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V. Discusión de resultados y conclusiones

La contingencia siempre ha incidido decisivamente en la historia humana. Incluso en sus períodos más luminosos, lo imprevisible siempre emerge, poniendo en entredicho todos los logros alcanzados. Si bien esa realidad se repite invariablemente a lo largo de la historia, no es menos cierto que esta también se ve afectada por los errores propios, por las malas decisiones que puede tomar una colectividad en un momento dado: la decadencia de Atenas comenzó con la fracasada invasión de Sicilia en el año 415 a. C., que podría haberse evitado, según nos lo enseña Tucídides. Como la suma de posibilidades que condicionan el futuro es incalculable, siempre existe un margen de error, que es irreductible. Estos sucesos imprevisibles, sin embargo, pueden ser conjeturados a través de la prospectiva. Y, si existen estructuras de gobernanza que anticipen esos escenarios peligrosos y promuevan una deliberación y una previsión racionales, al menos algunos de esos errores pueden ser evitados. Ese es el sentido de la reflexión que hemos querido hacer en este estudio.

Una visión global de largo plazo es una necesidad para la agricultura regional, pues, al anticipar escenarios, es posible definir estrategias multiactores y políticas públicas. Hay variables cuya evolución podemos prever con relativa seguridad, como el crecimiento demográfico mundial, que señala 10 mil millones de habitantes al año 2050, o como la ingesta calórica o la expansión de los servicios de electricidad o agua potable. Otras áreas son menos claras, como la metamorfosis cultural generada por la digitalización, o la presión que se ejercerá sobre los recursos naturales, pues esta responde a múltiples factores causales, entre ellas la evolución de la tecnología, que puede cambiar completamente el planteamiento del problema. Pero, más allá de los diferentes escenarios que podamos anticipar, parece claro que los cambios que estamos viviendo preparan la llegada de un nuevo orden mundial y de un nuevo estadio civilizacional. Esto le impondrá nuevos roles y nuevos desafíos a la economía regional, incluyendo allí al sistema alimentario y al mundo rural. A sabiendas de que es difícil predecir realmente lo que pasará más adelante, hemos querido echar una mirada al futuro para imaginar qué tenemos que hacer ahora para llevar las cosas hacia un mundo más positivo y más estable. Es lo que hemos denominado “camino de diseño”.

Siguiendo una metodología específica, se ha apelado a conocimiento experto para configurar escenarios de futuro basados en un set de 30 factores o drivers de distinto tipo (económicos, ambientales, sociales, tecnológicos, políticos), que han sido seleccionados y ponderados según su grado de importancia y de incertidumbre, y analizados en su influencia recíproca. Cada escenario ha sido pensado con moderación, suponiendo que pasan cosas que están dentro de las posibilidades reales, si bien en el primero se da una confluencia compleja de evoluciones positivas en las distintas dimensiones y en el cuarto puede reconocerse una confluencia compleja de aspectos negativos, aunque también ambivalentes. Los cuatro son, de todos modos, escenarios plausibles. Esta especie de exageración sobre los resultados positivos en el primer escenario tiene una finalidad pedagógica y expresiva, que es la de señalar todas las definiciones estratégicas y cursos de acción que pudieran llevarnos al mejor escenario, así como el conjunto de desvaríos que se contemplan en el cuarto escenario e incluso en el segundo y el tercero. En total se han configurado cuatro posibilidades:

  • Camino de diseño. El planeta logra ir trazando un camino de adaptación y mitigación del cambio climático, y la economía mundial logra un proceso de crecimiento virtuoso. La región se integra en su interior y encuentra un lugar de reposicionamiento en la economía mundial. Se produce un proceso de convergencia productiva, con nuevos modelos productivos y políticas públicas eficientes y transversales que generan estabilidad. El cambio climático de todos modos golpea a la agricultura y el mundo rural, pero la agricultura y los sistemas institucionales logran evolucionar para adaptarse y controlar las emisiones.
  • El granero degradado: explotando las últimas reservas. Se produce una fragmentación regional, la región no logra desarrollar proyectos estratégicos y se mantiene en un lugar secundario en el sistema alimentario mundial, especializándose en la producción de commodities. Se mantiene un enfoque productivista, sin cambio tecnológico significativo ni transición ambiental y con mayor exclusión rural. Gran impacto del cambio climático sobre la agricultura y el mundo rural.
  • La nueva modernización excluyente (4.0). El mundo se recupera de las crisis sistémicas, pero su situación es frágil e inestable. Bajo crecimiento económico de la economía global. América Latina logra una mejor integración económica, con avances en la agenda pública ambiental y tecnológica. Sin embargo, ello no es suficiente: se mantiene la gran heterogeneidad productiva, predominan los modos de producción convencionales, solo en algunos sectores se agrega valor. Las políticas públicas son débiles y generan baja participación social. El desarrollo de la agricultura es incompleto y no logra impacto en muchas áreas rurales. El cambio climático golpea a la agricultura y el mundo rural. Calentamiento global moderado, adaptación y mitigación relativa.
  • Back to rural: Crisis de la economía mundial. América Latina y los territorios nacionales se fragmentan en un contexto de desglobalización, con crisis migratorias y resiliencia rural. Se da una ruptura total de las cadenas logísticas y de suministro, y un repliegue en lo local de la producción agrícola. Gran impacto del cambio climático sobre la agricultura y el mundo rural, en un contexto de migraciones, ampliación de desigualdades y experiencias de resiliencia.

Algunos de estos escenarios pueden resultar más claros y otros más ambiguos en cuanto a los resultados, dependiendo del enfoque y de las prioridades que les imprima el lector.

Se ha buscado dar una clara valoración positiva al escenario “Camino de diseño”, en donde el mundo logra equilibrarse y, dentro de él, América Latina y el Caribe encuentran su lugar. La sociedad mundial logra salir de la actual crisis en donde nos encontramos y es capaz de reaccionar frente a los grandes desafíos ambientales, económicos, sociales y políticos. En ese contexto, la agricultura regional se consolida como proveedor mundial de alimentos, en un nuevo régimen agroalimentario en donde la región hace su aporte, llevando sus potencialidades de agregación de valor a nuevos niveles de desarrollo. Y en paralelo se desarrolla un mercado interno bien estructurado, que es capaz de alimentar en forma saludable a toda la población, incluyendo a sus segmentos sociales más vulnerables.

El escenario “Camino de diseño” requiere de una gran lucidez sociopolítica para hacerse realidad. Para ello, es necesario identificar una dirección específica: en el plano económico, los alimentos y las transiciones energéticas y ecológicas constituyen una gran definición estratégica para dar un gran impulso que acelere el desarrollo económico y social. Una proyección lineal de las exportaciones de alimentos regionales al año 2040 indica que se podría llegar a USD 440 mil millones, volumen que se suma a la importante producción destinada al mercado interno. Hay aquí mucho valor económico en juego, que justifica una estrategia regional alimentaria.

Para avanzar en estas transiciones, es necesario que los países tengan autonomía y estabilidad económica e institucional para tomar definiciones claves y sostener rumbos, con paquetes coordinados de inversiones públicas y privadas. Y sobre esa fortaleza institucional, de políticas públicas y de coordinación, poder crear una nueva economía, basada en la agregación de valor, en el cuidado de los recursos naturales, en la integración de sectores y actores y en el fortalecimiento de redes, haciendo posible un salto en materia de mejoramiento tecnológico e institucional.

En la teoría del gran impulso, las inversiones y políticas aisladas (bit by bit allocation) no pueden mover la economía hacia el camino del desarrollo económico. Se requiere de una planificación para lograr esa gran transformación, una planificación que no sea simplemente previsional, sino también voluntarista, que incluya a los gobiernos, las empresas y la sociedad civil.

De acuerdo a la fórmula de Pierre Massé, la planificación “apunta a obtener por la concertación y el estudio una imagen del futuro suficientemente optimista para ser deseable y suficientemente creíble para desencadenar las acciones que engendrarán su propia realización” (Guesnerie, 1996). Esta publicación ha querido generar esa imagen de futuro, analizando las relaciones entre los factores esenciales y el rol clave de las políticas, la gestión estatal y la coordinación entre actores. Transformarnos en un actor de peso en el sistema agroalimentario global y a la vez dar respuestas a las necesidades de nuestra población supone un alto nivel de excelencia y nuevos modelos productivos que incluyan muchas transiciones (energética, agroecológica, hídrica) hacia un nuevo paradigma productivo, socioeconómico y ambiental.

La experiencia nos enseña que solo deviene realidad aquello que ya está en potencia. Para concretar ese mejor escenario (camino de diseño), se apela a la historia productiva de la región, a la riqueza de sus ecosistemas, de sus territorios y de su cultura. Los gobiernos cuentan con instituciones que regulan el sistema alimentario, y la sociedad civil tiene una trayectoria en materia organizacional. La región contiene un entramado de pequeñas y grandes empresas y hay muchos actores sociales que quieren participar en ese gran impulso. En virtud de todos estos factores, la ruralidad se reorganiza y se conecta de otros modos con las ciudades. Y el mundo también se transforma, se integra alrededor de polos económicos y refuerza sus dispositivos de política para mejorar la operación del sistema alimentario global y para generar una base biológica que sostenga a la nueva bioeconomía de 2040.

Al concluir, podemos decir que es útil tener una imagen de los futuros posibles. Por una parte, imaginar el peor escenario nos sirve para ubicarnos, para saber dónde estamos, para no cometer errores. Con él estamos mucho más conscientes de que esas amenazas son plausibles: las cosas son frágiles, son varios los factores de crisis y estamos enfrentados a delicadas bifurcaciones. Por otra parte, los escenarios optimistas nos sirven para afrontar las crisis actuales y nos sugieren que ese mundo soñado también puede ser realidad, si sabemos actuar oportuna y adecuadamente.

Al imaginar los escenarios deseados, los hacemos posibles: esa es la conclusión más importante de este trabajo. A través del ejercicio prospectivo, podemos cuestionar las ideas dominantes, para incentivar el surgimiento de nuevas ideas que nos permitan avanzar. Y es sugerente lo que nos señalan esos escenarios positivos: la idea de un agro regional potente y sustentable es suficientemente poderosa y plausible para que nos decidamos a actuar, para ser parte de ese gran impulso hacia esa nueva economía y ese nuevo estadio civilizacional.



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