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5 ¿La humanización del espacio?

La PRO-ducción de espacio público
en el Microcentro porteño

Martina Berardo y Diego Vazquez

Introducción

Desde finales del siglo XX, el urbanismo contemporáneo, crítico de los lineamientos básicos de la corriente moderna,[1] ha redescubierto la importancia del espacio público de las ciudades –principalmente de los centros históricos– y ha apostado al planeamiento estratégico como modalidad de intervención para reestructurar el territorio. Esta forma de producción de espacio presenta a la cultura como principio organizador y propone operaciones microquirúrgicas sobre porciones determinadas. En otras palabras, apela al discurso de la recuperación del patrimonio cultural-histórico para legitimar acciones sobre lugares puntuales elegidos intencionalmente por su potencial valor simbólico y material. De esta manera, a partir de la década de 1990, numerosos gobiernos locales emprendieron procesos de regeneración urbana en sus áreas centrales: Barcelona, Nueva York, San Pablo, Ciudad de México, Sídney, Estambul, Copenhague, Moscú, entre otras (Franquesa, 2007; De Mattos, 2007; Delgado Ruiz, 2011; Girola, Yacovino y Laborde, 2011; Martínez Lorea, 2013).

Jordi Borja y Zaida Muxí (2002), reconocidos exponentes del planeamiento estratégico, comprenden que la regeneración urbanística consiste en diferentes tipos de acciones como la recuperación de los centros históricos degradados, la reconversión de las vías urbanas y la mejora de calles y plazas de los barrios de bajo nivel de urbanización. Desde una postura más crítica, el antropólogo catalán Jaume Franquesa (2007: 125) define los proyectos de regeneración como “estrategias de reestructuración del espacio mismo como mecanismo para crear oportunidades de apropiación de plusvalías”. En el caso de las áreas centrales de las ciudades, estos procesos se caracterizan por la estetización de los elementos patrimoniales del lugar y la refuncionalización de estos espacios a través de la (re)peatonalización de sus calles.

América Latina no escapa a esta tendencia. La reestructuración socio-territorial, gestionada por el gran capital global, ha transformado a las metrópolis latinoamericanas en “ciudades mestizas” a través de la combinación de procesos de inversión y modernización sumamente selectivos y de la permanencia simultánea de rasgos geográficos, económicos, culturales y sociales históricamente determinados (Ciccolella, 2010). Particularmente, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) se pueden identificar estas transformaciones desde la década de 1990 con la puesta en valor del circuito turístico San Telmo-La Boca, del antiguo Puerto Madero y del barrio del Abasto.

La investigación realizada por Girola, Yacovino y Laborde (2011: 27) analizó los casos de San Telmo y Puerto Madero a partir del concepto de “recualificación urbana”[2] entendido como la “reestructuración de áreas degradadas centrales o subcentrales de las metrópolis a partir del reordenamiento de sus espacios, imágenes y población” y que son realizadas a través de alianzas público-privadas con la finalidad de volverlas atractivas para el entretenimiento y el consumo. Así, las intervenciones realizadas en San Telmo “apuntaron a exaltar aquellos elementos urbanos que evocaran el pasado colonial, tales como el reempedrado de calles, la colocación de faroles y la recuperación de fachadas” (Girola et al. 2011: 32). En este sentido, el proceso de recualificación que tuvo lugar en San Telmo se montó en la lógica patrimonialista propuesta por el paradigma urbanista contemporáneo que demostró su influencia en la política urbana de la CABA.

A partir de 2007, con la asunción de Mauricio Macri[3] como Jefe de gobierno por el partido Propuesta Republicana (Pro), la reestructuración del espacio público de la Ciudad de Buenos Aires ingresó en una nueva etapa. Montado sobre los desarrollos del planeamiento estratégico, el Pro impulsó una política de fuerte intervención urbana sintetizada bajo la consigna “Humanizar la Ciudad”.[4] Esta política fue gestada en una serie de jornadas anuales en las que técnicos y funcionarios gubernamentales reflexionaron sobre la necesidad de transformar el espacio público y las vías de acción posibles para hacerlo. Los encuentros fueron organizados por el Ministerio de Desarrollo Urbano (MDU) con el auspicio de la Sociedad Central de Arquitectos y bajo el nombre de “La humanización del espacio público”. En un acercamiento provisorio, proponemos entender esta consigna Pro, apropiada de la traducción al castellano de un libro del urbanista danés Jan Gehl,[5] como una narrativa polisémica, sin una definición explícita, que se presenta atractiva y seductora, y que será (re)significada permanentemente por quienes la utilicen.

En el marco de la política de humanización del espacio público, el Pro elaboró el “Plan Microcentro”, caracterizado por la puesta en valor de las peatonales históricas, las avenidas y los edificios patrimoniales de la zona, y la refuncionalización de sus calles mediante la aplicación del programa Prioridad Peatón. Si bien este proyecto presentaba similitudes con los casos de Puerto Madero y San Telmo, la literatura consultada nos habilita a marcar una diferencia sustancial que no permite tratarlo como otro caso de regeneración urbanística o de recualificación. En las definiciones más utilizadas, el espacio a regenerar se encuentra siempre degradado, característica que no está presente en el Microcentro porteño. Mientras que gran parte de las metrópolis latinoamericanas –Ciudad de México, Santiago de Chile, Lima, San Pablo– han experimentado un gradual deterioro y vaciamiento de su centro tradicional, una particularidad histórica de la Región Metropolitana de Buenos Aires es que el Área Central conservó la concentración de poder económico y político: “particularmente de los equipamientos, funciones y actividades de comando de la economía nacional y de la red de vínculos económicos con la economía global” (Ciccolella, Baer y Vesclir, 2015: 39).

De este modo, lejos de sufrir un proceso de degradación, se ha verificado en el Microcentro porteño una constante densificación, verticalización y modernización de la mano de procesos de reciclaje y de reconversión a las nuevas tecnologías de edificios corporativos (Ciccolella et al., 2015). Por lo tanto, consideramos al Plan Microcentro como un caso emblemático de renovación del Área Central de la capital argentina –la centralidad del centro–, que no ha sufrido un proceso de abandono y cuyo paisaje urbano escenografiado[6] (Girola et al., 2011) fue utilizado por la gestión Pro como carta de presentación de la CABA tanto para el resto del país como para el mundo.

De esta manera, el objetivo principal de este capítulo es estudiar el modo en que la consigna de humanización del espacio público operó como una “narrativa legitimadora”[7] (Franquesa, 2007) en la renovación del Microcentro porteño durante el período 2007-2015. En primer lugar, indagaremos el modo en que el Pro concibió al espacio público y qué entendió por humanizarlo. Luego, analizaremos un caso concreto en donde se implementó esta política urbana: el Plan Microcentro. Sobre esto, nos proponemos responder: ¿qué noción de espacio público subyace en este proyecto? ¿Cómo se utiliza la consigna de humanización del espacio en la legitimación del plan? ¿Qué usos y qué actores resultaron beneficiados por la renovación de este espacio y cuáles se vieron privados o expulsados del nuevo espacio humanizado? ¿Por qué se destinaron recursos públicos para renovar una zona no degradada?

Para responder estos interrogantes, hemos analizado publicaciones oficiales, principalmente las realizadas anualmente por el MDU en el período 2009-2014 bajo el nombre “La humanización del espacio público”. Además, relevamos y analizamos leyes, decretos, resoluciones locales, partidas presupuestarias y artículos periodísticos. Por último, durante 2015 hemos realizado observaciones en la zona intervenida y llevado a cabo entrevistas a usuarios frecuentes del Microcentro.[8]

Bitácoras de la conquista del espacio público: las jornadas del MDU

En diciembre de 2008, a un año de la asunción de Mauricio Macri como Jefe de gobierno porteño, el Pro organizó la primera de una serie de jornadas que, como anticipamos, se bautizaron “La humanización del espacio público”. Sin rodeos, en la primera página del libro que reunía los mejores artículos de ese encuentro, Daniel Chaín, ministro de Desarrollo Urbano, se preguntaba: “¿por qué habría que humanizar el espacio público? […] ¿Significa acaso, que el espacio público está deshumanizado?”. Y se respondía: “La primera conclusión es que el espacio público deje de ser tierra de nadie para convertirse en un lugar ‘apropiado’”.[9] Dos años después fue aún más directo y tituló su ponencia: “La conquista del espacio público”.[10] Así, desde el inicio de su gestión, el ministro presentaba al espacio público como un lugar del que los vecinos no eran dueños y que debía ser conquistado.

Con este diagnóstico, el MDU pensaba las jornadas como un lugar de encuentro para que funcionarios y técnicos reflexionaran, propusieran y evaluaran transformaciones del espacio público en la Ciudad de Buenos Aires. Luego de cada reunión, el ministerio elaboraba una publicación donde se compartían los artículos que los participantes habían expuesto y que servían de material teórico que retroalimentaban los proyectos urbanos.

Desde la elección del nombre, las jornadas y sus organizadores buscaron montarse sobre el nuevo paradigma urbanístico. El origen de la consigna “humanización del espacio” puede rastrearse en “Life between buildings: using public space”, título en inglés del clásico libro del urbanista danés Jan Gehl que, en el año 2006, la editorial Reverté publicó como “La humanización del espacio urbano”, a pesar de que la frase no apareciera explícitamente en sus páginas. En este libro de la década de 1970, Gehl criticaba los conceptos básicos del urbanismo moderno y proponía un nuevo paradigma de planificación de las ciudades. En la misma época, principalmente en Francia con los trabajos de Lefebvre, Castells y Topalov,[11] surgió otra corriente que atacaba los lineamientos funcionalistas, denunciaba sus bases ideológicas y remarcaba la necesidad de repensar la cuestión urbana desde una postura crítica e identificada con la teoría marxista.

En sus trabajos, el urbanista danés planteaba crear ciudades a “escala humana”, criticaba la pérdida del “lugar tradicional que ocupaba el espacio urbano como foro social para los habitantes de las ciudades” y subrayaba la necesidad de “reforzar la función social del espacio público como un lugar de encuentro, una herramienta vital en pos de lograr una sociedad sostenible y una comunidad abierta y democrática” (Gehl, 2014: 6). A partir de su obra proyectual, Gehl es considerado uno de los emblemas de este nuevo paradigma urbano que redescubría y reivindicaba la importancia del espacio público y que fue adoptado paulatinamente por los organismos multilaterales y los gobiernos locales de ciudades emblemáticas. Frente a la planificación a gran escala y a la primacía del automóvil en el diseño urbano moderno, Gehl (2014: 64) sentenciaba:

Mi consejo a las ciudades, y podría aplicarse a cualquier ciudad del mundo, es sencillo. Que intenten tomar a la gente de su ciudad en serio. Más en serio, justo tan en serio, como tradicionalmente han tomado a los automóviles.

Por lo tanto, cuando el Pro se apropia de la consigna atribuida a Gehl, intenta fundar su política para el espacio público en un referente internacional del urbanismo en boga y que dirigió célebres renovaciones de áreas centrales: Nueva York, Moscú, Estambul, Ciudad de México, San Francisco, Sídney, entre otras. Más allá de las diferencias que presentaron estos proyectos, la característica común fue la prioridad que se le otorgó a la circulación peatonal y a los espacios para el encuentro de las personas en detrimento de los automóviles.

Con estos antecedentes, este nuevo paradigma urbanístico fue utilizado por los funcionarios y técnicos del Pro para legitimar sus propuestas de renovación urbana. La tarea se concibió como una “conquista” que debería transformar un espacio público abandonado, ajeno y “no humano” en uno que concordase con la definición idílica y armoniosa que presentaban del espacio público. Y las herramientas principales para lograrlo eran la reconfiguración de los usos legítimos del suelo (Duhau y Giglia, 2008) y la puesta en valor de los elementos patrimoniales de la ciudad. En los próximos apartados profundizaremos la forma en que el Pro comprendió al espacio público y a la acción de humanizarlo a lo largo de estas jornadas.

La concepción Pro del espacio público

Una de las principales cuestiones tratadas en las jornadas del MDU fue la teorización respecto del concepto de espacio público. En otras palabras, gran parte de las disertaciones de los funcionarios públicos, arquitectos y urbanistas que reúnen estos libros estuvieron dedicadas a dar una definición precisa y operativa del espacio público. En este apartado, buscamos identificar y analizar estas concepciones que operaron en las intervenciones desarrolladas en pos de alcanzar el objetivo de un espacio público “más humano”.

En primer lugar, desde la perspectiva Pro, el espacio público se concibió como el lugar de mayor relevancia de la ciudad debido a que desarrolla un rol fundamental. Así lo expresaba Mauricio Macri, Jefe de gobierno de la CABA:

en él se genera el encuentro y la relación entre las personas, en él se expresan las individualidades y el espíritu colectivo y en él se construye la identidad ciudadana.[12]

De este modo, el Pro considera al espacio público como un lugar de encuentro entre individualidades que tiene como resultado la conformación de un espíritu colectivo, de la “identidad ciudadana”. Pero justamente debido a que en el espacio público se produce el encuentro de individualidades, su virtud es la de funcionar como un condensador social. En esta línea, algunos arquitectos asesores sostenían: “El espacio público debe comprender que su rol fundamental es ser un lugar de tolerancia y equidad y no un sitio de exclusión. Aquí los contrastes de la sociedad desaparecen”.[13]

En la concepción Pro, el espacio público opera como una herramienta de armonización, donde las diferencias entre las clases sociales “desaparecen” en pos de lograr la tolerancia y la equidad, que en su perspectiva son solo posibles ante la inexistencia de contrastes. En este sentido, en las palabras del ministro de Desarrollo Urbano, el espacio público debe ser un lugar que:

promueva la convivencia pacífica, la tolerancia; el respeto por el otro, el distinto, el más débil; la protección recíproca, el intercambio de bienes y de ideas; la belleza y el arte; un espacio vivo, dinámico y consensuado. En pocas palabras un espacio que promocione la felicidad individual.[14]

La convivencia, el pacifismo, la tolerancia y el consenso son valores deseables y presentados como la contracara de los contrastes entre las clases sociales. En conclusión, el Pro concibe al espacio público como un lugar donde no debe existir el conflicto, y allí reside la clave para alcanzar la “felicidad”. El conflicto es entonces exhibido como indeseable y su intención manifiesta es eliminarlo. En otras palabras, la noción misma del espacio público que elaboran excluye expresamente toda hipótesis de conflicto entre sus habitantes legítimos, y solo puede ser producido por individuos “indeseables”.

Si bien las numerosas definiciones que abundan en las páginas de las seis ediciones de la colección “La humanización del espacio público” presentan matices, es posible encuadrarlas dentro de lo que Delgado Ruiz (2011) clasifica como la concepción clásica que entiende al espacio público como el espacio democrático por antonomasia, la esfera de coexistencia pacífica y armoniosa de lo heterogéneo de la sociedad, en el cual se supone que se conforma y se confirma la posibilidad de estar juntos.

Otro aspecto que consideramos fundamental de la definición Pro es que intentan definir al espacio público con la metáfora de ágora moderna. En este sentido, a partir de una analogía entre la polis ateniense y la ciudad moderna, se define al espacio público a imagen del ágora griega, aquel lugar que posibilitaba el encuentro entre los individuos y por ende la construcción de su identidad como ciudadanos. Así, asesores del MDU afirmaban: “El ágora, aquel vacío donde poder mirar y ser mirado, transitar o detenerse libremente; es el ideal de la democracia como ejercicio activo de los mayores y como pedagogía de los más jóvenes.”[15]

Debemos recordar que en la Grecia antigua la noción de ciudadanía se encontraba atada a la idea de democracia. En este sentido, el espacio público es presentado por el Pro no solo como el lugar de realización de las personas como ciudadanos, sino también como un espacio democrático. El espacio público “es uno de los principales instrumentos de democratización de una sociedad a través de la fluidez de intercambios, de la igualdad de derechos y obligaciones, y a través del grado de libertad que permite ejercer a los individuos”.[16] (Asesores del MDU)

El espacio público como ágora moderna posibilitaría el funcionamiento democrático de una sociedad. En palabras de Pablo Katz, presidente de la Sociedad Central de Arquitectos: “el Espacio Público de la ciudad (civitas) occidental es la retranscripción espacial del principio democrático de equidad”[17]. Según Jürgen Habermas (1981), la noción del ágora griega como momento fundador e idílico de lo que debe ser el espacio público deriva del concepto kantiano de la publicidad ilustrada, principio básico del consenso democrático moderno. El modelo, entonces, es el de una sociedad culta, compuesta de sujetos privados, iguales y libres que hacen un uso civilizado del espacio público. Sin embargo, en ese momento idílico de la cultura occidental, no todos eran bienvenidos en el ágora. La participación estaba vedada explícitamente para aquellos integrantes de la sociedad que, según los griegos, no tenían logos: los bárbaros (extranjeros), los esclavos y las mujeres. Como veremos a continuación, en la metáfora propuesta por el Pro tampoco todos son invitados al ágora moderna: determinados actores sociales son excluidos debido a que sus usos del espacio público son inapropiados o ilegítimos desde la clasificación del GCBA.

Por lo tanto, consideramos que la noción de espacio público elaborada por el Pro pone en evidencia el modo en que esta gestión de gobierno ha adoptado los lineamientos del urbanismo hegemónico sobre lo que Gehl (2006: 23) definió como la necesidad de “reforzar la función social del espacio público como un lugar de encuentro, una herramienta vital en pos de lograr una sociedad sostenible y una comunidad abierta y democrática”. En esta frase, se encuentran representados los dos elementos centrales que hemos destacado de la concepción que elaboró el Pro: primero, la idea de espacio público como condensador social, donde los individuos conviven a partir de la desaparición de los contrastes entre ellos; y segundo, el espacio público como herramienta que hace de la ciudad el modelo de democracia por excelencia.

De este modo, la definición Pro del espacio público, inspirada en valores ciudadanistas, forma parte de una posición que, según María Toledano, “lleva tiempo preocupada por la necesidad de armonizar espacio público y capitalismo, con el objetivo de alcanzar la paz social y la estabilidad que permita preservar el modelo de explotación sin que los efectos negativos repercutan en su agenda de gobierno” (citado en Delgado Ruiz, 2011: 21). En este sentido, hay una utilización tecnocrática del espacio público urbano como ideología en el sentido marxista clásico, es decir, como enmascaramiento o fetichización de las relaciones sociales reales.

Finalmente, es factible afirmar que la concepción del espacio público construida por el Pro, antes que una enunciación sobre la realidad, constituye una expresión de deseo, un deber ser del espacio público. Su definición como lugar que debe promover el encuentro, la reunión y la buena convivencia entre los diferentes actores de la sociedad deriva en la urgencia de humanizarlo. De esta concepción clásica del espacio público proviene la vocación normativa, la determinación de un deber ser en torno al cual se articulan todo tipo de prácticas sociales y políticas: la consolidación del espacio público como ágora moderna requiere como paso previo su humanización.

Humanizar lo (in)humano

En el apartado anterior nos ocupamos de analizar las declaraciones de funcionarios del Pro para identificar su concepción sobre el espacio público. A partir de esto, podemos observar que este discurso se montó en una operación narrativa que consistía en dos momentos contradictorios: primero, admiten que el espacio público es esencialmente social y humano; luego, proponen humanizarlo. Nos preguntamos entonces: ¿por qué humanizar el espacio que se reconoce como intrínsecamente humano? Si hay que humanizar el espacio, ¿es porque se piensa que no es humano, que no es social?

La redundancia implícita en la fórmula “humanizar el espacio público” resulta evidente desde nuestra perspectiva teórica: como advirtió Henri Lefebvre (2013) el espacio siempre es un producto social. Sin embargo, esta redundancia también es percibida por el Pro. Por ejemplo, Pablo Medinaceli, un arquitecto asesor del Pro, declaró en las jornadas: “pensar en ‘humanizar el espacio público’ es como intentar ‘bestializar la selva’ o ‘democratizar las elecciones’”.[18] Así, el carácter redundante de la intención de humanizar el espacio no pasa desapercibido para los gestores de esta política, sino que se vislumbra aquí una suerte de toma de conciencia en su planteo.

Así es legítimo preguntarse por qué proponen este concepto a sabiendas de su contradicción. El arquitecto aclaraba: “cuando pienso en ‘humanizar el espacio público’ pienso que algo no hemos hecho bien con nuestro patrimonio urbano común”.[19] En esta declaración se alega que, si bien el espacio público es intrínsecamente humano, es debido a un tratamiento previo inadecuado que se ven obligados a incurrir en la redundancia de humanizar el espacio público. Al afirmar que “algo no hemos hecho bien”, se sugiere la existencia de una herencia urbana, es decir, se construye un relato sobre el pasado inmediato, caracterizado por decisiones de política urbana inadecuadas, que han tenido consecuencias nocivas para el patrimonio común. Esta construcción narrativa tiene un doble efecto: coloca la responsabilidad sobre el estado actual del espacio público por fuera de la gestión Pro y en un mismo movimiento legitima la necesidad de intervenirlo para devolverle su esencia, su carácter humano. Pero entonces, ¿qué es humanizar el espacio? Desde el conocimiento técnico se alega que:

[El GCBA ha estado] respondiendo a los problemas de la ciudad con acciones tendientes a neutralizar a ciertos humanos desaprensivos –que por cierto son muchos– y sus aspiraciones personales sobre el bien común, mientras se estructuran o desarrollan las acciones de educación en todos los niveles […] En estos términos, humanizar es generar acciones para estar en sintonía con los usos y costumbres de la especie y la comunidad que la alberga, proponiendo soluciones a lo inmediato y –¡por supuesto!–, paralelamente políticas que construyan lo mediato: prevención, educación y punición[20] (Asesor del Pro).

Suponiendo que estas palabras son representativas y conforman una concepción más amplia compartida por el colectivo Pro, podemos sostener que el diagnóstico de la situación previa a la intervención de este partido político en el espacio público incluye –además de la herencia urbana recibida– el accionar de numerosos “humanos desaprensivos” que no están “en sintonía con los usos y costumbres de la especie”, una suerte de inhumanos a los que hay que “neutralizar” o “educar”. De este modo, la “neutralización” de los usos desaprensivos cometidos por los (in)humanos, sumada a la “educación de los vecinos” en los “usos y costumbres de la especie” mediante la promoción de un “cambio cultural” son dos elementos que componen la ecuación de la humanización del espacio. Por lo tanto, intervenir en el espacio urbano de la Ciudad de Buenos Aires para lograr la tan mentada humanización requiere de un “cambio cultural” que llevará a la “conquista del espacio público”. En este sentido, el ministro del MDU afirmaba:

El valor fundamental que adoptamos está simbolizado por una palabra: humanización. Con ella queremos significar que nuestra intervención tiene por objeto el hombre. Mejorar el lugar donde realiza sus intercambios, llevarlo a una escala humana, vale decir hacerlo grato, disfrutable, seguro y lo más económico que sea posible. En otras palabras, dotarlo de aquellos valores, de esa cultura que podemos observar en las sociedades más avanzadas, entendidas como las que mejor se ocupan de sus ciudadanos. Pensarlo como un lugar que por su concepción y realización, promueva la convivencia pacífica, la tolerancia; el respeto por el otro, el distinto, el más débil; la protección recíproca, el intercambio de bienes y de ideas; la belleza y el arte; un espacio vivo, dinámico y consensuado.[21]

Aquí la cultura es considerada como un indicador de civilidad, en consonancia con una concepción ilustrada de este concepto. Como sostiene Mario Margulis (2009), la Ilustración produjo una entronización de la cultura entendida como aquello que permite la conformación del sujeto mediante el perfeccionamiento de sus virtudes naturales. Según la perspectiva ilustrada, el nivel de cultura de un sujeto permitiría ubicarlo dentro de una escala civilizatoria: a mayor cultura, mayor grado de civilidad. Esta concepción progresiva y evolucionista del proceso civilizatorio se hace evidente en el discurso de Chaín al identificar “sociedades más avanzadas” como aquellas donde existe una cultura que contribuye al mejoramiento del hombre. Según esta perspectiva, quien está fuera de la cultura –occidental y moderna– es por defecto un incivilizado. Orgulloso de la implementación del plan durante su gestión, el ministro de Desarrollo Urbano sostuvo: “Hemos logrado ampliar los horizontes individuales y sociales al generar una nueva cultura de pertenencia, de identidad y uso de lo público. Hoy el espacio público es de todos y todos lo cuidamos. Estamos ante una nueva ciudadanía”.[22]

Para el Pro, la nueva cultura de uso del espacio público permitió convertir a los vecinos en ciudadanos, les otorgó un estatus en donde se completan y se realizan como tales. Quien no adopte la nueva cultura de uso de lo público “sugerida” por el Pro, queda automáticamente fuera de la cultura, incivilizado, deshumanizado. Se establece en el discurso una relación directa entre determinados usos del espacio público –que pasarán a ser considerados legítimos– y la condición de ciudadanía. Por esta razón, siguiendo a Duhau y Giglia (2008), es posible afirmar que la concepción del Pro sobre el espacio público constituye un modo de pensar y de producir la ciudad que genera un determinado​ orden urbano en la medida que prescribe usos legítimos e ilegítimos del espacio y, por lo tanto, discrimina entre usuarios legítimos e ilegítimos: ciudadanos y no-ciudadanos, humanos e inhumanos.

Para cerrar este apartado, podemos afirmar que para el Pro el espacio público debería ser humano, pero dos obstáculos se lo han impedido: la herencia urbana recibida y los usos desaprensivos que hacen los (in)humanos. Por lo tanto, la idea de la humanización del espacio –o la humanización de los (in)humanos– no solo supone transformar el espacio público a través de una reestructuración funcional y paisajística. Se trata también de un intento por regular y disciplinar el espacio público, por suprimir y reprimir el uso espontáneo que se genera en él. En pocas palabras, se trata de inculcar “normas de civismo” guiadas por una concepción elitista de la cultura –en singular– y de clasificar a todo uso que se aleje de esas normas como “incivilizado”, “inhumano” e ilegítimo. Si estos grupos obturan el anhelo de un espacio público humano, se legitima entonces su intervención, el sometimiento a un proceso de humanización que no es más que un eufemismo para nombrar lo que en realidad es ejercicio de hegemonía: educar y neutralizar son los disfraces que visten el consenso y la coerción descriptos en la tradicional fórmula gramsciana.

El Plan Microcentro

Como hemos señalado, el Pro construyó un discurso sobre lo urbano en dos premisas: por un lado, la consideración de que las transformaciones materiales en el espacio urbano producen efectos en la trama social y en el comportamiento de las personas; y por otro, su concepto de espacio público como lugar de encuentro y de convivencia democrática. En este sentido, se propuso llevar a cabo intervenciones materiales en la ciudad con la intención de producir efectos sociales que permitieran recuperar al espacio público como igualador de los distintos sectores de la sociedad, donde los contrastes desaparecen. Por ello, en esta segunda parte nos proponemos analizar la manera en que la política de humanización del espacio público se expresó en un caso concreto de renovación urbana: el Plan Microcentro, diseñado y desarrollado por el GCBA entre 2008 y 2015.

Nuestra propuesta es analizar este Plan en dos ejes caracterizados por sus objetivos. El primero, que hemos denominado eje funcional, reúne las políticas urbanas que fueron orientadas a producir un cambio en los usos del espacio. El segundo, el eje estético, interpela las obras de puesta en valor del espacio, un embellecimiento del patrimonio urbano de este área. Sin embargo, antes de avanzar, proponemos aportar una breve descripción sobre el Microcentro y sobre el diagnóstico que realizó el Pro de la herencia urbana.

La herencia urbana recibida: el diagnóstico Pro del Área Central

Ubicado en el centro-este de la ciudad, el Microcentro no posee una clara delimitación geográfica debido a que oficialmente no es considerado como un barrio. Cabe destacar que en cuanto a la dimensión político-administrativa, pertenece a la Comuna 1 y abarca parte de los barrios San Nicolás y Monserrat. Como advertimos en la introducción, a diferencia de otras metrópolis, el Área Central de la CABA nunca delegó la concentración del poder político, social o económico, y funcionó siempre como el comando neurálgico –público y privado– de las actividades económicas y políticas que articulan la Ciudad y la Nación con el mercado global (De Mattos, 2007; Ciccolella et. al, 2015). En este sentido, en pocas cuadras podemos encontrar la Plaza de Mayo y la Casa de Gobierno, la Catedral de Buenos Aires, numerosas oficinas públicas del Estado Nacional y del GCBA, las casas matrices de los principales bancos del país, la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, edificios corporativos inteligentes de empresas trasnacionales que operan en Argentina y grandes locales comerciales, restaurantes y hoteles de lujo de firmas internacionales.

Además, la centralidad de la zona puede observarse si se tiene en cuenta que la mayoría de las líneas de subterráneo nacen aquí y que tres de las grandes líneas de trenes que conectan los Partidos del Gran Buenos Aires y el resto del país con la ciudad tienen la estación central a sus puertas: las líneas San Martín, Mitre y Roca, con sus cabeceras en Retiro y Constitución. Sin embargo, a pesar de ser el lugar más transitado del país,[23] carece casi de población estable debido a que gran parte de sus edificios son utilizados como oficinas.[24]

Uno de los primeros documentos oficiales sobre espacio urbano que produjo el Pro en su gestión fue el “Diagnóstico del Área Central” que se interrogaba por las condiciones en que se encontraba el Microcentro porteño al asumir Mauricio Macri la Jefatura de Gobierno de la CABA en 2007. Vale recordar que la herencia urbana es una de las justificaciones mencionadas por los funcionarios y tecnócratas del Pro para legitimar la humanización del espacio público. En la caracterización territorial del Área Central en la que está inserto, el Microcentro es definido desde el GCBA como un polígono conformado por las calles Av. Alem, Av. Paseo Colón, Av. Martín García, Av. Montes de Oca, Bernardo de Irigoyen, Cerrito, Av. Santa Fe, Av. Maipú y Av. Del Libertador.[25] De esta manera, se compone de varios sectores[26] y el Microcentro se superpone sobre fragmentos de cada uno de ellos. A los fines de este abordaje, hemos equiparado el Microcentro con los límites del plan abordado: el rectángulo conformado por las calles Carlos Pellegrini, Av. Santa Fe, Av. Alem y Av. de Mayo.

En su diagnóstico del Área Central, el Pro relevó que el Microcentro estaba definido por una normativa urbanística de tipo C1,[27] es decir,

[un área] destinada a localizar equipamiento administrativo, comercial, financiero e institucional a escala nacional, regional y urbana, en el más alto nivel de diversidad y de densidad, dotada de las mejores condiciones de accesibilidad para todo tipo de transporte de pasajeros[28]

También contaba con normativas de protección patrimonial especial, que garantizaban la conservación edilicia sobre parcelas específicas catalogadas con diferentes criterios. En conclusión, el Diagnóstico del Área Central caracterizaba al Microcentro por la concentración de oficinas, locales comerciales (de servicios financieros, servicios turísticos, kioscos y textil), edificios de destino único (financieros y de administración pública) y una importante presencia de edificios de valor patrimonial.[29]

De este modo, el GCBA desarrolló diversas “narrativas legitimadoras” (Franquesa, 2007), es decir prácticas retóricas que le otorgan un valor intrínsecamente positivo y necesario a los proyectos de renovación urbana, para justificar la prioridad de la intervención del espacio público de un área que se presentaba, en principio, dotada de muy buenas conexiones viales, con la disponibilidad de todos los servicios urbanos y que oficiaba de sede de muchas de las grandes empresas trasnacionales que operan en Argentina. Una de las narrativas más utilizadas para legitimar los proyectos concebidos desde el Ministerio de Desarrollo Urbano durante la gestión de Mauricio Macri fue la manifestación de una “vocación de mejorar la calidad de vida de los vecinos y la decisión de profundizar en el logro de una Ciudad más Humana”.[30]

En este sentido, se propuso que en el Área Central se debían “mejorar la accesibilidad, incrementar la densidad edilicia y mejorar las condiciones ambientales actuales […] [para] fomentar actividades comerciales, turísticas y recreativas”.[31] Así, en el final de su mandato, Macri declaró que fue pretensión de su gestión que el Microcentro “no sea un lugar que solo se use para trabajar. […] que sea un lugar habitable, con más vida”.[32] En esa misma línea, María Eugenia Vidal, vicejefa de Gobierno 2011-2015 y actual gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, hizo hincapié en que “el Microcentro era y en algunas partes lo sigue siendo, un lugar de donde la gente se quiere ir lo antes posible. La idea es que quiera quedarse”.[33]

A partir de esta caracterización del espacio, los funcionarios del Pro presentaron el Plan Microcentro con una batería de narrativas legitimadoras: una “transformación absoluta de la City porteña a través de un plan integral creado y pensado para la gente”,[34] conformado por “obras que le cambian la vida a los vecinos”,[35] en tanto apuntaban a “dar respuesta a los problemas cotidianos que se presentan en la zona”[36] y que se proponían “ofrecer un lugar más amigable y atractivo a todas aquellas personas que habitan el lugar, al turismo y a quienes desarrollan su actividad cotidiana en el área”.[37]

Tanto en el diagnóstico como en la propuesta para renovar el espacio público del Área Central, primordialmente el Microcentro, puede observarse la manera en que operó el discurso elaborado en torno a la política de humanización del espacio. En las declaraciones oficiales se repiten los conceptos de “amigable”, de obras que pretenden “cambiarle la vida a la gente” y convertir esta zona en un “lugar habitable, con más vida”. En pocas palabras, se utiliza el paradigma del urbanismo contemporáneo, ya resignificado y reapropiado, para legitimar la intervención del espacio público en el Área Central como una acción necesaria y beneficiosa para todos los habitantes de la ciudad.

(Re)ordenar para homogeneizar…

Desde su planificación, el Plan Microcentro se propuso reorganizar los usos del espacio público a través de una nueva regulación y de intervenciones materiales que promovieron determinadas actividades y restringieron otras. Como vimos en la primera parte de este capítulo, el paradigma de humanización del espacio público parte de considerar que las modificaciones materiales en el espacio urbano producen efectos sociales, es decir, modificaciones en los usos y comportamientos de los usuarios y habitantes.

De esta manera, el eje funcional se basó en dos acciones: el “reordenamiento” de las peatonales y avenidas y el establecimiento de áreas de “prioridad peatón”. Dentro de la primera, se realizaron los soterramientos de los cables de luz y teléfono de las peatonales, se quitaron las cabinas telefónicas y se dictaron normas para homogeneizar los puestos de diarios y las marquesinas comerciales. El fuerte carácter regulador del proyecto tenía como intención ordenar un paisaje que se presentaba como caótico a través de la sanción de normativas explícitas que establecían qué podía permanecer en el espacio y cómo debía hacerlo, y qué debía ser eliminado.

En este sentido, la concepción del Pro del espacio público como lugar de encuentro democrático de la diversidad de la sociedad encontró su primer límite. Dentro de la reorganización de la zona se incluyeron operativos ejecutados por fuerzas policiales para desalojar a los denominados “manteros” –vendedores de mercancías de consumo popular en la vía pública que trabajaban sobre la peatonal Florida.[38] A su vez, se ordenó la persecución y el hostigamiento nocturno hacia las personas que viven en la calle. Son numerosas las denuncias realizadas por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y diversas organizaciones sociales respecto del accionar de la Unidad de Control de Espacio Público (UCEP), creada en 2008 y acusada de sustraer pertenencias y ejercer violencia física y verbal contra personas que viven o comercian en la calle.[39] Este accionar del GCBA a través de las fuerzas represivas del Estado constituye un claro ejemplo de la neutralización de (in)humanos, uno de los elementos de la política de humanización del espacio público del Pro. Desde su óptica, los vendedores ambulantes y las personas que viven en la calle realizan usos desaprensivos del espacio público. Ante la imposibilidad de modificarlos, solo restaba neutralizarlos, lo que se tradujo como la expulsión del espacio público a través de la fuerza.

Así como del ágora griega quedaban afuera los esclavos, las mujeres y los extranjeros, el “encuentro democrático en el ágora moderna” solo se concibe entre actores legítimos. El conflicto, vedado en las definiciones de espacio público ofrecidas por el Pro, retornaba en la disputa por el uso del espacio urbano entre el gobierno y aquellos clasificados como inhumanos. Detrás de la narrativa que mostraba al espacio público como espacio de convivencia democrática, se ocultó la existencia de relaciones sociales desiguales y del orden social que se impone con violencia sobre los excluidos del espacio público. Esto nos recuerda los postulados y las advertencias de la sociología urbana francesa que, al igual que el urbanismo contemporáneo, también rescataba al espacio público frente a los postulados funcionalistas, pero ya no como el lugar armónico del civismo, sino como el espacio de lo urbano, un espacio que supone la simultaneidad, los encuentros, la convergencia y el reconocimiento, pero también las confrontaciones de las diferencias, los conflictos y los enfrentamientos (Martínez Lorea, 2013).

Por su parte, la segunda acción del eje funcional, el Programa Prioridad Peatón, buscó reducir la presencia de automóviles en las calles internas del área para favorecer la circulación peatonal y la “vida” de la zona:

La creación del Programa Prioridad Peatón tiene por objetivo la reconfiguración del Espacio Público destinado al tránsito peatonal, y su recalificación integral, fortaleciendo la diversidad de actividades y promoviendo su recuperación funcional y social […] Esta nueva posibilidad ha producido impactos positivos repercutiendo en la sustentabilidad funcional, social, económico y ambiental de la calle y su contexto.[40] (Arquitecta de la Dirección General de Planeamiento)

Para convertir al Microcentro en un área de prioridad peatón se llevaron a cabo determinadas obras físicas y se realizó un ordenamiento del tránsito a través de la sanción de normativas específicas. Este último aspecto incluyó la reorganización del sentido del tránsito en avenidas, el establecimiento de dársenas y horarios para carga y descarga de bienes, el impedimento de la circulación de transporte público y la restricción de velocidad para vehículos y motocicletas particulares. Actualmente, el Microcentro cuenta con áreas de prioridad peatón en casi todas sus calles internas, lo que da como resultado un total de más de 80 manzanas peatonalizadas[41] en esta zona.[42] Por otro lado, se realizaron modificaciones materiales sobre estas calles que incluyeron el ensanchamiento de aceras y su nivelación a la calle, y la colocación de un nuevo mobiliario urbano.

Cabe hacer aquí algunas aclaraciones en cuanto al Programa Prioridad Peatón. En el Manual de Diseño Urbano elaborado por el MDU las calles de prioridad peatón se definen como una tipología que elimina el tránsito colectivo y la circulación de automóviles, permite el acceso sólo para emergencias (ambulancias y bomberos) y frentistas, restringiendo la velocidad máxima a 10 km/h.[43] Sin embargo, el uso arraigado en el Microcentro forzó a que en la práctica estas calles se ajusten a lo que desde el mismo manual se clasifica como de “tránsito pasante” y que se caracteriza por permitir la circulación de automóviles en todo momento, con una velocidad máxima permitida de 10 km/h, la cual tampoco es respetada. Las acciones que conformaron este plan fueron reconocidas por el Pro como un importante paso en pos de humanizar la ciudad:

Las áreas peatonales, como las que ya se implementaron en el Microcentro y en parte del Casco Histórico, contribuyen a mejorar la sostenibilidad ambiental, enriquecen la calidad de vida de los vecinos, mejoran la seguridad vial y promueven la buena convivencia en el espacio público para hacer una Ciudad a escala humana.[44]

Como puede observarse en esta declaración, el GCBA, basado en las propuestas de la política de humanización del espacio, presenta esta intervención como destinada a los vecinos que transitan y viven en la zona, en tanto la peatonalización de calles en detrimento del uso del automóvil, produce beneficios en términos ambientales y de seguridad vial que implican necesariamente una mejor calidad de vida para las personas. Pero el para qué de la peatonalización no debe reducirse a esta cuestión.

La peatonalización de las áreas centrales es una tendencia notoria en grandes ciudades como Nueva York, Madrid, México, Pekín, París y Moscú.[45] En este sentido, es posible identificar en este plan de reformas una intención de dotar a la ciudad de un conjunto de características de manera tal de estandarizar aspectos de la ciudad con la finalidad de volverla similar a otras y, de esta manera, poder competir en el mercado internacional de ciudades por la atracción de los capitales trasnacionales y el turismo internacional. El intento por volver comercializable a la Ciudad de Buenos Aires se hace posible a través de la estandarización de bienes y servicios y la incorporación de “artefactos urbanos”[46] (De Mattos, 2007). A su vez, esto produce un proceso de homogeneización de las ciudades, que es una característica central de la globalización (Harvey, 2013). Se trata de posicionarse como una ciudad global (Sassen, 1999) o, en otras palabras, como una ciudad que se presenta dotada de los servicios necesarios para el desarrollo de la actividad económica de las empresas transnacionales que decidan localizarse allí y que, en un contexto de dispersión geográfica característico de la globalización, requieren de una reterritorialización, es decir, de una nueva lógica de aglomeración que opera como centro de funciones de comando.

En línea con esta premisa, una cuestión interesante a destacar es la posibilidad de pensar la peatonalización del Microcentro como un servicio ofrecido a las grandes empresas transnacionales, específicamente a aquellas que desarrollan operaciones financieras, en tanto facilitaría el contacto personal y veloz, es decir, el intercambio de información clave entre los agentes involucrados en la toma de decisiones. Asimismo, los propios funcionarios Pro sostienen que este plan de reformas fue un “poderoso instrumento para crear valor agregado desencadenando una dinámica complementaria de crecimiento cualitativo económico, social y ambiental”.[47] Queda aquí en evidencia que las transformaciones urbanísticas desarrolladas por el GCBA apuntaban a generar un crecimiento económico destinado a ser apropiado por el sector privado, pero que debería repercutir en un mejoramiento de la calidad de vida de las personas que habitan la ciudad. En este sentido, el subsecretario de Proyectos de Urbanismo, Arquitectura e Infraestructura, afirmaba:

Desde la política urbana y el urbanismo, nuestra gestión está aportando recursos básicos para mejorar la competitividad de los emprendimientos públicos y privados, de las actividades comerciales, culturales y sociales que elevan la calidad de vida de las personas.[48]

En clara consonancia con los supuestos de la teoría económica de corte neoclásico, subyace en esta visión una suposición de que el desarrollo económico –específicamente del sector privado– por efecto de “derrame” desencadena necesariamente un proceso que conduce al mayor bienestar de la sociedad en general. Cabe entonces preguntarse por los “recursos básicos” que el GCBA aportó para el desencadenamiento de esta dinámica económica positiva. Según una estimación que hemos realizado a partir de las resoluciones del MDU publicadas en los Boletines Oficiales de la CABA, para el año 2014 el costo total de estas obras, adjudicadas a través de licitaciones públicas, superó los 139 millones de pesos, o más de 16 millones de dólares al cambio de diciembre de 2014.

El caso más emblemático de este desarrollo económico privado promovido por el plan es el de la calle Reconquista. A partir de las obras, se abrieron en el lugar numerosos bares y restaurantes que presentan como clientes tanto al turismo internacional como a los mandos medios y altos de las grandes empresas instaladas en el Microcentro. El éxito de estos comercios y la revalorización del suelo que produjo, fue presentado por los funcionarios del Pro como un resultado modelo:

La obra de prioridad peatón de la calle Reconquista tuvo un costo total de $3.451.590[49] […] habiendo considerado los usos existentes en el espacio urbano más directamente afectado por la obra “Prioridad Peatón” de Reconquista, la valorización total atribuible a la misma alcanza los $45.815.472,5. Teniendo en cuenta el costo de la realización del proyecto, el valor agregado a la Ciudad alcanza los $ 42.363.882,5, lo que significa que esta obra pública tuvo un efecto multiplicador 12 veces mayor a su valor.[50]

Sin embargo, debido a la capacidad prácticamente nula del GCBA para recuperar la plusvalía urbana –los aumentos repentinos en el precio del suelo y del inmueble que no fueron el producto de la inversión directa del propietario sino de los cambios en los coeficientes de aprovechamiento que se derivan de las obras públicas realizadas–, la valorización del precio del suelo fue apropiada íntegramente por los propietarios privados. De esta manera, la política de prioridad peatón, financiada con fondos públicos y que desde las narrativas legitimadoras del Pro fue presentada como una medida que mejoraba la vida cotidiana de los usuarios del Microcentro, tuvo como contracara una gran valorización de las propiedades, basada en la productividad de los usos que soporta, que no retorna al Estado ya que no existe legislación que estipule mecanismos eficaces de captación de plusvalías que planteen una (re)distribución de los beneficios del crecimiento económico producido por la acción estatal.

Por lo tanto, más allá de la retórica que propone al “vecino” como el destinatario único de todas las obras en el espacio público, puede argumentarse que el programa Prioridad Peatón tuvo al menos otros dos grandes beneficiarios en el sector urbano. Por un lado, las empresas trasnacionales que demandan la peatonalización de los centros de comando como un servicio que debe ser provisto por toda ciudad que quiera ser tenida en cuenta en el mercado de ciudades globales. Por el otro, los propietarios y comerciantes de la zona que se apropiaron de la revalorización que produjo el programa Prioridad Peatón al ver aumentar la productividad de los usos de este suelo. La otra cara de la moneda presenta claros perjudicados: los vendedores ambulantes y las personas que viven en la calle, clasificados como usuarios ilegítimos del espacio y expulsados de él. De este modo, el resultado del programa Prioridad Peatón favoreció un modelo de concentración de la riqueza que se caracteriza por beneficiar aún más a los sectores dominantes de la sociedad y perjudicar a los sectores más vulnerables.

… y embellecer para distinguir

Desde la óptica del Pro, la humanización del espacio público incluye el embellecimiento de la ciudad, tal y como describe en una simpática ecuación el ministro Daniel Chaín: “Humanizar = embellecer + apropiarse + integrar”.[51] Así, la otra gran propuesta del Plan Microcentro fue poner en valor el paisaje urbano a través de la renovación de las fachadas de los edificios “representativos y emblemáticos” y de las avenidas y peatonales de la zona. A partir de esta intención es que catalogamos esta dimensión del plan como eje estético. En el caso de los edificios de valor patrimonial,[52] las principales acciones llevadas a cabo para lograr este objetivo fueron la recuperación de sus elementos originales y el retiro de los no originales, la limpieza general de frentes, la consolidación de muros y revoques, la restauración de molduras, ornamentación artística y carpintería, la renovación de pintura, la reubicación de equipos de aire acondicionado y cortinas de enrollar y la incorporación de luminaria LED para resaltar su presencia. Por su parte, para el mejoramiento de avenidas y peatonales,[53] se procedió a la renovación de aceras a través del recambio de baldosas, la incorporación de luminarias LED, la colocación de canteros y nuevo arbolado, la renovación del mobiliario urbano y el reordenamiento del preexistente mediante soterramiento del cableado aéreo, reorganización de cabinas de teléfono y kioscos de diarios y la eliminación de cartelería fuera de norma.

Con estas acciones, podemos observar un interés por resaltar ciertos rasgos identitarios de la Ciudad de Buenos Aires a través de sus construcciones emblemáticas, las cuales se encontraban, según los arquitectos asesores Pro, desmejoradas:

El Área Central presenta edificios de gran valor que es necesario revalorizar. A través de la formulación de nuevos programas de mantenimiento del patrimonio y la extensión de los actuales se pretende recuperar los edificios de valor patrimonial, ya que configuran el paisaje urbano en estrecha relación con el espacio público.[54]

Si el eje funcional estaba destinado a ofrecer una ciudad comparable, homogeneizable con otras metrópolis en pos de insertarse al mercado mundial de ciudades globales, puede pensarse que el eje estético apunta a montar una marca distintiva que la vuelva atractiva en esta competencia por atraer inversiones trasnacionales y turismo internacional.

Esta dicotomía es definida por David Harvey (2013: 162) como la tensión comercialización-distinción:

El dilema entre aproximarse tanto a la pura comercialización que se pierdan las marcas de distinción que subyacen bajo las rentas de monopolio, o establecer marcas de distinción tan especiales que sea muy difícil comercializarla, está perpetuamente presente.

En este sentido, cuanto más fácilmente comercializable es una mercancía –en este caso la propia ciudad– menos única y especial resulta.

Nuevamente esto queda reflejado en el discurso Pro que propone “lograr la combinación de un área innovadora pero que también promueve su historia y belleza original”.[55] Así, es posible ver este accionar como parte de una estrategia de marketing que, mediante programas de “cosmética urbana” (De Mattos, 2002: 93) contribuye a la creación de una marca a partir de los rasgos que la distinguen de las otras ciudades globales –sus lujosos edificios patrimoniales y sus clásicas avenidas y peatonales– y que, por lo tanto, deben preservarse a pesar, o a causa, de los avances de la globalización.

Como sucede con el caso del Programa Prioridad Peatón, es a través del financiamiento público que se concretan las obras proyectadas. Al realizarse refacciones en edificios privados, se revalorizó el precio de los inmuebles intervenidos y de la zona. Según el cálculo que hemos realizado a partir de las resoluciones publicadas en los Boletines Oficiales de la CABA, solamente en la refacción de 51 edificios se invirtieron más de 50 millones de pesos que se adjudicaron a través de licitaciones públicas.[56] Además de esta repercusión directa en la revalorización inmobiliaria, el GCBA reconoce explícitamente que las obras conducentes a embellecer fachadas de edificios y calles de la zona incide en el nivel de actividad económica: “no sólo recuperamos parte del patrimonio de la ciudad sino que también este programa ayuda al desarrollo económico de la zona”.[57] La afirmación deja traslucir nuevamente una presunción de que el mejoramiento de la posición económica de algunos actores conduce inexorablemente a la obtención de un mayor bienestar social.

Si bien la recuperación de las fachadas históricas que dan identidad a Buenos Aires puede entenderse como un beneficio para todos los habitantes en tanto forman parte de un patrimonio colectivo, del mismo modo que para el eje funcional es factible detectar grandes ganadores de estas política de mejoramiento estético: por un lado, los propietarios privados de los inmuebles beneficiados con la puesta en valor de edificios históricos; por otro, los actores relacionados con la industria del turismo, quienes pueden ofrecer al Microcentro como un sitio de interés que presenta atracciones arquitectónicas y culturales en mejor estado, fácilmente identificables y más atractivas para quien visita la ciudad.

Como intentamos exponer en este apartado, el Plan Microcentro ha sido un caso ejemplificador de aplicación de la política de humanización del espacio público diseñada por la gestión Pro. A través de sus dos principales ejes, consideramos que esta intervención apuntó a una reestructuración del espacio urbano que tuvo como consecuencia el acaparamiento de grandes ganancias por parte de actores privados, principalmente a través de la revalorización del precio del suelo y el desarrollo de actividades comerciales.

Reflexiones finales: la humanización del espacio público como política neoliberal

En este capítulo hemos analizado la planificación y la implementación de una política urbana específica del GCBA: la humanización del espacio público en el Microcentro porteño. A modo de conclusión, consideramos importante remarcar los aspectos más relevantes de este proceso. En primer lugar, el Pro ha retomado los lineamientos del urbanismo contemporáneo para rescatar la importancia del espacio público. En todos los proyectos y desarrollos teóricos elaborados por el Pro, el espacio público es concebido como un lugar de encuentro cívico, de coexistencia democrática y armónica. La metáfora preferida de técnicos y funcionarios es siempre el ágora griega. Sin embargo, cuando abandonan el plano abstracto y comienzan a pensar en la ciudad actual, el diagnóstico predominante es que el espacio público no es lo que debiera ser. Ya sea por las acciones –o inacciones– de los gobiernos anteriores o por la desaprensión de los usuarios y habitantes, el espacio público es considerado un lugar hostil y poco amigable que debe ser conquistado por medio de la humanización del espacio.

En sus narrativas, los funcionarios del Pro se apropian de la consigna humanizar el espacio público y la resignifican de manera hábil. Este proceso plantea reordenar y embellecer el paisaje urbano, y expulsar violentamente a los inhumanos, para devolverle este espacio humanizado a los ciudadanos. De esta manera, desde una perspectiva elitista, la palabra “humanizar” es utilizada como sinónimo de educar, civilizar y neutralizar. Se trata de imponer un esquema clasificatorio –un orden urbano– que prescriba los usos y actores que son esperables en el espacio público y los que deben ser eliminados y excluidos de él. Sin proponérselo, la metáfora del ágora griega retoma con ironía: si en la Grecia Clásica solo los amos –libres, varones y cultos– estaban autorizados a debatir en el espacio público, en el ágora moderna propuesta por el Pro, solo aquellos habitantes que se consideren legítimos pueden apropiarse del espacio público. Como las mujeres, los esclavos o los extranjeros en la polis ateniense, en el caso del Microcentro porteño los comerciantes populares o las personas que viven en las calles son excluidos del humanizado espacio público. El conflicto y las disputas que habían sido eliminadas de las definiciones estallan en la implementación de esta política urbana y nos recuerdan que el espacio público es de por sí un concepto polémico, la arena de una lucha simbólica por la imposición de sentido entre las diferentes lógicas de concebir y representar el espacio de los actores que habitan y producen la ciudad (Delgado Ruiz, 2011).

Al mismo tiempo, el Plan Microcentro propuso una renovación de un Área Central a través de la aplicación del programa Prioridad Peatón en casi toda la zona y la puesta en valor del patrimonio urbano. Mientras que las narrativas elaboradas por el Pro presentaban esta transformación como necesaria y beneficiosa para todos los ciudadanos por igual, la implementación de este proyecto mostró claros ganadores y perdedores. Por un lado, benefició principalmente a los propietarios privados de los inmuebles, a los grandes comercios, a los empresarios relacionados con el turismo y a los emprendimientos gastronómicos que vieron aumentar la renta del suelo y sus ganancias económicas por la renovación del espacio público. Por otro, los sectores más vulnerables de la sociedad –vendedores de la vía pública y personas que vivían en la calle– se vieron perseguidos y expulsados del Área Central. En definitiva, consideramos que es posible afirmar que esta política urbana es de carácter neoliberal en la medida en que favoreció la acumulación de capital de los sectores dominantes de la sociedad a partir de destinar cuantiosos recursos públicos para mejorar una zona que ya contaba con buenos equipamientos urbanos y sin ninguna política efectiva de (re)apropiación de la plusvalía urbana que permitiera redistribuir las ganancias producidas en este proceso hacia áreas más degradadas de la ciudad.

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  1. El urbanismo moderno, también llamado funcionalista, postulaba como criterio general la escisión de las cuatro funciones básicas que identificaba en los ciudadanos –habitar, trabajar, circular y recrearse– en una estricta separación de estas actividades en el espacio a través de la planificación a gran escala y la prioridad al transporte motorizado. Estas ideas, desarrolladas en los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna de finales de la década de 1920, sintetizadas en la “Carta de Atenas” (1930) y cuyo máximo exponente mundial fue Le Corbusier, hegemonizaron el urbanismo internacional durante buena parte del siglo XX. A partir de la década de 1970, diferentes disciplinas comenzaron a criticar a esta corriente y propusieron recuperar la “escala humana” en la planificación del espacio público y rescataron su importancia (Gehl, 2006; Borja y Muxí, 2002).
  2. Cabe aclarar que las autoras utilizan este concepto como sinónimo de revitalización, rehabilitación, reconversión y regeneración.
  3. Actual Presidente de la Nación Argentina.
  4. La consigna “Humanizar la Ciudad” aparece originalmente en la presentación escrita, firmada por Mauricio Macri, de la publicación del Ministerio de Desarrollo Urbano en 2009: “La humanización del espacio público.
  5. Nos referimos a Gehl, J. (2006).
  6. “El montaje de escenas o escenografías urbanas se plasma generalmente apelando a la cultura y sus derivados (el patrimonio, el pasado/memoria, la diversidad cultural, el espectáculo, el arte, etc.) como estrategias predilectas de intervención que permiten la conformación de lugares únicos y pintorescos, a la vez que se constituyen como auténticas áreas de oportunidad para la realización de fabulosos negocios inmobiliarios” (Girola, et al., 2011: 29).
  7. Franquesa (2007: 129) define las narrativas legitimadoras como “prácticas discursivas mediante las cuales se añade o se quita valor a un determinado lugar […] utilizan referencias históricas para dotar de nueva identidad y prestigio a la zona y presentar la regeneración como positiva.”
  8. Este material, si bien no fue utilizado explícitamente en este capítulo, ha contribuido a la construcción del problema de investigación.
  9. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 5).
  10. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2011: 4). 
  11. Si bien ambas posturas presentaron sus críticas del urbanismo moderno-funcionalista, la corriente marxista acusó, ya en el siglo XXI, al discurso contemporáneo de ser la verdadera amenaza al espacio público tras su retórica de su defensa (Martínez Lorea, 2013).
  12. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2011: 3).
  13. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 88).
  14. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2010: 3).
  15. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 88).
  16. Ibídem.
  17. Ibídem, p. 78.
  18. Ibídem, p. 94.
  19. Ibídem.
  20. Ibídem.
  21. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2010: 3).
  22. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2014: 11). 
  23. El número aproximado de personas que circulan diariamente por el Microcentro porteño es un dato esquivo, ya que no existen publicaciones oficiales que lo informen. Sin embargo, según declaraciones de funcionarios del Pro puede afirmarse que para el año 2016 dicho número se acerca a un millón. Fuente: “Desde hoy, controlan con un sistema electrónico los autos que ingresan al microcentro” (16/02/2016) Télam. Recuperado de: https://goo.gl/3qWtiL
  24. Según la empresa Castro Cranwell & Weiss, la zona central de la Ciudad de Buenos Aires concentra la mayor superficie destinada a edificios comerciales, con un total de 1.150.116 m2, a pesar de la tendencia que se registra en los últimos 15 años de aumento en la densidad de ocupación de edificios comerciales en la zona norte de la ciudad (en el 2015 asciende a 464.686 m2). Fuente: Informe mensual (marzo, 2015) Castro Cranwell & Weiss. Recuperado de: https://goo.gl/c3yv95
  25. Fuente: “Área Central: caracterización territorial”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2008: 4).
  26. Los sectores que el GCBA distingue como componentes del Área Central son el Casco Histórico, la City, Corrientes Norte, Amortiguación Norte y Amortiguación Sur. Fuente: Ibídem.
  27. Fuente: Ibídem.
  28. Fuente: “Distritos de zonificación” (sin fecha) Arquitectonline.com. Recuperado de: https://goo.gl/kM2Ns1
  29. Fuente: “Área Central: caracterización territorial”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2008: 21-38).
  30. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos (2009: 12).
  31. Ibídem, p. 46.
  32. Fuente: “Restringen los autos: el Microcentro, tomado por las obra. Avanza la peatonalización” (21/07/2015). Clarín.
    Recuperado de: https://goo.gl/myvYwi
  33. Fuente: “El 70% del Microcentro será área de prioridad para el peatón” (08/11/2013). Clarín. Recuperado de: https://goo.gl/UgQ5Mq
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  36. Fuente: “Ejes de trabajo. Plan Microcentro” (sin fecha), Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Recuperado de: https://goo.gl/VzNW19
  37. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2012: 60).
  38. Estos operativos fueron realizados entre 2007 y 2015 en diferentes puntos comerciales de la ciudad: Microcentro, Once y Flores. Luego, algunos de estos vendedores fueron relocalizados en predios cerrados y alejados de las zonas comerciales en las que originalmente realizaban su trabajo, y consecuentemente invisibilizados. Para profundizar en este tema, véase el capítulo de María Agustina Peralta “Un ‘otro’ en el centro de la ciudad: los ‘manteros’ y el conflicto en torno a los usos de la vía pública”, en este mismo volumen, que analiza los discursos de cámaras empresariales, medios de comunicación, partidos políticos y asociaciones vecinales que apuntalaron la definición de los modos legítimos (e ilegítimos) de usar y transitar el espacio público en la Ciudad de Buenos Aires y construyeron a los “manteros” como una otredad en el centro de la ciudad.
  39. Fuente: “La patota del desalojo” (08/03/2009). Página/12. Recuperado de: https://goo.gl/Yk7sH1.
  40. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2011: 164).
  41. Fuente: “5 nuevas áreas con prioridad peatón” (sin fecha). Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Recuperado de: https://goo.gl/FrhHG6
  42. A la fecha, el total de metros cuadrados peatonalizados en la CABA asciende a 10.000. Cabe destacar que la actual gestión Pro, encabezada por Horacio Rodríguez Larreta, ha comenzado la peatonalizacion de las calles aledañas a Tribunales y proyecta para el 2019 la concreción de dos proyectos: Once peatonal y Retiro peatonal. Fuente: Ibídem.
  43. Fuente: “Manual de Diseño Urbano”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2015: 24).
  44. Fuente: “5 nuevas áreas con prioridad peatón” (sin fecha), Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Recuperado de: https://goo.gl/FrhHG6
  45. Fuente: “Las grandes urbes del mundo apuestan por la peatonalización” (18/12/2016) El país. Recuperado de: https://goo.gl/uDZ4V8
  46. De Mattos (2007) define los “artefactos urbanos” como nuevos objetos urbanos o artefactos de la globalización, inspirados en nuevos patrones estéticos del diseño, la arquitectura y el urbanismo, que configuran nuevos paisajes y morfologías urbanas: gigantes centros comerciales, grandes edificios corporativos inteligentes, hoteles de lujo de firmas internacionales, barrios privados y amurallados para sectores de altos ingresos.
  47. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 8).
  48. Ibídem, p.12.
  49. Se refiere a la primera etapa que abarca desde Avenida Córdoba a Ricardo Rojas.
  50. Fuente: “Impacto prioridad peatón. Calle Reconquista”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 1).
  51. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 5).
  52. Entre los más destacados se incluyen: Catedral de Buenos Aires, el edificio La Sudamericana, edificio Bencich, edificio Tornquist y la Galería General Güemes.
  53. Entre las avenidas y calles incluidas dentro de esta renovación podemos mencionar: Av. Roque Sáenz Peña, Av. Corrientes, Av. Córdoba, Av. Santa Fe y Florida.
  54. Fuente: “La humanización del espacio público”, Ministerio de Desarrollo Urbano, Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (2009: 150).
  55. Fuente: “Puesta en valor e iluminación de edificios de valor patrimonial” (sin fecha), Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
    Recuperado de: https://goo.gl/vX77QU
  56. En las adjudicaciones de los diferentes tramos de obras se repiten algunas empresas: Cunumi SA, Bosquimano y Kir SA.
  57. Fuente: “​Recuperaron 51 fachadas de edificios con valor histórico” (10/04/2015) Clarín. Recuperado de: https://goo.gl/BNuiUE


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