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5 La recepción de la Guerra Fría en Argentina[1]

Algunos debates en torno a su significado y a las opciones de alineamiento

Dalmiro Alonso

Introducción

Este capítulo se interesa por las interpretaciones de la política internacional que durante los años de la Guerra Fría se suscitaron en la Argentina. Se aboca al estudio de los escritos y discursos de Juan Domingo Perón, Jorge Abelardo Ramos, Osiris Guillermo Villegas y Alberto Falcionelli. Con él se pretende contribuir al desarrollo de la historia de las ideas políticas en la Argentina y especialmente a su inserción en los debates sobre las ideologías, los nacionalismos y sus relaciones con la política exterior en los años de la Guerra Fría.

Sobre las modalidades de la recepción de las relaciones internacionales, resulta imprescindible formular dos aclaraciones. En primer lugar, es necesario desterrar un supuesto relativo a la pretendida separación entre la interpretación, lectura o “recepción” de la realidad, por un lado, y la propia realidad que es interpretada, por el otro. Desde esta perspectiva, las interpretaciones sobre la naturaleza de un fenómeno determinado revestirían un carácter externo e independiente a la naturaleza substantiva de dicha realidad. El abordaje del presente trabajo está lejos de adscribir a una disociación semejante. Se sostiene, en cambio, que entre “objeto” y “sujeto” las relaciones operativas y cognoscitivas son más complejas y multidireccionales. Desde una perspectiva a la que Juan Samaja (2000) denomina “ontología de la complejidad”, la relación entre objeto y sujeto es más problemática y entrelazada, y reviste dimensiones tanto cognoscitivas como performativas.

El período histórico iniciado al finalizar la Segunda Guerra Mundial suscitó incontables debates acerca de su naturaleza. Pero los intelectuales, los políticos y demás actores que interpretaban la Guerra Fría, al formular y difundir sus lecturas, estaban condicionados por esa misma realidad y participaban también en la construcción de ese escenario. La historia de los debates sobre la Guerra Fría es así parte constitutiva de la historia de la Guerra Fría en sí misma. Y si por “Guerra Fría” se entiende, más que un conjunto de tensiones entre dos lejanas superpotencias, un período histórico de alcances globales y múltiples protagonistas, no existen razones válidas para excluir de la Guerra Fría los acalorados debates que sobre ella y en ella tuvieron lugar en Argentina.

Es relevante señalar aquí un segundo aspecto del análisis específico de los debates en torno a las relaciones internacionales originados en un país periférico como la Argentina. No está de más recordar las complejas relaciones de retroalimentación que se producen entre el sistema internacional y la estructura doméstica de los Estados. Esta dinámica, que Peter Gourevitch (1996) expone enfocando aspectos eminentemente económicos y político-militares, permite también investigar temáticas culturales o político-ideológicas como son las cuestiones referentes a los procesos de recepción e interpretación de determinados fenómenos externos en una sociedad dada. En tanto que los receptores están en un contexto distinto al originario de las ideas que circulan, aplican a ellas categorías de percepción y problemáticas que son el producto de un “campo de producción” distinto (Bourdieu, 2007). No se trata entonces tan solo de analizar “lecturas” formuladas desde un escenario distante a los grandes centros del poder mundial. Con mucha frecuencia, entre los debates sobre la “política internacional”, se dirimen aspectos sobre las posiciones políticas en el propio escenario local.

La expresión “recepción de la Guerra Fría”, que titula este trabajo, puede, por tanto, ser problematizada para dar cuenta de la dimensión creativa de los sujetos que son condicionados y, simultáneamente, condicionantes de la realidad en la que se encuentran insertos, y también para no perder de vista las múltiples implicancias que tales discusiones sobre la política internacional tienen para la política interna. A tal fin, el doble vocablo de “recepción/construcción” podría haber sido una más adecuada expresión para describir el tipo de aproximación que aquí se pretende.

De cualquier manera, los temas precedentes, por su amplitud y complejidad, solo pueden recibir un tratamiento satisfactorio si se reduce de alguna manera su radio de análisis, dado el voluminoso material bibliográfico y documental disponible para investigar. Por esto se ha resuelto circunscribir la problemática al análisis de la producción discursiva de cuatro personalidades relevantes en el debate ideológico argentino durante la Guerra Fría: Juan Domingo Perón, Jorge Abelardo Ramos, Osiris Villegas y Alberto Falcionelli.

Aun cuando este recorte sea inevitablemente reductor, existen en especial dos razones para justificar la presente selección. En primer lugar, las cuatro figuras escogidas se relacionan con las corrientes ideológicas más relevantes en la vida política argentina de la segunda mitad del siglo xx. Más allá del asimétrico impacto histórico de cada autor, en conjunto, las ideologías que cada uno representa tuvieron un papel destacado casi en la totalidad de los regímenes de gobierno y actores políticos y sociales que dominaron el panorama argentino durante los años de la Guerra Fría. En segundo lugar, los cuatro autores propuestos para el análisis, con distintos grados y enfoques, le dieron suma importancia al rol de la Guerra Fría en todos los aspectos políticos, diplomáticos, económicos e ideológicos locales.

De tal modo, el corpus de análisis estará formado por las intervenciones discursivas de esas cuatro figuras, consideradas portadoras de determinadas representaciones ideológicas elaboradas por las diferentes fuerzas políticas en pugna en la Argentina de la segunda mitad del siglo xx. A tal fin, y necesariamente, se presentará un análisis de las interpretaciones que estas personalidades mantuvieron en lo que a las relaciones internacionales de su tiempo respecta. Pero, en última instancia, este estudio de caso debería servir no tanto a la comprensión del pensamiento de Falcionelli, Villegas, Perón y Ramos, sino sobre todo a las fundamentales reflexiones sobre los procesos de recepción e intercambio de ideas entre actores del centro y la periferia en el mundo de la Guerra Fría.

Además del corpus, corresponde también delimitar una circunscripción temática. En este caso, se indagarán dos campos de conocimiento que consideramos significativos. Por un lado, se dará atención a la concepción de los actores políticos y sociales percibidos como relevantes por cada figura, así como a sus vinculaciones con el contexto local y global de la Guerra Fría. En este sentido, el análisis se centrará en aquellos actores percibidos como enemigos, indeseables o peligrosos. Por otro lado, en estrecha relación con los desafíos y las oportunidades percibidos en los planos internacionales y domésticos, se pondrá también el foco en las propuestas de alineamiento internacional planteadas por Falcionelli, Villegas, Perón y Ramos.

La Guerra Fría y sus dimensiones

El período que nos ocupa, comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la disolución de la URSS en 1991, se caracterizó por la transformación del mundo tripolar de los años treinta y cuarenta en uno bipolar. La derrota militar y desaparición del escenario mundial de la alianza conformada por el nacionalsocialismo alemán, el fascismo italiano y el imperialismo japonés dio paso al surgimiento de dos bloques internacionales antagónicos que desarrollarían una larga rivalidad recíproca: el bloque capitalista, encabezado por los Estados Unidos, y el bloque socialista, liderado por la Unión Soviética.

Distinguiremos dos ejes conflictivos en la dinámica de este período. El primero, que llamaremos “este-oeste” o de tipo “horizontal”, es el que se manifestó en la rivalidad entre los dos bloques y sus líderes. Este eje presenta varias dimensiones o facetas. En el aspecto político-militar, la rivalidad se desarrolló a través de la formación de bloques internacionales de alianzas y las pretensiones de control de las dos superpotencias sobre ellos, la carrera armamentista y el espionaje. En el plano ideológico y propagandístico, tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética se proyectaron al resto del mundo como modelos y portadores de un tipo de sociedad superior y de supuesta validez universal, cuya “misión” era reproducirse por el resto del mundo. Ambas potencias, por añadidura, se posicionaron como abanderadas de la “verdadera” democracia. La dimensión económica del enfrentamiento estuvo dada por la competencia económica, industrial y comercial entre los bloques. La carrera científico-tecnológica fue también una de las aristas del conflicto.

Pero, paralelamente a este enfrentamiento este-oeste, o, mejor dicho, de manera perpendicular a este eje, se desenvolvió una segunda línea conflictiva, la norte-sur, dada por los procesos de descolonización y el posicionamiento de los nuevos países en el sistema internacional.

Del entrecruzamiento de ambos ejes, nacieron los escenarios “calientes” de la Guerra Fría, de manera especial en los espacios del llamado “tercer mundo” (África, Asia y América Latina), considerados de importancia estratégica por las superpotencias. Podemos, entonces, caracterizar la Guerra Fría como un período de elevado (aunque oscilante) nivel de hostilidad entre las dos superpotencias (Estados Unidos y la Unión Soviética) en los planos estratégico-militar, ideológico-propagandístico, diplomático y económico. Este enfrentamiento no se concretó en una guerra directa entre los contendientes, pero en el escenario del tercer mundo los antagonistas y sus aliados se involucraron en choques armados.[2]

Las visiones horizontales

Agruparemos a Falcionelli y a Villegas entre las visiones “horizontales” y pesimistas de la Guerra Fría. Sus puntos de convergencia, comunes y generalizados entre las derechas argentinas, pueden sintetizarse en las siguientes ideas fuerza:

  1. La concepción de la URSS como principal agresora e iniciadora de las hostilidades hacia Occidente, guiada por un plan de dominación o hegemonía mundial.
  2. La agresión como indirecta y desbordante de las modalidades estrictamente militares.
  3. La materialización de la Guerra Fría en Argentina, ubicada inequívocamente en el bloque occidental, en forma de subversión interna y cuestionamiento de las jerarquías establecidas.
  4. La propuesta de una respuesta firme y heterodoxa a la amenaza. Asimismo, el rechazo o al menos la sospecha hacia las posiciones neutrales o terceras vías en el conflicto.

De la lectura de las obras de Alberto Falcionelli[3], se desprende una visión de la Guerra Fría concebida como un capítulo más de la histórica y sistemática agresión del llamado “Partido de la Revolución” contra “Occidente”. Este intelectual tomó este concepto de su maestro Charles Maurras para referirse a una pretendida corriente histórica que habría nacido en el siglo xvi con la Reforma protestante de Martín Lutero. Desde sus orígenes como disidencia intelectual, filosófica y religiosa, el Partido de la Revolución evolucionaría con el tiempo encarnándose sucesivamente en fenómenos como el jansenismo, la masonería, la Ilustración, las revoluciones en Inglaterra (1688) y Francia (1789), el liberalismo, el laicismo, el capitalismo, el socialismo y, finalmente, la revolución comunista liderada por la URSS desde 1917 (Falcionelli, 1962: 72).

La civilización occidental se encontraría inmersa en un largo y corrosivo proceso de decadencia que se habría iniciado con fuerza en el siglo xviii, cuando “las oligarquías” comenzaron a ejercer la autoridad “natural” que les pertenecía a las “aristocracias” (Falcionelli, 1962: 69). Síntoma de este declive sería la reducción, y en ocasiones incluso la reversión, del supuesto carácter activo, expansivo y civilizatorio occidental (Falcionelli, 1961: 8).

Los Estados Unidos son reconocidos como el líder inevitable de Occidente en la lucha contra el comunismo, pero este liderazgo es aceptado a regañadientes y con reservas. Aunque se reconoce la superioridad estadounidense en materia económica, las denuncias a una sociedad “materialista” y de inferior “resistencia moral” integran al autor al coro de los nacionalistas católicos argentinos (Falcionelli, 1962: 19, 99). Además de ese liderazgo ineficiente, los procesos de descolonización, las tendencias democráticas y la “infiltración” sufrida por la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano ii serían los principales síntomas de la lamentada decadencia occidental.

Desde su punto de vista, la Guerra Fría terminaría indefectiblemente con una guerra general (Falcionelli, 1979: 33). Cada intervalo de distensión internacional fue leído como una “pausa táctica” de la URSS para lograr que Occidente bajara la guardia y así reorganizar sus planes de dominación mundial (Falcionelli, 1967: 130-131). Incluso cuestiones tan complejas y espinosas como el conflicto chino-soviético fueron interpretados en clave conspiracionista como una enorme puesta en escena para lograr la distracción y la confusión (Falcionelli, 1962; 1967). Todavía en su último libro publicado, Acerca de la Perestroika (1990), el sovietólogo denunciaba la política de Mijaíl Gorbachov como un nuevo engaño leninista para la “conquista del mundo”. A contracorriente de la mayoritaria recepción del proceso de apertura que se estaba desarrollando en la URSS, Falcionelli interpretó la Perestroika como una “restauración” o “reconstrucción” del viejo régimen comunista, que se habría “relajado” en los últimos años de Brézhnev (Falcionelli, 1990: 26).

Osiris Villegas[4] coincidía con Falcionelli al definir la Guerra Fría de manera horizontal, como un enfrentamiento este-oeste. El fundamento último del enfrentamiento respondería a una antigua vocación expansionista de los rusos, ciertamente acelerada desde la revolución bolchevique, pero de naturaleza anterior e independiente. Más aún, en uno de sus escritos, Villegas enmarcó a la Guerra Fría como la continuación de una supuesta regularidad histórica de oposición milenaria entre “Oriente” y “Occidente”. La eterna disputa incluiría a mongoles, persas, hunos, otomanos y rusos, por un lado, y a antiguos griegos, romanos, cruzados, españoles, franceses, ingleses y estadounidenses, por el otro (Villegas, 1993: 28-31). Estas apreciaciones diferenciaban fuertemente al autor de la lectura de Falcionelli, que había formulado una apología sobre la Rusia zarista y había ubicado los orígenes del problema dentro del propio ámbito occidental.

Otra diferencia con Falcionelli se manifestó en algunos reparos y excepciones que tuvo la visión horizontal de la Guerra Fría de Villegas. Por un lado, la atención central al conflicto este-oeste alternó ocasionalmente con temas geopolíticos argentinos. En obras como El conflicto con Chile en la región austral (Villegas, 1978), se denunciaba con rigor lo que se consideraba una tradicional política de descuido de las fronteras argentinas combinada con presiones territoriales provenientes de los países limítrofes. Además, después de iniciarse la guerra de Malvinas en abril de 1982, Villegas pudo ensayar una tímida y momentánea ampliación de su concepción horizontal de la Guerra Fría y del lugar del sur en el conflicto global. Aunque la mayor parte de sus escritos continuaron ocupándose del anticomunismo y de la “guerra revolucionaria”, admitió secundariamente que la irregular distribución de los bienes y los desniveles en el desarrollo a nivel global generaban injusticia y confrontaciones entre los Estados tanto en dirección este-oeste como norte-sur (Villegas, 1982: 21). Estas ideas, sin embargo, no lograrían superar el estadio de afirmación marginal y ocasional ni alcanzar un mayor desarrollo en el resto de la obra.

De cualquier manera, el centro de los escritos de Villegas fueron la caracterización de la “guerra revolucionaria” llevada a cabo por la subversión internacional y las propuestas para contrarrestarla. La idea que sostenía el plan de acción sugerido por Villegas se basaba en que la complejidad de la estrategia de la guerra revolucionaria empleada por el comunismo obligaría a combatirla con herramientas similares a las que suponía que esta utilizaba. Esto significaba que los procedimientos empleados no solo debían ser novedosos, sino también cruentos y no convencionales. Villegas sostuvo además que las medidas contra la subversión debían desplegarse integralmente y en todos los ámbitos de la sociedad.

Las acciones contrarrevolucionarias se presentaron en tres apartados: político-psicológico, económico y militar (Villegas, 1962: 188). Entre este recetario, tempranamente se vislumbraba el vocabulario del terrorismo de Estado que se llevaría a cabo con posterioridad. A las Fuerzas Armadas se les encomendaba un papel de primer orden, como parte de una “nueva élite” que suplantara a los incapaces partidos políticos en el marco de un nuevo “proyecto nacional” centrado en la seguridad y de una democracia “actualizada” (Villegas, 1975: 17). Además de ello, debían cumplir las tareas de “aniquilar las formaciones militarizadas revolucionarias, mediante una acción de desgaste permanente, sistemática” (Villegas, 1962: 190)

El final de la Guerra Fría fue leído con amargura como el triunfo de la subversión en el ámbito cultural. Si bien las Fuerzas Armadas habían obtenido la victoria militar contra la guerrilla argentina y la URSS se había disuelto, Villegas postuló que la “guerra revolucionaria” permanecía “inconclusa”. Tras la derrota militar, la subversión habría “continuado la guerra por otros medios” al escudarse en el sistema republicano y en los derechos humanos.

De esta manera, la subversión internacional reaparecía en una versión más sofisticada y sutil, esta vez financiada por países y organizaciones tan variadas como Francia, España y Rusia, organizaciones ecologistas, religiosas (protestantes, judías y católicas no reconocidas por Roma) y de derechos humanos, y hasta por las redes del narcotráfico (Villegas, 1993: 78-79). Se sostenía que estas transformaciones de la subversión respondían a la adopción de las tesis del teórico italiano Antonio Gramsci (1891-1937), según las cuales “un permanente y sistemático socavamiento de valores” era el camino más adecuado para “destruir una institución fundamental de una sociedad nacional” (Villegas, 1993: 204). Para los años noventa, Villegas consideraba angustiado que la subversión se había apoderado silenciosamente de los partidos políticos, la educación, la burocracia administrativa, el sindicalismo, la intelectualidad y hasta de la estructura dogmática del cristianismo (Villegas, 1993: 341).

Las visiones verticales

Perón y Ramos fueron exponentes de una visión de las relaciones internacionales que prestó mucha más atención al eje conflictivo norte-sur. Entre los puntos de convergencia de esa perspectiva, destacan:

  1. La desconfianza relativamente equivalente hacia ambos bloques, percibidos como imperialismos.
  2. El tercer mundo, ámbito en el que se ubica a la Argentina, es posicionado como un espacio ajeno al conflicto de la Guerra Fría y, al mismo tiempo, como su principal víctima.
  3. Los conflictos entre las grandes potencias son entendidos como oportunidades de acción para los países dominados.
  4. La propuesta de una tercera vía independiente a ambos bloques.

Ya en un discurso pronunciado en junio de 1944 en la cátedra de Defensa Nacional de la Universidad de la Plata, Juan Domingo Perón[5] anunciaba los dos ejes clave de su visión de las relaciones internacionales: en primer término, anticipaba los intereses encontrados entre los aliados del bando vencedor de la Segunda Guerra Mundial, cuyas disputas estallarían una vez derrotado el enemigo común; pero, en segundo lugar, Perón suponía que los vencedores, una vez depuestas las armas, ejercerían su dominación sobre los países más débiles, desplegando un “imperialismo odioso” sobre ellos (Perón, 1979: 295-296).

Inicialmente, Perón atribuyó considerable atención al conflicto este-oeste y contempló la seria posibilidad de que estallase una tercera guerra mundial. Los temas de defensa nacional ocuparon, pues, un lugar importante durante los años de la primera presidencia peronista, en particular cuando el presidente se dirigía hacia los militares. Pero, con posterioridad, ya después del golpe de Estado de 1955, este conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética revistió un lugar subordinado a lo que hemos denominado el eje vertical” de la Guerra Fría, o sea, la problemática norte-sur que se desenvolvió entre países centrales y periféricos y que se entremezcló con el eje horizontal del período. Los temas del antiimperialismo y la liberación, por consiguiente, comenzaron a tener un puesto mucho más destacado que el anticomunismo o la defensa nacional en la trayectoria ideológica de Perón. En sus palabras, en ambos lados de la “cortina de hierro”, el dilema había “dejado de ser comunismo o capitalismo para pasar a ser liberación o neocolonialismo” (Perón, 1968: 21).

Los imperialismos además contarían con un conglomerado de aliados funcionales al interior de cada país, con frecuencia asociados a la figura del “vendepatria” (Perón, 1958: 177). Entre estos enemigos, Perón incluyó las oligarquías económicas y políticas, la prensa opositora, la llamada “burocracia sindical”, un sector de la Iglesia, parte de las Fuerzas Armadas y la guerrilla. A lo largo de su trayectoria política, la valoración y la importancia atribuidas a cada uno de estos grupos fue variando conforme evolucionaba la coyuntura política argentina.

La visión internacional de Perón dio paso a la formulación de la tercera posición, que enunciaba tanto el lugar ideológico del peronismo, como una propuesta de política exterior que aseguraba tener validez universal. La doctrina justicialista se interpretaba a sí misma como un punto medio situado entre los extremos del capitalismo (representado por los Estados Unidos) y el socialismo (encarnado en la URSS). Mientras que la “primera posición” incurriría en un individualismo extremo, en la “segunda posición” el individuo se vería sofocado por el peso exagerado del Estado colectivista. Solo una “tercera posición” estaría así en condiciones de garantizar tanto la libertad de la nación frente al mundo, como la libertad del hombre frente al Estado y los grupos de poder. En los años sesenta, el líder justicialista anunciaba que “más de dos terceras partes del mundo” se encontraban inclinadas a seguir la tercera posición, e incluía entre sus exponentes a Mao, Nasser y De Gaulle (Perón, 1983: 106). Pero, lejos de una orientación autárquica o aislacionista, la tercera posición implicaría un compromiso solidario con todas las naciones del mundo, empezando por las latinoamericanas (Perón, 1974: 12) y extendiendo la propuesta a “todos los que se empeñaran en la liberación” tanto “al Este como al Oeste de la famosa cortina de hierro” (Perón, 1968: 15). Dicho acercamiento era considerado como parte de un camino histórico que apuntaría hacia una integración entre los países del mundo. Esa marcha hacia la integración, considerada inevitable, impondría a la Argentina la tarea de desarrollar con anticipación un profundo “nacionalismo cultural” que preservase intacta la identidad o el “ser nacional” argentino en el futuro de unidad que se avecinaría. Pues “Argentina, como cultura, tiene una sola manera de identificarse: Argentina” (Perón, 2012: 31, 33).

El final que Perón pronosticaba para la Guerra Fría puede apreciarse en la idea de la “hora de los pueblos”. En reiteradas publicaciones y discursos, anunciaba que el definitivo declive de los imperialismos era un proceso en marcha e inevitable. Al final de la hegemonía bipolar de las grandes potencias, le correspondería “la hora de los pueblos”, una histórica liberación de las naciones oprimidas por el imperialismo y por sus propios gobiernos vinculados a esa dominación. En política internacional, la hora de los pueblos significaba “la liberación de las naciones del yugo opresor de los imperialismos”, mientras que en el interior de cada nación era “la supresión de la injusticia social” (Perón, 1968: 2).

En la obra de Jorge Abelardo Ramos[6], se encuentra una visión de la Guerra Fría en la que ambos ejes son considerados, con predominio del eje vertical. El conflicto este-oeste es reconocido como tal, pero también es complejizado. Junto a ese eje de tensiones horizontal entre Estados Unidos y la URSS, se desenvuelve un segundo conflicto horizontal paralelo definido por la rivalidad “interimperialista” entre la potencia hegemónica de los Estados Unidos y las potencias declinantes de Gran Bretaña y Francia. Toda la obra de Ramos referida al siglo xx atribuiría a ese conflicto intraoccidental igual o mayor importancia que a la oposición global de los bloques capitalista y comunista.

El segundo eje problemático contemplado es el conflicto vertical de los países coloniales y semicoloniales oprimidos por los imperialismos. Históricamente, esa relación de dominación básica sufría regulares pausas cada vez que una crisis internacional afectaba a las potencias imperialistas, tal y como habría ocurrido con las dos guerras mundiales del siglo xx (Ramos, 2013a, 2013b). Con el comienzo de la Guerra Fría, el escritor percibió un aumento del comportamiento imperialista de las potencias conforme se robustecían económicamente. Por encima del discurso internacionalista, liberal o socialista de Estados Unidos y la Unión Soviética, para Ramos primaban el nacionalismo opresor y los intereses territoriales como motores de la política internacional hacia el resto del mundo (Ramos, 2012c: 383-384).

Ramos rechazó los modelos occidentales para la liberación de las naciones coloniales y semicoloniales. No solo sus banderas liberales y democráticas eran máscaras de los intereses imperiales, sino que hasta el discurso de las corrientes izquierdistas provenientes de los países imperialistas guardaban una solidaridad con sus propias clases opresoras por encima de la cooperación con las naciones oprimidas (Ramos, 2013b: 20; 2012c: 328). La irradiación ideológica de la URSS, por otro lado, no era menos peligrosa que la occidental. Desde el advenimiento de Stalin al poder, la gran esperanza iniciada con la Revolución rusa había sido aniquilada por una “contrarrevolución burocrática” que nada bueno podía ofrecer al resto del mundo (Ramos, 1974: 126; 2013b: 87; 1962: 43). La dirección de la corriente revolucionaria mundial debía entonces invertirse y partir desde el tercer mundo hacia el norte (Ramos, 1962: 224; 2012d: 159).

En este sentido, de manera simultánea a la creciente agresividad percibida en las potencias, Ramos celebraba lo que rotuló como “un ciclo de revoluciones nacionales en el mundo semicolonial”, iniciado hacia 1945 al concluir “la segunda guerra imperialista”. Bajo esa tendencia, fueron incluidos casos como la Argentina de Perón, la China de Mao y la Yugoslavia de Tito, así como los truncados intentos renovadores de Hungría (1956) y de Polonia (1968) (Ramos, 2012d: 218).

América Latina se insertaba en este cuadro como una nación en sí misma cuya unidad habría sido disuelta y “balcanizada” durante los agitados años de la independencia de España (Ramos, 1957: 13). Ramos comparaba esa “cuestión nacional irresuelta” con la situación de Medio Oriente y de Indonesia y la península malaya, así como con la división de Corea y los problemas nacionales de Indochina, África y los Balcanes (Ramos, 2012c: 28-29; 2012d: 223). La misión latinoamericana consistiría entonces en recuperar su histórica unidad nacional. Los principales obstáculos para ese proyecto eran una economía atrasada y dependiente que no permitía la consolidación de una burguesía nacional, la fuerza de una alianza entre imperialismo externo y oligarquías locales y el fracaso de una consciencia latinoamericana que debía anteponerse al “mito de las nacionalidades” menores (Ramos, 2012c: 292-293; 2013a: 187-188). Solo después de recuperada la unidad nacional y alcanzada la independencia real, podía emprenderse el camino hacia un socialismo “criollo”, adaptado a la realidad latinoamericana y llevado a cabo por un frente multiclasista guiado por el proletariado (Ramos, 1949: 18; 1962: 105).

En Argentina, el “movimiento nacional” de mayor trascendencia, con sus aciertos y errores, era el peronismo (Ramos, 2013c). Su caída en 1955 coincidiría con la lucha interimperialista que resultaría en el repliegue británico, “metrópoli” informal de la Argentina, y en el aumento de la gravitación estadounidense. Con la salida del Imperio británico, llegó la crisis de la clase media por él fomentada. Estados Unidos, “incompatible” nueva metrópoli para la Argentina, no había brindado una sólida clase media asociada a su dominación. Ramos encontró en los trastornos económicos y sociales derivados de ese recambio de imperios la clave estructural de los grandes estallidos sociales y de la violencia política de los años sesenta y setenta (Ramos, 1994: 15).

Conclusiones

Se puede concluir que los cuatro personajes analizados fueron muy propensos a la construcción ideológica de enemigos internos asociados a actores extranacionales. Estas estrategias argumentales de “internalización” del enemigo externo o “externalización” del enemigo interno eran comunes y tributarias de la cultura política argentina. Si bien este tipo de discurso se ha asociado en primer término a corrientes ubicadas en los extremos del espectro ideológico (la izquierda insurreccional y el nacionalismo restaurador), no fue ajeno a la prédica del resto de las ideologías.

Tanto en el discurso de Falcionelli como en el de Villegas, la vinculación de los enemigos internos a la “subversión internacional” resulta explícita. Mientras que el discípulo de Maurras remitía ese concepto a un “partido de la revolución” de quinientos años de antigüedad que habría nacido en el seno de la civilización occidental, Villegas lo asociaba a la doctrina leninista que debía mucho de sus excesos a los orígenes orientales de la vieja monarquía zarista. Perón, durante la mayor parte de su trayectoria política, designó a sus enemigos como la “antipatria”, al tiempo que bautizaba su propia doctrina como la “doctrina nacional”. Para Ramos las unidades de análisis eran las clases sociales, que eran categorizadas según su grado de vinculación con los intereses nacionales o imperialistas. Tanto Ramos como Perón adscribieron además a una visión del pasado argentino que ligaba “nación” y “pueblo”, por un lado, e “imperialismo” y “antipueblo”, por el otro.

Internacionalizar a un enemigo doméstico ofrecía una doble ventaja argumental. En primer lugar, la condición interna del enemigo, por una parte, y sus supuestos objetivos e intereses “ocultos” que responderían a elementos externos, por la otra, volvían a estos actores más odiosos e indeseables a los ojos de la sociedad y les privaba de una buena cuota del “honor” reservado para aquellos enemigos internos “clásicos” cuyos objetivos, a fin de cuentas, no contradecían la integridad nacional o para aquellos enemigos externos que no apuntaban al bien de la nación, pero que al menos no estaban infiltrados en ella y operaban de un modo más predecible.

En segundo lugar, la atribución de condiciones transnacionales a estos enemigos facilitaba la búsqueda de aliados externos para combatirlos. La transformación o “actualización” de una consigna de alcance doméstico como el “antiperonismo” a un posicionamiento de alcance global como el “anticomunismo” conectaba las antinomias locales con los factores internacionales de la Guerra Fría. La construcción ideológica del enemigo, doméstico e internacional al mismo tiempo, y la prédica en favor de determinado tipo de alianza transnacional en el marco de la Guerra Fría podían ser dos caras de la misma moneda.

En cuanto a las propuestas de alineamiento internacional de cada uno, se constatan diferencias llamativas. En la obra de Alberto Falcionelli, se observa la posición internacional asumida por el nacionalismo restaurador en su variante más “pura” y continuista de los principios que habían adquirido su forma clásica durante la década de 1930. El alineamiento internacional propuesto para la Argentina se basó en una concepción cerradamente horizontal del conflicto de la Guerra Fría y en una toma de posición occidentalista bajo el liderazgo estadounidense. Esta postura, sin embargo, contenía una indisimulada crítica hacia la potencia norteamericana, su sistema político democrático, su religión mayoritariamente protestante y su sospechoso modelo cultural liberal. La opción occidental, entonces, fue asumida con disgusto y resignación ante la falta de una real “tercera fuerza” como la que en los años treinta habían liderado los añorados fascismos europeos. Al bloque del este, en cambio, considerado el heredero y portador de una milenaria conspiración universal encaminada hacia la conquista mundial, le fueron imputados todos los males de la era de la Guerra Fría. Las posiciones no alineadas o los proyectos internacionales terceristas fueron denunciados como un comunismo encubierto, parte de una maniobra orquestada por el este para corromper y dividir a Occidente. Esta denuncia, en el caso de Falcionelli, se entremezclaba con poco disimulados argumentos colonialistas y racistas.

Los escritos del general Osiris Villegas presentan una postura acorde a un nacionalismo restaurador en una variante adaptativa y mezclada con los temas ideológicos del liberalismo conservador. Aquí se opta por una postura más claramente identificada con los “halcones” o los sectores más duros de la Casa Blanca. Consecuentemente, se destaca la ausencia de nostalgias o apologías explícitas hacia los fenecidos regímenes del Eje y se matizan las críticas a las potencias anglosajonas sin que desaparezcan por completo. La guerra de Malvinas, sin embargo, replantea el alineamiento propuesto por Villegas, al menos de manera momentánea, al desplazar el eje del conflicto este-oeste y reemplazarlo por la centralidad de la problemática norte-sur.

En el discurso de Perón, se observa una evolución en la que la política internacional se centra sucesivamente en la integración latinoamericana primero, en una más amplia propuesta tercerista en segundo lugar y, finalmente, en la idea de una marcha de las naciones hacia el universalismo. Estas propuestas de alineamiento, en todos los casos, se centran en factores políticos antes que culturales, y, asimismo, se advierte la necesidad de resguardar la identidad nacional en el marco de cualquier alianza.

En el caso de Ramos, no puede hablarse de una preferencia por el bloque del este, pero sí de una cierta nostalgia por los anteriores liderazgos de Lenin y Trotsky, cuyo valioso legado habría sido grotescamente deformado por la figura de Stalin. Clausurada la posible opción de un bloque internacional auspiciado por la URSS, Ramos proclama la inversión de la corriente revolucionaria y postula que esta se dará desde el sur hacia el norte. La idea de una nación latinoamericana cuyos márgenes políticos debían ser recuperados constituye la base del planteo internacional.

En suma, retomando las principales líneas de coincidencias y divergencias entre las figuras analizadas, la conclusión más importante de este trabajo da cuenta de la incompatibilidad entre los proyectos hegemónicos de las dos superpotencias, por un lado, y los distintos tipos de nacionalismos emanados desde un país periférico, al conflicto de la Guerra Fría, por el otro. La considerable distancia cultural entre la Argentina y las dos grandes potencias en pugna fue un factor que apuntaló este fenómeno.

Esto fue muy claro en el caso de las visiones internacionales “verticales” y terceristas de Perón y de Ramos y del rechazo explícito de ambos a los proyectos globales soviéticos o estadounidenses. Pero ni siquiera los autores que recibieron a la Guerra Fría como un conflicto “horizontal” y aceptaron el alineamiento propuesto por Washington fueron capaces de plegarse totalmente a la política internacional norteamericana o de tomar a los Estados Unidos como modelo que imitar. Las grandes potencias ya habían rechazado las expresiones nacionalistas periféricas que fueran incompatibles con su política internacional durante la Segunda Guerra Mundial y repitieron aquel rechazo durante la Guerra Fría. Los deseos de una política internacional independiente en los discursos de Perón y Ramos y la aceptación condicionada del liderazgo de Washington en Falcionelli y Villegas no fueron otra cosa que la expresión de esa incongruencia entre proyectos hegemónicos de las grandes potencias y proyectos nacionales de los países periféricos. Una observación cuidadosa de la historia de los nacionalismos y de sus conexiones con las relaciones internacionales del mundo contemporáneo demuestra que ese tipo de incompatibilidad de ninguna manera se ha restringido a los marcos cronológicos de la Guerra Fría, y no hay señales de que en un futuro cercano pueda resolverse ese conflicto crónico con facilidad.

Referencias

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  1. Este capítulo constituye una breve síntesis de algunos de los resultados que se presentaron en forma de tesis doctoral en la Universidad Nacional de Córdoba en 2018.
  2. Textos que han sido utilizados como base para estas conceptualizaciones de la Guerra Fría y sus dimensiones han sido Halliday (1986), Buchrucker (1995) y Ferraris y Buchrucker (2001).
  3. Alberto Constantino José Falcionelli (1910-1995) fue un intelectual, periodista, historiador y docente universitario. Nacido en París en 1910, desarrolló en su formación un marcado perfil humanístico. Se tituló como licenciado en Historia (1933) y doctor en Letras (1935) en las Universidades de París y de Roma, respectivamente. Durante los años treinta, militó en Action Française y se formó políticamente bajo la influencia de Charles Maurras, figura de referencia a la que reivindicaría durante toda su vida. Tras la guerra Falcionelli fue convocado como docente desde Argentina por la Universidad Nacional de Cuyo, que había sido creada en 1939. Se desempeñó como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras. Durante la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962), trabajó en el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto con el cargo de asesor de gabinete del canciller. En 1978 comenzó a desempeñarse como investigador del Conicet. Falleció en Buenos Aires en diciembre de 1995. Se destacó como publicista político y como historiador especializado en temas rusos. Antiliberal, monárquico, católico ferviente, visceral anticomunista, apologista de los imperios coloniales europeos, sus escritos lo ubican ideológicamente dentro de un conservadurismo autoritario o, según la terminología vernácula, de un nacionalismo restaurador tributario de los tópicos ideológicos de la “revolución conservadora” de la Europa de fines del siglo xix y principios del xx. Académicamente, su voluminosa obra es acreedora de algunos méritos innegables. Sin embargo, las estridentes notas ideológicas del autor distorsionaron o enceguecieron por completo el análisis de muchos fenómenos clave e impidieron una aproximación serena y científica a su objeto de estudio. Por ello, el prestigio académico de Falcionelli ha quedado limitado a los miembros y simpatizantes de su tronco ideológico. Mayor suerte correría la obra de Falcionelli desde el punto de vista político. Sus posturas representaron una corriente ideológica que, si bien no tuvo un peso propio determinante, logró incidencia histórica considerable a través de sus recurrentes alianzas con los actores más robustos en el juego político argentino.
  4. Osiris Guillermo Villegas (1916-1998) fue un militar argentino que alcanzó el grado de general de división. Ejerció el cargo de ministro del Interior del gobierno de José María Guido, y organizó las elecciones presidenciales de 1963. Fue subjefe del Estado Mayor del Ejército durante la presidencia de Arturo Illia y secretario del Consejo Nacional de Seguridad del gobierno de Onganía. Entre 1969 y 1973, fue embajador en Brasil. Posteriormente, se alejó de la vida política y defendió al general Ramón Camps durante el Juicio a las Juntas Militares. Durante sus últimos años de vida, Villegas fue presidente del Círculo Militar, entre 1990 y 1994. Desde principios de los años sesenta, Villegas desarrolló, de forma paralela a su carrera militar y política, una influyente labor doctrinaria. Junto al análisis de los conflictos limítrofes y cuestiones geopolíticas argentinas, su más voluminosa e influyente producción ideológica estuvo dedicada a la prédica anticomunista como uno de los más destacados exponentes de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
  5. Juan Domingo Perón (1895-1974) nació en Lobos, en la Provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1895. Se formó en el Colegio Militar de la Nación y en la Escuela Superior de Guerra. En febrero de 1929, fue destinado al Estado Mayor del Ejército. En junio de 1943, un golpe militar terminó con el gobierno del presidente conservador Ramón Castillo. El entonces coronel Perón formaba parte del Grupo Obra de Unificación (GOU), una logia militar nacionalista que impulsó el golpe. En el subsiguiente gobierno militar, Perón comenzó a adquirir rápida notoriedad desde su cargo en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Una destacable política favorable a los obreros en los conflictos gremiales comenzó a ampliar la base de apoyo de Perón y su carrera experimentó un veloz ascenso. Pronto lanzó su candidatura presidencial para las elecciones de febrero de 1946. Esta se anunció después del emblemático episodio en el que Perón fue encarcelado por obra de sus rivales militares y liberado en el marco de una inédita movilización popular, el 17 de octubre de 1945. Las elecciones de 1946 dieron a la fórmula de Perón la victoria frente a la Unión Democrática. Su gobierno continuó la línea de política social y se caracterizó también por una política económica nacionalista e industrialista. Luego de la reforma constitucional de 1949, Perón fue reelecto en 1952. Tras una creciente polarización social en torno a su régimen y una serie de ensayos golpistas de las fuerzas opositoras, el presidente fue derrocado en 1955 por una coalición que incluía a sectores de las Fuerzas Armadas y de la oposición civil. Después del golpe el partido fue proscripto, y la Constitución de 1949, derogada, y Perón permaneció casi 18 años en el exilio. Pronto quedó claro que desde el exilio seguiría siendo un factor esencial en el devenir argentino. En esta etapa surgió en Argentina la denominada “resistencia peronista”, integrada por elementos sindicales, políticos, militares, estudiantiles y guerrilleros emparentados por el objetivo del retorno de Perón al país y el fin de la proscripción de su movimiento. Tras su primer retorno al país en noviembre de 1972, pero aún inhabilitado a presentarse como candidato, el peronismo ganó las elecciones en marzo de 1973 bajo la fórmula encabezada por Héctor Cámpora. Para entonces las divisiones internas y los enfrentamientos en el amplio movimiento peronista habían alcanzado proporciones alarmantes. Poco después de asumir, Cámpora renunció y se convocó a nuevas elecciones sin proscripciones. Perón triunfó con una amplia mayoría para dar inicio a su tercera presidencia. Falleció el 1 de julio de 1974 a la edad de 78 años, y dejó la presidencia en manos de su esposa María Estela Martínez. Perón fue, además del líder del movimiento que lleva su nombre, su más importante referente ideológico. A lo largo de su trayectoria, su influyente producción doctrinaria fue continua y abundante. Su ideología tuvo un carácter claramente ecléctico, cuyos elementos constitutivos pueden rastrearse entre el nacionalismo (especialmente en su variante popular), el catolicismo, el pensamiento militar y el sindicalismo (Buchrucker, 1987).
  6. Jorge Abelardo Ramos (1921-1994) fue un escritor, profesor universitario, historiador, publicista y político. Nació el 23 de enero de 1921 en el barrio de Flores de la Ciudad de Buenos Aires. Como intelectual, permaneció durante la mayor parte de su carrera por fuera del aparato cultural del Estado, constituyéndose en un pensador y escritor independiente y heterodoxo. Paralelamente, se destacó como editor y difusor de las obras de otros escritores afines y de clásicos del pensamiento marxista. El líder de la corriente que se conocería como “izquierda nacional” inició su actividad política bajo el trotskismo, y se vinculó en 1939 a un pequeño grupo que dirigía Liborio Justo. Sin fuerzas significativas para ser tomados en cuenta en las alianzas electorales de 1945, decidieron respaldar independientemente la candidatura de Juan Domingo Perón bajo una postura que bautizaron como de “apoyo crítico”. En aquellos momentos su actividad fue sobre todo propagandística y consistía en la publicación de libros y revistas de difusión y esclarecimiento ideológico. En 1962 se creó el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Luego, esta organización se ampliaría y en 1971 se oficializó el Frente de Izquierda Popular (FIP). Para las elecciones de septiembre de 1973, Ramos logró que Perón y su esposa, además de encabezar la lista del Frente Justicialista de Liberación, fueran candidatos en la lista del FIP. En esos comicios 900.000 argentinos votaron a Perón “desde la izquierda”, como propuso Ramos. Logró conjugar el marxismo con el revisionismo y las tradiciones federales argentinas. A diferencia de la izquierda tradicional, él y su grupo recibieron con entusiasmo al peronismo y declararon su solidaridad con la “revolución” iniciada en 1945, ya que veían ahí un camino hacia la instauración de un Estado socialista. El programa de “revolución socialista” propugnado constituía, sin embargo, un ideario que se contradecía con las bases del justicialismo y era incompatible con el peronismo de “centro” (Buchrucker, 1987: 338-339). La izquierda nacional, como propuesta política desplegada en los sucesivos grupos y partidos en los que se encarnó, nunca logró el eco deseado entre la clase trabajadora argentina. Su repercusión se circunscribió, en cambio, a los ámbitos intelectuales.


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