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1 Perspectiva teórico-metodológica interdisciplinaria

Hacia el lugar del decir del agente y su construcción discursiva

Entre la sociología y el análisis del discurso: el discurso como práctica

Con el aporte de saberes de dos disciplinas, la sociología y el análisis del discurso, Ricardo Costa y Teresa Mozejko (2000, 2001, 2002, 2007, 2009, 2011, 2015, 2017) elaboraron una propuesta teórico-metodológica que nos orientó tanto en la construcción del objeto de estudio como en los trayectos investigativos. Desde este enfoque, el discurso es considerado una práctica realizada por un sujeto social en un “proceso de producción de opciones y estrategias discursivas” (Mozejko-Costa: 2002: 14).

¿Cómo se inscribe esta perspectiva interdisciplinaria en el marco de los programas de formación académicos habitualmente centrados en especializaciones? Teniendo en cuenta las frecuentes fronteras disciplinares, los autores se interesan por superar obstáculos afrontados por los sociólogos al abordar los discursos y por los analistas del discurso para asir lo social (Costa-Mozejko: 2009).

La cuestión del nexo entre los discursos y la sociedad no es nueva, esta ha sido abordada por varios teóricos de la tradición marxista, entre ellos, Raymond Williams quien, al concebir el lenguaje como “una presencia social dinámica y articulada dentro del mundo” (Williams. 1980: 51), es decir, al considerarlo como una acción social, cooperó decisivamente en la crítica a la noción de reflejo del marxismo ortodoxo entre una base y una superestructura; según Williams, el pensamiento “permanecía fijado en la teoría del reflejo porque esta era la única conexión materialista posible entre las categorías abstractas admitidas [lenguaje y realidad]” (Williams: 1980: 47).

El lenguaje no puede separarse “del proceso social material” (Williams: 1980: 120), no son entidades separadas. Por esto, escribieron los autores, no se trataría de considerar la relación entre dos hechos distintos, sino, antes bien, de estudiar dos dimensiones de una misma práctica distinguibles solo en virtud de un trabajo investigativo —entonces, el discurso no sería un mero efecto de una dimensión social, ni su reflejo, etc.—, que apuntaría a explicar el proceso de producción de opciones discursivas por parte de un agente.

A los efectos de abordar los discursos y la sociedad como dimensiones de una misma práctica, los autores efectuaron un cambio de escala, puesto que, siguiendo a Jacques Revel, el nivel micro o macro del análisis incide en “el problema formulado, en los sujetos, en los conceptos, preguntas e información pertinentes” (Costa-Mozejko: 2009: 47): a partir del diálogo interdisciplinario, Mozejko y Costa optaron por focalizar en los procesos de producción discursiva reduciendo la escala desde un plano macro que se interrogaba por el nexo entre lo social y los discursos a su reformulación en los términos del vínculo entre las estrategias discursivas y el sujeto social que las produce.

Desde este enfoque orientado a asir lo social en lo discursivo y, también, advertir el anclaje del sentido en lo social, considerar el discurso como una práctica nos conduce a la cuestión del sujeto social o agente productor quien trabaja “bajo determinadas condiciones” (Costa-Mozejko: 2009: 9) y a su construcción textual (o enunciador) —un recurso heurístico para abordar diferentes rasgos discursivos; se trata de advertir dos niveles de identidad que no podemos homologar porque el sujeto textual es uno de los efectos de sentido producidos por el sujeto social.[1]

El anclaje del sentido en lo social y, a su vez, de lo social en el sentido constituyó un problema teórico desarrollado por el sociólogo Max Weber (1992)[2] y, luego, continuado por otros pensadores; este es el caso de Eliseo Verón quien, al formular su teoría de los discursos sociales, consideró que “toda producción de sentido es social y todo fenómeno social es, en una de sus dimensiones constitutivas, un proceso de producción de sentido” (Verón: 1987: 125).

En esta línea, Teresa Mozejko y Ricardo Costa acentuaron que son sujetos sociales diferenciados por el control desigual de recursos eficientes, quienes instalan, discuten, precisan, producen los sentidos implicados en los sistemas de relaciones. En “La circulación de los discursos”, los autores escribieron que “no es ocioso poner un énfasis especial en afirmar que los discursos no circulan ni migran por sí solos […] requieren […] la intervención de agentes sociales que los producen, distribuyen, seleccionan, interpretan” (Mozejko-Costa: 2000: 3); significaciones, reglas, valores en ocasiones objetivados en normas, premios, etc., refirió Ricardo Costa en “Pensar las prácticas desde la diferencia” (2015).[3]

Así, los procesos sociales, las prácticas, entre ellas, las discursivas, no son producto de individuos aislados sino resultado de opciones efectuadas por sujetos desigualmente dotados de recursos eficientes dentro de los diversos sistemas de relaciones.[4] Por otra parte, todos los sujetos estarían provistos de competencias y poder relativo; no solo los agentes dominantes lograrían imponer, prevalecer. Se trata de advertir que aun cuando el peso relativo de los agentes sea desigual, todos controlan algunas cartas, recursos, capitales.[5]

En esta dirección, Michel Foucault, alejado del modelo jurídico-represivo del poder, escribió que el poder “no es algo” que los sujetos tengan, compartan, conserven o pierdan, sino que “el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias” (Foucault: 1995: 114) y, como “no hay, en el principio de las relaciones de poder […] una oposición binaria y global entre dominadores y dominados”, éste también “viene de abajo” (Foucault: 1995: 114).

Desde este enfoque, tomamos el aporte sustantivo de Marx en “la definición de los sujetos sociales a partir de la posición relativa (e intereses)” (Costa-Mozejko: 2009: 29) en vínculo con un “control diferenciado de recursos eficientes” (Costa-Mozejko: 2009: 29); aunque Mozejko y Costa no redujeron los capitales solo al bien económico, como otros autores, dada “la variedad de recursos y [de] su composición” (Costa-Mozejko: 2009: 44) eficientes en distintas “tramas de relaciones” (Costa-Mozejko: 2009: 44); por ejemplo, el recurso económico no sería en principio eficiente en una disputa por la verdad histórica o en una discusión por el concepto de lo bello en el plano artístico (Costa-Mozejko: 2009).[6]

Una apertura respecto de los recursos que podrían ser considerados como parte del capital de un agente es uno de los aportes del trabajo sociológico de Pierre Bourdieu quien discriminó cuatro especies de “esta energía de la física social” (Bourdieu: 1995: 81): económico, cultural, social —las “tres clases fundamentales de capital (cada una de ellas con subespecies)” (Bourdieu: 1995: 81)— y simbólico —“que es la modalidad adoptada por una u otra de dichas especies” (Bourdieu: 1995: 81). Si bien no intentamos enumerar los recursos exhaustivamente, pues sustantivarlos sería extraño a esta noción de raigambre relacional, la propuesta de Bourdieu nutrió las elaboraciones teóricas de Mozejko y Costa.

Sin embargo, los autores optaron por no recuperar la noción de campo propuesta por Bourdieu. En el artículo “Campo, fuera de campo, contracampo” incluido en El trabajo sociológico de Pierre Bourdieu (2005), Bernard Lahire, siguiendo a Bourdieu, definió el campo como “un espacio estructurado de posiciones” (Lahire; 2005: 31), cuyos agentes se vinculan en el enfrentamiento por acceder a un capital “desigualmente distribuido” (Lahire: 2005: 31). No obstante, Lahire indicó un límite en la noción de campo de Bourdieu: un concepto que operó haciendo leer las relaciones polémicas (enfrentamientos, disputas, luchas) en los espacios sociales, pero no todas las formas de sociabilidad comprendidas en tales espacios, por ejemplo “las relaciones interpersonales (y por lo tanto, las relaciones amistosas)” (Lahire: 2005: 50). Por esta razón, Lahire consideró que esta teoría consagró mucha energía a “iluminar las grandes escenas en las que se juegan desafíos de poder” (Lahire: 2005: 42), pero muy poca energía a quienes las montan, “ponen en su sitio los decorados o fabrican la utilería, barren las tablas o las bambalinas, fotocopian los documentos o tipean las cartas” (Lahire: 2005: 42).

Afinando la mirada, Lahire se refirió a las prácticas que los sujetos sociales realizan de manera ocasional (un encuentro de amigas en un bar, jugar a un deporte por parte de un aficionado, etc.) haciendo notar que estas no son legibles como sistemáticas posiciones de agentes en relaciones de lucha constantes por un capital puesto en juego que generaría predominio, jerarquías, exclusiones, etc., y, por lo mismo, no constituirían campos sociales (Lahire: 2005).

En “Pensar las prácticas desde las diferencias” (2015), Ricardo Costa presentó una discusión semejante cuando refirió que los agentes no solo se vinculan mediante una lógica agonística que derivaría en una teoría conflictiva de la acción, ya que existe entre ellos colaboración, indiferencia, negociación, no sólo competencia (Costa: 2015). Según el autor, es pertinente hablar de campo cuando los agentes compiten por los recursos, propiedades, capitales que no solo ponen en juego “ser diferente, sino también ser más” (Costa: 2015: 43, la cursiva es del original) y, por lo mismo, su posesión genera jerarquías de posiciones, prevalencia, dominio, incluso, exclusiones: “Deberíamos […] limitarnos a hablar de campo en términos de Bourdieu, en cuanto espacio que funciona con una lógica agonística, cuando están en juego recursos […] que tienen la característica de generar, por su posesión o control, jerarquías o exclusiones” (Costa: 2015: 43).[7]

Planteando una crítica a la unicidad del sujeto que supondría la noción de habitus de Bourdieu —quien, no obstante, llegó a percibir la multiplicidad de repertorios de esquemas de acción como “habitus desgarrados, entregados a la contradicción y a la división contra sí mismo” (Bourdieu citado por Lahire: 2004, la cursiva es del original), entendidos como “esquemas de producción de prácticas” y “de percepción y de apreciación de las prácticas” (Bourdieu: 1986: 136)—, en El hombre plural. Los resortes de la acción (2004), Lahire postuló que la pluralidad de contextos sociales y de repertorios de hábitos generan actores plurales dado que “vivimos, pues (relativamente) simultánea y sucesivamente en contextos sociales diferenciados” (Lahire: 2004: 50). Siendo múltiples, heterogéneos y variados los resortes de la acción, el actor resulta un sujeto plural. Según Lahire, el actor social es: “alguien que […] ha participado durante su trayectoria, o simultáneamente, […] en universos sociales variados y en posiciones diferentes dentro de los mismos” (Lahire: 2004: 55).

Teresa Mozejko y Ricardo Costa ya habían considerado estos múltiples “resortes de la acción” (Lahire: 2004) cuando en sus trabajos observaron la participación de los agentes en varios sistemas sociales no legibles en términos de “campos”; por ejemplo, al estudiar el poder de Bartolomé Mitre (1821-1906) como historiador argentino, los autores advirtieron el valor de los recursos militares, políticos y periodísticos acumulados por éste en sistemas sociales del siglo XIX distintos al dominio de la historiografía (Mozejko-Costa: 2002).

Dos niveles de identidad: el sujeto textual y el sujeto social o agente

Entender el discurso como práctica conduce al estudio de dos “niveles de identidad” (Mozejko-Costa: 2002: 13): el sujeto social o agente y el textual.

Desde esta perspectiva teórico-metodológica (Mozejko-Costa: 2000, 2001, 2002, 2007, 2009, 2011, 2015, 2017), las estrategias discursivas empleadas por el sujeto social o agente al producir su discurso resultan:

  • visibles a través de marcas en el enunciado (producto);[8]
  • comprensibles por el lugar desde el cual el agente las produjo (Mozejko-Costa: 2002).

La enunciación y el sujeto textual[9]

Teresa Mozejko y Ricardo Costa conciben la enunciación como un acontecimiento histórico que consiste en la producción de un enunciado; este modo de presentarla remite a textos de Émile Benveniste y Oswald Ducrot.

El segundo, en el libro El decir y lo dicho (1994), definió la enunciación como un acontecimiento histórico consistente en la realización o la “aparición de un enunciado” (Ducrot: 1994: 135), es decir, el hecho de que “haya sido realizada” (Ducrot: 1994: 135). Definida como la existencia, producción o aparición de un enunciado, su rango histórico se vincula a su carácter de suceso puntual, desde la mirada de Ducrot: hacer un enunciado “es, en efecto, un acontecimiento histórico: algo que no existía antes de que se hablara, adquiere existencia, para dejar de existir después de que se deja de hablar” (Ducrot: 1994: 253).

Al mismo tiempo, Ducrot historizó el problema indicando que su consideración data de tiempos próximos: según el lingüista, la enunciación adquirió popularidad cuando Émile Benveniste publicó Problèmes de linguistique générale (1966) cuya sección V presenta el sugerente título de “El hombre en la lengua”. En ese libro, se refirió a la enunciación como una “instancia de discurso” (Benveniste: 1966: 262), siendo “el ejercicio de la lengua” (Benveniste: 1966: 262) el “fundamento de la subjetividad” (Benveniste: 1966: 262, la traducción es nuestra).

Desde la disciplina lingüística, cuyos aportes abonaron en buena medida el análisis del discurso, Ferdinand de Saussure había distinguido el dominio del habla y el sistema de la lengua considerando al primero como la puesta en práctica del código lingüístico. Sin embargo, dicho sistema “no contendría alusión alguna al uso, así como un instrumento no hace referencia a sus diferentes empleos” (Ducrot: 1994: 134).[10]

No obstante, agregó Ducrot, la especificidad de la lingüística que tiene por objeto la enunciación actúa inversamente, porque, aun conservando la distinción metodológica entre lo que observa y el objeto que construye el analista, “se piensa que este objeto comporta de una manera constitutiva indicaciones referidas al acto de hablar” (Ducrot: 1994: 134). Indicaciones atendibles para el autor porque permiten acceder al sentido: “se puede definir el sentido de un enunciado […] como una descripción de su enunciación: se trataría de una especie de imagen que el locutor construye para el alocutario en la cual caracteriza el hecho histórico en que consiste la aparición del enunciado” (Ducrot: 1994: 140).

Tras referirse al tratamiento que del tema realizan otros especialistas como Mieke Bal (1985), quien remitió a la noción de autor implícito como un efecto de lectura que resulta de la investigación del sentido del texto y no el origen del mismo, Tzvetan Todorov (1966) y Gérard Genette (1972), los autores distinguen al sujeto social responsable del acto histórico de la enunciación de su figura textual, en consonancia con la cita precedente en la cual Ducrot recurría a la idea de una “imagen” elaborada por un “locutor” en el enunciado destinada a un “alocutario” (Ducrot: 1994: 140).

Arribamos, entonces, a la postulación de dos niveles de identidad, el sujeto textual y el social o agente que produce el discurso, advertida por Gérard Genette cuando refirió que el autor de El Aleph —“El Borges autor, ciudadano argentino, premio Nobel de honor […] quien firma El Aleph”— y la figura heroica que narra en dicho cuento —“el Borges narrador y héroe de El Aleph”— no son asimilables “aunque compartan numerosos rasgos biográficos (no todos)” (Genette, 1991: 85 citado por Mozejko-Costa: 2002: 16). Sujeto social y textual difieren porque el segundo resulta un “ente de ficción, simulacro de sí que construye” el agente (Costa-Mozejko: 2002: 18), a partir de un proceso de “selección, jerarquización, enmascaramiento” (Costa-Mozejko: 2002: 18).[11]

Desde esta perspectiva, focalizamos en el nivel de la enunciación. En especial, nos centramos en las estrategias discursivas seleccionadas por el agente social en la confección de su simulacro textual, el enunciador o yo implícito, entendiendo que este sujeto resulta un lugar que se recorta en una red de relaciones; según los autores, “dicho sujeto y su competencia son producidos […] relacionalmente” (Costa-Mozejko: 2015: 12): con el enunciado, otros enunciadores, el enunciatario y las reglas del decir.[12]

En este abordaje del sujeto textual, recuperamos el trabajo fundante de Benveniste quien señaló que “yo” es una forma vacía de la que se apropia cada locutor en su discurso; en efecto, en el capítulo “De la subjetividad en el lenguaje”, el teórico escribió que “yo” remite a una “realidad discursiva” (Benveniste: 1966: 262, la traducción es nuestra).

Los autores proponen distinguir entre una enunciación enunciada, en la cual se dice que se dice, y una implícita, en la cual los rasgos que definen al enunciador son inferidos a partir de diversos elementos del texto como la presentación de los personajes, el rescate de determinadas tradiciones en la conservación de un legado, etc. Se trata de un enunciador implícito que puede hallarse desplegado en distintos momentos de la diégesis —conjunto de sucesos que componen la historia narrada, según la perspectiva de Genette en Figuras III (1972)— o en figurativizaciones del narrador como testigo, personaje, etc.[13]

La construcción sociológica del sujeto

El sujeto social o agente no es un sujeto biográfico que remite a un tipo de identidad construida por el género de la biografía[14] ni uno empírico considerado de manera aislada, aunque éste sea su soporte efectivo: “la ciencia los construye como agentes, y no como individuos biológicos” (Bourdieu: 1995: 71, la cursiva es del original), según Bourdieu.

Bourdieu definió al agente social por su posición en un campo[15]: el sujeto es aprehendido por “su posición en el espacio social” (Chauviré-Fontaine: 2008: 14), éste “existe y sólo subsiste bajo las coerciones estructurales del campo” (Chauviré-Fontaine: 2008: 14) y, a pesar de todo “anhelo de distinción”, una vez “situado, no puede no situarse, distinguirse” (Bourdieu: 1986: 65, la cursiva es del original): inscripto en un espacio social, resulta un efecto de la distinción producida socialmente (Bourdieu: 1986).

La noción de agente de Bourdieu es retomada por Teresa Mozejko y Ricardo Costa cuando proponen construir los sujetos que producen las prácticas a partir del estudio de sus capitales, recursos, cartas, propiedades (Mozejko-Costa: 2001, 2002), sin recuperar la idea de campo en virtud de los diversos sistemas de relaciones considerados.

Los autores analizan este nivel de identidad social mediante tres conceptos:

  • Lugar
  • Competencia
  • Gestión

La noción de lugar indica un “conjunto de propiedades eficientes” (Costa: 2013: 1), leemos en “Para una sociología de las prácticas. Conceptos centrales” (Costa: 2013). En “Los Güemes de la historia o modos de hacer historia” (2001), los autores se refieren a dichas propiedades como el conjunto de “recursos (capitales) que, durante el periodo en cuestión, son significativos en cuanto generadores de capacidad diferenciada de relación” (Costa-Mozejko: 2001: 99), capacidad diferenciada de relación que designa lo que el sujeto “es socialmente” (Mozejko-Costa: 2002: 19, la cursiva es del original), por lo tanto, toda (des)posesión de capitales no es una mera “dimensión más de un sujeto-en-sí” (Mozejko-Costa: 2002: 19).

Por ejemplo, los autores estudiaron cuáles fueron los recursos relevantes luego de la Independencia, es decir, en un contexto de luchas por el diseño, implementación y control de la forma que asumiría la organización nacional, a saber: a) ascendencia familiar; b) educación; c) recursos económicos; d) fuerza; e) autoridad y f) acceso al discurso. Y, en el siglo XIX, analizaron cómo algunos sujetos integrantes de la dirigencia letrada y culta argentina, escritores de historia —Bartolomé Mitre, Vicente Fidel López y Dalmacio Vélez Sársfield— controlaron diferencialmente dichos recursos (Costa-Mozejko: 2001).

En este contexto en que dichos sujetos entablaron disputas relativas a los modos legítimos de hacer historia, Teresa Mozejko y Ricardo Costa analizaron las diferentes estrategias de legitimación discursivas usadas, advirtiendo un vínculo coherente con el grado de (des)posesión de tales recursos. Así, desde esta perspectiva, resulta comprensible que Mitre haya ponderado la importancia de los documentos escritos ante los registros orales (a los cuales él no tuvo acceso), mientras Vicente Fidel Lopéz los valoró dado que contó con una ascendencia familiar asociada directamente a los sujetos de las gestas nacionales y, por lo mismo, pudo construirse como quien escuchó de primera mano los hechos que relató —en cambio, en los hechos de la Independencia, la familia del fundador del diario La Nación tuvo una participación “[…] de segundo orden” (Costa-Mozejko: 2001: 101).

En el artículo “Producción discursiva: diversidad de sujetos” (2002), el lugar es presentado en estos términos: “conjunto de propiedades eficientes que definen la competencia relativa de un sujeto social dentro de un sistema de relaciones en un momento/ espacio dado, en el marco de la trayectoria” (Mozejko-Costa: 2002: 19, la cursiva es del original).

Los elementos que componen un lugar y confluyen en la competencia del agente, dado que éste resulta “el principio” que define “la competencia relativa de un sujeto social” (Mozejko-Costa: 2002: 19), pueden apreciarse en este esquema:

                          

Que los recursos sean eficientes, es decir, que generen diferencias, se vincula con:

  • La pertinencia: refiere a los capitales propios de un sistema. Dominar el griego o el cálculo integral, propone Bourdieu (1995), y ser bueno jugando al fútbol, escriben los autores (Mozejko-Costa: 2002), son recursos generadores de diferencias entre los agentes en “juegos” diferentes: los capitales eficientes son símiles de “triunfos, esto es, de cartas maestras cuya fuerza varía según el juego” (Bourdieu: 1995: 65, la cursiva es del original) sugiere Bourdieu valiéndose de la metáfora lúdica en Respuestas y agrega: “Un capital o una especie de capital es el factor eficiente (…) como arma y como apuesta; permite a su poseedor ejercer un poder, una influencia, por tanto, existir” (Bourdieu: 1995: 65, la cursiva es del original).
  • El grado y el volumen: criterio que se refiere a la desigualdad en la posesión de determinadas propiedades lo que suscita variaciones en el reconocimiento social de las mismas. Por ejemplo, no es indiferente en la probabilidad de que Bartolomé Mitre sea tenido en cuenta como escritor el hecho de que él haya sido presidente como figura política, haya fundado uno de los diarios más prestigiosos como periodista y haya guiado ejércitos desde el ámbito castrense en un contexto histórico-político signado por cruentas luchas por la organización nacional (Mozejko-Costa: 2002).
  • La estructura: reviste importancia considerar el peso relativo de las propiedades que conforman la competencia, porque, por ejemplo, si bien la condición de mujer de Juana Manuela Gorriti (1816-1892) no es un recurso favorable para obtener aprecio como escritora en la sociedad limeña de su tiempo, otros capitales, como su ascendencia familiar aristocrática en Salta ligada a las luchas por la Independencia, su prestigiosa educación que fue un “recurso para su carrera de escritora, sobrevivencia e inserción en Lima” (Costa-Mozejko: 2009: 136), no nos permiten asignarle un lugar sólo de subalternidad (Costa-Mozejko: 2002, 2009). De este modo, los autores señalan que “el lugar desde donde Juana Manuela ve y construye la realidad […] es el de la competencia que resulta de la articulación de diversos elementos, uno de los cuales es el de ser mujer” (Costa-Mozejko: 2009: 129).
  • La gestión: remite a la puesta en valor de las propiedades que hace el sujeto quien “al usarlas” (Mozejko-Costa: 2002: 24, la cursiva es del original) oculta, destaca, subraya algunas. Este saber consiste en poner en valor los recursos y potenciarlos como capacidad diferenciada de relación. Los autores denominan gestión de la competencia a este uso, que en cuanto “saber hacer” es una propiedad de la competencia (Mozejko-Costa: 2002). En el uso de los recursos no puede dejar de considerarse la orientación del sujeto incorporada en forma de marcas/ aprendizajes generadores de predisposiciones “a mirar, ver, valorar, actuar más de ciertas maneras que de otras” (Mozejko-Costa: 2002: 26):

        … la gestión de su competencia, es decir, de su propia identidad, en el marco de sistemas de relaciones donde, como en el caso del mercado, defender la cara o mejorar la posición relativa es un desafío permanente de luchas y alianzas, va produciendo en el sujeto social, al mismo tiempo que lo constituye como tal, marcas de éxitos y fracasos, percepciones de lo posible, pensable, accesible para él (es decir: para su competencia) y dentro de qué contexto, aprendizajes de lo beneficioso y rentable o perjudicial… (Mozejko-Costa: 2002: 26)

        La competencia del sujeto social resulta de un prolongado proceso de acceso a capitales. A esta dimensión temporal, los autores la denominan trayectoria, siguiendo a Pierre Bourdieu. Esta, a diferencia de las biografías, “describe la serie de posiciones […] ocupadas” (Bourdieu: 1986: 71) temporalmente por el agente social en diversos sistemas de relaciones.

        Desde una mirada sociológica, en la formación de la competencia inicial del sujeto, tienen un peso relevante los capitales familiares heredados. Sin embargo, el lugar de origen no es un destino (Costa-Mozejko: 2009) y, desde aquí, el sujeto inicia un continuo proceso de acceso o pérdida de capitales (educación, relaciones, etc.). Dicho proceso comporta dos dimensiones: a) acumulación o pérdida de recursos e b) incorporación de predisposiciones u orientaciones para la acción, como resultado de aprendizajes (Mozejko-Costa: 2002). Así, la trayectoria refiere a una serie de posiciones del sujeto que remite a cambios en su competencia.

        Recapitulando, construimos al agente social a partir de “los conceptos de lugar y competencia” (Mozejko-Costa: 2002: 16, la cursiva es del original) y “gestión de la competencia” (Costa-Mozejko: 2001, 2002, 2009) presentados.

        Los autores proponen finalmente la siguiente definición de competencia: “Capacidad diferenciada de relación fundada en el control diferenciado de propiedades y/o recursos eficientes, y en las orientaciones de uso y gestión de las mismas, incorporadas” (Mozejko-Costa: 2002: 27, la cursiva es del original).

        Como puede inferirse de lo dicho hasta aquí, la gestión de la competencia remite, como la trayectoria, a dos dimensiones complejas de distinguir: por un lado, en tanto “saber usar” —conjunto de conocimientos, informaciones, habilidades-, constituye una propiedad más de la competencia del sujeto por lo cual los autores ubican dicha gestión dentro de los factores que operan en la eficiencia de los recursos y, por otro, refiere a una constelación de predisposiciones u orientaciones a “usar y poner en valor ciertos recursos más que otros” (Mozejko-Costa: 2002: 28, la cursiva es del original).[16]

        A continuación, en el Capítulo 2, estudiamos segmentos de la trayectoria inicial del agente por diversos sistemas de relaciones. En el Capítulo 3, abordamos su lugar social en el sistema de relaciones literario y cultural argentino de la posdictadura y, en el Capítulo 4, nos detenemos en su posición respecto de algunas opciones discursivas en circulación en su espacio de posibles discursivo. Finalmente, en el Capítulo 5, analizamos rasgos singulares de su figura textual en sus novelas sobre el pasado reciente comprensibles según su lugar social en el periodo.


        1. Más adelante precisamos cómo construimos teórico-metodológicamente ambos niveles de identidad.
        2. Max Weber, uno de los sociólogos que le dio a la acción el lugar de un problema teórico central, consideró que sólo nos resulta dado hablar de ella en la medida en que un sujeto le enlace un sentido. Una discusión sobre el concepto puede leerse en el artículo “La teoría de la acción en Weber, Parsons y Habermas: algunas consideraciones críticas” de Ángeles López Moreno (2005).
          Disponible en: http://revistas.ucm.es/index.php/FORO/article/viewFile/FORO0505110179A/13799 [consultado el 1 de noviembre de 2017].
        3. Karl Marx remitió a la noción de clase social, Michel Foucault refirió la idea del sujeto como un individuo disciplinado y Bourdieu aportó la noción de un agente social productor situado en un campo social cuya identidad no es sino “lo que los hace ser socialmente su posición” (Chauviré-Fontaine: 2008: 15).
        4. Los autores indican dos enfoques desde los cuales se abordó la circulación discursiva: uno cercano al concepto de la acción comunicativa de J. Habermas y otro, al que contribuyen, que consideró los procesos sociales “en el marco de una lógica en la que las relaciones no son pensadas como relaciones entre individuos y en términos de comunicación para el entendimiento” (Mozejko-Costa: 2000) sino entre sujetos socialmente definidos por el control diferenciado de recursos que son eficientes.
          El enfoque presentado por P. Charaudeau, en “Un análisis semiolingüístico del discurso” (1995), aunque inscripto en un modelo comunicativo, comparte con la propuesta teórico-metodológica de Teresa Mozejko y Ricardo Costa la consideración de un sujeto interviniente en el fenómeno de la construcción del sentido por él conceptualizado psico-socio-lingüísticamente (Charaudeau: 1995).
        5. Según los autores, el poder no solo refiere una capacidad de imponerse, lo que llevaría a considerar solo el ejercicio de los sujetos dominantes, también designa la capacidad diferenciada de relación de los agentes (Mozejko-Costa: 2000).
        6. Los recursos eficientes por generar diferencias entre los sujetos se definen, en parte, según su pertinencia, noción a la cual nos referimos más adelante.
        7. Ricardo Costa, siguiendo a Lahire (2004, 2005), introduce una crítica a la noción de campo de Bourdieu atada a hacer ver en el espacio social sólo relaciones de lucha y dominación (Costa: 2015).
        8. Eliseo Verón consideró que el análisis del sentido descansa en la hipótesis de “que el sistema productivo deja huellas en los productos” (Verón: 1980: 145) siendo aquel reconstruible estudiando las últimas: así, “cuando analizamos productos apuntamos, en realidad, a procesos” (Verón: 1980: 145, la cursiva es del original).
        9. Este foco en la enunciación y en el sujeto que enuncia implicó todo un recorte del objeto de estudio dado que todos los rasgos del discurso resultan de las opciones del sujeto social (Mozejko-Costa: 2002).
        10. Una crítica sustantiva a la idea del lenguaje como un “instrumento de la comunicación” (Benveniste: 1966: 259, la traducción es nuestra) fue elaborada por Émile Benveniste en el texto referido.
        11. Aunque esto no sea necesariamente de modo consciente (Costa-Mozejko: 2002).
        12. Dado que “todos los elementos del texto […] son el resultado de opciones del agente” (Costa-Mozejko: 2009: 32), en el abordaje del corpus, focalizamos en algunas estrategias discursivas puestas en juego por Martín Kohan para producir su yo implícito o simulacro textual.
        13. Benveniste, Kerbrat Orecchioni, Parret y Genette, entre otros teóricos, se han detenido en cómo la enunciación deja marcas en el discurso (deícticos, subjetivemas, axiologización, modalización, etc.).
        14. Las biografías constituyen un género discursivo específico no homologable con la mirada sobre los sujetos sociales propuesta desde una perspectiva sociológica.
        15. En páginas anteriores referimos la crítica a la noción de campo elaborada por Bernard Lahire y Ricardo Costa.
        16. Siendo las opciones no necesariamente conscientes ni eficaces, la noción de gestión “no se ubica […] en el campo semántico compuesto por términos como proyecto, plan, que darían lugar a pensar en las prácticas como acción orientada al logro de los objetivos formulados” (Costa-Mozejko: 2011: 23).


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