En este capítulo describo y analizo tanto los criterios de selección de mujeres y varones que no están en pareja, heterosexuales y de sectores medios del AMBA, cuando buscan encuentros eróticos y/o afectivos, como los modos en que estas personas perciben y utilizan los espacios de sociabilidad cara a cara y virtuales.
Para llevar a cabo estos objetivos comparo espacios de sociabilidad cara a cara y virtuales. Si bien analizo ambos ámbitos, pongo el foco en la sociabilidad virtual, ya que es allí donde más sociabilizan las personas analizadas y en tanto es un “puente” para encuentros cara a cara. Las personas que sociabilizan cara a cara, en eventos de speed dating, catas de vino y clases de salsa y bachata, también son usuarios/as de las aplicaciones y sitios de citas. A partir de la lectura de los perfiles virtuales puedo obtener información detallada sobre los criterios de selección de sus usuarios/as.
El análisis se estructura en tres secciones. En la primera, desde una clave teórica, sitúo las nuevas formas de sociabilidad que han aparecido en la modernidad tardía. A partir de estas coordenadas, seguidamente, abordo los criterios de selección de las personas que no están en pareja y que buscan encuentros eróticos y/o afectivos. Los criterios de selección que intervienen al momento de sociabilizar están atravesados por la clase social, la edad, las expectativas de género y las características corporales, entre otros. Finalmente, en la última sección, a la luz del análisis de estos criterios, indago en cómo son percibidos y utilizados los espacios de sociabilidad cara a cara y virtuales, con vistas a encuentros eróticos y/o afectivos, de forma comparada.
1. Las sociabilidades eróticas y afectivas en el tiempo de las apps
Nos encontramos ante lo que denomino un boom de las redes sociales y aplicaciones, incluidas las de citas. Desde ellas las personas sociabilizan y entablan lazos sociales. A diferencia de perspectivas más pesimistas sobre la modernidad tardía y el fenómeno de la virtualidad, como son las de Bauman (2003) y Sibilia (2008), quienes consideran que nos encontramos ante un contexto de modernidad líquida (Bauman, 2003) signado por una sacralización de la individualidad y una pérdida de los lazos sociales, un emergente de esta investigación es que desde y en lo virtual se generan nuevas formas de sociabilidad.
La sociabilidad en la posmodernidad toma las características del contexto, a saber, la fugacidad y el desanclaje. Para Machado (2009), la navegación por el ciberespacio habilita a que los sujetos existan en la red en varios lugares al mismo tiempo, asuman diferentes identidades y presenten para cada auditorio un personaje distinto sobre sí. El modo en el cual las personas se vinculan eróticamente es a partir del vagabundeo[1] por el ámbito virtual (Deleuze, 2005 en Dipaola, 2013). La pertenencia a las comunidades virtuales, como por ejemplo Match, Badoo, Tinder o Happn, es flexible y no total. Uno/a se conecta a la aplicación cuando quiere y pasa a ser parte, a la vez que puede transitar por diferentes aplicaciones de citas y encuentros simultáneamente. Asimismo, los/as entrevistados/as refieren que en ese fluir por aplicaciones se encuentran, en diferentes oportunidades, con las mismas personas con quienes hicieron match (coincidencia), con la finalidad de preguntarse qué es de su vida y cómo van sus búsquedas.
Otras figuras que considero explican la sociabilidad en la segunda modernidad son la caza y el camaleón (Bauman, 2013). La imagen de la caza implica que los sujetos para ser reconocidos se valen principalmente de sí mismos. Finalizar la caza de un determinado objetivo conlleva que deban buscar nuevamente otro objetivo en donde reconocerse y realizarse. En esta caza infinita e incierta se autorrealizan los sujetos. La figura del camaleón remite a que las personas transitan y mutan de identidades con mayor facilidad. Esto se debe a que los sujetos, en un contexto donde todas las esferas de la vida están atravesadas por el mercado, pueden acceder a bienes y conocimientos que les posibiliten, por un lapso de tiempo, ser parte de un determinado grupo. El mercado permite descartar, poseer y volver a desechar con una gran velocidad. En estas transformaciones constantes se insertan los individuos. Un ejemplo paradigmático es el ciberespacio, donde es posible entrar y pasar de un sitio web o aplicación a otro, de manera constante.
Las figuras del vagabundeo, la caza y el camaleón, si bien implican un desarrollo de la libertad y de la elección individual, están atravesadas por el riesgo y la imprevisibilidad (Bauman, 2010; Beck, 1998). Sin embargo, esto no debe ser interpretado como fragmentación social y pérdida de lazos sociales, sino que lo que aparece son nuevas formas de socibialidad (Simmel, 2003) o socialidad (Maffesoli, 2009).
La socibialidad en Simmel, tal como expliqué en la Introducción, representa lo mismo que la socialidad para Maffesoli (2001, 2009): un continuo discurrir de interacciones sin un fin propio, que encuentran su expresión en lo cotidiano. La sociabilidad/ socialidad representa los múltiples juegos e interacciones a través de los cuales lo social se produce y reproduce continuamente. En la sociabilidad/socialidad se expresa una solidaridad primaria para quienes transitan en un determinado espacio.
Para Michel Maffesoli (2009), las nuevas formas de socialidad que se establecen entre los sujetos están signadas por la intensidad propia de la religiosidad. Por más efímeras que sean las formas de relacionarse, hay socialidad porque existen imágenes, sentires y emociones compartidas. La socialidad implica “un ser-juntos primordial, arquetípico, que pone en escena todos los parámetros de lo humano, incluidos los más frívolos, o los que son reputados como tales, a fin de celebrar la vida, aunque sea teatralizando la muerte” (Maffesoli, 2001: 122). Por su parte, para Simmel, en la sociabilidad se acentúan la conexión libremente flotante y la interacción recíproca entre los individuos y pierde lugar lo personal (Simmel, 2003: 83).
En la sociedad de riesgo hay mayor flexibilidad y transformación, por ende, los lazos sociales y las identidades se establecen en una lógica en la cual prima el instante que dura o permanece ese “estar juntos”. A esto Maffesoli lo denomina una ética del instante o de la situación (2009: 53). Las relaciones e intercambios que se entablan en el ciberespacio se dan dentro de esta ética. Explica Brea (2007) que en la red prima el tiempo-ahora de la sincronía, el presente y la efímera actualidad. En el flujo permanente de fotografías y mensajes, los usuarios/as pasan del papel de observar a ser observados/as, y debido a la saturación de fotografías en las aplicaciones de citas, la relevancia que se le otorga a la imagen es efímera.
La e-imagen se da en condiciones de flotación, bajo la prefiguración del puro fantasma (…). Ella comparece, pero para inmediatamente desvanecerse, ceder su lugar a algo otro. Su modo de ser es al mismo tiempo un sustraerse, un estar pero permanentemente dejando de hacerlo. Ella no se enuncia bajo los predicados del ente, sino exclusivamente con la forma de lo que deviene, de lo que aparece como pura intensidad transitiva, como un fogonazo efímero y fantasmal, como una aparición incorpórea que no invoca duración, permanencia, sino que se expresa con la volátil gramática de una sombra breve, de fulminación, de relámpago sordo y puntual, sin eco (Brea, 2007: 21).
No obstante la fugacidad, cuando los sujetos navegan en el ciberespacio sociabilizan porque entran en contacto con otros sujetos con quienes realizan intercambios intersubjetivos (Machado, 2009). Esos intercambios son posibles porque la sociabilidad es un fenómeno colectivo en el cual los sujetos comparten un estilo y una reflexividad particular que impregna su práctica social. Esto genera, como analizo en este capítulo, “un ambiente”, como se popularizara a partir del “ambiente” homosexual (Sívori, 2005). El ambiente es un conjunto de redes o espacios de interacción entre personas que comparten un interés o una marca de estatus específico (Sívori, 2005: 19). En los sitios de citas y aplicaciones se intercambian, principalmente, intereses y deseos eróticos y afectivos que tienen como finalidad (o no) la concreción de citas y encuentros cara a cara. Si bien en la creación y búsqueda a través de los espacios virtuales hay una mayor intelectualización y administración racional de la búsqueda (Illouz, 2012), en este libro también me interesa echar luz sobre cómo en esos intercambios hay socialidad porque existen imágenes, sentires y emociones compartidas (Maffesoli, 2001: 122).
La sociabilidad erótica y afectiva implica una espacialidad, ya sea cara a cara o virtual, que está sexualizada y generizada (Conlon, 2004; Lefebvre, 1991; Massey, 1994; Sabsay 2011). En los ámbitos cara a cara y virtuales aquí estudiados, si bien se permite el ingreso de personas no heterosexuales, sus publicidades y sus pautas de interacción están atravesadas por guiones heteronormativos que apuntan a sujetos heterosexuales. Los espacios modifican y condicionan a las personas y las relaciones sociales que allí se establecen, pero también el modo en que los sujetos se apropian de los espacios acciona sobre estos. Hay una retroalimentación entre sujeto, espacio y cultura. Por ejemplo, en las catas de vino hay una pareja de mujeres lesbianas que concurren. Esto es disruptivo para el entorno, las personas comentan sobre ello cuando ellas no están y hacen bromas al respecto. Pero han pasado a ser parte del ambiente (Blázquez, 2014; Sívori, 2005) de las catas por el interés que los une: el vino.
En resumen, la amplia proliferación de sitios y aplicaciones de citas son la novedad que trae este nuevo siglo como forma de sociabilidad erótica y afectiva con otros. Lo virtual está presente también en el cara a cara; los espacios de sociabilidad cara a cara, desde sus sitios web y redes sociales, como Facebook, promocionan eventos y publican fotografías de los eventos que han realizado. Las personas comentan sobre ellos y sociabilizan.
Los vínculos que se desarrollan en el ámbito virtual generan efectos emocionales concretos sobre las personas, tanto positivos como negativos. Algunos tienen lugar solo allí, por ejemplo los/as entrevistados/as no se conocen cara a cara con todas las personas con las cuales chatean, pero a partir de esos diálogos aumentan su autoestima y se re-erotizan a sí mismos/as o experimentan sensaciones como ansiedad; otros/as, luego de la comunicación virtual, pasan a tener contacto telefónico o cara a cara. Esto también sucede a la inversa, personas que se conocen cara a cara luego se comunican de forma virtual a través de redes sociales como Facebook o WhatsApp. Es decir, hay una interrelación entre los vínculos online y offline (Constable, 2008; Kaufmann, 2012; Linne y Basile, 2014; Rodríguez Salazar y Rodríguez Morales, 2016).
2. Los criterios de selección. ¿Qué vuelve al/la otro/a más deseable?
Las búsquedas de vínculos eróticos y/o afectivos en nuestros días, según Illouz (2012), están signadas por la apertura, a priori, a otros grupos sociales (raciales, religiosos, de clase). La cantidad de vínculos potenciales aumenta. Las búsquedas se vuelven un asunto de gustos individuales. Las cualidades personales como la personalidad y el atractivo físico devienen, cada vez más, lo que hace al otro deseable. “El sex appeal se ha transformado en un criterio independiente para la selección y el atractivo sexual, se ha convertido en un parámetro de clasificación y jerarquización de las personas” (Illouz, 2012: 77-78).
En tanto ya no existen mecanismos formales para unir en pareja a las personas, como lo era el hecho de que la familia eligiera (Bourdieu, 2004), lo que emerge es un habitus romántico (Illouz, 2012: 75). A partir de él las personas toman decisiones individuales, socialmente condicionadas, de índole económica y emocional, racional e irracional. A veces las decisiones tomadas en función de este habitus equilibran el cálculo económico y los sentimientos, pero en otros casos queda sujeto a tensiones internas, entre elegir a alguien “socialmente adecuado” y una “persona sexy” (Illouz, 2012: 75).
La desregulación del proceso de formación de parejas y la puesta en valor de la sensualidad da origen a los campos sexuales (Illouz, 2010)[2]. Son espacios sociales donde el deseo sexual se volvió autónomo, las personas buscan activamente, la competencia sexual se generalizó, el sex appeal es un capital (Hakim, 2012) y hay una retroalimentación entre oferta de mercado y servicios (a partir de libros, espacios de sociabilidad erótica, escuelas de seducción para varones y mujeres). Es decir, hay una puesta en valor de los bienes eróticos (Elizalde y Felitti, 2015; Gregori, 2011; Hakim, 2012). Si bien el capital erótico [3]aumenta su valor cuando se liga a niveles altos de otros capitales[4] analizados por Bourdieu (1997; 2001) —capital económico[5], cultural[6], simbólico[7] y social[8]— y se activa por el habitus tradicional de clase, puede ser que una persona de sectores populares tenga un alto capital erótico que atraiga a alguien de clase media (Hakim, 2012; Illouz, 2009). No obstante, el atractivo sexual se convirtió en un parámetro autónomo de clasificación y jerarquización de las personas. Analizo hasta qué punto este capital actúa en las personas de sectores medios de forma autónoma.
Un segundo componente, vinculado al anterior, es la proliferación de los ámbitos virtuales de sociabilidad que permite una mayor posibilidad y cantidad de candidatos/as. A partir de fotografías, los sujetos se diseñan (Groys, 2014) para estos auditorios[9]. Exponen sus capitales: erótico, económico, simbólico, cultural y social, que se expresan en la vestimenta, en la hexis corporal y en los espacios y objetos que los circundan. Las personas consideran que las fotografías elegidas aumentarán su prestigio y las volverán deseables. Estas imágenes harán que los sujetos se vuelvan “consumibles” y aceptables (o no) por el público. Esto dependerá de que haya coincidencia entre los gustos y valores sociales del observado y de quien observa. A partir de la reciprocidad de expectativas se darán o no los encuentros, en otras palabras, se consumirán eróticamente unos a otros. Este consumirse no es otra cosa que un modo de socialidad que deviene, en el ámbito virtual.
Los criterios de selección cada vez son más específicos y deben estar acordes a nuestras expectativas de bienestar personal (Giddens, 2006; Illouz, 2012). Los mismos, cuyo contenido tiene matices según el género de los actores, incluyen, entre otros, la clase social, el estilo de vida, el tipo de vínculo deseado, si tiene hijos/as o no, las características corporales, eróticas y la edad. Estos criterios de selección operan en su interseccionalidad y enmarcan las búsquedas tanto en los ámbitos cara a cara como en los virtuales. Hacen que una persona, sus formas y movimientos corporales nos resulten agradables o no.
A continuación, examino estos criterios de selección a partir del análisis de los perfiles de los/as usuarios/as que utilizan Happn, Tinder, Match y Badoo. El diseño de los perfiles, que varía según la aplicación o sitio[10], incluye fotografías, descripciones e información sobre lo que se busca. Me enfoco principalmente en los espacios virtuales, dado que cuando las personas observan los perfiles opera un alto grado de racionalización o intelectualización sobre el perfil que se observa. La racionalización se encuentra exacerbada respecto al ámbito cara a cara. Esto lleva a que rápidamente se lo marque con una cruz o un corazón. En segundo lugar, continúo el análisis sobre los critierios de selección a partir de mis observaciones realizadas en las catas de vino, las clases de salsa y bachata y los eventos de speed dating; y por último, analizo fragmentos de entrevistas donde los/as entrevistados/as comentan sobre sus criterios de selección.
El modo en que son interpretadas las fotografías toma distancia de la idea de que existe un sujeto natural o “real” que es representado por imágenes, sino que los individuos viven en un mundo de imágenes de imágenes. Como explica Brea (2007), “no hay imagen del mundo porque ella es, a cada momento lo producido (lo, por tanto, irreproducible)” (2007: 21). Las imágenes en sí mismas son vivenciadas e implican una experiencia con efectos concretos para los sujetos (Didi-Huberman, 2006; 2008).
Para Fredric Jameson (1998), en el posmodernismo hay un libre juego de máscaras y roles sin un contenido ni sustancia fija por detrás. No hay sujetos “reales” detrás de las máscaras o imágenes, sino que devenimos, nos constituimos, sentimos en ese juego de máscaras. En las aplicaciones y sitios web de citas los/as usuarios/as eligen fotografías de cuando están de vacaciones, haciendo deportes o en lugares exclusivos. Aunque ninguno/a de ellos/as está constantemente en esas circunstancias, a partir de las mismas las personas proyectan una imagen de sí que les gusta y que consideran que será agradable para el resto. Es decir que en la elaboración de un perfil hay elecciones y reflexiones, lo cual implica, en términos de Illouz, un proceso de racionalización o “intelectualización” (Illouz, 2012: 237). Si bien esta racionalización también aparece cuando por ejemplo las personas deciden qué vestir para concurrir a un espacio cara a cara, el diseño aquí se encuentra exacerbado. Es a partir de esas máscaras que los individuos se crean a sí mismos, se autodiseñan y sociabilizan con otros. Los individuos no son simples espectadores (Debord, 1999) y reproductores, sino que hay agencia. Asumen una responsabilidad ética, estética y política por el diseño de sí (Groys, 2014).
Desde estas perspectivas teóricas, quien observa las imágenes que se le aparecen interpreta cómo es la otra persona no desde la mera representación o desde el encadenamiento de imágenes que explicarían a una persona como un todo completo y cerrado, sino desde aquello que no está pero que emerge de entre las imágenes. Entre cada imagen que se observa aparecen en el pensamiento del/a observador/a imágenes de emociones, recuerdos, gustos, expectativas y valores sociales acordes a su habitus (Bourdieu, 1987) en torno a la edad, a la clase social, a la hexis corporal, al deseo de tener hijos/as, entre otras, que hacen que alguien devenga atractivo y sea interesante para sociabilizar. Es decir, las imágenes no son realidades cerradas, sino que hay factores que las exceden (Danto; 1984; Deleuze, 1987; Nancy, 2007). Estas otras imágenes no están ahí, pero sí lo están, están en el entre. Este modo de interpretar las imágenes es definido por Deleuze (1987) como imagen-cristal, la cual implica:
… el punto de indiscernibilidad de las dos imágenes distintas, la actual y la virtual, mientras que lo que se ve en el cristal es el tiempo en persona, un poco de tiempo en estado puro, la distinción incluso entre las dos imágenes que no acaba de reconstituirse (Deleuze, 1987: 114).
Esas imágenes entre hacen que se publiquen ciertas imágenes y que se elijan ciertas personas en vez de otras. En la elección de las fotografías que se presentan está contenida la mirada de un otro al que se quiere congraciar. A su vez, ese otro aceptará (o no) mi imagen porque puede sentirse parte de esa imagen, siente que hay un universo compartido con aquello que observa. Toda esta dinámica interpretativa opera como telón de fondo para que se marquen los corazones, haya compatibilidad y, por ende, sociabilidad.
2.1. El estilo de vida y la marca de clase
En las fotografías que miramos, las descripciones que leemos y las frases que escuchamos se proyectan valores sobre la clase y los estilos de vida (Sautu, 2016). Las fotografías y las descripciones de los perfiles dejan entrever el capital económico, social simbólico y cultural de los sujetos (Bourdieu, 1997; 2001). Las fotos y descripciones serán interpretadas, diferencialmente, según las expectativas y gustos derivados del habitus (Bourdieu, 1987) y las trayectorias de vida de cada persona. Es decir, las imágenes no son realidades y objetos cerrados, sino que hay otros factores operando en su interpretación (Danto, 2004; Deleuze, 1987; Nancy, 2007).
Dentro de la saturación de imágenes que hay en las aplicaciones y sitios de citas, las fotografías y descripciones que más sobresalen son aquellas que se refieren a viajes, comidas elaboradas, fiestas y salidas a bares. Entiendo que el ideario romántico de la clase media, tanto en varones como en mujeres, se sustenta mayormente en el ocio basado en el hedonismo y el consumo. A partir de la observación de más de 150 perfiles virtuales, observaciones en espacios cara a cara y entrevistas, encuentro que estos tópicos y escenarios son una constante desde la cual las personas observadas, de sectores medios, se presentan como deseables. Esto se debe a que estos intereses son parte de su habitus, el cual define sus afinidades electivas (Bourdieu, 1987, 1998). Estas imágenes pueden ser interpretadas como imágenes-cristal, en tanto hay una imagen “real”, que implicaría que los sujetos no están ajenos a las obligaciones sociales y rutinas para poder acceder a bienes y consumos hedonistas, y una imagen virtual, desde la cual se proyectan, en momentos en que están de vacaciones, paseando o en eventos sociales. Sin embargo, la virtual está modificando la real; las imágenes hedonistas, vinculadas a un yo auténtico y “feliz”, impregnan la imagen real que sería la persona en la rutina, y viceversa. Las personas ya no son ni una imagen ni la otra, no son ni los sujetos rutinarios que consumen servicios vinculados con el hedonismo o el goce ni sujetos, per se, divertidos y “auténticos”.
Teniendo en cuenta que hay una retroalimentación entre lo virtual y lo “real” en las imágenes, analicemos uno a uno los tópicos más frecuentes desde los cuales las personas se presentan como deseables. Los viajes son un tópico que genera interés. Esto lo visualizo en tanto es un tema de conversación recurrente en las charlas que se generan en los espacios de sociabilidad cara a cara y porque circula en las imágenes y descripciones de los perfiles de los/as usuarios/as de Match, Badoo, Tinder y Happn.
En las fotografías de los perfiles, los escenarios elegidos para mostrar su cuerpo, desde fotografías de medio cuerpo, de cuerpo entero o de cara, son Nueva York (Estados Unidos), Madrid (España), la isla de Santorini (Grecia) o París (Francia), más exactamente la torre Eiffel. También aparecen algunas imágenes en Dubái (Emiratos Árabes) o en templos budistas en diferentes países asiáticos. Asimismo, con el afán de mostrarse vinculados/as a lo natural, como lo antitético del ambiente laboral y de lo cotidiano, hay imágenes en playas de Brasil, lagos y montañas de la Patagonia argentina o en piscinas. Las imágenes y las frases sobre el interés en viajar aparecen en varones y en mujeres; por ejemplo, una mujer de 46 años en la descripción de su usuario de Happn dice: “Busco una pareja, alguien con quien ir a la par, siempre, para compartir diversión, bailar, viajar, cenas, cine teatro como verán me gusta disfrutar la vida”[11]. Es decir, la búsqueda de estos heterosexuales de clase media está atravesada por guiones sociales (heteronormativos y románticos) en términos consumistas (Illouz, 2009). Ella busca un vínculo de pareja y sus imágenes románticas apuntan a un consumerismo de viajes, cine y teatro. Explica Sautu, retomando a Del Cueto y Luzzi (2016), que el fenómeno del consumerismo, que se refiere a la tendencia de las sociedades posmodernas a homogeneizar patrones colectivos de consumo de las diversas fracciones de clase y clases sociales al asignar a los consumos un significado propio (2016: 174-175), es parte de la transformación de los estilos de vida de las clases sociales. El análisis del consumerismo se detiene en observar los consumos, las compras como actividad recreativa y en conocer las tendencias de la moda y la música.
En relación con la recreación nocturna aparecen fotografías en escenarios exclusivos como restaurantes o bares en Puerto Madero, un barrio exclusivo de la Ciudad de Buenos Aires, como así también en fiestas o cócteles donde los varones usan trajes y las mujeres vestidos largos. El estilo de una persona, parte del capital erótico (Hakim, 2012), está conformado por la vestimenta, el maquillaje, los accesorios que usa, el perfume y el peinado. Estos componentes que conforman el estilo dan la pauta del estatus social de una persona.
Happn y Tinder brindan la opción de vincular la cuenta con la red social y aplicación Instrgram[12], principalmente creada para sacar, diseñar y compartir fotos y videos. Uno de los tópicos más fotografiados en Instagram es la comida y la coctelería. El buen comer y beber remite a la idea de placer hedonista y deviene un aspecto atrayente para las personas en la posmodernidad. “El consumidor va en busca de los placeres que se captan por medio de los cinco sentidos, de los placeres gustativos más diferenciados” (Rochat, 2000: 96). Hay fotos de personas con copas de champán o tragos, situadas en discotecas, y en un perfil un varón de 39 años en Tinder dice: “Me encanta viajar y conocer gente. Nacido y criado en Buenos Aires, pero me considero ciudadano de cada bar de cocktails del mundo”. Elegir fotos estando de viaje, en restaurantes, bares, discotecas o en barrios exclusivos, aunque hayan sido situaciones excepcionales en la vida de estas personas, tiene como finalidad proyectar una imagen de sí que lo acerque al ocio visto como sinónimo del buen vivir. Tal como explica Low (2003), desde un análisis interrelacionado de cuerpo/espacio/cultura, los sujetos desde una locación hablan y actúan en el mundo.
Los varones se muestran deseables a partir de presentar una masculinidad que posee, o al menos detenta, capacidad de consumo y poder adquisitivo. En las fotografías y en las entrevistas aparecen referencias a autos a través de fotos con sus autos y/o junto a autos importados o limusinas. La importancia de que el varón tenga un auto es un criterio de selección en algunas de estas mujeres. En una de las observaciones en speed dating presencié que una de las usuarias les mostraba a otras mujeres una conversación que había tenido por Tinder con un varón. Mientras mostraba las fotografías del usuario les dijo que lo rechazó porque no tenía auto y era dueño de un maxikiosco. Por su parte, en el caso de Ernestina (43 años), ella comenta que el tema de tener o no auto pasa a ser un criterio de selección que circula y que atañe tanto a varones como a mujeres. Pero ella, que trabaja como docente universitaria de danza y se vincula con gente más joven y con artistas que si bien poseen capital cultural no tienen un elevado capital económico, no pondera que la otra persona tenga auto como un criterio de selección excluyente.
E.: ¿Cómo empieza una conversación por chat de Tinder?
Ernestina: (…) O por ejemplo, sabés qué te pasa, te dicen “¿vos conducís?, ¿qué auto tenés?”. Listo, te eliminé. Yo, como adulta que soy, si a vos te interesa qué auto tengo en la cuarta pregunta, ya está. Yo con 43 años si el chabón me preguntó de qué trabajo, cuántos hijos tengo y qué auto tengo a la tercer pregunta, yo ya no tengo que hablar más nada (Ernestina, 43 años).
Otro criterio de selección es la valorización del trabajo y la educación, tanto en varones como en mujeres. Son recurrentes en las descripciones de perfiles frases como “soy un tipo trabajador”, “trabajo y estudio”. A partir de las observaciones encuentro que ellos y ellas indican en sus descripciones que son profesionales, pero los varones más que las mujeres explicitan dónde trabajan y en algunos casos indican sus puestos (en ningún caso aparecen como dueños) o si son freelancers (trabajadores/as independientes). Ambos escriben cuáles son sus profesiones. Las profesiones que aparecen con más frecuencia, en el ámbito cara a cara y en el virtual, son arquitectura, diseño, contabilidad, carreras sociales y humanísticas, psicología, abogacía, marketing, publicidad y traductorado. En la mayoría de los casos indican que han estudiado en la universidad pública, especialmente en la Universidad de Buenos Aires. También hay en menor medida docentes o profesoras mujeres, personas abocadas al arte como músicos (varones) o actrices (mujeres), y entrenadores/as físicos/as.
En Match, un sitio de citas cuya finalidad es la conformación de parejas más que de vínculos eróticos, las personas señalan qué nivel educativo desean que posean los/as potenciales candidatos/as. Los perfiles observados tanto de mujeres como de varones indican universitario incompleto, licenciatura o posgrado. Al momento de seleccionar el nivel educativo del/a candidato/a, las mujeres solicitan que tengan licenciatura o posgrado; en cambio, los varones, salvo en un caso que solicita licenciatura, colocan sin preferencias. Hakim (2012) explica que las mujeres tienden a valorar, por encima del atractivo sexual, el nivel educativo y la profesión de los varones. Si bien han aumentado las jefaturas femeninas en las familias nucleares completas (Ariño, 2014), hipotetizo que continúa apareciendo, con tensiones, a través de discursos heteronormativos y románticos que atraviesan la construcción de los géneros (De Lauretis 1996), el ideario de un varón que aunque no sea proveedor esté a la par de las mujeres. Esto aparece sobre todo en aquellos casos en los cuales las mujeres buscan un vínculo de pareja. En cambio, los varones ponen en un segundo plano que la mujer sea universitaria, pero sí les interesa, también a quienes son más grandes dentro del rango etario aquí abordado, que las mujeres “tengan su independencia económica” (Fernando, 50 años) o “se autosustenten” (Horacio, 49 años).
La importancia de la educación no tiene solo que ver con posesión de títulos de instituciones educativas oficiales, sino también con la buena ortografía y el “correcto” modo de hablar.
1-La escritura: No es que una sea quisquillosa (o quizás sí). Pero a mí no me genera interés un tipo que me escribe “OLA BB KERES CONOSERNO SOS MUI ERMOZA”. Dejemos de usar la excusa de la pobreza, la imposibilidad de educarnos. Si tenés acceso a Internet, tenés acceso a libros. La mala ortografía se corrige leyendo. Y si no leíste ni un libro en tu vida, no me interesa charlar con vos (…).
5-El criterio: Si tenés el pelo con corte wachiturro, piercings de colores en la cara, gorritas, fotito de perfil con los pulgares hacia arriba, buscá mujeres que estén en tu misma onda. No es que discriminemos, pero, nuevamente, la primera impresión cuenta muchísimo.
(Primero y quinto de “10 Tips para ser hombre en Badoo, y no morir en el ‘visto’”, publicado por el grupo público de Facebook de usuarias de Badoo denominado “Me lo dijeron en Badoo”).
En el grupo de Facebook creado por usuarias de Badoo aparecen varias publicaciones que ofician de guiones sociales intersubjetivos (Gagnon y Simon, 2005) entre mujeres, a saber, consejos sobre pautas correctas de interacción para tener búsquedas exitosas y críticas sobre características masculinas indeseadas. Por ejemplo, denuncian con nombre y apellido a aquellos hombres que están casados y usan Badoo. Cuando se ingresa al grupo de Facebook lo primero que aparece en el muro[13], de forma permanente, es un mensaje denominado “10 Tips para ser hombre en Badoo, y no morir en el ‘visto’”. Los criterios de exclusión incluyen a aquellos varones que parezca por sus fotos que tienen un habitus (Bourdieu, 1987) no acorde a la clase media o alta, ya sea porque usan visera, porque no pronuncian la consonante s cuando hablan o porque no tienen trabajo. A estas expresiones los/as entrevistados/as las identifican como correspondientes a sectores populares y se distinguen rechazando a un potencial candidato que cumpla con alguna de esas características.
La importancia de la ortografía aparece también en los/as entrevistados/as como criterio de selección básico dentro de la fugacidad de las búsquedas virtuales.
E.: ¿Qué mirás de los perfiles?
Fernando: Lo primero si hay una falta de ortografía es, qué sé yo, determinante. Hay cosas que digamos a las que uno le da bolilla (…) (Damián, 35 años).
E.: ¿Qué significa que alguien hable mal?
Carolina: Te das cuenta por las inflexiones de la voz, los tonos o que escriba bien, por ejemplo. A mí siempre me pasó eso, que por ahí alguien me escribía con faltas de ortografía y a mí ya se me caía, podía estar muy lindo, pero se me caían al diablo las ganas de conocerlo. Y se habla por teléfono mucho por el tema de la seguridad, ahí podés ver cómo hablan. Los tipos, cuando ven que le interesa la mujer, lo que hacen es darle el teléfono de la casa (Carolina, 49 años).
El interés por marcar que no se interesan en personas con consumos de sectores populares aparece, por ejemplo, en la siguiente descripción de un usuario varón de Happn.
De Vicente Lopez. Profesional, soltero, 1.88, sin hijos, amigos, un rico vino, un buen espumante, deportes naúticos, River Plate, Son mis placeres favoritos!! Soy feliz y quiero completar mi felicidad junto a una mujer sincera, soltera que sea la culpable de la hermosa sonrisa de nuestro primer hijo, Sos vos?? Eso si si tomas Manaos Mmmmm No somos compatibles, El buen humor y la buena onda ante todo jajajajaja.
Este usuario, que escribe con errores de ortografía, lo cual genera desinterés por parte de las mujeres de clase media a las cuales él apunta seducir, se autodiseña y proyecta una imagen de sí que se aleja de cualquier referencia a lo popular a partir de decir: “si tomas Manaos Mmmmm” —bebida de origen nacional similar a la Coca-Cola, pero de más bajo costo y asociada al consumo de las clases populares por parte de los sectores medios y altos—; al explicitar que es de Vicente López, localidad donde residen principalmente personas de clase media y alta, y al marcar que es profesional (de nuevo la valorización de la educación). A partir de estos tres puntos excluye de su interés a cualquier persona que tenga un estilo de vida popular.
Sobre los consumos culturales de esta persona aparecen bebidas espumantes de marca y deportes náuticos, los cuales implican exclusividad por su costo. En diferentes perfiles de varones hay fotografías relacionadas al mundo náutico —manejando veleros o lanchas, practicando buceo o canotaje— y haciendo deportes —algunos más exclusivos, como equitación, y otros no necesariamente propios de clases medias y altas, como correr maratones, levantar pesas en un gimnasio, jugar al fútbol—. Desde estas imágenes no solo se muestran como deportistas y aventureros, sino que también se presentan como deseables al acercarse a consumos exclusivos. Aquí nuevamente desde la virtualidad de la imagen proyectan una “realidad” donde parecieran no existir las lógicas del trabajo. Este ideario de un permanente estado de ocio, fantasía utópica del capitalismo, se vincula a la fantasía del romanticismo. Desde la concepción liminal del amor romántico, los amantes crean, aunque sea utópicamente, un “nosotros” que transfigura su vida cotidiana (Alberoni, 1983; Illouz, 2009; Jameson, 1981).
Las imágenes de las mujeres también tienen como escenario los deportes náuticos y marcan un estilo de vida alejado de lo popular. Pero, a diferencia de los varones, ellas no aparecen conduciendo los veleros o las lanchas, sino más bien posando sobre los mismos. Otro aspecto, diferente a los varones, es que si bien las mujeres son deportistas, la cantidad de deportes que practican es menor. El que más prevalece es correr maratones. El deporte puede ser entendido como una tecnología de género (De Lauretis, 1996), en tanto prepara y estimula a las mujeres en menor medida para su desarrollo. Esto se visualiza en que el juego de las mujeres, cuando son niñas, tiende a ser más sedentario y encerrado que el juego de niños (Young, 1990).
No obstante las diferencias entre varones y mujeres respecto a qué deportes realizan, la vitalidad y el tener buen estado físico son componentes que hacen al capital erótico de todos los sujetos (Hakim, 2012). A su vez, los deportes que más se practican —deportes acuáticos, correr, esquiar o ir al gimnasio— se realizan de forma individual. Estos tipos de deportes son analizados por Lipovetsky (2000) como prácticas narcisistas que se ajustan al contexto de personalización y emergencia de los discursos psi, donde el cuidado del yo, tanto su equilibrio psíquico como físico, se vuelve primordial.
Otro aspecto donde se interseccionan la clase social con la corporalidad es el color de piel de las personas. En las observaciones y entrevistas que he realizado, el color de piel que preconizan los sujetos de estudio, heterosexuales y de clase media, es el “blanco”, al punto que es un criterio de selección decisivo. Esto se plasma en los perfiles de Match, donde se puede marcar preferencia por color de piel respecto a los/as potenciales candidatos/as. Especialmente las mujeres que marcan que su color de piel es “blanco/caucásico” eligen sobre todo la opción “blanco/caucásico” y en algunos casos suman la de “latino/hispánico”. Las mujeres que indicaron que su color de piel es “latino/hispánico” eligen “blanco/caucásico” y “latino/hispánico”. Es decir que el color de piel más elegido es el blanco, tanto por personas con color de piel blanco como por aquellas que indican “latino/hispánico”, y descartan al “pardo/mulato” y al “indio”. Solo en un caso, una mujer que indicó tener un color de piel “blanco/caucásico” eligió todas las opciones, incluidas “indio” y “pardo/ mulato”. No obstante, Sandra, una de las entrevistadas cuyo color de piel es negro, comenta que esto aumenta su capital erótico en una ciudad donde casi no hay personas con ese color de piel y que se siente “la fantasía de distintos hombres” por esta característica. A su vez, la fantasía de haber estado con una persona de piel negra en el marco de una relación erótica aparece en la entrevista a Horacio (49 años). Por su parte, no hay referencias en las mujeres entrevistadas a que hayan estado con un varón de piel negra.
Por último, en las descripciones de sus perfiles hacen mención, tanto varones como mujeres, a sus intereses artísticos, como la fotografía y la música. La música aparece como un elemento para definirse y como criterio de selección. Desde Spotify[14], que se vincula a la aplicación Happn y Tinder, o en la escritura de sus perfiles, indican sus preferencias musicales, si tocan instrumentos o si son músicos. Los/as usuarios/as de los perfiles analizados escuchan principalmente música en inglés. En relación con la escritura en otros idiomas, en los perfiles hay frases en inglés o en italiano, y en las catas de vino los músicos tocan canciones con letras en inglés.
Los varones que dicen ser músicos tienen fotografías tocando instrumentos o con sus bandas en shows. Esto capta la atención de las mujeres. “Vi otra foto de él que estaba muy de cerca, tocando el bajo, me gustó mucho” (Edith, 42 años). E.: “¿Qué te gustó de él?”. Ernestina: “Que es músico, es artista” (Ernestina, 43 años). Esto también es sabido y capitalizado por los varones. “Las fotos que pongo en Happn y Tinder son las que tengo en Facebook: viajes o las que me etiquetan tocando. Y nada más” (Leonardo, 35 años). Así también, en uno de los perfiles de Tinder, un varón de 38 años escribe solamente en su descripción: “La vida sin música sería un error”.
Respecto a las mujeres, al igual que los varones, indican su interés por la música y el tipo de música que escuchan: “Me gusta la música, el deporte y el asado! Amo viajar y a los animales! Me gusta disfrutar de todo en sí! lo demás, podes preguntar…” (perfil de una usuaria de 40 años de Happn). No obstante, no encontré fotos de mujeres tocando instrumentos, aunque sí en otros registros artísticos como la actuación o la escritura. En la misma línea de lo que sucede en el deporte, lo que aparece son mujeres como consumidoras de música más que como productoras.
En resumen, las imágenes proyectan un ideario virtual de permanente estado de ocio donde la esfera de la producción que incluye el trabajo, el esfuerzo y el lucro es negada. Esta lógica irreal y utópica, pero que tiene un efecto real en las búsquedas y deseos de las personas, se vincula a la fantasía romántica donde en la liminalidad de los amantes se transfigura lo cotidiano y la esfera productiva es invisibilizada (Illouz, 2009; Jameson, 1981).
La marca de clase moldea los campos sexuales (Illouz, 2010) y lleva a una preferencia por uniones en términos homógamos —designa a aquellas uniones o matrimonios entre personas con características comunes— (Rodríguez, 2012; Torrado, 2004) o endogámicos (Costa, 2006; Illouz, 2009). Esto se debe a que los guiones sociales de clase media configuran, principalmente, deseos por personas con estilos de vida similar. Como postulan Laumann et al. en su análisis de los guiones sociales sexuales, “el grupo de personas elegibles desde las cuales uno identifica posibles parejas sexuales no es un subconjunto azaroso de la población sino un conjunto sumamente limitado” (1994: 266).[15]Es decir que la interpretación que hacen los observadores de las imágenes que observan depende de sus imágenes entre, derivadas de su habitus de clase (Bourdieu, 1987, 1998). Esto es lo que permite, en ámbitos virtuales saturados de imágenes con poses y contenidos similares, que un perfil de un/a usuario/a se transfigure eróticamente como deseable o no. En otras palabras, las imágenes-cristal (Deleuze, 1987) son interpretadas y permiten una pluralidad de verdades signadas por las trayectorias individuales y sociales de cada uno de los sujetos.
2.2. Sex appeal y género
En el acto de ver y de ser vistos, según los modos en que nos autodiseñamos, nos constituimos como sujetos de deseo y ponemos en juego nuestro capital erótico (Hakim, 2010, 2012), el cual tiene valor en los diversos aspectos de nuestras vidas. Catherine Hakim define el capital erótico de la siguiente manera:
He acuñado la expresión “capital erótico” para definir una mezcla nebulosa pero determinante de belleza, atractivo sexual, cuidado de la imagen y aptitudes sociales, una amalgama de atractivo físico y social que hace que determinados hombres y mujeres resulten atractivos para todos los miembros de la sociedad, especialmente los del sexo opuesto (2012: 9).
En este apartado recorro los diferentes postulados del capital erótico planteados por Hakim (2012), que en su interrelación con el estilo de vida y la clase social son aspectos centrales que hacen a los/as usuarios/as deseables y “consumibles”. La negociación de los deseos entre las personas será exitosa, entre otros aspectos, cuando haya reciprocidad de gustos.
En Match, las personas pueden indicar su “tipo de físico” y cuál desean que tenga el/la candidato/a posible. Las mujeres se diseñan a sí mismas con cuerpos delgados o curvilíneos, y como excepción con “un par de kilos extras” o con cuerpos de tipo “medio”. Las que seleccionaron delgados buscan, también, varones con cuerpos delegados, atléticos y tonificados, y/o “medios”. En cambio, las que se definen como “un par de kilos extras” o cuerpos “medios” amplían sus rangos de búsqueda desde delgado hasta “un par de kilos extras”.
Los varones, que se definen como delgados, atléticos y tonificados o medios, no marcan preferencias o eligen todas las opciones. Pero, al presentarse como personas deportistas y sanas, sugieren que les importa la dimensión corporal, propia y ajena.
Trabajo y estudio. Extrovertido, sociable, carácter imponente, honestidad brutal. Soltero, sin hijos, altura 1,8 metros y pico. 83 kilos, atlético, sano, no fumo. Voy al GYM. Mis fotos son actuales. Tengo todos los dientes en su sitio (perfil de Tinder de un varón de 43 años).
En el caso de este varón, refiere que va al gimnasio, que es atlético y que no fuma, a modo de mostrarse como una persona sana. Aparece una marca de clase al indicar que tiene todos los dientes en su lugar, y al decir que todas sus fotos son actuales demuestra que su look age, juvenil y atlético, se condice con su edad, 43 años (Featherstone y Hepworth, 1991). Otro eje que sobresale en el siguiente fragmento, y que aparece en las entrevistas a varones y a mujeres, es haber tenido citas con personas cuyas fotos en los perfiles no se condicen con la imagen cara a cara, ya sea porque es directamente otra persona o porque las fotografías no son actuales. Estas situaciones son vividas como una falta de honestidad y una mentira y llegan a generar escenas signadas por la agresión.
E.: ¿Te pasó alguna vez que fuiste a una cita y la persona no coincidía con su perfil?
Sandra: Me pasó en una situación con uno que conocí por el chat telefónico. En su perfil decía “tengo 55 años, separado”. Me dice “¿querés que nos encontremos?” (…). Vengo un día de lluvia. Miro, me había dicho 55 años. Veo una mano que levanta. Mil años tiene el hijo de puta (risas). Lo voy a matar. Dije bue, respira fuerte. Yo nunca dejé plantado a nadie, por un tema de educación. Me parecía muy choto irme. Me senté re caliente. Digo “hola, ¿cómo estás?”. “Hola, ¡qué lindo conocerte sos tan linda!”, me dice. “Gracias”. “Bueno, ¿qué tomás?”. “Un café, un cortado, lo que sea”. Yo me quería ir a la mierda. Le digo “¿te puedo decir algo?”. “Sí, decime”. “Vos no tenés 55 años. Vos tenés 90 y no sé si me quedo corta”. Le digo “no le hagas perder el tiempo a la gente porque es mi tiempo. Entonces decí la edad que tenés y que estás hecho mierda”. “No, no”, me dijo. Yo con el café. Me dice “no sé qué te pasa, te siento alejada”. Le digo “nunca estuvimos juntos, ¿de qué estás hablando?”. Terminé el café y le dije, “disculpame, me voy. Gracias por el café. Me fui re caliente, tenía 90 años el hijo de puta” (risas) (Sandra, 50 años).
El enojo de Sandra se enmarca en el contexto capitalista donde “el tiempo es una mercancía demasiado preciosa para subestimarla” (Thompson, 1979: 281). Este precepto podemos verlo en las búsquedas de vínculos eróticos y/o afectivos en las cuales hay una optimización del tiempo, según el deseo de cada quien. A esto Illouz lo denomina “una administración racional de los encuentros” (2012: 237). Dado que los encuentros virtuales suponen un gran volumen de interacciones y que las personas dicen tener poco tiempo, entre el trabajo, la familia y otras actividades, intentan administrar eficientemente las citas que tienen cara a cara. El hecho de que no haya una coincidencia entre la imagen real y la virtual —las imágenes en los perfiles implican una experiencia “real” para los sujetos que las observan—, hace que Sandra sienta que le hicieron perder el tiempo y rechaza inmediatamente al posible candidato.
En relación con los comentarios sobre atributos corporales, en los perfiles de las aplicaciones y sitios de citas los varones no suelen referirse a la corporalidad de las mujeres. Salvo en el caso de un perfil de un usuario de Tinder de 35 años que dice: “Divinas las fotos de tu mascota, el súper zoom en tu ojo izquierdo. Pero si querés un “corazón” déjame ver si al menos te voy a poder hacer upa!”. En las entrevistas comentan que les parecen importantes las características corporales de las mujeres y que haya atracción sexual pero, aunque yo pregunto y repregunto, no ahondan demasiado en este aspecto. Considero que esto se debe a que soy una entrevistadora mujer y a que dentro de sus guiones sociales sobre la caballerosidad masculina no cuadra hablar negativamente sobre la corporalidad femenina delante de otra mujer. Tal como me dijo Santiago cuando yo repreguntaba sobre este aspecto, “no me hagas perder la caballerosidad”.
En algunas entrevistas aparecen breves descripciones sobre las características corporales de las mujeres que les parecen atractivas: son bellas, con cuerpos flacos o parecen sexualmente competentes —componentes del capital erótico—, y en el caso de Pedro, agrega a su descripción sobre una mujer que le atraía, que tenía un color de piel blanco.
E.: ¿Cómo son las mujeres que conociste por la aplicación y con las cuales llegaste a tener una cita?
Ricardo: Una mina que no era demasiado llamativa, no era modelo, pero se la veía copada.
E.: ¿Cómo era?
Ricardo: Era morocha, flaquita, era linda… (Ricardo, 38 años).
E.: ¿Por qué ella te “tenía a 10 centímetros del piso”?
Augusto: Por las salidas, las actitudes de cómo me agarraba, ella muy sexy… El sexo con ella… Después es como que en la medida que fue pasando el tiempo fuimos como generando una cosa más íntima como de pareja pero al principio era todo así, como muy sexual la relación (Augusto, 40 años).
En sus representaciones sobre la masculinidad ante una entrevistadora mujer tienden a mostrarse como más formales y miden sus expresiones. No obstante, en las observaciones esto se modifica, mi presencia pasa a tener un papel secundario y escucho conversaciones entre varones que me permiten visualizar la importancia del capital erótico femenino como criterio de selección en los varones. Veamos la siguiente situación. A las clases de salsa y bachata comenzaron a venir dos mujeres con sex appeal (Hakim, 2012) de alrededor de 40 años, rubias, altas, con cuerpo flacos y curvilíneos. Ambas venían maquilladas y vestían remeras por encima del ombligo y calzas. Cada vez que ellas pasaban, los varones las miraban y hablaban entre ellos sobre estas mujeres. Cuando terminaba la clase, los varones se les acercaban e intercambiaban números de teléfonos.
Las mujeres en las entrevistas refieren que en las interacciones virtuales los varones les piden fotografías de cuerpo entero, aspecto que no apareció en las entrevistas realizadas a varones. Este pedido les genera rechazo, dado que consideran que esa persona solo quiere tener sexo con ellas. Aunque ellas también quieran lo mismo, esa forma de cortejo las hace sentir cosificadas y no deseadas por sus atributos personales. Una de las respuestas que suelen dar a ese pedido es que “si quiere fotos que mire mi perfil” (Aldana, 50 años).
En las fotografías de los perfiles de las mujeres, los planos más frecuentes son el primer plano —rostro y hombros— y el medio plano —desde la cabeza a la cintura—. Pero también hay al menos una foto de cuerpo entero, ya sea paradas o acostadas. Las mujeres que son de contextura delgada ponen fotos en la playa o en la pileta, en bikini. En las imágenes circula un discurso que pondera el sex appeal como una herramienta de seducción femenina. El sex appeal, si bien incluye la belleza, la trasciende. Lo que lo define es una actitud seductora (Elizalde y Felitti, 2015; Illouz, 2012; Hakim, 2012).
Para Hakim (2010: 500) la belleza y el atractivo sexual son componentes del capital erótico; la belleza se vincula principalmente con el atractivo físico, mientras que el atractivo sexual implica un cuerpo sexy e incluye la forma en que la persona se mueve, habla y se comporta. Para la autora, en tanto el sex appeal supone movimiento, es difícil de captar en una fotografía y es más proclive a ser comprendido desde una película. No obstante, considero que esa lectura de Hakim apunta a una interpretación de la fotografía como representación. Por el contrario, desde la propuesta analítica de la imagen que esbozo en este libro, disiento con su interpretación. Observo que en las fotos hay una actitud, una propuesta que excede la mera representación, en tanto intervienen otras imágenes entre, imágenes-cristal (Danto; 1984; Deleuze, 1987; Nancy, 2007). Desde esas imágenes se proyectan discursos sobre el deseo, la sensualidad y la feminidad. La forma desde la cual se apela a esos discursos va desde fotografías donde el sex appeal se muestra de forma más explícita a aquellas menos sugerentes. En el primer grupo ubico las fotos más explícitas que incluyen poses, de frente o de espalda, donde las mujeres muestran, de forma evidente, la contextura de sus senos, a partir de fotos de sus escotes, y sus nalgas; donde colocan la boca de forma tal que se marquen los labios a la vez que levantan las cejas y miran fijo a la cámara; y fotografías en las cuales están vestidas con bikinis, pantalones o polleras ajustadas y quiebran las caderas y marcan sus cinturas. En segundo lugar, hay fotos que, si bien no tienen poses explícitamente sexys, son de cuerpo entero en bikini en la playa. Desde las mismas muestran su contextura física, por ejemplo delgada y/o atlética. En tercer lugar, hay fotos que son de cuerpo entero que apelan a la sensualidad de manera no explícita, desde miradas y sonrisas en paisajes naturales o en ciudades europeas. Las fotos, en todos los casos, suelen ser principalmente selfies (autofotos), frente a un espejo o frente a una cámara web, y en otros casos son tomadas por terceros.
Perfiles con imágenes sexys conviven con descripciones que apuestan a guiones del amor romántico. “Busco conocer a un compañero de vida, divertido, frontal y sin mambos. Me encanta que las cosas fluyan y sigan su curso natural. Soy soltera y sin hijos. Mido 1,72 así que petisos abstenerse” (perfil de una mujer de 36 años en Tinder).
La búsqueda de pareja aparece en la descripción de los perfiles en términos monógamos: un compañero de vida. Esto coexiste con fotografías donde priman poses más explícitas sobre la sensualidad. Para Illouz, la cultura del consumo, en la cual estamos inmersos, “coloca al deseo en el centro mismo de la subjetividad y la sexualidad se transforma en una suerte de metáfora general del deseo” (2012: 63). Hay en el contexto urbano argentino un avance, por parte de las mujeres, en hablar sobre el placer “como dimensión valiosa y positiva de la sexualidad” (Elizalde y Felitti, 2015: 6) que vuelve posible y coexistente el ideario de mujeres sexys, que buscan el goce, con el ideario del amor para toda la vida. No obstante, con esto no niego que esta mayor búsqueda del goce tenga como contracara representaciones y prácticas androcéntricas en detrimento de las mujeres.
En una de las observaciones, en una cena con la gente de salsa y bachata luego de una clase, me senté junto a cinco varones. Durante la comida hablaron de manera simbólicamente violenta (Femenías y Aponte Sánchez, 2009) sobre una mujer del ambiente salsero con alto capital erótico. Sus comentarios versaban sobre que “era medio gato” porque vestía calzas apretadas y tenía un “buen culo”. Bianciotti explica que son consideradas gato aquellas mujeres con cuerpos como los de las vedettes, delgados y curvilíneos, y que denotan una “representación hiperbólica de la feminidad, que exagera aquello que es socialmente propuesto y prescripto (y a la par condenado) para el cuerpo femenino/feminizado” (2013: 602). Esta implica una forma de exposición estética que deja al descubierto ciertas partes del cuerpo propio. A su vez, estos varones debatían sobre si “el culo” era operado o no. Ante esto algunos decían que no y otros decían que sí apelando a frases como “yo sé de lo que te estoy hablando” o “yo lo sé”, como si se lo hubieran tocado, aunque por lo que se desprende de la conversación ninguno nunca tuvo un vínculo erótico con esta persona. Asimismo, en mis observaciones visualicé que si bien ella bailaba con todos —es un código del mundo de la salsa y la bachata no despreciar cuando un varón saca a bailar a una mujer— luego, aunque los varones le hablaban, no les daba lugar y estaba siempre con su círculo más cercano.
La escena descripta en el párrafo anterior puede ser analizada desde la noción de masculinidad de Connell (1995, 2002). La masculinidad es un ordenamiento social e histórico por medio del cual varones y mujeres se comprometen en una posición de género (Connell, 1995, 2002). La estructura de género tiene una dimensión emocional que es central del orden de género, pues en ella convergen el deseo, el erotismo y la vida emocional (cathexis) (Connell, 1987: 9, 161). El terreno de la sexualidad está marcado por la puesta en cuestionamiento de la apropiación femenina sobre sus cuerpos y el derecho al placer. Esta mujer con alto capital erótico e inalcanzable para estos varones excede lo permitido, según ellos, para una feminidad respetable acorde a sus estereotipos masculinos. Una forma de ejercer control —el poder es otra de las dimensiones de la estructura de género— es desvalorizarla a partir de describirla desde su corporalidad y su edad, y vincular su feminidad con la prostitución: “la rubia, veterana, panza chata, tatuajes, buen culo, cara fea y medio gato”. De este modo colocan su feminidad en las fronteras de lo aprobable dentro de la matriz heteronormativa. Explica Bianciotti (2013: 602):
Exagerar aquellos supuestos atributos femeninos por ser “demasiado” sensual o seductora conlleva a devenir gato (u otras categorías subsidiarias como puta o trola), con la consecuencia de quedar en un espacio condenatorio (Blázquez, 2004). Es esa misma exageración la que coloca a una joven (si bien dentro) en las fronteras reprochables y reprobadas de la matriz de inteligibilidad heteronormativa.
Los varones se presentan como personas deportistas y eligen, principalmente, fotos de medio cuerpo donde aparecen bronceados y/o con anteojos de sol. A diferencia de las mujeres, hay menos fotos de cuerpo entero. El hecho de que tengan fotografías de este tipo no es un requisito que hace al criterio de selección femenino, como sí lo es la altura. Los varones en los perfiles indican, frecuentemente, cuánto miden y, en algunas oportunidades, cuánto pesan. “1,73 96 kg” es lo único que aparece en la descripción de un perfil de Happn de un varón de 43 años. Este criterio de selección, de que el varón no puede ser más bajo que la mujer y que debe ser preferentemente más alto, aparece en los perfiles y en las entrevistas a mujeres. Tal como presenté, en el perfil de una mujer de Tinder de 36 años dice: “Mido 1,72 así que petisos abstenerse”.
Los varones ponen fotos de ellos mostrando sus músculos de forma explícita, como hacen las mujeres que diseñan sus perfiles con fotos donde visten ropa escotada. En el caso de un varón, la foto del perfil es un plano suyo de medio cuerpo haciendo pesas. Los hombres son conscientes de la emergencia de los campos sexuales, donde la denotación del sex appeal, entendido como un capital erótico, tiene un papel central también para ellos (Elizalde y Felitti, 2015; Hakim, 2012). No obstante, a diferencia de las mujeres, las cuales si no poseen cuerpos delgados no colocan fotos de cuerpo entero en bikini, en los perfiles de los varones hay imágenes de ellos de cuerpo entero aunque no sean necesariamente delgados. Esto se vincula a una expectativa femenina respecto a la corporalidad masculina. En diferentes entrevistas aparecen mujeres diciendo que quieren varones con cuerpos “masculinos”, en términos de masculinidad hegemónica, es decir que parezcan fuertes; eso puede implicar que sean “robustos” o con “pancita” y que de ninguna manera parezcan “metrosexuales”.
E.: Estéticamente, ¿qué tipo de hombres buscás, mirás?
Laura: ¿Físico decís?
E.: Sí, en lo físico y no físico.
Laura: En lo físico me gusta el hombre morocho, con barba, las canas me gustan. Cuanto más normal sea mejor. Si tiene un poco de pancita me encanta. Que tenga pelo en el pecho. El hombre metrosexual, no. Después como persona, el humor. La risa es sanadora para mí. Que no sea el típico que se produce para salir, para ir a un boliche ¿viste que hay gente que sube la foto a la tarde y postea “preparándome para la noche en tal lado”? Es patético. Tanto el hombre como la mujer. Conozco mujeres que lo hacen. No me gusta eso, me gusta lo simple (Laura, 48 años).
Cuando se apagó el micrófono me contó que ella primero pensó que su expareja era gay. Me dijo que como era arquitecto y era muy dulce y suave eso la desorientaba (Nota de campo, luego de entrevista con Aldana, 50 años).
El atractivo sexual se vincula a las formas como están construidos y performados los géneros. Los atributos considerados como masculinos, en este caso en términos hegemónicos, viriles y fuertes, vuelven al varón atractivo. Los metrosexuales se asocian a la no-heterosexualidad y esto genera rechazo por parte de las mujeres, en las que prima el ideario de un varón con una corporalidad masculina fuerte y donde el sex appeal es performado en base a esa característica. En el caso de Laura hay una apreciación positiva por los varones maduros con canas. Esto es diferente respecto a las mujeres que son deseadas en tanto parezcan (look age) jóvenes. No hay ningún perfil femenino ni ninguna entrevistada que tenga canas, todas se tiñen el cabello.
En el caso de Ernestina, bailarina y actriz, a ella le parece atractivo un cuerpo atlético. Ella asocia este aspecto, a diferencia de los otros casos, a la virilidad. El buen estado físico de los hombres, según ella, los vuelve atractivos sexualmente. Esto lo relaciona con el buen sexo, lo cual la erotiza.
E.: ¿Y vos en Tinder filtrás al otro por el físico?
Ernestina: Sí, sí. Yo soy bailarina, no puedo no filtrarlo. Por más que tuve un novio de ciento veinte kilos y lo quise mucho. Pero también a mí me pasa, digo, es algo casi que no lo pienso. Voy a la playa, miro, y cuando veo un cuerpo dispuesto para el movimiento digo “¡qué buen físico!”. Yo tengo 43 años y veo cuerpos y digo “la juventud en el cuerpo”. Yo trabajo con el cuerpo, con el movimiento, la disponibilidad para el movimiento. Y cuando yo veo una foto de un chabón con una pelota me va a llamar mucho más la atención que un chabón tirado así con un habano. Porque tiene movimiento, energía, actividad. Es mi profesión. Me atrae. Juega Argentina-Chile y yo miro a los jugadores de fútbol y me encantan. Cómo se mueven. Corren una hora y media. Este te garcha cuatro horas. ¿Cómo no voy a pensar eso? (Ernestina, 45 años).
En las búsquedas de Ernestina, si bien dice que sigue apostando al amor, ella se siente a gusto sin pareja y apunta, a través de las personas que conoce en Tinder, a tener vínculos principalmente eróticos. Asimismo, en este fragmento de entrevista ella se muestra sexualmente activa. Parecer y ser competente sexualmente, al igual que tener fantasías y energía erótica, es uno de los atributos que hacen al capital erótico. En un contexto de búsqueda de goce por parte de las mujeres, la importancia de tener relaciones sexuales placenteras aparece como una constante en las entrevistas a mujeres (Elizalde y Felitti, 2015; Gregori, 2011; Hakim, 2012; Illouz, 2010). Natalia (45 años) vincula el amor romántico con el atractivo físico. Dice la entrevistada: “en realidad cuando yo te digo que espero el flechazo es un tipo que me caliente, que esté bueno”. Esto aparece también en la entrevista a Augusto (40 años), quien asocia las relaciones sexuales placenteras con el amor romántico. Explica que el vínculo con su exnovia comenzó siendo solamente erótico, pero que el buen sexo que tenían lo terminó enamorando de ella. La metáfora romántica que emplea es que lo mantenía a “10 centímetros del piso”. Es decir, como en un estado liminal y alejado de la realidad cotidiana.
Otro aspecto que hace al sex appeal de una persona es que no tenga ningún estigma corporal visible —deformidades físicas (Goffman, 1998: 14)—. El estigma implica los atributos de un individuo que le generan profundo descrédito y desvaloración social (Goffman, 1998: 13). Según Goffman, los procesos de estigmatización emergen desde la discrepancia entre una “identidad social virtual” (las características que debe tener una persona según las normas culturales) y una “identidad social actual” (los atributos que efectivamente presenta la persona). Azul y Natalia comentan que marcaron con un corazón perfiles de varones que les parecieron atractivos, pero que ocultaban en sus fotos que tenían problemas corporales motrices. Azul se enteró en la cita de que él tenía los brazos cortos, lo cual, según su testimonio, le generó rechazo y terminó el encuentro de forma rápida diciéndole que debía irse de manera urgente. Por su parte, Natalia comenta que él le dijo antes de la cita que era rengo. Aunque le había parecido interesante, debido a este problema físico no quiso seguir viéndolo.
La energía emocional en ambos casos, en términos de Collins (2009), se disipó y las interacciones se terminaron debido al aspecto corporal de sus citas masculinas. La emoción que les emergió fue la del desprecio/rechazo. El desprecio y el rechazo, al igual que el asco, son emociones jerarquizantes, aparecen cuando algo o alguien es considerado inferior (Miller, 1998: 15).
Natalia: (…) Muy linda foto, muy interesante. Me parecía un tipo de mi edad. Tenía una foto muy parisina. No sé si tenía un sombrero, tenía un saco. Muy interesante. Tenía así como un look. Después hablé por teléfono con él y también me pareció interesante. Yo no sé si era periodista o trabajaba de periodista. Pero había puntos en común. El día anterior a encontrarnos me dice “te tengo que decir algo. Espero que eso no interfiera. Yo soy rengo”. Yo traté de decir que no me interesaba pero obviamente me interesaba. Obviamente que no era lo mismo, debo confesarlo. Nos encontramos igual. Yo tenía la expectativa a la mitad o a un cuarto. Después seguimos hablando. Yo no me acuerdo si él vino con bastón. Él vino en bicicleta. No me gustó. Era medio petiso. Yo considero que tengo aspiraciones de buen gusto. Pero el problema es que cuando uno ve a una persona por primera vez es como un impacto que te tiene que gustar (Natalia, 45 años).
Otro atributo corporal de importancia para las mujeres, en un sentido positivo, es la mirada.
Ángeles: Al otro que me gustaba, que le puse corazón, fue porque me gustaba la descripción pero también porque tenía unos ojos como bondadosos, después capaz que no sabés (Ángeles, 39 años).
La mirada es una gestualidad central dentro del amor romántico (Le Breton, 1999; Luhmann, 1985; Serna, 2014). Para Luhmann, en el amor la comunicación es intensificada mediante, justamente, la renuncia a la comunicación explícita. El código del amor, para Luhmann, es el “lenguaje de los ojos” (1985: 47) desde el cual los amantes pueden hablarse sin tener que enunciar palabra.
La simpatía y el control emocional son postulados del capital erótico que atraen tanto a varones como a mujeres (Hakim, 2010, 2012). Las personas se muestran en las fotografías, solas o acompañadas, siempre divertidas, riendo a carcajadas o haciendo poses graciosas. Es más frecuente que los varones elijan fotos con grupos de pares, mientras que las mujeres tienden a mostrarse solas. “Soy divertido/a”, “soy alegre”, “me gusta disfrutar”, “mi virtud es estar de buen humor” son frases que aparecen en las descripciones de los perfiles de Tinder, Happn, Match y Badoo. A su vez, personas con estas características son deseadas: “busco una chica compañera, gamba y divertida”, “conocer gente buena onda y pasarla bien, lo que quieras saber preguntame”. La diversión, “la buena onda”, la simpatía y “el buen humor” son formas de devenir deseables. En un contexto de proliferación de relatos psi, estas características son vistas como sinónimos de control emocional (Hakim, 2012; Illouz, 2010) y de trabajo emocional (Hochschild, 1983)[16], entendido como emotional work, que son los modos en que llevamos a cabo un proceso de manejo de las emociones. El emotional work implica que una persona induzca o suprima sus sentimientos con el fin de mantener la apariencia externa que produce en otros el estado mental apropiado (Hochschild, 1983: 7).
En relación con la edad, sobre la cual ya he venido marcando diferentes aspectos, por un lado, se visualiza que los hombres buscan para generar vínculos eróticos y/o afectivos mujeres más jóvenes, y es menos frecuente ver mujeres que busquen varones jóvenes. A partir de las entrevistas y el análisis de los perfiles de Match y Badoo, donde la gente puede indicar el rango de edad deseada, aparece que las mujeres buscan en un rango etario cercano, entre cinco años más y cinco años menos. En cambio, los rangos de búsqueda de los varones son más amplios, buscan mujeres que tengan desde, en promedio, entre quince y diez años menos hasta dos años más que ellos. Torrado (2007) indica que, si bien hay una disminución en la Ciudad de Buenos Aires de la diferencia de edad respecto al cónyuge en todos los casos y se acentúa a medida que la persona se va haciendo mayor —entre las mujeres con alto capital educativo o extracción social acomodada se acepta con más facilidad a hombres de edad par, en la medida en que su situación no depende tanto de la del cónyuge—, perdura sin embargo entre las mujeres jóvenes la valorización de que los varones sean mayores que las mujeres, y no al revés (Torrado, 2007).
Por otro lado, cuando las personas sin pareja se acercan a los cuarenta años de edad y no han tenido hijos/as, el deseo materno/paterno se hace presente tanto en varones como en mujeres, pero se vehiculiza de forma diferenciada. Las mujeres de clase media buscan la maternidad activamente a través de tratamientos médicos de reproducción biotecnológica, mientras que los varones buscan mujeres más jóvenes con quien tener hijos/as o no aparecen buscando alternativas para poder cumplir ese deseo.
2.3.Tipo de vínculo
En los diferentes espacios de sociabilidad, incluidos los virtuales, se genera, en la permanencia o en la fugacidad, lazo social. Las personas se encuentran con finalidades eróticas como así también con vistas a formar una pareja. Para las mujeres, en un contexto de búsqueda de mayor goce, el sexo deviene, al igual que para los varones, un valor de importancia. Poseen vínculos eróticos que denominan “amigos” o “alguien a quien estoy viendo”. En las entrevistas, las mujeres cuentan que conocen personas en las aplicaciones o sitios web con quienes se encuentran solo para tener sexo.
E.: ¿Tuviste encuentros de una sola cita?
Edith: Sí, para que eso suceda me tiene que gustar la foto y que no tenga ninguna boludez que me moleste. Y que me surja algo en el momento, aunque sepa que al otro día no lo voy a volver a ver (Edith, 42 años).
E.: ¿Cómo te sentiste cuando comenzaste a usar las páginas?
Carolina: Yo, cuando me divorcié y empecé a usar las páginas, empecé a conocer gente sin expectativas y vos sabés que eso a mí me hizo bien, porque yo decía “¡qué bueno que está esto!, ¿no?”. Decir bueno, salgo con alguien, está todo bien, podemos tener una noche de sexo y no por eso implica que te tengas que complicar, que tengas que tener una pareja, que te tengas que poner en pareja o que te tengas que poner mal porque fue solo una noche y nada más, viste, yo no lo notaba como algo complicado ni algo traumático. Si me llamaba bien, y si no me llamaba, bueno, no me hacía problema. O sea, yo buscaba una pareja, pero tampoco estaba desesperada por encontrar una pareja, ¿me entendés? Si en ese interín me podía divertir, bárbaro, viste, pero nada más. Fue una época de mi vida que estaba cero conflictos, cero dramas, no tenía problema (Carolina, 49 años).
Carolina en su carrera emocional (Wettergren, 2015) tuvo que aprender a diferenciar entre la práctica del sexo y el amor. Edith, por su parte, me cuenta con pudor y pocos detalles que tiene relaciones sexuales con personas que conoce a través de Tinder. No obstante, en ambas entrevistadas vincularse eróticamente es un “ínterin”. Reaparece la idea de la soltería como un estado paréntesis, hasta que consigan entablar relaciones de pareja atravesadas por los guiones románticos y que trasciendan lo sexual.
No busco casual sex, no doy mi Facebook. Si querés eso, pasa de largo. Busco relacionarme con gente sana que tenga ganas de algo normal. Prefiero deportista, que no fume y en estado aceptable. Gracias! (descripción en perfil de una mujer de 48 años en Tinder).
Tranqui, soñadora, caótica. Ya tengo al hombre de mi vida que tiene 5 años y es mi sol. Quien quiera acompañar mis pasos debe tener cierto grado de locura, pasión y valores (descripción de perfil de mujer de 36 años en Badoo).
Solo busco conocer gente. Pasarla bien. Si existe la posibilidad de seguir conociéndonos mejor. Abstenerse el touch and go. Mido 1.70 (descripción de perfil de mujer de 39 años en Tinder).
Retomo estas descripciones de perfiles de Tinder y Badoo en las que se indican cuáles son los criterios de selección en relación con el tipo de vínculo. Lo que aparecen son búsquedas de compañeros, personas con quienes compartir y, en el caso del primer perfil, que “tenga ganas de algo normal”. Con estas expresiones se distancian de cualquier vínculo que no apunte a la construcción de a dos (Badiou, 2012), como son aquellos signados por el casual sex (sexo casual) o el touch and go (toco y me voy).
Si bien apuntan a la búsqueda de vínculos afectivos de larga duración, en sus descripciones se alejan de connotaciones que puedan colocarlas en el lugar de desesperadas. Para ello apelan a otros actantes como el hijo, “ya tengo al hombre de mi vida”, como así también indican que quieren pasarla bien o compartir experiencias. Es decir, refieren que tienen una vida propia y que les interesa poder transitarla junto a una persona, pero no definen su afectividad o reconocimiento subjetivo a partir de la mirada masculina. En la actualidad se cristalizan nuevos marcos culturales de autonomía para las mujeres, que incluyen lo sexual (Elizalde y Felitti, 2015) y que habilitan una mayor búsqueda de goce, una práctica más extendida del sexo casual en las mujeres y la preconización del modelo del compañero en los vínculos de pareja (Cosse, 2008). No obstante, no pretendo universalizar estas prácticas al universo femenino. Tengo en cuenta que este análisis se circunscribe a mujeres de sectores medios y que sobre sus prácticas operan miradas socialmente negativas basadas en estructuras desiguales de género.
El compañerismo, tal como expliqué en el capítulo 2, es el modelo de vínculo afectivo de pareja que más prevalece como horizonte de sentido amoroso. Se basa en la comprensión, el compartir, la autenticidad, una mayor equidad entre los miembros y la valorización de la realización individual (Cosse, 2008, 2010).
El guion social del compañerismo opera en tres niveles (Gagnon y Simon, 2005): como un escenario cultural amoroso deseable; como guion interpersonal que interviene como pauta y como contenido de interacción; y a nivel intrapsíquico como modo de orientación y reflexión personal. Como guion interpersonal, los varones que interactúen con las mujeres que indican que buscan un compañero saben, por la lectura de sus perfiles, que la expectativa de esas mujeres se aleja de la búsqueda de sexo casual, y los guiones deseables serán aquellos donde haya interés de compartir. El guion social del compañerismo funciona, también, como guion intrapsíquico, dado que es un deseo y un proyecto a partir del cual las mujeres reflexionan sobre sus búsquedas amorosas actuales (Gagnon y Simon, 2005).
En la sociabilidad erótica y afectiva de las mujeres que no están en pareja, los “casados” aparecen discursivamente como actantes con los cuales no hay que vincularse, pero en la práctica esto se da con matices.
E.: ¿Te dicen si quieren tener solo sexo o si quieren una pareja, por ejemplo?
Ernestina: A mí me han contactado un montón y una de las primeras cosas que te dicen es que es solo para encuentros, para pasarla bien. Es porque tienen mujer y tienen familia. Te lo dicen al comienzo. Dice en los perfiles “solo buenos momentos”, “busco chicas divertidas”. Eso implica que no están buscando un amor, ni una relación, ni nada. Mirá con un chico lo que me pasó, el chabón me contacta y me dice “¿y vos hace cuánto que estás casada?”. “Mirá yo estoy sola, si estoy en Tinder estoy sola ¿o no?”. “Jajaja, no es tan así”. “Ah, vos tenés mujer”. “Sí, la verdad que sí. Pero mirá que a mí me gustaría…”. Entonces yo le dije “mirá ¿vos querés ser mi amante? Para mí un amante es cien por ciento placer sexual ¿vos estás seguro que tenés target para eso?”. “Me encanta lo que me decís”, me dijo. En ese momento le dije que yo no buscaba eso. El chabón me siguió escribiendo, me siguió escribiendo y un día yo tenía ganas de garchar y me escribió y nos fuimos a garchar (…) (Ernestina, 43 años).
Edith: Me pasó en un after office de hablar y el flaco era casado. Y te lo dicen. Así descaradamente, “soy casado”.
E.: ¿Cómo fue la escena?
Edith: Estaba en la barra tomando algo con mi amiga y se te acercan a hablar. “¿Qué estás tomando? ¿Te puedo invitar a tomar algo?”. Aparte tenía el anillo en el dedo. Mi amiga le dice “pero vos estás casado”. “¿Qué tiene que ver?, ¿qué importa?”. Como te dicen todos, “tengo una familia pero estoy re podrido de mi mujer”, “me quiero ir con vos”. “Bueno, pero yo no con vos”, así de simple (Edith, 42 años).
Las dos entrevistadas buscan pareja porque están solteras. Dentro de su ideal regulatorio romántico la figura de la pareja se da en términos monógamos. En las entrevistadas no aparece la infidelidad como una práctica que hayan ejercido durante sus trayectorias afectivas, salvo en los casos de Alicia y Laura que presento más adelante. Tampoco observo en los perfiles de Happn, Tinder, Match y Badoo referencias explícitas sobre búsquedas de sexo casual o frases que indiquen que están en pareja. En cambio, a partir de la lectura de los perfiles y por lo que comentan las mujeres, aparece entre los varones la infidelidad como una práctica más frecuente. Ernestina y Edith señalan que los varones casados en su cortejo explicitan que están casados y no lo ocultan; más bien, como dice Edith, “tenía el anillo en el dedo”. Esto se vincula a que dentro de la masculinidad hegemónica se les concede a los varones, por encima de las mujeres, el honor y el prestigio para el ejercicio de una actividad sexual más amplia (Guevara, 2008: 80).
Las mujeres en las entrevistas colocan la relación con un varón que está en pareja como un umbral que no debe sobrepasarse si se desea proyectar un vínculo de pareja. Su modelo de pareja se vincula al ideario del amor romántico de monogamia y exclusividad. Ernestina accede a ver a un varón casado solo porque tenía ganas de tener un vínculo erótico o de garchar, tal como ella dice. En el caso de Ángeles, como presento a continuación, salió cuatro meses con un varón casado como forma de poner en práctica cómo relacionarse con varones, dado que nunca tuvo un novio más allá de su novio de la adolescencia. En el caso de Ernestina y Ángeles, los varones casados son actantes útiles para poder tramitar sexualmente el no estar en pareja, y en el caso específico de Ángeles como un hito en su carrera emocional.
E.: ¿A tu última relación dónde la conociste?
Ángeles: La conocí en el trabajo. Habíamos trabajado, después no trabajamos más. Pero bueno, era complicada.
E.: ¿Por qué?
Ángeles: Estaba casado. Estuvimos así pasándola bien. Nos veíamos todas las semanas y lo llevé bastante bien tratando de no vincularme demasiado. O sea, estar como en eje, por ahí es medio difícil, pero tratando de que no sea más que eso (…). Y bueno, al final, terminó siendo como que estaba bueno el vínculo, más allá de esa parte de él. Yo practiqué con él todo lo que hablaba con la psicóloga. Yo antes no hacía eso y mis relaciones no prosperaban, si hay algo que me molesta te lo digo bien, porque es algo que siento y es como lo quiero. Es como que practiqué con él. Por ahí los fracasos de los vínculos anteriores eran porque por ahí yo no ponía límites o no decía lo que quería, y con él practiqué absolutamente todo. Y después, bueno, se cortó. No te digo que me enamoré porque no fue así pero me dejó un poco flasheada (Ángeles, 39 años).
Ángeles, además de explicitar que el vínculo le sirvió para poder relacionarse con varones, indica que se sintió de alguna manera enamorada de él; tal como dice, “me dejó un poco flasheada”. Es decir, hubo una interrelación entre sexo y amor, que es una característica del amor pasión (Alberoni, 1988). Por su parte, Natalia tuvo una relación de pareja con un compañero de trabajo, quien estaba casado, por trece años. Durante todos esos años hubo interrupciones en la relación, dado que él no quería dejar a su mujer y ella esperaba que él lo hiciera. En los lapsos de tiempo que estuvieron juntos, ella le fue fiel. En este vínculo no hubo una reciprocidad de expectativas, en términos de Giddens (2006); él le marcaba los tiempos en que podían verse y ella estaba pendiente de él.
Esta larga experiencia dentro de su carrera emocional de ser pareja de alguien casado, marcada por la frustración, conformó en la entrevistada una moralidad que rechaza a los varones que están en pareja, a la vez que le enseñó cuáles son los códigos que permiten dilucidar dicha condición, por ejemplo que no puedan encontrarse los fines de semana.
E.: ¿A qué llamás un noviazgo tradicional y a qué llamás una mala pareja?
Natalia: Noviazgo tradicional hablo de los novios que se ven dos veces por semana. Yo quiero ese tipo de novio, que están el fin de semana juntos y hacen planes juntos como vacaciones y demás. Y después mala pareja serían parejas disparejas o no parejas. O cuando alguien es pareja tuya y de dos o tres personas más. Tuve una relación muy larga con una persona casada de la cual yo estaba enamorada, él menos porque estaba casado. Y por suerte hace un tiempo relativamente se cortó, se cortó definitivamente.
(…)
El año pasado conocí a una persona que pensé que podría funcionar una relación. Lo conocí en una barra y salimos un par de veces medio como amigos, como viendo qué onda. Pero yo me daba cuenta que los fines de semana nunca me podía ver y ahí me di cuenta, nunca lo confesó, que era una persona que tenía una relación. Pero para mí tiene una novia o una relación estable. Yo quiero tener una relación donde pueda ser libre. Libre es verlo un miércoles, un sábado o un domingo. Yo me di cuenta que nunca podía. Eso me desanimó y perdí el interés (Natalia, 45 años).
Ángeles, Natalia y Aldana han tenido anteriormente vínculos con varones casados de los cuales se enamoraron, en menor o mayor medida. Esto no aparece en los varones. Solo Juan (44 años) refiere que una constante en su carrera emocional ha sido salir con mujeres casadas. Mientras que Juan justifica estas elecciones desde un discurso psi —remite a la muerte de su madre cuando era pequeño, lo cual lo lleva a entablar vínculos con mujeres que él caracteriza como “imposibles”—, en el caso de las mujeres vinculan sus razones a guiones románticos. Durante el tiempo que estas mujeres estuvieron en pareja con varones casados no se vinculaban erótica y/o afectivamente con otros. Es decir, mientras que sus parejas masculinas no eran fieles, ellas actuaban a partir de los postulados románticos y heteronormativos de la monogamia. En la construcción de la feminidad de estas tres mujeres, el valor romántico de la idealización del sujeto amado, a partir de esperar que deje a su esposa y la promesa de fidelidad (monogamia) (Alberoni, 1998; Tenorio Tovar, 2012), operaba a nivel discursivo y práctico.
Aunque no aparecen tantas referencias explícitas a la infidelidad por parte de las mujeres, las mismas existen. La menor cantidad de referencias en las entrevistas a situaciones de infidelidad, salvo en el caso de Alicia (35 años) cuando era más joven y de Laura (48 años) antes de divorciarse, considero que se debe a que en el discurso femenino, a diferencia del masculino, la infidelidad no es una práctica sexual que defina el honor y el prestigio de las mujeres, como sucede con los varones (Guevara, 2008: 80). A la vez, los guiones sociales del romanticismo han calado en ellas más hondo. Laura relata el hecho de haber sido infiel como una causa excepcional cuando estaba pronta a separarse y debido a que su matrimonio estaba en crisis.
Los varones cuentan más abiertamente que han sido infieles en algún momento de sus trayectorias afectivas. Miguel (38 años) comenta que tuvo una relación de pareja mientras estaba casado y Horacio (59 años) indica que durante su matrimonio fue infiel en diferentes oportunidades. La diferencia que encuentro respecto a las mujeres es que esto es relatado como parte de su vida, sin vincularlo necesariamente a que su matrimonio estaba mal, sino, más bien, como una práctica más en relación con su sexualidad. También hablan de situaciones de sexo casual sin tabúes, como una práctica más dentro de su carrera emocional. En cambio, aunque las mujeres también tienen sexo casual, las referencias no aparecen con tanta fluidez o lo cuentan con pudor.
Respecto al relato sobre situaciones de infidelidad, el caso de Santiago (47 años) es diferente al de Miguel y Horacio. En él aparecen justificaciones. Explica que fue infiel en el marco de una relación a distancia y que él sospechaba que ella también lo era, pero en tanto ambos se amaban y no querían terminar el vínculo lo mantenían, en palabras del entrevistado, como “una caja negra”. En su construcción de masculinidad refiere que no le parece “práctico” tener otro vínculo erótico y/o afectivo mientras se está de novio y que le resulta más simple ser fiel. Se aleja de la masculinidad hegemónica que evoca la infidelidad como parte inherente de su construcción y reaparece el pacto monógamo de conformación de pareja como un guion social deseable.
Otro ejemplo de un varón que se aleja de la construcción de masculinidad hegemónica y que denota que hay diferentes maneras de vivir la heterosexualidad masculina (Figari, 2008; Jackson, 1998) es el caso de José Luis, 43 años, soltero y sin hijos/as.
E.: ¿Estos amigos de los que vos me hablás están en relaciones formales?
José Luis: Sí, ponele. Mis amigos de la cata están con esta cosa muy del macho local que lo único que le importa es coger. A veces me pregunto si les gustan las mujeres. Es como “¿qué onda, no te importa lo demás?”. Es lo que venga. Es “la excitación de salir a la caza”. Es que te digan que sí. No se plantean si les gusta, si lo disfrutan. Yo estuve en una relación de diez años. Para mí fue súper claro que el sexo mejora cuanto mayor es la intimidad. Más lo disfrutás. Yo les digo esto y me miran como diciendo “vos sos medio puto”, una cosa así (José Luis, 43 años).
La forma a partir de la cual José Luis experimenta su masculinidad se vincula al amor romántico, específicamente al amor pasión. Conecta el sexo con el amor, a la vez que señala que la relación con su expareja, con quien convivió, se daba en términos monógamos. Esto es observado por sus compañeros de catas de vinos, según su relato, como por fuera de los bordes de la masculinidad hegemónica y lo acerca a la no heterosexualidad. La construcción del yo masculino de sus amigos se performa estando con la mayor cantidad de mujeres posible, lo cual José Luis resume en la figura de la caza.
En los perfiles virtuales de los varones aparecen menciones explícitas sobre búsquedas de sexo casual: “Busco sexo casual” (usuario de Tinder de 38 años); “Hola chicas sin compromiso y gustan un buen garche anímate y sino también la idea es compartir bellos momentos, cariños” (varón de Tinder de 40 años). Tinder, en relación con Badoo, Match y Happn, es el espacio de sociabilidad virtual donde los varones colocan más referencias explícitas al sexo. En contraposición a lo anterior, hay algunos perfiles que indican que buscan una compañera: “Deseo encontrar una mujer linda para construir algo juntos” (usuario de Tinder de 40 años).
El amor también aparece como el horizonte de sentido al cual aspiran los varones y opera como un criterio de selección. En el caso de uno de los usuarios de Happn, de 48 años, los vínculos eróticos son un estado paréntesis hasta llegar a un vínculo amoroso: “Sin lugar a dudas el amor es la respuesta… (John Lenon) pero hasta que llegue, el sexo nos deja unas cuantas preguntas (W. Allen)”. Por su parte, en un usuario de 40 años hay una foto de un cartel, a partir de la cual proyecta una imagen romántica de sí: “Perdona mi impuntualidad me habría encantado haber llegado antes a tu vida”. Un usuario de Tinder, de 42 años, dice: “Busco alguien que me den ganas de estar en pareja. Separado 2 hijos”. Como se aprecia, no hay una forma única de soltería heterosexual masculina, sino que hay diferentes deseos y modos de vivirla (Figari, 2008; Jackson, 1998).
Otro punto es que en los perfiles de varones no hay menciones, como en los de las mujeres, acerca de que las personas que buscan sexo casual se abstengan. Si bien en las mujeres puede haber un deseo meramente sexual, genera molestia que no exista un cortejo previo. En las entrevistas las mujeres se quejan por la rapidez con que algunos varones les plantean, a través de conversaciones de chat, que quieren tener sexo con ellas. Es decir, estas propuestas inmediatas se corren de la forma romántica de cortejo que opera como guion deseado y esperado por las mujeres al momento que dos personas entran en contacto.
Por último, las referencias a los/as hijos/as aparecen en las fotografías y en las descripciones de los perfiles tanto de mujeres como de varones. A partir de las mismas proyectan la idea, aunque sea a nivel de imagen virtual, de que sus hijos/as son una prioridad en sus vínculos. Tal como he explicado en el capítulo 2, en “Motivaciones: maternidad y paternidad”, la maternidad y la paternidad son deseadas en todos los casos. Cuando se acercan a los cuarenta años de edad esos deseos son vehiculizados de manera diferente según el género de los actores. Las mujeres que no hayan conseguido pareja buscarán a partir de técnicas de reproducción biotecnológicas (Ariza, 2014). Mientras que aquellas de cuarenta años con hijos/as eligen principalmente varones que tengan hijos/as o que no quieran tenerlos, dado que no desean tener más de los que tienen. Por su parte, los varones no aparecen informándose sobre alternativas para poder cumplir con el deseo de paternidad, en tanto no se ven apremiados por el “reloj biológico” (Dever y Saugeres, 2004; Klinenberg, 2012), y a la vez hay una mayor aceptación social a que se relacionen con mujeres más jóvenes. Los varones con hijos/as, a diferencia de las mujeres, no descartan la posibilidad de tener otros/as.
3. Percepciones y usos de los espacios de sociabilidad
La autonomía del deseo sexual y la apuesta por el goce (Elizalde y Felitti, 2015; Gregori, 2011; Hakim, 2012; Illouz, 2012) permitió la emergencia de distintos espacios sociales, donde las mujeres y los varones heterosexuales llevan a cabo encuentros eróticos y afectivos, basados en los criterios de selección descriptos (corporales, tipo de vínculo, si tienen hijos/as, estado civil, clase social). Los espacios frecuentados por los/as entrevistados/as incluyen bares, discotecas, sitios y aplicaciones de citas, sitios virtuales de contenido sexual, eventos de speed dating, empresas que forman parejas, lugares donde la gente va a tomar clases de tango, salsa o bachata. Si bien no todos estos lugares han sido creados para que las personas busquen encuentros eróticos y/o afectivos, si lo analizamos desde De Certeau (1996), vemos que los sujetos se reapropian, hacen uso de los mismos y generan una producción secundaria, devienen espacios de búsquedas de encuentros eróticos y/o afectivos.
Los espacios y los sentidos que los sujetos les otorgan están atravesados, tal como expliqué al comienzo del capítulo, por la sexualidad y el género de las personas (Conlon, 2004; Lefebvre, 1991; Massey, 1994). Los espacios no son simplemente un escenario, sino que son constantemente (re)producidos dentro de complejas relaciones entre la cultura, el poder y la corporalidad, y varían a lo largo del tiempo (Low, 2003). Es decir, los espacios están permeados, a la vez que son constitutivos y productores, por relaciones sociales sexo- generizadas.
A partir de la descripción de los espacios cara a cara (speed dating, clases de salsa y bachata y catas de vino) y los virtuales (Tinder, Happn, Match y Badoo), realizada en la Introducción, analizo cómo son percibidos y utilizados por sus usuarios/as estos ámbitos de sociabilidad. En primer lugar, examino qué diferencias marcan los/as entrevistados/as entre sociabilizar cara a cara y en el ámbito virtual desde los cuatro aspectos más ponderados por las personas que entrevisté: la comodidad, la seguridad, la accesibilidad y la cantidad de encuentros. En segundo lugar, en tanto las aplicaciones y sitios sociales son una novedad en la manera de vincularnos y dado que son los medios de encuentro elegidos por los sujetos de estudio, analizo las apreciaciones y los usos que les dan; y en tercer lugar, abordo los efectos erotizantes y de incremento de la autoestima que genera sociabilizar en espacios cara a cara y virtuales, a partir del análisis de las clases de salsa y bachata y las aplicaciones Tinder y Happn.
3.1. Comodidad, seguridad, accesibilidad y cantidad
Son múltiples los puntos de comparación que realizan las personas entre buscar encuentros cara a cara y de manera virtual. En este apartado me detengo en los aspectos que emergieron con más frecuencia durante el trabajo de campo cuando las personas compararon los ámbitos de sociabilidad según sus intereses personales. La comodidad, seguridad, accesibilidad y cantidad de perfiles son los aspectos ponderados por las personas al momento de sociabilizar con vistas a tener encuentros eróticos y/o afectivos.
En el contexto de modernidad tardía en el cual la biografía individual tiene un papel protagónico, el interés por el bienestar personal se acentúa y, en tanto hay una escasez del tiempo, las personas buscan encuentros eróticos y/o afectivos en sus tiempos muertos (Beck y Beck-Gernsheim, 2001; Illouz, 2007, 2012). Los espacios virtuales emergen (y devienen), en este marco, como la forma privilegiada desde la cual entablar este tipo de encuentros de forma cómoda y productiva. Sin con esto desconocer la existencia de los espacios de sociabilidad cara a cara donde entablan vínculos eróticos y/o afectivos y que son analizados en este libro.
A partir de la reconstrucción de una escena (Paiva, 2006) vivida por Sandra, ilustro la comodidad que brindan los ámbitos virtuales, en este caso un chat telefónico, al momento de buscar, y la cantidad de opciones que habilitan. Estos espacios son diferentes a los ámbitos cara a cara, donde las personas deben prepararse para salir y desplazarse de sus hogares para conocer a otros/as, aun cuando estén cansadas.
Sandra conoció el chat telefónico una noche que estaba sola mirando una película. En el corte publicitario decía “si querés conocer amigos o al amor de tu vida entrá en…”. Ella pensó que no tenía sentido y que era imposible conocer al amor de su vida o a un amigo por ese medio. Le parecía, como ella misma define, “una estupidez”. No obstante, anotó el teléfono que veía en la pantalla. Unos meses después se hizo un perfil y comenzó a usarlo. Ella lo utilizaba, generalmente, los sábados a la noche cuando estaba aburrida en su casa, mientras miraba una película y se tomaba un “rico vino”. Le gusta estar en su casa. El frío del invierno porteño y el cansancio de la semana hacen que prefiera quedarse acostada en el sillón de su casa, acompañada de su perra. Mientras, disfruta escuchando cómo se describían los varones.
Fernando (50 años), que usa Match y Badoo, también se refiere a la idea de comodidad. Dice: “es como estar en un bar, pero estás en shorcito desde tu casa, sin gastar dinero, mirando”. Desde nuestras casas, en pantalones cortos, ponderamos la multiplicidad de posibles candidatos/as que se adecuan a nuestros intereses y deseos. Los ámbitos virtuales permiten una racionalización de las búsquedas, en tanto las personas pueden visualizar todo el campo posible de candidatos/as (Illouz, 2012: 237).
Para Fernando, sociabilizar en el ámbito virtual le permite no tener que estar vestido ni gastar dinero, tal como sería en un bar. Las aplicaciones y sitios de citas democratizan el acceso, desde lo económico, a sociabilizar. La forma de búsqueda virtual no implica un gasto —como puede ser pagar una entrada y/o tomar o comer algo—, o si lo hace es bajo[17], según la percepción de los propios/as entrevistados/as. En cambio, el gasto que implica salir a un bar o a una discoteca, que son los ámbitos cara a cara donde más suelen ir los/as entrevistados/as para vincularse eróticamente con otros, es mayor. Sin embargo, desde fotografías donde aparecen en escenarios cara a cara, signados por el consumo y el ocio, ellos/as proyectan una imagen de sí que consideran que los hará lucir atractivos/as.
Las entrevistadas relatan situaciones que consideran abusivas en entornos virtuales. Por ejemplo en Badoo, donde no es necesaria una previa autorización en el chat, comentan de escenas en las cuales varones desconocidos les envían fotos de sus genitales o las invitan de forma directa a tener relaciones sexuales. En Tinder, donde ambos usuarios entran en contacto luego de que hayan marcado recíprocamente agrado, las mujeres relatan episodios similares. No obstante, las discotecas son nombradas como el ámbito donde las entrevistadas dicen sentirse acosadas con mayor frecuencia. En los casos de Edith (42 años) y Constanza (36 años), si bien son reflexivas sobre este aspecto, no les molesta y continúan yendo y conociendo gente en ese ámbito. Pero en los casos de Ángeles (39 años) y Cintia (39 años) se les vuelve insoportable y prefieren no ir. Dice Cintia: “en los boliches si se te acercan es para encararte de una o boludear. No me siento cómoda para nada, lo último que podés hacer es bailar”. Estas entrevistadas quieren encontrar pareja y consideran a esos espacios incompatibles con sus deseos. Según ellas, allí nadie está buscando una relación y lo que priman son búsquedas sexuales atravesadas por formas de cortejo masculinas no románticas, como serían las miradas y el diálogo (Luhman, 1985; Serna, 2014). Esto lo visualizan en que varones desconocidos se les acercan demasiado corporalmente y buscan, luego de un breve diálogo, besarlas.
En relación con las representaciones sobre la seguridad respecto a conocer a alguien a través de las aplicaciones y sitios de citas, para Edith (42 años), Fernando (50 años) y Leonardo (35 años) es lo mismo que en una discoteca o en un bar. Explica Edith sobre un encuentro erótico que tuvo con un varón que conoció en Tinder: “era lo mismo que si lo conocía en un boliche. Es lo mismo, lo mismo, lo mismo. No conocés nada de la otra persona”. Para Leonardo son más seguros Tinder y Happn porque están relacionados a Facebook, lo cual nos permite saber si tenemos contactos en común. Asimismo, desde Facebook se puede mirar el perfil de la otra persona y desde los buscadores de Internet se puede indagar sobre ella.
No obstante, Cintia (39 años) y Carolina (49 años) toman medidas de precaución antes de tener un encuentro con alguien que conocieron a través del ámbito virtual. Le dejan a una amiga el número de teléfono de la persona con quien van a encontrarse y se reúnen en bares cercanos a sus casas. Circula entre las mujeres que usan estas aplicaciones el consejo de no subirse a autos de varones desconocidos. Juan (44 años) relata que él siempre les deja elegir a las mujeres el lugar donde encontrarse y que es consciente de que ellas toman precauciones previas a la cita. Comenta en relación con una cita que tuvo con una mujer que conoció en Happn: “me citó en San Telmo. Ella tomó las precauciones de ir a media cuadra a un lugar que esté explotado de gente por cualquier inconveniente, después me lo explicó”.
Por último, las búsquedas virtuales permiten sociabilizar de manera más accesible en dos aspectos: se entra en contacto con solo bajar la aplicación y se puede buscar a cualquier hora y en cualquier lugar. En un contexto donde los/as entrevistados/as indican que carecen de tiempo para ir a lugares cara a cara o que tienen tiempos libres entrecortados, lo virtual se vuelve un terreno fértil para sus búsquedas. Otra de las características de las aplicaciones y sitios de citas, en detrimento de los espacios cara a cara, es que permiten que sus usuarios/as sociabilicen de forma múltiple y en cantidad. Los sujetos chatean en simultáneo con varias personas. A su vez, estos ámbitos virtuales les facilitan el contacto a aquellas personas que son más tímidas para vincularse cara a cara.
En resumen, las aplicaciones y sitios de citas son una forma novedosa de conocer personas y de sociabilizar. Si bien priman la intelectualización, el hedonismo, la visualización y una lógica de maximización de las utilidades en las búsquedas (Illouz, 2012: 238), también hay diálogos signados por la seducción, a saber, indicarle a la otra persona que salió muy bien en sus fotos o decirle que sus tópicos de conversación son interesantes. Asimismo, operan criterios de selección como en las búsquedas cara a cara.
Las aplicaciones, que son los ámbitos que más frecuentan las personas que no están en pareja para vincularse erótica y afectivamente con otro, son un nuevo puente para posibles encuentros cara a cara. A la vez que, en tanto somos sujetos cyborgs (Haraway, 1991), nuestra corporalidad se fusiona y experimenta desde lo virtual. La sociabilidad en este ámbito tiene efectos emocionales concretos en el registro corporal de los sujetos, como enojo, agrado, excitación, entre otros (Kaplún, 2004).
3.2. Apreciaciones y usos de las aplicaciones y sitios de citas
Los sitios y aplicaciones de citas son los espacios más frecuentemente elegidos por los/as entrevistados/as para sociabilizar erótica y/o afectivamente ¿Pero qué apreciaciones y usos les dan a estos ámbitos virtuales novedosos? Match, a diferencia de Badoo, Tinder y Happn, tal como expliqué en la Introducción, actúa por medio de filtros y de algoritmos de compatibilidad y su finalidad es la de generar vínculos de pareja. Según la asesora en vínculos de Match para América Latina entrevistada, más del 75% de las personas que usan Match en América Latina dicen estar buscando una relación con compromiso. La asesora indica, sin tener datos estadísticos, que dentro de ese porcentaje hay más mujeres que varones.
Los/as entrevistados/as consideran a Match como un ámbito en el cual las personas buscan pareja. Mónica, quien tiene 57 años y sociabiliza en ámbitos de citas desde la década del noventa, explica que en Match importa lo que escriben las personas. Dice que “es importante el speech (discurso)” y no es todo tan directo como en Badoo, donde, según ella, no hay lugar para el cortejo.
Fernando, quien a lo largo de su soltería ha utilizado tanto Match como Badoo, considera a Badoo como un espacio de encuentros sexuales ocasionales. Mientras que en el caso de Match, a partir de lo que él comenta y la información que las personas escriben en sus perfiles, observo que los/as usuarios/as apuntan más a buscar pareja.
E.: ¿Tuviste algún encuentro que haya sido de una noche y se termine?
Fernando: Hay páginas que por ahí en ese momento eran más para encuentros ocasionales como Badoo, por ejemplo, gente que buscaba algo más ocasional o sexo ocasional. Había páginas que eran para algo de seriedad. En el ranking de seriedad podía estar Match, entre comillas la más seria de todas (…). En general, el usuario de Match es un usuario que, digamos, busca una relación más seria. Tanto los hombres como las mujeres. En cambio, Badoo es todo lo contrario. Badoo es más para encuentros ocasionales (Fernando, 50 años).
Para distintos/as entrevistados/as, Badoo es una página utilizada por personas que Aldana (50 años) define como “de otro nivel”. Para ella esto se observa en que los/as usuarios/as se sacan fotos frente al espejo y en que tienen un nivel educativo menor respecto a ella que es docente. La misma idea es reforzada por Santiago (47 años). Cuenta que él usó Badoo por un período de tiempo, en especial para divertirse y mirar fotos. Tuvo un solo encuentro, fue corto porque la otra persona no le agradó. Según el entrevistado, en esa aplicación se encontraba con gente que escribía mal. Tal como él expresa, “no te voy a decir que la gramática me calienta pero me descalienta”.
A medida que las aplicaciones se popularizan, los/as entrevistados/as buscan otros ámbitos virtuales donde relacionarse. Las personas que utilizaban hace alrededor de seis años Badoo o Zonacitas comenzaron a usar Tinder, creada en el año 2012. Tinder, para el año 2017, también está en un proceso de masificación y popularización y muchos/as de sus usuarios/as la vinculan más con el sexo casual que con la búsqueda de pareja. Esto puede verse en que en los perfiles de Tinder de las mujeres heterosexuales, en relación con los de Happn, aclaran en sus descripciones que no buscan touch and go o sexo casual, tal como expliqué en el apartado “Tipo de vínculo” dentro de este capítulo. Asimismo, Leonardo (35 años) dice que él usa Tinder y Happn, pero que para él Tinder es “más para coger”, mientras que en Happn conoció a su exnovia.
No obstante estas representaciones más sexuales sobre las aplicaciones y los sitios de citas, también allí las personas consiguen pareja, como por ejemplo en el caso de Paz, una mujer de 37 años que yo entrevisté para tener el relato de alguien que esté actualmente en pareja y que la haya conseguido a partir de estos medios. En el lapso de dos años, Paz ingresó en Zonacitas, encontró una pareja, se fue a vivir con él y, al momento de la entrevista, estaba embarazada. A partir de este caso vemos cómo Zonacitas, que para Celeste y Mónica es un sitio donde la gente busca sexo casual, es el ámbito donde Paz se puso en pareja.
La decisión de Paz fue pragmática. Hacía muchos años que no tenía pareja y quería, antes de cumplir 40 años, tener un/a hijo/a en el marco de una relación de pareja formal.
Paz: (…) En lo último que me metí, que fue donde conocí a mi pareja, es en Zonacitas. Y en Zonacitas no estuve mucho. Estuve un par de días. Lo conocí a él. Me cuadró en la foto, me cuadró en lo que hablamos. No me preguntes por qué. ¿Viste cuando alguien te cae bien o no te cae bien? Y era un tipo, más o menos, que cumplía los requisitos que yo quería (Paz, 39 años).
En su discurso no aparece una retórica romántica al momento de la búsqueda, sino más bien una racionalización, en pos de su objetivo. Illouz explica que las búsquedas a través de los sitios virtuales implican una racionalización que supone una comparación y una elección consciente y normativa entre distintos medios para llegar a un mismo fin (2012: 237).
En relación con las percepciones sobre los ámbitos virtuales eróticos y afectivos, si bien las personas los utilizan, se encuentran y hasta consiguen pareja, hay en los relatos apreciaciones valorativas (Meccia, 2012) sobre el nivel de exposición que implican. Ángeles (39 años) y Santiago (47 años) explican esta idea a través de la figura del “supermercado” o “vidriera”.
E.: ¿Qué sensación te generó la primera vez o las primeras veces que usaste Tinder?
Santiago: Me pareció divertido. Me pareció que estaba bien pensado ese efecto supermercado que tiene, digamos.
E.: ¿Supermercado por qué?
Santiago: Por la distinta cantidad de cosas y de gente que aparece, como una especie de góndola. Me causa gracia (Santiago, 47 años).
E.: ¿Cómo es eso?
Ángeles: Me siento expuesta en Internet por eso de que ven la foto, como que estás en una vidriera. De pronto Tinder es como más relajado, me cago de risa y bueno, todo el mundo lo usa y es una nueva forma de conocer gente, salvo que te presenten, yo ya no tengo ganas de ir a boliches ni me da ni quisiera conocer a alguien por un boliche. A menos que me presente a alguien un amigo o si se da en el trabajo, la nueva forma es Tinder (Ángeles, 39 años).
Si bien para ellos hay exposición y se crea un “efecto supermercado”, esto es vivenciado de forma divertida. Tinder les permite sociabilizar con otras personas y les resulta más cómodo que ir a un boliche o a otro espacio cara a cara, tal como explico en el próximo apartado. No obstante, en el caso de Celeste (46 años), aunque es usuaria de Match prima en ella un desencanto sobre encontrar pareja por este medio. Para ella la utilización de Match es la “soledad absoluta”, carece de realidad y de componentes románticos. Celeste aspira a los postulados románticos de la contingencia del encuentro, por fuera de cualquier explicación lógica racional (Badiou, 2012), y al éxtasis que genera el acercamiento y el comienzo de una relación (Bataille, 2010). Asocia estos idearios solo con los encuentros que se dan cara a cara.
Por último, quiero referirme a cuándo se utilizan las aplicaciones y sitios de citas. Tal como he venido adelantando, hay una economía de su uso (Thompson, 1979). Las personas entrevistadas los utilizan en sus tiempos muertos: cuando están aburridos/as en el trabajo, a la noche antes de irse a dormir, cuando terminan de comer o mientras realizan otra actividad como mirar la televisión. Por ejemplo, Juan dice: “la uso cuando tengo tiempo libre, por ejemplo, estoy terminando de tomar un café y estoy solo, y disparo”. Con el verbo disparar se refiere a la acción de marcar un perfil con una cruz o un corazón, es decir, marcar agrado o desagrado. “Me gusta, no me gusta. Me gusta, no me gusta. Me gusta, no me gusta. Cruz, corazón. Cruz, corazón, cruz, corazón”. Esta descripción condensa la lógica fugaz e inmediata con la cual se rigen las búsquedas por estos medios. Pero esto no implica que no haya sociabilidad, sino que la hay con esas características, congruentes con los tiempos de la segunda modernidad (Maffesoli, 2009).
Ernestina (43 años) usa Tinder “solo para cuando tengo un tiempito y ver qué onda. Pero no es que lo tengo articulado cien por ciento a la vida. Y me protejo mucho de evadirme de mí misma”. El tiempo en las sociedades capitalistas actuales es un valor fundamental y debe ser utilizado de manera productiva (Thompson, 1979). Por ello utiliza las aplicaciones cuando “tiene un tiempito” y no aparece, en su relato, sustituyendo a otras actividades. A su vez, cuando la entrevistada indica que “me protejo mucho de evadirme de mí misma” aparece la idea de un sujeto que es reflexivo sobre su uso y que se cuida de no estar pendiente de la sociabilización por los medios virtuales, que está habilitada a toda hora y todos los días de la semana. El hecho de no estar pendiente de las aplicaciones y de usarlas en el tiempo libre, tanto en varones como en mujeres, se vincula a un contexto de individualización donde los sujetos viven sus acciones como producto de su propia reflexividad, responsabilidad y autonomía individual, y al miedo de percibirse y ser percibidos como desesperados/as.
3.3. Efectos en el erotismo y la autoestima
En este apartado comparo los efectos en torno al erotismo y a la autoestima que genera la sociabilidad en un espacio de encuentro cara a cara, las clases de salsa y bachata, y en las aplicaciones Happn y Tinder. La autoestima es un afecto que aparece como una constante en lo concerniente a las búsquedas de vínculos eróticos y/o afectivos. En un contexto de individualización, explica Illouz, “la obsesión cultural por la ‘autoestima’ en la actualidad no es más que una expresión de la dificultad que siente el yo para hallar puntos de anclaje de esa seguridad ontológica” (Illouz, 2012: 163).
La sociabilidad es un juego en el que se actúa como si todos sus participantes fueran iguales y como si se hiciera honor a cada uno en particular (Simmel, 2003: 90). Este accionar se observa en las clases de salsa y bachata, cuando las personas van cambiando de pareja de modo tal que todas las mujeres bailen con sus compañeros de nivel. A su vez, cuando termina la clase se incentiva a que varones y mujeres de diferentes niveles —principiante, intermedio y avanzado— bailen juntos. Prima una lógica de igualdad y se hace sentir a cada uno particular. Los profesores al principio de la clase preguntan quién es nuevo y piden aplausos a modo de recibimiento. También los profesores se preocupan de saber si alguien necesita algo.
A medida que las personas comienzan a ir a las clases de salsa y bachata, escuchan esos ritmos y van a bailar a otras discotecas afines con sus pares, pasan a ser parte del ambiente de la salsa y la bachata de la Ciudad de Buenos Aires (Blázquez, 2014; Sívori, 2005)[18]. La noción de ambiente es empleada, también, por ellos/as mismos/as. Las clases de salsa y bachata son rituales de interacción en los cuales los/as partícipes se congregan en torno al bailar y escuchar estos ritmos. Esto les genera una experiencia compartida que aumenta su energía emocional (Collins, 2009).
Durante el proceso de aprendizaje devienen mejores bailarines y aumentan sus vínculos dentro del ambiente, van incrementando su sentimiento de membresía y estatus dentro del mismo (Collins, 2009: 1, 2). Esto se va generando en rituales de interacción, encadenados y cargados de energía emocional, que sus miembros van compartiendo, y a partir de los cuales infieren, desarrollan, (re)producen, perciben, improvisan creencias, valores, memorias en común, estructuras, símbolos compartidos y moralidades.
El modelo de ritual de interacción de Collins (2009) sirve para el análisis de las clases de salsa y bachata, dado que en ese contacto cara a cara hay un contagio emocional de intereses y actividades entre sus miembros en torno a estos ritmos. En estas clases hay también sentimientos de solidaridad y preocupación por cada uno de los/as participantes. Explica Collins (2009) que habrá una exitosa construcción en la coordinación emocional dentro de los rituales de interacción cuando haya sentimientos de solidaridad. El resultado emocional a largo plazo es la sensación de ser miembro de un grupo, lo cual otorga estatus.
En este espacio de sociabilidad se ponen en juego las formas de erotismo, a partir de la coquetería (Simmel, 2003). Esta implica un quizás que se da en el juego de aceptar y rechazar. Las clases de salsa y bachata se rigen por un juego donde el erotismo es una forma de relacionarse, a partir del contacto de los cuerpos cuando se baila y por los comentarios con alto contenido sexual que circulan entre varones y mujeres.
Cuando las personas están aprendiendo nuevos pasos de baile se las nota concentradas y la coquetería disminuye, pero cuando ya los tienen incorporados, su performance implica coqueteo. Los pasos de baile los ponen en práctica con su partenaire a partir de gestualidades marcadas por el deseo hacia el otro —con expresiones corporales como tocarse el pelo, sonreírse, mirarse, tocarse los cuerpos más allá de lo que requiere el paso, bailar pegados y caras de placer, entre otras— y rechazarse cuando termina el tema. La coquetería también se ve en risas cómplices y hacerse chistes con doble sentido, sin que esto luego implique vincularse sexualmente.
Una de las organizadoras realiza constantemente comentarios que colocan lo erótico como una forma de levantar la autoestima de sus estudiantes mujeres y de enseñar la danza: “a ver nenas nos tienen que llevar bien [los hombres]” y, tomándose como referencia a ella misma, continúa: “este metro cincuenta tiene que estar bien llevado”. Ella apela a una construcción de género en la cual las mujeres son un sujeto preciado, casi infantilizado, que debe ser bien tratado. Desarrolla una pedagogía del goce (Elizalde y Felliti, 2015). Ella busca con sus frases y dinámicas que las mujeres y varones incrementen su autoestima. Les dice a sus “alumnos/as”, tal como ella los/as llama, “hay que ser sexy, practiquen en sus casas, mírense al espejo” y les indica que hagan movimientos como quebrar la cadera y menear. Esto genera risas entre los/as estudiantes, a la vez que los/as erotiza.
Este espacio opera como una tecnología de género signada por guiones sociales heteronormativos. Las mujeres son las que “embellecen el baile”, pero el que marca y lleva es el varón. Esta idea es reforzada a partir de frases como “esto es como la vida misma”. Dice una de las profesoras: “los varones tienen que dar seguridad y paz” o “manéjennos, llévennos que nos encanta”. Hay una pedagogía erótica, que ella misma enuncia: “no saben la suerte que tienen de tener una profesora mujer porque no solo les voy a enseñar a bailar sino que también les voy a dar tips para levantar minas y sobre las minas”. Los guiones pedagógicos a los que apelan los/as organizadores/as apuntan a que las mujeres gocen mientras bailan, son vistas como sujetos activos, pero a su vez apuntan a una mujer entregada al varón. Los/as organizadores/as reinstalan, a partir de esas frases que son percibidas por ellos/as y su público de forma graciosa, una masculinidad que coloca a los varones como quienes deben tomar las decisiones de los pasos y a las mujeres cercanas a las emociones, embelleciendo el baile (Burin, 2003).
En ese espacio, y a partir de estas dinámicas, los cuerpos, desde la sensualidad, se erotizan. A medida que fueron pasando las clases observé que personas que habían comenzado a ir a las clases de salsa y bachata al mismo tiempo que yo, a los cuatro meses se habían cortado y/o teñido el pelo, su espalda estaba más erguida y su hexis corporal (Bourdieu, 1990) se mostraba más desenvuelta. Esto se debe a que a medida que pasó el tiempo comenzaron a formar parte de un ambiente que los/as valora como pares (Collins, 2009).
La sociabilidad dentro de este ambiente se da en una interrelación entre el online y el offline (Constable, 2008; Kaufmann, 2012; Linne y Basile, 2014; Rodríguez Salazar y Rodríguez Morales, 2016) o, como lo denominan Briones Medina (2017) y Floridi (2015), el onlife, sin con esto afirmar que cada espacio de sociabilidad no posea lógicas propias tal como desarrollo a lo largo del libro. Los miembros son parte de los grupos de WhatsApp. A los grupos de WhatsApp se accede luego de demostrar que se está interesado en el ambiente. Esto se logra a partir de ir siempre a las clases, sumarse a las cenas y a las actividades que realizan en conjunto (festejos de cumpleaños, ir a bailar los fines de semana a otras discotecas de salsa y bachata y ser parte del alquiler de una quinta donde pasan un fin de semana largo al año).[19] El ambiente es una forma de contacto social porque implica una unidad en la cual un grupo de individuos intercambia palabras u otros rituales de reconocimiento y de ratificación de la participación mutua. En el contacto social los individuos se dirigen espontáneamente los unos a los otros en base a actividades compartidas (Goffman, 1979: 85, 86). Quien deja de participar en las actividades del ambiente recibe críticas, a modo de chistes, y comentarios por parte de sus pares. Pero si esa actitud continúa es, paulatinamente, corrido del ambiente, se lo deja de invitar y las personas realizan comentarios negativos al respecto.
Alicia, una mujer que entrevisté cara a cara y por correo electrónico con el propósito de historizar sobre los espacios de sociabilidad, al momento de la entrevista tenía 55 años y había conseguido pareja hacía cinco años en un sitio de citas. Mientras estuvo sin pareja, tomó clases en este espacio de salsa. A partir de un recuento sobre su trayectoria afectiva define a este espacio como un lugar desde el cual aumentó su autoestima luego de una depresión a causa del divorcio de su exmarido.
Alicia: Lo genial es que te cruzabas con personas de diferentes edades, lindas, feas, altos, bajos, gordos, flacos, langas, buenazos. Con todos tenías que bailar, a todos tenías que mirar a los ojos, todos te debían guiar, todos te debían tomar decididamente por la cintura y todos debían marcarte qué firulete hacer. ¡Éramos felices bailando! Fue una experiencia maravillosa, que me sirvió mucho en mi autoestima, mi confianza (…). Yo empecé a ir ahí para conocer alguien, pero para mí terminó siendo un espacio para olvidarme de los problemas, mover el esqueleto, traspirar, escuchar música hermosa y vivir un momento de solo placer (Alicia, 55 años. Entrevista por correo electrónico).
En las entrevistas aparece que a este espacio de sociabilidad, a pesar de que fue creado con la finalidad de brindar clases de salsa y bachata, concurren principalmente personas que no están en pareja y que quieren conocer a otras personas, en tanto lo presuponen como un lugar de levante. Es decir, al igual que Alicia le adjudican, al comienzo, otro uso.
Para Miriam, volver a ser parte del ambiente de salsa y bachata, luego de separarse de una relación de convivencia de dos años, le sirvió para mejorar su autoestima y re-erotizarse.
Miriam: (…) Yo bajé doce kilos. Me mejoré en todo. Ahora me arreglo para salir. Antes ni me arreglaba. Viste como que había perdido un poco lo que es la autoestima. Pero no, la verdad que no me puedo quejar (…). Yo la semana pasada vengo de festejo desde el miércoles. Salí miércoles, jueves, el viernes frené porque no daba más. Sábado de vuelta, dormí dos horas y el domingo volví a salir porque la fiesta de mi hermano (…) (Miriam, 35 años).
El cuidado por continuar siendo parte del ambiente, en tanto lugar de amigos/as y de pertenencia, termina teniendo un peso mayor que el de tener relaciones sexuales. Si bien las personas sin pareja comienzan a ir para conocer gente, en un contexto social de individualización y donde el modelo de pareja para siempre ha perdido lugar, termina volviéndose un espacio de contención, de amistad, de anclaje, hasta de familia. Hay un ethos propio de códigos e intereses compartidos en torno a la salsa y la bachata (Sívori, 2005).
Si bien en las entrevistas mencionan que es preferible “no meterse con alguien del ambiente”, en la práctica aparece que se vinculan sexualmente entre ellos/as, pero que intentan mantenerlo en secreto.[20]Según explican, se han dividido grupos, en diferentes oportunidades, a causa de que dos mujeres se pelearon por un varón. Prefieren vincularse eróticamente con personas por fuera del ambiente.
Otro componente que se visualiza es que las dinámicas propias del ambiente salsero y bachatero llevan a que las personas que concurren habitualmente sean, mayoritariamente, solteras. En las entrevistas hacen referencia a que excompañeros/as dejaron el ambiente porque a sus parejas los/as ponía celosos/as. A la vez que ellos/as mismos/as dicen que los pondría celosos/as salir con alguien que baila salsa y bachata. Esto se debe a la cercanía corporal que implican los bailes y a la intensidad del vínculo con sus pares. Los celos y el control son prácticas violentas ancladas en una retórica romántica de la entrega y la exclusividad (Palumbo, 2015). Como prueba de amor dejan este ambiente. Una de las estudiantes, en una charla informal, me comentó que ella dejó de bailar porque estaba en pareja y a él no le gustaba, y cuando regresó al ambiente lo primero que le preguntaron fue “¿te separaste?”.
En resumen, en el espacio de sociabilidad de salsa y bachata observado lo que se vislumbra es una re-erotización en términos subjetivos y un incremento de la autoestima que impacta en el capital erótico, en el marco de una sociabilidad signada por el coqueteo —“quizás tú puedas conquistarme, quizás no” (Simmel, 1961: 62)— y la generación de un grupo de pertenencia. La re-erotización, a partir de la vestimenta, el movimiento y el contacto con las otras personas, no implica necesariamente el establecimiento de relaciones sexuales. El baile, tal como amplío en el capítulo 5, es una forma de expresión erótica en sí misma por encima del establecimiento de vínculos que involucren relaciones cogenitales (Ward, 1997; Carozzi, 2014).
Las personas que van a salsa y bachata, al igual que aquellas que acceden a los eventos de speed dating y a las catas de vino, circulan bajo la lógica del vagabundeo (Deleuze, 2005 en Dipaola, 2013) entre espacios de sociabilidad eróticos cara a cara y virtuales. Si bien prima este devenir entre uno y otro espacio, cada uno de ellos posee dinámicas propias que nos permiten compararlos.
La sociabilidad en los ámbitos virtuales es más fugaz e implica menos intensidad que el ambiente de salsa y bachata. El tiempo estipulado para decidir si la otra persona nos parece atractiva o no se da bajo una ética del instante (Brea, 2007; Maffesoli, 2009). Esta lógica es la que rige. Si queremos volver a ver un perfil que marcamos con una cruz hay que tener, por ejemplo para la aplicación Tinder, la opción de Tinder Plus que es paga y habilita la opción “deshacer”.
En la fugacidad de los ámbitos virtuales, los individuos sociabilizan. Para las plataformas de Badoo, Tinder y Happn todas las personas son como si fuesen iguales (Simmel, 2003; Maffesoli, 2009). Sus filtros, a diferencia de Match que es un sitio de citas que opera por medio de filtros y algoritmos de compatibilidad entre perfiles, son solo por geolocalización y edad. La geolocalización y la edad son dos aspectos que todos/as los/as usuarios/as deben indicar y son modificables.
Armarse un perfil no implica que los/as usuarios/as vayan a tener encuentros virtuales o cara a cara. En el transitar por la aplicación se da el coqueteo, prima un quizás. “Se oscila entre el medio sí y el medio no” (Simmel, 2003: 92). Estoy en la aplicación y puedo quizás marcar con un corazón, quizás comenzar una conversación, quizás seguir la conversación y quizás pueda encontrarme cara a cara con la otra persona o no.
En los encuentros virtuales la cantidad de personas con las cuales se habla es considerablemente mayor respecto a los espacios cara a cara, pero las interacciones son solo entre dos personas. Esto es diferente a lo que sucede en los ámbitos cara a cara donde, por ejemplo en las clases de salsa y bachata y en las catas de vino, se conforman dinámicas grupales. Otro punto respecto a las interacciones en el espacio virtual es que la mayoría de los encuentros, a través de conversaciones por chat, mensajes de texto y/o audio, no trascienden dicho ámbito. En relación con el registro corporal queda circunscripto a las fotografías que circulan en los perfiles. Solo en el caso de Azul (40 años) se enviaron fotografías desnudos con otro usuario, pero nunca se vieron cara a cara. Esto según la entrevistada la erotizó tanto como un encuentro cara a cara.
Los chats de Tinder y Happn tienen un diseño que vuelve engorrosa la conversación, es posible que no aparezcan los mensajes recibidos y no tiene opciones, como por ejemplo mensajes de audio, que sí posee WhatsApp. Cuando hay afinidad, las personas entrevistadas, luego de chatear a través de las aplicaciones, suelen pasarse los contactos de WhatsApp. Si continúa habiendo energía emocional entre ambas partes, se hablan por teléfono y/o se envían mensajes de audio. Esto puede devenir en un encuentro cara a cara. En términos generales, si esta carrera, desde marcar con un corazón un perfil hasta concretar el encuentro, se da sin interrupciones, suelen encontrarse cara a cara en el lapso de una semana.
Las conversaciones son medios a partir de los cuales los/as entrevistados/as aumentan su autoestima.
E.: ¿Cómo estás ahora?
Laura: (…) Yo cuando me separé estuve acompañada de la mañana a la noche con mis chicos de Happn, con un disfrute. Estaba sola, pero tenía la mirada o el saludo cotidiano, el “¿cómo te fue hoy?”, “contame qué hiciste a la mañana”. Yo venía de correr y “uy, ¡qué bueno!, ¿dónde corriste?”. Era como un estar con quince tipos rodeada, pero sola. Yo te digo, no sé qué hubiera sido sin eso. Para mí eso fue como si hubiera sido el día y la noche. Hubiera sufrido la soledad, me hubiera angustiado, hubiera dicho “¿para qué mierda me separé?”. Hubiera dicho “mejor eso que estar sola”. Estaba disfrutando de todo sola. Sola básicamente pero con la mirada atenta de un montón de hombres. Bueno, muchos de esos hombres siguen estando (…). Me hice amiga, entre comillas, de varios. Con algunos cada tanto nos mandamos mensajes y hablamos de nuestras cosas, “¿cómo estás?”. Y hablamos todo el tiempo. No los conozco, pero creás vínculos como si yo los conociera, pero nunca los vi en la vida. Es muy loco eso. Es divertido (Laura, 48 años).
Laura continúa conversando con muchos de estos varones por el chat de Happn o por WhatsApp, aunque nunca los haya visto ni les interese, ni a ella ni a ellos, encontrarse. Es decir, desde la perspectiva de De Certeau (1996), le da otro uso a Happn, que se promociona desde su sitio web (https://www.happn.com/es/) como una aplicación de citas. Laura en la aplicación se hizo “amigos” con los cuales habla, se siente contenida y se dan consejos. A diferencia del ambiente de la salsa y la bachata, las amistades son virtuales, no se conocen cara a cara. Tampoco son grupos de amigos/as virtuales, sino que son amistades de a dos. Esto es diferente al ámbito cara a cara donde se conforman grupos de amigos/as.
Cuando se apagó el grabador continuamos hablando con Laura. Me explicó que para ella Happn fue un “chupete” que le permitió descargar ansiedad y tramitar el no estar más en pareja. Sus “chicos de Happn” la hicieron sentir acompañada y reafirmarse en su decisión de divorciarse, a la vez que la hacían sentir deseada y la divirtieron.
Fernando, Sandra y Carolina me explican que ellos generaron amistades con personas que conocieron a través de las aplicaciones. Las mismas tuvieron lugar después de citas cara cara en las cuales hubo compatibilidad intelectual y sinergia afectiva, pero no deseo erótico. En el caso de Sandra, la amistad duró un período corto de tiempo. Pero en el caso de Fernando, al igual que en el de Carolina, hicieron unos/as pocos/as amigos/as que mantienen en el tiempo. En ambos casos refieren que algunas de dichas amistades hoy están casadas y que salen con ellas y sus parejas.
Los chats serán formas de sociabilidad siempre que las conversaciones sean fines en sí mismos, cuando prevalezca un “entretenerse conversando” (Simmel, 2003: 94). Las conversaciones que se tienen en estas aplicaciones son formas de sociabilidad en tanto el contenido sobre el que se habla no tenga un peso propio, sino que lo que importe sea el placer de conversar con el otro. También, entre los/as entrevistados/as aparece la idea de que la utilización de las aplicaciones y sitios de citas, si bien tienen como finalidad última el hecho de conocer gente, son utilizadas para lograr emociones positivas como divertirse y jugar. Consideran que quien “se mete en una página a buscar novio perdió” (Edith, 42 años). No obstante, tal como expliqué en este capítulo, las personas no hablan con cualquiera, hay criterios de selección operando. Con aquellas personas que cumplen con sus expectativas entablan conversaciones que no versan sobre temas profundos, sino más bien superficiales y que hacen al diálogo divertido, con chistes y buen humor. “La conversación sociable incluye que pueda cambiar fácil y rápidamente su tema; ya que este aquí solo es el medio, le corresponde ser tan intercambiable y ocasional (…)” (Simmel, 2005: 95). En otras palabras, el goce no está solo en conseguir un vínculo, sino en divertirse con otros chateando.
Sin embargo, este sociabilizar tiene límites. Por ejemplo en el caso de Mateo (44 años) comenta que en dos oportunidades estaba por concretar encuentros con mujeres que había conocido por Tinder y finalmente no sucedieron.
E.: ¿Las charlas por Tinder devinieron en encuentros?
Mateo: (…) Con dos chicas diferentes me pasó que nos estábamos por encontrar y finalmente no nos encontramos. Me pasó con una chica que me estaba por encontrar, como si dijera mañana nos encontramos. El mismo día, era próximo, me mandó un mensajito diciendo que llegó el exnovio, que no sé qué cosa y que me suspendía el encuentro. Y también otra chica con la que me estaba por encontrar me mandó un mensaje diciéndome que se enfermó y no sé qué cosa, intercambiamos algunos mensajes y bueno, después nunca más. Otro poco como que fue “no estoy para cuentos” (Mateo, 44 años).
Para él prima un objetivo final que es encontrar pareja, por lo que su utilización de Tinder tiene una finalidad más marcada que en otros casos. Se aleja de la lógica del coqueteo, entre que sí nos vemos y no nos vemos, diciendo “no estoy para cuentos”.
La virtualidad, a diferencia del cara a cara, permite el diálogo con distintas personas en simultáneo. Esto puede generar, además de autoestima y sociabilidad, confusiones. Para evitar esto Cintia (39 años) dice que se anotaba en papeles lo que había hablado con cada uno de los usuarios. Es un código en la sociabilidad, dentro de este espacio, el recordar los temas de conversación. Para que un chat sea un ritual de interacción debe haber entre los sujetos un foco común y una consonancia emocional que creen una experiencia de realidad compartida (Collins, 2009). Si no se muestra interés en el otro, el ritual se cae. El cortejo romántico moldea las interacciones en los chats. Aunque no tengan como finalidad la conformación de vínculos de pareja, el otro se erotiza a partir de ser reconocido en su unicidad (Alberoni, 1988; Illouz, 2009).
Las mujeres entrevistadas comentan que algunos varones les envían fotografías de su pene, les piden fotografías de ellas o les hacen comentarios sexuales sin que haya una sinergia emocional entre ambas partes. Es más bien un deseo unilateral por parte del varón. Esto no las erotiza sino que les genera rechazo. Esta práctica implicaría la expulsión en los ambientes cara a cara observados. En el ámbito virtual, aunque existe la posibilidad de denunciar al usuario para que sea expulsado de la plataforma, las mujeres tienden a resolverlo en términos individuales. La práctica más extendida de resistencia ante estas situaciones es el bloqueo de quienes actúan de ese modo. Esto no implica que la persona sea retirada de la aplicación, sino que solo le prohíben que interactúe con ellas. Otra práctica que les genera desagrado a las mujeres es el control que los varones ejercen cuando ellas no les responden rápido un mensaje. Carolina (49 años) dice que a partir de diferentes experiencias en los sitios web “aprendió a calar a la gente”.
E.: ¿Por qué preferís el ámbito virtual?
Carolina: Porque primero que lo virtual te permite eliminar. Al principio yo no tenía conciencia de que te permite eliminar fácilmente. Cuando yo recién me anoto en Match yo era una nerd, viste, recién caída del catre y no tenía idea de nada (…). Empecé a darme cuenta de las psicopatías de algunas personas. Por ejemplo, me pasaba que estaba charlando con alguien y me levanto de la computadora e iba a buscar algo. Tardaba dos minutos, volvía, y me encontraba (tono perentorio) “¡bueno, si no me querés contestar decímelo directamente porque ya te mandé tres mensajes y no me contestaste!”. Y yo leía eso y decía “ay, bueno, chau”. Decía este tipo es un enfermo porque si ya a una persona que no conocés, estás haciendo esos planteos no me quiero imaginar si lo conozco y no me quiero imaginar si tengo una relación con este tipo… (Carolina, 49 años).
Esta práctica violenta aparece en diferentes entrevistas a mujeres. Carolina, quien tuvo un matrimonio de dieciocho años signado por la violencia de género, luego de haber hecho terapia, donde realizó una relectura de su trayectoria afectiva, lleva a cabo una búsqueda acorde a sus expectativas (Giddens, 2006). Ella, al igual que las demás entrevistadas que comentan situaciones similares, descarta con el bloqueo a los usuarios que se dirijan de manera violenta contra ella a través de prácticas signadas por los celos y el control (Femenías y Aponte Sánchez, 2009).
En resumen, desde los chats de Tinder y Happn al igual que en el cara a cara los/as usuarios/as sociabilizan, ponen en práctica el coqueteo y se divierten. Se re-erotizan. A la vez que a través del diseño de sus perfiles presentan proyecciones de sí que les parecen agradables para sí mismos/as y que consideran que les gustará a otros/as usuarios/as, según sea el caso.
En ambos ámbitos los/as usuarios/as se reapropian, en términos de De Certeau, de los espacios. Tanto en las clases de salsa y bachata como en los chats las personas generan amistades. Pero esta sociabilidad se presenta con diferencias. En los ámbitos cara a cara se crean grupos de amigos/as y de pertenencia. Pasan a ser parte de un ambiente con códigos y lógicas fuertemente delimitadas. Sus gustos y parte de su identidad pasa a ser definida en términos de ese ambiente. En cambio, en la virtualidad no se genera un espacio de pertenencia y de definición subjetiva tan marcado como en el caso de la salsa y la bachata. Se crean amistades que se presentan entre dos y no a nivel grupal. Rige una mayor impersonalización y las “amistades” que se generan tienen lugar mayormente en la virtualidad y en algunos pocos casos en el cara a cara.
Recapitulación y conclusiones
Internet, al igual que las distintas esferas de la vida, está atravesada por dinámicas sexuales, de género, de clase, de edad, entre otras. Desde esa premisa, los sitios y aplicaciones de citas son una manera novedosa de sociabilizar erótica y afectivamente con otras personas. La virtualidad es un puente para encuentros cara a cara —hay una interrelación entre los vínculos que se generan entre el online y el offline—, como así también un ámbito de sociabilidad en sí mismo, con sus propias características.
En primer lugar, en este capítulo describí y analicé los criterios de selección —clase, estilo de vida, tipo de vínculo deseado, si tienen hijos/as o no, las características corporales y la edad— de varones y mujeres que no están en pareja, heterosexuales y de sectores de clase media, al momento de buscar encuentros eróticos y/o afectivos. Puse el foco principalmente en los ámbitos virtuales de sociabilidad que es donde opera con mayor rapidez la intelectualización sobre los perfiles que se observan y que es por donde más circulan los/as entrevistados/as.
Expliqué que un/a usuario/a elegirá o no la imagen que se proyecta en un perfil si siente que hay un universo compartido con aquello que observa. Los sujetos no ofrecen simplemente una imagen, sino que desde las mismas se exponen como un todo. Esto puede resumirse en la idea de que la mirada del otro me constituye de modo indeterminado, de igual modo que yo constituyo al otro (Dipaola, 2015). Esta apertura o exposición conlleva que haya una multiplicidad de interpretaciones sobre una misma imagen (Danto, 2004; Nancy, 2006). Es desde estas interpretaciones que la imagen de una persona, cara a cara o virtual, puede transfigurarlo/a como un sujeto eróticamente deseable y que haya sociabilidad. Estas interpretaciones están atravesadas por recuerdos, trayectorias y valores provenientes del habitus de clase de las personas (Bourdieu, 1987).
En segundo lugar, interrelacionado con el primer objetivo, describí y analicé los modos a partir de los cuales los sujetos de estudio perciben y utilizan los espacios de sociabilidad cara a cara y virtuales. Los/as usuarios/as hacen un uso de los mismos que no necesariamente tiene que ver con el propósito para el cual fueron creados (De Certeau, 1996). Tanto en salsa y bachata como en las aplicaciones virtuales, las personas tramitan el no estar en pareja, se hacen amigos y generan espacios de diálogo y contención.
Los aspectos que más ponderan las personas entrevistadas en relación con los ámbitos de sociabilidad son la accesibilidad, la comodidad, la seguridad y la cantidad de posibles encuentros y candidatos/as. Si bien estos aspectos, en un contexto de individualización y de escasez de tiempo, vuelven más propicios a los ámbitos virtuales, algunos/as entrevistados/as marcan que en relación con la seguridad no encuentran diferencias con los espacios cara a cara. Asimismo, proyectan en sus perfiles imágenes de sí mismos/as, principalmente, en espacios de sociabilidad cara a cara donde hay escenarios marcados por el ocio y el hedonismo. En relación con las apreciaciones que hacen sobre los espacios de sociabilidad virtual, los/as entrevistados/as conocen qué tipo de vínculo buscar en cada aplicación y sitio de citas, por ejemplo Match está asociado a la búsqueda de pareja. Asimismo, hay una economía del tiempo (Thompson, 1979) respecto a cuándo usar las aplicaciones.
Por último, si bien la segunda modernidad configura un contexto de escasez de tiempo donde la ética del instante parece primar, en la fugacidad de los encuentros hay sociabilidad e intensidad (Maffesoli, 2009). Aunque los ámbitos cara a cara y virtuales tienen sus lógicas propias de sociabilidad, son espacios desde los cuales las personas se encuentran y divierten. Tanto bailando salsa como chateando, los sujetos, en un contexto de desanclajes, se re-erotizan, aumentan su autoestima y encuentran un grupo de pares con intereses en común.
- “[El vagabundeo] ha pasado a ser un deambular urbano, y se ha desprendido de la estructura activa y afectiva que lo sostenía, que lo dirigía, que le daba algunas direcciones, por imprecisas que fuesen” (Deleuze, 2005: 289).↵
- La autora se basa en la teoría de los campos de Pierre Bourdieu (1987, 1998). Bourdieu define el concepto de campo como un conjunto de relaciones de fuerza entre agentes o instituciones, en la lucha por formas específicas de dominio y monopolio de un tipo de capital eficiente en él (Gutiérrez, 2005). Este espacio se caracteriza por relaciones de alianza entre los miembros, en una búsqueda por obtener mayor beneficio e imponer como legítimo aquello que los define como grupo, y por la confrontación de grupos y sujetos en la búsqueda por mejorar posiciones o excluir grupos. La posición depende del tipo, el volumen y la legitimidad de capitales (económico, cultural, social y simbólico), y del habitus que adquieren los sujetos a lo largo de su trayectoria, y de la manera que varía con el tiempo. De ahí que campo, capital y habitus sean conceptos ligados (Sánchez Dromundo, 2007).↵
- Hakim (2010, 2012) presenta el capital erótico como otro capital elemental, junto con el económico, el cultural y el social teorizados por Bourdieu (1997) y Bourdieu y Wacquant (2005), para entender los procesos sociales y económicos, la interacción y la movilidad social, como así también la sexualidad y las relaciones sexuales (Hakim, 2010: 500-501).↵
- El capital puede definirse entonces como un “conjunto de bienes acumulados que se producen, se distribuyen, se consumen, se invierten, se pierden” (Costa, 1976: 3).↵
- El capital económico se refiere a las condiciones materiales de existencia, no se limita a la posesión de los bienes de producción, como se definiría desde una perspectiva marxista, sino que abarca las diferencias sociales expresadas en el consumo de los individuos o grupos sociales (Bourdieu, 2001).↵
- El capital cultural está ligado a conocimientos, ciencia, arte, y se impone como una hipótesis indispensable para rendir cuenta de las desigualdades de las performances escolares de las personas. Puede existir bajo tres formas: en estado incorporado, es decir, bajo la forma de disposiciones durables (habitus) relacionadas con determinado tipo de conocimientos, ideas, valores, habilidades, etc.; en estado objetivado, bajo la forma de bienes culturales, cuadros, libros, diccionarios, instrumentos, etc.; y en estado institucionalizado, que constituye una forma de objetivación, como son los títulos escolares (Gutiérrez, 2005: 36).↵
- El capital simbólico es una propiedad sobreañadida —de prestigio, legitimidad, autoridad, reconocimiento— a los otros capitales, principios de distinción y diferenciación que se ponen en juego frente a los demás agentes del campo, que se agregarían a la posición que se tiene por el manejo del capital especifico que se disputa en ese campo (Gutiérrez, 2005: 40).↵
- El capital social es la suma de recursos basados en la pertenencia a un grupo. El volumen de capital social poseído por un individuo dependerá de la extensión de la red de conexiones que este pueda efectivamente movilizar y del volumen de capital (económico, cultural o simbólico) poseído por aquellos con quienes está relacionado (Bourdieu, 2001).↵
- Goffman (1971) explica que cuando dos personas interactúan cara a cara influencian recíprocamente sus acciones, de manera que el actor guiará su actuación ajustándose a los papeles representados por los otros actores, que a su vez son su público. Si bien aquí no hay un cara a cara corporal, en las redes sociales hay, en la actualidad, interacciones de igual orden.↵
- En el caso de Match se puede colocar a partir de filtros preestablecidos qué características debe tener la otra persona y qué tipo de vínculo se busca. Por su parte, en Badoo se puede elegir el tipo de vínculo: “Hacer nuevos amigos”, “Quiero chatear” o “Quiero salir con un/a chico/a de entre [colocan el rango etario]”.↵
- En los extractos de las descripciones de perfiles reproducidos a lo largo de la investigacióm respeté la grafía original. /asl igual que las distintas esferas de la vida,desesperados/asmigo por ese medio.↵
- Instagram es una red social y aplicación para subir fotos y videos. Sus usuarios/as también pueden aplicar efectos fotográficos como filtros, marcos, similitudes térmicas, áreas subyacentes en las bases cóncavas, colores retro, y posteriormente compartir las fotografías en la misma red social o en otras.↵
- El muro es un espacio en cada perfil del usuario que permite que otros/as usuarios/as escriban mensajes.↵
- Spotify es una aplicación multiplataforma empleada para la reproducción de música vía streaming (retransmisión).↵
- “The pool of eligible people from which one identifies potential sex partners is not a random subset of the population but rather a highly constrained subset” (Laumann et al., 1994: 266). Traducción propia al idioma español.↵
- Hochschild (1983) emplea el término trabajo emocional para referirse a la administración del sentimiento para crear una exhibición facial y corporal públicamente observable. El trabajo emocional será emotional work o emotional labor según el contexto en el cual se realice. El trabajo emocional es emotional labor cuando se vende por un salario y por lo tanto tiene valor de cambio. Por su parte, el término emotional work (también denominado emotion management —control de emociones—) lo utiliza para referirse a estos mismos actos, pero realizados en un contexto privado donde tienen valor de uso (Hochschild, 1983: 7). En tanto son sinónimos, con el fin de marcar la especificidad en cada contexto emplearé a lo largo del libro estos conceptos en inglés y en aquellos casos en que utilice la categoría trabajo emocional diré en cuál sentido la uso.↵
- No obstante, todas las aplicaciones tienen en común la opción de pagar para acceder a una cuenta premium que habilita otras funciones que, en algunos casos, mejoran la cantidad de personas que se pueden conocer y, en otros, hacen más visible el perfil del usuario. Este punto será desarrollado en el capítulo 4.↵
- En las catas de vino se generan lógicas similares al ambiente de la salsa y la bachata: un ethos compartido, intereses en común y un espacio de sociabilidad definido por sus miembros como un “club de amigos”. Este ambiente, a diferencia del de la salsa y la bachata signado por la cotidianidad y una gran cantidad de actividades, implica una mayor autonomía del sujeto y no es necesaria la presencia constante.↵
- Dinámicas grupales similares son identificadas por Carozzi para su análisis del ambiente del tango y las milongas en la Ciudad de Buenos Aires (Carozzi, 2014).↵
- En el ambiente del tango y la milonga, Carozzi identifica que las “historias”, tal como son denominadas por sus entrevistados/as, se mantienen en secreto. Pero, a diferencia del ambiente de la salsa y la bachata, explica que esto se debe principalmente a que les permite a sus usuarios/as “involucrarse en varias historias al mismo tiempo y elegir con cuál de las o los presentes ‘irse’ en una noche determinada, o bien apostar a concertar un encuentro sexual con un compañero o compañera totalmente nueva” (Carozzi, 2014: 116).↵