Otras publicaciones:

12-1891t

9789871867493-frontcover

Otras publicaciones:

9789877231076_frontcover

Book cover

9 El proceso del conocimiento de sí

Los estrechos límites entre filosofía y medicina

Rubén Peretó Rivas

Escribía Epicteto en su Enchiridion: “Los hombres se ven perturbados no por las cosas, sino por las opiniones sobre las cosas”.[1] Y, como un eco de estas palabras del filósofo estoico del siglo II, Alfred Adler, hace poco menos de cien años decía: “No sufrimos el llamado trauma por el choque de nuestras experiencias, sino que inferimos de ellas precisamente lo que se ajusta a nuestros propósitos. Estamos autodeterminados por el significado que damos a nuestras experiencias; y probablemente siempre hay implicada cierta parte de error cuando tomamos determinadas experiencias como base para nuestra vida futura. Los significados no están determinados por la situaciones, sino que nos determinamos a nosotros mismos por el significado que damos a las situaciones”.[2] En ambos textos encontramos un elemento en común: muchos de los sufrimientos psíquicos del hombres -“perturbaciones” las llama Epicteto y “traumas” Adler- se deben a la interpretación que el hombre hace de las cosas con las que se enfrenta o de las experiencias que vive. O bien, se deben a los pensamientos que elabora a partir de esas interpretaciones.

Llama la atención que luego de dos mil años, permanezca en el saber de la cultura universal la misma certeza: el hombre debe combatir los pensamientos dañinos que provocan en él la enfermedad y el sufrimiento. Aaron Beck, fundador de la terapia cognitiva, afirmaba que: “Los orígenes filosóficos de la terapia cognitiva se remontan a los estoicos, en particular Zenón de Citio (siglo IV a.C.), Crisipo, Cicerón, Séneca, Epicteto y Marco Aurelio. Del mismo modo que el estoicismo, las filosofías orientales, como el taoísmo y el budismo, han subrayado que las emociones humanas están basadas en las ideas. El control de los sentimientos más intensos puede lograrse mediante un cambio en las ideas”.[3] Probablemente Beck no haya conocido las obras de los Padres cuando dio forma a su terapia, pero siempre resulta oportuno añadir testimonios de autores que sostienen la misma premisa acerca de las cogniciones y de las emociones humanas y que, por otro lado, son mucho más próximos a nuestra cultura que es, en el fondo, heredera del cristianismo.

Las técnicas que propone la terapia cognitiva van encaminadas a identificar y modificar las conceptualizaciones distorsionadas y las falsas creencias, denominados esquemas, que subyacen a las cogniciones o pensamientos. El objetivo es que el paciente aprenda a resolver problemas y situaciones que anteriormente había considerado insuperables a través de la reevaluación y modificación de sus pensamientos. Para esto, se sirve de una amplia variedad de estrategias cognitivas y conductuales a fin de delimitar y poner a prueba las falsas creencias y los supuestos desadaptativos específicos del paciente. Sin embargo, todo este proceso terapéutico requiere que el paciente posea, en primer término, un cierto conocimiento de sí puesto que no sería posible modificar los propios pensamientos sin antes conocerlos.

En este trabajo quisiera mostrar cómo algunos autores de la patrística podrían ser una ayuda inestimable en esta tarea propia del terapeuta.

Conocimiento de los propios pensamientos y conocimiento de sí

Los Padres son muy insistentes en el hecho de que aquellas personas que se encuentran luchando a fin de mantenerse a flote en medio de la marea de los problemas psicológicos que perturban su vida diaria, necesitan proveerse de habilidades y estrategias a fin de conocer su mundo interior y, de ese modo, alcanzar una vida tranquila y pacífica. Y tanto los Padres como los terapeutas cognitivos no solamente recomiendan intervenciones activas en forma de ascetismo para unos, y técnicas conductuales para otros, sino que también proveen instrucciones que pueden ser de utilidad a las personas a fin de examinar y responder a sus pensamientos a través de la vigilancia de las propias cogniciones puesto que, tanto para unos como para otros, la exploración de los propios pensamientos es el primer paso para calmarlos.

Haré particular referencia en este trabajo a dos breves textos: el de Nicéforo el Monje titulado Peri nepseos kai phylakes kardías, o Sobre la vigilancia y el cuidado del corazón,[4] y Peri nepseos kai aretés o Sobre la vigilancia y la virtud de Hesiquio el Presbítero.[5] Se trata en ambos casos de autores del siglo XIII, el primero del Monte Athos y el segundo del Sinaí. Si bien no pueden ser considerados propiamente “padres de la Iglesia”, poseen la enorme ventaja de ser depositarios y sistematizadores fieles de sus enseñanza a tal punto, los que les valió que sus escritos fueran incorporados a la Filocalía.

La afirmación de base de ambos tratados es que el verdadero cristiano es naturalmente vigilante, y por este motivo debe ser capaz de detener los pensamientos extraños en la entrada misma del corazón. “La vigilancia es fijar y detener continuamente los pensamientos a la entrada del corazón. De esta manera, los pensamientos predadores y homicidas son atenuados cuando se aproximan, y se conoce lo que dicen y lo que hacen, y así podemos ver el modo engañoso y embustero en el que los demonios tratan de embaucar al intelecto”, dice Hesequio.[6] La vigilancia es la tarea que desempeña el guardia apostado en la torre de una ciudadela, a fin de detectar a los malos pensamientos, reducirlos e impedir su entrada porque, si logran introducirse en la fortaleza del corazón, resultará luego muy difícil deshacerse de ellos.

Las imágenes y el vocabulario que usan tanto Hesiquio como Nicéforo pueden resultarnos extrañas ya que parecen dirigidas, y en efecto lo están, solamente hacia cristianos comprometidos en la vida espiritual. Sin embargo, si vamos más allá de estos condicionamientos epocales, lo cierto es que lo que señalan como pasos previos e ineludibles para alcanzar el equilibrio, al menos a nivel psicológico que es el que nos interesa discutir en esta ocasión, es el examen cuidadoso de los pensamientos que invaden como un torrente la mente humana y, sucesivamente, la expulsión de aquellos que se consideran nocivos o amenazadores para ese equilibrio. No en vano se conoce a estos autores que se dedicaron a escribir y a recomendar la vigilancia, como padres népticos, es decir, padres vigilantes, y una imagen que podemos hacernos de ellos es la del vigía que pasa sus jornadas encaramado en un atalaya oteando el desierto en busca de enemigos.

Xavier Guix, psicólogo español dedicado a la divulgación, dedica su libro Pensar no es gratis a lo que denomina pensamientos rumiantes o pensamientos malditos, explicando técnicas para escapar de ellos. Afirma que, a medida que somos capaces de observar el proceso de ida y venida de nuestros pensamientos, nos damos cuenta de su fugacidad. Al poderlos observar, tenemos más capacidad para intervenir en ellos y decidir dónde ponemos la atención. Y propone las llamadas técnicas de parada de pensamiento que exigen dos condiciones: persistencia y disciplina.[7] Se trata de una herramienta para interrumpir el diálogo negativo que se mantiene consigo mismo y que genera emociones desagradables. El primer paso es identificar el malestar, saber cuáles son los pensamientos o la secuencia de pensamientos “malditos”. Algunos expertos recomiendan incluso que se verbalicen en voz alta. Se trata de identificar exactamente lo que hace daño y, entonces, buscar otra actividad para interrumpir esta cadena de pensamientos. Es decir, vigilancia y acción; el vigía y el soldado del que nos hablaba Hesiquio.

“La continuidad en la vigilancia produce la estabilidad del interior; la estabilidad interior produce una intensificación natural de la vigilancia, y esta intensificación gradualmente y en la debida medida otorga la percepción contemplativa de la batalla espiritual”, continúa Hesiquio, relacionando esta vez de un modo directo la nepsis o atención plena a los propios pensamientos, con la estabilidad interior que da como fruto la contemplación.[8] Encontramos aquí ya perfectamente delineados los elementos correspondientes a los dos planos, el psicológico y el espiritual, puesto que se trata de una estabilidad interior que dispone al hombre para la contemplación.

La nepsis o vigilancia, entonces, pareciera ser el primer escalón de una serie de estrategias que proponen los Padres a fin de lidiar exitosamente con los pensamientos malvados. En términos de psicología contemporánea, diríamos que se trata de “herramientas cognitivas”, o bien, de técnicas destinadas a que la persona aprenda a resolver problemas y situaciones que anteriormente había considerado insuperables a través de la reevaluación y modificación de sus pensamientos. Veamos con más detalles algunas de ellas.

Las técnicas para el conocimiento de sí

Para conocer los modos para alcanzar este estado de vigilancia permanente y consecuente conocimiento de sí, Nicéforo comienza explicando una técnica que implica el compromiso activo del cuerpo. Dice:

Sabes que respiramos aire. Cuando lo exhalamos, lo hacemos en razón del corazón, porque el corazón es la fuente de la vida y la calidez del cuerpo. El corazón conduce hacia sí mismo el aire que es inhalado cuando respiramos, y al descargar algo de su calor cuando exhalamos, podemos mantenernos en una temperatura constante. La causa de este proceso o, más bien, su agente, son los pulmones. El Creador los hizo capaces de expandirse y contraerse como un fuelle, y así pueden fácilmente atraer y expeler su contenido. Entonces, al tomar el frío y al expeler el calor a través de la respiración, el corazón desarrolla ininterrumpidamente la función para la cual fue creado, es decir, mantener la vida.[9]

Nicéforo se limita en este párrafo a explicar el proceso fisiológico de la respiración humana según podía explicarlo la ciencia de su época. Si bien adjudica esta función a los pulmones, la centralidad del proceso la tiene el corazón, que se comporta de un modo regular y rítmico, con inhalaciones y exhalaciones, destinadas a lograr una temperatura constante y a mantener la vida. El “corazón” al que se refiere el autor está estrechamente relacionado con el concepto bíblico, según el cual en el corazón se encuentra el centro psicofísico de la vida. Es el sitio de todas las energías vitales, y donde se concentra la esencia y el centro de la persona.[10]

El proceso curativo, o técnica terapéutica, propuesta por Nicéforo pasa, entonces, por el corazón:

Siéntate, entonces, y concéntrate en tu intelecto, y condúcelo por el cauce a través del cual la respiración entra en tu corazón. Presiona tu intelecto y oblígalo a descender a tu corazón cuando inhalas. Una vez que esté allí, lo que vendrá no será deprimente ni triste, porque como un hombre que ha estado alejado de su propia casa, cuando retorna se llena de alegría porque ha encontrado a sus hijos y a su mujer, así el intelecto, una vez que se ha unido al alma, se llena de un gozo indescriptible.[11]

Lo primero que llama la atención en este párrafo es la detallada descripción que realiza Nicéforo del método de meditación que propone y que implica un proceso somático perfectamente regulado, y llama la atención porque proviene de un autor cristiano del XIII, heredero de toda la tradición anterior, con el cual coinciden los difusores actuales de la meditación, que muchas veces es presentada como patrimonio exclusivo de las religiones del Lejano Oriente. No me detendré en esta ocasión sobre este tema que, ciertamente, da pie a un estudio más profundo. Prefiero señalar, en cambio, la imagen que utiliza el autor para explicar los frutos de este tipo de meditación: el hombre que regresa a casa y se encuentra con los suyos luego de un largo viaje. Este tipo de oración, llamada “oración del corazón”, es un gozoso retorno a sí y que culmina en el descubrimiento de Dios que es, al decir de San Agustín, intimior intimo meo. La curación y el equilibrio al que hizo referencia más arriba consiste, en última instancia, en encontrarse en el profundidad del corazón, consigo mismo. De allí nuestra hipótesis: la curación de sí proviene de la conciencia plena (mindfulness) de sí mismo, del mundo y de Dios.

En el párrafo siguiente, Nicéforo advierte que, una vez que el intelecto ha llegado a ese apacible lugar del corazón, debe repetir incesantemente la oración: “Κύριε ῏Ιησοῦ Χριστὲ, Υíὲ τοῦ Θεοῦ, ἐλέησόν με”, es decir, “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi”.[12] Se trata de la larga tradición de la oración del nombre de Jesús que, repetida con atención incesantemente es capaz de frenar los pensamientos malvados y las fantasías. Las palabras pronunciadas ininterrumpidamente, siguiendo los ritmos de la respiración y ayudándose del chotki. Se orienta a que la persona que la practica se concentre en sí misma y en su relación con Jesús dejando de lado, consecuentemente, el ataque de los pensamientos recurrentes. Desde un punto de vista psicológico diríamos que la persona presta atención cognitivamente a las palabras de la oración y emocionalmente se siente cercana a la presencia de Cristo, actitudes que provocan una mayor atención hacia los pensamientos que se aproximan y, consecuentemente, ocasionan una mayor claridad en la mente.

Si tenemos en cuenta que los autores que estamos estudiando escribían en un ámbito monástico cristiano y pensando como lectores de sus obras principalmente a sus pares, no asombra que las herramientas que proponen sea la oración. No entraré aquí en los aspectos sobrenaturales y ascéticos que posee esta práctica y que no descarto, sino que me interesa más bien delimitar sus efectos psicológicos. Para los Padres, la oración es siempre apropiada más allá que el problema que lleve a acudir a ella sea cognitivo, emocional o conductual. La concepción cristiana sostiene que la plegaria lleva a los creyentes a confiar sus asuntos y dificultades humanas al cuidado de Dios, con la certeza de que siempre y a pesar de todo se cumplirá su voluntad. Los Padres entienden que la oración es útil para combatir los pensamientos que provocan melancolía, temores, miedos e ira. Además, es capaz de tranquilizar la mente inquieta. Gregorio Palamas afirma que tanto la oración como la lectura de los salmos no solamente debilitan la intensidad de los pensamientos malvados, sino que también los transforman y redireccionan.[13]

Si prestamos atención a los textos propios de la liturgia bizantina, observamos que varios de ellos hacen referencia a estas “propiedades” de la plegaria: es necesario -dicen- dirigirse a Cristo y suplicarle que calme los pensamientos cuando éstos “se enfurecen como una tormenta” y apoyarse en Él cuando el alma titubea y está temerosa frente a las incertidumbres.[14] Pareciera, entonces, que la oración es útil de dos maneras para tratar el desorden de los pensamientos que provocan daño en el alma: a nivel de los pensamientos automáticos, debilitando su intensidad, y metacognitivamente ubicándolos en un nuevo marco dentro del contexto de la vida espiritual, es decir, en el nivel de esquemas cognitivos y redireccionando las pasiones hacia un ideal más alto y trascendente.

Esta estrecha relación entre oración y dominio de los pensamientos entendida como técnica o estrategia cognitiva es expresada por San Pedro de Damasco que propone “decir a cada pensamiento que viene a nosotros: ‘No te conozco; Dios sabe si eres bueno o malo; y dado que yo me he arrojado en sus manos, Él cuida de mi’”.[15]

La segunda de las técnicas podríamos denominarla de “exposición de los pensamientos malvados”. Escribe Hesiquio: “Una definición de la sobriedad ininterrumpida, gran utilidad y ganancia del alma, es el ver de inmediato, mientras se forman, las fantasías de los pensamientos en el intelecto. Es definición de la confutación el descubrir y develar el pensamiento que trata de entrar en el cielo de nuestro intelecto, por medio de la fantasía de una realidad sensible”.[16] La exposición del pensamiento malvado debe comenzar, necesariamente, en la misma persona que es víctima de él, ya que debe hacerse consciente que tiene dentro de sí una suerte de “cuerpo extraño” que le está produciendo malestar psíquico. El pensamiento descubierto y develado ya ha perdido parte importante de su capacidad de daño.

San Juan Clímaco asegura que este tipo de pensamientos son como huevos de gallina que se incumban en el estiércol de las pasiones y están siempre listos para romper el cascarón. El problema, justamente, es que estos pensamientos suelen estar escondidos y no siempre son plenamente conscientes, lo cual provoca el desorden, o el trauma, si quisiéramos acercarnos a Freud. Por tanto, en ocasiones resulta útil exponerlos y no dejarlos anidar en la mente. Esta exposición puede ser hecha mentalmente, oralmente o por escrito. El sólo hecho de confesar los propios pensamientos a Dios puede neutralizarlos y fortalecer a la persona en sus esfuerzos para observar su corazón más de cerca.[17] Pero a veces es necesario que esos pensamientos sean confesados también al padre espiritual. Es el caso de Doroteo de Gaza, quien narra que escribía sus pensamientos en una tablilla a fin de mostrárselos a su maestro y, por este simple hecho, ya experimentaba alivio y fortalecimiento espiritual.[18]

En concreto, esta primera técnica de los Padres consiste en que la persona extraiga los pensamientos del mundo neblinoso de su interior para examinarlos objetivamente a la clara luz de Cristo. Y el sólo hecho de sacarlos a la luz suele ser suficiente para debilitar su fuerza e insistencia y disminuir la presión enfermiza que ejercen sobre la mente. El corazón se convierte en un libro para ser leído en voz alta: qué emociones, qué necesidades, qué convicciones, qué actos, qué impulsos y representaciones aparecen en él. Casiano relata en los Apotegmas de los Padres:

Los ancianos de Egipto exponían todas los engaños del espíritu públicamente y sin distinción, a fin de que la narración que hacían como si aún los soportaran en la actualidad les permitiera a los más jóvenes detectar y controlar el ataque de los vicios que sufrían o sufrirían. De esta manera, mientras ellos exponían las ilusiones de los vicios -los propios de los que se inician en la vida espiritual y también los de los más avanzados-, los jóvenes se instruían en los secretos de sus combates, a los que veían como en un espejo, aprendiendo la causa y los remedios de los vicios por los cuales eran agitados y sabiendo también, antes de que se produjeran, como debían prepararse para los combates que vendrían y cómo debían afrontarlos con la lucha. Y así como los médicos más experimentados no se contentan generalmente con curar las enfermedades presentes sino que, en su sabia experiencia, ven con anticipación las enfermedades futuras y las previenen con prescripciones y remedios saludables, así también, estos auténticos médicos de las almas, al destruir anticipadamente con estas conferencias espirituales, como con un antídoto celestial, las enfermedades del corazón antes de que aparezcan sin permitir que se desarrollen en el espíritu de los jóvenes, le dan a conocer la causa de los vicios que los amenazan y los remedios que le otorgan la salud.[19]

El psicólogo francés Angelo Gianfrancesco asegura que, si fuera necesario diagnosticar un proceso patológico en este relato de Casiano, se trataría sustancialmente de la constante que en el flujo opaco e incesante de los pensamientos, de las percepciones y de las actividades interpretativas de la conciencia, hay algo que no es de sí, sino de otro, que aparece como más real que la realidad objetiva y que tiende a organizar el sistema de la personalidad a partir de las relaciones sociales. Fijémonos que Casiano consideraba a las conferencias espirituales como antídotos. En ellas, los ancianos exponían la vida psicológica y sus mecanismos como si las estuvieran viviendo en la actualidad, sean las dudas, las pruebas o las crisis propias de la vida monástica. Y el autor emplea una comparación: los jóvenes las veían como en un espejo (in speculo). Esta palabra ha tenido y tiene un enorme peso: desde Sócrates a Lacan. Para decirlo brevemente, se trata de relevar la ubicuidad de la morfogénesis de la persona.

Veamos. Más allá de la clásica definición boeciana de persona, individua susbstantia rationalis naturae, que destaca acertadamente su carácter sustancial, no por ello deja de ser enriquecedora la antropología que considera que aquello que hace a la persona, que hace al “yo”, son los otros, el vínculo social, la relación con los otros y las representaciones que surgen a partir de esto. Es por todo ello que se constituye mi unidad propia y en tanto ese vínculo me es afectivamente cercano, me desarrolla al tranquilizarme. La imagen especular, al representarse me representa y prueba mi existencia singular, aquello que contribuye de alguna manera a mi gozo de existir. Es por eso que algunos dicen que la persona es una fundación recíproca. Todo esto es bien conocido por los pedagogos de todos los tiempos. Recordemos, por ejemplo, el Alcibiades de Platón y la polisemia de la noción de visión entre los griegos. Lo que agrega Casiano, es que esta dinámica del espejo que personaliza, no es un momento aislado de la existencia, sino que es para estos hombres del desierto un modo habitual de ser, sin distinciones entre un estado de madurez o de inmadurez; puesto que están involucrados los que se inician y los más avanzados; los jóvenes y los viejos. La función terapéutica se cumple no por el hecho de decirse sino por ser dicho, es decir, por la dotación de sentido.

Y el texto de Casiano deja ver cómo sucede esto. En primer lugar, por tomar distancia de aquello que es vivido por unos y por otros. Es este el sentido del párrafo. El autor escribe que los padres exponían sus marañas psicológicas como “si aún las soportaran en la actualidad”. La vida psíquica comienza a desarrollarse bajo los ojos del sujeto y, por tanto, exteriormente a él. Este hecho y esta exteriorización de sus dramas le permite objetivarlos y, consecuentemente, manejarlos mejor. Esta noción de distancia pareciera una referencia al margen de tolerancia de Canguilhem (“La salud es un margen de tolerancia con respecto a las infidelidades del medio ambiente”) e, incluso, a la de autonomía, en relación a los mecanismos internos, del psicoanálisis.[20]

El monje recibe el sentido de lo que está viviendo y de lo que vivirá, y este sentido acompaña su experimentación de la realidad. No tanto se constituye sino que, más bien, es constituido. Sin embargo, esto no significa que el monje sea un derivado o un epifenómeno de lo vivido por los otros, sin consciencia propia o instancias de iniciativa y, mucho menos, el sujeto del inconsciente de Lacan. Los monjes, como cualquier otro ser humano, tenían un espíritu del cual emergía la memorización, la categorización y la discriminación entre el sí mismo y el no sí mismo. Y esta discriminación se daba no solamente en las relaciones comunitarias sino también por otros medios, como la lectura de la Escritura, realizada a partir de una hermenéutica origenista, en la que el monje no se contentaba con sedimentar las significaciones, sino que se involucraba él mismo, a través de una actividad de organización, juicio y crítica, en una dinámica personal en relación al texto.

Pasemos a la tercera técnica que consiste en desdeñar o despreciar a los pensamientos malvados. Los Padres explican que cuando, en vez de hacerles caso y permanecer rumiándolos, se les quita importancia a este tipo de cogniciones, mueren como un escorpión encerrado en un tarro. Dentro de la tradición patrística, esta práctica comprende diversas tácticas que van desde el rechazo explícito y vehemente a la indiferencia. Por ejemplo, Doroteo de Gaza dice que se deben tratar a estos pensamientos considerándolos como perros que molestan con sus ladridos.[21] Esta imagen es muy cercana a lo que plantea la terapia cognitiva para tratar desórdenes de ansiedad u obsesiones.[22] Se requiere, claro está, la capacidad de poder alejarse de los propios pensamientos y mirarlos desde fuera para, de esa manera, ridiculizarlos.

Otra estrategia para lograr la indiferencia con respecto a los pensamientos malvados es mantener la mente ocupada. Para un monje, esto puede significar estudiar las Escrituras, cuyos textos los protegerían de los pensamientos. Incluso, algunos padres, como Macario, proponen una actividad cognitiva mucho más focalizada: memorizar pasaje de los Evangelios. De ese modo, la mente estará entretenida en otras actividades y los pensamientos, naturalmente, disminuirán su poder malsano. San Jerónimo explica en su carta Rústico que estudió hebreo no solamente para poder leer los textos del Antiguo Testamento en su idioma original, sino también para mantener ocupada su cabeza y distraerse de las provocaciones de los pensamientos malvados.[23]

En abril de 2016, el diario La Nación dedicaba una página de su edición a un artículo titulado: “Libros para colorear, otra forma de combatir el estrés”. Allí, la autora se explaya acerca del éxito editorial de libros para pintar destinados a los adultos. Contienen, en muchos casos, figuras geométricas, mandalas, que deben ser coloreadas. Esta actividad ha resultado ser sorprendentemente beneficiosa para las personas que sufren de estrés.[24] Claramente, es una propuesta muy similar a la que acabamos de ver: en vez de estudiar hebreo o de memorizar versículos bíblicos, se pintan casitas o círculos.

Finalmente, la última técnica que proponen los Padres, es la denominada antirrhesis, y que podría traducirse como “réplica” o “contestación”. Esta práctica antirrhétika consistía en el arte de rechazar pensamientos dañinos con textos bíblicos apropiados. Es decir, se utilizaban párrafos de las Escrituras para atacar a cada uno de estos pensamientos contra los cuales el monje debía luchar. Se trataba de pensamientos que podían ser clasificado en ocho tipos y que, con el paso de los siglos, darán lugar a los siete pecados capitales. De esa manera, se obtenía el consuelo del alma en el momento de la tentación y el recuerdo de las virtudes opuestas a los pensamientos. La condición para que esta práctica fuera efectiva es que debía producirse inmediatamente después de la aparición del pensamiento.

Nos preguntábamos al inicio si era posible encontrar en los textos de los Padres del Desierto aportes a la psicología contemporánea o, en otros términos, si el estudio de la patrística podía tener, además del valiosísimo estudio de los textos por sí mismo, algún tipo de contribución para el hombre y la cultura contemporánea. Pareciera que es el caso. Se trata de obras que reflejan de un modo particularmente agudo la profundidad del espíritu humano que, como decíamos anteriormente, es siempre el mismo, y los modos de enfrentarse y luchar contra los desórdenes que impiden el gozo de ser sí mismo. Y esta aspiración y estas medicinas están hoy, como lo estuvieron hace casi dos mil años, igualmente vigentes.


  1. Epicteto, Manual c. 5, trad. P. Ortíz García (Madrid: Gredos, 2008), 6.
  2. Alfred Adler, What life should means to you (New York: Capricorn Books, 1958), 14.
  3. Aaron Beck, Cognitive therapy and the emotional disorders (New York: International Universities Pess, 1976), 26.
  4. PG 147, 945-966.
  5. PG 93, 1479-1544.
  6. Hesiquio el Presbítero, Peri nepseos kai aretés 6, PG 93, 1481.
  7. Cf. Xavier Guix, Pensar no es gratis (Barcelona: Granica, 2009), 57.
  8. Hesiquio el Presbítero, Peri nepseos kai aretés 7, PG 93, 1483.
  9. Nicéforo el Monje, Peri nepseos kai phylakes kardías 2, PG 147, 964.
  10. Cf. Justina Kroczak, “Palamas and Florensky. The Mataphysics of the Heart in Patristic and Russian Philosophical Tradition”, Studia Ceranea, 3 (2003), 69-82.
  11. Nicéforo el Monje, Peri nepseos kai phylakes kardías 2, PG 147, 964.
  12. ibid.
  13. San Gregorio Palamas, Homilies 51, ed. Ch. Veniamin (Dalton:Mount Thabor Publishing, 2016), 403.
  14. Oda de maitines del martes de la quinta semana de cuaresma.
  15. Philokalia III, 64. ed. G. Palmer; K. Ware; Ph. Sherrard (London: Faber and Faber, 1986).
  16. Philokalia I, 153. ed. G. Palmer; K. Ware; Ph. Sherrard (London: Faber and Faber, 1979).
  17. Cf. Marcos el Asceta, Sobre el divino bautismo 4; PG 65.1016.
  18. Cf. Doroteo de Gaza, Instructions diverses de notre saint Père Dorothée à ses disciples I, 25, in Œuvres spirituelles, ed. L. Regnault, J. de Préville (SC 92) (Paris: Cerf, 2001), 215.
  19. Les Apophtegmes des Pères II, 16, 3, ed. J.-C. Guy (SC 474) (Paris: Cerf, 2003).
  20. Cf. Georges Canguilhem, La santé: concept vulgaire e question philosophique (Paris: Sables, 1990).
  21. Doroteo de Gaza, Instructions diverses, II, 32.
  22. Cf. Paul Salkovskis, Frontiers of Cognitive Therapy (New York: Guilford Press, 1993).
  23. Cf. San Jerónimo, Ad Rusticum, PL 22.1079.
  24. Laura Reina, “Libros para colorear, otra forma de combatir el estrés”, La Nación, 30/04/2016.


Deja un comentario