes y más viejos, en un contexto de declinación paulatina, casi programada; todo muy lejos de las pestilencias y alzas brutales de la mortalidad típicas del pasado, previo a la transición demográfica. En este sentido, vivimos una experiencia absolutamente nueva y de futuro incierto.

Durante miles de años, el sistema demográfico era relativamente homeostático: al declive originado en el aumento de la mortalidad por pestes, guerras y otras amenazas ambientales, le seguía una época de crecimiento demográfico, muy lento pero positivo en el largo plazo; se sucedían así ciclos de declive y expansión, fuertemente vinculados a las circunstancias ambientales. En muchos casos, estos ciclos concluían con la decadencia e incluso la desaparición de imperios, reinos y civilizaciones, pero recomenzaban en otros ámbitos y contextos; este parece haber sido el patrón típico de evolución de la especie humana.

Ahora bien, la pregunta que se impone en el siglo xxi es si será posible retornar al crecimiento demográfico, como fue el caso en el pasado. Si consideramos que estamos viviendo en un mundo lleno, de espacios y ambientes saturados, bajo la amenaza de un cambio climático que parece imparable, la respuesta obvia parece ser un “no” bastante rotundo. El declive demográfico, que América Latina comenzará a vivir después de 2060, al igual que otras regiones del planeta, viene acompañado del final de un sueño elaborado por los humanistas del Renacimiento y los sabios de la Ilustración. Para decirlo en las muy citadas palabras de Francis Bacon: “El imperio humano sobre el universo”.

En uno de sus últimos artículos, un demógrafo tan eminente como Jean Bourgeois-Pichat reflexionó sobre la evolución de las poblaciones humanas en el muy largo plazo, en un ejercicio que combinaba el razonamiento con la imaginación.[15] Consideraba que en el pasado humano habían existido tres transiciones demográficas. La primera, ocurrida durante el Paleolítico superior, unos 40.000 o 35.000 años atrás, habría permitido que la población aumentara de unos 500.000 habitantes a 5 millones, es decir, una multiplicación por 10, oscilando luego en torno a esos 5 millones durante unos 20.000 años. La segunda transición demográfica habría ocurrido 5.000 o 10.000 años atrás, y se originó en la invención de la agricultura, es decir, lo que se conoce como la Revolución Neolítica; esta etapa duró entre 7.000 y 12.000 años y concluyó hacia 1750 con el comienzo de la era industrial; la población, que llegaba a unos 771 millones en 1750, se multiplicó por 150. La tercera transición demográfica es la que conocemos y hemos estudiado en este libro: entre 1750 y 2000, es decir, en 250 años, la población mundial se multiplicó por 7,9. El siglo xxi se desarrollará, probablemente, como el siglo del envejecimiento y el declive de la población; si la tasa global de fecundidad va por debajo del tantas veces mencionado 2,1 durante un largo período, la población acabará extinguiéndose. Bourgeois-Pichat consideraba que este era un escenario posible, y pensaba que la población humana podría extinguirse hacia 2400; sería el final de una aventura que comenzó en algún lugar de África quizás hace unos 600.000 años. Notemos que los argumentos de Bourgeois-Pichat son puramente demográficos, y considera que el descenso en la fecundidad es producto de uno de los ideales de la Ilustración, en el sentido de que el ser humano es libre de escoger su destino, y puede decidir no sobrevivir. No considera la disponibilidad de recursos, lo cual se entiende ya que, hacia 1988, las amenazas ambientales y el cambio climático no estaban tan presentes como hoy (2022).

En nuestros días, el futuro en el largo plazo se plantea todavía como más complejo e inquietante; implicará, probablemente, un cambio profundo en las relaciones entre las sociedades y el medio ambiente, lo cual llevará, inevitablemente, a un nuevo modelo de civilización.


  1. Martin, Linda G. y Preston, Samuel (eds.). Demography of Aging. Washington D. C.: National Academy Press, 1994.; Hayward, Mark D. y Majmundar, Malay K. (eds.). Future Directions for the Demography of Aging: Proceedings of a Workshop. Washington D. C.: The National Academies Press, 2018.
  2. Sanderson, Warren C. y Scherbov, Sergei. “Are We Overly Dependent on Conventional Dependency Ratios?”. Population and Development Review, 41, n.º 4 (2015): 687-708.
  3. Lee, Ronald D. y Mason, Andrew. “Generational Economics in a Changing World”. Ibid. 37, n.º suplemento temático especial (2011): 115-142.
  4. Lee, Ronald D. y Mason, Andrew. Population Aging and the Generational Economy. A Global Perspective. Cheltenham: Edward Elgar Publishing / International Development Research Center, 2011.
  5. Ver el sitio oficial, consultado el 11 de enero de 2021: bit.ly/3MWygZT.
  6. Se obtienen dividiendo el consumo y los ingresos por los ingresos obtenidos entre los 30 y 49 años, una parte del ciclo vital en que se supone que los ingresos son máximos y ya no cuentan mucho los gastos en educación y salud.
  7. United Nations. World Population Ageing 2019. Nueva York, 2020., pp. 27-31.
  8. Rosero-Bixby, Luis. “Generational Transfers and Population Aging in Latin America”. Population and Development Review, 37, n.º suplemento temático especial (2011): 143-157.
  9. Rosero-Bixby, “Generational Transfers and Population Aging in Latin America”; p. 155.
  10. Rosero-Bixby, Luis. “The exceptionally high life expectancy of Costa Rica nonagenarians”. Demography, 45, n.º 3 (2008): 673-691. Más datos sobre CRELES en bit.ly/3Jl1Kyq.
  11. Segura-Ubiergo, Alex. The Political Economy of the Welfare State in Latin America. Globalization, Democracy, and Development. Cambridge: Cambridge University Press, 2007., pp. 1-2.
  12. El ejemplo de Suecia es particularmente interesante. Ver Bengtsson, Tommy y Scott, Kirk. “Population Aging and the Future of the Welfare State: The Example of Sweden”. Population and Development Review, 37, n.º suplemento temático especial (2011): 158-170.
  13. Keyfitz, Nathan. “The Limits of Population Forecasting”. Ibid. 7, n.º 4 (1981): 579-593.
  14. Ver Reher, David S. “Towards Long-Term Population Decline: A Discussion of Relevant Issues”. European Journal of Population, 23, n.º 2 (2007): 189-207.
  15. Bourgeois-Pichat, Jean. “Du XXe au XXIe siècle: l’Europe et sa population après l’an 2000”. Population, 43, n.º 1 (1988): 9-43.


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