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Capítulo VI. Alcance y limitaciones de la razón

I. La ciencia natural. II. Determinantes irracionales del pensamiento. III. El irracionalismo. IV. El lugar de la razón.

I. La ciencia natural

(a) Lo que hacen los científicos.— Habiéndonos formado una idea de la naturaleza de la razón, debemos considerar el alcance y las limitaciones del razonamiento humano. En nuestros días, el logro más espectacular de la razón es la ciencia natural. ¿Cómo hace su trabajo el científico? ¿Qué clase de verdad puede ofrecernos?

Puede objetarse que estas preguntas conciernen más a la ciencia que a la filosofía, pero la filosofía se ocupa de todas las materias, o de un aspecto especial de cada una de ellas, e indudablemente se ocupa bastante de la ciencia. Algunos filósofos modernos van muy lejos al definir a la filosofía como “la lógica de las ciencias”. Sin coincidir con esta acepción limitada de la filosofía, debemos acordar que la filosofía en cualquiera de sus niveles implica un estudio de las bases lógicas y de la estructura de la ciencia.

¿Qué hace, entonces, el científico? Toda actividad humana nace de móviles complejos. El móvil guía de cualquier trabajador científico particular probablemente incluye, junto con la pura curiosidad intelectual, motivos ulteriores como la voluntad de distinguirse en su profesión, servir a la comunidad y (en sociedades capitalistas) la urgente necesidad de asegurarse medios de subsistencia comercializando su trabajo calificado lo más rentablemente posible.

Por una u otra razón, la atención de un científico se dirige a una ciencia particular, sea la física o la biología, y se asienta sobre algún campo específico de estudio afín a la ciencia escogida, como el punto de ebullición de los metales o la herencia de caracteres en los cultivos. La mayoría de los trabajos científicos de hoy se encuentran altamente especializados. Los campos de investigación más obvios ya han sido, al menos, mapeados de forma aproximada y a menudo minuciosa, y una técnica sutil, apropiada para un campo especial, equipa al trabajador para actividades que antes habrían sido bastante imposibles.

Consideremos la forma de esa técnica en la medida en que es común a todas las ciencias. Tomemos como ejemplo la formulación de la ley de gravedad. Cuando las cosas son arrojadas, caen. ¿Cuán rápido caen en diversas circunstancias? ¿Su peso hace la diferencia en su velocidad? Pionera, la mente científica realizó numerosas observaciones de los cuerpos que caen y divisó una fórmula matemática que podría permitir la predicción del comportamiento de futuras caídas. Halló que los cuerpos se movían, y se podría esperar que se movieran, con una aceleración de 9,7 metros por segundo. El color, la temperatura, el olor, etc., de los cuerpos en caída fue considerado irrelevante. Su figura y peso fueron relevantes solo en relación con la resistencia del aire e irrelevantes en relación con la gravedad.

Podemos resumir la naturaleza de toda búsqueda científica del siguiente modo: cualquiera sean sus intenciones ulteriores, el propósito inmediato del científico es describir cómo ocurren las cosas en su particular campo de estudio. Desea que su descripción sea tan simple y práctica como sea posible y lo más coherente posible con otras descripciones científicas. Busca un principio, o preferentemente alguna fórmula matemática precisa mediante la cual pueda explicar su problema o describir sus datos. Pero primero debe obtener datos claros y significativos. Por lo tanto, analiza los hechos crudos, distinguiendo entre los que parecen relevantes y los que parecen irrelevantes. Descubre cómo hacer observaciones cruciales y, si es posible, experimentos, para ayudarle a obtener una visión clara de lo que realmente sucede. Siempre que sea posible, mide los factores significativos de sus datos.  Los factores que parecen no ser significativos para su propósito, simplemente los ignora. Imagina descripciones hipotéticas, o leyes hipotéticas, y las prueba, hasta que finalmente descubre una que describe de manera compacta toda la masa de datos y le permite predecir el curso futuro de los acontecimientos.

(b) Problemas filosóficos derivados de la ciencia natural.— Este procedimiento enfrenta al filósofo con una serie de problemas. ¿Qué es precisamente una ley científica? Claramente, como ya hemos visto, no es una ley con fuerza vinculante. No hay un “debe” en ella, a lo sumo describe cómo es observado el modo en que los eventos suceden. Pero si es así, ¿con qué derecho usamos la ley para la predicción de eventos futuros? Así pues, planteamos los problemas de la validez del razonamiento inductivo, de la naturaleza de la causalidad, de la probabilidad y la cuestión entre determinismo e indeterminismo.

Se plantea otro problema muy difícil. ¿Hasta qué punto es fiable el método de análisis? ¿Hasta dónde podemos descubrir la verdad sobre los eventos naturales analizándolos e ignorando todos aquellos aspectos que parecen irrelevantes? Así, llegamos una vez más a la cuestión del alcance y el peligro de la abstracción. También nos encontramos con la cuestión entre el pluralismo y el monismo. ¿Cuál es el punto de vista más significativo y útil: que el mundo consiste en muchas cosas independientes relacionadas entre sí, o que se trata de una sola cosa, un todo sin fisuras sobre cuyas partes nada verdadero puede decirse sin referirse al todo? Algunos de estos problemas, no todos, los discutiremos en este capítulo.

(c) Las leyes científicas.— Ya hemos visto que las leyes científicas no son leyes vinculantes. No hay necesidad en ellas. Por lo que sabemos, pueden ser vulneradas en cualquier momento. Son, en el mejor de los casos, descriptivas. Algunos filósofos dudan incluso en permitir que sean descripciones, en el sentido ordinario de la palabra, por las siguientes razones.

Las observaciones de las que se deriva una ley son, por supuesto, erráticas. Los instrumentos que miden el tiempo y el espacio nunca son perfectamente exactos. El propio experimentador manipulador y observador introduce ulteriores complicaciones. Estrictamente, la ley derivada de las observaciones no describe los datos reales, sino un principio simplificado al que los datos, tomados en su conjunto, se aproximan. La ley, de hecho, es una especie de gráfico, cerca del que todos los datos pasados encajan y que se puede esperar que encajen todos los datos futuros.

Los positivistas lógicos, teniendo esto en cuenta, insisten en que una ley científica no es en realidad una proposición sobre un conjunto de datos; en efecto, no es una proposición en absoluto, sino solo una fórmula mediante la cual se pueden construir proposiciones sobre hechos reales. Afirman esto porque se preocupan por no atribuir “principios” semi-místicos a la naturaleza. Con razón, tratan de evitar pensar en abstracciones como la gravedad y “cosas” o “espíritus” misteriosos que controlan la naturaleza. Con razón, insisten en que una ley científica se parece más a una regla gramatical que a una frase: se trata de una evasión humana para simplificar la descripción. Otras evasivas podrían funcionar igual de bien.

Pero seguramente hay una importante diferencia entre una mera fórmula y una fórmula que es una ley científica. La ley, después de todo, se deriva de los acontecimientos y es predictiva de ellos. Como tal, es descriptiva de la naturaleza en el sentido de que no describe eventos particulares, sino un conjunto de relaciones entre ciertos tipos de eventos. De hecho, describe un carácter universal complejo. Por supuesto, si los universales no son más que los nombres que les “damos”, entonces una ley científica no es más que una palabra complicada. Pero si, como he sostenido, los universales tienen un ser real como “unidades distributivas”, entonces una ley científica es en realidad la descripción de un carácter universal inherente a una gran clase de acontecimientos.

El hecho de que las leyes científicas puedan ser verdaderas o falsas, que puedan ser probadas en la experiencia de los sentidos, muestra que realmente son, de algún modo, descriptivas de la naturaleza; que pueda haber formas diferentes e igualmente buenas, o incluso mejores, de formular las leyes no plantea más dificultades que el hecho de que “llueve” e “Il pleut” sean descripciones igualmente apropiadas de un cierto tipo de acontecimiento natural. Estas afirmaciones no son menos verdaderas, aunque sí menos precisas, que la afirmación de que el ‎H2O, en gotas de cierto tamaño y frecuencia, desciende sobre la tierra.

Cuando Newton, en un destello de imaginación creativa, supuso que existía una conexión entre las leyes descriptivas de los cuerpos en caída y de los movimientos de los planetas, se dispuso a probar esta hipótesis mediante observaciones y cálculos adicionales; y descubrió que su fórmula original describía, de hecho, el principio común a ambos conjuntos de eventos. Cuando Einstein, intrigado por ciertas diminutas discrepancias entre la predicción y la observación, ideó una fórmula mucho más sutil para abarcar mucho más que la gravitación, no refutó la ley de Newton, simplemente inventó un “lenguaje” más exacto para describir más precisamente lo que el lenguaje de Newton había descrito con menor precisión. Ambas leyes, sin embargo, son descriptivas de la naturaleza, pero la de Einstein es la descripción más precisa y completa.

(d) Los objetos científicos.— Hasta aquí las “leyes” científicas. ¿Qué hay de los “objetos” científicos, como los electrones, protones, neutrones, positrones? ¿Deben considerarse como factores reales de la naturaleza o como meras fórmulas, útiles para la predicción científica? Obviamente se sabe muy poco sobre ellos. Se trata de meras potencialidades calculables que afectan nuestros instrumentos. Desde este punto de vista, por ejemplo, un electrón es una fórmula muy abstrusa que describe una muy sutil “posibilidad permanente de sensación”. Es un mero sistema de probabilidad. No podemos asignarle ninguna cualidad que conozcamos. Lo poco que sabemos de él es a menudo contradictorio. Un electrón es aparentemente concebido como una partícula y un sistema de ondas al mismo tiempo.  No obstante, el estado lógico de los objetos científicos es en el fondo el mismo que el de los objetos físicos ordinarios no percibidos, como el núcleo metálico de la Tierra, o el centro pétreo de la Aguja de Cleopatra, o el propio cerebro de un hombre. Si estos son factores reales en la naturaleza, también lo son los electrones. La única diferencia es que nuestro conocimiento de los objetos científicos se alcanza por un método mucho más indirecto, mucho menos detallado, y no puede ser concebido con precisión en términos de caracteres sensoriales familiares.

Por otra parte, si los objetos científicos son meras fórmulas, útiles para la predicción de acontecimientos perceptibles, pero que no deben considerarse como entidades objetivas, entonces los objetos físicos ordinarios no percibidos deben considerarse de la misma manera. No solo eso, sino que también los objetos físicos percibidos, aunque por supuesto no son datos puramente sensoriales, deben considerarse meras fórmulas, útiles en la acción, pero no más. Esta opinión la hemos rechazado. Al hacerlo, también abonamos una visión realista de los objetos científicos.

(e) La probabilidad.— Está bastante claro que las leyes científicas son descripciones abreviadas de experiencias sensoriales pasadas o, al menos, fórmulas de las que esas descripciones pueden ser derivadas; pero ¿con qué derecho las utilizamos también para la predicción de experiencias sensoriales futuras?

 Solía decirse que el primer supuesto de toda ciencia era la “uniformidad de la naturaleza”, la convicción de que, dondequiera y cuandoquiera que ocurran los acontecimientos, las mismas leyes físicas fundamentales deben regirlos. Hoy en día se diría más bien que aunque el científico espera y busca la regularidad, no supone que deba existir. Una inmensa cantidad de regularidad ha sido descubierta y se encuentra vigente en buena medida día a día, pero no conocemos ninguna razón, inherente a la naturaleza de las cosas, por la que esta regularidad deba continuar. En cualquier momento la gravitación podría cesar, o el cielo podría retroceder y revelar la Ciudad Celestial, o el caos podría sobrevenir.

Poseemos una fuerte expectativa de que ninguna de estas cosas sucederá.  La “probabilidad” de que ocurran, decimos, es infinitamente pequeña. ¿Qué es esta “probabilidad”? ¿Es simplemente el grado de intensidad de nuestro sentido de la expectativa, o más bien de la fuerza de nuestro hábito mental de expectación, que se vuelve más y más insistente cuanto más a menudo se experimenta una secuencia familiar de eventos? ¿O la probabilidad es de alguna manera objetiva en la naturaleza?

A veces la probabilidad puede ser realmente calculada y asignada a un porcentaje. En el lanzamiento de dados podemos calcular fácilmente la probabilidad de que el seis aparezca tantas veces a partir de tantos lanzamientos. Poniendo a prueba la experiencia, la predicción demuestra que cuanto más precisa, mayor es la cantidad de lanzamientos. Si fallara completamente, si el seis apareciera mucho más a menudo de lo que esperábamos, deberíamos deducir de inmediato que alguna influencia especial estaba en juego. Podría ser que los dados estén cargados o que la tirada en sí misma esté bien calculada.

Si conociéramos todos los datos relevantes para cualquier lanzamiento en particular (el centro de gravedad de cada uno de los dados, la posición inicial de ambos, la fuerza y dirección del movimiento, etc.), podríamos predecir el resultado de ese lanzamiento sin necesidad de atribuir más a la probabilidad que lo que revelan las afirmaciones sobre el mundo de los hechos. Tal como están las cosas, solo sabemos que los dados no están apreciablemente influenciados y que las tiradas son realmente aleatorias. Cada lado del dado tiene tantas posibilidades de aparecer como cualquier otro. Como hay seis lados, cada uno tiene una oportunidad de seis en cada lanzamiento. La probabilidad es que, de cada seis lanzamientos de un dado, uno mostrará el lado codiciado con seis puntos. Esta afirmación no refiere simplemente a nuestra expectativa. Independientemente de lo que alguien espere, la afirmación es en cierto sentido verdadera. Sin embargo, en sentido ordinario no se trata de una afirmación de hecho. En realidad, el seis podría aparecer seis veces seguidas o no aparecer en absoluto en una veintena de lanzamientos. Entonces, ¿de qué se trata la afirmación?

Es una afirmación lógica sobre las implicaciones de una hipótesis o definición. Si el dado no está influenciado y el lanzamiento es aleatorio, y si los principios aceptados de la dinámica siguen siendo válidos, entonces ningún lado tiene la ventaja. El razonamiento es “necesario” en este sentido hipotético, pero no hay una necesidad observable en su aplicación a ningún grupo particular de lanzamientos. De hecho, estrictamente no se aplica por sí mismo a lanzamientos particulares en absoluto, ya que es incompleto. En cada caso particular la cuestión está determinada estrictamente por las dinámicas de la situación, pero la fórmula es útil porque sobre un gran número de lanzamientos las idiosincrasias se anulan. Mientras las condiciones sean buenas, la fórmula es una descripción verdadera de un principio universal que ha tenido instancias y que puede tener otras.

A primera vista hay una gran diferencia entre la probabilidad de que aparezca un seis en una determinada tirada y la probabilidad de que las propias leyes de la dinámica, o cualquier ley natural, sean válidas. Una probabilidad puede ser calculada, la otra no. Y en un caso las posibles interferencias pueden al menos ser concebidas y estudiadas, en el otro no, pero el principio subyacente es idéntico en ambos casos. En cada uno de ellos se conocen ciertos factores, mientras que otros no. En el caso del dado, lo que se exige es la predicción de un resultado concreto, y para esta predicción los factores conocidos son insuficientes. Solo se puede establecer un principio general. En el caso de una ley natural, lo único que se exige es un principio general, y para ello el conocimiento que tenemos ha resultado adecuado. Pero, por supuesto, en ambos casos la gran incógnita hace imposible la certeza.

(f) Determinismo e indeterminismo.— En el siglo XIX, el crecimiento del racionalismo se combinó con el éxito de la ciencia para sugerir que todos los eventos físicos estaban conectados entre sí en un gran sistema causal. Cada acontecimiento físico se consideraba un efecto necesario de los acontecimientos precedentes y una causa de los sucesivos. Los acontecimientos mentales se consideraban o bien como enlaces de tipo no físico en las cadenas causales o bien como meras consecuencias de la causalidad puramente física. Se suponía que no eran en sí mismos causalmente eficientes.

Aunque en las ciencias físicas el determinismo era generalmente aceptado, en las ciencias biológicas se libró una larga contienda. La utilidad de los órganos y de los modos de comportamiento sugería firmemente que, de alguna manera, el propósito era un factor de control en la causalidad biológica. Los deterministas se aferraron al concepto de mecanicismo y declararon que la selección natural era suficiente para explicar el proceso de la evolución. Los vitalistas insistieron en que la selección natural era negativa y que algún impulso positivo y teleológico o intencional, alguna “entelequia” o “élan vital”, estaba obviamente en juego.

No necesitamos entrar ahora en esta controversia. Todo lo que necesitamos hacer es tratar de ver claramente lo que está en juego. La cuestión puede plantearse en términos de ley puramente descriptiva, sin referencia alguna a las fuerzas subyacentes, ya sean físicas o teleológicas. ¿Existen o no algunas secuencias de acontecimientos biológicos que no pueden, ni siquiera en teoría, aunque tuviéramos todos los datos pertinentes, ser plenamente descritas por las fórmulas del mecanicismo físico, y que de hecho suponen una infracción teleológica del curso puramente mecánico? Para emplear una analogía: ¿hay puntos en los que la corriente, en lugar de tomar la línea de menor resistencia física, se repliega sobre sí y salta las resistencias? ¿Posee justificación alguna sostener que estos saltos solo pueden ser descritos por referencia a un objetivo?

Esta controversia debe dejarse a los científicos. Tal vez, como en tantas otras, se decida no por la victoria de una de las partes, sino por el descubrimiento de que las alternativas han sido concebidas erróneamente, de modo que ninguna de ellas es verdadera ni falsa.

No obstante, observemos que aunque la visión teleológica sea correcta, el determinismo (pero no, por supuesto, el mecanicismo) podría seguir siendo válido. Los acontecimientos particulares, aunque no estén determinados únicamente por los acontecimientos físicos precedentes, podrían estar determinados de todos modos. Podrían ocurrir sistemáticamente en relación con los factores determinantes. Podrían mostrar una influencia teleológica constante y regular; y en relación con esta influencia, la predicción de los acontecimientos futuros podría ser todavía posible, de la manera en que el acto de un hombre puede, hasta cierto punto, ser predicho a partir del conocimiento de su propósito.

En general, es justo decir que aunque las leyes descriptivas mecánicas han demostrado ser cada vez más útiles en la investigación biológica, la cuestión entre la teleología y el mecanicismo aún no ha sido resuelta. El constante avance de la bioquímica sugiere firmemente que con el tiempo todos los fenómenos biológicos se explicarán en términos de mecanicismo físico. Por otra parte, también puede resultar que el mecanicismo minucioso en el campo abstracto de las ciencias biológicas no sea, después de todo, incompatible con la teleología en estudios más concretos.

Extrañamente, mientras que las ciencias biológicas han tendido a proporcionar cada vez más pruebas de determinismo e incluso de determinismo mecánico, la propia física se ha visto sacudida por un grave ataque de “indeterminismo”. Sería osado de mi parte creer que mi comprensión de esta controversia científica va más allá de lo superficial. Por consiguiente, el lector debe tomar mis comentarios sobre su aspecto filosófico como un mero punto de partida para un estudio más profundo. Si se desea ahondar en el tema, deben leerse no solo las populares obras de Eddington y Jeans, sino también la penetrante crítica de las mismas en la obra de la profesora Susan Stebbing[1]: Philosophy and the Physicists.

El problema parece haber tenido dos fuentes. Se nos dice que una fue el completo fracaso para encontrar alguna razón por la que un electrón debería cambiar su órbita en un momento dado en lugar de otro; la segunda fuente de dificultad radicó en el descubrimiento de que en principio no había posibilidad de conocer tanto la posición como la velocidad de un electrón en su órbita. Si se conocía una, la otra era en principio desconocida. La reacción del sentido común a estos problemas fue simplemente atribuirlos a nuestra ignorancia. Se decía que, si supiéramos lo suficiente, deberíamos ser capaces de predecir el salto del electrón y de correlacionar su velocidad y su posición. Pero los eminentes físicos señalaron que esta era una mera suposición. Estábamos tan acostumbrados a descubrir un sistema en la naturaleza que irracionalmente tomamos como cierto que el sistema debe mantenerse en todo momento. Cuando por fin nos encontramos con una arbitrariedad fundamental en los acontecimientos físicos, no pudimos reconocerla, sino que la consideramos simplemente como un caso de determinismo velado. En cambio, deberíamos haber reconocido que, después de todo, en el fondo la naturaleza no es sistemática. Los eventos ultramicroscópicos dentro del átomo contenían un factor de pura arbitrariedad. Sin duda en la masa, en la física “macroscópica”, estos eventos arbitrarios calculan y producen los eventos sistemáticos y predecibles de los que se derivó la teoría del determinismo. Pero cuando miramos más minuciosamente en la materia, el determinismo, afirman, resulta ser ilusorio.

Para hacer valer su argumento, los oponentes del determinismo citan la analogía del seguro de vida. El actuario es capaz de predecir que una cantidad determinada de personas de una edad dada van a morir cada año, aunque la muerte de cualquier individuo sea impredecible. De una multitud de accidentes emerge una ley estadística de probabilidades, mediante la cual la predicción es posible. Algunos han encontrado en esta supuesta arbitrariedad de naturaleza física un argumento para el libre albedrío en los seres humanos. Ellos dicen que el fantasma del determinismo físico se ha destruido. Si los eventos físicos son, en el fondo, arbitrarios, no pueden imponer determinismo a la mente. De todas formas, este es un argumento muy poco convincente. El comportamiento de un hombre consiste en eventos físicos de orden “macroscópico”, no “microscópico” y, por lo tanto, de acuerdo con esta teoría, debe estar sujeto a la determinación de la física “macroscópica”. Explicando el tema muy crudamente, podemos decir que los defensores del libre albedrío no deben establecer que los electrones individuales en un cerebro tienen “libre albedrío”, sino que es la mente individual del hombre la que lo tiene.

Pero por fuera de la pregunta sobre el libre albedrío, ¿qué fundamento tienen estos argumentos en relación con el problema del determinismo en la naturaleza física? Desde el punto de vista del sentido común, el hecho de que haya un sistema en el plano físico “macroscópico” parece hacer suponer que también hay un sistema en el plano ultra-microscópico, incluso si todavía no podemos descubrir las leyes de ese sistema. La analogía del actuario fue malinterpretada. Sus generalizaciones no se sostendrían a menos que las muertes individuales, aunque impredecibles, fueran en realidad sistemáticas. Las generalizaciones sobre muertes por accidentes viales, enfermedades y suicidio serían imposibles si las muertes individuales no fueran en realidad situaciones particulares de principios generales —físicos, biológicos, psicológicos, sociales—. De forma similar, si el comportamiento de los electrones fuera indeterminado, probaría que en cantidad también están indeterminados. Cualquiera sea la verdad sobre el comportamiento de los electrones individuales, es indudable que en la masa, o en la escala “macroscópica”, su comportamiento está determinado en el único sentido en el que cualquier hecho ha estado siempre determinado, es decir, que en muchos casos puede ser predecido y consecuentemente verificado con gran precisión. Obviamente, no hay necesidad lógica descubrible en su comportamiento o en cualquier evento real, pero la ciencia ha establecido un enorme sistema de leyes estadísticas exactas sobre su comportamiento y aunque esas leyes no son necesarias, tienen un grado casi infinito de probabilidad.

Mucha confusión surge de la ambigüedad de las palabras “determinado” y “determinismo”. Si el determinismo involucra necesidad lógica entonces claramente no tenemos derecho a decir que los eventos físicos están determinados, ya que no conocemos ninguna necesidad lógica en la secuencia de eventos. Pero incluso si el determinismo involucrase solamente la necesidad causal, de acuerdo con la profesora Stebbing, no tendríamos ningún derecho en atribuir determinismo a los eventos físicos, ya que en las fundamentos microscópicos de la física las leyes causales han dado lugar a las leyes estadísticas, así como la necesidad ha dado lugar a la probabilidad —pero seguramente esto no es nada nuevo—. Por otra parte, si el determinismo involucrara simplemente el comportamiento determinado, sistemático o regular, los nuevos desarrollos de la física no refutarían el determinismo ya que en el nivel macroscópico e incluso en el nivel subatómico hay una inmensa cantidad de regularidad y previsibilidad. Es importante enfatizar este punto pues los trabajos de Eddington y Jeans tienden a dar una impronta diferente. Tal como ha señalado la profesora Stebbing, los nuevos conceptos de la ciencia física no muestran que haya algo indeterminado o arbitrario en la naturaleza física. No hay nada sin ley en los fenómenos básicos de la física.

La conclusión parece ser que los desarrollos recientes de la física no tienen un fundamento especial en el problema filosófico del determinismo. Independientemente de estos desarrollos se reconoce que todas las leyes científicas son descriptivas, no necesarias. Las mismas describen regularidades observadas en el curso espontáneo de los eventos. A lo sumo, pueden sugerir un determinismo que nunca puede ser probado. La física subatómica no hace nada para atenuar esta sugerencia.

(g) El valor y el peligro de la ciencia.— Es manifiesto que la ciencia natural le ha dado al hombre un extenso conocimiento y grandes potencialidades. Es igualmente evidente que los mismos han sido utilizados de manera imprudente y que en algunos aspectos importantes el conocimiento otorgado por la ciencia no ha conducido a la sabiduría sino a la ceguera, la locura, la destrucción y a un gran peligro para la civilización.

El método con el que la ciencia trabajó fue el de atender aquellos aspectos del mundo que podían ser más fácilmente observados con fiabilidad ignorando el resto. En pocas palabras, ha estudiado el movimiento de cosas materiales y todo lo que estuviera claramente relacionado con el movimiento. La ciencia ignoró las “cualidades secundarias” tales como el color y el sonido, entendiéndolas como señales del movimiento. También ignoró los hechos mentales, como el deseo.

Así, con el tiempo se fue construyendo el increíblemente complejo sistema de las ciencias físicas y, conjuntamente con él, el poder industrial. Mientras tanto, con gran confianza en su nueva técnica de exploración, el hombre aplicó los conceptos que habían resultado tan útiles en el estudio de la materia sin vida al estudio de la materia y la mente vivas. Mediante la observación y el análisis se esforzó para señalar los factores determinantes del comportamiento vital y mental con la expectativa de que estos pudieran ser explicados en términos de las leyes de la materia en movimiento. La humanidad tuvo éxito, al menos hasta el punto de descubrir importantes e inesperadas maneras en las que el comportamiento depende de enigmáticos factores físicos presentes en el cuerpo o en el entorno. Parecía claro que con el tiempo el sueño del materialismo se cumpliría y todo se explicaría de ese modo.

Abordaré el materialismo con más detalle en un capítulo posterior. Mientras tanto, notemos que los triunfos teóricos y prácticos de la ciencia física llevaron a una confianza injustificada en ella como llave para el entendimiento metafísico del universo.

II. Determinantes irracionales del pensamiento

(a) El razonamiento falso.— ¿Cómo es que ocurre el falso razonamiento? ¿Qué sucede en él? ¿Cuáles son las influencias que tienden a viciar la razón? ¿Es cierto que ésta, como algunos dicen, está condenada al fracaso en todas sus más ambiciosas iniciativas? ¿Acaso la razón solo es confiable en su esfera práctica?

Primero tratemos de ver claramente qué sucede en el razonamiento falso. En cierto sentido, este tipo de razonamiento nace de la ignorancia y la imprudencia. Esto es igualmente verdadero para el razonamiento probabilístico falso, en el cual un razonador ignorante de ciertos hechos relevantes puede afirmar precipitadamente una conclusión como posible basada en evidencia insuficiente; también es válido para el razonamiento de necesidad falso, en el cual un razonador ignorante del significado preciso de una definición puede deducir precipitadamente consecuencias que, después de todo, no están implicadas en la definición. En ambos casos hay ignorancia y un acto precipitado de “lanzarse hacia las conclusiones”.

En el razonamiento probabilístico, la ignorancia puede deberse al hecho de que el razonador nunca ha encontrado los datos relevantes o no ha comprendido su relevancia. En el caso del razonamiento de necesidad, la misma puede responder al hecho de que el razonador nunca ha encontrado o entendido correctamente la definición. Pero la ignorancia y la precipitación también pueden deberse a las influencias psicológicas. Estas influencias pueden inducir, positivamente, a ignorar la información relevante o a malinterpretar la definición. Una influencia psicológica que puede tener este efecto es la pura precipitación. Como hemos visto, todo razonamiento es realizado para cubrir alguna necesidad, ya sea práctica o teórica. Si la necesidad de una solución para el problema es muy insistente o no es restringida por el estímulo de la cautela y el rigor, entonces puede aparecer el razonamiento precipitado e impreciso.

Este tipo de distorsión psicológica en el proceso de razonamiento a través de la precipitación y la superficialidad puede ser considerado como un caso especial de un conjunto más amplio de distorsiones debidas a la influencia del deseo.

(b) La razón y el deseo.— El deseo puede llegar a ser el padre del pensamiento. El anhelo de que cierta conclusión deba ser verdadera, ya sea por pura precipitación o por el placer de la conclusión, puede cegar al razonador de hechos que deberían inducirlo a rechazarla. El deseo puede persuadirlo a imaginar validez en unos argumentos que en realidad son irrelevantes o inútiles. En nuestra experiencia todos conocemos la tentación de permitir que esto suceda. También sabemos que el devastador descubrimiento que hemos hecho involuntariamente en una ocasión anterior permitió que el deseo viciara nuestro razonamiento, aunque en ese momento nos negáramos a admitir que así fuera.

Aún peor, los psicólogos nos aseguran que estamos constantemente influenciados por razones de las que no tenemos conciencia y que mucho de nuestro razonamiento, si no todo, consiste en encontrar excusas plausibles para creencias o acciones que son necesarias para la naturaleza inconsciente.

Que los hombres están a menudo influenciados por prejuicios inconscientes es obvio para los observadores, pero no para aquellos. Los psicólogos no han hecho más que ampliar nuestros conocimientos sobre este peligro. Aunque existen buenas razones para ser escépticos frente a algunas de las doctrinas que sostienen determinadas escuelas psicológicas sobre el estatus y el contenido del “inconsciente”, pienso que debemos reconocer que todos los procesos de razonamiento están sujetos a ser irracionalmente influenciados por impulsos que el razonador no podrá o no puede traer a la clara conciencia. Esta teoría nos permite entender cómo nuestras amistades llegan a utilizar argumentos fantásticos y notar que, si ese es su caso, entonces probablemente también sea el nuestro.

Aquí podremos advertir algunas de las maneras más obvias a través de las cuales “el inconsciente” puede ejercer una influencia distorsionante. Autoestima frustrada, sexo frustrado, sociabilidad frustrada, relaciones parentales adversas, relaciones maritales o sociales, miedo reprimido, odio, crueldad, todos estos fenónemos pueden producir un grave efecto desviando la razón y formando conceptos falsos. De este modo, cada razonamiento en particular puede estar, en mayor o menor medida, distorsionado por “deseos inconscientes”. Estos deseos o estas necesidades pueden ser propios de cada individuo o comunes a todos los miembros de su comunidad o de la especie humana. Debemos evitar este riesgo en nuestro pensamiento por todos los medios posibles. Existen dos métodos para ello: el primero es explorar y, en la medida de lo posible, traer a la clara conciencia nuestras necesidades inconscientes. Los psicoanalistas nos aseguran que no podemos hacer esto sin ser analizados, aunque tendría más confianza en este método si no me hubiera parecido que la influencia distorsionante de las necesidades inconscientes es a veces dolorosamente obvia en su propio comportamiento, discurso y escritura. En principio, sin embargo, los psicoanalistas sin duda están en lo cierto. No podemos ahondar en nuestras necesidades inconscientes sin ayuda experta. Mi única duda es si aún existe realmente alguna ayuda experta; sin duda algún día existirá. Mientras tanto, creo que podemos hacer mucho más de lo que los psicoanalistas suponen respecto del modo de conocer nuestras propias motivaciones. Como sea, no podemos sino tratar de conocerlas en la medida de lo posible.

El segundo método para protegernos contra la influencia irracional de nuestras necesidades inconscientes es formular una técnica lógica tan exacta y fiable que los errores introducidos por influencias irracionales sean tan evidentes como los errores en la aritmética. El trabajo paciente de los lógicos modernos está sentando las bases para dicha técnica, pero en el presente su aplicación práctica es escasamente posible. Sin embargo, ellos han expuesto muchas trampas del pensamiento y muchas fuentes de ambigüedad y falso razonamiento.

Puede ser que mediante el uso de estos dos métodos el pensamiento humano pueda, algún día, convertirse en algo mucho menos engañoso de lo que es ahora. Mientras tanto, podemos hasta cierto punto evitar el razonamiento inexacto y la distorsión emocional del razonamiento fomentando en nosotros una fuerte devoción por el pensamiento claro. El deseo que menos distorsiona el proceso de pensamiento es el deseo por la precisión intelectual. Incluso este, como hemos visto, puede a veces boicotearse creando una pasión extravagante por el escepticismo o por análisis extremadamente minuciosos.

(c) Determinantes sociales y económicos del pensamiento.— Este principio de la determinación irracional del pensamiento es inmensamente importante. Aunque no puede ser utilizado para desautorizar la razón en general, cualquier proceso particular del razonamiento puede ser invalidado por necesidades inconscientes. Estamos por fin empezando a sospechar que la historia del pensamiento de una comunidad está menos determinada por consideraciones puramente racionales que por otras influencias. En general, esas ideas y valores tienden a sobrevivir y son emocionalmente satisfactorias ya sea para la comunidad en su conjunto o, más a menudo, para una clase dominante dentro de la comunidad. Obviamente, la racionalidad tiene una cierta influencia pero su alcance es limitado y precario. A largo plazo, tiene poco poder frente a los primitivos y fuertes impulsos de supervivencia, sexualidad y sentimiento de masa. Sin duda, las flagrantes ideas irracionales no ganarán aceptación general a menos que sean presentadas en tiempos de extrema excitación emocional o expresadas tan oscuramente que su irracionalidad quede oculta. Y por supuesto, las ideas que conducirán a un rápido y dramático desastre, por el fracaso para corresponderse con los hechos, también son inaceptables. Pero por fuera de casos tan extremos, el destino de las ideas depende, en gran medida, de su poder para otorgar satisfacción emocional. Esto a su vez depende, en parte, de su real o ilusoria satisfacción de necesidades primitivas que pueden no ser introyectadas por el pensador en sí mismo.

Por otra parte, debemos reconocer que hay un proceso constante de selección natural de ideas. En general, a largo plazo, aquellas ideas que tienden a satisfacer a una comunidad para que pueda sobrevivir triunfan sobre aquellas que tienden hacia su destrucción. Este proceso no debe ser considerado como un triunfo de la racionalidad en las mentes humanas. Representa simplemente la némesis que toda locura alcanza a largo plazo. Tendré más que decir sobre este asunto en las secciones sobre el escepticismo ético y el determinismo económico.

No cabe duda de que en cada era se produce una determinación económica bastante rigurosa pero no absoluta de la cultura. La cultura de cualquier comunidad en particular y en cualquier momento de su historia es una expresión de las siguientes influencias:

  1. La cultura del período precedente: esto incluye tanto la “cultura” en su sentido estricto como toda la tradición social del comportamiento.
  2. La situación económica actual de la sociedad, incluyendo (a) las necesidades de las masas y (b) las necesidades de las clases dominantes.
  3. Otras condiciones actuales, no principalmente económicas, tales como descubrimientos científicos.
  4. El grado de salud mental o ausencia de frustración y obsesión en las masas y en las clases dominantes. Esta frustración es de dos tipos: personal (por ejemplo: complejo parental) y social (por ejemplo: frustración económica).
  5. La inteligencia general de las masas y de las clases dominantes y su poder de resistencia a la sugestión.
  6. El nivel de poder que las clases dominantes ejercen mediante la coerción y la propaganda.

De estos factores, los que afectan a las clases dominantes son generalmente mucho más importantes al momento de determinar la cultura que aquellos que afectan a las masas. Pero cuanto más grande sea la divergencia entre las necesidades de las masas y las de las clases dominantes, más estará la cultura de estas últimas (y por lo tanto, de las masas mismas, en segunda instancia) determinada por su voluntad de mantener su poder. Esto quiere decir que las ideas que a las clases dominantes les parecen “subversivas”, ya sea social, moral, intelectual o incluso estéticamente, serán severamente reprimidas.

III. El irracionalismo

(a) Afirmación de la teoría.— La sutileza y la variedad de estos determinantes irracionales del pensamiento parecen apoyar un escepticismo radical sobre el valor de la indagación intelectual. Si las distorsiones del pensamiento son tan amplias y secretas, ¿no debemos reconocer que todo nuestro pensamiento es poco confiable salvo en las esferas prácticas más simples?

Otras consideraciones han sido pensadas para probar no solo que el intelecto es tan confuso al punto que se vuelve inútil, sino también el hecho de que en su misma naturaleza está destinado al fracaso. Nos han dicho que el intelecto humano es un producto de la evolución biológica. El mismo surgió por su valor para la supervivencia en situaciones prácticas y está adaptado solo a fines prácticos. Cuando es usado en la búsqueda de fines más abstrusos, como la verdad metafísica, se rechaza a sí mismo, tanto como las aletas de una foca en el intento de volar.

Además, se dice que no hay justificación en absoluto para asumir que la realidad es racional en su naturaleza intrínseca. ¿Por qué debería ajustarse a los requerimientos del intelecto? Sin duda, desde el punto de vista de la vida práctica, una gran cantidad de sistematismo aparece en el mundo, pero este es impuesto por la mente sobre una realidad fundamentalmente irracional y no sistemática. La racionalidad de la ciencia no es en último análisis objetiva; es una especie de reflexión que el objeto devuelve a la mente racionalizante, un reflejo de la propia naturaleza racionalizante de la mente.

Incluso se ha sugerido que la actividad intelectual no es propiamente hablando una forma de conocer. Lo que puede hacer es simplemente idear fórmulas para una acción exitosa. La física y la química no nos dicen nada sobre la naturaleza de la materia. Simplemente nos proporcionan principios útiles para el control de la materia, como los de la industria, la medicina, la guerra, etc. Esta es la esencia del pragmatismo.

Todos nuestros conceptos, se dice, incluso los más sutiles y abstractos, hunden sus raíces en el pensamiento práctico de los salvajes primitivos. La curiosidad intelectual, trabajando con estas herramientas primitivas, las ha mejorado maravillosamente, pero en el fondo siguen siendo las mismas herramientas rudimentarias, y no pueden darnos mayor verdad objetiva sobre las cosas que lo que un salvaje podría hacer con una lanza al querer perforar el sol. La materia, la mente, el espacio, el tiempo, la causalidad, la libertad, la necesidad y, de hecho, toda la gama de nuestros conceptos, se dice que son totalmente engañosos si esperamos de ellos una visión de la realidad, y no solo preceptos para la acción.

Otra acusación que se presenta contra la investigación intelectual es que esta se encuentra viciada por su método analítico. El intelecto tiene que estudiar un conjunto complejo distinguiendo sus partes componentes y observando sus relaciones entre sí. Al hacerlo, se condena a sí mismo a no captar nunca el Todo en cuanto tal. Esta crítica está relacionada con la visión monista del universo. Si la única verdad es la verdad completa sobre todo el universo, es imposible construir la verdad poco a poco a partir de “verdades parciales”, que de ningún modo son realmente verdaderas, salvo en relación con determinados propósitos finitos. Desde este punto de vista, el universo es concebido como orgánico. El registro analítico de las partes de un organismo y de su comportamiento nunca puede darnos la verdad sobre el organismo en su conjunto, el cual no puede ser analizado sin a la vez ser destruido.

Se dice que el intelecto trabaja con conceptos que son meras abstracciones de la realidad práctica. Se derivan atendiendo a un carácter particular de su entorno concreto e ignorando el resto. Pero los caracteres no tienen existencia sin su entorno. Son expresiones de él. Hipostasiarlos de esta manera es falsificarlos. Cualquier carácter particular, por ejemplo el rojo de esa rosa, no es simplemente un ejemplo de “rojeidad”, o incluso de cualquier tono particular de rojo. Es el tono particular en relación con un fondo particular. Así, se dice que hasta la descripción más completa y exacta de una cosa o acontecimiento concreto en la que se enumeran debidamente todos sus caracteres sería falsa en todo momento, no solo en el sentido de que todo conocimiento salvo el conocimiento del Todo debe ser falso, sino también en el sentido de que cada elemento de la descripción carecería de concreción, y por lo tanto toda la descripción carecería también de ella.

Otro argumento a favor del irracionalismo se basa en la acusación de que el intelecto solamente puede abordar sus objetos desde fuera. Nunca puede penetrar en ellos y conocerlos interiormente. Incluso el análisis científico aparentemente más penetrante es en verdad bastante superficial. La ciencia, por ejemplo, no puede decirnos qué es un electrón en sí mismo, sino solo cómo afecta al observador. Se nos dice que para conocer una cosa correctamente no debemos simplemente enfrentarnos a ella y observar sus rasgos uno tras otro: debemos entrar en ella y ser ella; el intelecto nunca puede hacer esto.

Junto con esta acusación contra el intelecto a menudo se afirma que existe otra manera de saber no anquilosada por el análisis y la exterioridad. Se dice que es una aprehensión directa e intuitiva de la realidad. En apoyo de esta afirmación se hace referencia a la experiencia sensorial inmediata como un genuino, aunque limitado, “ser-el-objeto”, y por lo tanto a un conocerlo interiormente, en contraste con el conocimiento intelectual indirecto, más pretencioso. También se cita la acción instintiva como ejemplo del tipo superior de conocimiento intuitivo o interno. Se dice que la avispa que sella el alimento junto con sus huevos para los futuros gusanos conoce intuitivamente las necesidades futuras de estos. Del mismo modo, se afirma que las intuiciones estéticas y morales, el sentido intuitivo del carácter de otra persona y también las experiencias de los místicos, son modos de conocimiento que no están sujetos a las limitaciones del intelecto.

(b) Objeciones al irracionalismo.— Antes de considerar el supuesto de que existe otro tipo de conocimiento más penetrante que el conocimiento intelectual, abordemos las críticas al conocimiento intelectual en sí mismo, y en particular la acusación de que es, en principio, impotente.

El hecho de que el intelecto haya evolucionado por influjo de la evolución biológica como medio para abordar problemas prácticos no implica su incapacidad en el ámbito de la teoría. Muchas actividades que al principio no se adaptaban a las capacidades de una especie se han desarrollado posteriormente con un alto grado de eficacia. Es cierto que un órgano que se ha especializado mucho para un fin no puede adaptarse fácilmente a otro. Las aletas de una foca, por supuesto, no sirven para volar, pero ellas mismas se desarrollaron a partir de órganos de locomoción terrestre que alguna vez no fueron aptos para nadar. Las alas también han evolucionado a partir de las patas. Sin embargo, tales argumentos son, de una manera u otra, de poco valor. El punto importante es que, como hemos visto, el comportamiento inteligente es esencialmente del mismo tipo tanto si se aplica a problemas prácticos como teóricos, y que los problemas en sí mismos también son esencialmente del mismo tipo. Mientras el intelecto se ajuste realmente a los principios de su propia naturaleza y no cometa puros errores, puede dar información genuina sobre el universo.

La afirmación del pragmático según la cual el intelecto no puede darnos una visión de la realidad objetiva, que no puede hacer más que idear fórmulas para la acción, contiene una verdad importante pero va demasiado lejos. Es cierto que incluso el conocimiento intelectual más abstracto es en cierto sentido una fórmula para la acción, aun si se encuentra tan alejado de la vida práctica que ninguna acción pueda en la actualidad basarse en ella. Pero es igualmente cierto que ningún conocimiento intelectual es solo una fórmula para la acción. Para ser útil en la acción una fórmula debe funcionar, y para que ello ocurra, debe ser una generalización sobre ciertas características del mundo objetivo. En esa medida realmente es, o más bien permite, un conocimiento real del mundo objetivo.

Naturalmente, si “conocer” significa solo el conocimiento inmediato, aquel contacto directo o la penetración mística en el objeto conocido o en una “realidad” detrás de las apariencias, el intelecto es incapaz de producir conocimiento. Pero si a la palabra “conocer” se le da un sentido más modesto y más usual, y se le permite incluir el descubrimiento de cualquier información verdadera sobre el objeto, entonces claramente el intelecto puede dar conocimiento. Comenzando con los datos inmediatos de la experiencia sensorial, construye y verifica hipótesis, leyes científicas, teorías de “objetos científicos”, según las cuales se puede predecir la experiencia futura. Tal conocimiento es realmente conocimiento sobre la realidad, aunque no es un conocimiento penetrante.

La identificación de conocer y ser, implícita en la afirmación de que para conocer algo hay que serlo, es una mera confusión del pensamiento. Parece estar basada en la noción errónea de que lo único que un hombre conoce realmente es a sí mismo, porque él es él mismo. De hecho, no conoce casi nada de sí mismo, y lo que conoce no lo alcanza siendo él mismo, sino colocándose a sí mismo como objeto de un acto de conocimiento ordinario. De hecho, para conocerse a sí mismo debe ser capaz de “pararse fuera” de sí y “mirarse” a sí mismo. De manera similar sucede con la sensación: no conocemos un objeto percibido, como una mancha roja, simplemente siendo ella. Para conocerla debemos, por así decirlo, mantenerla a distancia, enfocarla y contemplarla.

La acusación de que el análisis es esencialmente falsificador no tiene ningún peso a menos que el monismo extremo sea cierto. Por supuesto, si la realidad es de hecho una única sustancia en la que todas las distinciones son ilusorias, si no podemos saber nada a menos que conozcamos el Todo y sepamos todo acerca de él, entonces la actividad intelectual es en realidad inútil. La teoría del monismo debe ser considerada más adelante. Por el momento, podemos simplemente observar que si el monismo es estrictamente verdadero y si el conocimiento intelectual es en principio radicalmente falaz, no hay razón para confiar en los argumentos que llevan a esta conclusión, ya que ellos mismos son argumentos intelectuales y por lo tanto falaces.

Es un error suponer que todo conocimiento conceptual debe ser falso debido a la naturaleza de la abstracción. No cabe duda de que un concepto se forma abstrayendo un carácter particular de todas sus numerosas ocasiones concretas e ignorando su aparición en esas ocasiones, pero este procedimiento es bastante legítimo siempre que recordemos que lo que adquirimos en el conocimiento abstracto es abstracto sin asumir que nuestro conocimiento abstracto del objeto es toda la verdad sobre él.

Similar es la acusación de que el propio intelecto impone una racionalidad ilusoria a una realidad fundamentalmente irracional. La acusación es arbitraria. Claramente parece que descubrimos algún sistema en el mundo y, a parte de un subjetivismo completo, no parece haber razón para negar que tal sistema, tal como lo descubrimos, realmente pertenece al mundo objetivo. No se deduce de ello, por supuesto, que el mundo sea sistemático en su totalidad.

Consideremos ahora la afirmación de que existe otro tipo de conocimiento que está libre de las incapacidades del intelecto y que es en realidad el único conocimiento verdadero ya que ingresa en el objeto. El caso de la acción instintiva es realmente bastante irrelevante. No hay razón alguna para suponer que la avispa sepa que sus huevos se convertirán en larvas hambrientas o que sepa qué comida querrán. También podemos suponer que cuando un niño está aterrorizado por la oscuridad sabe por qué teme. La verdad es simplemente que la oscuridad despierta miedo en él. Puede, por supuesto, inventar razones para su miedo, pero la verdadera causa de él le es desconocida.

Las intuiciones estéticas y morales, y las intuiciones sobre el carácter personal, se citan a menudo como casos de conocimiento de tipo no intelectual. En el fondo, son casos de conocimiento directo de algo, hasta ahora indudables. Pero la interpretación que se les da cuando se describen o incluso se piensan es una estructura intelectual abierta al error. Incluso el núcleo intuitivo de estas experiencias es en parte el producto de operaciones intelectuales de análisis y síntesis realizadas en el pasado y ahora olvidadas. Y aun cuando concedamos que hay algunos factores de la experiencia estética y moral que son intuiciones irreductibles, estas no pueden conocerse adecuadamente sin el estudio intelectual de las mismas; si queremos conocer con precisión las cualidades de la sensación, debemos hacer generalizaciones sobre sus semejanzas y diferencias en comparación con otras sensaciones.

Ya hemos visto que el intelecto es intuitivo de principio a fin. Opera sobre datos que se dan intuitivamente (como los caracteres de los sentidos), y estos son comparados, contrastados y generalizados en sucesivos actos de “visión” intuitiva. Es muy posible que haya otros tipos de experiencia intuitiva además de la de los sentidos y que estos permitan una visión peculiar de ciertas características de la realidad. Pero esto no significa que la realidad sea irracional en el sentido de que sea incoherente, asistemática, arbitraria; solo significa que la realidad es irracional en el sentido de que los datos últimos sobre los que trabaja el intelecto deben ser simplemente hechos brutos. Incluso si la realidad es sistemática de principio a fin, el intelecto no conoce ninguna necesidad en virtud de la cual deba serlo. Su misma racionalidad (en la medida en que es racional) debe ser aceptada simplemente como un hecho irracional.

No discutiré ahora la afirmación de que la experiencia mística alcanza algún tipo de conocimiento intuitivo de toda la realidad. Basta con decir que aunque lo haga, aunque el conocimiento místico sea el tipo de conocimiento supremo, no es razón para que el conocimiento intelectual ordinario sea considerado inútil como medio para conocer algunos tipos de hechos de la realidad.

IV. El lugar de la razón

Intentemos ahora elaborar y resumir algunas conclusiones de nuestra discusión sobre el alcance y las limitaciones de la razón. El irracionalismo se impuso como una reacción contra el racionalismo extremo. Se ha supuesto que la racionalidad es fundamental para el universo, que debe haber una razón para todo, que en teoría todo en el universo podría ser deducido de su naturaleza racional y que el hombre, a pesar de su ignorancia y estupidez, es en esencia un ser racional que siempre actuaría razonablemente si solo pudiera ver en la dirección razonable. Cuando este racionalismo extremo llegó a parecer extravagante, el péndulo de la cultura, cobrando impulso, comenzó a oscilar hacia un irracionalismo igualmente extravagante. Esto ya lo he criticado. Todos sus argumentos son o bien falsos, o bien efectivos solo contra un tipo igualmente extravagante de racionalismo.

Podemos concluir lo siguiente: el razonamiento solamente puede funcionar con datos dados en la experiencia intuitiva. No puede encontrar ninguna necesidad en sus datos ulteriores. Tampoco posee conocimiento previo de que los datos deben ser de alguna manera sistemáticos y susceptibles de estudio intelectual. Su tarea es comparar, distinguir, clarificar y relacionar los datos, y descubrir secuencias temporales de datos, con el propósito de comprender, predecir o controlar. Cada acto de comparación, y así sucesivamente, es en sí mismo intuitivo. El razonamiento es una secuencia de intuiciones vinculadas. Los datos sobre los que opera son de muchos tipos. Hay intuiciones de sentido e introspección, intuiciones lógicas y matemáticas, intuiciones estéticas y morales, y puede haber de muchas otras clases. El alcance de algunas de estas experiencias es muy restringido, el de otras mucho más amplio. No hay que descartar la posibilidad de una experiencia intuitiva de todo el universo o de la relación entre lo experimentado y el todo. Un dato de intuición tal podría, si ocurriera, proporcionar material para el estudio intelectual, aunque los conceptos derivados de la esfera de la experiencia normal bien podrían resultar totalmente inadecuados para una tarea semejante.


  1. Lizzie Susan Stebbing (1885-1943). Primera mujer en tener una cátedra de filosofía en el Reino Unido. Perteneció a la generación de la filosofía analítica de la década de 1930 y fue fundadora de la revista Analysis.


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