El trabajo metodológico y de análisis sobre los treinta factores sirve finalmente para poder construir los escenarios sobre el futuro agroalimentario de la Región. En esta sección se describen los cuatro escenarios futuros formulados. Los escenarios pretenden ser una figuración realista de cómo la Región ha atravesado el horizonte futuro y de cómo se encuentra posicionada al 2040 en términos agroalimentarios. Cada escenario se narra en tiempo pasado (desde el 2040), y comienza con una descripción sintética de la imagen de futuro. Luego de la narrativa, cada escenario es acompañado por su ilustración. Los aspectos más sobresalientes de los escenarios se destacan con cursiva.
Escenario 1: camino de diseño
Adaptación y mitigación del cambio climático, convergencia productiva, políticas eficientes y estabilidad.
Durante las décadas de 2020 y 2030, se da un extenso período de transición del sistema mundial hacia el fortalecimiento de la organización de los mercados y nuevos mecanismos de negociación internacional, con una renovación de los foros y de los ámbitos de negociación. En este contexto también se fortalecen los vínculos entre los países de la región de América Latina y el Caribe y los acuerdos y las alianzas en temas estratégicos.
En un contexto de crecimiento económico moderado, con altibajos, la región aprovechó para consensuar posicionamientos estratégicos entre los países en materia de comercialización de productos de origen agrícola, acción climática, desarrollo científico y tecnológico con fuerte énfasis en actividad agrícola, e impulso a actividades basadas en la bioeconomía y en recursos naturales. Las acciones concertadas brindaron un marco de estabilidad a las economías, que permitió ir ordenando y renegociando los problemas de endeudamiento y déficit fiscal, y facilitaron la cooperación en materia de transición y de autoabastecimiento energético, con proyectos claves sobre energías renovables y recursos naturales.
Los precios de commodities se mantuvieron con tendencia a la baja, pero con períodos de volatilidad. Sin embargo, el efecto de este comportamiento de los precios se vio neutralizado gracias al avance en procesos de agregado de valor en la región y la mejora de la posición en los mercados internacionales, con la apertura de nuevos mercados con países de Asia y África y la recuperación del intercambio intrarregional.
A nivel mundial, los países lograron limitar el aumento de la temperatura global, de forma que amesetaron la curva del cambio climático, manteniendo el incremento alrededor del 1,5 °C para el periodo de tiempo considerado (2040). Las negociaciones internacionales y la cooperación en materia climática, en articulación con el sistema científico tecnológico y a través del liderazgo de ciertas políticas nacionales claves, permitieron crear alternativas productivas de adaptación y mitigación del cambio climático.
A nivel regional se desarrollaron proyectos claves en infraestructura de transporte bajo un enfoque sistémico multimodal que mejoró la eficiencia comercial en la distribución de productos agrícolas. Estos proyectos se basaron en el fondeo de inversiones desde instituciones regionales con el objetivo de reducir las brechas entre países, promoviendo mejoras en los servicios logísticos a partir de estructuras de gobernanza que articularon los esfuerzos nacionales públicos y privados, y orientándose estratégicamente hacia producciones de mayor valor agregado generadoras de ingreso a nivel territorial.
Tanto desde la región como a nivel internacional, se generaron mecanismos de estabilización de precios que redujeron la volatilidad. Las cadenas agroalimentarias mejoraron su valor agregado. La región fue capaz de ir más allá de la producción primaria y surgen nuevas actividades basadas en la bioeconomía (alimentos, biocombustibles, bioinsumos, fibras vegetales, farmacia, entre otros). La agroecología permeó ampliamente los espacios técnicos e institucionales y cobró una amplia difusión, al adaptarse a diferentes escalas y modalidades. Complementariamente, la mayor parte de los países logró generar un sector industrial y de servicios más complejo, con capacidad de absorber a trabajadoras de sectores urbanos y rurales en esquemas productivos integrados con la producción agropecuaria y haciendo crecer ciudades intermedias.
En este marco, crecieron los vínculos entre actores de la sociedad civil de los distintos países, conformándose redes empresariales y confederaciones de organizaciones productivas y sociales de escala regional, cuya participación activa en las instancias de diálogo político permitió orientar las políticas de gobierno, reconociendo y dando solución a demandas sociales agrarias, alimentarias, ambientales y de generación de empleo de calidad en los territorios rurales.
Se incrementaron los niveles de inversión pública al servicio de iniciativas estratégicas regionales, aumentando la superficie con sistemas de riego eficientes en zonas estratégicas, reduciendo las brechas en el acceso y uso de tecnologías digitales, adoptando una matriz energética sustentable y con altos niveles de autonomía en el abastecimiento. Estas acciones fueron coordinadas desde instituciones, organismos e instancias multilaterales con representación de los países de la región.
A nivel local, se fortalecieron los sistemas democráticos con altos niveles de gobernabilidad y con participación activa de la sociedad y diálogos políticos entre las distintas fuerzas. Se generaron estructuras de gobernanza que volvieron más eficaces y sostenibles las políticas públicas aplicadas y que permitieron consolidar sistemas de información vinculados a las principales políticas, lo que habilitó el seguimiento y la evaluación de estas y el desarrollo de aprendizajes. Los beneficios de estos mayores niveles de articulación entre los gobiernos de distinto nivel, las empresas y la sociedad civil se observaron con claridad en las iniciativas para la adaptación y mitigación del cambio climático, la seguridad alimentaria y la transición hacia una economía inclusiva y ambientalmente sostenible. Se promovió una agenda con objetivos de desarrollo regionales que orientó la acción de los distintos actores hacia metas de crecimiento de la producción, mejora en la distribución del ingreso y acción ambiental, con inversión en obra pública e infraestructura que mejoró la accesibilidad en el medio rural y entre el medio rural y urbano. Se avanzó también en la generación de marcos normativos comunes y compatibles que promovieron el desarrollo de proyectos en común sobre transición energética. Se dio una política concertada de inversión y desarrollo productivo vinculada a ciertos recursos como el litio, que dio ventajas productivas y de valor agregado para la región.
Aumentó la generación de empleo no agrícola en las áreas rurales, a través del desarrollo de la bioeconomía y la consecuente incorporación de procesos de transformación en origen para los productos agrícolas básicos. En varios países se dieron procesos de fortalecimiento de las capacidades técnicas en el medio rural para el manejo y la incorporación de tecnologías, para promover nuevos y renovados oficios agrícolas y una inversión en educación formal y capacitación, que permitieron a la población rural aprovechar el impulso de la digitalización. Esto se dio complementando formas tradicionales de capacitación y extensión con herramientas de formación a distancia y tecnologías digitales y con una especial atención de las políticas sobre las cuestiones de transculturalidad, la formación bilingüe y la formación de formadores.
En cuanto a la situación demográfica, se mantuvo a lo largo del período la tendencia a la urbanización, pero crecen las ciudades medianas y las generaciones jóvenes encuentran oportunidades de desarrollo en las localidades integradas a los circuitos productivos rurales, y se instalaron nuevos sujetos agrarios (neorrurales) que se asentaron en ciudades pequeñas y medianas, y dinamizaron la ruralidad. Esta cambió de fisonomía, y se convierte cada vez más en un espacio de articulación de actividades diversas.
Las políticas de fortalecimiento de capacidades vincularon a actores privados en la inversión y en la provisión de servicios y también a distintos actores de los movimientos sociales que participaron de las políticas de extensión y capacitación.
El desarrollo de circuitos cortos de comercialización, la generación de empleo verde y una transformación digital positiva de los procesos de producción y comercialización generaron una demanda de empleo de calidad en las zonas rurales. Las políticas en pos de la equidad de género promovieron una mayor visibilidad del rol de la mujer, una reducción de las brechas de género en el acceso a los distintos ámbitos sociales y una activa protección de sus derechos, lo que se tradujo también en una mayor participación de ellas en el empleo rural. La efectividad de las políticas para la equidad de género también generó una mejor posición de las mujeres en la dirección de la empresa rural. Crecieron las organizaciones de mujeres rurales y su influencia en la forma de concebir el trabajo rural, la alimentación y las tareas de cuidados.
En los procesos productivos, comenzó la sustitución progresiva del uso de combustibles fósiles y otros insumos de origen industrial, al tiempo que se fortalecieron las tecnologías de procesos y los esquemas de diseño resilientes de los agroecosistemas. Se transitó hacia modelos productivos más ecológicos, que, junto a la digitalización de la agricultura, mejoraron los sistemas de trazabilidad y los sistemas de información de mercados, y permitieron también contar con información precisa para el debate público y el diseño de políticas. Estas transformaciones productivas redundaron también en mejores oportunidades y acceso a la exportación de pequeños y medianos productores, estableciendo circuitos cortos de exportación de productos con mayor grado de diferenciación hacia países de la región.
Los sistemas científico-tecnológicos de la región se articularon para el desarrollo de eventos de alta relevancia para las producciones locales, lo que permitió aumentos significativos en la productividad y en el valor agregado económico agrícola. Los sistemas de extensión se vieron beneficiados por el mayor uso de las tecnologías digitales, por una mayor inversión pública y por una mayor eficacia de las políticas, que lograron contar con el apoyo de los actores y fortalecer sus sistemas de seguimiento y evaluación. Los enfoques de la bioeconomía y de la agroecología consiguieron integrarse en distinta medida en diversas cadenas productivas, y lograron en buena medida la transformación de los enfoques productivistas hacia diseños y abordajes más holísticos y sustentables.
A nivel productivo, las políticas de producción, integradas a las políticas ambientales y de transición energética y agroecológica, permitieron desarrollar prácticas de manejo de sistemas integrados, con rotación de cultivos e integración agricultura-ganadería, agricultura-piscicultura y silvicultura-ganadería. Las mayores oportunidades y la mejora en la productividad de las explotaciones redundaron en el crecimiento de los segmentos de productores pequeños y medianos capitalizados. Y permitieron un crecimiento del agregado de valor agrícola en la región.
El giro de la región hacia una agricultura tecnificada e inclusiva, ambientalmente sostenible y orientada a la generación de valor en origen permitió desarrollar mayores niveles de inclusión económica y social en la ruralidad, con mejores servicios de educación y salud.
Imagen del escenario “Camino de diseño”
Autora: Noemie Le Coq.
Escenario 2: el granero degradado. Explotando las últimas reservas
Fragmentación regional, enfoque productivista, sin cambio tecnológico ni transición ambiental y con exclusión rural.
A lo largo del horizonte temporal, se dio una marcada volatilidad en los precios de commodities, aunque con una tendencia de largo plazo a la baja relativa de los precios. La marca de estos tiempos en el plano internacional fue la prevalencia de los mercados financieros y una guerra de monedas que incidió en el desarrollo de distintas burbujas con impacto en el alza de precios temporarios, en el marco de la preeminencia de barreras para arancelarias sanitarias y alimentarias que complejizaron el marco normativo para las exportaciones.
Se dio en el periodo una confrontación marcada entre regiones, con distintos conflictos entre Oriente y Occidente, con resonancias en América Latina. Las disputas por el dominio sobre los nuevos desarrollos tecnológicos y sobre los recursos naturales tuvieron su impacto en los países de la región. Los mercados internacionales atravesaron momentos de contracción y desestructuración, por lo que generaron por momentos algunas burbujas de precios altos. Los países de la región no lograron abrir nuevos mercados significativos para sus productos, ni diversificar sus exportaciones, y más bien se mantuvieron en los nichos de grandes compradores para productos indiferenciados.
La temperatura del planeta se elevó según los parámetros de las peores predicciones del Panel Intergubernamental en Cambio Climático (IPCC), lo cual significa para el 2040 un incremento de alrededor de 2 °C. Solo muy pocos segmentos de la agricultura primaria lograron adaptarse a las nuevas condiciones de clima. La escasez de recursos hídricos para producir y para la vida rural comenzó a afectar a vastas zonas de la región, así como lo hicieron las inundaciones y eventos extremos en otras. Al mismo tiempo, la población fue fuertemente afectada por enfermedades endémicas vinculadas al cambio climático, volviéndose endémicas en vastos territorios algunas afecciones como el dengue y el zika.
A nivel regional se dio una continuidad en la diferenciación de las estrategias de inserción internacional de los países. No se lograron fortalecer los lazos regionales ni las estrategias comunes. Los países fueron priorizando las relaciones bilaterales con sus principales socios comerciales, sobre todo Estados Unidos, China y Europa. En ese marco, no se establecieron agendas comunes vinculadas a la comercialización de productos agrícolas, el cambio climático ni el desarrollo científico tecnológico. Las instancias de integración política y económica otrora existentes en la región se fueron abandonando definitivamente, lo que también fue generando una dificultad para la integración y el vínculo de los actores de la sociedad civil, las empresas y los movimientos sociales a escala regional. El diálogo político entre los actores y los gobiernos se circunscribió a las agendas nacionales.
Muchos países atravesaron durante el período grandes y largas crisis de endeudamiento. Se llegó incluso a comprometer activos para contrarrestar la presión de la deuda, lo que abrió aún más la injerencia de intereses externos en sus economías, especialmente en el dominio de los recursos naturales. La política fiscal se volvió recesiva, no dando lugar a políticas de desarrollo rural o de extensión ni a grandes planes de inversión en infraestructura.
Son pocos y muy puntuales los proyectos de inversión productiva y de infraestructura que lograron desarrollarse, y tuvieron un carácter meramente de integración al mercado mundial (sin desarrollo endógeno). El enfoque productivista lineal mantuvo su vigencia.
Algunas inversiones se realizan en infraestructura digital y en el desarrollo de energías renovables, pero con estrategias que permitieron pocos eslabonamientos productivos y pocos desarrollos de innovación propios. La región se volvió dependiente de los desarrollos y las tecnologías de las potencias en materia energética.
Las presiones de grandes jugadores de las cadenas agroexportadoras permitieron el impulso de obras públicas de infraestructura que mejoraron las vías de comunicación terrestre y fluvial para el traslado de commodities. Empresas multinacionales reforzaron su presencia en etapas claves de la logística, integrando verticalmente procesos de transporte fluvial y terrestre (automotor y ferroviario). Esto generó en la práctica estructuras de mercado concentradas que encarecieron los servicios para el traslado de las producciones locales y afectaron la competitividad de las exportaciones en los países de la región.
Se incrementó la superficie equipada para riego y se promovió la transformación digital en los estratos de producción más competitivos y en los procesos logísticos y comerciales vinculados con la exportación. Sin embargo, las obras tienen alto impacto ambiental, y se dan sin avances en la gobernanza del manejo de los recursos naturales, ni con el fortalecimiento de las capacidades necesarias en los territorios para poder incluir a sectores marginados en las oportunidades productivas locales. La región es impulsada a cumplir con su rol de reserva de alimentos para el mercado global, ante las dificultades de otras regiones exportadoras, sin atender a las necesidades de su población. Los servicios de educación y de salud en la ruralidad se mantuvieron rezagados y con dificultades de acceso para la población. Los Estados, por su parte, se vieron llamados a cumplir con estrictos programas de reducción del riesgo fiscal en un contexto de falta de opciones de financiamiento.
Para el desarrollo de las agendas de política pública, los gobiernos locales privilegiaron la estrategia de construir consensos con los sectores exportadores, los grupos económicos de empresas multinacionales y los actores del mercado financiero. Esta orientación en la generación de alianzas para la gobernabilidad fue reduciendo las chances de lograr acuerdos amplios sobre las políticas públicas, dejando de lado a los movimientos sociales, las pequeñas y medianas empresas, las organizaciones de productores familiares y otros actores de la sociedad civil. En ese marco, las incipientes estructuras de gobernanza para las políticas de transición agroecológica y energética que se habían gestado décadas atrás quedaron prácticamente desarticuladas. Los reclamos sociales generaron políticas compensatorias orientadas a moderar los efectos negativos de una concentración productiva que amplió los sectores marginados del agro.
Los sistemas de gobierno transitaron en el período crisis políticas y económicas, se acentuó la desconfianza en los gobiernos y el malestar con la democracia. Crecieron los grupos y movimientos sociales radicalizados.
Se vieron ciertos niveles de generación de empleo no agrícola en las áreas rurales, consistentes con un mayor desarrollo de los servicios y la transformación dentro de las cadenas exportadoras, con alta profesionalización y estándares comerciales. Sin embargo, este proceso de desarrollo en las cadenas tuvo impactos limitados en materia de transformación digital y energética en los ámbitos rurales. Los nuevos empleos resultaron de baja calidad y especialización, y no compensaron la pérdida de mano de obra agrícola por el desarrollo de las nuevas tecnologías de producción y el aumento de las escalas productivas en los eslabones primarios de las cadenas. Las brechas de género en la ruralidad se mantuvieron y las mujeres rurales no fueron sujetos de políticas públicas específicas. Como consecuencia, creció el despoblamiento de las zonas rurales y la migración rural-urbana continuó su tendencia.
A nivel productivo, se dio una mayor especialización de los sistemas de producción, que se orientaron en mayor medida al monocultivo y avanzaron aún más sobre zonas de bosque nativo, selva y ecosistemas frágiles, de la mano de las innovaciones genéticas que mejoraron la producción aun con estrés hídrico. El uso del suelo no se diversificó, y los sistemas productivos quedaron expuestos en mayor medida a los riesgos climáticos, ambientales y de mercado. Los sistemas científico-tecnológicos concentraron su desarrollo buscando aumentos en la productividad de aquellos cultivos exportables. No hubo avances significativos en términos de transición energética. El sector agrícola se mantuvo dentro de los grandes emisores de CO₂ de la región. Creció la demanda de productos químicos para fertilización, control de plagas y malezas desarrollados por empresas multinacionales, producidos fuera de la región, presionando las balanzas comerciales de los países.
Los sistemas de extensión públicos se terminaron disolviendo por falta de presupuesto y de visión para un desarrollo más inclusivo. Los sistemas de extensión privados, que terminaron siendo casi exclusivamente digitales, crecieron desordenadamente. En este marco se incrementaron las tensiones territoriales respecto de los efectos ambientales de los sistemas de producción. Crecieron las luchas por la tierra y por el acceso y uso de los recursos hídricos, a lo que se sumaron las protestas contra el uso de insumos químicos. Crecieron los movimientos socioambientales, y los movimientos agroecológicos se radicalizaron hacia la lucha campesina. Se dio un aumento de la resistencia al desarrollo de distintos proyectos productivos basados en recursos naturales, lo cual ha comprometido los proyectos de inversión por constantes protestas sociales e impugnaciones sobre la lógica extractivista.
La volatilidad en el precio de los principales commodities fue impactando y poniendo en jaque a las capas de medianos y pequeños productores, que no lograron sostenerse en momentos de baja. La mayor especialización hacia los mercados externos y la alta volatilidad fueron acentuando el impacto de los ciclos en los mercados de commodities a nivel local. Como consecuencia de ello, las decisiones de largo plazo en materia ambiental y las capacidades de los estratos de producción de menor escala para afrontar etapas críticas entraron en conflicto, lo cual resultó en una mayor concentración de la tierra y una mayor especialización productiva sin transición ecológica.
Imagen del escenario “El granero degradado”
Autora: Noemie Le Coq.
Escenario 3: la nueva modernización excluyente (4.0)
Nuevas estrategias con enfoque productivista, sin cambios radicales en los diseños productivos, con ciertos avances en la agenda ambiental y tecnológica, pero baja participación social y bajo impacto en las áreas rurales.
El dinamismo es el rasgo sobresaliente de un contexto internacional en el cual aparecieron nuevos jugadores y se establecieron nuevas alianzas estratégicas. Si bien China, Estados Unidos y Europa siguieron jugando un rol clave para el comercio internacional de la región, se abrieron nuevas oportunidades con otros socios de África y Asia. Se establecieron algunas alianzas entre dirigencias empresariales y gobiernos de la región, que desarrollaron asociaciones estratégicas en áreas como la investigación y la innovación para fortalecer la inteligencia productiva de los modelos de grandes explotaciones.
Algunos grupos de países de la región establecieron alianzas que los llevaron a tomar posiciones concertadas en negociaciones internacionales, por ejemplo, respecto al cambio climático, y lograron presionar por fondos provenientes de la comunidad internacional para las políticas de adaptación y mitigación. La temperatura del planeta se elevó al 2040 en casi 2 °C, y solo los segmentos más capitalizados de la agricultura consiguieron adaptarse a las nuevas condiciones del clima.
Se establecieron algunos acuerdos estratégicos sobre la forma de explotación y sobre el desarrollo tecnológico en torno a ciertos recursos naturales, y se fueron plasmando proyectos de relevancia en infraestructura y equiparación de normativa que permitieron avanzar en la transición energética de algunos segmentos productivos y en plataformas tecnológicas agroalimentarias regionales, con participación de redes empresariales en distintos países enfocadas en la biotecnología y la producción de alimentos inteligentes.
Esta renovación de las agendas de investigación se apuntaló sobre la articulación en redes empresariales y en la inversión extranjera. Las nuevas agendas no terminaron de absorber demandas de pequeños productores, movimientos sociales y pueblos originarios, y se plasmaron nuevas brechas de conocimientos y de dotación tecnológica que impiden a estos sectores aprovechar las nuevas oportunidades.
Con base en las inversiones, la diversificación de las exportaciones y los nuevos mercados, la situación fiscal en algunos países se estabilizó, con lo que lograron disminuir el sobreendeudamiento que padecían previamente. En algunos países esto se dio a costa de planes de reducción del déficit fiscal estrictos, en otros, con planes más moderados. En algunos los planes de reducción fiscal debilitaron fuertemente a los gobiernos, y sufrieron períodos de inestabilidad institucional y crisis de las democracias. Algunos proyectos de inversión con apoyo internacional permitieron incrementar la productividad y la capacidad exportadora para los commodities.
A pesar del contexto de ciertas oportunidades, se mantuvo el estancamiento en el territorio rural. Las capas de empresarios y productores más dinámicos no terminaron de integrar a un conjunto de la población que se mantuvo rezagada en términos de inserción productiva y sin la capacitación necesaria como para integrarse en los esquemas de producción competitivos. Los movimientos sociales agrarios y campesinos continuaron con sus demandas de acceso a recursos para la producción y sus reclamos por políticas más robustas que permitan la integración de poblaciones segregadas y de pueblos originarios, que no fueron atendidos. Siguieron sin desarrollarse demasiado las políticas que impulsan la producción de alimentos para el consumo interno y la alimentación saludable. Durante el periodo se fortalecieron los canales de comercialización de los grandes supermercados, reduciéndose el peso de los canales cortos y de los mercados de cercanía. Se desvalorizó la política de promoción de pautas de consumo saludables.
En este contexto, la seguridad alimentaria y nutricional en la región mejoró sólo para algunos segmentos urbanos de clases altas y medias, manteniéndose a vastas porciones de la población dependiendo de la asistencia alimentaria, de los alimentos ultraprocesados o de la autoproducción de baja productividad, en el marco de una estructura productiva que continúa en su tendencia hacia la concentración. Tampoco mejoraron de manera significativa los servicios de salud y educación para las áreas rurales.
Si bien algunos acuerdos y alianzas estratégicas a nivel regional fortalecieron a algunos gobiernos latinoamericanos y caribeños en cuanto a su nivel de gobernabilidad y a la estabilidad democrática, no se dieron avances significativos en cuanto a un enfoque integral de la gestión de las políticas públicas. La agenda ambiental avanzó en varios países, pero por carriles separados de la agenda energética y productiva, sin lograr una incorporación transversal en el conjunto de intervenciones de políticas, que continúan teniendo una lógica sectorial. Los enfoques agroecológicos y de la bioeconomía siguieron subordinados por el enfoque lineal productivista. Se mantuvieron en parte como nichos de ensayo de prácticas propias de los movimientos sociales y en parte fueron integrados en los enfoques lineales, desnaturalizándolos.
En cuanto a la infraestructura y el equipamiento para el riego, se dieron inversiones y obras importantes en varios países, solventadas en buena medida por la cooperación de nuevos socios, que permitieron expandir la producción e intensificarla en varias regiones. Estas obras y equipamiento se dieron bajo esquemas relativamente tradicionales, sin avances en la gestión integral de recursos hídricos ni en el ordenamiento territorial y sin demasiada efectividad en las políticas de extensión rural. Los pequeños productores quedaron rezagados y dependientes de políticas de asistencia.
Las políticas de ciencia y tecnología mantuvieron un énfasis en la biotecnología y en los procesos de mecanización para la producción mediana y concentrada. Se dieron avances en la infraestructura para la digitalización, pero con un alcance limitado al que no accedieron grandes segmentos de la pequeña producción por sus bajos niveles de capacitación, desaprovechando las oportunidades del entorno. La falta de políticas efectivas para la alfabetización digital, las dificultades en la regulación del teletrabajo y la falta de compromiso de la educación formal con las competencias digitales hicieron que buena parte de la pequeña y mediana producción no terminase de integrarse a los procesos de digitalización.
Los proyectos relacionados con la infraestructura de transporte se orientaron hacia la mejora en la eficiencia comercial de las principales cadenas de commodities agrícolas. Para el desarrollo de estos, se establecieron acuerdos de inversión entre la región y los nuevos socios comerciales. Se incorporaron mejoras en la infraestructura vial y ferroviaria, articuladas en torno a los principales puertos de exportación para productos agrícolas básicos, donde alianzas público-privadas con participación de empresas multinacionales permitieron la incorporación de modernas tecnologías de gestión que mejoraron la calidad de los servicios logísticos. Los beneficiarios de este proceso de modernización fueron las principales multinacionales exportadoras. El impacto territorial de estas inversiones resultó heterogéneo, observándose una mayor integración multimodal del transporte en las áreas destinadas a la producción de commodities de exportación y cierto aislamiento de las regiones desacopladas de los mercados externos, donde se profundizó la presencia de modos de transporte automotor con presencia de empresas no formales.
En este marco, los modelos de uso del suelo fueron reproduciendo patrones de especialización del pasado. En términos demográficos, continuaron los procesos de gentrificación en las grandes ciudades y la migración rural hacia ellas. Si bien se dio cierto dinamismo en los territorios rurales a partir de la generación de empleo no agrícola, esto ocurrió en actividades agroindustriales y de servicios con ocupaciones de bajos requerimientos de formación y de baja calidad.
Se dieron a lo largo del período intensos conflictos socioambientales en torno a ciertas actividades productivas y extractivas, principalmente minería y agricultura industrial. La participación de las mujeres en el empleo rural siguió postergada por las escasas oportunidades de inserción laboral y productiva en sectores no agrícolas. La falta de alternativas de ocupación debida al poco desarrollo de actividades de transformación y agregado de valor en las zonas rurales, y la ineficacia en las políticas de género a nivel territorial hicieron que se reproduzcan los procesos de exclusión económica de las mujeres. Se profundizaron las brechas de género en las zonas rurales marginadas, y las organizaciones de mujeres rurales se volvieron las principales impulsoras de las luchas de los movimientos agrarios. Como contracara de ello, se observa una creciente participación de la mujer en cargos de dirección dentro de las empresas vinculadas a las cadenas agrícolas de exportación que tomaron notoriedad pública.
Imagen del escenario 3: la nueva modernización excluyente (4.0)
Escenario 4: back to rural
América Latina y los territorios nacionales fragmentados, en contexto de desglobalización, con crisis migratorias y resiliencia rural.
A nivel global se dio en el periodo un proceso de desestructuración de mercados por conflictos geopolíticos y crisis ambientales y sanitarias. Se multiplicaron los conflictos armados entre Oriente y Occidente. Esta dinámica global generó frecuentes alzas de precios de los commodities que desarticularon las cadenas y los intercambios globales. Se dieron crisis alimentarias y de abastecimiento energético en distintas regiones del mundo, de la mano de una desorganización de los mercados, en un proceso acentuado de desglobalización. Se debilitaron durante el periodo las relaciones de cooperación.
Las emisiones de gases con efecto invernadero no lograron ser controladas. La temperatura del planeta se elevó al ritmo de las peores previsiones del IPCC, rondando el 2040 los 2 °C de incremento y con manifestaciones extremas en cuanto a olas de calor, tormentas y eventos extremos y sequías.
En este contexto de crisis económica y ambiental exacerbado, se produjo un incremento de la conflictividad interna regional. América Latina y el Caribe pasaron a ser escenario de confrontación y disputa entre las grandes potencias mundiales.
Las principales estrategias de desarrollo se dieron a nivel local y tuvieron que ver con un vuelco hacia los circuitos cortos y modelos productivos de bajos insumos y con una transición energética forzada hacia esquemas de pequeña y mediana escala. Se dio una menor producción a nivel agregado. Algunos países latinoamericanos y caribeños no productores de alimentos se vieron seriamente perjudicados. En cambio, los países productores tuvieron mayor capacidad para sortear la crisis global, logrando colocar sus excedentes alimentarios en el mercado mundial y abastecer a la población local.
La agenda global del cambio climático se vio totalmente desplazada por la necesidad de atender constantemente a las emergencias. La desarticulación de los mercados y los altos costos de los insumos hicieron que, en los territorios rurales latinoamericanos y caribeños, creciera la orientación hacia la producción agroecológica del campesinado, y se generaron algunas resiliencias de adaptación y mitigación desde lo local, con protagonismo de los movimientos sociales agrarios y agroecológicos radicalizados.
La transformación digital en este contexto estuvo orientada a la pequeña escala, y fue alimentada por grandes empresas internacionales o directamente por los proyectos de las potencias. Se dio una transformación productiva errática y espontánea en los diversos territorios, que fue asumiendo formas locales con distinta incidencia de las potencias.
La estabilidad de los gobiernos se vio seriamente perjudicada. Algunos Estados nacionales perdieron control sobre sus territorios. Hubo incluso algunos procesos de desnacionalización y crisis nacionales que avizoran el surgimiento de nuevos Estados. Las únicas políticas que pudieron llegar a ser viables y efectivas se dieron a nivel local. Ganaron peso fiscal los gobiernos subnacionales, pero las grandes obras de infraestructura se vieron imposibilitadas en general, salvo cuando se les dio apoyo directo de alguna potencia, en el marco de una crisis general de los sistemas de financiamiento y crédito internacional.
No se avanzó en infraestructura de riego de gran escala, pero se dieron distintos modelos de gestión integral del recurso hídrico y de ordenamiento territorial local. Los sistemas institucionales de innovación y conocimiento atraviesan un proceso de desintegración, y se dan nuevas formas emergentes de generación y difusión de conocimiento en un entorno de redes sociales, basado en el intercambio de saberes a través de tecnologías digitales. Esta transición hacia una forma abierta de generación de conocimiento e innovación se da de modo desordenado y como reacción de las pequeñas comunidades al nuevo contexto. Como consecuencia de ello, se evidencia una caída de la productividad del conjunto de los factores y crece la producción de autosubsistencia.
Los modelos de uso del suelo se tornaron más integrales, se desarrollaron distintas actividades dentro de las unidades productivas, relacionadas con la generación de energía y la producción agrícola, pecuaria, ictícola y forestal. Crecieron a lo largo del periodo algunas biofábricas de pequeña escala, formas de aprovechamiento de residuos y circuitos de comercialización local o regional. En algunas regiones productoras, florecieron los mercados regionales y locales de abastecimiento y la autoproducción de alimentos.
Los servicios de salud y educación adquirieron una forma local o de pequeñas regiones, destacándose algunos servicios de educación y alfabetización digital. Crecieron los servicios de salud comunitarios y preventivos, y las medicinas alternativas, pero la expectativa de vida de la población descendió. La organización familiar retrocedió a tiempo atrás.
La producción ya no necesita recorrer grandes distancias, por lo que los servicios de transporte volvieron a modos tradicionales, lo que incluye vehículos de pequeño porte y formas de traslado con tracción a sangre. Las emisiones de gases de efecto invernadero adjudicadas al transporte se redujeron considerablemente. En este contexto se debilitó la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, y crecieron las tareas de cuidados a cargo de las familias y especialmente de las mujeres.
La ocupación laboral a nivel rural se vio revitalizada. Se dieron buenos niveles de generación de empleo no agrícola, en actividades agroindustriales de pequeña escala y de servicios locales, destinadas a la población local. La calidad y calificación requerida de estas actividades depende del proceso de desarrollo local de cada lugar. En algunas regiones se generaron mejores y más calificados empleos, en otras, por el contrario, abundan las ocupaciones de baja calidad y calificación.
En términos demográficos, creció la población rural y de pequeñas y medianas ciudades, en un contexto de migraciones muy complejo que genera algunos conflictos territoriales y en ocasiones algunos procesos virtuosos de integración territorial y cultural. Se volvió muy complicado sostener la vida en las grandes ciudades. Por lo cual comenzó a darse un vuelco hacia poblaciones medianas y pequeñas.
La seguridad alimentaria y nutricional de la población también varió según el éxito de los modelos de desarrollo locales. Donde hubo mayor desarrollo local, la comunidad logra alimentarse bien y de manera segura, y, donde no, crecieron el hambre, los conflictos sociales y las crisis políticas.
Imagen de escenario 4 “Back to rural”
Autora: Noemie Le Coq.