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Ciencia y nación

Configuraciones científicas y pugnas políticas en torno a la definición de las políticas científico-tecnológicas de la Argentina (1966-1976)

Karina Bianculli[1]

Pro Scientia et Patria

“Por la ciencia y por la patria”, el lema de la Universidad Platense[2], de alguna manera resume el juego de tensiones que atraviesa el análisis de las publicaciones científicas de las revistas argentinas Ciencia e Investigación y Ciencia Nueva a fines de los años sesenta del siglo XX. Pensar a partir de estas publicaciones los debates científico-políticos en torno a las agendas de investigación y en los científicos como actores sociales y políticos nos permite incorporar una dimensión quizá no tan visitada en los estudios acerca de la nación, como categoría de debate histórico.

¿Es posible pensar las acciones y discursos de los grupos intelectuales y científicos de mediados de los años sesenta, que constituyeron verdaderos foros públicos de discusión acerca de los lineamientos científicos-tecnológicos que debía o podía asumir la Argentina, como espacios de construcción nacional? ¿Estas posiciones implicaban horizontes políticos y culturales de un proyecto de nación? Si partimos de la polisemia del término “nación” y sus diálogos, no exentos de tensiones, con otras categorías como “patria” y “Estado”, que adquieren sus significados a la luz de los procesos históricos de fines del siglo xix y principios del siglo xx (López Lopera, 2014), advertiremos rápidamente el amplio marco de discusión que parte de las tramas políticas, los discursos y las narrativas acerca de la nación como proyecto colectivo que contiene en sí una doctrina política, una idea cultural y una idea moral. Trataremos de pensar estos problemas en el espacio de las agendas científico-tecnológicas de mediados de los años sesenta argentinos.

A grandes rasgos, y sin definir en detalle cada aspecto, es posible afirmar que la díada ciencia y nación ha sido un bastión de la consolidación estatal argentina de fines del siglo xix. Luego de un periodo de construcción institucional, al modo como entendemos la ciencia contemporánea, los científicos, la producción científica y la formación de recursos humanos en ciencia se mantuvieron dentro de los límites de las pocas universidades nacionales de principio del siglo xx (y lo que se denominó el “complejo científico decimonónico”, compuesto por universidades, museos, observatorios astronómicos, jardines botánicos, herbarios y zoológicos). La creación de la Academia Nacional de Ciencias[3] en 1869 de la mano de Domingo Faustino Sarmiento inauguró este periodo de creación institucional de una ciencia nacional llevada adelante por una élite política ilustrada que promovía el desarrollo científico en términos genéricos, más cerca de la ilustración y la promoción de la cultura, que de la búsqueda de utilidades concretas en relación con el desarrollo económico y/o productivo. En esta línea, es necesario considerar la influencia del positivismo en la conformación del Estado nacional argentino hacia finales de 1878 hasta entrado 1910. El proyecto positivista como matriz cultural dominante intentó reflexionar sobre los fenómenos derivados del proceso de modernización, mientras que al mismo tiempo contribuyó a la construcción de una nación, organizada política, física y simbólicamente (Arenas, 1990: 149).

En este punto, es central pensar la nación desde sus dimensiones etnográficas, abordar las prácticas, aspecto señalado por Núñez Xeixas (2018) en el cual la nación desde arriba, desde la construcción racional, discursiva y letrada (además de normativa), se encuentra con la nación desde abajo en las prácticas, conforme se van estableciendo los Estados nacionales y prevalece la noción homogénea de “nación, tanto desde el plano cultural, como el étnico. El caso argentino, junto a otras naciones criollas de América Latina, muestran cómo la ciencia y las armas se apoyaron mutuamente para arrasar el terreno de ese otro cultural lejano y diferente (Ratier, 2010: 18). Es así como, alineado ideológicamente con el lema del Estado argentino “Orden y Progreso”, el avance militar hacia el sur y el noreste del territorio nacional, según Claudia Briones y Walter Delrio (2007), operó como expresión y condición necesaria para la solución del dilema del proyecto nacional “civilización o barbarie” instaurado unos años antes en los discursos y representaciones producidos por las élites políticas y culturales.

La presencia de científicos e intelectuales extranjeros –en algunas pocas pero vitales ramas de la ciencia de aquel entonces (salud pública, límites territoriales, comunicaciones y control poblacional, por mencionar solo algunas)– fue un componente clave de la gestión y administración de las poblaciones: es decir, una ciencia para el Estado y por el Estado (Babini y Asúa, 2003). En esta línea, se puede mencionar el caso de los médicos italianos en la Universidad de Buenos Aires, los físicos alemanes en el Observatorio Astronómico Cordobés y los naturalistas (alemanes, holandeses, entre otros) que trabajaron en el emblemático Museo de la Plata (1884) y que, junto a la Universidad de La Plata, se convirtieron en el modelo de la ciencia nacional del Centenario (1910).

A principios de los años treinta, se fundaron las academias científicas que sostuvieron, en mayor parte, la trama científica nacional hasta la creación del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONICET) en 1958. Llevaron incipientes y diversas formas de hacer ciencia en el país, y con ellas miradas sobre la ciencia y sobre los aspectos sociales y políticos de la actividad. Es decir, además de la producción científica en particular, se consideran un conjunto de problemas asociados a los fines, los fondos y las estrategias en la producción científica, la promoción de determinadas líneas de investigación y, por supuesto, la formación de las nuevas generaciones de científicos. Para describir algunas de las coordenadas sobre la consolidación de la producción científica en la Argentina, es precisamente a partir de la figura de Bernardo Houssay que se pueden señalar al menos dos hitos: la fundación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias (AAPC) en el orden provincial, creada en el año 1933, y la publicación de la revista Ciencia e Investigación desde el año 1945. Estos fueron los espacios de producción y formación de los científicos argentinos hasta fines de los años cincuenta, con una fuerte impronta de las ciencias biomédicas, que convivieron con algunos institutos de investigación privados sostenidos por fundaciones, como es el caso del Instituto de Investigación de Biología y Medicina Experimental (IBYME)[4] (1944), también creado por nuestro primer nobel científico (1947) Bernardo Houssay.

Indagar acerca de la historia de la ciencia en el país desde los años treinta hasta fines de los cincuenta, cuando se fundó el CONICET, es también analizar la fragilidad institucional de la ciencia nacional y las relaciones tensas entre la autonomía de las universidades reformistas, donde mayormente se desarrollaban estas actividades, y los gobiernos nacionales, que intervinieron las casas de estudios varias veces a lo largo del siglo xx, tanto en periodos dictatoriales como en democracia. Sin embargo, en el periodo que fue desde 1946 hasta 1955, de los dos gobiernos peronistas, se inauguró una nueva etapa –que se sumó a la anterior– en la producción científica, y ahora sí –ya incorporada la tecnología– con las complejidades de sus relaciones y distinciones internas. Desde los inicios del peronismo, las áreas de planificación económica advirtieron el déficit de técnicos y científicos que la acelerada transformación del país comenzaba a poner en evidencia; sin embargo, el gobierno le asignaría otras características a la relación entre ciencia y desarrollo técnico e industrial. Desde una mirada centrada en la planificación en términos nacionales (estatales y organizados en relación con fines públicos y colectivos) y en vinculación con la proyección científica, tecnológica y productiva, sumada a la posición política asumida por las universidades respecto del gobierno peronista, finalmente se obturaron los posibles lazos entre estos científicos y los industriales del sector productivo privado (Hurtado de Mendoza y Busala, 2010).

En esta línea se fundó, a principios de los años cincuenta, un importante número de organismos e instituciones del Estado del área de ciencia y técnica. Entre ellas se pueden mencionar la Dirección Nacional de Investigaciones Técnicas –desde 1953, Dirección Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, antecedente del actual CONICET–, la Planta Nacional de Energía Atómica y la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA), el Instituto Nacional de Investigaciones de las Ciencias Naturales del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, y los Institutos de Física Nuclear y Aerofísica, y la Estación de Altura Presidente Perón, que funcionaron en el Departamento de Investigaciones Científicas de la Universidad Nacional de Cuyo.

En 1951 se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CNICyT) con el objetivo de orientar, coordinar y promover las investigaciones científicas y técnicas de todo orden que se realizaran en el país. Es importante mencionar que, a mediados de 1954 –en el marco de una reorganización ministerial–, el Ministerio de Asuntos Técnicos descendió al rango de secretaría y el CNICyT pasó a denominarse Comisión Permanente de Investigaciones Científicas y Técnicas. Según Hurtado (2010), a pesar de esta medida, las actividades de investigación continuaron, y hacia 1955 se publicó “La Reseña General” del Registro Científico Nacional, creado en 1953 como organismo dependiente del CNICyT. En este, es posible observar el imaginario bélico de una tercera guerra mundial y la importancia de la definición de una concepción estratégica del área científico-técnica orientada hacia lo militar en el peronismo (Hurtado, 2010). Luego del golpe de Estado de 1955, se retomó el debate –en clave liberal– acerca de la definición de la política científica nacional y el rol que se le asignaría en esta a las universidades públicas (en particular a la Universidad de Buenos Aires), debate que instaura las bases del periodo denominado “universalización liberal” de la ciencia (Kreimer, 2006).

A través del Decreto Ley n.° 1.291 del 5 de febrero de 1958, se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), bajo la dirección de Bernardo Houssay. Se consolidó la trama científica nacional y comenzaron a delimitarse las características institucionales que sostiene en la actualidad (que se desarrolló y fortaleció sobre la base de lo creado durante los últimos años del peronismo). Como detalla Hurtado de Mendoza (2010), junto con la creación del INTA y del INTI, en enero de 1958, también se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), ente autárquico dependiente directamente del Poder Ejecutivo con la responsabilidad de promover y financiar las actividades de investigación a escala nacional, con especial énfasis en las universidades. Los hombres al frente de estas instituciones[5] eran casi los mismos que conformaban los directorios de la AAPC, la revista Ciencia e Investigación y la Academia de Ciencias Exactas y Naturales, en su mayoría provenientes de las Facultades de Medicina, Ciencias Exactas y Naturales e Institutos de Investigación como el IBYME, la Fundación Campomar y la Fundación Grego (esta última luego denominada Fundación A. C. Taquini).

Precisamente las relaciones o tensiones entre lo que se denomina “ciencia argentina” o “ciencia en la Argentina”, como fuera explicitado en una conferencia reciente[6], fueron las que me llevaron a desarrollar mi tesis doctoral acerca de las reformas en la universidad pública durante los años del Onganiato. Centralizando la atención sobre la dinámica de la articulación entre educación y ciencia, focalizando la mirada en el Plan Taquini[7]. Este permitió profundizar algunos de los aspectos históricos sobre las políticas en ciencia y tecnología en la Argentina de fines de los años sesenta. En esa investigación se analizaron tres dimensiones que, a su vez, se relacionan entre sí: las tensiones y pugnas dentro de las configuraciones científicas y educativas[8] durante la Revolución argentina; las vinculaciones entre las reformas en la Argentina en ciencia y educación superior, y las agendas de las agencias internacionales de planificación y financiamiento científico y educativo[9]; y, finalmente, un breve recorrido sobre algunos de los procesos, los actores y las instituciones específicas de la ciencia y la tecnología de la Argentina de aquellos años en los cuales se evidencian las dos dimensiones anteriores.

Este trabajo fue luego retomado en el texto realizado con Miguel Taroncher (2018), que discutió, en el marco del análisis histórico-educativo, lo que hemos denominado “la transformación universitaria de 1971”, llevada adelante por el Onganiato y finalmente aplicada en el marco del Gran Acuerdo Nacional (GAN). Esta exploró cómo un régimen burocrático autoritario desestructuró el sistema científico nacional a partir de la Noche de los Bastones Largos, intervino las universidades nacionales con base en una coalición reaccionaria de colaboradores conservadores, liberales autoritarios, nacionalistas y antisemitas (Taroncher, 2002), derogó la Reforma Universitaria de 1918 y encaró la reforma del sistema universitario nacional bajo nuevos preceptos ideológicos. Atendiendo a la dinámica de la articulación entre educación y ciencia, se intentó superar el tradicional esquema profesionalista respondiendo a necesidades regionales y al sistema productivo de las distintas zonas geográficas a partir de una nueva división descriptivo-operativa (Bianculli y Taroncher, 2018: 14). Fue así que los cambios del orden educativo superior y científico del Onganiato estuvieron inscriptos en una pugna dentro de la comunidad científica y académica que tensó intereses científicos pero también políticos y, en última instancia, ideológicos respecto de qué se consideraba producción científica o ciencia en general y, a su vez, qué ciencia se podía o se debía desarrollar en la Argentina de aquellos años. En última instancia, las definiciones acerca de la producción científica nacional también implicaron la necesidad de redefinir a qué se referían los científicos argentinos cuando hablaban de la ciencia nacional.

Para analizar las medidas educativas y científicas llevadas adelante por la Revolución argentina (1966-1973), es necesario observar con detenimiento el marco regional. A partir de la enorme cantidad de fuentes acerca de las reuniones convocadas por las agencias internacionales de conocimiento, y posteriormente de financiamiento, es posible afirmar que existió una verdadera “era de planes continentales”. A partir de la década del cincuenta, América Latina estuvo atravesada por la colaboración asimétrica de estas agencias, sustentadas en la promoción del desarrollo y la planificación educativa y científica en pos de la modernización de la región. Fue así como la organización de la producción científica y las reformas educativas en todos los ciclos (integrales) fueron definiéndose como agenda pública estatal de países disímiles en sus características físicas, culturales e históricas, promovidas por las agencias internacionales como la UNESCO, la OEA y la OCDE[10], que centraron su mirada en una institución en particular, la universidad, debido a su doble carácter: educativo y científico.

Las transformaciones impuestas a las universidades nacionales desde el golpe de Estado de 1966, miradas en mi investigación a través de la lente del Plan Taquini, me permitieron analizar la universidad no solo como ciclo educativo superior, sino también como espacio para la formación y el desarrollo científico, escenario de dinámicas entre diversos grupos académicos y científicos, en vinculación con la universidad y su transformación, como con la tracción de tradiciones educativas nacionales con propuestas internacionales. Esta otra dimensión del debate público, tanto nacional como internacional, es rastreable desde las reuniones internacionales acerca de la organización científica, como la de Átomos para la Paz, realizada en 1958 en la ciudad de Bruselas, y los eventos científicos Aplicación para la ciencia y la Tecnología para el Desarrollo, que, desde el año 1963 hasta la Declaración de Presidentes en Punta del Este en 1967, aportan características nuevas a las agendas científicas nacionales y regionales, que el gobierno de Onganía (1966-1971) reconfiguró bajo la creación del Consejo de Ciencia y Tecnología (CONACYT) a cargo de Alberto Taquini (p)[11]. Es en este contexto en que se analiza el Plan Taquini de creación de universidades, más vinculado a la tensión en modos de hacer ciencia y por ende a definir políticas en este sentido entre el CONACyT y el CONICET, en los que a su vez distingue diferencias internas acerca de cómo debía organizarse la trama científica del país (Bianculli y Taroncher, 2018: 14). El CONACyT proponía un nuevo esquema de desarrollo científico de ciencias básicas, con asiento en las nuevas universidades propuestas por el Plan de su hijo, junto a la organización de la producción científica tecnológica en polos de desarrollo organizando productiva, tecnológica, científica y geográficamente el país. Las características de los debates suscitados por las reformas educativas y científicas son posibles de rastrear en las dos revistas mencionadas: Ciencia e Investigación y Ciencia Nueva.

Las revistas: foros de la ciencia, la política y la nación

La revista Ciencia e Investigación creada en 1945 es la publicación de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, fundada en el año 1933 en el orden provincial bonaerense por Bernardo Houssay. Ambos espacios científicos y culturales fueron delimitando la identidad de la comunidad científica argentina, en sus años previos a la creación del CONICET. Miguel de Asúa (2010) nos señala la importancia de esta asociación que logra su personería jurídica en 1934 y establece los modos profesionales de producción científica en el país al modo americano. Esta sostuvo la financiación tanto de fondos públicos como privados y una estructura fuertemente meritocrática y jerarquizada. En este ámbito, la revista Ciencia e Investigación, de publicación bimestral, se convirtió en el foro público de esta pequeña comunidad científica. Y precisamente mediante el análisis de esta revista, aún vigente, se logra advertir quiénes eran los científicos argentinos, cuáles eran las líneas de investigación, el origen de los fondos públicos y privados que aportaron a las becas, las estancias y doctorados/posgrados en el exterior, los debates y definiciones frente a la educación, el estado y la formación de nuevos científicos, como también el apoyo de algunas empresas privadas (industriales, químicas y médicas) a modo de mecenazgo a través de la importante publicidad con la que contó la revista.

Hasta el n.º 54 (que comenzó su edición virtual en 2007), la revista está disponible para su consulta en la Biblioteca y Hemeroteca de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (ANCEFN), en la Ciudad de Buenos Aires. Recientemente se agregó a la página web de la Academia la versión digitalizada de los números editados desde el año 1995. La revista Ciencia Nueva[12] fue fundada por un grupo de profesionales cercanos a quienes fueran decano y vicedecano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Ares, Rolando García y Manuel Sadosky. Puntualmente, fue fundada por Ricardo Ferraro y comenzó a publicarse mensualmente en abril de 1970 (marzo a diciembre de cada año) hasta diciembre de 1973. En ella escribieron Gregorio Klimovsky, Risieri Frondizi, Jorge Sábato, Amílcar Herrera, Manuel Sadosky, Oscar Varsavsky, José Babini, Mario Bunge, entre otros. La publicación se ubicó en el marco de la ampliación de la industria editorial de mediados de los años cincuenta hasta mediados de los sesenta, en el que el trasfondo científico participaba del debate político del desarrollo científico-tecnológico latinoamericano en las sociedades de la región, para el cual las revistas resultaron una herramienta privilegiada. Se suman en esta línea de discusión los libros publicados por el Programa de Estudios sobre el Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (PLACTED) editados en aquellos años: Notas sobre la ciencia y la tecnología en el desarrollo de las sociedades latinoamericanas, de Amílcar Herrera (1968); La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina, de Jorge Sábato y Natalio Botana (1968); y Ciencia, política y cientificismo, de Oscar Varsavsky (1969) (Kreimer y otros, 2004: 26).

En este marco, Ciencia Nueva: Revista de Ciencia y Tecnología resulta una unidad de análisis ideal ya que conjuga tres aspectos centrales para la temática: el auge del desarrollo científico de la industria pesada en países periféricos, la perspectiva de las teorías de la liberación e independencia económica y cultural en clave de ciencia nacional o de soberanía científica, y la síntesis de las perspectivas identitaria y modernizadora propia de la construcción de las ideas latinoamericanas en los años sesenta (Faierman, 2017: 18). Como su nombre lo indicaba, se trató de una revista que buscó debatir nuevos temas científicos y, sobre todo, nuevos enfoques sobre aquellos temas considerados científicos a principios de los años setenta. Puntualmente, las relaciones entre ciencia, tecnología, sociedad, nacionalismo e ideología (entre otros). La revista tenía una tirada de unos 6 000 ejemplares y se vendía principalmente en Buenos Aires. No obstante, comenta Ferraro (Borches, 2014: 4) que, “fuera de Buenos Aires, se vendía muy bien en Mar del Plata y en Tucumán, donde se conseguían en la librería del padre del pianista Miguel Ángel Estrella, un gran difusor de nuestra revista”. La revista fue receptora de columnas y diversas posiciones políticas; además de la divulgación científica, se caracterizó por publicar la traducción de artículos relevantes a nivel mundial y los debates de la actualidad política nacional.

Es en este contexto, y en el marco del PLACTED, en el que se produce el debate entre científicos e intelectuales provenientes de las ciencias exactas (Varsavsky, Sadosky, Garcia, Schvarzer) y de la filosofía (Eggers Lan, Klimovsky y Moro Simpson) que discuten acerca del estatus ideológico de la ciencia. El n.º 10 de la revista (mayo, 1971) constituye el primer emergente de posiciones antagónicas en este sentido (Faierman, 2017). Esto es confirmado por su director, Ricardo Ferraro, y resulta evidente al analizar la publicación. La tapa de este número representa un salto cualitativo en cuanto a la explicitación de un posicionamiento político, que además está en sintonía con el clima de época: se trata de una ilustración en la que un científico tiene en la mano un tubo de ensayo con la bandera de los EE. UU. y cuyo título destacado es “Ideología en la ciencia”, en relación con una nota de Gregorio Klimovsky en ese mismo número. Como mencionara Binaghi (2016), en este debate es posible advertir dos modulaciones particulares sobre el estatus ideológico de la ciencia. Por un lado, están las posiciones de Klimovsky y Moro Simpson, un planteo moderado sobre el impacto de la dependencia y de los factores de la ciencia, que sostenían en última instancia que dichos factores ideológicos podían ser corregidos por una correcta utilización del método científico. Desde un análisis epistemológico del problema, planteaban que podía construirse una ciencia objetiva, que escapara de los peligros subjetivos de una ciencia distorsionada por la ideología. Por otro lado, Varsavsky, Schvarzer, Garcia y Eggers Lan desarrollaban una lectura en la cual el aspecto central se focalizaba en las relaciones entre ciencia e ideología que se consideran del orden de lo político, para afirmar finalmente que toda producción científica es ideológica.

Los primeros números de Ciencia Nueva (año 1969) no presentaron ni un posicionamiento ni un debate explícito respecto al peronismo. Sin embargo, con el correr de los números, progresivamente se puede apreciar en las editoriales un acercamiento político e ideológico al pensamiento nacional y popular del peronismo de aquellos años. Según Faierman, otro hito es el n.º 18, de agosto de 1972, debido a que se publicó el documento de creación del Consejo Tecnológico del Movimiento Nacional Peronista[13]. Con fuertes debates al interior del equipo de redacción, la decisión de publicarlo se dio por el hecho de que dos integrantes del flamante Consejo eran integrantes del staff de Ciencia Nueva: Lugo y Abrales. Pero especialmente porque el presidente era ni más ni menos que Rolando García, conductor del Movimiento Reformista de la Facultad del periodo posperonista hasta la Noche de los Bastones Largos en julio de 1966 como decano de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. El Consejo Tecnológico del Movimiento Nacional Justicialista se ocuparía de expresar las posiciones relacionadas a las ciencias, las tecnologías y las políticas nacionales. “La ciencia y la tecnología, al igual que los medios económicos y las riquezas del suelo, deben considerarse como recursos que el país debe movilizar para ponerlos a disposición del pueblo argentino”.

Aunque no es objeto de análisis específico, debido a que no es una publicación de divulgación científica, sino política, es importante incorporar el análisis de la revista Hechos e Ideas (tercera época), ya que abona la discusión tratada en la presente colaboración. Es significativo que su primer número –de reapertura– sea dedicado a la ciencia y la tecnología. Esta revista, que volvió a publicarse en septiembre de 1973 bajo la dirección de Amelia Podetti, filósofa de la Universidad de Buenos Aires e integrante de Guardia de Hierro[14], se convirtió en uno de los foros de divulgación del pensamiento nacional que abogó por una nueva vinculación entre la ciencia, la técnica, el arte y la educación. Podetti expresaba una lúcida propuesta de un nuevo proyecto económico-social de vinculación entre el hombre y la naturaleza, dentro del desarrollo capitalista, que a su vez se expresaba en la dimensión política como el peronismo, abogando por una nueva relación entre teoría y praxis política. El equipo editorial pensó la publicación como una revista-libro destinada a ser el órgano de debate y discusión acerca de su época en Argentina, América Latina y el mundo. Entre los temas centrales que tratan sus nueve números, se distinguen: el latinoamericanismo, la continuidad histórica, la declaración de intención ante las elecciones y la misión de la ciencia y la técnica.

“Se trata entonces de que seamos capaces de desarrollar una nueva conciencia científica y técnica, profesional y docente, artística y cultural, una nueva capacidad de creación, acorde con el grado de conciencia de nuestro pueblo y con la madurez de los tiempos que vivimos”. Amelia Podetti, Hechos e Ideas, Año 1, n.º 1, 3.° Época, septiembre de 1973 (Vázquez, 2014: 5).

Ciencia argentina: definiciones acerca de lo nacional en las publicaciones científicas de fines de los sesenta y principios de los setenta

A modo de preguntas, partimos desde el principio. Recorrer sus páginas, sus editoriales, sus artículos, sus tapas coloridas nos traslada al pasado, que nunca deja de ser un viaje cultural, nos invita a volver a pensar la ciencia de un país, cuando se creía en aquel entonces en las posibilidades de desarrollo mano a mano con las potencias centrales. Si el complejo científico tecnológico de fines del siglo xix se utilizó como una herramienta de consolidación estatal, ¿cómo jugó la ciencia de los sesenta y setenta para el Estado nacional de aquel entonces? ¿Cómo se vincularon los discursos de factura local/nacional con los procesos políticos y culturales internacionales? Valeria Galván y Florencia Ossuna proponen, sin olvidar los aportes de los estudios históricos sobre los sesenta, revisar los supuestos elaborados en estas investigaciones para construir nuevas miradas desde nuevos enfoques y preocupaciones historiográficas y contextuales, donde se abogue por la comprensión de este periodo como un campo de lucha de grupos políticos y religiosos en clave cultural. Esta perspectiva permite poner en cuestión el debate sobre la modernidad en la América Latina de los sesenta, donde la matriz política-religiosa se convierte en una lente más que sugerente para analizar los procesos y actores del periodo, inscriptos en una trama compuesta “por mundos de coerción, conflicto y equilibrio entre personas de acción que se mueven entre los catolicismos, los nacionalismos, los liberalismos, los militarismos y las modernidades” (Galván y Osuna, 2012: 12).

Quizá esta sea una puerta de entrada a las discusiones acerca del nacionalismo y los debates sobre las agendas de investigación y las políticas científicas de fines de los años sesenta. Las disonancias en las modernidades latinoamericanas, la consolidación de la hegemonía de EE. UU. y los diversos desarrollismos de la región (que atravesaron las administraciones nacionales tanto democráticas como dictatoriales) encarnaron profundos y complejos planes de transformación estatal en diversas dimensiones, como educación, salud y producción industrial, en las cuales la ciencia y la tecnología se estructuraron como la base de despliegue de las primeras (Altamirano, 2001). Desde mediados de la década de los sesenta, la teoría de la dependencia funcionó, junto a la idea de desarrollo, como un tópico central para la organización de los debates intelectuales acerca de las definiciones políticas y culturales de la Argentina. Estas propuestas del desarrollo (nacional y regional) que, a diferencia de la idea de crecimiento económico previo, consideraban otros aspectos sociales y políticos fueron impulsadas –desde por lo menos el año 1949– por Prebich desde la CEPAL[15].

Estas narrativas de la nación, tanto nacionales como regionales, asimismo se desplegaban en la dinámica del apoyo norteamericano al impulso de la investigación y el desarrollo (I+D) en América Latina. Si bien estas dinámicas no eran nuevas, adquirieron connotaciones más importantes en este momento, cercanas a los planes destinados a la Europa de posguerra. En esta línea es posible enmarcar el lanzamiento de la Alianza para el Progreso (APEP) de 1961. Este plan se basó en dos ideas fuerza. Por un lado, la creencia de que el desarrollo evitaría el avance del comunismo y también abriría mercados de consumo ante mejores índices económicos de amplias franjas de población en el continente. Por otro lado, la promoción de una mayor cooperación como también de vigilancia en la defensa militar e ideológica de la región (Bianculli, 2016).

A este escenario de relaciones continentales, desde una mirada humanista sobre el desarrollo económico, se le suman las encíclicas de Juan Pablo xxiiiMater et Magistra (1962) y Pacem in Terris (1963)– que abonarán la posterior Teología de la Liberación, de profundo alcance en América del Sur. Esta teoría, de la cual su mejor exponente en el país fue el padre Mujica, logra expresar desde la unidad de los oprimidos, las creencias religiosas y la cultura hispana, una identidad cultural que también reclamaría una autonomía política. A través de ella, la idea de nación latinoamericana emergió y se unió a la lucha imperialista donde convergían las izquierdas políticas tradicionales y las propias filas de los intelectuales del tercer peronismo (Pinto, 2011: 257).

A su vez, retomando conceptos de Giori, quien postula que la nación se vive, se siente y se hace (Giori, 2017: 95), nos preguntamos: ¿cómo jugaron las acciones de los científicos en la dinámica política, científica y universitaria del periodo pos-Revolución Libertadora para definir el escenario de mediados de los años sesenta?; ¿qué significó el periodo 1955-1966 para los científicos e intelectuales que transitaron la universidad entre 1945 y 1966?; ¿fue la Noche de los Bastones Largos lo que selló la relación entre ciencia y dictadura, lo que señaló un límite que algunos se vieron forzados a cruzar?

Es importante señalar, siguiendo a Julio Pinto, cómo el corrimiento desde lo nacional a lo latinoamericano fue posible en ese momento en la reconversión o resignificación del peronismo desde la izquierda:

Una nueva perspectiva ideológica, que contrapone la nación al imperio, entendiendo que es ésta la mayor contradicción política que afecta a la Argentina, hará confluir en la historiografía revisionista a nacionalistas, forjistas, y marxistas. Pero sin que ello implique una identificación total entre sus ideas (Pinto, 2011: 255).

Estas son algunas de las coordenadas del debate acerca de las agendas científico-tecnológicas de fines de los sesenta y principios de los setenta, que reeditaron viejas y nuevas tensiones entre ciencia y nación, en las cuales los actores de aquel entonces participaron discutiendo sobre el estatus ideológico de las ciencias, el desarrollo económico y social, el reordenamiento regional, la autonomía y soberanía científica-tecnológica y las políticas públicas de la ciencia, entre otras temáticas, como fue analizado en las revistas Ciencia e Investigación, Ciencia Nueva y Hechos e Ideas.

Bibliografía

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Babini, Nicolás y Asúa, Miguel (2003). “Notas: La Historia de la Ciencia en la Argentina en el último cuarto de siglo”, en Llull, Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, Vol. 26, n.º 56, pp. 731-738.

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  1. Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS CONICET). Centro de Estudios Históricos (CEHis – CIC), Facultad de Humanidades, UNMdP. Correo electrónico: biancullikarina@gmail.com.
  2. Universidad creada en la jurisdicción provincial en 1890 por decreto, comenzó a funcionar bajo la dirección de Dardo Rocha, su primer director, en 1897 con las carreras de Derecho, Física-Matemáticas y Química y una Escuela de Parteras. En 1905 se convirtió en universidad nacional bajo la gestión de Joaquín V. González, por aquel entonces ministro de Instrucción Pública y Justicia de la Nación. Para mayor información, consultar el sitio oficial de la UNLP: bit.ly/3dY12Ix.
  3. Para mayor información, visite el sitio web oficial: bit.ly/35BgdUe.
  4. Para mayor información, visite el sitio web oficial: bit.ly/3mnZ72U.
  5. El Poder Ejecutivo designó a los miembros del primer directorio: Bernardo A. Houssay, Félix González Bonorino, Venancio Deulofeu, Eduardo Braun Menéndez, Fidel Alsina Fuertes, Luis Federico Leloir, Alberto Sagastume Berra, Eduardo de Robertis, Humberto Ciancaglini, Rolando V. García, Ignacio Pirosky, Alberto J. Zanetta y Lorenzo R. Parodi. El contraalmirante Helio López también se integró como representante de la Junta de Investigaciones Científicas y Experimentaciones de las Fuerzas Armadas (JICEFA) (Hurtado de Mendoza, 2010: 239).
  6. Disertante en el Panel “Políticas en Ciencia y Tecnología. La investigación en Historia y Ciencias Sociales, perspectivas y actualidad” en el marco de las iii Jornadas Jóvenes Investigadores del Centro de Estudios Históricos (OCA 5241/17), Facultad de Humanidades, UNMDP, Mar del Plata, 16 y 17 de noviembre de 2017. Publicado bajo el nombre “¿La Ciencia en la Argentina o la Ciencia argentina (1958-1976)?”, en Agustina Vaccaroni et al. (comp.). Estudios y proyectos en curso de Jóvenes Investigadores del Centro de Estudios Históricos / Universidad Nacional de Mar del Plata, Mar del Plata, 2017.
  7. El Plan fue inicialmente presentado en el Coloquio de Intelectuales Argentinos, “Modernización de las instituciones políticas en la Argentina” de 1968 entre el 16 y 18 de noviembre de 1968, auspiciado por la Academia del Plata y celebrado en Samay Huasi, Chilecito, La Rioja. Luego fue publicado bajo el nombre Nuevas Universidades para un nuevo País y la Educación Superior, por Editorial Martínez Estrada en 1972, y posteriormente incorporado en una compilación más amplia del mismo autor en el año 2010 por la misma editorial. Su autor fue Alberto Taquini (h), que es médico e investigador. A los veinte años, ingresó a la docencia en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Buenos Aires, bajo la dirección del premio Nobel Bernardo Houssay, recién incorporado en la Universidad. Había iniciado su carrera de investigador en 1954 junto a su padre en el Centro de Investigación Cardiológica de la Facultad de Medicina de la UBA. Como investigador se consagró al estudio de los mecanismos de la hipertensión arterial, que le permitió obtener su doctorado en Medicina y que continuó luego con más de cincuenta trabajos de investigación publicados en las mejores revistas científicas de su especialidad. Fue decano de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires entre 1967 a 1971, es miembro actual de la Academia del Plata y parte de la Comisión Episcopal de Educación. Desde 1973 a 1976, estuvo separado de sus cargos en la Universidad, pero ya en 1976 ocupó el puesto de presidente de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires. En 1975 la Asociación Universitaria Argentino-Norteamericana le concedió el premio en Ciencias de la Educación.
  8. En mi tesis doctoral, desarrollé más ampliamente el concepto de “configuraciones” desde la mirada de Elsie Rockwell (2007) para subrayar las relaciones entre los sujetos que pertenecen a diversos círculos sociales, políticos e institucionales que conforman “un conjunto de redes de relación e interacción” (Rockwell, 2007: 27), que a su vez son parte de redes sociales dinámicas insertas en relaciones de poder. A su vez, una variante desde otro abordaje es el que aporta Knorr Cetina (2005) con el concepto de “arenas transepistémicas”, que da cuenta de las relaciones de recursos entre científicos y no científicos, caracterizadas por tres tipos de vínculos: la competencia, la negociación y la cooperación (Bianculli, 2016: 12).
  9. Se denominan “agencias internacionales de conocimiento y planificación” las organizaciones como, entre otras, la UNESCO, la CEPAL, la OEA, la OCDE, que, a través de encuentros internacionales, conforman una red de formación académica y una inmensa divulgación de producción académica sobre planificación en diversas áreas. En esta investigación nos centraremos en la educativa y la científica. Estas instituciones comienzan a consolidar un área de conocimiento que se nutre de la economía, la sociología y las ciencias de la educación, denominada planificación educativa y organización científica vinculada a la administración de estas áreas, en sus versiones más actuales se la conoce como la gestión de la educación y de la ciencia (Bianculli, 2016: 33).
  10. Documentos y actas internacionales vinculados a la planificación científica en el marco regional disponibles en el Centro de Recursos Documentales e Informáticos de la Organización de Estados Iberoamericanos-(CREDI-OEI) y Centro de Documentación Internacional UNESCO, Biblioteca Nacional del Maestro (BNM).
  11. Alberto Taquini (p) (1905-1998) fue un reconocido medico e investigador, discípulo de Bernardo Houssay e integrante del CONICET, la Academia Nacional de Medicina y la AAPC y director del Centro de Investigaciones Cardiológicas CIC por 55 años, actual Instituto de Investigaciones Cardiológicas Prof. Dr. Alberto C. Taquini (ININCA). Estuvo asociado, desde 1972, al CONICET, y fue director del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología desde 1968 hasta 1971 durante la Revolución argentina.
  12. Los 29 números editados se encuentran disponibles en la Plataforma de Políticas CTI: bit.ly/3ky9HE3.
  13. En este sitio web, pueden consultarse los 12 números de la revista: bit.ly/3oxti9R. Consultado en octubre de 2019.
  14. Para mayor información, se sugiere la lectura de dos textos clásicos: Cataruzza (1993), y Girbal-Blacha y Quatrocchi-Woisson (directoras) (1999). Para consultar los números disponibles, se puede acceder a ellos a través del siguiente sitio web: bit.ly/2TrQw2J. Consultados en octubre de 2019.
  15. Raúl Prebich (1904-1986) fue un prestigioso economista argentino que, luego de su trabajo como asesor de Pinedo en la cartera de economía durante la Década Infame, comenzó su carrera en el marco internacional. Su emblemático libro El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas de 1949 sentó las bases del desarrollismo en América Latina. Para mayor información, consultar bit.ly/2HvP9hg.


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