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4 La diplomacia y la paz

Como acabamos de exponer, en los dos períodos del presidente George W. Bush, la política internacional norteamericana se militarizó en exceso a expensas de la diplomacia. Pero el 20 de enero de 2009, al asumir la presidencia su sucesor Barack Obama, se tuvo la sensación de que se estaba inaugurando un nuevo clima político en los Estados Unidos. Ya en su discurso de asunción del cargo, envió señales claras de una nueva estrategia: fortalecer las bases de la democracia en el país y fortalecer las relaciones internacionales para la promoción de la paz. Anunció que su país estaba dispuesto a participar activamente en una nueva era de paz, con más diálogo, negociación y diplomacia. Más aún, en directa alusión a la política de su predecesor, afirmó:

Rechazamos como falsa la elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales […] Nuestros padres fundadores, enfrentados a peligros que ni siquiera podemos imaginar, redactaron una carta para garantizar el imperio de la ley y los derechos humanos.

Entre sus primeras medidas de gobierno, ordenó el cierre inmediato de la cárcel de Guantánamo y de las otras cárceles que los servicios secretos utilizaban para la detención de supuestos terroristas, y les pidió al secretario de defensa y al jefe de las tropas concentradas en el Medio Oriente propuestas para una retirada rápida y digna. Así, efectivamente, el 31 de agosto de 2010, el presidente dio por terminada la invasión a Irak. En cuanto a la guerra contra el terrorismo que había instaurado su predecesor, Obama aclaró: “No es una guerra mundial contra una táctica o contra una religión (el islam). Estamos en guerra con una red específica (Al Qaeda) y contra los terroristas que la apoyan”. Pero rechazó taxativamente la idea de la “guerra preventiva”.

Pocos días después de asumir la presidencia, en una entrevista trasmitida por una importante cadena de TV del Medio Oriente, Obama envió un mensaje de respeto y de paz al mundo musulmán:

Los estadounidenses no somos sus enemigos, aunque a veces cometemos errores: no hemos sido perfectos. Estados Unidos no nació como una potencia colonial, y no hay razón para no restaurar el mismo respeto y la misma colaboración que Estados Unidos tenía hacia el mundo musulmán hace veinte o treinta años […] Muchas veces Estados Unidos ha dictaminado qué hacer en lugar de escuchar. Pero ahora escucharemos primero. No podemos decirles a los israelíes o a los palestinos qué es lo mejor para ellos. Ellos tendrán que tomar sus decisiones. Pero creo que ha llegado el momento de que ambas partes se den cuenta de que no están en el camino que conduce a la prosperidad y seguridad de sus pueblos. Es hora de volver a la mesa de negociaciones.

La historia universal nos enseña que todos los imperios que dominaron el mundo, desde la Antigüedad hasta el presente, se establecieron por medio de la fuerza y el poder de las armas; pero la misma historia nos confirma que ningún imperio pudo mantenerse sin el manejo de la diplomacia y el arte de un buen gobierno, que consiste en la negociación y la búsqueda de consensos.

La nueva política internacional proclamada por Barack Obama desde que asumió las riendas del poder convenció al Comité de los Premios Nobel de otorgarle el galardón máximo de la Paz 2009. Fue una gran sorpresa para el mundo; para algunos, un premio inmerecido. Pero el Comité consideró que los esfuerzos extraordinarios realizados por el nuevo presidente para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos lo hacían merecedor del premio Nobel de la paz:

Como presidente, Obama ha creado un nuevo clima en la política internacional […] La diplomacia multilateral ha recuperado un puesto prioritario, con énfasis en el papel que pueden desempeñar la ONU y otras instituciones internacionales […] Muy pocas veces alguien había captado hasta ese punto la atención del mundo y le había dado a la gente esperanzas para un futuro mejor […] un mundo libre de armas nucleares.

Este fue “el logro” que, según el Comité Organizador de los premios, hizo acreedor al primer presidente negro de los Estados Unidos al Nobel de la Paz 2009.

La paz no es un bien que se obtiene de una vez para siempre, sino que es un objetivo ideal que tenemos que conquistar cada día. Por eso el Nobel otorgado a Obama era también un aliciente para seguir trabajando por la paz, como de hecho lo hizo, no sin enfrentar duros obstáculos. En sus primeros cuatro años, puso fin a las dos guerras heredadas de su predecesor: en 2011 logró retirar todas sus tropas de Irak, y anunció que esperaba terminar la guerra con Afganistán antes de 2014, sin abandonar por eso la lucha contra el terrorismo. Otro de sus objetivos fue reducir a 1000 las armas nucleares estratégicas norteamericanas, según el tratado firmado en 2009 con Rusia y China. Además, en diciembre de 2012, al día siguiente de la masacre de Newton (Connecticut) en la que fueron asesinadas 27 personas –de las cuales 20 eran niños de menos de 7 años de edad– Obama prometió elaborar un plan para limitar el derecho a la tenencia de armas. Un mes después, en enero de 2013, envió un proyecto de ley al Parlamento, reconociendo que no sería una lucha fácil, porque se trataba de limitar una tradición muy arraigada en la sociedad, y para muchos un derecho amparado por la Constitución.

Al inaugurar su segundo mandato, en enero de 2013, reafirmó nuevamente su posición pacifista:

Creemos, dijo, que la paz y la seguridad verdadera no requieren una guerra perpetua […] Demostraremos el coraje de tratar de resolver nuestras diferencias con otras naciones pacíficamente, no porque seamos ingenuos, sino porque creemos que el entendimiento puede eliminar de forma más duradera las sospechas y los miedos.

Y pocos meses más tarde, en un discurso programático frente a los estudiantes de la Universidad de Georgetown, anunció una iniciativa de su gobierno para reconvertir la contaminante industria norteamericana:

Me niego, dijo, a dejar a vuestra generación un planeta sin solución […] Quiero que quede claro ante el resto del mundo que Estados Unidos se compromete a reducir su emisión de gases contaminantes […] Estados Unidos será un líder mundial en la lucha contra el cambio climático.

Esta iniciativa para promover el uso de energías alternativas en la industria y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, junto con la legalización de miles de inmigrantes indocumentados y la reducción de los arsenales nucleares norteamericanos, probablemente serán el legado político más significativo de la presidencia de Obama.

Sin embargo, no fue fácil para el primer presidente de color de los Estados Unidos poner en funcionamiento todo lo que había prometido en su programa de gobierno. A fines de mayo de 2013 –después de cinco años en la presidencia– criticó al Congreso por seguir oponiéndose al cierre de la cárcel de Guantánamo. “No se justifica, dijo, que el Congreso impida cerrar una cárcel que nunca debiera haber existido”. Y para mostrar su decisión de lograr su objetivo, ordenó que el Pentágono buscara otro lugar para llevar a cabo los juicios militares a los detenidos y designó un abogado de su confianza para que siguiera los pasos del cierre definitivo de Guantánamo. En este mismo discurso anunció cambios en la estrategia de la lucha antiterrorista.

No podemos recurrir a la guerra en todas partes donde ha echado raíces una ideología terrorista. Tenemos que reducir el extremismo en sus orígenes: una guerra permanente con aviones no tripulados o despliegues militares, es una guerra perdida de antemano […] Para mí y para aquellos que están en mi cadena de mando las muertes de civiles nos perseguirán mientras vivamos. Por eso, antes de cualquier ataque, debemos tener la certeza de que no habrá civiles muertos ni heridos.

La prolongada y grave crisis de la guerra civil en Siria fue otro serio problema para la presidencia de Obama. Este conflicto, que se había iniciado en 2011 y había dejado ya un saldo de más de 100.000 muertos y millones de refugiados en los países limítrofes, dividió a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y produjo entre ellos un duro enfrentamiento. Por una parte, Estados Unidos y algunos de sus aliados tradicionales querían intervenir militarmente para castigar al régimen de Bashar al-Ásad que, supuestamente, había violado la prohibición de usar armas químicas contra las poblaciones rebeldes; por la otra, Rusia y China, simpatizantes del régimen sirio, estaban firmemente decididos a oponerse a cualquier intervención militar en Siria: con el veto, en el Consejo de Seguridad; militarmente, si fuera necesario. La intransigencia de Washington y de Moscú había paralizado las negociaciones, y hacía que muchos se preguntaran si la Organización de Naciones Unidas estaba efectivamente capacitada para controlar el mantenimiento de la paz en el mundo. Se tuvo la sensación de que estábamos volviendo a los tiempos de la Guerra Fría.

El diplomático sueco Hans Blix, director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) desde 1981 hasta 1997, y que había dirigido las inspecciones de la ONU en Irak, en una entrevista publicada el 29 de agosto de 2013 en El País afirmó que Obama cometería el mismo error de Bush si interviniera militarmente en Siria, sin escuchar primero los informes de los inspectores de la ONU: sería una nueva derrota para la diplomacia internacional. Casi un mes más tarde, el 11 de septiembre, el secretario general de la ONU se lamentaba por la lentitud de la diplomacia para resolver el conflicto sirio: “el fracaso colectivo de evitar crímenes atroces en Siria en los pasados dos años y medio permanecerá como un pesado lastre en el prestigio de la ONU y sus Estados miembros”. Afortunadamente, la reacción antibelicista mundial y de una mayoría del pueblo norteamericano, junto con la oportuna intervención de la diplomacia vaticana y los oficios del secretario general de Naciones Unidas lograron evitar lo que, según muchos expertos, hubiera sido una intervención militar de imprevisibles consecuencias para toda la región.

Ya sea para ganar tiempo en las negociaciones o, según sus propias palabras, “para dar un ejemplo democrático”, Obama anunció sorpresivamente que, antes de intervenir militarmente en Siria, solicitaría autorización del Congreso. Pero quien abrió un camino inesperado para descomprimir la tensión fue John Kerry, secretario de Estado norteamericano. Respondiendo a la pregunta de un periodista en una conferencia de prensa en Londres, se atrevió a insinuar que, si Bashar al-Ásad entregaba de inmediato todos sus arsenales químicos para su destrucción, podría quizás evitar un ataque militar. Esto fue aprovechado por Rusia, que instó a los dirigentes sirios a poner sus armas químicas bajo control internacional y a incorporarse a la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPAQ). Éste fue un salvavidas que el presidente sirio no podía desaprovechar: Al-Ásad reaccionó inmediatamente afirmando que Siria ponía a disposición y control de los inspectores de Naciones Unidas todo su arsenal químico, y que estaba dispuesto a firmar el convenio contra la proliferación de armas químicas. Confiado en estas promesas, y después de un acuerdo entre Washington y Moscú, el Consejo de Seguridad aprobó a fines de septiembre una resolución para erradicar el arsenal de armas químicas del régimen sirio. Finalmente, el 27 de octubre el gobierno de Siria entregó a los inspectores de la OPAQ una información detallada del arsenal y programa de armas químicas, y un plan para que todas sus fábricas y depósitos de material tóxico estén destruidos para mediados de 2014.

Todos los actores que intervinieron en estos acontecimientos –incluido el presidente sirio– se consideraron victoriosos: Bashar al-Ásad, porque había logrado detener un inminente ataque aéreo de los Estados Unidos; Vladimir Putin, porque había sido el protagonista indiscutible en todo este proceso negociador; Barack Obama, no solo porque pudo evitar una derrota segura en el Congreso, sino también porque su gobierno necesitaba ocuparse urgentemente de los problemas que aquejaban a su país, como la economía y la ley de inmigración, entre otros. Además, como había dicho en otras ocasiones, refiriéndose a Irak y Afganistán: “he sido elegido para terminar guerras, no para empezarlas”. De todos modos, a pesar de este dudoso triunfo diplomático compartido, nada cambió en Siria. En marzo de 2018, al cumplirse siete años de una interminable guerra civil, se registraba más de medio millón de víctimas, casi 6 millones de ciudadanos sirios refugiados fuera del país, y más 13 millones de los que habían permanecido en el país, con urgente necesidad de ayuda humanitaria. Pero lo más grave aún es que el régimen sirio seguía siendo acusado de usar armas químicas en sus bombardeos y de no respetar la tregua humanitaria (“interrupción total de los combates durante un mes en todo el territorio”) impuesta por la Resolución 2401 de la ONU. Este fracaso del Consejo de Seguridad (y no es el único) debe atribuirse a la debilidad de origen de las Naciones Unidas, cuya autoridad quedó coartada por el “derecho al veto” de las grandes potencias (como desarrollaremos en el capítulo correspondiente). Esto quedó claramente demostrado, una vez más, cuando el 13 de abril de 2018 Estados Unidos y sus aliados (Gran Bretaña y Francia) bombardearon sorpresivamente objetivos sirios relacionados con la producción y almacenamiento de armas químicas. Lamentablemente, en Siria la diplomacia ha sido superada por la política: el gobierno dictatorial de Al-Ásad tiene un aliado incondicional en el presidente Putin, que lo apoya militarmente; pero el norte del país está controlado por las Fuerzas Democráticas Sirias (kurdos y árabes, opuestos al gobierno) apoyados por países aliados y por tropas norteamericanas. Por eso, algunos expertos consideran que Siria, una vez terminada la guerra civil, puede quedar fragmentada.



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