En la primera parte del libro examiné las motivaciones, deseos y expectativas que tienen lugar durante las búsquedas de vínculos eróticos y/o afectivos. En esta segunda parte, he concentrado mi análisis en las interacciones que suceden en los espacios de sociabilidad erótica y/o afectiva. En este último capítulo me interesa indagar en escenas de primera cita, en tanto considero que las mismas implican el pasaje de las búsquedas de encuentros eróticos y/o afectivos a la meta de lograr las interacciones cara a cara basadas en guiones románticos.
Considero que las citas, ya sean en el marco o no de búsqueda de una relación de pareja, se encuentran atravesadas por guiones sociales románticos. Estos guiones, en el nivel intersubjetivo (Gagnon y Simon, 2005), orientan las interacciones y expectativas por parte de los miembros, según su género. Asimismo, el modelo romántico que guía las citas está vinculado, en el contexto de modernidad tardía, al hedonismo consumista del ocio y la racionalidad. Sin embargo, tal como presento en este capítulo, aparecen agencias y sentires que ponen en cuestionamiento dichos guiones.
Otro punto que me llevó al análisis de la primera cita es la amplia expertise de escenas de primera cita que poseen los/as entrevistados/as. Esto se enmarca en el carácter heterogéneo y zigzagueante de sus trayectorias y búsquedas eróticas y/o afectivas.
Teniendo en cuenta los postulados anteriores, este último capítulo se propone describir y analizar escenas de primera cita. Para dicho fin, indago en los guiones sociales heteronormativos y románticos que orientan las interacciones, los consumos y las expectativas que aparecen, según el género de los actores.
Para un análisis pormenorizado de las escenas de citas abordo, por un lado, casos donde el primer acercamiento se haya dado en espacios virtuales de sociabilidad erótica y/o afectiva; y otros donde se haya originado en ámbitos no virtuales, como por ejemplo en la universidad. Las escenas (Paiva, 2006) han sido reconstruidas a partir de descripciones que realizaron los/as entrevistados/as sobre situaciones de primera cita.
El capítulo se estructura en dos secciones. En la primera desarrollo mis lineamientos teóricos sobre las citas románticas y contextualizo las reglas de cortejo prevalecientes en relaciones heterosexuales en la actualidad (Área Metropolitana de Buenos Aires, 2015-2017). En la segunda describo, analizo y comparo situaciones de primera cita teniendo en cuenta cuál fue el tipo de acercamiento previo entre las partes, si fue en ámbitos virtuales o cara a cara.
1. Lineamientos teóricos contextuales
En esta sección del capítulo planteo mi perspectiva teórica y describo cuáles son las reglas de cortejo más comunes, entre las personas heterosexuales, en el Área Metropolitana de Buenos Aires en la actualidad. Para echar luz sobre la variabilidad histórica de las mismas establezco puntos de comparación con las décadas del cincuenta y sesenta.[1]
Isabella Cosse (2010) explica que hacia la mitad del siglo =”font-variant: small-caps;”>xx las reglas de cortejo en la Ciudad de Buenos Aires estaban estructuradas en torno al matrimonio. El mismo era visualizado como sinónimo de autorrealización y el pasaje a la adultez. Esto no implicaba una necesaria vinculación entre cortejo y casamiento, sino que había estadios intermedios. “El cortejo estaba organizado en una serie escalonada de etapas que, en forma de círculos concéntricos, iban estrechándose hacia la concreción de un matrimonio para toda la vida” (Cosse, 2010: 26). La autora ubica dentro de las etapas iniciales el flirteo, a partir del cual se daba la expresión inicial del deseo. Si el mismo se profundizaba se pasaba a una fase entre la amistad y el romance, conocido como el festejo. Esta etapa no podía ser eterna sino que debía terminarse o dar inicio a un noviazgo, momento que Cosse sitúa en la declaración amorosa, y que era el preámbulo a la formalización. En caso contrario, la honorabilidad de la mujer podía verse afectada.
Existían reglas diferenciadas, según el género de los actores, para el flirteo y el festejo basadas en el juego, la seducción y la incertidumbre. En este coqueteo (Simmel, 2003) el papel de las mujeres era el de insinuar, esperar y decidir. Mientras que los varones eran quienes tomaban la iniciativa. Si el festejo avanzaba y se iba generando un lazo más profundo entre las partes, el varón debía pedirles a los padres de ella permiso para visitarla.
El noviazgo era entendido como una etapa provisoria, orientada al casamiento. Explica Cosse (2010) que existía un régimen de visitas (con días y horarios fijos) bajo supervisión familiar. Este modelo apuntaba a la centralidad del lazo matrimonial y ordenaba la virginidad femenina antes del matrimonio.[2]
En la década del cincuenta se comienzan a cristalizar modificaciones que se fueron dando durante la primera parte del siglo =”font-variant: small-caps;”>xx. Se observa un descentramiento de la sociabilidad en los hogares y se perfila la emergencia de una nueva institución: la cita o salida. Esta consistía en actividades como caminar, ir al cine o tomar algo en una confitería. Para el caso urbano estadounidense, la práctica de las citas se ubica a principios del siglo =”font-variant: small-caps;”>xx (Coontz, 2006; Illouz, 2009; Zelizer, 1989). Explica Coontz que “la cita tenía lugar en la esfera pública, lejos del hogar, e implicaba un gasto de dinero porque cuando la pareja pasaba de beber la limonada preparada por la madre de la chica en el patio de la casa a comprar Coca-Cola en un restaurante, alguien tenía que pagar” (Coontz, 2006: 263).
Para el caso de la Ciudad de Buenos Aires, en la segunda mitad del siglo xx, con la institución de la cita se aprecia al mercado operando dentro de los rituales románticos de cortejo. Es decir, se hace visible de forma más extensiva la mercantilización del romance, a través de servicios y tecnologías del ocio. En las citas aparecen nuevos objetos rituales (Illouz, 2009), como el auto, o actividades mediadas por el consumo, como ir al cine o a una confitería (Cosse, 2010).
En la actualidad esta mercantilización del romance se encuentra exacerbada. En relación con la virtualidad, las citas aparecen mediadas por tecnologías como Internet. Desde aplicaciones y sitios web —a los cuales los/as usuarios/as acceden a través de consumos indirectos, como abonar un servicio de Internet, y/o directos, cuando pagan para acceder a las opciones premium de las plataformas—, las personas pueden conocer a otros/as con quienes luego tendrán citas cara a cara. A través de aplicaciones y sitios web, los/as entrevistados/as se encuentran virtualmente con otros/as con quienes conversan, se erotizan y cortejan. En las primeras citas en el ámbito cara a cara, tal como analizo en este capítulo, las actividades son las mismas que aquellas que tenían lugar en la década del sesenta (ir a caminar o tomar un café). Pero también están signadas por consumos lujosos como ir a restaurantes y bares en lugares exclusivos cerca del Río de la Plata, como Perú Beach a la altura de Acassuso[3] y restaurantes y bares de Puerto Madero.
En el Mapa 7 indico los espacios elegidos para las citas. Estos se encuentran en barrios de clase media y alta. Los dos ámbitos elegidos por los/as entrevistados/as son bares y restaurantes. En San Telmo, la cervecería Antares; un bar por Plaza San Martín[4] denominado Dada Bar. Por la zona de Almagro, el restaurante La Casa del Queso, y Huma, que es un restaurante y bar. Palermo Hollywood y Palermo Soho son dos zonas predilectas al momento de tener una cita. Los/as entrevistados/as hacen referencia a bares alrededor de la Plaza Serrano[5] y a Festival, Buda Bar y Meridiano 58. Una de las entrevistadas hace referencia a que Meridiano 58 es el bar que ella siempre propone como lugar de cita. Para comer, la pizzería Romario o TacoBox, de comida mexicana. En Belgrano, diferentes lugares para comer comida china, en el Barrio Chino. Enfrente de la Plaza Arenales[6] está Pablo’s, un restaurante y bar. Asimismo, tal como se dijo con anterioridad, varones que residen en la Ciudad de Buenos Aires y con mayor poder adquisitivo eligen ir con sus citas a los bares de la playa de Olivos[7], a tomar algo a Perú Beach o a comer a Kansas en el exclusivo barrio de Acassuso.
Mapa 7: Mapa del Área Metropolitana de Buenos Aires con los lugares para tener las primeras citas por donde transitan los/as entrevistados/as.
Fuente: mapa de elaboración propia a través del servidor de aplicaciones Google Maps.
Las citas implican consumo y, por ende, gasto de dinero. Quien se supone que debe pagar, dentro de las reglas de cortejo heterosexuales, es el varón. Esto remite a un ideario de caballerosidad a partir del cual la mujer debe ser adulada (Tin, 2017) y el hombre performa su seducción a través de mostrarse como proveedor. Considero que el hecho de que los varones demuestren en esos primeros encuentros su capacidad económica —más que las mujeres— los hace ver como candidatos potenciales, dentro de los guiones de la masculinidad hegemónica (Connell, 1995), según la cual el dominio económico, entre otros, debe ser masculino. A la vez que dentro de nuestras sociedades capitalistas el poder económico es sinónimo de autorrealización y estatus.
Pagar la cita es una pauta de cortejo masculina que existió tanto en la década del sesenta (Cosse, 2010) como en la actualidad. No obstante, hoy aparecen en los relatos de las mujeres formas de resistencia a ese tipo de cortejo. Ellas explicitan que como forma de respeto y para visualizar su agencia sacan la billetera para pagar. Esta performance nunca llega a ser completada. Los varones, en las primeras citas, se niegan a que las mujeres gasten dinero y son ellos quienes pagan. Una de las frases que suelen emplear ante la insistencia femenina es “la próxima pagás vos”. Con esto indican que están abiertos a que las mujeres paguen y les marcan un interés en futuros encuentros. Otras mujeres, cuando pautan encuentros con varones que conocieron por aplicaciones de citas, para no generarles expectativas eróticas y/o afectivas, les proponen en vez de ir a cenar ir a tomar un café. Según me explican, son conscientes del gasto que conlleva una cena y dado que quizás no les interesa demasiado el encuentro les proponen un plan más breve.
La institucionalización de las citas, ya extendida para la década del sesenta, fue acompañada por la flexibilización del noviazgo y la puesta en discusión de la autoridad paterna ante las elecciones de los hijos y las hijas, especialmente de estas últimas (Cosse, 2010: 37). Este mayor grado de autonomía en la puesta en práctica de los deseos y en las decisiones personales se observa en diferentes aspectos: en la aparición de un trato más directo y espontáneo entre varones y mujeres desde el cual se llegaba a rechazar incluso el noviazgo; en las mayores expresiones corporales de cariño aceptadas socialmente, como darse la mano, besarse y acariciarse en público; y en una creciente disociación entre cita y compromiso.[8] Estas son prácticas sumamente habituales en la actualidad. Las personas que entrevisté y observé tienen una multiplicidad de citas que, si bien se basan en patrones románticos como la escucha, el hacer sentir al otro especial o la caballerosidad, no conllevan ningún tipo de compromiso. Asimismo, aunque persiste la idea de que los varones son quienes toman la iniciativa, visualicé escenas donde las mujeres son quienes proponen el primer encuentro.
En relación con la corporalidad, en las citas, ya sea la primera o no, hay expresiones de deseo como besos en la boca y relaciones sexuales que no implican necesariamente la generación de un vínculo estable monógamo o una proyección futura de pareja. No obstante, observé que las mujeres eran más reticentes, durante las entrevistas, a explicitar el hecho de que tienen relaciones sexuales en el primer encuentro. En cambio, los varones lo comentaban con mayor soltura. Concluyo que respecto a la década del sesenta hay una mayor apertura al sexo sin amor —aunque como explica Cosse (2010) esto ya tenía lugar en algunos círculos culturales de la clase media porteña para la década del setenta—, pero que persiste una menor predisposición por parte de las mujeres a hablar de sexo, en relación con los varones, en pos de no ser evaluadas como mujeres “fáciles”.
Otro punto a partir del cual puedo establecer una variabilidad respecto al momento histórico analizado por Cosse es que hoy las personas pueden divorciarse legalmente[9] y el modelo de familia nuclear y para toda la vida es mayormente cuestionado. Los sujetos suelen tener trayectorias afectivas heterogéneas que se van adecuando a sus intereses y deseos personales. Esto conlleva que se inserten y reinserten en la búsqueda de vínculos eróticos y/o afectivos en diferentes momentos de sus vidas. Postulo, entonces, que una mayor cantidad de personas tienen, respecto a esos años, una expertise respecto a las citas.
Ante este nuevo marco, Illouz considera que el modelo de amor como emoción intensa y espontánea ha perdido potencia. Explica la autora:
La pérdida de potencia que ha sufrido el modelo de amor como emoción intensa y espontánea se debe en parte a que hoy en día ese modelo está inmerso en uno más amplio, de liberación sexual, y también a que el conocimiento gradual y progresivo de la otra persona se ha transformado en la vía supuestamente confiable para construir un lazo romántico. Dado que la sexualidad ya no necesita sublimarse en el modelo espiritual del amor y que la experimentación con una variedad de parejas se concibe como un requisito para la “autorrealización”, la naturaleza absoluta de la experiencia del amor a primera vista ha ido desapareciendo para dar lugar al hedonismo consumista del ocio y la búsqueda racional de una pareja apta. Por lo tanto, hoy en día la etapa inicial del romance, codificada en la práctica de las citas o salidas románticas, está compuesta por la búsqueda de placer y por el acopio de información sobre los candidatos potenciales (…). Puede adoptar la forma de los “amoríos” breves, que se agotan en sí mismos, o corresponder a la búsqueda de la pareja adecuada mediante una sucesión de candidatos (Illouz, 2009: 376).
Sin negar esta mayor racionalización, búsqueda de autorrealización y hedonismo que se traduce en encuentros románticos con matices principalmente sexuales o en “amoríos”, postulo, a diferencia de Illouz, que hay una coexistencia entre estos preceptos y el modelo del amor como emoción intensa y espontánea. A partir del análisis realizado a lo largo del libro observo que, si bien las personas buscan “conocer gente” y el ideario romántico de la pasión, como por ejemplo el amor a primera vista, no es el que prima en las citas —el interés está depositado en la charla y en los intereses en común—, no obstante hay otros guiones románticos, como la caballerosidad, que persisten. Para quienes buscan pareja la emoción intensa del amor opera como un horizonte de sentido que guía sus expectativas y deseos más allá del contexto de la cita.
El modelo del compañerismo de la década del sesenta, analizado en profundidad en el capítulo 2 de este libro —el cual se basa en la comprensión, la autenticidad, la entrega, la valorización de la realización sexual, una mayor equidad entre los miembros y la realización de cada uno en el otro (Cosse, 2008, 2010)—, es el tipo de pareja preconizada en aquellos/as entrevistados/as que buscan una pareja en términos monógamos.
Es decir, más allá del énfasis puesto por Illouz (2009) en la racionalidad de las búsquedas y en el consumo de bienes y servicios que atraviesan los rituales románticos, analizo en este capítulo la existencia de otros guiones románticos que operan en el contexto de la cita, como así también aspiraciones románticas de más largo alcance basadas en el modelo del compañerismo.
2. Análisis de la primera cita
Illouz (2009) analiza las citas románticas como rituales dentro del ámbito secular de la vida cotidiana que conllevan un corrimiento de las condiciones y moral ordinarias. Para la autora, en el caso del romance, la experiencia alcanza un sentido ritual cuando se fijan cuatro límites simbólicos: los temporales, los emocionales, los espaciales y los instrumentales o artefactuales. Estos límites forjan el espacio simbólico dentro del cual se vive el romance a modo de rito. Si bien, a los fines de esta investigación, no considero que necesariamente el contenido de la cita sea de cariz amoroso, los ritos que tienen lugar en el encuentro están atravesados, según el análisis de mis entrevistas, por formas (Simmel, 2014) románticas, como por ejemplo la caballerosidad. Los rituales, a nivel de forma, hacen al desempeño de la cita y potencian las posibilidades para que exista un segundo encuentro. Aumentan o hacen decrecer la energía emocional de la interacción. Puede que la falta de romanticismo o demasiada cortesía generen el mismo efecto: rechazo.
Para el abordaje de las escenas de primera cita me baso en la noción de ritual de interacción de Collins (2009)[10] y retomo la propuesta de Illouz en torno a los límites simbólicos (temporales, emocionales, espaciales e instrumentales) que tienen lugar dentro de la misma. Asimismo, incluyo otras dimensiones que se desprenden de mi análisis empírico y que permiten explicar con mayor exhaustividad la escena de la primera cita: las actividades que realizan durante el encuentro, los consumos que aparecen y las prácticas de cortejo que tienen lugar.
En el siguiente cuadro sintetizo en una lista los emergentes de mi análisis de las distintas escenas de primera cita relatadas por los/as entrevistados/as. Estos aspectos serán abordados a lo largo del capítulo.
Cuadro 2. Variables para un análisis descriptivo de las escenas de citas
2.1. El ámbito virtual como puente para la primera cita cara a cara
Somos sujetos que vivimos, dada la interrelación entre los ámbitos online y offline, enmarcados en un onlife (Briones Medina, 2017; Floridi, 2015). La virtualidad provee, tal como expliqué en el capítulo 3, comodidad, seguridad, accesibilidad y una mayor cantidad de posibles candidatos/as. Es un ámbito de sociabilidad erótica y afectiva en sí mismo, pero también un puente para la generación de encuentros cara a cara.
A continuación me enfoco en dos escenas en las cuales la energía emocional disminuyó a partir del encuentro cara a cara, y dos a partir del cual aumentó.
a. Escenas de disminución de la energía emocional en la cita cara a cara
En Tinder, Edith (42 años) conoció personas con quienes habla sobre temas superficiales, como así también sobre intereses como la literatura. El momento cuando ella más usa la aplicación es a la noche, antes de irse a dormir, o en algún momento ocioso durante su jornada laboral. Con quienes genera empatía, rápidamente les pasa su número de WhatsApp. De ese modo puede escucharles la voz y tener conversaciones más fluidas que a través del chat de Tinder cuyo uso, según me explican los/as entrevistados/as, es más engorroso.
Edith tuvo distintas citas cara a cara con personas que conoció a través de la aplicación de Tinder. Me cuenta la escena de una primera cita con un abogado de su edad. Dado que ambos tenían intereses literarios en común y que eran profesionales, ella aceptó la invitación de él a cenar un viernes por la noche. La noche para Illouz (2009) es más romántica que el día porque facilita el aislamiento simbólico y concreto de los sujetos con respecto a sus actividades diarias.
Ella se vistió para la ocasión con ropa distinta a la que usa para ir a trabajar —se puso una pollera corta—, se maquilló y se perfumó. Estos elementos marcan límites instrumentales o artefactuales en términos de Illouz (2009). Explica la autora que una de las maneras más comunes de marcar un encuentro romántico consiste en incluir objetos distintos a los usados por las actividades diarias, es decir, objetos rituales que se consideran más preciados o bellos que los cotidianos (Illouz, 2009: 164).
Él pasó a buscarla en su auto. Dentro de los patrones de caballerosidad románticos en los vínculos heterosexuales es habitual que los varones sean quienes recogen a las mujeres y las inviten a salir. Invitar a una cita a cenar a un restaurante, como en el caso de Edith, está basado en un consumo directo, cuyo carácter romántico depende de la compra de un bien, durable o no (Illouz, 2009: 171). Asimismo, los varones, a partir de estas actitudes, desde las cuales demuestran su capital económico, llevan a cabo su práctica de seducción en términos de masculinidad hegemónica. Es decir, seducen a partir de mostrarse como proveedores.
Ella en las primeras citas no paga y considera que debe hacerlo el varón. En caso de que no paguen, me dice “no lo volvería a ver nunca más. En la primera cita el que paga es el hombre”. No obstante, ella, que es una mujer que trabaja y mantiene su casa y a su hija, marca un límite a la caballerosidad. Sabe que invitar a alguien a cenar a un restaurante, como al que fueron, implica un costo. Dado que no quiere generar falsas expectativas le dijo a su cita que no tenía hambre y pidió para ella, a pesar de la insistencia de él, solo una copa de vino.
Fueron a cenar a un restaurante por el barrio de Palermo. El lugar era tranquilo y sonaba de fondo una música suave. Si bien ella se sentía a gusto, durante la salida la interacción enfocada (Collins, 2009) —con focos de atención en común e intensidad— no tuvo lugar. Hablaron de intereses en común como viajes y literatura, pero me expresa que él no la “fascinó”. Las situaciones para que sean románticas deben ser “mágicas” (Illouz, 2009: 169). La fascinación es una emoción que se vincula a lo mágico en tanto se ubica por encima del transcurrir cotidiano vinculado a lo pragmático y a lo rutinario.
La falta de energía emocional de tipo romántica llevó a que ninguno de los dos vuelva a entrar en comunicación nuevamente. Tal como explica Edith, “murió ahí”.
Por su parte, Fernando (50 años) también hace mención a una escena de primera cita cara a cara donde la energía emocional disminuyó. Él es usuario de Match y Badoo, en donde sociabiliza con diferentes mujeres. Según me explica, le otorgan “la comodidad de conocer gente sin moverte de tu casa y la seguridad que te da estar en tu casa”. Una noche, mientras usaba los sitios conoció a una mujer que le pareció, a partir de las fotos, muy atractiva. Comenzaron a hablar. Fernando indica que no era insistente en los mensajes. Sabe que demostrar demasiado interés puede generar rechazo o molestia. Para evitar esta posibilidad le dio su número de teléfono para que ella lo llame cuando le pareciera.
Hablaban por WhatsApp y por teléfono. El diálogo era cotidiano y al cabo de diez días, él decidió invitarla a cenar un sábado por la noche. La pasó a buscar en su auto. Aquí aparece nuevamente la noche como el tiempo romántico y el cortejo basado en el consumo.
Cuando se encontraron, según me explica, aparecieron emociones vinculadas a lo sexual. Le pareció muy hermosa y pensó que si había sinergia entre ambos podrían quizás pasar la noche juntos. No obstante, a medida que la conversación tenía lugar Fernando sentía desinterés, aburrimiento y preocupación. Ella era adicta al juego y durante la cena ella le repetía una y otra vez que quería ir al bingo. Con la finalidad de generar comunicación con su cita, la escuchaba atentamente e intentaba comprenderla. Estas actitudes tienen un basamento romántico de hacer sentir al otro especial y de demostrarle que es nuestro centro de atención. Ella a diferencia de él no desarrolló dicha actitud.
La situación le generó a él ganas de retirarse. Me dijo: “no me fui solo por una cuestión de respeto”. Finalmente, él sacó su celular —una actitud reprobada por mis entrevistados/as dentro de los guiones románticos de una cita— y le dijo que tenía un problema familiar. Ella desconcertada le preguntó si le sucedía algo. Él lo negó, pagó la cena y, según me explica, para no quedar mal con ella la llevó de nuevo hasta su casa en auto. Le dijo que volvería a entrar en contacto, pero nunca lo hizo.
b. Escenas de aumento de la energía emocional en la cita cara a cara
Celeste (46 años) trabaja todos los días en una oficina. A la noche, cuando regresa a su casa, le gusta escuchar música y cocinarse algo rico para comer. Luego de cenar mira algún programa político en la televisión mientras observa, desde su computadora portátil, perfiles en Match. Me dice que ella se aburre sola, tal como se define, y que de este modo se divierte y se siente acompañada.
Siempre espera que le escriban. Es muy selectiva, prefiere perfiles de varones que indiquen que tienen universitario completo o posgrado. Un día, mientras estaba de viaje por trabajo, se quedó “boludeando hasta las tres de la mañana en Match”, tal como ella refiere, con un varón profesional de su edad. Le pareció interesante y corporalmente atractivo.
Comenzaron una relación virtual de hablar, reírse y compartir experiencias, a través de conversaciones por WhatsApp. Había semanas que hablaban más y otras menos. Ninguno de los dos tenía tiempo para verse cara a cara y se sentían cómodos comunicándose de modo virtual. Al cabo de tres semanas él la invitó a tomar un café. Tomar un café en el marco de una cita es una actividad romántica gastronómica signada por el consumo directo (Illouz, 2009). No obstante, según las representaciones de los/as entrevistados/as, es menos romántica que la cena. Para establecer sus diferencias indican que tomar un café es un consumo más accesible, que se puede ir vestido de forma más casual, que es una actividad más corta e íntima que cenar y que no se lleva a cabo, necesariamente, durante la noche. Basándome en Illouz considero que para los/as entrevistados/as es menos romántica en tanto implica un menor corrimiento de lo cotidiano y ordinario.
Cuando él la invitó a salir, ella al principio dudó. Él percibió su indecisión y como forma de cortejo, en vez de adularla o presionarla, le dijo que no se preocupara y que lo llamara cuando quisiera. Esta pauta de interacción fue percibida por ella positivamente en tanto le daba lugar a su individualidad.
Celeste hacía varios meses que no tenía una cita y estaba nerviosa. Habló con sus amigas, quienes son actantes que la estimulan y alientan en sus búsquedas de vínculos eróticos y/o afectivos. Ellas le dijeron que no perdiera el tiempo y que lo llamara. Un martes, sola en su casa, cuando regresó de trabajar, tomó la iniciativa y lo llamó. Era la primera vez que hablaban telefónicamente, antes solo se habían enviado mensajes de texto o de voz. Según me dice, si bien estaba un poco nerviosa, “gracias a la labor de mis amigas me había tomado la situación como un ‘mientras tanto’”. Es decir, quitarle expectativas románticas y compromiso al encuentro le permitió relajarse.
Ella le propuso verse el viernes luego del horario laboral, pero él no podía. Celeste se sintió desplazada y le dijo de mala manera que hablaban en otro momento. Si bien en su discurso, primeramente, indicó que el encuentro era para ella “un mientras tanto” y que prefería solo ir a tomar un café para no generar falsas expectativas, el hecho de no sentirse el centro de atención de él, dentro de sus guiones románticos, le generó malestar.
El viernes al mediodía, en medio de una jornada de trabajo intensa, recibió un mensaje de voz de él que decía que había suspendido sus planes para poder verla. Esto, según dice ella, la puso “re contenta” y la corrió de lo agobiante de la rutina. El hecho de saber que iba a tener una cita en las próximas horas hizo que la moral ordinaria de la vida cotidiana pasara a tener un lugar inferior en sus preocupaciones. Es decir, la ubicó cercana a un estadio de liminalidad romántica.
Rápidamente le respondió que podían verse luego del horario laboral, a las 19 horas en un bar. Ella llegó diez minutos tarde a la cita y él aún no había llegado. Mientras lo esperaba, pensaba “este es un tarado”. A Celeste le parecía muy poco cortés que un varón hiciera esperar a una mujer sin avisarle. Asimismo, percibía como una falta de cortesía llegar tarde a una primera cita donde no se conocen y cada uno debe dar la mejor impresión de sí. Para Celeste, que él llegara tarde era una pauta de que la cita no iba a ser buena.
Un mecanismo que ella empleó para pasar el tiempo y aminorar su espera fue usar el celular (Pecheny y Palumbo, 2017). Respondía mensajes de WhatsApp y leía las infinitas conversaciones de distintos grupos virtuales de los cuales ella era miembro. De repente se acercó un varón y le dijo: “Vengo a buscar a alguien que no conozco”. Ella cuando lo vio, se paralizó. Pensó en “irse corriendo”, tal como Celeste indica, dado que no se parecía en nada al de la foto. Un problema al que se refieren los/as entrevistados/as es que es frecuente que las personas coloquen en sus perfiles de las aplicaciones y sitios de citas fotos que no son propias para parecer más atractivas, que pongan fotos de cuando son más jóvenes[11] o disimulen alguna discapacidad física[12]. Esto es percibido como un engaño y genera enojo. Algunos/as de mis entrevistados/as ante esta situación le hacen saber al otro su enojo y se retiran; y en otros casos, especialmente las mujeres, se quedan un rato en la cita y luego les dicen a los varones que les surgió un imprevisto y que deben marcharse.
Mientras ella pensaba en irse del lugar, la otra persona se encontró con quien efectivamente debía reunirse. Le pidió disculpas por el malentendido. Celeste respiró. Miró su celular nuevamente y vio que tenía un mensaje de su cita: “Perdón. Estoy llegando”. El pedido de disculpas, desde el cual él restableció su fachada (Goffman, 1979), y saber que él estaba viniendo aminoraron su ansiedad ante la espera (Marentes, Palumbo y Boy, 2017).
Cuando él entró, ella lo miró y le “encantó”. Con esta expresión, Celeste apela a la sensación de intensidad que experimentó al contemplarlo (Bataille, 2010; Illouz, 2009). Para Illouz, la experiencia religiosa y el sentimiento romántico comparten la sensación de intensidad y de sobrecogimiento. Si bien aquí no hay necesariamente un contenido romántico de largo alcance, aparecen emociones románticas como la fascinación y la majestuosidad (Illouz, 2009). El encantamiento fue mutuo, según explica la entrevistada, no solo hubo agrado a nivel corporal sino también intelectual. La charla fue fluida y se quedaron hasta que el bar cerró sus puertas, a las 23 horas.
Luego él acompañó a Celeste, como forma de caballerosidad, a buscar su auto. En este encuentro, a diferencia de los otros, él no la pasó a buscar sino que ella fue por sus propios medios. En las escenas donde acuerdan ir a tomar un café después de trabajar, cada una de las partes accede por su cuenta. Se despidieron con un beso en la mejilla. En esta primera salida no hubo un acercamiento corporal como besos en los labios o abrazos, pero primaron las miradas y las sonrisas. Según me explica Celeste, cuando con una cita hay conexión es mejor no apurar los tiempos y esperar a próximos encuentros para acercarse corporalmente. Para ella, un umbral de espera (Pecheny y Palumbo, 2017) alejado de la lógica de la inmediatez respecto a acercamientos corporales potencia las posibilidades de generar un vínculo que trascienda lo erótico. Volvió a su casa contenta y expectante de volver a entrar en contacto con él prontamente.
El domingo a la mañana sonó su teléfono. Tenía un mensaje de WhatsApp de él: “Me gustó mucho conocerte, te invito a tomar un café”. La segunda salida también fue un ritual de interacción donde hubo energía emocional entre ambos y focos de atención en común (Collins, 2009). Esta vez se besaron y pusieron en juego el deseo sexual. Las citas se repitieron por varios meses hasta que la relación se terminó. Mientras ella estuvo con él no se vinculó cara a cara con ningún otro varón, pero sí sociabilizó con otros en Match: “en el medio yo seguí igual mirando perfiles, no lo abandoné”. Es decir, si bien en ese vínculo ella fue monógama en el ámbito cara a cara, no lo fue en el virtual. Asimismo, entre ellos no establecieron verbalmente que debían ser fieles. Pero él a diferencia de ella sí dio de baja su perfil mientras estuvieron juntos.
En la historia entre Celeste y él había un romanticismo que no se caracterizó por la entrega total, sino más bien por la racionalidad (Illouz, 2009). A partir de mirar otros perfiles ella se adelantaba a la posibilidad real de que el vínculo no funcionase, dice: “Yo como no sabía bien para dónde iba, por las dudas miraba y chateaba”.
A lo largo de la investigación analizo cómo los/as usuarios/as a partir de la utilización de las aplicaciones y sitios de citas establecen vínculos que pueden durar distintos lapsos de tiempo. En aquellos casos que solo duran un encuentro sexual, los mismos tienen lugar de noche luego de actividades como ir a cenar o a tomar algo.
En el caso de Leonardo (35 años), usuario de Tinder y de Happn, me cuenta una escena con una cita con la cual al comienzo hubo energía emocional pero luego no quiso volver a verla. Ambos tenían profesiones y gustos musicales afines. Dichos aspectos, al igual que parecerle atractivas las fotos, son importantes para él al momento de marcar con un corazón el perfil de una usuaria.
Me explica Leonardo que desde que hicieron crush con su cita hasta que se vieron cara a cara pasó una semana. Se conocieron virtualmente un viernes que él no salió y se quedó en su casa. Para el siguiente viernes estaban yendo juntos a cenar. Una de las razones por las cuales usa las aplicaciones es porque la mayoría de sus amigos están en pareja y a partir de las mismas conoce mujeres con quienes salir los fines de semana. Es decir, Tinder y Happn le sirven para sociabilizar en un marco donde no tiene un grupo de pares con quienes salir y pasar su tiempo libre.
Durante la salida hablaron de bandas de música que les gustaban a ambos. Como la charla fluía y la energía emocional aumentaba, él decidió invitarla a un bar. En ambos casos, Leonardo pagó los gastos como forma de cortejarla. La conversación les resultaba amena y se reían de lo que el otro contaba. Estas actitudes pueden ser leídas como signos de interés mutuo. Cuando ya era tarde, él la acompañó a su casa. En la puerta se besaron y ella lo invitó a subir. Esa noche tuvieron relaciones sexuales. Según lo que él me explica, el deseo sexual y la energía emocional por gustos afines mermaron cuando tuvieron relaciones sexuales.
El sexo para Collins (2009) es el momento en el cual hay mayor grado de copresencia física. En ese ritual de interacción se visualiza con más claridad la premisa de que los cuerpos son cuerpos vivos, que afectan y son afectados (Grosz, 1994). Explica Collins: “el coito tiene un poderoso foco de atención común: la conciencia del contacto entre dos cuerpos y de las acciones con que se afectan mutuamente” (Collins, 2009: 310). Siguiendo al autor, en la relación sexual la emoción común es la excitación sexual que crece y se acumula en el proceso de interacción.
En las relaciones sexuales, entendidas como rituales de interacción, hay una pauta rítmica corporal: intensificación, consonancia y sincronización. La mayor motivación y reciprocidad entre las partes lleva, para Collins (2009), a que haya más placer. En el caso de Leonardo, si bien tuvo relaciones sexuales, falló justamente la motivación, lo cual hizo decrecer la energía emocional del encuentro sexual. Él explica esto diciendo que “no hubo piel, no la pasé copado”. Desde la perspectiva de la corporalidad que esbocé en el capítulo 5 entiendo a la piel como el espacio desde el cual los cuerpos se sienten y son sentidos. Es la frontera desde la cual los sujetos efectivizan sus sentires y deseos (Frigerio, 2006; Nancy, 2007).
Esa noche él durmió con ella. La forma en la cual durmieron responde a guiones románticos. Leonardo mientras dormía, la abrazó. A la mañana siguiente desayunaron juntos y pautaron volver a verse. No obstante, él se sentía extraño. Había dormido abrazado con ella pero al otro día el recuerdo que prevalecía era la falta de “piel” y de energía emocional que había sentido cuando tuvieron relaciones sexuales.
Él no tuvo la iniciativa de volver a escribirle. Ella envió algunos mensajes de WhatsApp que él respondió de forma cortante a modo de hacerle entender que ya no quería volver a verla. Ella le escribió en algunas oportunidades más, pero ante la ausencia de sus respuestas o sus frases esquivas no volvió a insistir. Se observa en la descripción que hace el entrevistado una feminidad que pondera las formas románticas de la cita (el hecho de haber dormido juntos, lo ameno del encuentro) como una motivación para continuar en contacto, contra una masculinidad que basa su elección en la falta de un deseo sexual acorde a sus expectativas.
2.2. Del ámbito cara a cara a la primera cita cara a cara
En el siguiente apartado analizo escenas de primera cita entre personas que se conocieron en espacios cara a cara y establezco puntos de comparación con aquellas de quienes se conocieron en ámbitos virtuales. Para dicho fin, indago en tres escenas. En la primera la energía emocional fluctuó, en la segunda no se incrementó y en la tercera aumentó.
César, aunque ha usado Badoo, Happn y Tinder, me explica que prefiere conocer gente en espacios cara a cara. Suele ir a bailar solo o a bares. Para él cualquier espacio es propicio para la búsqueda de vínculos eróticos y/o afectivos.
Al momento de la entrevista, César tenía 46 años, nunca había convivido con una mujer y se encontraba cursando una segunda carrera universitaria. A lo largo de su trayectoria afectiva tuvo diferentes novias. Con la mayoría salió entre dos y tres años y les llevaba entre quince y veinte de diferencia. Según me explica, él se siente joven. Su feel age no se corresponde con su look age. Él se siente de treinta y sale a la par de sus amigos más jóvenes. Me dice: “La edad me parece que es una contingencia inmanejable”. Desde la perspectiva teórica de Featherstone y Hepworth (1991) comprendo que las personas se sienten con menos edad de lo que parecen sus cuerpos, existe una “importante distinción entre el cuerpo físico y el self” (Featherstone y Hepworth, 1991: 381). La edad representada por el cuerpo físico es una máscara que hace que las personas se vean envejecidas para la sociedad aunque se sientan jóvenes y vitales.
Para César el hecho de sentirse joven, no tener hijos/as y nunca haber convivido hace que se sienta más comprendido por mujeres más jóvenes que él, de veinticinco o treinta años, que por sus amigas de la misma edad. Para él las más jóvenes tienen preocupaciones como las suyas, el estudio y el trabajo, mientras que las de su edad en su mayoría son madres, solteras o casadas. Esto, según él, las limita en las posibilidades de realizar actividades sociales, tanto diurnas como nocturnas.
Durante la entrevista, César describió una escena de primera cita con una compañera suya de la universidad veinte años menor que él. Hacía dos años que eran compañeros y siempre se sentaban juntos o hablaban durante las clases. Un día, para consultarle por unos apuntes, le pidió su número de teléfono. El cortejo se proyectó a lo largo de esos dos años. A través de WhatsApp la invitaba a salir pero el encuentro, por diferentes razones, nunca se concretaba.
Él hace varios años que no está en pareja y expresa: “me encantaría conocer a alguien y ponerme de novio en algún momento”. Pero me dice que cada vez le resulta más difícil entablar vínculos por mucho tiempo y que él disfruta de estar soltero. No estar en pareja, dentro de los postulados heteronormativos, conlleva un estigma social para quienes deciden no emparejarse (DePaulo, 2006, 2009). Hay una preocupación por parte de su núcleo más cercano en torno al hecho de que “esté solo”, el cual constantemente le presenta conocidas y amigas solteras. Si bien la posibilidad de tener pareja en algún momento de su vida opera como un horizonte de sentido, no es algo que le preocupe a él personalmente. Por el contrario, el entrevistado experimenta la soltería de manera placentera.
En relación con la cita con su compañera de la facultad, luego de dos años, un día la invitó a salir y ella aceptó. Él la invito a cenar a su casa. La actividad romántica de la primera cita fue gastronómica, al igual que en los casos de personas que se conocen por aplicaciones de Internet. Pero en esta escena no salieron a comer afuera sino que él preparó la comida. Esta es un tipo de cita romántica basada en el consumo indirecto, en términos de Illouz (2009).
César se preocupó por ambientar el escenario para crear una atmósfera acogedora y relajada, a partir de la cual demostrarle que él estaba interesado en ella. Ordenó su casa, puso música (canciones de rock que le gustaban a ambos), prendió luces tenues y sahumerios para que la casa oliera bien. Las cenas románticas en el espacio doméstico son, para Illouz, experiencias rituales análogas a la versión consumista de un restaurante. Se utilizan elementos rituales que se asocian con los restaurantes elegantes, como son la luz tenue, la música de fondo, la comida bien preparada y presentada, y la ropa más elegante que de costumbre (Illouz, 2009: 182).
A partir de las entrevistas realizadas, observo que hay entre las personas que se conocen en espacios de sociabilidad cara a cara más posibilidades de que la primera cita sea en la casa de alguno de los miembros, ya sea que se reúnan para cenar o para tomar algo. En cambio, en las personas que se conocen por aplicaciones de Internet no aparece en ningún caso una escena de primera cita en la casa de una de las partes. Considero que el hecho de conocerse cara a cara los/as hace sentir más seguros/as.
Cuando ella llegó a la puerta del edificio, le mandó un mensaje de WhatsApp avisándole que estaba abajo. César apagó el fuego de la hornalla y fue a abrirle. Mientras bajaba las escaleras sentía ansiedad y nerviosismo, pero se mostraba relajado. Cuando abrió la puerta se saludaron con un abrazo. Ella había comprado un vino para acompañar la cena. El vino es un objeto ritual que aporta al encuentro desinhibición y facilita la generación de intensidad y comunicación entre las partes. Mientras él terminaba de cocinar, le dijo que se pusiera cómoda y se sentara donde quisiera. Ella, sin saberlo, eligió la silla donde él siempre se sienta. A diferencia de las demás sillas, esa es una silla de oficina, más acolchonada y grande que las otras. Según me dice, la energía emocional de la cita “no fue lo que tendría que haber sido” porque él no podía dejar de pensar en el hecho de que ella estaba sentada en “su lugar”.
E.: ¿Me podés contar en más detalle qué sentías [en relación con el hecho de que ella se hubiera sentado en su silla]?
César: Yo me di cuenta en ese momento que era mi silla porque me dolía verla. Me agarraba una cosa acá [en el pecho] y fue un garrón. Me decía a mí mismo cómo puedo ser tan idiota de estar pensando esto. Empecé a ver por qué y vi que hay algo de terrible mañosidad. Hace seis años que vivo solo y te volvés mañoso. No hay nada que intervenga, ¿me entendés? Pero era una piba que yo seguí un año y medio. Y se sentó en el lugar equivocado y no digo que se pudrió por eso pero la noche no fue lo que podría haber sido. Y me hago cargo totalmente (César, 46 años).
Si bien realizó una puesta en escena romántica como modo de agasajar a la mujer que tanto tiempo él había querido cortejar, en la práctica concreta pesaron sobre él otros pensamientos que no se basan en la forma agápica del amor romántico de entrega total (Boltanski, 2000; Illouz, 2009). Primaron en la cita formas románticas de cortejo como eros, basadas en la racionalidad y el interés personal. Este hecho, de enfocarse en la silla en vez de entrar en comunicación y buscar la intensidad con su cita, llevó a que su energía emocional y la del encuentro disminuyeran.
En los momentos en que él no pensaba en sus mañas, entablaba conversaciones más intensas y estaba más atento a lo que ella le decía y sentía. En esos lapsos había risas, abrazos y besos. No obstante, las desconexiones que hubo durante la cita, en las cuales su atención se alejaba de ella, hicieron que no alcanzasen un estado emocional compartido de alta intensidad (Collins, 2009). Según él, esto se reflejó en que no hubo una predisposición por parte de ninguno de los dos a tener relaciones sexuales y en que ella, luego de la comida y la charla, se fue a su casa.
En síntesis, la energía emocional durante la cita fluctuó: aumentó cuando hubo atención mutua y mermó cuando él dejaba de concentrarse en ella. Pasaron un grato momento, pero tal como él dice “no fue lo que podría haber sido”. Él se había predispuesto para una cena romántica con vistas a “conquistar a esa mujer que me volvía loco” no solo eróticamente, pero sus intereses personales y dudas fueron una constante a lo largo de la escena. Al momento que le realicé la entrevista a César continuaba hablando por WhastApp con ella y estaba latente la posibilidad de volver a verse.
En el caso de Natalia (45 años), tuvo una relación con un varón casado por trece años. Desde que terminó ese vínculo apuesta a tener una relación de pareja con otro hombre. Su experiencia configura en ella un horizonte de expectativa (Koselleck, 1993) basado en el modelo del compañerismo que postula la comprensión, la entrega, la valorización de lo sexual y la realización de cada uno en el otro (Cosse, 2008, 2010).
Usa aplicaciones y sitios de citas para conocer un compañero, pero también para vincularse eróticamente. Estas herramientas virtuales le facilitan la posibilidad de entrar en contacto con varones. Ella trabaja y estudia, por lo que tiene poco tiempo para salir a espacios de sociabilidad cara a cara. Asimismo, me comenta que su círculo de amigos/as es reducido. Si bien suele salir sola, le es más sencillo y económico usar las aplicaciones y sitios de citas desde la comodidad de su casa o cuando vuelve a la noche en colectivo desde la universidad.
No obstante su predilección por las herramientas virtuales, Natalia suele tener citas con personas que conoce en espacios cara a cara. En una oportunidad un profesor de la universidad, de una edad similar a la de ella, luego de terminar la cursada la invitó a cenar. A ella él le había parecido atractivo, dice que “es un tipo lindo y había onda en la clase”. Cuando terminó el cuatrimestre empezaron a enviarse correos electrónicos, primero con la excusa de hablar de la materia y luego él la invitó a salir.
Él la citó en un bar, un sábado por la noche. A ella, el hecho de que le haya sugerido un día del fin de semana le pareció una buena señal. Natalia, tal como expliqué en capítulos anteriores, luego de haber tenido una relación con un varón casado sabe que los fines de semana las personas emparejadas no suelen planear una cita, dado que tienen compromisos familiares. Me explica que tiene miedo de volver a enamorarse de alguien en esa condición.
La cita la entusiasmaba. Se preparó de manera tal de parecer sexy, pero dentro de una performance de seducción medida (Bianciotti, 2013). Se puso una buena camisa, perfume y un jean ajustado. Fue al lugar de la cita en un taxi. En esta escena el varón no le propuso pasarla a buscar. El lugar de la cita, según me explica, era un bar un poco sucio y barato.
E.: ¿Cómo fue la cita con tu profesor?
Natalia: Un desastre. Un desastre. Un tipo lindo, había concertado onda en la clase y después nos tiramos un par de mails. Pero el tipo y la salida fueron… El tipo me dice “salimos a un bar”. Yo con ganas de glamour. A mí me gusta la cosa glamorosa, yo confieso, al menos en las primeras citas. Capaz después termino comiendo sándwiches en una plaza porque también soy una persona común, voy y tomo mate (…) (Natalia, 46 años).
La fórmula romántica estándar de la clase media, según la codificación de la cultura de los medios masivos de comunicación, para Illouz, requiere del consumo de bienes de lujo asociados con el estilo de vida de los ricos (las salidas al teatro y a los restaurantes), pero también el de bienes baratos de producción masiva (tales como los paseos). Sin embargo, son los espacios sofisticados y glamorosos, basados en el consumo hedonista, los que siguen siendo el estándar cultural deseado por personas de sectores medios (Illouz, 2009: 107, 142).
El glamour se asocia al lujo y al gasto improductivo (Bataille, 1987) o al derroche. El gasto improductivo al igual que el erotismo aleja a los sujetos de los principios estandarizados de la acumulación y la utilidad. Es parte del romanticismo en tanto pone a los individuos por encima de lo cotidiano y ordinario y los acerca a la intensidad (Bataille, 1987, 2003). El acceso a lugares sofisticados no implica un alejamiento de las restricciones de la vida cotidiana, “sino más bien una suspensión teatralizada de dichas restricciones” (Illouz, 2009: 194).
Natalia dice no tener inconveniente en realizar actividades románticas que no se basen principalmente en el consumo siempre y cuando ya exista un vínculo de mayor confianza con la otra persona, pero en los primeros encuentros es importante para ella que este exista. En una primera cita, dice que le gusta “ir a un lindo bar, a un lindo restaurante con música y tomar vino”. Estos consumos, que tienen un costo significativo para el varón, son para ella herramientas de caballerosidad y de seducción masculinas. Asimismo, plantea diferencias entre las actividades románticas que espera realizar con un varón de treinta respecto a un varón de cincuenta. El escenario de la cita propuesto por el profesor no le pareció adecuado, dado que él tenía casi cincuenta años y la invitó a un bar con poco glamour —económico y sucio—. Para Natalia es importante, aunque trabaje y tenga sus propios ingresos, que los varones de esa edad performen una masculinidad a partir de la cual se muestren como potenciales proveedores y la agasajen a través del consumo, al menos en los primeros encuentros. El hecho de que el profesor no se haya adecuado a los postulados románticos y de consumo que se esperan para un varón de su edad hizo que la energía emocional del encuentro decreciera. Desde su punto de vista, hubiera sido distinto si hubieran ido a cenar o a tomar vino a un lugar elegante.
A pesar de su incomodidad por el espacio donde él la había invitado, decidió enfocarse en su cita. Ella siempre se mostraba atenta y sonriente cuando él hablaba, pero tomaba nota mental de aquellas actitudes que no le parecían románticas. Durante la cita empezaron a conversar de qué proyectaba cada uno en una pareja. Él le planteó la importancia de la comodidad. Le dijo: “A mí en la pareja me gusta la comodidad y si estoy en la cama y me quiero tirar un pedo quiero poder hacerlo tranquilo”. Ella creyó haberle entendido mal y le pidió que se lo repitiese. Ante la misma explicación Natalia se sintió espantada. Si bien me lo cuenta entre risas, expresa que ese encuentro fue un desastre. A lo largo de la noche, él le realizó distintos comentarios escatológicos. Estos se alejan de sus principios románticos basados en los idearios de caballerosidad. Ella esperaba, para un primer encuentro, halagos y temas de conversación donde cuestiones tan íntimas no fueran comentadas. Me explica: “No había tanta confianza. Conocés a una persona y que alguien te venga a decir esas cosas me parece sumamente violento”. La cita no estuvo signada por patrones románticos basados en el consumo y en el cortejo femenino. Esto generó emociones de enojo y desprecio en su cita.
A partir del trabajo de campo realizado concluyo que en las citas, para que haya satisfacción entre las partes, debe haber fluidez en los temas de conversación, pero los mismos no deben basarse ni en la superficialidad total —hablar solo de comida o de marcas de ropa—, ni tampoco en temas privados o muy íntimos —conflictos con exparejas, problemas de salud o, en este caso, comentarios escatológicos—. Ambos extremos socavan la energía emocional del encuentro. Se valora la sinceridad, pero dentro de ciertos parámetros que no se corran de los valores de lo mágico y la sofisticación que deben atravesar un encuentro romántico.
Miguel (38 años) se define a sí mismo como “un romántico total”. Él no usa las aplicaciones y sitios de citas porque según me dice cree que solo en el ámbito cara a cara, a partir de las gestualidades y el registro corporal, se puede saber si hay piel, ya sea para entablar una relación erótica de una noche o para tener un vínculo afectivo de larga duración.
Con el propósito de conocer mujeres concurre a dos ámbitos de sociabilidad distintos. Para tener sexo de forma rápida va a la discoteca Pinar de Rocha. Me explica que según su experiencia allí es sencillo conocer mujeres que él denomina “fáciles” con quienes tener sexo sin que casi medie el cortejo ni el dinero. Cuando conoce a una mujer con quien hay deseo sexual suelen ir a un albergue transitorio o las invita a su casa. Cuando el acto sexual termina, para no tener que dormir con ellas, les dice cortésmente que al otro día tiene que trabajar y les pide un taxi o las lleva a su casa en auto. Por otro lado, para vincularse con mujeres con las cuales tener citas románticas suele ir a cumpleaños o a eventos de amigos/as.
Cuando le pregunto cómo son sus citas, él se adentra en una serie de ritos que lo hacen ver y sentir seductor. Vuelve de trabajar, se baña, se peina, se pone gel en el pelo y elige una camisa o chomba recién planchada. Se perfuma y se fija de tener chicles en la guantera del auto. Estas prácticas son estrategias que le facilitan que las mujeres de clase media a las cuales él quiere seducir lo evalúen positivamente. Estar bien vestido y perfumado le genera confianza en sí mismo y comodidad al momento de la seducción. Es decir que saberse presentable, bajo estos cánones, le aumenta su energía emocional.
Pasa a buscar a su cita alrededor de las nueve de la noche en su auto importado. En caso de que el auto no esté lo suficientemente limpio primero lo lleva al lavadero de autos. Tiene dentro del mismo un perfume para aromatizarlo. Él prefiere que las salidas sean jueves o viernes por la noche y si no un domingo por la tarde en un balneario de moda en San Isidro. La noche o una tarde de fin de semana son momentos donde las personas no trabajan y tienen tiempo disponible para disfrutar la velada. Los tiempos de las citas románticas anteceden o prosiguen al momento del trabajo y los quehaceres domésticos, quedan ubicados al margen del tiempo productivo y reproductivo de la sociedad (Illouz, 2009: 162).
Generalmente pasa a buscar a su cita por la casa. Cuando llega, le envía un mensaje de WhatsApp avisándole que está en la puerta. Cuando ambos están dentro del auto, él le pregunta qué quiere comer. Él tiene una lista prepautada de lugares románticos donde ir a cenar. Según lo que le responda, le propone restaurantes por Palermo Hollywood, Palermo Soho, San Isidro o Villa Devoto, especificados en el Mapa 7 de este capítulo.
Cuando llegan al restaurante, él se baja primero y le abre la puerta del auto. Para él es importante que durante la noche ella se sienta cómoda. Si nota que se siente invadida por su cortesía, trata de marcar una mayor distancia y no parecer molesto. Es decir, está pendiente de que si se muestra demasiado cortés o romántico pueda generar incomodidad. En caso de que ella esté a gusto le arrima la silla, “cosa que se sienta bien cortejada”, dice. En todo momento hace sentir a sus citas femeninas que ellas son su adulación, a la vez que las corteja a partir de quitarles agencia en sus movimientos. En su concepción de masculinidad, él como varón aparece facilitando e interviniendo en todos los movimientos de la mujer. Según su visión sobre la masculinidad, dado que ya no hay varones caballeros, “es tan fácil para el hombre medio educado seducir a las mujeres porque la mujer se jacta de liberal. Pero le arrimás la silla, les decís tres piropos y se acabó el tema… No abundan tipos como yo. En la tierra del ciego, el tuerto es rey”. Es decir, él considera que formas de cortejo por fuera del amor confluente (Giddens, 2006) son las que realmente tienen efectos de seducción en las mujeres y no el discurso de mayor simetría entre las partes.
Los restaurantes que elige tienen un ambiente relajado, iluminación tenue, buen servicio, música funcional y poseen principalmente mesas para dos personas. Pude tener acceso a esta información porque cuando pauté la entrevista con Miguel y le conté de qué se trataba la investigación, me propuso si quería que cenáramos en alguno de los lugares donde él suele ir con sus citas. Él eligió por cercanía a nuestras casas un restaurante en Villa Devoto. Esto me permitió una mirada in situ de los escenarios en los cuales tienen lugar sus escenas de primera cita.
Estos restaurantes están pensados para que tengan lugar citas románticas, dado que el servicio y el tipo de comida que sirven generan una atmósfera antagónica a lo cotidiano y a la rutina. Lo que prima allí es la sensación de que no hay nada de qué preocuparse, y la sofisticación propia de la moral hedonista de la modernidad tardía. La luz tenue, la música suave y la disposición de las mesas, separadas ampliamente unas de otras, conforman una sensación de aislamiento y privacidad en un espacio público en medio de la ciudad.
Cuando el mozo entrega los menús, me explica que él deja que su cita elija su plato. En caso de que quieran tomar vino, selecciona una botella dentro de la gama más selecta que tenga el restaurante.
E.: ¿Vos elegís lo mismo que ella o elegís tu propio plato?
Miguel: No. Yo no tengo problemas. Depende el apetito que tengamos lo comparto o no. Siempre hay que ser cortés. No se tiene que sentir invadida ni nada, porque pierde la magia. Siempre tiene que estar esa nebulosa de que se sienta única. Si el restaurante está lleno ella tiene que sentir que está sola y es única. Si no hacés la diferencia en la charla, en pasarla a buscar y en llevarla a un buen lugar, la cita se va diluyendo (Miguel, 38 años).
Miguel, para hacer sentir a sus citas únicas y especiales, preceptos del amor romántico, recurre al gasto improductivo donde no median las leyes de la racionalidad ni lo rutinario. En la cita debe primar la diversión y la búsqueda de bienestar. Invita a las mujeres y las agasaja. En sus encuentros aparecen diferentes objetos rituales vinculados a lo costoso, como un auto importado, ropa de marca, perfumes importados, comidas exquisitas, cócteles y champán.
Durante la cena conversa de temas banales como marcas de perfumes, pero evita caer en la mera superficialidad. Habla también sobre su familia, sus aspiraciones, anécdotas. Elude cualquier tema que pueda llevar a la confrontación, como la política y la religión. En aquellos casos donde observa, a primera vista, que coinciden en esos aspectos, profundiza. Pero siempre de forma medida. Quiere evitar dentro del contexto de una primera cita romántica cualquier foco de conflicto. En toda la escena debe prevalecer la sensación de agrado.
Cuando termina la cena, paga siempre él. Para su construcción de masculinidad el agasajo a las mujeres se basa en consumir y mostrarse como proveedor.
Para Miguel, una cita debe tener más de una actividad romántica. Les propone ir a dar un paseo en auto e invitarlas a tomar un cóctel en Puerto Madero. Es decir, las actividades románticas que él prefiere se basan en el consumo directo. Según me explica, entre la cena, el bar, el combustible del auto y si van a un hotel a pasar la noche, en una salida puede llegar a gastar 200 dólares.
Miguel me explica que hace varios años que no va al cine en una primera cita. Si bien los/as entrevistados/as han tenido primeras citas basadas en actividades culturales, observo que lo que prevalece al momento que les realicé las entrevistas son las salidas gastronómicas. En los restaurantes y bares, a diferencia del cine, prima la conversación sobre gustos e intereses.
El objetivo de las salidas de Miguel no es solo la búsqueda de vínculos eróticos y/o afectivos, sino también disfrutar junto con sus citas de actividades que realiza solo o con amigos, como pasear o tomar tragos. En Puerto Madero suele ir siempre al mismo bar donde pide lemon champ, caipirinha o una botella de champán para compartir. En verano le agrada sentarse en las mesas que dan al río, iluminadas a la luz de las velas. Me cuenta que en esas situaciones suele presentarse la escena del hombre que vende rosas.[13] Esto a él lo hace sentir incoómodo, dado que si no compra la rosa lo hace parecer un avaro y si la compra lo convierte en una persona demasiado romántica, según me explica. Para salir del aprieto le pregunta a su cita si le gustan las rosas. Solo en los casos en que ellas le digan que sí, se las comprará.
Cuando termina la escena en el bar suele ir a caminar junto con su cita alrededor del río. Aquí aparece una actividad romántica no basada en el consumo. Él se refiere al río y al mar como lugares románticos. Esto, desde la lectura de Illouz (2009), se debe a que existe una asociación entre el romance y la naturaleza —entendida como la inocencia pura, autenticidad natural y aislamiento respecto al mundo urbano— que evoca la pureza, autenticidad y naturaleza del yo: “tanto el amor romántico como la naturaleza supuestamente representan el costado más auténtico del yo, en oposición a la falta de autenticidad vinculada a la vida urbana” (Illouz, 2009: 193). En ese escenario es donde Miguel ubica la aparición de gestualidades eróticas basadas en el acercamiento corporal, por ejemplo que ella coloque la cabeza sobre su hombro, besos, abrazos o que se den la mano.
Cuando esta escena termina, él le propone a su cita llevarla a su casa. Dice que en la puerta de la casa aparece con más frecuencia la situación del beso en los labios. Si con la mujer hubo energía emocional y compatibilidad intenta no tener relaciones sexuales en el primer encuentro. De este modo, al igual que Celeste, genera una espera a partir de la cual deja un deseo latente y potencia las posibilidades de que exista una segunda salida. No obstante, hay veces donde prima el deseo sexual y terminan la noche en la casa de alguno de los dos o en un hotel.
En síntesis, se desprende de las escenas analizadas en la entrevista a Miguel un tipo de masculinidad hegemónica donde él se muestra como proveedor y activo; y las mujeres aparecen en un papel pasivo y contemplador. No obstante, cuando indago en sus prácticas teniendo en cuenta el deseo, el placer y el displacer, aparecen experiencias que tensionan la construcción de masculinidad que él quiere transmitirme a lo largo de la entrevista (Jackson, 1996).
Durante el desarrollo de las entrevistas en profundidad les solicité a los/as entrevistados/as que identificaran turning points en sus trayectorias afectivas de búsqueda de vínculos eróticos y/o afectivos. Miguel identificó una relación que tuvo con una mujer, que si bien duró solo tres meses, lo marcó positivamente. Según me explica, la forma de ser de ella era diferente a la de todas las otras mujeres con las cuales estuvo en pareja. Él, para marcar dicha distancia, relata la escena de su primera cita.
Miguel la conoció en un reencuentro de excompañeros/as de secundaria. Hacía poco que se había divorciado. Durante el evento, un amigo en común los presentó. Hablaron de sus vidas pero no quedaron en contacto. Unos días después, Miguel le pidió a su amigo que le pasara el número telefónico de ella. Cuando la mujer se enteró de que él había preguntado por ella, tomó la iniciativa y lo llamó. Le preguntó si tenía ganas de salir un día. Él se sintió sorprendido. Esta vez era ella quien tenía un rol activo. Miguel le dijo que sí pero que tenía el auto en el taller mecánico. Ella le dijo que no había inconveniente, también manejaba y podía pasarlo a buscar. Mientras relata la escena, dice entre risas: “Me sentía una mujer”. Es decir, dentro de su construcción de masculinidad afín a la hegemónica, el hecho de que la mujer sea agente lo hace sentir feminizado. Pero a la vez ese sentirse cortejado es experimentado con disfrute.
Ella lo pasó a buscar por su casa. En esta cita fue ella quien le pregunto a dónde querían ir, él eligió ir a cenar a Puerto Madero. Si bien él pagó, ella sacó su billetera y tuvo la intención de hacerlo. Como con sus otras citas, luego, Miguel le sugirió de ir a caminar por el río.
Durante la salida hubo mucha tensión sexual. Según él me explica, se miraban, sonreían, rozaban sus piernas, pero no se besaban. Cuando ella lo dejó en la puerta de su casa comenzaron a besarse. La energía sexual primó y pasaron la noche juntos. Si bien podrían haber ido a la casa de ella o a la de él, Miguel prefirió invitarla a un hotel. De este modo se visualiza que él la corteja a partir del consumo directo y que, a partir del mismo, busca reposicionarse él como el proveedor.
En la relación sexual hubo un estado corporal compartido signado por la pasión, excitación corporal y placer. Los encuentros se repitieron y lo que más los unía, según me dice, era el “buen sexo” y la diversión que le generaba estar con una mujer independiente como ella. Estuvieron de novios tres meses.
Desde un análisis de la heterosexualidad, entendida como una construcción (Jackson, 1996), observamos cómo la masculinidad en cada varón heterosexual no es uniforme. Miguel experimentó placer dentro de una relación que tensiona los postulados de masculinidad hegemónica (Connell, 1995), donde él debe ser el proveedor y el que propone. En dicho vínculo existió una mayor simetría entre las partes y no era él quien dominaba. Esto lo marcó e implicó un corrimiento del tipo de relaciones que suele entablar. Ella era también una agente activa al momento de proveer y cortejarlo.
No obstante, como horizonte de sentido lo guían los postulados de masculinidad hegemónica (Connell, 1995). Él, a nivel representacional, busca casarse y tener hijos/as con una mujer que no trabaje o lo haga pocas horas y esté enfocada en el cuidado del hogar. De esta forma, alejada del ideario de compañerismo de mayor reciprocidad y equidad entre los miembros (Cosse, 2008, 2010), él entiende que expresa correctamente lo que se espera de un varón heterosexual que está enamorado de su pareja.
3. Recapitulación y conclusiones
A partir de un análisis pormenorizado de escenas de primera cita, relatadas por los/as entrevistados/as, en este capítulo describí y analicé las pautas de cortejo sobresalientes en personas de sectores medios, en la actualidad, en el contexto del Área Metropolitana de Buenos Aires. Para tal fin, delineé mis postulados teóricos, realicé comparaciones con las reglas de cortejo de décadas pasadas y examiné sus variabilidades históricas.
En relación con los supuestos de este capítulo, por un lado, partí de pensar que los guiones sociales del amor romántico y de masculinidad hegemónica están presentes en las primeras citas. Si bien no existe, necesariamente, un contenido amoroso intenso y espontáneo en juego, las formas de cortejo prevalecientes son de tipo románticas. Operan como horizontes de sentido generando un aumento o disminución de la energía emocional en las escenas de citas. No obstante, establecí agencias y resistencias tanto femeninas como masculinas ante estos postulados.
Los escenarios de las citas están atravesados por actividades y objetos que implican un consumo hedonista. Las actividades más realizadas y preciadas son ir a cenar a un lugar agradable y/o sofisticado, dentro de los parámetros estéticos de personas de sectores medios. Para problematizar este aspecto, abordé cómo en las citas hay objetos rituales que actúan al momento de la seducción, como tomar cócteles, ir en auto y utilizar ropa de marca. Estos conforman una puesta en escena que se vincula con lo romántico en tanto generan una sensación de corrimiento de lo cotidiano. En las citas, los sujetos de clase media intentan ubicarse en lo que dura ese encuentro, signado por el consumo y la búsqueda de bienestar, por encima de su propia posición social.
En pocas palabras, en este capítulo describí y analicé las escenas de primera cita a partir de establecer, desde la lectura de Eva Illouz, una interrelación entre formas románticas de cortejo y el consumo hedonista. Llevé a cabo este objetivo teniendo en cuenta las experiencias de los sujetos, sus agencias y resistencias.
- Cosse (2010) ha estudiado la variabilidad de las convenciones que pautan el noviazgo, el modelo doméstico y de pareja en mujeres y varones de clase media de la Ciudad de Buenos Aires, desde 1950 a 1976 (año del golpe de Estado de la última dictadura cívico-militar argentina).↵
- Estas convenciones implicaban una segmentación social. Las visitas requerían un espacio físico que no todas las mujeres poseían. Por ejemplo, una empleada doméstica difícilmente podía ser visitada por su pretendiente. Las mujeres de sectores populares establecían contacto con sus citas en plazas y en bailes (Cosse, 2010: 29-30).↵
- Acassuso es una localidad situada en el Gran Buenos Aires, en el partido de San Isidro, provincia de Buenos Aires, Argentina.↵
- La Plaza General San Martín se ubica en la Ciudad de Buenos Aires, rodeada por la Avenida Santa Fe, las calles Esmeralda, Arenales, Maipú, la Avenida del Libertador, la calle Florida y la calle San Martín.↵
- Plaza Serrano es la denominación que recibe comúnmente la Plazoleta Julio Cortázar, ubicada en el barrio de Palermo, Ciudad de Buenos Aires. ↵
- La Plaza Arenales, también conocida popularmente como Plaza Devoto, es una plaza situada en el barrio de Villa Devoto, Ciudad de Buenos Aires.↵
- Olivos es un barrio situado en el partido de Vicente López, provincia de Buenos Aires, la cual se encuentra en el primer cordón del Gran Buenos Aires.↵
- No obstante, en esos años eran limitadas las impugnaciones a la institución matrimonial. La pauta heterosexual mantenía su centralidad, así como la sexualidad unida a la afectividad y las desigualdades de género en relación con la moral sexual. Cosse (2010) reconoce los cambios, las transformaciones y novedades del período, pero señala sus contradicciones y continuidades con otras décadas. De allí que considere a los años sesenta en materia de sexualidad, pareja y familia en términos de revolución discreta. ↵
- A esto se le suma que desde el año 2010, tal como indico en el capítulo 2, se aprobó la Ley de Matrimonio Igualitario que extiende los derechos del matrimonio civil para parejas conformadas por personas del mismo sexo (ley nacional N.º 26618).↵
- Me baso en la noción de ritual de Collins que ha iluminado los distintos capítulos del libro y permite una amplitud mayor que la propuesta por Illouz. Para la autora, los ritos no son cualquier conducta social altamente codificada. Considera que los ritos corresponden solo a conductas al mismo tiempo formales y repetitivas (Illouz, 2009: 161).↵
- olo Natalia dice haber mentido respecto a su edad en sus perfiles. En una de sus citas el varón se lo recriminó y se fue.↵
- En los casos de Fernando y Azul dicen que se encontraron con citas que tenían problemas motrices, pero que no lo supieron hasta que se conocieron cara a cara.↵
- Las rosas, el champán y las velas poseen atributos de semisacralidad que, en circunstancias adecuadas, pueden generar sentimientos románticos (Illouz, 2009: 164).↵